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Bulos y educación crítica

Por: Leonardo Díaz 

 

En mi artículo de la semana pasada, “Gatopardismo educativo”, me referí al problema de la resistencia a una transformación real de la educación a partir de las posibilidades proporcionadas por la educación virtual.

La transformación no es meramente formal, ni se reduce a la posibilidad de encontrar herramientas más didácticas para el proceso de enseñanza-aprendizaje. Se trata de una oportunidad única de fomentar una educación crítica, un entrenamiento para desarrollar el discernimiento en la era de los bulos, o las noticias falsas que circulan como fidedignas.

Desde la emergencia de las redes sociales, se ha incrementado la velocidad y la cantidad de los bulos hasta formar parte de la circulación informativa cotidiana a nivel global. ¿Cómo discernir la información falsa de la fidedigna, especialmente si la primera se disfraza de la segunda?

El asunto es complejo, porque no existe un conjunto de reglas que puedan aprenderse de manera mecánica para el discernimiento crítico. Ni siquiera las personas entrenadas en lógica y en razonamiento crítico están inmunizadas contra el virus de los patrones de razonamiento incorrectos, los bulos, los sesgos cognitivos, o las falacias.

Por supuesto, lo que sí tienen las personas que poseen el entrenamiento señalado es un mejor posicionamiento para contrarrestar la desinformación, porque sus áreas de especialidad los habitúan a cuestionar, a discernir y analizar las afirmaciones o enunciados.

Los bulos y los patrones de razonamiento incorrecto adquieren muchas formas: un texto académico, una carta, un meme, un video, un documental o una noticia periodística. Y es aquí donde la educación virtual puede ser muy efectiva en desarrollar las capacidades críticas.

El discernimiento crítico se relaciona con hábitos y estos, a su vez, con la práctica, con la exposición frecuente a situaciones que reten a nuestro cerebro.

En esto es semejante a la educación artística.

Imaginen que deseo enseñar a un joven sobre lo que significa el montaje paralelo, un recurso cinematográfico donde se intercalan escenas relacionadas con situaciones distintas que acontecen en momentos y lugares diferentes para producir asociaciones conceptuales en el espectador. Por ejemplo, se muestra una escena donde aparece un banquero negociando con un trabajador, a la que sucede una segunda escena donde un tiburón se abalanza sobre un pez; le sigue una tercera escena donde el banquero hace firmar un contrato al trabajador, y a esta escena, le sigue la imagen de un tiburón devorando a su presa. Al terminar las secuencias, el espectador habrá realizado la asociación que el director de la película ha querido transmitirle: en la sociedad moderna, el banquero es un depredador que se nutre de los trabajadores.

Está claro que el ejemplo anterior puede exponerse de manera verbal o escrita, como lo acabo de realizar. Pero el hecho de que la persona que me escucha o me lea entienda el ejemplo, no lo entrena de manera inmediata para identificar montajes paralelos, ni mucho menos, para captar los significados subyacentes a los mismos en las siguientes películas que vea. Para ello, necesitará entrenamiento práctico, desarrollar hábitos de la mirada. Para incorporar estos hábitos no necesita conferencias sobre cine, requiere ver cine. Leer mucho para dotarse de marcos conceptuales que le posibiliten interpretar lo que ve, pero, sobre todo, entrenar su experiencia visual de tal modo que, con dificultad al comienzo, pero con eficacia y mayor facilidad despueś, identifique el recurso cinematográfico y pueda realizar una lectura plausible del mismo.

Una experiencia similar a la que acabo de describir acontece con la identificación de errores de razonamiento, las falacias y los bulos. El estudiante puede recibir la conferencia de un docente sobre los temas señalados. Pero el aprendizaje real de la identificación de los mismos se adquiere por verse expuesto a ellos, no solo en un texto o en una conferencia, sino también, mirando diversos video clips, comerciales, memes, e informaciones pseudoperiodísticas.

