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La meritocracia, una ilusión

Hace algunos días tuve la ocasión de participar en una jornada de reflexión denominada “Renovando el Socialismo”, organizada por las Fundaciones Salvador Allende, Fundación Socialdemócrata y Chile XXI.

En dicha oportunidad, uno de los presentadores, Mauro Basaure, disertó a propósito de la meritocracia como instrumento de movilidad social. Este artículo, aclaro, no es una reacción mía a su ponencia, que considero legitima, sino a una reflexión propia que al respecto de la meritocracia he venido haciendo últimamente y que, luego del fervor electoral, paso a compartir.

Dice la teoría que la meritocracia es un sistema de organización y gobernanza en el cual las posiciones de poder, responsabilidad y liderazgo se asignan a individuos basándose en su mérito, que generalmente se mide por habilidades, talento, esfuerzo y logros. Una precondición para su realización es que, todos los individuos, independientemente de las características arriba enunciadas, deben tener las mismas oportunidades de demostrar sus habilidades y talentos.

El término “meritocracia” fue acuñado en su libro The rise of the meritocracy (1958) por el sociólogo británico Michael Young, en el que describe una sociedad en la cual las posiciones sociales y económicas se determinan exclusivamente por la inteligencia y el esfuerzo. Es decir, se trataría de una sociedad en la que el éxito y las oportunidades estarían determinados por el rendimiento y la capacidad individual, en lugar de factores como la clase social, la riqueza heredada, las conexiones familiares o el origen étnico.

Como todo concepto, este también ha sido acomodado a ideas aparentemente neutras, detrás de las cuales o se promueve la desigualdad o se esconden intereses contrarios a ella, usándose como una justificación al fracaso. Y en los casos más burdos como una explicación a la  pobreza. “Es que son flojos, no se esfuerzan, quieren que les regalen todo” es el léxico que escuchamos en Chile de parte de quienes se parapetan en la meritocracia para seguir por el ancho mundo de las desigualdades y su compañera de ruta, el abuso.

Siguiendo a Rawls, quien nos aporta una visión que corresponde a la época del capitalismo industrial, este no niega que la meritocracia podría en algunos casos contribuir a desarrollar espíritu innovador y servir de estímulo al emprendimiento.

Es, sin embargo, enfático en señalar que las habilidades que permiten a una persona tener éxito en un sistema meritocrático, no son meramente producto de su esfuerzo individual, sino que también en gran medida dependen de las circunstancias socioeconómicas en las que nacieron, y a las redes y contactos que han podido desarrollar en virtud, precisamente, de su punto de partida privilegiado.

Por eso que, para garantizar que las desigualdades basadas en los atributos sobre los cuales los individuos no tienen control (raza, género, origen social, o lugar de nacimiento,) Rawls acerta al sostener que para garantizar el acceso a oportunidades y recursos, le corresponde a las instituciones básicas de la sociedad garantizarlos. Es decir, es labor del Estado democrático hacerlo.

Llevada la meritocracia al plano de la empresa, por experiencia propia puedo sostener que  aquellas que utilizan la meritocracia para reconocer el aporte y esfuerzo individual al cumplimiento  de objetivos corporativos, si ello no es complementado con políticas de reconocimiento universal al esfuerzo colectivo del conjunto de las y los trabajadores, lo más probable es que la meritocracia pura y dura afecte negativamente los climas laborales. Ello debido a que, al ser individual, la meritocracia no considera que, para alcanzar el reconocimiento al mérito, el o la trabajadora reconocida requiere del aporte colaborativo y talento de sus pares.

Detrás de un discurso meritocrático, aparentemente justo e igualitario, en nuestro país se esconden las injusticias y los privilegios que se reproducen indefinidamente en el tiempo (…) La meritocracia pasa a ser una lotería social, que ilusiona pero no transforma

En una época distinta a la de Rawls, y en su extenso trabajo “El capital en el siglo XXI”, Thomas Piketty demuestra en base a la colección de data de diferentes países, que la acumulación desmedida de riqueza y las desigualdades económicas imperantes en el mundo bajo la hegemonía del neoliberalismo -de la que tampoco escapan los países con economías más desarrolladas- cuestionan la narrativa de la meritocracia, convirtiéndola en una ilusión al no considerar tampoco las diferencias en la riqueza heredada como barreras que limitan la movilidad social.

Para abordar las desigualdades, Piketty propone un sistema fiscal redistributivo con foco en la reducción de las desigualdades, que pueda financiar bienes públicos esenciales para la vida como lo son salud, educación, pensiones, vivienda y  un sistema de protección social. Ello porque en el marco del capitalismo neoliberal dichos bienes han sido convertidos, en algún u otro grado, en meras mercancías. Y nosotros llevamos la delantera.

A partir de nuestra propia realidad podemos decir algo más. La acumulación de riqueza, acompañada de la captura del régimen político por parte de quienes la concentran  y al mismo tiempo controlan los medios de comunicación, genera un cocktail que termina erosionando la confianza pública en las instituciones y finalmente debilitando el sistema democrático en su conjunto. Ese es claramente nuestro caso.

Ante todo lo anterior, cabe preguntarse si la meritocracia, que promueve un modelo individualista, es capaz de generar la movilidad social deseada, de modo que pueda ser adoptada como el camino idóneo y socialmente justificada, para alcanzar posiciones sociales y  económicas  independientemente de la  cuna de cada quién.

Desde luego, nadie en su sano juicio podría razonablemente oponerse, criticar o cuestionar que aquel o aquella tocada por la varita de la fortuna alcance una mejor posición en la escala de la movilidad social. El punto es más bien político y social, porque importa el modo en que una fuerza política socialista se plantee avanzar en la superación de las desigualdades que el capitalismo, y en especial su versión neoliberal, que se funda en un Estado mínimo y que privilegia la relación de las personas con las cosas, nos ha llevado a  niveles que afectan la paz social.

Detrás de un discurso meritocrático, aparentemente justo e igualitario, en nuestro país se esconden las injusticias y los privilegios que se autorreproducen indefinidamente en el tiempo. Incluso cambiando las formas de producción de bienes y servicios impulsados por los cambios tecnológicos, continuan consolidándose las jerarquías ya existentes. La meritocracia pasa a ser así una lotería social, que ilusiona pero no transforma.

