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La política del miedo

Por: Leonardo Díaz

Cuando un líder populista logra transmitir las sensaciones señaladas, estamos a un paso de la constitución de un entorno político polarizado y violento que socava las bases de la coexistencia democrática.


Aristóteles afirmó que el miedo (phóbos) constituye una aflicción de la imaginación (phantasía) acompañada de una sensación de impotencia ante el advenimiento de algo que se percibe como un mal. (Retórica 1382a 21-25).

Martha Nussbaum retoma esta definición en La monarquía del miedo. Quiero subrayar un aspecto fundamental de la referida conceptualización. El miedo se configura partiendo de las sensaciones y percepciones de los seres humanos, no tanto a partir de procesos intelectivos. Si es así, el miedo opera a un nivel muy visceral de la corporalidad humana y por tanto, difícil de encarrilar racionalmente”.

Como señala Nussbaum, el miedo tiene un marcado sello narcisista. Cuando lo sentimos, nos centramos en nosotros mismos. Como mecanismo de nuestra evolución biológica ha contribuido a nuestra sobrevivencia al activar el estado de alerta. Pero, inflamado, es una fuente ingente de daño colectivo a pesar de las restricciones de la cultura.

Inflamar la emoción que ocupa nuestra reflexión es lo propio de la política del miedo. Nussbaum nos recuerda tres aspectos señalados por Aristóteles como marco conceptual para reflexionar sobre la misma. Los líderes que aspiran a fomentar el miedo entre sus seguidores:

  1. a.Describen un acontecimiento apremiante como fundamental para la sobrevivencia de la ciudadanía.
  2. b.Convencen a los ciudadanos de que el suceso está cercano.
  3. c.Transmiten la sensación de que la población está en una situación de indefensión que les impide tomar el control de la situación por sí mismas.

Cuando un líder populista logra transmitir las sensaciones señaladas, estamos a un paso de la constitución de un entorno político polarizado y violento que socava las bases de la coexistencia democrática.

Nussbaum nos recuerda un claro ejemplo sobre el problema, relatado por el historiador ateniense Tucídedes, en sus Historias del Peloponeso (III. 25-28; III. 35-50). Como consecuencia de la revuelta de algunos hombres, un orador populista, Cleón, defendió la necesidad de ejecutar a todos los varones adultos de la colonia de Mitilene, esclavizando a todas su mujeres y niños.

A pesar de la desproporcionalidad del castigo, Cleón convenció a la asamblea ateniense del peligro inminente que representaban todos los habitantes de Mitilene, y las consecuencias inevitables e inmediatas que se cernían sobre Atenas si no daba un escarmiento a todos sus habitantes.

Convencidos por Diódoto, la asamblea ateniense revocó su resolución y una nueva embarcación zarpó para impedir la empresa de la primera. Por fortuna, llegó primero.

El suceso descrito por Tucídides retrata las debilidades de las democracias cuando sucumben a la política del miedo. Los individuos pueden tomar decisiones violentas contra otras personas, no porque decidan infligir daño de manera intencional a favor de una causa injusta, sino por considerar que el objeto de su agresión representa un peligro inminente contra ellos y todo lo que aman.

Es una lección que no deberiamos olvidar en este tiempo donde la violencia estimulada por la política del miedo, en sintonía con la estructura de las emociones humanas, se percibe simplemente como extremismo ideológico, megalomanía personal, o anomalía democrática.

Fuente:  https://acento.com.do/opinion/la-politica-del-miedo-8901761.html
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“Feliz año pasado”

Por: Leonardo Díaz 

Desprendernos de las cosas no significa arrojarlas a la nada. En muchas ocasiones, significa traspasarlas a quienes pueden resignificarlas en función de sus propios estados de ánimo.

Algunas personas aprovechan el fin de año para despojarse de viejos objetos. Esta práctica puede circunscribirse a un mero acto de limpieza. También, puede constituir un acto simbólico de renovación personal muy arraigado en la historia de la civilización humana.