La educación virtual  proporciona la posibilidad de exponer al estudiantado a todas estas situaciones generadas en el mundo virtual. Exponiendo al estudiantado a videos, documentales, programas de influencers en You Tube, memes y películas donde se cometan falacias, sesgos, o se transmitan fake news; y luego, recurriendo a foros de debate e incentivando al estudiantado a realizar videos donde pueda producir situaciones similares a las que está tratando de identificar, el profesorado puede potencializar el discernimiento crítico situacional.

Como puede apreciarse, estamos ante una posibilidad extraordinaria de aprovechar un recurso extraordinario para el cambio de mentalidades. Pocas veces como hoy tiene tanto sentido recuperar el significado etimológico de la palabra crisis, proveniente del griego “κρίση”separar, juzgar. Podemos permitir que la situación educativa continúe empeorando mientras intentamos solucionarla empleando los mismos medios, o empleando nuevos recursos pensando de la misma manera. Pero también, podemos tomar la decisión de precipitar el punto de inflexión que la pandemia y las redes sociales nos proporcionan para que, en vez de mirar del mismo modo en escenarios distintos, observemos de distinta manera en los espacios comunes.

Fuente:     https://acento.com.do/2020/opinion/8822421-bulos-y-educacion-critica/

Imagen: pixabay.com

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Gatopardismo educativo

Por: Leonardo Díaz

La tendencia a anclarnos en nuestras creencias hace difícil el cambio de nuestras perspectivas y esto dificulta aprovechar las oportunidades que pueden presentarse como las que emergen de la crisis actual.

Pensemos en el caso de la educación, donde muchos burócratas, encargados de políticas educativas, autoridades universitarias y profesores se resistían a la educación virtual desde antes de la pandemia. La educación presencial, consistente en cátedras magistrales, es su único referente de la educación posible, su zona de confort epistémico. La pandemia los ha forzado a aceptar a regañadientes otro modelo educativo, pero solo lo ven como el medicamento amargo que se toma por un periodo establecido de tiempo hasta que todo vuelva a la normalidad.

El anclaje es tan poderoso que, aún muchos que supuestamente han asumido el modelo de educación virtual, no comprenden sus supuestos, creyendo realmente en un modelo de educación presencial sincrónico por INTERNET. Cuando las clases no se dan de esta manera, una parte importante de la burocracia educativa, del profesorado y del estudiantado piensan que no se han impartido las clases.

No es casualidad entonces creer que un curso de educación virtual consiste en el monólogo de un profesor por Google Clasroom o Google Meet durante tres horas todas las semanas de un cuatrimestre y no un modelo caracterizado por la flexibilidad y la diversidad de recursos de aprendizaje, los cuales pueden ir desde conectar al estudiantado con la entrevista a un académico de otro país y cultura con una mirada distinta del mundo, pasando por presenciar un video de YOU TUBE que incite a la reflexión, presenciar el conversatorio de un académico en el auditorio de una universidad lejana, o discutir en un foro sobre una situación problemática, entre otras múltiples herramientas.

Todos estos recursos pueden ser usados de modo intercalado en distintos módulos y sobre todo, en las sesiones de clase sincrónicas, porque la actual investigación cognitiva nos enseña que el cerebro humano tiende a perder la atención en una disertación después de una cantidad de minutos muy limitada. Entonces, ¿Por qué seguimos insistiendo en monólogos de tres horas consecutivas como el modelo paradigmático del proceso enseñanza-aprendizaje?

Anclados a este modelo, desaprovechamos las oportunidades que nos proporciona la crisis para transformar la educación y hacerla más acorde con lo que sabemos hoy sobre la naturaleza del cerebro y del aprendizaje. No cambiamos, o asumimos el gatopardismo político como filosofía educativa: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie».