Fuente de la información e imagen:  https://www.elquintopoder.cl

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Resistir, imaginar y transformar desde la política educativa

“(…) Creo, de todos modos, que la principal causa por la que hoy se combate a los maestros con sueldos magros y tareas quiméricas es otra más miserable y por eso inconfesa. Un maestro es alguien que decidió pasar su vida encendiendo en otros el fuego que encendieron en él de niño. Para los poderosos de este mundo, que de niños lo recibieron todo y ahora lo arrebatan todo, la lógica de esa decisión es obscena, un espejo en que no quieren mirarse y por eso lo rompen, huyendo del escándalo”.

Marcelo Figueras, Kamchatka. 2002


Quizás nos toque celebrar uno de los días del maestro -o de la maestra, como se propuso con muy buen criterio desde este espacio de reflexión- más difíciles para la profesión desde el retorno de la democracia. O al menos para la generación en la que me inscribo, nacida en democracia y en ejercicio de la docencia durante los últimos diez o doce años.

El contexto es, como poco, complejo. A la dificultad que generan las actuales condiciones materiales de trabajo, se suma el particular encono que el gobierno nacional tiene para con las y los docentes. La decisión es clara: dar la “batalla cultural” contra el “adoctrinamiento” en las aulas de la escuela pública. En el discurso de cierre del Foro Económico Internacional de las Américas, el presidente afirmó: “La educación pública ha hecho muchísimo daño lavando el cerebro de la gente”. Esto sería responsabilidad de las y los docentes, formados en Institutos Superiores de Formación con “currículas educativas de izquierda, abiertamente anticapitalista y antiliberales, en un país en el cual lo que más se necesita es más capitalismo y más libertad”. Así lo expuso Milei, esa vez en la apertura de las sesiones legislativas.

Decíamos, por otro lado, que tampoco el contexto es sencillo respecto a las condiciones materiales. Sabemos que la profesión docente enfrenta dificultades vinculadas a la sobrecarga laboral. Se necesitan 8 horas en la escuela para vivir, pero el trabajo no empieza ni termina ahí. En los escritorios de maestras y profesores conviven la pila de trabajos a corregir, las planillas a completar y materiales variopintos que rápidamente saben convertir en un recurso didáctico. Docente: alguien que puede ver una película en su tiempo libre y enseguida pensar cómo trabajarla en el aula.

La sobrecarga de tareas administrativas, la falta de reconocimiento y remuneración de las horas destinadas a la planificación y evaluación y de espacio para el trabajo colectivo entre docentes son algunas cuestiones que requieren ser visibilizadas y repensadas. A esta situación se adiciona la traducción que el actual contexto socioeconómico genera en emergentes y demandas en cada aula de cada escuela del país, que también son abordados por las y los docentes y que tornan aún más agobiante su tarea cotidiana.

Además, a esto se suma la caída del poder de compra del salario. En la actualidad, el salario de un docente con 10 años de antigüedad le permite comprar 27 kilos de carne menos por mes que lo que le permitía a ese mismo docente 10 años atrás. Esto es así para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pero se replica más o menos proporcionalmente también en otras jurisdicciones.

Teniendo en cuenta lo dicho hasta acá, sería sencillo -y hasta diría lógico- asumir una posición defensiva, que implique fundamentalmente no “seguir perdiendo”, a sabiendas que en los últimos meses el conjunto de las y los trabajadores han visto empeorar sus condiciones de vida. En particular, los y las trabajadoras de la educación han dejado de percibir el Fondo Nacional de Incentivo Docente por parte del Estado nacional, por definición del presidente Milei. Este monto ha sido cubierto solamente en algunas jurisdicciones por parte de los gobiernos provinciales.

Sin embargo, creo que es imperioso que podamos reflexionar -y también trabajar- en una agenda que permita hacernos cargo de los desafíos que enfrenta nuestro sistema educativo, tanto en la formación docente como en la actual carrera docente. Aún estando exactamente en la vereda de enfrente de todo lo que el presidente Javier Milei pueda pensar, decir y hacer en materia educativa, tenemos que poder reconocer los niveles de insatisfacción que tiene una parte de nuestra sociedad.

Por supuesto que mucho de ese estado de situación es generado por quienes trabajan para deslegitimar -y se encargaron de desfinanciar- a la escuela. Pero creo que tenemos que poder reconocer la porción de verdad que hay en aquellos sectores a quienes la “defensa de la escuela pública” no les resuena lo que quisiéramos y creemos que debe poder resonarle. Y además, creo que no hay nadie que cuente con más herramientas para dar esta discusión que quienes habitan todos los días las aulas de nuestro país. De otra forma, corremos el riesgo que el debate se muestre simplificado, que se dedique a buscar culpables y acote la agenda de transformaciones necesarias a un conjunto de medidas de corto alcance pero con fuerte impacto político y comunicacional, tal y como sucede actualmente en el Congreso Nacional con el debate sobre la educación como un servicio esencial.

Alejandro Finocchiaro, quien fuera ministro de Educación de Mauricio Macri en un gobierno que redujo el porcentaje del PBI destinado a la educación, defendió el proyecto de ley que restringe el derecho a huelga docente refiriéndose a una “curva de la decadencia de la educación”. Otros diputados votaron afirmativamente en nombre de la “calidad de la educación”, aún cuando lo votado supone una guardia mínima en las escuelas los días de paro docente que, en todo caso, resolvería el problema de cuidados.

Cabe aclarar, además, que salvo en casos de conflictos prolongados -en provincias con serias dificultades para hacerle frente al pago de salarios docente-, los paros representan un porcentaje muy bajo de los días que se pierden clases. ¿Cómo se resuelve esto? Con la aplicación de la “Ley de los 180 días de clase” -N° 25.864-, que prevé la intervención del gobierno nacional, como aquella primera acción de Néstor Kirchner en Entre Ríos que todavía persiste en la memoria colectiva.

