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Cultura de la libertad y cultura de la cancelación

Por: Leonardo Díaz

 

Es notable la existencia de un clima intelectual donde persiste un miedo a no enfadar. Pero el enfado es un estado de insatisfacción o disgusto proveniente de un sentimiento de que la fuente de mi enfado me amenaza o perjudica.

La cultura de la libertad, o el hábito de promover el debate abierto y la actitud crítica, examinando de modo racional los argumentos, suele ser combatida por los movimientos fundamentalistas, los populismos políticos y las tradiciones de pensamiento autoritario.

Pero en las últimas décadas, desde las filas del pensamiento liberal emerge una actitud que también amenaza la cultura de la libertad. Se trata de una actitud mojigata que, en nombre de los ideales de justicia y equidad, pretende instaurar la cultura de la clausura, un hábito de perseguir a las personas que muestren cualquier desviación intelectual de lo que determinados grupos dictaminan como correcto.

Las redes sociales, espacios donde circulan de manera libre los más diversos contenidos, se han convertido, gracias a la cultura de la clausura, en mecanismos para el intento de censura.

La cultura de la clausura ha provocado cazerías de brujas en el mundo de las instituciones democráticas. Por esto, hoy día muchos artistas, escritores y librepensadores deben cuidarse de que sus obras no hieran las sensibilidades de un grupo que cargue con una historia de exclusiones sociales, sino quiere ser marginado económica, social y políticamente.

El fenómeno ha generado preocupación hasta el punto que el pasado 7 de julio del año en curso, un conjunto de filósofos, escritores, e intelectuales se manifestaron al respecto en “una carta sobre la justicia y el debate abierto”. https://elpais.com/cultura/2020-07-08/una-carta-sobre-la-justicia-y-el-debate-abierto.html

En una reseña del debate firmada por Amanda Mars: “Y la carta de los intelectuales desató la tormenta” (El país, 8 de julio, 2020) puede leerse la siguiente declaración del director ejecutivo del Huffpost: “No firmé la carta cuando me lo pidieron hace nueve días porque pude ver en 90 segundos que era fatua, una chorrada vanidosa que sencillamente iba a enfadar a la gente a la que supuestamente quería apelar”. https://elpais.com/cultura/2020-07-08/y-la-carta-de-los-intelectuales-desato-la-tormenta.html?ssm=FB_CC&fbclid=IwAR1kGsPed5WELhZvj-n3dhE6uEC–8Qdl7KpJFa6hFiZIf-CJEHrJ6kIhxg

La primera parte del pronunciamiento no es significativo, simplemente es una falacia de argumento ad hominem. Pero la segunda parte sí nos dice mucho de lo que está en juego y da argumentos favorables a los autores de la carta. El director dice no haberla firmado porque… “iba a enfadar a la gente que supuestamente quería apelar”.

Precisamente, esa es la cuestión. Es notable la existencia de un clima intelectual donde persiste un miedo a no enfadar. Pero el enfado es un estado de insatisfacción o disgusto proveniente de un sentimiento de que la fuente de mi enfado me amenaza o perjudica. Y, como es obvio, creer que algo nos perjudica no lo convierte objetivamente en una fuente de daño, ni para nosotros, ni para el interés común.

En una sociedad democrática, el debate intersubjetivo es el que evalúa el prejuicio que puede causar una idea o una acción, no un grupo particular. Esa es una de las diferencias básicas con las dictaduras. En estas, una camarilla se arroja el derecho de decidir por todos sobre que obras e ideas deben circular y prohibirse.

El miedo y la retractación pública de algunos firmantes de la carta, provocado por las presiones de los grupos “heridos”, es un ejemplo del peligro advertido en el documento. Una sociedad democrática queda lesionada de muerte cuando grupos que la constituyen provocan despidos, autocensuras, silenciamientos o retractaciones forzozas contra aquellos que no piensan de la misma manera.

No importa lo escandalosa, infame o dañina que nos parezca una idea. Es en medio del debate crítico donde la misma debe ser invalidada permitiéndole a sus defensores el derecho a la réplica. Como escribió Voltaire: «Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo»

Fuente: https://acento.com.do/opinion/cultura-de-la-libertad-y-cultura-de-la-cancelacion-8841732.html

 

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Política y fundamentalismo religioso

Por: Leonardo Díaz

 

Imponen, como lectura escolar obligatoria, un texto religioso en las aulas; se oponen, en los planes de estudio, a la enseñanza de teorías científicas incompatibles con sus dogmas.