Fuente:  https://acento.com.do/2020/opinion/8820061-gatopardismo-educativo/

Imagen:  https://pixabay.com

 

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Incertidumbre y religiosidad

Por: Leonardo Díaz

En una obra clásica de la reflexión antropológica, Magia, Ciencia y religión (1954), Bronislaw Malinowski relacionó la creencia mágica y religiosa en los habitantes de las islas Trobriand con los niveles de peligro, incertidumbre y azar a que eran expuestos por la naturaleza. En otras palabras, allí donde los lugareños se encontraban en medio de una situación amenazante que escapaba al control tecnológico, o que se caracterizaba por el azar y la incertidumbre, aumentaban los comportamientos religiosos (rituales y oraciones). Cuando la situaciones permitían un mayor nivel de control humano, esos mismos comportamientos se reducían.

La reflexión de Malinowski ha tenido continuidad hasta nuestros días. Por ejemplo, en el año 2012, un libro de Nigel Barber titulado Wy Ateism Will Replace Religion:The triumph of earthly pleasures over pie en the sky (Por qué el ateísmo substituirá la religión: El triunfo de los placeres terrenales sobre el pastel en el cielo) vincula la creencia religiosa con la inseguridad generada por la precariedad de la vida.

Estudios de percepción religiosa como el comentado en mi artículo del año 2019, “El declive de la religión”,  apoya las referidas afirmaciones. Los datos muestran una reducción de la religiosidad en aquellas zonas del planeta donde existen altos niveles de vida, mientras muestran altos niveles de creencia religiosa en zonas caracterizadas por altos índices de precariedad.

La lectura de esos datos no debe leerse en el sentido superficial de que a mayor riqueza hay menos religiosidad, mientras que a menor riqueza hay mayor religiosidad. La riqueza material es solo una parte de los bienes que proporcionan sensación de certidumbre. Estos bienes tienen que combinarse con bienes menos tangibles, como la sensación de autonomía y de seguridad. Las sociedades con altos índices de desarrollo humano no solo solo tienden a ser más ricas, sino también, tienden a disponer de mejores sistemas de salud, redes institucionales más eficientes de protección social, reglas de juego claras y mas igualitarias, en otras palabras, mayores posibilidades de control tecnológico sobre la vida cotidiana y de generar un entorno de bienestar psicológico.

Por su parte, en las sociedades con bajo índice de desarrollo humano, el espacio y el tiempo del Mundo de la Vida está estructurado por la precariedad y la incertidumbre, porque fallan todas las instituciones llamadas a proporcionar sensaciones de seguridad en la ciudadanía. Esto crea las condiciones para que los movimientos religiosos reemplacen la ineficacia estatal y las injusticias de los modelos económicos excluyentes con redes de solidaridad, mientras constituyen comunidades que proporcionan amor, esperanza, consuelo y seguridad a sus integrantes.

En el desarrollo de esas prácticas esas comunidades también gestionan la formación que, en muchos casos, terminan construyendo una imagen del mundo consecuente con las precariedades de la vida cotidiana, con sus fobias y esperanzas.

Por tanto, con frecuencia, la forma de vida religiosa de estas comunidades no constituye un modo de realización psicológica adulta, libre y consciente; sino un mecanismo psicológico infantil de búsqueda por la dádiva, la protección y el cuidado.

El referido mecanismo psicológico se activa en situaciones de incertidumbre, como la que vivimos en la actualidad, angustiados por un virus desconocido que puede afectarnos en cualquier lugar y en cualquier momento.

Es comprensible, dado lo que hemos expresado, que estos momentos sean de manifestaciones espontáneas de fervor religioso por parte de la gente común y que vive en situaciones de precariedad. Lo inaceptable es la promoción, la manipulación religiosa y política que hacen, de ese fervor, el oportunismo político y el fariseísmo religioso.

