Revalorizar el papel de los docentes en la agenda del desarrollo

Por: Laura Tiana Álvarez 

El pasado día 5 de octubre se celebró, como cada año desde 1994, el Día Mundial de los Docentes que conmemora la “Recomendación conjunta de la OIT y la UNESCO relativa a la situación del personal docente”, resolución que data del año 1966 y se erige como marco base para el abordaje y cumplimiento de los derechos y los deberes del cuerpo docente a nivel mundial. Además, en 2017 se celebran 20 años de la adopción de la “Recomendación relativa a la Condición del Personal Docente de la Enseñanza Superior” que abre la puerta hacia la reflexión y el debate sobre el estado de la enseñanza superior en el mundo.

Sirva esta conmemoración como oportunidad para reivindicar y poner en valor la labor y la profesión docente en todo el mundo, y recordar las carencias y necesidades de todos aquellos profesionales de la educación que realizan su labor en países en vías de desarrollo, y/o en contextos donde su figura está expuesta a mayores vulnerabilidades.

El lema del día mundial de este año era: “Enseñar en libertad, empoderar a los docentes”. Retomando las palabras de la UNESCO, empoderar supone “dotar de autonomía profesional, de libertad y de instrumentos al docente, que le permitan garantizar una educación de calidad de acuerdo al contexto, las necesidades y las expectativas de los alumnos”. Pero para que esto sea posible no debe perderse de vista el conjunto de necesidades y retos de los docentes a nivel mundial, pues empoderar y enseñar en libertad implica capacitación, cualificación, dignidad laboral y respeto a los derechos humanos y de los trabajadores.

Que el papel de los docentes es clave para la consecución de una educación de calidad es innegable y está globalmente asumido, pero las cifras siguen mostrando una realidad preocupante en cuanto a su situación a lo largo del planeta. Según los cálculos del UIS (UNESCO) el mundo necesita 68,8 millones de docentes para lograr la universalización de la enseñanza primaria y secundaria de aquí a 2030 y cumplir así el Objetivo de Desarrollo Sostenible 4(24,4 millones para primaria y 44,4 millones para secundaria). Además, existe otra necesidad apremiante que es la de remediar la escasez de docentes cualificados, bien preparados y con condiciones dignas de trabajo. En un tercio de los países para los que el UIS dispone de datos, menos del 75% de los docentes de escuela primaria han sido capacitados según las normas nacionales, por no hablar de la eficacia y eficiencia de dichas normas y políticas nacionales. Este fenómeno se acentúa en zonas rurales y de difícil acceso, donde el estado de los centros y las condiciones laborales desincentivan a los ya de por sí escasos docentes contratados.

Una dificultad para la formación del cuerpo docente reside en la incapacidad a día de hoy de reunir datos reales y fiables sobre el porcentaje de docentes que ejercen sin una cualificación adecuada. El número de “docentes empíricos” es muy alto, y deben buscarse soluciones específicas para, con los recursos disponibles, incorporarlos a los sistemas educativos nacionales, cumpliendo los estándares de capacitación y condiciones laborales adecuadas. Valga el caso de Guinea Ecuatorial, donde más de un 16% de los docentes en activo son profesores “voluntarios” que no cuentan con un contrato o compromiso formal de prestación de servicios, lo que les exime de derechos y de obligaciones para la permanencia y la regularidad en el servicio.

Dentro de esta problemática global, cabe hacer mención a una cuestión más concreta, pero no por ello menos importante, que pone en riesgo el ejercicio libre y adecuado de la profesión docente, y es el caso de los docentes en situaciones de conflicto. Si partimos de la base de que los fondos para educación representan tan solo el 2% del total de la ayuda humanitaria, no es difícil inferir cuál será la parte que de ello se destinará al apoyo y fortalecimiento del cuerpo docente.

Esta realidad exige soluciones urgentes por parte de la comunidad internacional. Como primer paso, el nuevo escenario de desarrollo Post 2015 que conforma la Agenda 2030 expresa uncompromiso firme y decidido para afrontar los retos y las necesidades de los docentes. La Meta 4.c del ODS4 se centra en garantizar que las condiciones de contratación, formación y desarrollo profesional de los docentes, y sus condiciones de trabajo, sean adecuadas; aun sin valores cuantificables, la meta expresa un compromiso para ser incorporado a las políticas educativas de cada país.