El proceso de recreación emocional llevado a cabo al despojarse de las cosas personales es la sipnosis de la película Feliz año pasado, del director y guionista tailandés Nawapol Thamrongrattanarit, disponible en plataforma de streaming.

El film cuenta la historia de una joven tailandesa llamada Jean. Influida por la perspectiva de Marie Kondo, gurú japonesa del katazuke, práctica de ordenar e higienizar, Jean decide resideñar su espacio hogareño de un modo minimalista.

De acuerdo con el enfoque de Kondo, las pertenencias deben arrojarse si no proporcionan alegría a su dueño. Pero, ¿cuál es el significado de que un objeto ya no te de alegría? Nuestra relación emocional con las cosas no es estática, ni meramente instrumental. La foto de una persona puede agradarnos o irritarnos dependiendo de nuestra actitud emocional con ella al momento que observamos su retrato. Una cosa adquiere valor, aunque no nos guste por si misma, por remitirnos a alguien que nos la regaló con afecto.

Los objetos adquieren sentido a partir de nuestros vínculos emocionales con los demás. A veces, nos desprendemos de los objetos como un acto simbólico que representa nuestra desvinculación con personas a las que debemos dejar marchar; pero también, a veces los conservamos como la expresión simbólica de la rememorización de relaciones que aún nos proporcionan sentido.

En síntesis, nuestra relación con los objetos no se reduce a un “usar y tirar”.Conlleva una circulación de significados forjados en comunidad, como lo son nuestros rituales y celebraciones, incluyendo las festividades del Año Nuevo.

Fuente: https://acento.com.do/

Imagen: https://pixabay.com/

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“Feliz año pasado”

Por: Leonardo Díaz 

Desprendernos de las cosas no significa arrojarlas a la nada. En muchas ocasiones, significa traspasarlas a quienes pueden resignificarlas en función de sus propios estados de ánimo.

Algunas personas aprovechan el fin de año para despojarse de viejos objetos. Esta práctica puede circunscribirse a un mero acto de limpieza. También, puede constituir un acto simbólico de renovación personal muy arraigado en la historia de la civilización humana.

El proceso de recreación emocional llevado a cabo al despojarse de las cosas personales es la sipnosis de la película Feliz año pasado, del director y guionista tailandés Nawapol Thamrongrattanarit, disponible en plataforma de streaming.

El film cuenta la historia de una joven tailandesa llamada Jean. Influida por la perspectiva de Marie Kondo, gurú japonesa del katazuke, práctica de ordenar e higienizar, Jean decide resideñar su espacio hogareño de un modo minimalista.

De acuerdo con el enfoque de Kondo, las pertenencias deben arrojarse si no proporcionan alegría a su dueño. Pero, ¿Cuál es el significado de que un objeto ya no te de alegría? Nuestra relación emocional con las cosas no es estática, ni meramente instrumental. La foto de una persona puede agradarnos o irritarnos dependiendo de nuestra actitud emocional con ella al momento que observamos su retrato. Una cosa adquiere valor, aunque no nos guste por si misma, por remitirnos a alguien que nos la regaló con afecto.

Los objetos adquieren sentido a partir de nuestras vínculos emocionales con los demás. A veces, nos desprendemos de los objetos como un acto simbólico que representa nuestra desvinculación con personas a las que debemos dejar marchar; pero también, a veces los conservamos como la expresión simbólica de la rememorización de relaciones que aún nos proporcionan sentido.

Desprendernos de las cosas no significa arrojarlas a la nada. En muchas ocasiones, significa traspasarlas a quienes pueden resignificarlas en función de sus propios estados de ánimo.

En síntesis, nuestra relación con los objetos no se reduce a un “usar y tirar”. Conlleva una circulación de significados forjados en comunidad, como lo son nuestros rituales y celebraciones, incluyendo las festividades del Año Nuevo.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/feliz-ano-pasado-8897234.html

Imagen: ob Dmyt en Pixabay

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La configuración emocional de la política

Por: Leonardo Díaz

Nuestro miedo a un futuro donde los valores que constituyeron nuestro mundo ya no existan puede traducirse de manera inconsciente en odio hacia las minorías excluidas de ese mundo; nuestro enojo por la pérdida de la estabilidad económica puede interpretarse en términos de ira hacia quienes interpretamos como “culpables” de nuestra precariedad.