Fuente: https://acento.com.do/2020/opinion/8817172-incertidumbre-y-religiosidad/

Imagen: https://pixabay.com/photos/tea-lights-candles-light-prayer-2223898/

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Represión y censura

Por: Leonardo Díaz 

Dos noticias aparentemente inconexas coincidieron el pasado 4 de mayo. La primera: Profesores de Derecho se pronuncian sobre restricciones a la libertad y uso de la fuerza durante emergencia, se refiere a la postura de unos abogados docentes sobre los abusos de las fuerzas policiales cuando hacen cumplir las órdenes oficiales del confinamiento. La segunda, La ONU urge a proteger la libertad de prensa durante la pandemia  informa sobre las declaraciones del secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, António Guterres, sobre los peligros de las restricciones a la libertad de prensa en el contexto de la pandemia del COVID-19.

Ambas informaciones son dos caras de un mismo problema: los límites del estado de excepción dentro de una sociedad democrática.

La actitud autoritaria valida el daño a la dignidad de las personas bajo la excusa de la protección ciudadana. Los dos mecanismos emblemáticos de los Estados autoritarios para llevar a cabo dicha “protección” son la represión y la censura. Mediante la primera, se emplea el daño fisico y psicológico contra el cuerpo humano para disuadir a la ciudadanía de emplear los espacios físicos como escenario para movilizaciones que debiliten el control político. Mediante la segunda, se cierran los medios de acceso a los significados que los ciudadanos necesitan para interpretar sus experiencias sociales, en otras palabras, se lleva a cabo un silenciamiento hermenéutico.

Lo que caracteriza a los Estados autoritarios es la normativización de prácticas que, en el seno de una sociedad democrática, se ejecutan dentro de ciertos límites, en circunstancias excepcionales (peligro de salud pública, posibilidad de disolución política), durante un período muy limitado de tiempo y siempre como producto de un debate parlamentario previo que les otorgan legitimidad.

Recalco el hecho de que dichas prácticas se hacen dentro de unos límites, es decir, a pesar de las circunstancias excepcionales, el Estado de una sociedad democrática debe intentar ejercer las acciones especiales dentro de unos límites establecidos por el respeto al marco constitucional, a los derechos humanos y a la naturaleza dialogante de una sociedad abierta.

Por tanto, no es aceptable que, bajo la excusa de la pandemia del COVID-19, un Estado permita el uso desproporcional de la fuerza física contra la ciudadanía, el abuso de poder, o infrinja castigos no contemplados en la ley para las infracciones ciudadanas.

Como inaceptable resulta, también, el intento de ocultar información y distorsionarla, o entorpecer el trabajo de quienes tienen la función de proporcionarla. La información fidedigna y el acceso abierto a la lectura de los significados sociales constituyen los recursos más eficientes con que cuenta una sociedad democrática para resolver las situaciones problemáticas.

Fuente:  https://acento.com.do/2020/opinion/8814259-represion-y-censura/

Imagen: https://pixabay.com/photos/censorship-limitations-610101/

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Metáforas militares

Por: Leonardo Díaz

Una de las grandes lecciones de la reflexión filosófica es que nuestra existencia tiene un carácter narrativo. Interpretamos el mundo a partir de narraciones cuya característica básica es que están conformadas por metáforas.

El avance de la pandemia del COVID-19 ha estimulado el resurgimiento del discurso belicista en la gestión de la crisis. Algunos de los principales líderes, en América y Europa, acuden a metáforas bélicas o militares para referirse a la situación de excepción. Se habla de que: “estamos en guerra”; “el enemigo penetró hace ya tiempo en la ciudad”; “la victoria será total”…. En síntesis, metáforas que, con buenas intenciones en algunos casos, y dudosas en otros, nutren el campo semántico del debate público.

En su clásico de 1980, Metáforas de la vida cotidiana, George Lakoff y Mark Johnson llevaron a cabo una reflexión sobre la naturaleza metafórica del lenguaje y como las mefáforas impregnan nuestra vida cotidiana estructurando nuestras acciones. Una de sus principales afirmaciones es que “las metáforas pueden crear realidades sociales”. Por este poder configurador del discurso, las metáforas belicistas son peligrosas, además de inadecuadas para explicar un fenómeno epidemiológico.