La pérdida de días de clase no se explica por los paros docentes, es necesario buscar otras causas nada abordadas en la ley de esencialidad de la educación. Por un lado, se pierde una enorme cantidad de días de clase en el nivel primario y de horas de clase en secundario por falta de docentes para la cobertura de cargos. Por otro lado, el problema de ausentismo docente convive con números cada vez más elevados de ausentismo de las y los estudiantes. En esta última discusión está también, quizás, uno de los fundamentos de la expansión de la matrícula en escuelas de gestión privada.

Ambos fenómenos -cargos sin cubrir y ausentismo- son multicausales y requieren abordajes complejos. La creación de cargos de maestros itinerantes que logren cubrir en tiempo y forma las suplencias cortas, el armado de reglamentos intraescuelas para garantizar la continuidad pedagógica, la evitación de sobrecarga de las tareas no pedagógicas de las y los docentes, la mejora del clima escolar, el acompañamiento a la labor de docentes noveles, el fomento del trabajo colaborativo y la promoción de la pareja pedagógica son algunas acciones que las jurisdicciones pueden desarrollar para mejorar el innegable problema de la pérdida de días de clases. Se trata de muchas y muy variadas medidas que seguramente requieren revisar, también, cómo funcionan los regímenes de licencia, el acceso a cargos docentes y los controles de los sistemas de salud laboral.

¿Cuáles son los recursos materiales y simbólicos que se requieren para garantizar las condiciones para que nuestros docentes enseñen y los niños, niñas y adolescentes aprendan mucho y todos los días? Esta tiene que ser la pregunta que oriente la acción, la reflexión y el debate de quienes creen en la potencia de nuestra querida escuela pública y en el lugar irremplazable que tienen los que asumen la tarea de encender en otros el fuego que encendieron en ellos de niños. Tenemos que poder discutir todo, tener un debate sincero sabiendo que la discusión debe estar siempre acompañada de una lucha interminable por el financiamiento de nuestro sistema educativo. Que los tiempos complejos de resistencia se acompañen, entonces, de discusiones que nos permitan pensar qué es aquello irrenunciable y cuáles son los puntos que deben ser profundamente transformados.

Fuente de la información e imagen:  https://www.feminacida.com.ar

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“La belleza es revolucionaria”. Una conversación con Silvia Federici y Begonia Santa-Cecilia

Por: Emanuela Borzacchiello

 

La belleza y la relación con las madre, entre otras cosas se tejen el libro Yuyu, flores y poemas, de la pensadora Silvia Federici y la artista Begonia Santa-Cecilia. Un libro construido a partir de la correspondencia en medio de una pandemia, que también fue una forma de conspirar y respirar juntas al mismo tiempo.

CIUDAD DE MÉXICO.- La belleza como mecanismo revolucionario para contrarrestar pensamientos autoritarios y patriarcales. La belleza como antídoto para cuidar un cuerpo y un mundo enfermos. La belleza para recuperar el potencial transformador de los gestos cotidianos que realmente importan para sustentar y reproducir la vida. Entre poesías y pinturas, la belleza es la hebra que teje el libro Yuyu, flores y poemas, de la pensadora Silvia Federici y la artista Begonia Santa-Cecilia, amigas desde que se encontraron en una plaza –la del movimiento Occupy Wall Street– y alrededor de una ausencia: la pérdida de sus madres.

Un libro que se construyó gracias a un intercambio epistolar de flores pintadas por Begonia y poemas escritos por Silvia. Begonia y su compañero, el escritor Luis Moreno Caballud, editan los poemas y ponen en el titulo una palabra que es clave en el poemario de Silvia: Yuyu, un término empleado en origen para designar algunas de las prácticas espirituales de las sociedades tradicionales del África Occidental.

Con las dos coinspiradoras del libro conversamos entre New York City y Ciudad de México.

Y yo, ¿qué le puedo enviar?

–Nos conocimos con Silvia en 2011 durante el movimiento Occupy Wall Street (OWS) organizando un foro sobre la importancia de los bienes comunes. Al poco tiempo creamos en Nueva York un grupo de investigación feminista sobre las violencias, activo hasta el día de hoy: Feminist Research on Violence–, cuenta Begonia.

En aquel momento, el movimiento de Los Comunes del que nos habla Begonia fue clave para revitalizar un paradigma de cooperación y equidad que remedia nuestro mundo y crear nuevas redes de pensamiento crítico en EEUU. Desde entonces, los trabajos de Begonia y Silvia se entrelazan, dando forma a diferentes tipos de materiales como la película “Más allá de la periferia de la piel” de 2022 o “Silvia Federici y la reproducción de la vida” de 2019, un corto que narra, con un ritmo incesante, como el capitalismo intenta apropiarse del trabajo invisible que sustenta nuestras vidas.

El intercambio y la conversación entre ellas se transformó en una práctica feminista que nunca se interrumpe, ni siquiera durante la pandemia. Gracias a la reapropiación de un gesto antiguo, como es la correspondencia, las dos amigas se enviaron cartas y lograron recuperar una materialidad que se expresa mediante las poesías y las pinturas y, no sólo, a través de los cuerpos.

–Durante la pandemia de covid, en el momento de toda esta tristeza, este sentido preponderante de muerte y violencia, Begonia me envió una flor que había pintado. Así que me pregunté: ¿y yo, qué le puedo enviar? Pensé en enviarle mis poemas–, dice Silvia.

La correspondencia entre amigas reactivó el archivo donde Silvia había guardado textos inéditos escritos desde los años setenta. A pesar de que es conocida, sobre todo como filósofa y ensayista, durante toda su vida Silvia escribe poesía cuando está en medio de un dolor, de una lucha o de un deseo.

Cartas infinitas; inspirar y respirar juntas

El hilo conductor de mis poemas es la ironía– dice Silvia–. Hay diferentes temas: la política, el dolor, la sensación de una nostalgia asociada a una pena que siempre me acompañó en toda mi vida. Es como un dolor ontológico. El dolor del ser.  Enviar cartas permite abrir un espacio donde es posible compartir todo este mundo con la otra persona y, al mismo tiempo, estás reflexionando por ti misma. A mí me gustaba muchísimo escribir a mis amigas. Con mi compañero George tenemos una pila de cartas infinitas. Cuando estaba en Nigeria, nos escribimos una cada día. Poder enviar mis poemas en forma de cartas a Begonia fue crear un espacio especial, ni completamente personal, ni público. Entonces, lo que hicimos fue recrear este espacio en este libro.