La Declaración de Incheon constata que “los docentes son la clave para lograr todos los objetivos de la agenda de Educación 2030. Requieren atención urgente porque la brecha de equidad en la educación se exacerba por la escasez y desigual distribución de docentes formados profesionalmente, en especial en áreas desaventajadas. Docentes y educadores deben ser empoderados, reclutados y remunerados adecuadamente, motivados, calificados profesionalmente, y apoyados dentro de un sistema de administración efectiva, eficiente y con buenos recursos”, para lo cual se identifican un conjunto de estrategias e indicadores. El Equipo Especial Internacional de Docentes (alianza mundial que reúne a gobiernos nacionales, organizaciones intergubernamentales, ONG, sector privado y agencias de NNUU), trabaja activamente en esta línea para garantizar el establecimiento de sistemas educativos eficientes, que cuenten con recursos suficientes y que estén dirigidos y gestionados de manera eficaz.

Desde la sociedad civil también se están poniendo en marcha acciones para difundir y sensibilizar al conjunto de la población a nivel mundial sobre el rol prioritario de los docentes, y la urgencia en la búsqueda de soluciones. La Campaña Mundial por la Educación, a través de las Semanas de Acción Mundial por la Educación (SAME), exige una rendición de cuentas por parte de los gobiernos nacionales, al tiempo que da voz a la sociedad civil y a los actores directos de la Comunidad Educativa.

En lo relativo a la preparación y desempeño de los docentes en contextos de emergencia y conflicto, se debe destacar el trabajo de la Red Internacional para la educación en situaciones de emergencia (INEE por sus siglas en ingles) que además de ofrecer un extenso abanico de recursos para docentes en dichos contextos, constituye una red muy importante de apoyo, de presión política y de visibilización de las principales urgencias y necesidades a cubrir.

Pero los compromisos han de traducirse en acciones reales y efectivas: programas, políticas y medidas educativas que den soluciones a problemas urgentes. Así, toda acción de cooperación para el desarrollo para la promoción de la educación como derecho humano, y toda política nacional e internacional orientada a asegurar una educación de calidad para todos y todas, debe destinar parte de sus esfuerzos y de su presupuesto al fortalecimiento de la formación y la profesión docente. En este sentido, habrá que buscar acciones específicas para atender a la adecuación de los programas de formación inicial, al tiempo que se establecen otras vías para la formación de los docentes en activo: formación en cascada, redes de asesores de formación, capacitaciones a través de unidades itinerantes, etc. Hay experiencias exitosas y muy interesantes a lo largo del planeta, en las que vale la pena detenerse. Pero el hecho es que ya no se puede mirar hacia otro lado, hay que tomar partido y actuar.

 

Fuente artículo: http://redesoei.ning.com/profiles/blog/show?id=6403560%3ABlogPost%3A550069&xgs=1&xg_source=msg_share_post

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Educación para la paz en tiempos de crisis

Por Laura Tiana Álvarez

Es esencial que la educación para la paz no sea una iniciativa puntual y aislada, sino que forme parte de un programa bien estructurado y sostenido.

En el marco del ‘Día Escolar de la No-violencia y la Paz’ conviene pararse a reflexionar sobre cuál es el papel que la educación juega en los procesos de construcción y mantenimiento de la paz. Desde el ámbito escolar, se multiplican los programas y actividades de educación para la paz y aumenta la necesidad y la importancia de trabajar en ello. Pero, ¿cuál es el papel que la educación ejerce en los países en situación de crisis o post-conflicto?, ¿puede tener un impacto positivo sobre la construcción de la paz?, ¿y durante la propia fase de conflicto? La respuesta es rotundamente sí. Pero no a cualquier coste ni de cualquier manera.

¿Qué entendemos por “paz”? Manejemos el concepto de “paz positiva” de Galtung, que presupone que las relaciones entre las personas están teñidas de conflictos multicausales, y que por tanto la paz es algo más que la ausencia de guerra o de conflicto. Afecta a todas las dimensiones de la vida y se orienta hacia un estado de pleno respeto de los derechos humanos. Así, la educación para la paz no tendría como objetivo la eliminación del conflicto, sino la enseñanza de competencias para su resolución pacífica mediante el diálogo, la mutua comprensión, la valoración de la diversidad, y la búsqueda de la justicia, pues se presupone que solo hay paz cuando hay justicia.