En el momento en que asumimos las metáforas militares estamos incitando a una disposición y actitud belicista. La cuestión es que las guerras tienen una dinámica, atmósfera y reglas de juego opuestas a las que requieren las situaciones problemáticas relacionadas con la salud pública.

En su lúcido ensayo de 1988, El sida y sus metáforas, http://ceiphistorica.com/wp-content/uploads/2016/04/Susan-Sontag-La-enfermedad-y-sus-met%C3%A1foras.-El-sida-y-sus-met%C3%A1foras.pdf, Susan Sontag concibe como probable que el uso excesivo de las metáforas militares sea inevitable en una sociedad capitalista, donde resulta cada vez más difícil la movilización de la ciudadanía por razones éticas.

Es razonable pensar que los líderes políticos encuentren cada vez menos recursos narrativos para incentivar al sacrificio, la empatía, la entrega, el cuidado del otro, la escucha. Durante décadas, la mayoría de los sistemas educativos han privilegiado el entrenamiento de habilidades para competir en el mercado laboral, en el marco de un modelo económico e ideológico que percibe las emociones que requerimos con más urgencia dentro de un estado de excepción como muestas de debilidad, incompetencia, e ineficacia.

Así, se revierte contra nosotros la ausencia de una educación emocional y la carencia de unos hábitos relacionados con lo denominado por Aristóteles como “amistad cívica”, los vínculos que unen a los ciudadanos en un proyecto de sociedad común.

Las carencias señaladas fomentan una serie de actitudes existentes ya en el discurso político populista y xenófobo previo a la pandemia y que en el marco de la misma son reforzadas por gobernantes irresponsables. No es caualidad escuchar el concepto del “virus chino” o las constantes denuncias de que el virus viene del “otro lado”.

Sontag nos recuerda que hay un vínculo en cómo concebimos las enfermedades y cómo percibimos al extranjero, dos caras de una misma realidad amenazante.

Y si hay un vínculo entre la enfermedad entendida en términos bélicos y la xenobofia, también la hay entre las metáforas bélicas y el autoritarismo. Porque la guerra constituye el estado de excepción por excelencia, la situación idónea donde se constriñen libertades, se impone la censura y se justifica cualquier medio que nos lleve a la victoria.

Esquilo afirmó que  “La verdad es la primera víctima de la guerra”. Pero con ella, también lo es la dignidad de los seres humanos. El discurso belicista, aunque de manera explícita se dirija contra un virus, de manera implícita se dirige contra las personas, contra aquellos que no consideramos “igual que nosotros” (los pobres, los estigmatizados, los inmigrantes). Podemos y debemos diseñar estrategias para defendernos del COVID-19. Pero como concluye Sontag: “no estamos autorizados para defendernos de cualquier manera que se nos ocurra”.

Fuente: https://acento.com.do/2020/opinion/8811598-metaforas-militares/

Imagen: https://pixabay.com/photos/composing-toilet-paper-hamster-4984027/

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Educación crítica

Por: Leonardo Díaz 

Esta semana participé, a distancia, en un conversatorio académico sobre la función de las humanidades en tiempos de pandemia. Uno de los tópicos abordados fue la necesidad de replantearnos la finalidad de la educación en una sociedad democrática.

Durante décadas, muchos Estados asumieron el supuesto de que la educación tiene como fin la competitividad, adiestrar en una serie de habilidades necesarias para luchar por un puesto de trabajo en el mercado laboral.

Desde esta perspectiva, los sistemas educativos deben focalizarse en la enseñanza de una serie de competencias requeridas por el capitalismo corporativo, dirigidas a entrenar empleados generadores de riqueza para las grandes corporaciones y la industria del consumo.