El libro Yuyu, flores y poemas es también un ejercicio de conspiración: inspirar y respirar juntas.

–Sí, la idea del conspirar. El conspirar significa que la gente se junta, las cosas no suceden automáticamente, hay una decisión, una responsabilidad, es como respirar juntas al mismo tiempo. Nuestra correspondencia fue una forma de entrar en una especie de ritmo de conspiración juntas–, insiste Silvia–. Por otra parte, como se dice en el poema “Elogio de la teoría de la conspiración”, también los poderosos conspiran, de una forma muy distinta. No son las leyes las que automáticamente les obligan a matar, a mutilar, a aterrorizar, a torturar, sino que conspiran para hacerlo. Esto significa que hay decisiones, que hay personas que quieren esta muerte, que organizan, que deciden que ciertas vidas no valen nada.

Gracias al espacio que crearon con el libro, las autoras trazan y nos comparten un itinerario de reflexiones.

Un momento utópico

–Al principio de la pandemia empecé a pintar estas acuarelas como un pequeño ejercicio de cada día–, narra Begonia–. El arte y la poesía son herramientas políticas fundamentales para desaprender las formas de vida capitalistas, patriarcales y colonialistas. Herramientas que ayudan a enfocarnos más en el sentir que en el producir. Nos abren a otras maneras de percibir y estar en el mundo.

Dice Silvia:

–La pintura es un momento utópico. Pintar flores y activar una correspondencia es una forma de almacenar lo que importa de la vida en forma creativa, en forma imaginativa.

El cuidado de una madre

En el libro Begonia y Silvia reúnen, guardan o registran colores y temas claves que nos ayudan a recuperar prácticas feministas, como la importancia del compartir la experiencia de cuidar el cuerpo enfermo de una madre.

Dice Begonia:

–La relación con Silvia se hizo más intensa tras una conversación que tuvimos sobre la enfermedad de nuestras madres, sobre el sufrimiento que conlleva a nivel físico y emocional todo lo que hay que hacer cuando una cuida. Estás cuidando, pero ¿quien cuida a los que cuidan? La muerte de mi madre coincidió con el nacimiento de nuestro hijo y fueron momentos muy difíciles porque ya no tienes a tu madre y al mismo tiempo tienes que hacer el papel de madre. Una tremenda mezcla de sentimientos.

Dice Silvia:

–La experiencia del cuidado de mi madre fue como una inversión de roles: ella se transformó en mi hija. Tuve que aprender a relacionarme con su cuerpo: todos los días la limpiaba, le pasaba la crema, la masajeaba. Restablecí una relación corporal muy íntima con ella. Cuando murió me costó mucho dolor, porque para mí fue como vivir una segunda separación, la que se vive al nacer cuando nos separamos del cuerpo de nuestra madre. Durante su enfermedad le peinaba sus cabellos, le ponía un poco de color en su cara para darle un poco de alegría. Era importante ponerle un poco de perfume. Le compraba camisetas rojas o azules para hacerle sentir que no era el fin. Cuando murió fue un gran dolor, una sensación corporal de ausencia muy fuerte.

El Museo de Silvia

En el libro el entrelace de flores y poemas genera una explosión de colores y perfumes que revitalizan los ritmos de nuestras sensaciones corporales. Abrir este libro es entrar en el espacio íntimo de sus autoras y compartir una amistad cómplice.

-Silvia tiene su casa llena de pinturas, fotografías. Objetos que cambia de lugar todo el tiempo. Es como un museo que nunca se acaba, y le llamo el Museo de Silvia- cuenta Begonia-. El Museo de Silvia es una forma de vida. Convive con todas esas imágenes, con esas pinturas, con esas cosas que están hechas por otras personas y sus sensibilidades. Muchas de las cosas que tiene son objetos de arte hechos por mujeres de otros lugares, por artesanas, por artistas. Silvia pintaba cuando era joven. Ha cultivado siempre – y nos enseña a cultivar- esta conexión entre estética y política.

El libro Yuyu, flores y poemas, publicado por la editorial La Oveja Roja se distribuye en México por la Librería La Volcana lugar común.

Fuente de la información e imagen:  https://piedepagina.mx

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Colectivizar las bibliotecas personales

Hace dos años, durante el confinamiento de la pandemia, mi madre comenzó a perder la vista. Para alguien como ella que dedicó su vida a la edición, esa borradura, esa pérdida de foco, ensombreció su relación con el mundo. Cada vez que se sentaba con un libro entre las manos, cientos de preguntas golpeaban sus ojos desde el interior. No podía leer, las letras y el sentido de las palabras se le esfumaban. ¡Deberían publicarse libros con letras grandes para gente como yo!, me decía. El diagnóstico no fue, por fortuna, terrible: tenía cataratas. Operaron uno de sus ojos y después de una convalecencia de varios meses y cuidados, volvió a ver. Pero algo se perdió en el camino. Mi madre dejó de salir a la calle como hacía antes, con esa autonomía risueña que siempre le admiré. Sus desplazamientos se volvieron vacilantes, como si una vulnerabilidad nueva, la vulnerabilidad de la vejez, se hubiera hecho más presente. ¿Cómo acompañarla en este momento titubeante? ¿Cómo desafiar el aislamiento al que esta época despiadada y vertiginosa condena a las mujeres mayores?

