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Conspiranoia política

Por: Leonardo Díaz

Gracias a la cultura digital, los usuarios conforman mundos de datos personalizados reforzando sus creencias y deseos a partir de la información que proporcionan a los sistemas algorítmicos de las redes sociales.

Ante el asombro internacional, el proceso electoral estadounidense ha sido enrarecido por una atmósfera de conspiranoia creada por el 45to presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.

El presidente candidato ha “denunciado” un supuesto fraude perpetuado por el Pardido Demócrata, con el apoyo de todos los medios de comunicación que han proyectado la victoria de su opositor, Joe Biden, y por implicación, con el contubernio de miles y miles de personas que se requerirían en cada Estado de la Unión Americana para ejecutar la infamia.

Durante la campaña electoral el presidente había diseñado una estrategia de descrédito sobre el proceso y sus rivales. “Advirtió” que intentarían robarle las elecciones mediante el voto por correo que, debido a las características de grandes segmentos de la población con intención de voto demócrata en los Estados Unidos, favorecía mayoritariamente a Joe Biden.

“¿Por qué Trump denuncia fraude electoral?” es el título de un artículo publicado en este mismo periódico por el psiquiatra Raj Persaud, https://acento.com.do/opinion/por-que-trump-denuncia-fraude-electoral-8880105.html?fbclid=IwAR3WwTCOCkaInssFqZz-3eBY7-mjJxEThM2eLrGh7Ef1n68Q5NAmdqO6J2Y interrogante que muchas personas habrán realizado en los últimos días.

En su artículo, Persaud reseña un estudio realizado durante las elecciones del año 2016, publicado recientemente en la revista Research & Politics, acerca de los efectos producidos por la retórica conspirativa relacionada con la interferencia electoral en adultos norteamericanos con edad de votar. (https://journals.sagepub.com/doi/pdf/10.1177/2053168020959859).

Los resultados del estudio son preocupantes. La exposición a una retórica conspirativa relacionadas con interferencias electorales aumenta los sentimientos de ira, frustración e indignación reduciendo la credibilidad en las instituciones democráticas.

Las teorías conspirativas tienden a prosperar, como señala en una reciente entrevista el psicólogo evolutivo Steven Pinker, https://elpais.com/ideas/2020-11-07/steven-pinker-el-partido-democrata-debe-distanciarse-de-la-palabra-socialismo.html?ssm=FB_CC&fbclid=IwAR3wlLvy1Nwy3zcMxWv_rPPzE3WUK3BWeTKAGwzKx9dq2AED33QBcndtj64 porque los seres humanos nos nutrimos de narraciones para lidiar con los problemas de la vida cotidiana.

Estas narrativas simplifican el mundo comprendiéndolo en dicotomías: bueno-malo; seguro-amenazante; pro-vida-anti-vida; entre otras dualidades. Estos relatos han sido útiles para nuestra sobrevivencia como especie.

Las referidas narraciones refuerzan el sentido de co-pertenencia a la tribu donde los individuos se interpretan a sí mismos como encarnaciones del lado positivo de las dicotomías y colocan al integrante del otro grupo (étnico, religioso, ideológico) en el lado negativo de las mismas.

Gracias a la cultura digital, los usuarios conforman mundos de datos personalizados reforzando sus creencias y deseos a partir de la información que proporcionan a los sistemas algorítmicos de las redes sociales. En esta atmósfera, se propagan los prejuicios conspirativos de los colectivos más predispuestos a ellos, como los derrotados de una contienda electoral.

Así, la conspiranoia poselectoral estadounidense es comprensible, pero no deja de ser injustificable que una tendencia irracional de los seres humanos sea explotada de manera ególatra e irresponsable por un líder autoritario, apoyado por una maquinaria partidaria que intenta obtener capital político a costa de las instituciones, las leyes y la ciudadanía.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/conspiranoia-politica-8881879.html

 

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Sectarismo político y democracia

Por: Leonardo Díaz


Contra esta tendencia tiene que luchar la formación democrática, que debe ser una educación emocional, esto es, un entrenamiento sobre nuestros hábitos con el propósito de forjar una “segunda naturaleza” para forjar una convivencia social abierta, diversa y pacífica.