En este marco, ¿cuál es papel de la educación como palanca para la paz? Desde un enfoque de derechos, bastaría con señalar que la educación es en sí misma un derecho fundamental, validante de otros derechos fundamentales; promueve la libertad y la autonomía personal y genera importantes beneficios para el desarrollo. Pero al mismo tiempo, en países en situación de conflicto, se erige como un poderoso vehículo para la construcción de la paz. Considerando que la educación también es la principal perjudicada en los contextos de conflicto, así como la más desatendida, recibiendo apenas un 2% de la ayuda humanitaria total, el reto es doble: asegurar el restablecimiento de los sistemas de educación dañados -la educación como fin, como derecho y como bien público global-, y utilizar la educación como instrumento para la búsqueda de la paz -educación como medio-.

Pero la educación per se no genera automáticamente impactos positivos en los procesos de construcción de la paz. Educación y conflicto poseen una relación bidireccional y compleja. Así como el conflicto puede bloquear, transformar e interrumpir la educación, la educación también puede alimentar el conflicto, inculcando conductas y actitudes que generen tensiones interculturales o intergrupales. Informes de UNESCO sobre los conflictos armados y la educación denuncian la instrumentalización de la educación para avivar las tensiones sociales, la intolerancia y los prejuicios que conducen al conflicto armado, tal y como ocurrió por ejemplo en Guatemala, con la imposición del idioma español en las escuelas para las poblaciones indígenas del país, incrementando los sistemas y mecanismos pre-existentes de discriminación social.

Pero en la otra cara de la moneda, se evidencia el papel de la educación como palanca de cambio, mediante la promoción de una sociedad inclusiva e inculcando actitudes que generen una transformación social hacia la construcción de la paz. Así, el apoyo a las iniciativas nacionales de educación para la resolución de conflictos, la elaboración de materiales y programas educativos para la educación para la paz, la introducción en los currículos de asignaturas de Educación para la paz, derechos humanos y ciudadanía (PEHCED), el uso del deporte en los programas de desarrollo y paz, o la implantación de programas de educación para la paz y el desarme, son algunos ejemplos de cómo la educación ha servido como palanca para la paz en países como Somalia, Sudán, Tayikistán, Liberia o Colombia.

Desde el ámbito internacional, organizaciones como ACNUR, UNESCO y la INEE, entre otras, manejan un enfoque de “educación sensible al conflicto”, que se basa en el “do no harm”, y marca pautas y estrategias muy claras para que toda política, programa y acción educativa se oriente a la reducción del impacto negativo y el aumento del impacto positivo que la educación tiene en cada conflicto. La educación sensible al conflicto actúa así como paso previo y paralelo a la construcción de la paz, con el objetivo de garantizar el derecho a una educación de calidad en todas las fases de un conflicto.

La importancia del papel de la educación ha ido ganando peso en el ámbito internacional en las últimas décadas, y ello queda patente en la construcción de la nueva agenda de desarrollo Post 2015. Tanto los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 de NNUU, como la Declaración del Foro Mundial de Educación de Incheon, expresan por primera vez un posicionamiento firme para que el derecho a la educación alcance a las personas afectadas por los conflictos, desastres y emergencias, mediante el desarrollo de la personalidad y el entendimiento, la tolerancia y la paz. El reto principal en este momento está en lograr revertir la insuficiente atención prestada a la educación en la consolidación de la paz, aprovechando este impulso y creando entornos de aprendizaje de calidad, adaptados a las necesidades de cada individuo, basados en el respeto a los derechos humanos, las diferencias de género, la salud y la seguridad en todas sus dimensiones.

Décadas de trabajo en este ámbito y de análisis de experiencias exitosas y fallidas, nos llevan a concluir que un programa de Educación para la Paz debe inculcar y promover una serie de competencias y valores asociados con comportamientos pacíficos. Pero para asegurar su viabilidad y efectividad, es esencial que la educación para la paz no sea una iniciativa puntual y aislada, sino que forme parte de un programa bien estructurado y sostenido, y que implique a la comunidad entera, trascendiendo el ámbito de la escuela. Esto complementa y completa el proceso de construcción de la paz, mediante el cual las comunidades y naciones podrán desarrollarla justicia social y económica.

 Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/01/30/educacion-para-la-paz-en-tiempos-de-crisis/
Imagen: https://germanfebres.files.wordpress.com/2016/11/imagen-referencial-nic3b1os-terremoto.jpg
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