Quizá regalarle un libro (¡un libro más!) no era una buena idea. Y, sin embargo, se lo regalé. Porque no se trataba de un libro cualquiera, sino de un objeto singular, una biblioteca portátil que era también un fichero de hojas sueltas, un artefacto hospitalario y misterioso. Se trata de Habitar la biblioteca, una cajita de cartón (tan frágil y por eso tan potente) hecha de historias personales, de afectos e intimidades, de rincones iluminados por una comunidad indomable de lectoras, trece mujeres de distintos territorios y disciplinas (curadoras, bibliotecarias, artistas, libreras, editoras) convocadas para escribir sobre sus relaciones con bibliotecas perdidas y reconstruidas, desembaladas y vueltas a embalar, bibliotecas del polvo, del aire, de la infancia, de los amantes. Cuando le extendí el objeto, mi madre y yo estábamos sentadas alrededor de su comedor. Yo intentaba hacerle plática, pero muy pronto ella dejó de escucharme. Se había enfocado en otra cosa, como si una ráfaga de curiosidad hubiera desentumido de pronto sus hermosos dedos artríticos: durante varias horas ella se dedicó a extraer y desdoblar papelitos, a leer los cuadernillos que configuran este libro que es muchos libros, con un interés, una delicadeza y una atención que no le había visto en mucho tiempo. Se había reencontrado, al fin, con otras buenas compañías, sus iguales, mujeres que han hecho del libro más que un objeto, un vínculo. Ella estaba de nuevo absorta, entregada a la lectura. Yo la miraba en silencio.

Habitar la biblioteca es un dispositivo de lectura que nos interpela y contagia de inmediato con su alfabeto de gestos materiales: en lugar de un libro cosido y con lomo, en lugar de la secuencialidad del discurso y las hojas numeradas, esta compilación se organiza y desorganiza en una serie de folders habitados por hojas de tamaños y colores diversos, tipografías variables, trazos, manuscritos, dibujos, tarjetas, mapas, posters desplegables. Manipularlo nos hace meter las manos en el mundo. Nos recuerda que, a pesar de la abstracción digital generalizada, somos un cuerpo y que la lectura es un tipo de relación material con la realidad sensible.

Ese es el gesto micropolítico de Habitar la biblioteca que imantó la atención de mi madre: reconocer, en su propia manufactura artesanal, en su objetualidad, que nuestras bibliotecas personales son sitios “creativos, vulnerables, abiertos y en constante construcción”.

Walter Benjamin habría quedado fascinado entre las secretas vías subterráneas que se abren en esta biblioteca, como hacía con su colección de juguetes en miniatura y libros infantiles, donde era posible encontrar todo lo imaginable, libros de estampitas para insertar figuras, aún no tocados por producción industrial. Esos libros ya no existen, pero siempre vuelven. Habitar la biblioteca es también eso: un mundo inmensamente pequeño que guarda rastros de otros espacios y tiempos, genealogías y metamorfosis de bibliotecas afectivas en las que podemos reconocernos, porque parecen susurradas al oído. “Historias mínimas, que no son mínimas”, como subraya Sol Henaro en su ensayo, “Rememorar”, donde rastrea su relación con los archivos y recuerda a su abuelo linotipista. No hay nada pretencioso ni grandilocuente en este fichero y, sin embargo, sus ensamblajes son infinitos.

Aquí la biblioteca es un bosque que es una cocina que es un quipu que es un grimorio que es un ritual que es un gabinete de curiosidades.

Desarmarlo y volverlo armar es entrar en el juego de las relaciones oblicuas. No importa cuánto nos empeñemos en guardar los folders en orden, este fichero afirma que todo tiene aquí la misma categoría; el saber que organiza la ficha no conoce jerarquía alguna”, como escribió Erdmunt Wizisla al describir el archivo de Benjamin. Esa falta de jerarquía es también una política (y una epistemología) feminista, distinta a las retículas cartesianas que deciden cuáles saberes cuentan y cuáles no. Sugiere que una biblioteca viva es aquella que puede reordenarse cada vez gracias al deseo de las usuarias. Todas las que acumulamos libros sabemos que a pesar de nuestra obsesión por clasificarlos (ya sea por categorías disciplinares, temas, tamaños, centros de interés, ediciones o anomalías), la biblioteca es un organismo que tiende a la disgregación. Pero es en el desorden donde el azar propicia otros encuentros. ¿Sería ese el sueño de una biblioteca mutante, una biblioteca que no se definiera por el crecimiento acumulativo de saberes, sino por su reubicación, su inestabilidad, sus montajes renovados?

La movilidad interior de Habitar la biblioteca representa esa cartografía abierta, quizá una metáfora de la biblioteca por venir, dispuesta a incorporar las más diversas formas de leer el mundo.

Pienso, por ejemplo, en la pieza de Gwennhael Huesca Reyes, “Pulsión de código”: una hoja doble carta donde se despliegan, como un collage, frases sobre otros actos de lectura: leer las nubes, leer el movimientos de las hojas de los árboles, leer el golpe del mar en las rocas, los rastros en la nieve, las líneas de la mano, el movimiento de los labios. En “Objeto encontrado”, la fotógrafa Patricia Lagarde también propone un método de investigación heurística a través de un catálogo de objetos econtrados entre las páginas de sus libros. Cada objeto es clasificado junto con una cita de la página donde se encontró, creando concatenaciones enigmáticas. Como esa “hoja seca, ocre, oblonga” descubierta en la página 174 de Sobre la fotografía, de Susan Sontang, donde se lee: “Poseer el mundo en forma de imágenes es, precisamente, volver a experimentar la irrealidad y lejanía de lo real.” ¡De qué manera aparece ahí no sólo lo ya conocido sino lo inédito, lo inesperado, lo que aún no tiene nombre! El ensamblaje, entonces, nos permite leer lo nunca escrito. Algo similar sucede con la palabra deconstruida de Fernanda Aránguiz, una serie de papelitos con trozos de letras que guardan un sentido secreto para quien participe en el juego del lenguaje como “una forma abierta al infinito” y del libro como “un soporte de encuentros”.