En mi pasado artículo “mentira, charlatanería y posverdad”, https://acento.com.do/opinion/mentira-charlataneria-y-posverdad-8876863.html relaciono la charlatanería y la posverdad con el retorno de los fundamentalismos políticos. Un ejemplo marcado de ello es la sociedad estadounidense, que desde hace décadas viene experimentando un preocupante proceso de radicalización del sectarismo político.

Los fundamentalismos han existido desde los inicios de la civilización humana, pero resulta alarmante cómo sociedades consolidadas como comunidades democráticas muestran prácticas autoritarias aparentemente superadas, alimentadas por líderes populistas y charlatanes, el efecto burbuja de las redes sociales y una atmósfera cultural afín caracterizada por la posverdad.

Las lecciones recientes del espectro político internacional indican que no estamos ante un fenómeno accidental o frente a una anomalía política de las sociedades abiertas.  En parte, porque los fundamentalismos tienen una base biológica y psicológica que los ha hecho constitutivos de la condición humana.

Evolucionamos siendo parte de clanes que combatían de modo violento contras otras tribus por tierras, alimento o supremacía. Y nuestra sobrevivencia está muy relacionada con la capacidad de nuestro cerebro para generar sesgos cognitivos que nada tienen que ver con adaptar nuestras creencias a una realidad independiente de nuestras apetencias y emociones, sino para reforzarlas como mecanismo de adaptabilidad y autoafirmación.

La cultura es la batalla permanente contra esas imposiciones de la biología y la psique. Por ello, resulta más natural la tendencia a desconocer las afirmaciones que contradicen lo que deseamos creer, así como la tendencia a percibir al integrante de otro grupo (étnico, religioso, ideológico) como una amenaza.

Contra esta tendencia tiene que luchar la formación democrática, que debe ser una educación emocional, esto es, un entrenamiento sobre nuestros hábitos con el propósito de forjar una “segunda naturaleza” para forjar una convivencia social abierta, diversa y pacífica.

Una educación de toda la vida, que implica la práctica diaria de la culttura democrática. La amenaza de los fundamentalismos y autoritarismos estará siempre latente, podrá emerger cíclicamente, ya sea con la elección de líderes políticos sectarios y autoritarios, o socavando las instituciones democráticas y el espacio público mediante un ejercicio cotidiano de negación dialógica.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/sectarismo-politico-y-democracia-8879630.html

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Mentira, charlataneria y posverdad

Por:  Leonardo Díaz

La posverdad ha sido definida como la indiferencia hacia los hechos. Se asemeja a lo que el filósofo Harry Frankfurt denominó como “bullshit”. El término ha sido traducido en la literatura académica castellana como “charlatanería”.

En su obra On Bullshit, Frankfurt considera que la charlatanería se caracteriza por la carencia de interés en la verdad, por la indiferencia hacia “el modo de ser de las cosas”.

Así, la charlatanería se diferencia de la mentira en que ésta presupone la creencia en la verdad. La charlatanería implica la asunción de que no existe la verdad derivando de ello que los datos no se usan para contrastar afirmaciones, sino sólo para seducir y ganar adherencias. El acto de mentir requiere asumir el conocimiento de la verdad y tener la intención de ocultarla en función de unos intereses personales.

El entorno político contemporáneo se encuentra protagonizado por líderes que no pretenden encubrir la verdad y revelan su absoluta indiferencia hacia la misma. Líderes cuya concepción del mundo responde al supuesto de que la vida humana es una competencia implacable entre los seres humanos para obtener el éxito entendido como capacidad para acrecentar la riqueza, la fama y el poder personal.

En función de esta visión del mundo nadie busca la verdad. Todos nos valemos de los recursos disponibles para obtener nuestro propósito, el éxito comprendido en los términos descritos. Por consiguiente, las informaciones se emplean en función de si las mismas sirven al propósito de ganar: unas elecciones, un puesto político, la aceptación popular.