 

Hace siete años, publiqué un artículo titulado: “La avanzada del fundamentalismo religioso”, donde externé mi preocupación por el avance de un movimiento religioso conservador que, consciente de su crecimiento popular, pretendía convertirse en una fuerza decisiva en el escenario político dominicano.

Casi una década después, ese movimiento, que articula una amalgama de sectas de carácter protestante, y que suele aliarse en determinadas situaciones con el sector más conservador de la Iglesia católica y movimientos nacionalistas, tiene una mayor incidencia social y política. En el proceso electoral recién concluido, propagó una campaña insidiosa contra candidatos políticos de honesta trayectoria pública contrarios a su agenda, mientras apoyó a cuestionables candidatos compromisarios de la misma.

La exclusión social y las deficiencias educativas son, como sabemos, variables definitorias de la sociedad dominicana. En condiciones de pobreza extrema y de incertidumbre cotidiana, en entornos familiares desestructurados, se propicia un entorno de dependencia psicológica donde los líderes de las mencionadas sectas encuentran espacio para proporcionar consuelo, ayuda y establecer relaciones de compromiso.

Ya sea por adoctrinamiento, o por simple adhesión pragmática al grupo que proporciona apoyo y solidaridad, los individuos asumen los preceptos ideológicos de sus benefactores y padrinos espirituales. Entonces se va cerrando un círculo de adherencia ciega y manipulable que se convierte en una fuerza política capaz de decidir el curso de los procesos políticos de una sociedad.

Entonces, las bases mismas de la democracia se comienzan a socavar porque los movimientos religiosos fundamentalistas se valen de los mecanismos institucionales de la democracia para desnaturalizar el debate público. No hay procedimientos racionales que los hagan cuestionar sus creencias más arraigadas. Y lo peor es que pretenden otorgarle carácter de ley a las mismas.

Imponen, como lectura escolar obligatoria, un texto religioso en las aulas; se oponen, en los planes de estudio, a la enseñanza de teorías científicas incompatibles con sus dogmas. De igual modo, defienden una sola forma de composición familiar, un modelo único de comportamiento sexual, un sólo código moral.

En otras palabras, rechazan la diversidad y la pluralidad que han permitido a la especie humana sobrevivir, prosperar, acrecentar su conocimiento del mundo y crear formas de vida donde personas de distinto credo, nacionalidad, etnia, preferencia sexual, e ideología pueden coexistir y trabajar en un proyecto común de bienestar y de paz.

Por esto, es importante erradicar las condiciones materiales y psicológicas donde fructifican los fundamentalismos.

También, es importante que los movimientos liberales de la sociedad civil dominicana se articulen políticamente en torno a los jóvenes políticos liberales que han ascendido en el recién finalizado proceso electoral, evitando el ascenso de líderes fundamentalistas, como ha ocurrido ya en otros países de América Latina. Las luchas impuestas por nuestra cotidianidad no deben dejarnos indiferentes a la defensa del inalienable derecho a vivir una cultura de la libertad.

Fuente e imagen:  https://acento.com.do/actualidad/muere-el-destacado-cantautor-victor-victor-8840014.html

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Refeudalización y sociedad democrática

Por: Leonardo Díaz 

 

Además, el poder judicial sufre distorsiones en una sociedad donde la designación de los jueces depende del partido político gobernante.

 

Dos décadas después de gestiones caracterizadas por la hipercorrupción, en la que un grupo corporativo acumuló una ingente riqueza material desde el Estado, uno de los desafíos fundamentales de la nueva Administración es desmantelar este modelo que la filósofa Ágnes Heller denominó refeudalización.

Sin la transformación del modelo es inviable sostener un modelo democrático y de justicia social. Existe una relación importante entre refeudalización y autoritarismo, así como entre refeudalización y exclusión social.

La refeudalización tiende a socavar las formas de vida democráticas debido a que la concentración de la riqueza desde del Estado fuerza al grupo económico beneficiario a querer preservarse en el poder para conservar la dinámica de sus negocios ilícitos.

A la vez, para preservarse en el poder, y a medida que el enriquecimiento ilícito se hace más evidente para la ciudadanía, el grupo corporativo gobernante requiere de una imagen pública favorable a partir de la compra de opinadores. De esta manera, la refeudalización tiende a socavar la independencia del denominado “cuarto poder” generando distorsiones informativas que llevan a situaciones de injusticia epistémica.