No obstante, la realidad ha mostrado la insostenibilidad de un modelo semejante. El costo del daño al ecosistema, los ciclos periódicos de las crisis económicas -con sus secuelas de exclusión social e indignación-, el quiebre paulatino de las instituciones democráticas llamadas a sostener el modelo, así como el derrumbe del mito de que la apertura de los mercados lleva de modo inevitable a la apertura política, fuerzan a replantearse la necesidad de un tipo de educación dirigida a formar ciudadanos para una sociedad democrática sostenible.

El problema es que la democracia requiere de una ciudadanía informada, capaz de discriminar la información fidedigna de aquella que es falsa para la toma de decisiones prudente, especialmente en nuestra época, caracterizada por el ritmo avasallante de la información.

La pandemia que vivimos muestra, en toda su crudeza, las consecuencias de una educación que, durante años, se ha preocupado básicamente por servir al mercado, una educación que al marginar el cultivo de las actitudes democráticas, y de las disciplinas que las fomentan, se coloca al servicio de la barbarie, de las fuerzas del totalitarismo.

En un reseña reciente sobre la educación finlandesa, https://www.nobbot.com/educacion/finlandia-ensenan-defenderse-desinformacion-escuela/, Alberto Barbieri informa sobre el empleo de los saberes humanísticos con el fin de formar ciudadanos críticos. Es exactamente lo que considero necesario en un replanteamiento de nuestra educación. Podríamos aprovechar la actual situación para que nuestro estudiantado analice, en clase de Historia, otras pandemias del pasado y sus similitudes con el COVID 19. Podría incentivárselos a problematizar ¿Como se reaccionó ante pandemias de otras épocas? ¿Por qué se reaccionó de ese modo? ¿Qué similitudes y diferencias existen entre nuestras reacciones y las de otros períodos históricos? ¿Constituyen nuestras formas de ver el mundo concepciones más adecuadas para afrontar el COVID 19 que lo que representaron cosmovisiones pasadas para lidiar con otras pandemias?

Desde una clase de Artes, podrían analizarse las ideas del mundo expresadas en la historia, o como se representan nuestras fobias y esperanzas en las imágenes; una clase de Literatura puede proporcionar un magnífico escenario para contar y pensar los relatos o narraciones con las que intentamos dar sentido a nuestro mundo; las clases de Ciencias Sociales pueden servirnos para evaluar por qué una pandemia afecta de modo distinto a los grupos humanos si carece de intencionalidad.

En otras palabras, hablamos de fomentar una educación para la vida cuando la ilusión del mercado omnipotente se difumina. La palabra crisis proviene de un vocablo griego que significa “separar”, “punto de separación o de ruptura”. Si hay algo que esta crisis puede representar es un punto de inflexión en el modo de entender la finalidad de la enseñanza.  Podemos obviarlo y olvidarlo cuando la vida vuelva a la “normalidad”, o podemos aprovecharlo y comprender que una educación crítica no es un lujo para las clases acomodadas, sino la única vacuna efectiva contra las fuerzas del totalitarismo y la barbarie.

Fuente: https://acento.com.do/2020/opinion/8808969-educacion-critica/

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Pandemia e injusticia hermenéutica

Por: Leonardo Díaz

En mi artículo, “Confinamiento y roles de género”, abordé el problema de cómo, a partir de una interpretación de los roles de género,  puede verse perjudicada la toma de decisiones del Estado en una situación de pandemia.

Como señalé en dicho escrito, los roles no son asumidos de modo consciente por los agentes sociales. Son interiorizados a través del proceso de socialización e incorporados como hábitos de conducta percibidos como constitutivos de la naturaleza. Esto dificulta no solo su comprensión, sino también sus efectos y el modo de transformarlos.

Así por ejemplo, en una sociedad con inequidad de género, tanto hombres como mujeres experimentan, de modo inconsciente, lo que la filósofa británica Miranda Fricker denominó “injusticia hermenéutica”. En la definición clásica de Fricker (2007), la injusticia hermenéutica acontece cuando una persona es incapaz de interpretar sus propias experiencias sociales debido a una indisponiblidad de conceptos para interpretarlas. El ejemplo por excelencia es el de una mujer que, experimentando hostigamiento sexual en el trabajo, a inicios de los años 60, no disponía del concepto de “acoso laboral” para explicarse a sí misma y, a los demás, lo que sufría.

