Una pedagogía para la paz que convoque al constituyente primario

Por: Oto Higuita

El apoyo a los diálogos de paz y la necesidad de llevar a amplios sectores sociales los acuerdos alcanzados en La Habana, es un compromiso no solo del movimiento social sino de todo ciudadano dispuesto a asumir su rol como constituyente primario; el único sujeto político que puede garantizar el cambio histórico de una nación que busca dejar la guerra para siempre.

Los apoyos a los diálogos como medio para la solución del conflicto armado, se fortalecen con el anuncio oficial de los diálogos entre el gobierno nacional y el ELN. Ello no solo le da mayor respaldo al proceso que se adelanta entre las FARC-EP y el gobierno, sino que genera confianza en aquellos sectores sociales y políticos aún incrédulos o pesimistas respecto a la solución política.

En este orden de ideas, la pedagogía para la paz, un concepto más político que académico, la entendemos como el proceso político, social y pedagógico que contribuye a la socialización de los acuerdos. Proceso que se lleva a cabo en todo el país a partir de foros, manifestaciones culturales, consejos comunales, redes sociales, videos, debates académicos, conversatorios, asambleas populares, movilizaciones sociales, videoconferencias o cualquier medio que suscite la comprensión y conocimiento de los acuerdos y su significado, con el propósito de avanzar hacia una sociedad donde reine la convivencia, el respeto por la vida del opositor, la apertura democrática y las condiciones para disputar por medios democráticos el poder.

Sin embargo, la pedagogía de paz también apunta a la cohesión y unidad del movimiento nacional en favor de la paz con justicia social; que no se logra sin el empoderamiento del constituyente primario, sujeto político esencial en la conformación de un bloque alternativo de poder.

Sin duda, el momento que vive el proceso de diálogos demanda de los diversos sectores políticos, sociales y comunidades un mayor compromiso, unidad y articulación que blinden el proceso en esta fase final, donde el cese bilateral al fuego definitivo se convierte en una de las más importantes demandas.

Ahora bien, hay un conjunto de temas fundamentales que tendrían que ser asumidos desde el campo popular y democrático. Como la exigencia al Estado para que derogue la doctrina contrainsurgente o del enemigo interno con la que han formado y entrenado a las fuerzas armadas y de policía, principales causantes junto a la estrategia paramilitar, de la inmensa tragedia humanitaria y violación de derechos humanos en Colombia. La reunión del Secretario de Estado de los Estados Unidos, John Kerry, con las delegaciones de paz en Cuba recientemente, es una señal en ese sentido.

Es bien sabido que el paramilitarismo es hoy, como fue ayer, la principal amenaza al proceso de paz. Exigir su desmonte y el reconocimiento por parte del gobierno de su existencia, y denunciar los ataques que viene cometiendo contra líderes del movimiento social, contra defensores de derechos humanos, indígenas, afros y estudiantes, es una tarea urgente de todos los aliados que tienen los diálogos como solución política para que el proceso llegue a buen término. Si no cesan los asesinatos y la persecución contra los líderes de los movimientos sociales no habrá paz en Colombia.

Sabemos que el proceso de diálogos tiene poderosos detractores en la extrema derecha, que se opone abiertamente a la restitución de tierras a los legítimos dueños y reclamantes, quienes vienen siendo asesinados por sectores vinculados al paramilitarismo.

Tal es el caso de la alianza conservadora y restauradora que encabeza el Procurador General de la nación, Alejandro Ordóñez, recalcitrante opositor a los diálogos de paz y defensor de la estrategia paramilitar, con el Centro Democrático que sigue las orientaciones del ex presidente Álvaro Uribe, y el presidente de Fedegan, José Félix Lafaurie, quien representa los intereses de los grandes terratenientes y ganaderos en el país. Alianza que junto al paramilitarismo es la más peligrosa amenaza a los acuerdos, convocando marchas, paros armados y actos políticos en contra de la paz, con el objetivo de ganar adeptos contra la refrendación.