Además, el poder judicial sufre distorsiones en una sociedad donde la designación de los jueces depende del partido político gobernante. El grupo corporativo requiere destruir la independencia de la Justicia para garantizar impunidad.

Todo este proceso de socavamiento de las instituciones democráticas se da la mano con la exclusión social. El modelo de refeudalización se alimenta de la hipercorrupción y ésta no es separable de la apropiación de los recursos que deben invertirse en crear una educación pública de calidad, un sistema de salud eficiente; en síntesis, un estado del bienestar.

Por consiguiente, es imperativo para la próxima administración no incurrir en la tentación de suplantar los agentes conservando el modelo. De ello depende el futuro de que un verdadero cambio hacia una sociedad justa y democrática resulte factible.

Fuente:  https://acento.com.do/opinion/refeudalizacion-y-sociedad-democratica-8837539.html

Imagen: https://pixabay.com/es

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Amistad cívica y amistad partidista

Por: Leonardo Díaz

Así hemos arribado a las elecciones del año 2020 dentro de un sistema caracterizado por la hipercorrupción con su terrible secuela de degradación espiritual.

Durante mucho tiempo la filosofía política occidental olvidó una noción aristotélica fundamental para el problema de la cohesión del Estado: la “amistad cívica”.

En su lengua materna el término es “philia politike”. Su traducción literal es “amistad política”. Sin embargo, este concepto puede interpretarse de un modo soso, como camaradería de francachela; o en un sentido más nocivo, como apandillamiento partidario.

Además, sabemos que el término “político” proviene del vocablo griego “polis”, ciudad-estado. Por tanto, traducir el vocablo como “amistad cívica” es fiel al sentido aristotélico y nos libra de los extravíos interpretativos señalados.

Hechas estas aclaraciones, debemos entender la amistad cívica como una práctica dirigida a la consecución de un proyecto social común, en vez de guiado hacia intereses particulares.

En contraposición al término de Aristóteles, empleo el término de “amistad partidista” para referirme a una práctica dirigida para beneficiar un proyecto partidario por encima del interés común.

Si hay un signo distintivo de la historia política dominicana, acentuada durante las últimas dos décadas, es que las prácticas políticas desde el poder han estado caracterizadas por la amistad partidaria. Lo que las acentúa es el proceso que la filósofa húngara Ágnes Heller denominó “refeudalización”.

La refeudalización es un proceso de concentración ilícita de la riqueza económica de una sociedad que permite a una camarilla política constituirse en un grupo corporativo estatal compitiendo de manera irregular en el mercado y, si es posible, sometiendo a los grupos económicos tradicionales de esa sociedad.

Paralelo a las referidas acciones el grupo corporativo construye una plataforma clientelar disfrazada de “ayuda social” para convertir a los sectores empobrecidos en compromisarios del voto. Mediante la señalada “ayuda” millones de personas excluidas por el modelo económico sustentado por la camarilla corporativa reciben como regalo paternal las migajas de lo que les corresponde por derecho, mientras los índices de desarrollo humano expresan la realidad de la ineficacia del modelo económico basado de modo exclusivo en el crecimiento del PIB.

Estas prácticas, gestadas desde el trujillato, han sido continuadas e incrementadas por una generación política que se autoproclamó depositaria de un estandarte de moralidad que los distinguía de las prácticas nepotistas, clientelares y corruptas.

Así, hemos arribado a las elecciones del año 2020 dentro de un sistema caracterizado por la hipercorrupción con su terrible secuela de degradación espiritual. Si en la sociedad dominicana de hoy muchas personas sospechan de cualquier programa comunitario se debe a la decepción generada por años de prácticas de amistad política y refeudalización que han convertido en quimera todo proyecto de reorganizar el Estado sobre bases no clientelares.

Y, poco a poco, se va socavando nuestra humanidad con su potencial de empatía y solidaridad mientras resuenan las palabras que Aristóteles escribió en la Política (1253a 30-35): “…apartados de la ley y de la justicia, nos convertimos en el peor de todos los animales”

Fuente: https://acento.com.do/deportes/noche-de-apertura-en-duelos-nacionales-yanquis-y-dodgers-gigantes-8837089.html

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La investigación humanística ante la pandemia

Por:  Leonardo Díaz

 

Las situaciones de urgencia generan problemas inmediatos que deben ser tratados con soluciones rápidas y eficientes, pero dichas situaciones son a su vez consecuencias de una cadena de acontecimientos que requieren ser pensados de modo transdisciplinar.