Desde la primera definición de Fricker ha existido un extenso debate, incluyendo a la misma autora, que ha ampliado el concepto de injusticia hermenéutica intentando captar la gran variedad de expresiones que se derivan de la misma.

Por ejemplo, Rebecca Mason, en un artículo del año 2011, “Two Kinds of Unknowing”, establece tres casos donde se producen modalidades de injusticia hermenéutica:

  • En circunstancias donde se silencian las experiencias sociales de los grupos socialmente excluidos por los discursos de los grupos dominantes en una determinada sociedad.
  • En situaciones donde los grupos socialmente dominados, aún disponiendo de los recursos interpretativos para comprender sus experiencias sociales, se encuentran en situación de marginación ante la falta de reconocimiento y de respeto de esos recursos por parte de los grupos que disponen de la autoridad epistémica de la sociedad.
  • En circunstancias donde a los grupos socialmente subordinados se les clausuran los mecanismos para accesar a la información que requieren para interpretar sus experiencias. (Aislamiento epistémico).

En la primera situación, los significados que generan las experiencias humanas condicionadas por la educación, la clase, el entorno y las interacciones sociales, resultan acalladas e ininteligibles para sus propios protagonistas, quienes, no solo carecen de los recursos hermenéuticos para interpretar lo que les pasa, sino que, con frecuencia, interpretan sus experiencias a través del filtro de los discursos predominantes, usualmente ajenos a sus vidas cotidianas.

En el segundo caso, quienes sufren una situación de marginación, de exclusión o de algún tipo de violencia (económica, social, psicológica, moral, epistémica), con la ayuda de movimientos civiles o grupos organizados defensores de los derechos humanos y sociales, han desarrollado un conciencia de su situación y van adquiriendo los recursos hermenéuticos para comprenderse y fijar posturas críticas con respecto a los discursos dominantes, pero su situación de exclusión social los estigmatiza y deslegitima con respecto a los discursos epistémicos provenientes de los sectores que portan el prestigio de la sociedad.

Finalmente, la tercera situación alude a como, en una sociedad autoritaria, los sectores de poder y el Estado controla información relevante para dotar de significado las experiencias de la ciudadanía, pero la misma queda asilada de esa información con todas sus implicaciones negativas para asumir posturas de decisión razonables.

Estas tres modalidades de injusticia hermenéutica se nos revelan de modo acentuado ante nuestros ojos en esta situación de pandemia. Desde las mujeres y hombres incapaces de interpretar sus experiencias de modo que les ayude a remediar las distintas circunstancias de violencia que viven, subrayadas por un estado de excepción; pasando por aquellos que más conscientes, intentan resistir pero son desacredidatos y silenciados en los espacios públicos; hasta todos, ciudadanos de todos los estratos, que sufrimos el sesgo de la manipulación informativa, la ocultación de los datos, o la lectura sesgada de los mismos en los discursos oficiales.

Estas expresiones de la violencia y la dominación exponen la necesidad de  afrontar la pandemia, no solo como un fenómeno clínico, sino también como un fenómeno social que acentúa desigualdades epistémico-sociales que conforman la “normalidad”. Se ha repetido muchas veces que un fenómeno como el COVID 19 no discrimina. Si se quiere decir con ello el mensaje pueril de que los virus no tienen conciencia y pueden afectar a cualquiera, vale. Pero hay en ella un significado nada banal y más problemático: que a todos nos ataca por igual de la misma manera. No es así. Afecta de modo desigual a quienes ejercen la injusticia hermenéutica y a quienes la sufren.

Fuente: https://acento.com.do/2020/opinion/8805967-pandemia-e-injusticia-hermeneutica/

Imagen: https://pixabay.com/vectors/blindfolded-injustice-justice-lady-2025474/

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