Finalmente, de los seis puntos que contemplan los acuerdos de La Habana: 1. Política de desarrollo agrario integral; 2. Participación política; 3. Fin del conflicto; 4. Solución al problema de las drogas ilícitas; 5. Víctimas; y 6. Implementación, verificación y refrendación; hay acuerdos sobre cuatro de ellos, y se avanza en el del Fin de conflicto, que contempla el cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo, dejación de las armas por parte de la guerrilla y su conversión en movimiento político legal, garantías de seguridad para sus integrantes; y el último punto, Refrendación, implementación y verificación (6) aún no se ha cerrado.

En manos de quienes comprenden la magnitud del momento histórico que vive la nación, está no solo el futuro de los diálogos por el Acuerdo General para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, sino el compromiso de llevar a todos los rincones del país, a través de una amplia pedagogía de paz, el mensaje de lo que significa salir de la guerra. Este inaplazable compromiso implica, de igual modo, convocar al constituyente primario, el único sujeto político capaz de generar el cambio en Colombia y dotarlo de la legitimidad que careció el intento anterior.

Fuente: http://www.alainet.org/es/articulo/176965

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La paz neoliberal santista, la paz de los sepulcros uribista y la paz como justicia social

Por Oto Higuita
El régimen del narco-presidente Santos busca principalmente desarmar y desmovilizar a las FARC y al ELN al menor costo social y político para su clase

Hacer una campaña nacional para recolectar firmas y presionar la disminución del salario de 300 congresistas es una jugada política que deja titulares de prensa, gana adeptos, desata la rabia e indignación contenida en cada colombiano que está asqueado con la corrupción, la política y la mala gestión, pero no asusta ni preocupa a los funcionarios de salarios “desproporcionados”; y lo más grave es que genera la idea de que si se le baja el salario a los miembros del Congreso, lo cual es dudoso que se logre con firmas, avanzamos hacia la justicia salarial y dado el paso hacia la conquista del poder político en Colombia. Nada más astuto pero falso vender esta idea a la gente.

¿Por qué no emprender una campaña y movilización nacional, no solo de firmas, donde exijamos en las calles el aumento del salario mínimo un 100%, del que viven millones de trabajadores y familias en Colombia? Porque es una estrategia y acción política que requiere no solo compromiso, sino tiempo y sistematicidad, y las elecciones están encima y hay que apresurarse a recoger del momento propicio que otros han creado.

Hay varias agendas políticas a la presidencia que compiten y se disputan el terreno de las simpatías y apoyos en el país. Agendas que se podrían ordenar de la siguiente manera: la paz neoliberal santista con todo su aparato burocrático-estatal sostenida desde la Unidad Nacional, que busca principalmente desarmar y desmovilizar a las FARC y al ELN al menor costo social y político para su clase, con cambios mínimos en la estructura de poder; es la llamada paz barata y sin muchos espavientos que busca esta fracción burguesa.

Luego está la paz de los sepulcros, de la extrema derecha encabezada por el Centro Democrático y sus aliados (terratenientes, “nuevos” propietarios de tierras expropiadas, narco-paramilitares, las iglesias reaccionarias, los falsos moralistas como el ex procurador del OPUS DEI), gemela de la paz neoliberal santista, que busca desconocer los acuerdos y retomar el poder en el 2018 para completar la tarea de “liquidar” el enemigo interno y dejar inmodificable la estructura de poder, sin cambios ni siquiera mínimos.

Finalmente, está la paz con justicia social que pasa por la implementación y cumplimiento de los acuerdos, si lo que buscamos es el fin del conflicto armado y cambios profundos en las estructuras socio-económicas, política y culturales, a lo que aspira la mayoría del pueblo colombiano, pero que va tomar años de lucha, movilización, lágrimas y sangre, tal y como se avizora el panorama con los asesinatos y amenazas a los líderes y lideresas de los movimientos sociales.