Cuando este artículo haya sido publicado, habrá concluido el IV Seminario de Investigación Humanística: la investigación humanística ante la pandemia, evento virtual organizado por la Dirección de Investigación de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

El evento fue organizado por primera vez en el año 2017, con la iniciativa del ex Director de Investigación de la facultad, el Premio Nacional de Literatura, Dr. Manuel Matos Moquete. Desde entonces, hemos organizado tres seminarios dedicados a presentar el estado y los resultados de las investigaciones que profesores investigadores de la principal universidad pública de la nación realizan en los campos de la filosofía, la lingüística, la literatura, la psicología, la historia y la antropología.

Desde una mirada superficial, puede pensarse que los tiempos que transcurren

no son propicios para la interpretación sino para la acción. Semejante supuesto obvia que nuestros actos son ejercicios de interpretación. Las situaciones críticas no son una excepción.

Podemos pensar que las situaciones excepcionales, como esta pandemia que vivimos, deben marginar la reflexión pausada. Es un error conceptual. Las situaciones de urgencia generan problemas inmediatos que deben ser tratados con soluciones rápidas y eficientes, pero dichas situaciones son a su vez consecuencias de una cadena de acontecimientos que requieren ser pensados de modo transdisciplinar. Además, las decisiones tomadas en medio de la crisis tendrán repercusiones para el período poscrítico.

Por esta razón, la búsqueda de soluciones inmediatas no elimina la función de la reflexión humanística. No puede posponerse para cuando se haya normalizado la vida. De hecho, esta normalización requiere ser cuestionada constantemente, en todas sus facetas.

De ahí la necesidad de seguir organizando eventos como el señalado para seguir pensando las narrativas que construimos para pensarnos como sociedad y los retos que nos depara el futuro en el proyecto de una sociedad más inclusiva.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/la-investigacion-humanistica-ante-la-pandemia-8832957.html

Imagen: https://pixabay.com/

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Los límites del cientificismo

Por: Leonardo Díaz 

En mi artículo de la semana pasada, “Educación problematizadora”, https://acento.com.do/2020/opinion/8825234-educacion-problematizadora/ critico una concepción cientificista de la educación, la perspectiva según la cual, debemos centrarnos en las denominadas “ciencias duras”, mientras las disciplinas humanísticas deben ocupar un lugar marginal o de adorno curricular.

Si educamos en una perspectiva cientificista es más problable interiorizar una mirada acorde con esa educación al lidiar con las situaciones problemáticas que emergen de la vida, con todas las limitaciones que esa mirada conlleva.

En un artículo titulado “La respuesta comunicativa a la crisis del coronavirus”, https://metode.es/revistas-metode/opinio-revistes/especial-covid-19-es/la-respuesta-comunicativa-a-la-crisis-del-coronavirus.html publicado en el último número de Mètode, revista de divulgación científica de la Universidad de Valencia, Celeste Condit muestra la importancia de trascender esa mirada cientificista ante las situaciones problemáticas.

En el referido artículo, Condit señala que determinadas medidas en materia de decisiones públicas para abordar la actual pandemia de la COVID-19 se encontraron con los escollos prácticos de solo tener en cuenta la perspectiva de la biología, obviando las variables sociales que inciden en la propagación de la enfermedad.

Tahira Vargas, en su artículo titulado “Covid 19 y desigualdad social” , https://acento.com.do/2020/opinion/8799731-covid-19-y-desigualdad-social/ y el autor de este escrito, en el artículo “Estado de excepción y actitud crítica”, https://acento.com.do/2020/opinion/8800585-estado-de-excepcion-y-actitud-critica/  se refieren al problema de las variables sociales y culturales que pueden entorpecer las medidas establecidas por un determinado Estado en el contexto de una crisis.

Cuando tenemos una mirada cientificista de los problemas tendemos a creer que los fenómenos se reducen a una mera explicación biologicista, fisica o, como resulta hoy en boga, cognitiva.

Pero los fenómenos raramente responden a un solo tipo de variable explicativa, mucho menos las pandemias, que además de ser hechos biológicos, constituyen fenómenos sociales. Por consiguiente, para lidiar con una pandemia, además de la perspectiva epidemiológica y virológica, se requiere de la mirada que las disciplinas humanísticas proporcionan para analizar los imaginarios envueltos en los comportamientos de las poblaciones afectadas, los discursos empleados por los gestores de las crisis con sus metáforas políticas  envueltas, la sociología de los colectivos que interactúan en la solución de las crisis, las correlaciones de poder que condicionan las decisiones científicas, entre otros factores.