Haciendo pública la biblioteca personal § Mario Cruz López

En la intimidad de estas lecturas, se desbordan los andamiajes de la biblioteca como institución, porque este acervo incorpora la historia de unas vidas transcurridas. Así sucede en la pieza extraordinaria de Javiera Barrientos, “Elegía a las bibliotecas perdidas”, un ensayo construido con retazos de textos cruzados. En uno de ellos seguimos la trama de esas formas en que el poder busca neutralizar la potencia indomable de la lectura, esas bibliotecas destruidas o incendiadas, como sucedió con la biblioteca de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Bagdad durante la guerra de Irak, luego reconstruida gracias a una biblioteca participativa del artista Wafaa Bilal. Esta historia pública se entrecruza con dos textos manuscritos: uno sobre la biblioteca que Barrientos deja embalada antes de mudarse de país; otro sobre la biblioteca perdida de alguien a quien amó y murió. Estas anotaciones a mano, con su letra diminuta y amontonada, parecen entradas de diario o cartas nunca enviadas. La materialidad de su caligrafía es un gesto entrañable: nos obliga a leer muy de cerca una historia muy íntima. Desentrañarla es pensar juntos en las razones por la cuales recomponemos las bibliotecas de los muertos y preguntarnos por qué compartir la biblioteca privada es un acto político. De eso escribe también Aleida Pardo, en “Maternar las bibliotecas”. Cuando socializamos nuestros libros estamos cuidando la reproducción de la vida como posibilidad futura, “porque si las bibliotecas se privatizan nos adueñamos de cosas que nos son comunes.”

En momentos en los que se libra una guerra constante por el monopolio de nuestra atención, creo que este proyecto editorial, concebido por Andrea Reed-Leal, en colaboración con La Máquina de Aplausos, defiende una apuesta colectiva y feminista por la lectura, haciendo pública la biblioteca personal*, permiténdonos estar, otra vez, como a mi madre, a solas en compañía.

* Una versión digital de Habitar la biblioteca se liberará para descarga en junio de 2023 aquí.

Nombro a todas sus participantes: Andrea Reed-Leal, Erandi Adame, Fernanda Aránguiz, Javiera Barrientos, Clara Bolívar, Fernanda Escalera Zambrano, Sol Henaro, Gwenhhael Huesca Reyes, Patricia Lagarde, Valeria Mata, Aleida Pardo Hernández, Catalina Pérez, Alejandra R. Bolaños, Sandra Sánchez, Isabel Zapata.

Vivian Abenshushan es escritora interdisciplinar. Su práctica, tanto individual como colectiva, explora estrategias micropolíticas que confrontan los procesos del capitalismo contemporáneo y sus estructuras de producción cultural, así como las relaciones entre arte y pedagogía, procesos colaborativos, redes feministas y prácticas experimentales en la escritura. Ha publicado los libros: El clan de los insomnes (Premio Gilberto Owen 2002), Una habitación desordenada y Escritos para desocupados, publicado por la editorial Surplus bajo una licencia copyleft, entre otros. Su libro más reciente, Perman ente Obra Negra (Sexto Piso, 2019), es un proyecto de escritura conceptual fundado en la copia, la reescritura y el montaje de citas, que circula como libro, fichero y suajado. Es cofundadora de la cooperativa Tumbona Ediciones y directora de BLA: Espacio de Experimentación Escrita.

Fuente de la información:  https://www.jardinlac.org

  • Un artefacto hospitalario y misterioso § Mario Cruz López
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¿Reformar el capitalismo o salir de él?

Pensamiento crítico: pensamiento que busca la esperanza en un mundo donde parece que ya no existe. Pensamiento crítico: pensamiento que abre lo cerrado, que sacude lo fijo. El pensamiento crítico es el intento de entender la tormenta y algo más. Es entender que en el centro de la tormenta hay algo que nos da esperanza.

La tormenta viene, o más bien ya está aquí. Ya está aquí y es muy probable que se vaya intensificando. Tenemos un nombre para esta tormenta que ya está aquí: Ayotzinapa. Ayotzinapa como horror, y también como símbolo de tantos otros horrores. Ayotzinapa como expresión concentrada de la cuarta guerra mundial.

¿De dónde viene la tormenta? No de los políticos –son ejecutores de la tormenta nada más. No del imperialismo, no es producto de los Estados, ni de los Estados más poderosos. La tormenta surge de la forma en la cual la sociedad está organizada. Es expresión de la desesperación, de la fragilidad, de la debilidad de una forma de organización social que ya pasó su fecha de caducidad, es expresión de la crisis del capital.

El capital es de por sí una agresión constante. Es una agresión que nos dice todos los días «tienes que moldear lo que haces de cierta forma, la única actividad que tiene validez en esta sociedad es la actividad que aporta a la expansión de la ganancia del capital».

La agresión que es el capital tiene una dinámica. Para sobrevivir tiene que subordinar nuestra actividad cada día más intensamente a la lógica de la ganancia: «hoy tienes que trabajar más rápidamente que ayer, hoy tienes que agacharte más que ayer».

Con eso ya podemos ver la debilidad del capital. Depende de nosotros, de que queramos y podamos aceptar lo que nos impone. Si decimos «perdón, pero hoy voy a cultivar mi milpa», u «hoy voy a jugar con mis hijos», u «hoy me voy a dedicar a algo que tenga sentido para mí», o simplemente «no, nos vamos a agachar», entonces el capital no puede sacar la ganancia que requiere, la tasa de ganancia cae, el capital está en crisis. En otras palabras, nosotros somos la crisis del capital, nuestra falta de subordinación, nuestra dignidad, nuestra humanidad. Nosotros somos la crisis del capital y orgullosos de serlo, estamos orgullosos de ser la crisis del sistema que nos está matando.

El capital se desespera en esta situación. Busca todos los métodos posibles para imponer la subordinación que requiere: el autoritarismo, la violencia, la reforma laboral, la reforma educativa. También introduce un juego, una ficción: si no podemos sacar la ganancia que requerimos, vamos a fingir que existe, vamos a crear una representación monetaria para un valor que no se ha producido, vamos a expandir la deuda para sobrevivir y tratar de usarla al mismo tiempo para imponer la disciplina que se requiere. Pero esta ficción aumenta la inestabilidad del capital y además no logra imponer la disciplina necesaria. Los peligros para el capital de esta expansión ficticia se vuelven claros con el colapso de 2008, y con eso se hace más evidente que la única salida para el capital es a través del autoritarismo: toda la negociación alrededor de la deuda griega nos dice que no hay posibilidad de un capitalismo más suave, el único camino para el capital es el camino de la austeridad, de la violencia. La tormenta que ya está, la tormenta que viene.