¿Es la lucha anticorrupción una agenda en sí misma? Así la usen como bandera principal y única para un programa de gobierno, por el enorme atractivo que produce en millones de ciudadanos, no deja de ser una consigna que servirá para despertar la indignación, apatía y abstención que hay incubada en una inmensa franja de la población. Pero como bandera de gobierno no sería la ruta para llevar a cabo los cambios profundos, estructurales y democráticos que requiere la sociedad, el régimen político, las instituciones y sobre todo el modelo económico vigente, el neoliberalismo. En ese sentido, la lucha anticorrupción será una meta a alcanzar en la medida en que produzcamos los cambios profundos y estructurales que se plantean los acuerdos en sus 6 puntos. Porque como reza la consigna, El sistema no puede combatir la corrupción, porque la corrupción es el sistema.

Por otro lado, se acabó la gran mentira que la corrupción era un mal endémico del sector público. ¿No fue esa una de las razones y argumento con que la mayoría de economistas, ideólogos, creadores de opinión y tanto intelectual funcional al sistema desacreditaron y denigraron del sector público para poder entregarlo a los brazos de la privatización? Hoy con evidencias contundentes, se demuestra la estafa en que estaba montada la llegada de la democracia liberal perfecta. Por supuesto, hubo economistas y analistas que no se dejaron arrastrar de la avalancha de la “apertura económica”, la “globalización”, el “libre mercado”, la privatización de lo público y la “novedad” del neoliberalismo con que alimentaron la campaña publicitaria e ideológica global que anunció el “fin de la historia”, y hasta del “último hombre”.

La historia de la corrupción es tan antigua como la civilización misma, con la diferencia de que adquiere mayor complejidad y sofisticación cuando las sociedades pasaron de sociedades triviales, nómadas y recolectoras, a formas sedentarias más organizadas que desarrollaron y crearon estructuras políticas, militares y burocráticas que hizo al mismo tiempo más difícil descubrirla y controlarla.

En Egipto hubo un monarca, Horemheb, que gobernó entre 1343 y 1315 A.C. y estableció un código que decía: “Se castigará con implacable rigor a los funcionarios que, abusando de su poder, roben cosechas o ganado a los campesinos bajo el pretexto de cobrar impuestos. El castigo será de cien bastonazos. Si el involucrado fuera un juez, la pena será de muerte”. Esto se decía ya hace más de 3 mil años. (http://bit.ly/2j7xSsh) (http://bit.ly/2kbOTWj)

Uno de los historiadores más importantes de nuestro tiempo, el profesor emérito de historia de la Universidad de Princeton, Arno J. Mayer, analizando cómo han sido recurrente los escándalos de corrupción en los EEUU, en un artículo publicado en el 2009 sostenía que la ´“Corrupción”, en realidad, es una palabra-concepto muy polémica, sobre todo cuando su uso retórico intenta aplicarse a la guerra política. Su carga negativa –que incluye el soborno, la extorsión o el nepotismo- se utiliza para movilizar el apoyo popular y partidista contra los competidores o rivales.” Si la venalidad, condición del corruptible o quien puede ser sobornado, es innata a la condición humana, afirma, se entiende entonces que quienes han sido electos a cargos públicos, son administradores o gobiernan lo público, tiendan a ser corruptos o los corrompe el poder, como tantas veces se ha dicho. (http://bit.ly/2jnVmtq)

En la antigua Roma, sostenía el historiador Paul Veyne, la corrupción se institucionalizó hasta el punto que el problema no era que esta fuese una práctica usual, sino que fuera demasiado evidente. Y donde el clientelismo, el favoritismo y el tráfico de influencias eran prácticas comunes en la metrópoli.