Mirar el mundo desde una perspectiva cientificista es como aferrarse a mirar la superficie del océano negándose a ver las capas subyacentes que lo constituyen. No solo no tendremos una mirada integral del fenómeno observado, sino que creeremos que lo real se reduce a lo observado desde esa única perspectiva. Entonces, será más difícil abordar situaciones que exigen enfoques y soluciones transdiciplinares.

Fuente: https://acento.com.do/2020/opinion/8827913-los-limites-del-cientificismo/

Imagen: https://pixabay.com/

 

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Educación problematizadora

Por: Leonardo Díaz

Los días de la COVID-19 han motivado que algunos opinantes dediquen una mirada de afecto a la ciencia, objeto de culto y de olvido, en la sociedad moderna.

Dentro de las opiniones más llamativas se encuentran aquellas que, además de recordarnos el deber de los Estados con el financiamiento de la investigación científica, priorizan la educación científica como base de los programas educativos.

No tendríamos ninguna objeción a las referidas afirmaciones sino fuera porque, usualmente, ese amorío epistémico viene acompañado de una mirada de desdén hacia las disciplinas académicas que no son ciencias naturales, a las que se les tiene como un complemento prescindible o una forma de instrucción cultural anecdótica.

Todavía hay opinantes quienes, negándose a reflexionar sobre la atmósfera intelectual que nos ha colocado en una profunda crisis espiritual, siguen pensando que debemos orientar nuestra educación adecuándola a criterios como los del Informe PISA. Pero estos criterios forman parte de una cosmovisión del mundo que debemos seguir replanteando en un mundo pospandemia.

Antes que el SARS-CoV-2 iniciara su recorrido desde Oriente, veníamos cuestionando un modelo que piensa la educación solo en función de su capacidad para aumentar la rentabilidad. Los programas educativos, los rankings y los informes como PISA responden a este concepto de la educación relacionada con el crecimiento económico, no interesado en formar personas que desarrollen muchas de sus potencialidades dentro del contexto de una sociedad democrática.

En este sentido, la valoración de la ciencia que escuchamos y leemos ahora no es una excepción. Se acude a ella, por razones instrumentales, porque la necesitamos para producir una vacuna contra una pandemia que no nos deja volver a nuestra ansiada normalidad económica, sin preguntarnos si esa normalidad no es problemática y si la ciencia, entendida en esos términos instrumentales, es realmente lo que debemos promover.

A una concepción del mundo economicista e instrumentalista responde una visión instrumental de la educación donde la ciencia no es necesaria porque ayude a ampliar nuestra comprensión del mundo y a refutar las supersticiones que nos embrutecen, sino porque contribuye a entrenar trabajadores que sostegan la dinámica del modelo económico neoliberal.

Y por supuesto, dentro de este modelo, las disciplinas no científicas, como la filosofía, no encajan, o se ajustan mal. Mucho más en las escuelas, el centro de adoctrinamiento biopolítico por excelencia, donde resultan molestas; a lo sumo, mero decorado dentro del gran escenario de las “ciencias duras”. ¿Por qué dedicar horas a estudiar disciplinas filosóficas en vez de dedicarlo a las matemáticas, la física y la biología? Ya es suficiente con las ciencias sociales.

Pero la enseñanza de las ciencias naturales y las ciencias sociales se articulan en una concepción del mundo basada en supuestos sobre la realidad, sobre el conocimiento, y también, con implicaciones éticas. Por ello, debemos reflexionar sobre esas cosmovisiones que fundamentan nuestros aprendizajes y acciones desde muy temprana edad.

La ciencia debe estar al servicio de la vida humana, no solo desde el punto de vista biológico, cuando nos sentimos amenazados por la muerte. Debe estarlo todo el tiempo, en todas las dimensiones que nos hacen humanos. Para ello, se requiere someterla a la autorreflexión problematizadora de las disciplinas humanísticas, con el fin de explicitar nuestras ideas y acciones, mientras ampliamos nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos.

Fuente: https://acento.com.do/2020/opinion/8825234-educacion-problematizadora/
Imagen: https://pixabay.com/
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