Parecen evidentes las implicaciones comunes que se derivan de la charlatanería y de la mentira. ¿Pero tienen también distintas implicaciones? Si la mentira implica el ocultamiento de la verdad, no el desconocimiento de su existencia, deja abierto el espacio para su desvelamiento. Por el contrario, la charlatanería y la posverdad, con su indiferencia hacia la verdad, clausuran dicho espacio dejando la búsqueda de la verdad como una mera quimera.

Y sin una idea de la verdad -no sostengo que deba ser necesariamente el supuesto de la verdad como correspondencia-, sin datos que sean aceptados como referentes comunes para validar nuestros discursos, la actividad política se reduce a un asunto de gustos, preferencias sin fundamentación, sentimentalismos, o sectarismos fundamentalistas.

Si es así, no es de extrañar el ascenso común de la charlatanería, la posverdad y las nuevas expresiones del fundamentalismo político en el escenario político internacional.

Fuente e imagen:  https://acento.com.do/opinion/mentira-charlataneria-y-posverdad-8876863.html

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De tribus políticas y posverdad

Por: Leonardo Díaz


Esto obedece a que se incrementa la percepción, con la ayuda de las redes sociales, de que los compromisarios del partido rival socavan el estilo de vida común, constituyen una amenaza contra el futuro de los hijos, o destruyen el orden de justicia.

Uno de los rasgos más destacables de la atmósfera intelectual contemporánea es el llamado “filtro burbuja”, un entorno de información personalizado construido a partir de algoritmos.

Como los algoritmos configuran un mundo personal de información a partir de las informaciones e intereses proporcionados a partir de nuestras búsquedas en la web, aumenta la probabilidad de que recibamos contenidos informativos que confirmen nuestras creencias o refuercen nuestros gustos.

Por tanto, no es casualidad que un hombre creyente en teorías de la conspiración sea retroalimentado con informaciones sobre el “complot del coronavirus”, o que una mujer convencida de los efectos curativos del yoga reciba promociones sobre cursos, libros, talleres o videos sobre los efectos saludables de la referida práctica.

En temas partidarios, los usuarios se verán dentro de “cámaras de información” sobre la base de sus adherencias políticas.

Por consiguiente, no es de extrañar que notemos en el ambiente político contemporáneo un reforzamiento de los radicalismos y sectarismos ideológicos. La sociedad norteamericana es un buen ejemplo de  ello, como  confirma el periodista José Galindo en un artículo del diario El país, titulado: “un país convertido en dos tribus”. ://elpais.com/internacional/elecciones-usa/2020-10-06/un-pais-convertido-en-dos-tribus.html

En el referido artículo, Galindo muestra los datos del Pew Research Center (2018), sobre la polarización en torno a la figura del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Según estos datos, de todos los presidentes de la postguerra, el mandatario norteamericano es quien goza de mayor aceptación entre los que se declaran seguidores de su partido (84%) y el del menor aceptación entre los que se definen contrarios. (7%).

Esta tendencia se ha ido gestando desde hace décadas. Los datos muestran diferencias significativas en función de la adherencia partidaria entre todos los presidentes desde la Segunda Guerra Mundial. Pero, al mismo tiempo, se aprecia un dato preocupante: desde 1994 se ha duplicado el porcentaje de percepción negativa que los seguidores de uno de los partidos principales de la unión americana posee con respecto a los simpatizantes del otro gran partido que disputa la intención del voto del electorado estadounidense.

En este contexto, se radicalizan las posturas. Lo que debería ser un debate sobre ejecuciones y propuestas sometibles a contrastación, se transforma en una batalla entre tribus para preservar el poder. Entonces, poco importa la evidencia, o justificar nuestras creencias. Solo importa imponer las opiniones personales. Se abren los senderos de la posverdad y, a través de ellos, se vislumbran en el horizonte formas autoritarias de vida.

