Por: Laura Lewin
Qué objetivo cumple hoy la educación… ¿desarrollar la creatividad y el pensamiento crítico de los chicos o sacar una producción en masa?
Los agrupan de acuerdo a su fecha de nacimiento. Sin importar sus fortalezas o debilidades, sus tiempos o necesidades, todos tienen las mismas materias, los mismos exámenes y el mismo tiempo para hacer todo. Suena el timbre para salir y entrar al aula. Los chicos, ¿van a escuelas o a fábricas?
Qué objetivo cumple hoy la educación, ¿desarrollar la creatividad y el pensamiento crítico de los chicos, o sacar una producción en masa?
Desde hace mucho tiempo todos sabemos que la educación necesita de una gran transformación.
Esa transformación está dada no sólo por los contenidos que debemos enseñar y por la forma en que se transmiten esos contenidos sino además está el tema de la arquitectura escolar: ¿depósito de niños en muebles que parecen atornillados al suelo, o espacios de aprendizaje en donde pueden aprender, crear, pensar, sentir, relacionarse, concentrarse, producir, cooperar, energizarse, activarse, y llegar a su máximo potencial?
Esperamos que nuestros alumnos sean innovadores, autónomos, que piensen de manera creativa y crítica, que sean empáticos y solidarios en un sistema que los pone en una cubetera; en un sistema que los empareja, los nivela, y espera lo mismo de todos.
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El problema es que cada niño es único y diferente, como única debiera ser su educación…. Como educadores tenemos un gran problema, y es que por primera vez en la vida estamos preparando a los alumnos para un futuro desconocido. Un futuro que no podemos predecir.
No tenemos idea de cómo será el mundo en 5 o 10 años, pero aun así, estamos educando para ese mundo.
Si el objetivo de la escuela es preparar a los alumnos para un mundo incierto, ambiguo, cambiante y versátil, ¿cómo hacemos para que cuando se encuentren con algo nuevo, en vez de recordar, puedan pensar?
Necesitamos sacar a los alumnos de este modelo pasivo, en donde deben ver y escuchar, y ponerlos a hacer, a resolver, a involucrarse con su propio aprendizaje.
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Pareciera que a muchas personas les costara comprender que si para los chicos lo que pasa en la escuela es interesante, van a aprender más y mejor.
En un siglo en donde hay una sobre saturación de información y en donde la información está a un clic de distancia, y a una velocidad impresionante, ¿el objetivo sigue siendo transmitir información o enseñar por habilidades? No queremos que solamente reciban información; queremos que sepan qué hacer con esa información y que puedan utilizar la información de diversas maneras. Este nuevo siglo nos obliga no solo a lograr que los niños aprendan, sino también a enseñarles a desaprender y a reaprender por sí mismos.
¿Y qué pasa con el talento de los niños? ¿Cuántos chicos pasan por las aulas sin que nadie se percate de sus habilidades excepcionales para una determinada actividad?
¿O los que necesitan más apoyo, más acompañamiento, o simplemente más tiempo?
El sistema educativo fue diseñado en los siglos 18 y 19 en tiempos de la revolución industrial por lo tanto lo que importaban eran las materias que preparaban a los niños para trabajar. Esto, lamentablemente, no ha cambiado, aunque el mundo sí. Seguimos dándole mucho más crédito a las materias tradicionales que a otras, alejando a muchos niños y jóvenes de sus pasiones o fortalezas. Esto puede llegar a hacerlos inducir que no son buenos académicamente. Tal vez no son buenos para matemática pero son maravillosos para la música, los deportes, el arte o las ciencias. Pero claro, pareciera que esto no alcanzara en un sistema que ensalza las fortalezas académicas por sobre las artísticas, las habilidades blandas, o el deporte.
Uno de los problemas que enfrentan los chicos es el de la inmediatez: quieren todo ya. Debido a la gran cantidad de información al alcance de la mano y a la velocidad de la luz, estos chicos ya no quieren esperar. ¡No necesitan esperar! ¡Ni pensar! ¡
Pero necesitamos que piensen! El pensamiento es el bien más importante que puede desarrollar un niño. Puede ayudarlo a generar una idea que pueda resolver un problema, a persuadir, a generar impacto, y cambiar al mundo. No sabemos qué les deparará el destino a nuestros alumnos. Brindarles herramientas para poder discernir y pensar será clave para su futuro.
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Pareciera sentido común que los chicos puedan pensar por sí mismos, pero hoy es más ciencia ficción que realidad, cuando vemos con tristeza, cómo chicos universitarios no pueden leer o comprender párrafos de mediana dificultad, que copian y pegan de internet.