Nosotros somos la crisis del capital, nosotros que decimos ¡No!, nosotros que decimos ¡Ya basta del capitalismo!, nosotros que decimos que es tiempo de dejar de crear el capital, que hay que crear otra forma de vivir.

El capital depende de nosotros, porque si nosotros no creamos ganancia (plusvalor) directa o indirectamente, entonces el capital no puede existir. Nosotros creamos el capital, y si el capital está en crisis, es porque no estamos creando la ganancia necesaria para la existencia del capital, por eso nos están atacando con tanta violencia.

En esta situación, realmente tenemos dos opciones de lucha. Podemos decir: «sí, de acuerdo, vamos a seguir produciendo el capital, promoviendo la acumulación de capital, pero queremos mejores condiciones de vida». Esta es la opción de los gobiernos y partidos de izquierda: de Syriza, de Podemos, de los gobiernos en Venezuela y Bolivia. El problema es que, aunque sí pueden mejorar las condiciones de vida en algunos aspectos, por la desesperación misma del capital existe muy poca posibilidad de un capitalismo más humano.

La otra posibilidad es decir «Chao, capital, ya vete, vamos a crear otras maneras de vivir, otras maneras de relacionarnos, entre nosotros y también con las formas no humanas de vida, maneras de vivir que no están determinadas por el dinero y la búsqueda de la ganancia, sino por nuestras propias decisiones colectivas».

Aquí en este seminario estamos en el mero centro de esta segunda opción. Este es el punto de encuentro entre zapatistas y kurdos y miles de movimientos más que rechazamos el capitalismo, tratando de construir algo diferente. Todas y todos estamos diciendo «Ya, capital, ya pasó tu tiempo, ya vete, ya estamos construyendo otra cosa». Lo expresamos de muchas maneras diferentes: estamos creando grietas en el muro del capital y tratando de promover su confluencia, estamos construyendo lo común, estamos comunizando, somos el movimiento del hacer contra el trabajo, somos el movimiento del valor de uso contra el valor, somos el movimiento de la dignidad contra un mundo basado en la humillación. Estamos creando aquí y ahora un mundo de muchos mundos.

Pero ¿tenemos la fuerza suficiente? ¿Tenemos la fuerza suficiente para decir que no nos interesa la inversión capitalista, que no nos interesa el empleo capitalista? ¿Tenemos la fuerza para rechazar totalmente nuestra dependencia actual del capital para sobrevivir? ¿Tenemos la fuerza para decir un «adiós» final al capital?

Posiblemente no la tenemos, todavía. Muchos de nosotros que estamos aquí tenemos nuestros sueldos o nuestras becas que vienen de la acumulación del capital o, si no, vamos a regresar la semana próxima a buscar empleo capitalista. Nuestro rechazo al capital es un rechazo esquizofrénico: queremos decirle un adiós tajante y no podemos o nos cuesta mucho trabajo. No existe pureza en esta lucha. La lucha para dejar de crear el capital es también una lucha contra nuestra dependencia del capital. Es decir, es una lucha para emancipar nuestras capacidades creativas, nuestra fuerza para producir, nuestras fuerzas productivas.

En eso estamos, por eso venimos acá. Es cuestión de organizarnos, claro, pero no de crear una Organización, sino de organizarnos de múltiples maneras para vivir desde ahora los mundos que queremos crear.

¿Cómo avanzamos, cómo caminamos? Preguntando, por supuesto, preguntando y abrazándonos y organizándonos.

Fuente de la información e imagen:  https://www.elviejotopo.com/

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Un ajedrez de desigualdad y desafíos estructurales

En un contexto de retroceso en materia de políticas contra la violencia de género es fudamental repensar y reponer las herramientas para su erradicación.

La violencia contra las mujeres y diversidades en Argentina persiste como un problema profundamente arraigado, con un impacto devastador no solo en las víctimas directas, sino también en el tejido social y económico del país. En un contexto de crisis económica y políticas de ajuste, las consecuencias de esta violencia se hacen aún más evidentes y graves.

Según datos del observatorio “Ahora Que Sí Nos Ven,” en 2024 se ha registrado un femicidio cada 37 horas, lo que evidencia la persistencia de la violencia de género en el país. Este dato es solo un reflejo de una problemática más amplia que afecta todos los niveles de la sociedad. Los casos de violencia contra figuras públicas de la política argentina como Fabiola Yáñez, esposa del expresidente Alberto Fernández, y Lourdes Arrieta, diputada nacional, han reavivado el debate sobre la gravedad de este flagelo, destacando las carencias en los sistemas de protección, la transversalidad del problema, y la urgente necesidad de políticas más efectivas y coherentes para enfrentarlo desde sus raíces.

Violencia y economía: un ciclo vicioso

De todas las posibles violencias contra mujeres y diversidades, la violencia económica es una de las formas más insidiosas, aunque sean otras las que más prensa obtienen. En un contexto de ajuste y recesión, muchas mujeres se ven atrapadas en ciclos de dependencia financiera que les impiden escapar de relaciones abusivas. Este tipo de violencia no solo afecta a las mujeres a nivel individual, sino que también tiene un impacto significativo en el desarrollo económico del país. Según un informe de la OCDE, la violencia de género puede reducir el PIB global en aproximadamente un 2% al año, lo que equivale a una pérdida anual de más de 1,6 billones de dólares.

En Argentina, donde la economía enfrenta una de sus peores crisis en décadas, este impacto es aún más agudo. Las políticas de ajuste, que incluyen recortes en programas sociales, los programas de contención a víctimas de violencia de género, y una reducción en las transferencias a las provincias, a lo que se suma un discurso antifeminista extremo, agravan las desigualdades y perpetúan la dependencia económica de las mujeres. La administración nacional actual, con su enfoque radical de terapia de shock y su agenda de liberalización económica y desmantelamiento de programas de protección, contención y promoción, ha exacerbado estas dinámicas, dejando a muchas mujeres y diversidades en una situación de vulnerabilidad extrema.