Sin duda la Revolución francesa generó un optimismo desmesurado en muchos, a partir del advenimiento de la sociedad burguesa y el capitalismo, en la creencia de que el triunfo de la burguesía sobre el feudalismo, el despotismo, la nobleza, la monarquía y la iglesia supondrían el fin de los abusos de éstos estamentos. Pero una vez ascendieron industriales, banqueros y políticos al poder del Estado, las prácticas corruptas aparecieron de nuevo, sofisticadas y acordes a las exigencias y condiciones de la nueva clase que acababa de ascender al poder.

Los casos más recientes de corrupción en Colombia, o los que estallan a diario por los grandes medios de comunicación, son apenas la confirmación del carácter global e histórico del fenómeno que apropia los bienes públicos en beneficio del interés privado e individual.

Un repaso a los más sonados casos de corrupción, soborno, coimas y otras formas de apropiarse y saquear los bienes públicos en Colombia demuestra que es una tendencia presente en todos los gobiernos desde la época colonial, pasando por las primeras repúblicas, hasta las modernas. De hecho Simón Bolívar hizo decretos declarando la pena de muerte a funcionarios que robaran, usaran o apropiaran bienes o dineros públicos para su propio enriquecimiento o beneficio individual. Estaba en primer orden la guerra de liberación e independencia, y ésta requería no tanto de caudillos corruptos, como de funcionarios para los nuevos cambios y exigencias de las nuevas repúblicas.

De la corrupción no se salva ni la empresa “nacional” como tampoco las extranjeras. ¿O qué otra cosa hicieron las empresas nacionales que crearon carteles de precios, aumentando éstos y restringiendo la competencia, para aumentar sus ganancias y afectar el bolsillo de los consumidores con productos como el arroz, el azúcar, el cemento, el ganado, el papel higiénico, los cuadernos, los pañales? ¿Y cuál ha sido la sanción? ¿Han resarcido a la sociedad por el daño que causaron? ¿Han sido expulsadas de la ANDI?

Ni el futbol ni el periodismo escaparon a la “causa” del enriquecimiento ilícito, como es el caso del expresidente de la Federación Colombiana de Fútbol, Luis Bedoya, quien según la justicia norteamericana, recibió cerca de 7,5 millones de dólares con el fin de aprobar un contrato de patrocinio comercial para que una empresa española se quedara con estos derechos. ¿O qué otra cosa son los Panamá Papers, donde están comprometidos 1.245 colombianos, entre ellos editores de medios de comunicación como Darío Arismendi, de Caracol radio?

De los escándalos en las esferas del poder se conoce más, no obstante también ha sido desfalcada la salud (SaludCoop), el agro (Ingreso Seguro), la educación (Córdoba), la infraestructura, la nutrición de niños/as (La Guajira y Chocó). Tal vez sea cierto que el escandalo económico del siglo sea Reficar (Refinería de Cartagena), que según la revista Semana tuvo un sobre costo de más de 4.000 millones de dólares. Superando con creces la escándalo de Odebrecht, que según el departamento de Justicia de los Estado Unidos, sobornó funcionarios y políticos colombianos con 11 millones de dólares. Entre otras cosas, ¿cuál es el interés real del Departamento de Justicia de los EEUU con sus investigaciones e inteligencia apoyada por la CIA y el FBI, combatir la corrupción como un mal que puede acabar con el sistema capitalista, o posicionar las trasnacionales gringas en los grandes negociados a costa de las latinoamericanas?

Sin embargo y a pesar de la avalancha de escándalos, hiere más la consciencia humana el despojo de tierras a cientos de miles de familias campesinas pobres y medianos productores en Colombia, durante la guerra. Así como el asesinato de miles de trabajadores y pequeños propietarios del campo, y el desplazamiento forzado de millones de sus territorios. Un asunto nodal y central de los acuerdos, que está en la raíz misma del conflicto armado, que incluso significó que se haya abordado como un puto específico. Hacia un nuevo campo colombiano: Reforma Rural Integral. Que “sienta las bases para la transformación estructural del campo, crea condiciones de bienestar para la población rural (…) y de esa manera contribuye a la construcción de una paz estable y duradera.” Que sus principios son la transformación estructural; igualdad y enfoque de género; participación; etc. Que crea un fondo de 3 millones de hectáreas de tierra en los próximos 10 años, que se busca formalizar masivamente la pequeña y mediana propiedad rural con 7 millones de hectáreas.