En mis últimos artículos he sintetizado el modelo explicativo del psicólogo Manos Tsakiris sobre el rol de las emociones en la conducta política. Desde esta perspectiva, si nuestras acciones están condicionadas por variables fisiológicas y psicológicas dirigidas a buscar nuestra seguridad, muchas de las elecciones que parecen inexplicables, desde una perspectiva intelectualista, se esclarecen.

Así, en un entorno internacional caracterizado por un proceso económico y político de gran inestabilidad, a inicios de un siglo marcado por la transición de antiguas formas de vida a otras nuevas provocadas por la globalización; ante la emergencia de nuevas sensibilidades que socaban prejuicios ancestrales; en un clima donde se ha producido un socavamiento de referentes epistémicos y éticos acentuado por la revolución digital, nuestros estados fisiológico-psicológicos configuran la radicalización emocional de la política actual.

Las emociones configuran la vida política, porque, como recuerda Tsakiris, no constituyen meras reacciones al mundo, sino que lo constituyen a partir de las experiencias emocionales previas y los conceptos emocionales de los agentes políticos.

Nuestras emociones son constantemente interpretadas. Pero pueden ser entendidas de modo erróneo. Nuestro miedo a un futuro donde los valores que constituyeron nuestro mundo ya no existan puede traducirse de manera inconsciente en odio hacia las minorías excluidas de ese mundo; nuestro enojo por la pérdida de la estabilidad económica puede interpretarse en términos de ira hacia quienes interpretamos como “culpables” de nuestra precariedad.

Estas percepciones dan lugar a interpretaciones sesgadas, especialmente, si nuestro estilo de vida es afectado y, posteriormente, estimulan la construcción de narrativas que justifican nuestras emociones para resignificar el mundo en función de nuestros deseos, prejuicios y expectativas.

Dichas interpretaciones son hoy reforzadas por los “efectos burbujas” de las redes sociales y por la cultura de la posverdad alimentada por líderes políticos sectarios e inescrupulosos.

De este modo, las personas pueden operar en el espacio público ofuscadas sobre sus convicciones epistémicas a partir de una confusión sobre sus estados emocionales.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/la-configuracion-emocional-de-la-politica-8891339.html

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Política visceral (2)

Por:  Leonardo Díaz

Como sabemos, el cerebro tiene un carácter proyectivo, anticipa situaciones que le permiten evitar el peligro . Sin esta característica, seríamos víctimas de constantes caídas en entornos dañinos para nuestra sobrevivencia.

La tradición racionalista de Occidente ha infuido en nuestra mirada intelectualista de los fenómenos sociales, obviando históricamente el rol de las emociones y el modo de orientarlas.

Es una de las razones por las que subestimamos la atracción de los tiranos, el poder electoral de los líderes autoritarios, el voto de muchas mujeres por  candidatos misóginos, o el de muchos extranjeros por individuos xenófobos.

Y con frecuencia, nuestras expectativas intelectualistas son objetadas constantemente por el devenir de los acontecimientos. Por tanto, es razonable reorientar la mirada intelectualista de estos problemas. Siguiendo al psicólogo Manos Tsakiris, deberíamos transitar de una política intelectualista a una política visceral.

El concepto de Tsakiris implica el reconocimiento de una tradición filosófica marginada. Filósofos como Thomas Hobbes o David Hume se habían referido al problema de las emociones. De hecho, Hobbes fundamenta su noción del contrato social a partir del reconocimiento de unos instintos primarios que amenazan cualquier proyecto de coexistencia pacífica y civilizada.

Desde la perspectiva de Hobbes, el Estado emerge como una necesidad de regular los instintos y el contrato social responde al imperativo de conciliar la tensión entre seguridad y libertad.  Cedemos parte de nuestra libertad a fin de garantizar la seguridad colectiva, pues podemos perder ambas si todos nos entregamos a la batalla instintiva de satisfacer nuestros deseos.