Política y violencia de género

La violencia de género no es solo un problema social o económico; también es un fenómeno profundamente político. Según un informe de ONU Mujeres, alrededor del 60% de las mujeres que ocupan cargos públicos en América Latina han sufrido algún tipo de violencia política. En Argentina, este fenómeno se ha manifestado con especial intensidad en el ámbito de las redes sociales, donde el discurso de odio y las agresiones son moneda corriente. Y esto no solo sucede contra políticas opositoras, sino que como se ha visto en los últimos meses, también sucede contra las propias aliadas políticas como una herramienta de disciplinamiento, que no escapa a las lógicas más conocidas de la política global.

La administración actual ha tomado medidas que no solo han aumentado la desigualdad, sino que también han debilitado las bases de la democracia al crear un ambiente de confrontación y polarización constante. La falta de un liderazgo opositor cohesivo y la fragmentación de las fuerzas políticas han dejado a amplios sectores de la sociedad, incluidos aquellos más vulnerables a la violencia de género, sin una representación efectiva. Aunque se repudia ampliamente lo que se ha revelado sobre la situación de la ex pareja presidencial, no existe una voz o conjunto de voces unificadas que retomen con fuerza la agenda de diversidades y, al mismo tiempo, cuenten con el apoyo ciudadano mayoritario, lo que presenta un desafío significativo de cara a las elecciones intermedias de 2025.

El impacto global de la derechización y sus efectos en la igualdad de género

Pero no somos nunca una excepción. Este escenario de violencia y crisis no es exclusivo ni autóctono. A nivel global, la derechización de la política global plantea una amenaza real para los derechos humanos y la igualdad de géneros. La expansión de partidos de extrema derecha, que promueven agendas nacionalistas y antiinmigración, especialmente en Europa y los Estados Unidos, podría erosionar los avances logrados en las últimas décadas en materia de derechos de las mujeres y diversidades.

En este contexto, la promoción de la independencia económica de las mujeres y la lucha contra la violencia de género se convierten en imperativos no solo para la justicia social, sino también para la estabilidad económica y política a largo plazo. La historia económica de Argentina y otros países muestra que las políticas que ignoran la equidad y la inclusión social no solo son moralmente indefendibles, sino que también son insostenibles a largo plazo.

La necesidad de un cambio de paradigma

Promover la autonomía financiera de las mujeres es esencial, no solo como una estrategia para combatir la violencia de género, sino también como un motor de crecimiento económico. En países como Argentina, donde las mujeres constituyen una parte considerable de la población en edad laboral, la violencia de género actúa como un freno al crecimiento económico sostenible y equitativo. La exclusión de las mujeres y diversidades del mercado laboral, emprendedor, productivo y financiero, debido a los diferentes tipos de violencia económica, más o menos visibles o conscientes, no solo perpetúa la desigualdad de género, sino que también priva a la economía de una fuerza creativa, inversora y de trabajo esencial para su desarrollo.

Los esfuerzos para la promoción de la autonomía financiera no solo son cruciales para la seguridad de las mujeres, sino que también tiene un impacto positivo en la economía general, al aumentar la participación femenina en la economía formal y reducir los costos asociados con la violencia de género. La independencia económica de las mujeres, desde pequeñas emprendedoras hasta grandes empresarias, contribuye significativamente al crecimiento económico y la equidad social del país.

Abordar la violencia de género con seriedad y eficacia es una necesidad imperiosa para asegurar un futuro próspero y equitativo para todos. La erradicación de la violencia contra las mujeres y diversidades y su empoderamiento económico en todos los niveles es, en última instancia, una inversión en el desarrollo sostenible del país. Promover un enfoque integral que incluya la mejora de los sistemas de protección, la promoción de la independencia económica de las mujeres y diversidades y el fortalecimiento de las políticas públicas que aborden las causas profundas de la violencia de género es, en última instancia, pensar en un programa de estabilización y desarrollo inclusivo y sostenible en el largo plazo.

Fuente de la información e imagen:  https://elestadista.com.ar

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Romper el silencio es el primer paso para erradicar la violencia

Por: pressenza

Nosotras, las Feministas Humanistas Internacional, como frente de acción, aplicadas al estudio y a la superación de todo tipo de violencias y discriminación, especialmente por motivos de género, reconocemos a través del estudio, el trabajo sobre nosotras mismas y la acción desde la metodología de la no-violencia que todxs estamos atravesadxs por el patriarcado como paisaje de formación. Negarlo o desentenderse es querer tapar el sol con un dedo. Creer que porque somos humanistas estamos excentxs de esos atravesamientos nos aleja de la posibilidad de revisar y transformar el sistema de creencias llamado patriarcado que corre por nuestras venas. Por eso, promovemos la reflexión y transformación de la violencia machista, y estamos alertas frente a situaciones que también se dan en nuestros ámbitos.

Desde el inicio de nuestro Movimiento, allá por los años previos a 1969, nuestra metodología de acción propone la no-violencia como forma y como propósito, y contempla la denuncia como forma de acción. Eso nos obliga a levantar la voz y expresar que no estamos dispuestas a sostener con el silencio a aquellos que agravian nuestro espacio interno y social, y que se apropian de nuestros lemas y propósitos; denigrando la construcción de miles de amigos y amigas de todo el mundo durante más de medio siglo de acción. Nuestra obra es sagrada, como cada una de nuestras compañeras y compañeros que eligen la no-violencia para construir, no para servirse de nuestro Movimiento con fines personales y de reconocimiento público.

Las Feministas Humanistas no estamos dispuestas a sostener el silencio ante los acosos y abusos en nuestros ámbitos del Movimiento Humanista, sea del organismo que sea.

Decimos NO a la violencia de género en apoyo a las víctimas, y nos agrupamos y actuamos buscando ser la voz de quienes son re-victimizadas al ser juzgadas, melladas, o amenazadas por el círculo de los agresores al atreverse a denunciar. No nos callaremos por no hacer “ruido” si el actuar es de doble moral; ya que hemos decidido avanzar por encima de intereses personales y prestigios políticos partidarios.

Nuestra solidaridad es con el mundo y con nuestras activistas humanistas que han desarrollado su acción siempre de forma voluntaria y solidaria. ¡Reciprocidad con ellas! Coherencia en nuestros ámbitos.

Feministas Humanistas Internacional

Fuente de la información e imagen:   https://www.pressenza.com

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