En “LA VERDAD EN EL ABANDONO FORZADO Y EL DESPOJO DE TIERRAS”, Camilo Gonzales Posso, en el Panel, Diálogo de la memoria: Territorio y despojos, que se realizó en Bogotá el 8 de abril de 2013, se preguntaba: ¿Cuántas hectáreas han sido abandonadas forzadamente en Colombia? La cifra más mencionada esta alrededor de 6,5 millones de hectáreas. A la luz de esos datos que se basan en registros realizados por entidades estatales, puede afirmarse que el abandono forzado de tierras registrado entre 1994 y 2102, no es inferior a 400.000 predios, 500.000 familias, ni a 10 millones de hectáreas…500.000 familias expulsadas de sus predios en el desplazamiento forzado (http://bit.ly/1dZxkCv)

En un contexto donde los acuerdos no han empezado a implementarse en firme y cada vez aparecen más trabas y amenazas, donde la implementación es incluso más importante que la firma de estos, por supuesto que es fundamental un gobierno hacia el 2018 que se comprometa por medio de un programa a llevarlos a cabo, lo que quiere decir que los puntos de los acuerdos serían la cuota inicial de ese programa. Pero, ¿se puede realizar dicho programa de gobierno con quienes afirman que la corrupción es el primer problema del país, cuando no hemos ni siquiera empezado la implementación que debe poner fin a un conflicto armado y una guerra que sigue viva? Simplemente no.

Colombia es de lejos el país más corrupto del continente, porque no es una estructura burocrática-gubernamental aislada del contexto internacional y del sistema económico que lleva implícita el virus de la corrupción que saquea la riqueza pública en beneficio del interés privado, individual y de las grandes empresas.

Sostener que la corrupción es el principal mal del país, cuando ni siquiera el respeto a la vida lo es, es sin duda una hábil maniobra política que genera simpatía y posiblemente votos, pero es también una irresponsabilidad histórica y ética. No es bien visto que, a nombre de un discurso desde la oposición democrática, se critique el régimen corrupto y oligárquico que ha gobernado por décadas Colombia, y al mismo tiempo apelar a los viejos estilos y formas para conquistar simpatías políticas y votos.

Más aún, cuando el crimen político sigue vigente e impune y los enemigos de los acuerdos los atacan con la firme intención de destruirlos y devolvernos al pasado de la guerra, y ninguno de los que han propuesto su nombre como candidato a la presidencia y que prometen sacar a Colombia del «terrible» mal de la corrupción, han manifestado públicamente su compromiso con la principal tarea del momento que es construir una alianza política amplia, hacer una consulta sobre candidaturas, y construir un programa de gobierno desde abajo para implementar unos acuerdos que conllevan un cambio estructural, histórico, de profundas reformas que no solo cierren el conflicto armado de más de 50 años, sino que reconcilie la sociedad, que amplíe, profundice y radicalice la democracia: ¿de qué otra manera se puede hablar de acabar con el cáncer de la corrupción y otros males de la nación?

Ponerse de espaldas a los acuerdos de paz y la importancia cardinal de la implementación porque sus posiciones políticas, su anticomunismo, su odio y rencor contra las FARC no se les permite, es una cosa, pero otra muy distinta es tratar de desconocer con la bandera anticorrupción el potencial de cambio y transformación estructural que encierran.