Fuente:  https://acento.com.do/opinion/de-tribus-politicas-y-posverdad-8871930.html

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Telebasura electoral y posverdad

Por: Leonardo Díaz


En este contexto cultural el debate presidencial no permite explicitar temáticas, reformular problemas, estimular la discusión racional de la opinión pública. Se convierte en un acicate para la radicalización de las posturas previamente asumidas antes de la discusión.

Hace una semana se celebró el primero de los debates electorales entre los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump y Joe Biden, llevado a cabo en Cleveland, Ohio.

La disputa retórica entre los candidatos presidenciales de la unión americana, tradición arraigada en la cultura política estadounidense, debe propiciar un espacio para la discusión sobre los programas políticos representados por los aspirantes a la presidencia, mostrar las agendas de los proyectos en pugna.

Estos debates han tenido siempre el propósito de orientar la intención de voto del electorado estadounidense hacia la propuesta partidaria personal, pero, ante todo, resultan interesantes porque expresan signos de la atmósfera del tiempo prevaleciente en un momento determinado.

Así, en este debate podemos observar indicadores de ese fenómeno cultural tan distintivo de nuestro tiempo denominado posverdad y por qué el actual presidente de Estados Unidos se ha convertido en una de sus encarnaciones ejemplares.

¿Cómo entender su rechazo hacia las normas mínimas de un debate razonable? ¿Cómo comprender su indiferencia a los argumentos racionales para contrarrestar las críticas a su gestión de la pandemia o a sus compromisos con la movilización supremacista blanca?

Un escenario que debía ser ejemplo del debate democrático fue convertido en un plató autoritario, con un presidente entregado al simulacro de la telebasura; sin el cuidado de las formas, imponiendo la vulgaridad, la elevación de la voz y el ataque personal. Todo ello avasallando con ímpetu de “macho alfa” presentado luego como indicador de superioridad personal.

La posverdad implica la cuestión problemática de que el acceso generalizado a los datos por parte de la ciudadanía, como resultado de la Revolución Digital, no ha impedido la marginación de la información y de la evidencia en el debate público por la adherencia emocional a una postura ideológica. En este contexto cultural el debate presidencial no permite explicitar temáticas, reformular problemas, estimular la discusión racional de la opinión pública. Se convierte en un acicate para la radicalización de las posturas previamente asumidas antes de la discusión.

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Carrera académica e investigación

Por: Leonardo Díaz

¿Pueden las universidades dominicanas, carentes de los ingentes recursos económicos de las universidades norteamericanas lidiar con los costos de una carrera académica? Miremos hacia países del área con desarrollo similar al nuestro.

El Dr. Samuel Bonilla ha publicado un artículo de suma relevancia para la educación superior dominicana, Entendiendo la gravedad del asunto: innovación y ordenamiento profesoral, donde reflexiona sobre una cuestión crucial, aunque no es la única, para el auténtico salto cualitativo de las universidades dominicanas.

Nos referimos al problema del vínculo profesor-universidad en la carrera académica. En ella se establecen los procedimientos de vinculación y continuidad del académico dentro de una institución de educación superior; sus responsabilidades, así como los mecanismos de ascenso y reconocimiento.

El núcleo de la carrera académica en las universidades referentes del mundo es la contratación del profesor a tiempo completo con un salario que le permita dedicar su horario laboral a la investigación y a la docencia exclusiva dentro de la institución que lo ha contratado. Con ello se evita la situación que el Dr. Bonilla denomina con el gracioso término de “profesor taxi”, un docente que recorre toda la ciudad impartiendo horas de clase en distintas instituciones para reunir un salario de sobrevivencia.

Las universidades dominicanas han estandarizado esta modalidad de docente contratado por horas de clase. En una sociedad donde todavía, en pleno siglo XXI, nuestras instituciones de educación superior no llegan a pagar mil pesos por hora en el nivel del grado (solo algunas superan la barrera de los 600 pesos), un docente en República Dominicana necesita superar las 40 horas semanales de clase para reunir un salario mínimamente decente para un profesional que debe tener como grado mínimo para ser contratado una maestría y, con preferencia, un doctorado.