Tsakiris retoma la perspectiva Hobbesiana sobre el rol desempeñado por nuestra búsqueda de sobrevivencia en las acciones políticas integrándola a una lectura contemporánea sobre el funcionamiento de nuestra fisiología y psicología. Asume que somos organismos en constante homeostasis, procesos fisiológicos -interactuando con procesos psicológicos- de estabilización que garantizan márgenes razonables de seguridad para el mantenimiento de la vida. Entre estos procesos se encuentra, por ejemplo, la frecuencia cardíaca.

Como sabemos, el cerebro tiene un carácter proyectivo, anticipa situaciones que le permiten evitar el peligro . Sin esta característica, seríamos víctimas de constantes caídas en entornos dañinos para nuestra sobrevivencia. Tsakiris subraya que el cerebro también anticipa los estados del cuerpo para autorregularse, como por ejemplo, alterar la presión arterial para ajustarla a una inminente situación angustiante. Este proceso de autoregulación o autoestabilización mediante el cambio se conoce como alostasis.

Como Tsakiris entiende las emociones en términos de “representaciones mentales de estados corporales” con el propósito de autoregularnos, es evidente que en su modelo explicativo las mismas juegan un papel fundamental. En sus propios términos, desempeñan la función de conjetura o predicción sobre el modo en que las situaciones concretas nos afectan. Imaginemos el gesto facial de una persona y cómo la misma puede estimularnos corporalmente y, a la vez, provocar un sentimiento de sorpresa, miedo, rechazo, alerta, u otras emociones que nos incitan para actuar de un modo determinado con el propósito de volver a obtener un sentimiento de seguridad.

Estas conjeturas operan con rapidez y, en muchos casos, con mayor eficacia que cualquier proceso intelectual, pues requiere de menos tiempo para operar, siendo más factible para nuestra sobrevivencia ante las repentinas situaciones de peligro y de incertidumbre.

Este mecanismo tan eficiente para nuestra sobrevivencia biológica opera también en el espacio público, en el mundo de la acción política. Más que agentes racionales que calculan todo el tiempo sus decisiones y acciones en función de principios asumidos conscientemente, los ciudadanos operan autoregulados por esa búsqueda de seguridad. Entonces, desde esta perspectiva, ¿nos resulta extraño que las personas tomen decisiones políticas “irracionales”, pero acordes con dicha búsqueda?

Fuente: https://acento.com.do/opinion/politica-visceral-2-8889435.html

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Política visceral

Por: Leonardo Díaz

Tsakiris acuña el concepto de “política visceral” para referirse al fenómeno de la conducta humana como resultado de la experiencia emocional emergente de la interacción entre nuestra fisiología y un entorno cambiante, que afecta nuestras elecciones y acciones políticas, mientras estas afectan también a nuestras emociones.

“¿Qué significa ser un animal político en el siglo XXI?” La pregunta es formulada por el psicólogo cognitivo de la Universidad de Londres, Manos Tsakiris. Con esta interrogante, nos estimula a replantearnos la mirada intelectualista de la acción política realizada desde una interpretación de la tradición aristotélica.

Desde esa influyente interpretación, hemos entendido la conducta ética y política regida por una racionalidad en permanente conflicto con las emociones, a las que debe enfrentar y someter para organizar la sociedad con el propósito de lograr “la buena vida”.

Sin embargo, desde el pasado siglo, el desarrollo de la investigación cognitiva ha recuperado una tradición filosófica marginada en Occidente que, recuperando el rol de las emociones en nuestra condición antropológica, invierte el modelo racionalista de la ética y la política. En las palabras de Hume, recordadas por Tsakiris: “la razón es, y solo debe ser esclava de las pasiones, y nunca puede pretender otro oficio que el de servirlas y obedecerlas”. (https://aeon.co/essays/politics-is-in-peril-if-it-ignores-how-humans-regulate-the-body).