Texto completo en: http://www.lahaine.org/la-paz-neoliberal-santista-la

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Movilización ciudadana pide nunca más volver a la guerra

Por. Oto Higuita

De la incertidumbre y parálisis en que quedó Colombia tras el pírrico triunfo del No el pasado 2 de octubre, ilegitimado inmediatamente por uno de sus voceros cuando declaró a la prensa que manipularon y mintieron; se pasó a un estado de movilización y acciones directas permanentes de la ciudadanía a lo ancho y largo del país que han trasformado el ambiente político nuevamente.

Supporters of the peace deal signed between the government and the Revolutionary Armed Forces of Colombia (FARC) rebels gather at Bolivar Square during a march for peace in Bogota, Colombia, October 20, 2016.

Entre el 2 y el 7 de octubre el No ganó el plebiscito; se convocó a grandes movilizaciones ciudadanas en las capitales, encabezadas por estudiantes, jóvenes, víctimas y ciudadanía en general; el país conoció por confesión del jefe de campaña del No cómo se manipuló y engaño; y le fue concedido el premio nobel de Paz a Juan Manuel Santos; hechos que vistos en su conjunto permitieron pasar de un estado general de pesimismo a uno de creación y esperanza, confirmando que las crisis sociales traen consigo el embrión de lo nuevo.

No es para menos, una sociedad politizada por la fuerza de los acontecimientos políticos, independientemente que más del 60% de la población apta para votar no lo haya hecho, confirma una variable que se repite a lo largo de la historia de las luchas de los pueblos: son grupos pequeños en su origen, los que dotados de conciencia, objetivos y agenda, transforman no solo la política, sino la vida social misma de las sociedades incluyendo  la de aquellos que nunca alcanzan a asumirse como sujetos políticos del cambio.

Vivimos un momento histórico de gran creatividad, de miles de iniciativas y acciones donde el debate político sobre los Acuerdos, su importancia e implementación, trasciende los mismos y a sus protagonistas, el gobierno de Juan Manuel Santos y Las FACR-EP; porque los han asumido millones de colombianos que han entendido que este es el momento para un cambio que se sabe comenzó pero no cómo va terminar. Luchan ideas del cambio contra lo estático e inamovible en la sociedad. Lucha la esperanza democratizadora contra la tradición conservadora.

Ideas de cambio y transformación que cuentan con la gente que está en las plazas públicas, los parques, las acampadas, las movilizaciones, los foros y todo tipo de acto que reafirma la condición de actores centrales a los constituyentes primarios y soberanos que hoy participan directamente en las decisiones sobre el rumbo del país. Incluidos los cabildos abiertos y los procesos constituyentes, que sean capaces de convertirse en una potencia suficientemente creadora para convocar una Asamblea Nacional Constituyente que sirva a los intereses de los excluidos, de los sectores populares, de las víctimas y las grupos significativos de ciudadanos que reivindican sus derechos y el cambio de modelo económico que aliena, consume y destruye la vida.

La sociedad colombiana está dividida, negarlo sería inútil, por eso es momento de ganar el mayor consenso político posible entorno a los Acuerdos y el potencial de cambio que ellos encierran para que no nos hagan conejo como con el plebiscito del año 57, que fue excluyente y frentenacionalista, que pacificó el país, recuperó el orden social e impuso un pacto de clase entre liberales y conservadores para seguir gobernando a su antojo. Esta vez no va a pasar, si el constituyente primario y soberano asume su rol e impone desde las calles y la movilización un acuerdo que incluya a la ciudadanía participativa, única garantía de impedir un pacto nacional por arriba entre las dos facciones de la oligarquía que encabeza el santismo y el uribsimo.

No es como algunos han creído que los diálogos por sí mismos nos llevarían a la apertura democrática y al cambio del modelo económico y social, aboliendo la pobreza y expulsando las trasnacionales como puntos incluidos, eso es una ilusión de algunos que se atrincheran desde cómodas críticas y posiciones. De antemano cualquiera con un sentido básico de qué es la política y el poder, sabe que ninguna de las insurgencias, ni siquiera si se aliaran las tres, podrían imponerle hoy a la oligarquía y quienes los patrocinan unas condiciones que no se ganaron en la guerra. Es un asunto de factores reales de poder, correlación de fuerza. Esa es una elemental lección que deberíamos saber.