Así, las universidades dominicanas se nutren de un profesional que enseña, no de un investigador docente. Se trata de un modelo perverso donde el profesor puede enseñar durante décadas en una universidad bajo la modalidad de servicios por jornada, en condiciones de inestabilidad extrema, que se agravan con las crisis económicas periódicas, como la que vivimos hoy, en este caso como producto de la pandemia de la COVID-19.

Es obvio que si se dedica el número de horas señaladas para impartir clases, no queda el tiempo requerible para lo que debe ser el epicentro de la vida de un profesor universitario: la investigación, el proceso de producción de conocimiento nuevo en un campo disciplinar.

Y si los docentes universitarios dominicanos no son productores de conocimiento, entonces, como los profesores de educación media, se dedican a ser meros reproductores de la tradición científica de la humanidad. En sentido general, nuestras universidades funcionan como escuelas grandes.

Dada la situación descrita, no es de extrañar nuestros déficits en la generación de conocimiento y las dificultades para la constitución de comunidades epistémicas consolidadas.

¿Pueden las universidades dominicanas, carentes de los ingentes recursos económicos de las universidades norteamericanas lidiar con los costos de una carrera académica? Miremos hacia países del área con desarrollo similar al nuestro. No tienen el porcentaje de profesores contratados a tiempo completo de una universidad estadounidense o europea, pero tampoco se sostienen en el alarmante porcentaje de “profesores taxi” como las instituciones de educación superior dominicanas.

Se debe trascender la estrechez de miras. La carencia de una carrera académica refuerza el círculo de la estrechez económica, pues la riqueza de las universidades y de los países es el conocimiento que generan. Sin profesores vinculados a una carrera académica consolidada, la producción de conocimiento es el acto encomiable de un héroe intelectual. Es muy precario que nuestro futuro dependa de los héroes.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/carrera-academica-e-investigacion-8866304.html

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Esencialismo y negacionismo racista

Por: Leonardo Díaz

El racismo no solo alude a una ideología segregacionista explícita o legitimada jurídicamente en una sociedad. También existen otros racismos implícitos no legalmente establecidos, pero culturalmente aceptados e incorporados a la vida cotidiana.

En el coloquio virtual, celebrado la pasada semana, “Los fundamentos filosóficos del racismo”, pude percibir dos actitudes entre algunos integrantes del público.

La primera puede ser denominada como actitud esencialista. Desde esta perspectiva es difícil concebir los conceptos como cambiantes y determinados por los contextos donde se aplican. A ciertas personas se les dificulta comprender que el concepto de racismo, como cualquier otro término que aluda a un fenómeno social, puede tener distintos significados y distintas expresiones. Por ejemplo, el racismo no solo alude a una ideología segregacionista explícita o legitimada jurídicamente en una sociedad. También existen otros racismos implícitos no legalmente establecidos, pero culturalmente aceptados e incorporados a la vida cotidiana.

La segunda actitud es el negacionismo. Ya sea por motivos emocionales o ideológicos, algunas personas niegan la existencia de prácticas racistas en la sociedad dominicana.

En algunos casos, no se perciben las diferentes actitudes, conductas, discursos y simbologías cargadas de un imaginario racista; en otros casos, se minimizan relativizándolas dentro de otros enfrentamientos como son los conflictos entre clases sociales.

Piensen, por ejemplo, en el fenómeno de la publicidad. ¿Cuál es el fenotipo predominante en nuestros comerciales? ¿Qué roles sociales se les asignan de modo consistente a las personas negras en los mismos?

Las actitudes señaladas también pueden constituir un mecanismo de defensa discursiva de quienes han asumido posturas xenófobas vinculadas al racismo más rancio.

En todo caso, el esencialismo y el negacionismo en el tema racial obscurece el abordaje del problema y no contribuye a la búsqueda de sus soluciones.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/esencialismo-y-negacionismo-racista-8864343.html

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