¿Significa esta mirada una apología de la irracionalidad, entregar la acción ética y política al capricho desenfrenado de la naturaleza? En modo alguno. Significa entender que nuestras acciones, aún aquellas que atribuimos al cálculo de la razón, están cargadas de emociones. Por tanto, si no le otorgamos a las mismas la jerarquía que poseen, nuestro marco comprensivo de los actos éticos y políticos quedará sensiblemente empobrecido.

Desde esta óptica, las emociones no juegan un papel marginal o excepcional en la vida política, sino que constituyen su epicentro. Tsakiris acuña el concepto de “política visceral” para referirse al fenómeno de la conducta humana como resultado de la experiencia emocional emergente de la interacción entre nuestra fisiología y un entorno cambiante, que afecta nuestras elecciones y acciones políticas, mientras estas afectan también a nuestras emociones.

Desde esta perspectiva, la comprensión de la vida política implica la asunción de nuestra corporalidad como fundamento de nuestras acciones. Con ello, nuestra mirada se encauza hacia los estados fisiológicos y psicológicos que condicionan la vida pública, y hacia cómo los mismos pueden favorecer determinados procesos sociales en función de su orientación.

Se trata de un enfoque transdiciplinar y naturalista, con importantes precedentes en la filosofía contemporánea. De este modelo teórico derivaremos consecuencias para la filosofía y las ciencias políticas en los próximos artículos de esta columna. Incorporaremos su perspectiva biológica, psicológica y humanística para un análisis integral de nuestras acciones en el espacio público y los móviles que las incitan

Fuente: https://acento.com.do/opinion/politica-visceral-8887184.html

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Posverdad, democracia y filosofía

Por: Leonardo Díaz

Hoy, tercer jueves de noviembre, Día Mundial de la Filosofía, deseo recalcar la imperiosa necesidad de promover la actividad filosófica entendida como actitud crítica y dialógica ante la vida, como advertencia ante las implicaciones de la posverdad y de los fundamentalismos.

Uno de los problemas más acuciantes de nuestro tiempo es lograr que los proyectos democráticos no sean lesionados por la posverdad.

En la medida que la ciudadanía se hace más indiferente a las evidencias y al pensamiento racional, reforzada sus opiniones partidarias y sus prejuicios a partir del filtro burbuja generado por las redes sociales, el socavamiento del diálogo democrático es cada vez más profundo.

El politólogo David Held considera que las sociedades democráticas se caracterizan por ser un espacio para el debate justo de los valores y por su capacidad para la negoción de conflictos.

Entonces, una sociedad democrática se configura a partir de espacios para la discusión crítica y racional sobre nuestras formas de vida, los principios en que se sustentan y los procedimientos que permiten concretizar esos supuestos.

¿Cómo llevar a cabo ese debate si existe una inconmensurabilad de mundos entre los ciudadanos? ¿Si no existen unos referentes comunes para llevar a cabo una conversación?

Este es el grave daño que la posverdad realiza a la democracia. Si se acrecienta el número de personas que da la espalda a las evidencias en función de sus deseos y creencias, si no se comparte un conjunto mínimo de referentes, no es posible iniciar una conversación ni arribar a ciertos acuerdos mínimos necesarios para la coexistencia pacífica y sostenible.

Hoy, tercer jueves de noviembre, Día Mundial de la Filosofía, deseo recalcar la imperiosa necesidad de promover la actividad filosófica entendida como actitud crítica y dialógica ante la vida, como advertencia ante las implicaciones de la posverdad y de los fundamentalismos.

En un momento donde las redes sociales se han convertido en fuente de insumo para la charlatanería y las fake news, donde la radicalización política promovida oficialmente por líderes autoritarios irresponsables obnubila la atmósfera intelectual dificultando la comprensión de los problemas y fenómenos sociales, se hace más necesario la exposición de nuestros niños a la reflexión filosófica.

Porque, si bien la discriminación de la información está mediatizada por nuestras emociones, podemos educarlas a través de un ejercicio temprano y constante que nos permita desarrollar hábitos de pensamiento crítico. Son estos hábitos los que hacen viable el proyecto inacabado de la democracia.

Fuente: https://acento.com.do/opinion/posverdad-democracia-y-filosofia-8884571.html

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