Por supuesto la alianza del santismo, la mal llamada Unidad Nacional, disputa la hegemonía del poder político en Colombia con otra fuerza que creó una alianza con los terratenientes que pretenden legalizar el despojo de tierras, con la corriente conservadora restauradora, algunas iglesias evangélicas y cristianas que manipulan desvergonzadamente la mente de millones de creyentes incautos y analfabetas políticos, con grandes empresarios y algunos peleles reaccionarios de la extrema derecha mundial.

Fuerzas noeconservadoras y restauradoras cuya agenda política parte de unas premisas que de imponerse, sería negar la posibilidad a la solución política del largo conflicto armado. ¿Qué buscan? La defensa a ultranza de un modelo de sociedad y régimen político que ha demostrado ser un fracaso en los últimos 60 años, y solo es posible sostener militarmente. Atravesarse en los acuerdos y arruinarlos. Impedir la democracia directa. Anular la participación política de los actores políticos armados, las guerrillas. Por eso quiere sacar de los acuerdos la Justicia Transicional o Justicia Especial para la paz. Y la rendición de las guerrillas, llevando a su comandancia a la cárcel.

Esa posición intransigente de la extrema derecha, añora el humo que brota del cañón del fusil. La nueva generación y la ciudadanía que está movilizándose en las calles y plazas públicas, desea ver brotar la primavera en Colombia. Son dos visiones muy distintas las que se enfrentan hoy en el país. No hay que hacerse ilusiones, mantener en alto la bandera por el cambio.

Fuente: http://www.telesurtv.net/bloggers/Movilizacion-ciudadana-pide-nunca-mas-volver-a-la-guerra-20161021-0002.html

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Los mitos sobre el proceso de paz

Por. Oto Higuita

Los diálogos de La Habana para la terminación del conflicto armado, han por fin calado y se han convertido en parte aguas de la historia reciente del país. Se ha avanzado tanto, que estamos ad portas de la firma del Acuerdo General para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera. Asimismo, el Presidente convocará un plebiscito para la refrendación de los mismos, donde podremos expresar a través del voto por el Sí, nuestro apoyo a los acuerdos alcanzados que pondrán fin a la larga guerra entre hermanos que tanta tragedia, dolor y muerte ha causado.

Los mitos sobre el proceso de paz

La lucha por alcanzar este acuerdo definitivo ha sido ardua, y llevado a que se conformen dos posturas, una por el Sí y otra por el No. También se han difundido mitos, tergiversaciones y mentiras sobre los acuerdos de paz que es importante desenmascarar, si queremos un debate informado y objetivo sobre los mismos, y así impedir que fuerzas oscurantistas de extrema derecha que se oponen a los Acuerdos con el No, ganen espacio con propaganda negra, metiendo miedo y generando dudas infundadas sobre lo acordado.

Uno de las grandes mitos que se han difundido por quienes se oponen al fin del conflicto armado, con el objetivo de infundir miedo en la población, es que el país se le va a entregar a las FARC y al Castro-Chavismo. Quienes difunden esta gran farsa no han explicado de qué forma se va a entregar el país, custodiado y vigilado por medio millón de soldados y policías, a un movimiento armado que no fue vencido ni tampoco derrotó al Estado, que no supera los 20.000 hombres y que además va a dejar las armas, tal y como lo estipulan los acuerdos en el punto 3, Fin del Conflicto, en tres plazos y porcentajes a fuerzas de la ONU que serán las encargadas de recibirlas y custodiarlas hasta el día 180, después que se firme el Acuerdo General para la terminación del conflicto. Si Santos no se aceptó llevar a la mesa de discusión de La Habana el modelo económico, la política extractivista, ni el papel de las Fuerzas Armadas en el posacuerdo, ¿por qué razón va a entregar el país a las FARC? Nada más ingenuo y ridículo la idea de que Colombia caerá en manos del Castrochavismo.