Nuestros alumnos nacieron cuando Google ya existía. Su mundo incluye la tecnología. Saben y pueden acceder a información en segundos y aprender lo que sea, dónde sea y cuándo sea.
Waze o Google maps les dice cómo llegar de un sitio al otro sin tener que siquiera memorizar un recorrido. Google les dice cómo se dice tal cosa en un idioma o qué significa tal otra. Necesitan editar un documento, el celular se los hace. Claramente, en este escenario, los chicos cada vez piensan menos. La pregunta es ¿se puede enseñar a pensar? No sólo se puede. Se debe.
Y otro de los problemas con el que se enfrentan muchos niños y jóvenes es que forman parte de la generación de la gratificación. Con el sentimiento de inmediatez que nos genera el celular y la tecnología en general, estos chicos necesitan todo ya, no pueden dilatar la gratificación y esto conlleva graves problemas con el tema de la frustración. Son chicos que necesitan resolver las cosas rápido y demandan respuestas rápidas.
Para aprender, necesitamos naturalizar y desdramatizar los errores, y claro, capitalizarlos. ¿Está preparado el sistema educativo para poner el foco en aprender y no simplemente en aprobar?
¿Y están preparados los chicos para naturalizar el error cuando muchos de ellos tienen tan baja tolerancia a la frustración?
Si estudian para aprobar y enseñamos para que aprueben, ¿dónde quedó el aprender?
De hecho, muchos alumnos hacen trampa en los exámenes porque el sistema educativo valora más las calificaciones que el aprendizaje. Cuando los docentes ponen foco en que sus alumnos aprueben exámenes, pero no los entrenan para pensar de manera crítica o creativa, están enviando un mensaje claro: el objetivo de la escuela es aprobar. ¿Es ése, realmente, el objetivo de la escuela?
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Cambian los autos, los celulares, los electrodomésticos, pero no la educación. Tenemos el mismo sistema educativo desde hace más de 100 años. Cada tanto cambian los programas, cambia la manera de evaluar, pero en el fondo… nada cambia. Creo que todos coincidimos en que necesitamos transformar la educación. Este sistema está obsoleto y debe implosionar.
No existe otro momento de la historia en donde los alumnos estén expuestos a mayor estímulo. Son chicos inquietos, curiosos, y con recursos. Sin embargo, la escuela sigue pregonando el mismo discurso de siempre: sentados y en silencio.
Necesitamos entender que seguir pidiéndoles a los alumnos que memoricen respuestas no les va a servir en el mundo actual. Hoy, almacenar información, ya no es necesario. La información está disponible las 24 horas, a un click de distancia. El docente que sigue parado frente a sus alumnos dictando una clase magistral, debe saber que ese rol, el de ser la única fuente de conocimiento, ya caducó. En este nuevo mundo que se viene, sólo las mentes que se destaquen podrán sobresalir. En este escenario, más que seguir arrojándoles contenido a los alumnos, debemos trabajar de otras maneras que los involucren emocional y cognitivamente, permitirles explorar, investigar, compartir. Y es aquí donde el docente deja de colocarse en el centro del aula y se convierte en un facilitador. Esta transformación de la educación debe poder romper las barreras entre el aprendizaje y la vida. Necesitamos darles a los chicos cosas para hacer, no para memorizar; y que eso que deban hacer los obligue a pensar. Y ahí es donde surge el aprender, de un alumno naturalmente motivado por seguir aprendiendo por sí mismo.
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El alumno debe volver al centro de la escena y debe poder fusionar los conocimientos, ensamblar el aprendizaje, y hacerlo suyo, aunque en muchas aulas aún hoy siguen sentados, pasivos, escuchando al docente de turno, que no siempre logra captar su atención.
En este nuevo escenario, resulta de vital importancia que el docente pueda conectarse con sus alumnos, generar empatía y un vínculo de confianza y respeto que facilite el aprendizaje, a la vez de garantizar un aula emocionalmente sana en donde la relación entre los alumnos sea de respeto y colaboración. Ningún alumno que se sienta inseguro, nervioso o con miedo puede desplegar todo su potencial creativo. Como adultos somos custodios de la autoestima de nuestros alumnos y de generar un clima en donde nadie interfiera con el aprendizaje de otro alumno. Una vez que nos animemos a soñar, que cultivemos la humildad del hacedor, del que intenta, del que cuando cae en su intento se sobrepone y vuelve a intentar, entonces sí estaremos listos para construir la escuela del futuro, la escuela de los sueños, la escuela transformada.
Fuente: https://www.perfil.com/noticias/opinion/opinion-laura-lewin-educacion-escuelas-o-fabricas.phtml