Otra mentira que se difunde es que habrá impunidad para los que cometieron crímenes de lesa humanidad y violaciones graves de Derechos Humanos. Los crímenes de guerra no quedarán impunes, eso es completamente falso. La Jurisdicción Especial para la paz, que contará con Salas de Justicia y un Tribunal para la paz, se creó precisamente para que los que cometieron graves crímenes de guerra o de lesa humanidad no quedaran impunes. Todos los que hayan cometido crímenes de esta naturaleza, tendrán que contar la verdad, reparar a las víctimas, resarcirlas, y tendrán una pena restrictiva de la libertad que tendrán que pagar con trabajo social, ayudando en obras públicas, y resocializándose. Sean agentes del Estado, guerrilleros o civiles. Habrá penas entre 5 y 8 años para quienes confiesen la verdad, y hasta de 20 años en prisión ordinaria para quien no lo hagan. El objetivo de la Jurisdicción Especial para la paz o Justicia Transicional, es reafirmar y restablecer la dignidad de millones de víctimas del conflicto armado, que haya verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición.

Que los jefes guerrilleros no podrán ser elegibles a cargos públicos. Falso, precisamente el Acuerdo para la terminación del conflicto se hace para que una vez las guerrillas dejen las armas y haya garantías de participación, los jefes guerrilleros puedan participar en política y ser elegibles a cargos públicos que ganen en elecciones libres, sin coacción armada, sin ser asesinados sino respetadas sus vidas como voceros o líderes políticos de la organización o partido legal que creen, tras la dejación de armas. Para eso es que se van a convertir en un movimiento político legal, para participar en política pero esta vez sin el uso de las armas. En eso consiste el Acuerdo. Pero muchos en la extrema derecha tienen miedo del nuevo actor político que surja de los Acuerdos, porque si bien es cierto dejarán las armas, seguirán con sus ideas de cambio para Colombia.

Que a los guerrilleros se les pagará un salario de 1.800.000 pesos. Falso, no hay en ninguna parte de los acuerdos un solo renglón que diga eso. Los sectores de extrema derecha quieren hacer creer esta mentira cuando en realidad en todo proceso de paz, amnistía, desmovilización y dejación de armas se acuerdan proyectos y procesos de reinserción y reconciliación que brinden seguridad jurídica, política, social y económica a quienes pasen a ser parte de la vida civil, es decir, los combatientes.

Los que promueven estos mitos y mentiras sobre los acuerdos, no aceptan que la solución al largo conflicto armado que ha sufrido en carne propia los más pobres, sea por medios pacíficos y el diálogo. No aceptan por nada del mundo, que al opositor que estaba alzado en armas, se le den garantía para la participación política y entre en el juego democrático en igualdad de condiciones. Quienes esto temen son los mismos que han explotado, corrompido, abusado y utilizado el poder del Estado para preservar sus intereses capitalistas y la acumulación de tierras y riquezas. Ese es el verdadero miedo de los señores de la guerra: que de los acuerdos surja un movimiento político legal, que les dispute el poder con el apoyo del pueblo para producir los grandes cambios que necesita el país. Temen perder sus grandes privilegios, las enormes extensiones de tierras arrebatadas en la guerra a los campesinos, y se les acabe la mermelada, la corrupción y la vida de grandes magnates que siempre han llevado. Es la hora de la esperanza y la paz, las mentiras y los mitos sobre los Acuerdos no les alcanzará para continuar una guerra que parecía imposible finalizar, porque un nuevo día ha empezado a descollar.

Fuente: http://www.telesurtv.net/bloggers/Los-mitos-sobre-el-proceso-de-paz-20160822-0003.html

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