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Colectivizar las bibliotecas personales

Hace dos años, durante el confinamiento de la pandemia, mi madre comenzó a perder la vista. Para alguien como ella que dedicó su vida a la edición, esa borradura, esa pérdida de foco, ensombreció su relación con el mundo. Cada vez que se sentaba con un libro entre las manos, cientos de preguntas golpeaban sus ojos desde el interior. No podía leer, las letras y el sentido de las palabras se le esfumaban. ¡Deberían publicarse libros con letras grandes para gente como yo!, me decía. El diagnóstico no fue, por fortuna, terrible: tenía cataratas. Operaron uno de sus ojos y después de una convalecencia de varios meses y cuidados, volvió a ver. Pero algo se perdió en el camino. Mi madre dejó de salir a la calle como hacía antes, con esa autonomía risueña que siempre le admiré. Sus desplazamientos se volvieron vacilantes, como si una vulnerabilidad nueva, la vulnerabilidad de la vejez, se hubiera hecho más presente. ¿Cómo acompañarla en este momento titubeante? ¿Cómo desafiar el aislamiento al que esta época despiadada y vertiginosa condena a las mujeres mayores?

Quizá regalarle un libro (¡un libro más!) no era una buena idea. Y, sin embargo, se lo regalé. Porque no se trataba de un libro cualquiera, sino de un objeto singular, una biblioteca portátil que era también un fichero de hojas sueltas, un artefacto hospitalario y misterioso. Se trata de Habitar la biblioteca, una cajita de cartón (tan frágil y por eso tan potente) hecha de historias personales, de afectos e intimidades, de rincones iluminados por una comunidad indomable de lectoras, trece mujeres de distintos territorios y disciplinas (curadoras, bibliotecarias, artistas, libreras, editoras) convocadas para escribir sobre sus relaciones con bibliotecas perdidas y reconstruidas, desembaladas y vueltas a embalar, bibliotecas del polvo, del aire, de la infancia, de los amantes. Cuando le extendí el objeto, mi madre y yo estábamos sentadas alrededor de su comedor. Yo intentaba hacerle plática, pero muy pronto ella dejó de escucharme. Se había enfocado en otra cosa, como si una ráfaga de curiosidad hubiera desentumido de pronto sus hermosos dedos artríticos: durante varias horas ella se dedicó a extraer y desdoblar papelitos, a leer los cuadernillos que configuran este libro que es muchos libros, con un interés, una delicadeza y una atención que no le había visto en mucho tiempo. Se había reencontrado, al fin, con otras buenas compañías, sus iguales, mujeres que han hecho del libro más que un objeto, un vínculo. Ella estaba de nuevo absorta, entregada a la lectura. Yo la miraba en silencio.

Habitar la biblioteca es un dispositivo de lectura que nos interpela y contagia de inmediato con su alfabeto de gestos materiales: en lugar de un libro cosido y con lomo, en lugar de la secuencialidad del discurso y las hojas numeradas, esta compilación se organiza y desorganiza en una serie de folders habitados por hojas de tamaños y colores diversos, tipografías variables, trazos, manuscritos, dibujos, tarjetas, mapas, posters desplegables. Manipularlo nos hace meter las manos en el mundo. Nos recuerda que, a pesar de la abstracción digital generalizada, somos un cuerpo y que la lectura es un tipo de relación material con la realidad sensible.

Ese es el gesto micropolítico de Habitar la biblioteca que imantó la atención de mi madre: reconocer, en su propia manufactura artesanal, en su objetualidad, que nuestras bibliotecas personales son sitios “creativos, vulnerables, abiertos y en constante construcción”.

Walter Benjamin habría quedado fascinado entre las secretas vías subterráneas que se abren en esta biblioteca, como hacía con su colección de juguetes en miniatura y libros infantiles, donde era posible encontrar todo lo imaginable, libros de estampitas para insertar figuras, aún no tocados por producción industrial. Esos libros ya no existen, pero siempre vuelven. Habitar la biblioteca es también eso: un mundo inmensamente pequeño que guarda rastros de otros espacios y tiempos, genealogías y metamorfosis de bibliotecas afectivas en las que podemos reconocernos, porque parecen susurradas al oído. “Historias mínimas, que no son mínimas”, como subraya Sol Henaro en su ensayo, “Rememorar”, donde rastrea su relación con los archivos y recuerda a su abuelo linotipista. No hay nada pretencioso ni grandilocuente en este fichero y, sin embargo, sus ensamblajes son infinitos.

Aquí la biblioteca es un bosque que es una cocina que es un quipu que es un grimorio que es un ritual que es un gabinete de curiosidades.

Desarmarlo y volverlo armar es entrar en el juego de las relaciones oblicuas. No importa cuánto nos empeñemos en guardar los folders en orden, este fichero afirma que todo tiene aquí la misma categoría; el saber que organiza la ficha no conoce jerarquía alguna”, como escribió Erdmunt Wizisla al describir el archivo de Benjamin. Esa falta de jerarquía es también una política (y una epistemología) feminista, distinta a las retículas cartesianas que deciden cuáles saberes cuentan y cuáles no. Sugiere que una biblioteca viva es aquella que puede reordenarse cada vez gracias al deseo de las usuarias. Todas las que acumulamos libros sabemos que a pesar de nuestra obsesión por clasificarlos (ya sea por categorías disciplinares, temas, tamaños, centros de interés, ediciones o anomalías), la biblioteca es un organismo que tiende a la disgregación. Pero es en el desorden donde el azar propicia otros encuentros. ¿Sería ese el sueño de una biblioteca mutante, una biblioteca que no se definiera por el crecimiento acumulativo de saberes, sino por su reubicación, su inestabilidad, sus montajes renovados?

La movilidad interior de Habitar la biblioteca representa esa cartografía abierta, quizá una metáfora de la biblioteca por venir, dispuesta a incorporar las más diversas formas de leer el mundo.

Pienso, por ejemplo, en la pieza de Gwennhael Huesca Reyes, “Pulsión de código”: una hoja doble carta donde se despliegan, como un collage, frases sobre otros actos de lectura: leer las nubes, leer el movimientos de las hojas de los árboles, leer el golpe del mar en las rocas, los rastros en la nieve, las líneas de la mano, el movimiento de los labios. En “Objeto encontrado”, la fotógrafa Patricia Lagarde también propone un método de investigación heurística a través de un catálogo de objetos econtrados entre las páginas de sus libros. Cada objeto es clasificado junto con una cita de la página donde se encontró, creando concatenaciones enigmáticas. Como esa “hoja seca, ocre, oblonga” descubierta en la página 174 de Sobre la fotografía, de Susan Sontang, donde se lee: “Poseer el mundo en forma de imágenes es, precisamente, volver a experimentar la irrealidad y lejanía de lo real.” ¡De qué manera aparece ahí no sólo lo ya conocido sino lo inédito, lo inesperado, lo que aún no tiene nombre! El ensamblaje, entonces, nos permite leer lo nunca escrito. Algo similar sucede con la palabra deconstruida de Fernanda Aránguiz, una serie de papelitos con trozos de letras que guardan un sentido secreto para quien participe en el juego del lenguaje como “una forma abierta al infinito” y del libro como “un soporte de encuentros”.

Haciendo pública la biblioteca personal § Mario Cruz López

En la intimidad de estas lecturas, se desbordan los andamiajes de la biblioteca como institución, porque este acervo incorpora la historia de unas vidas transcurridas. Así sucede en la pieza extraordinaria de Javiera Barrientos, “Elegía a las bibliotecas perdidas”, un ensayo construido con retazos de textos cruzados. En uno de ellos seguimos la trama de esas formas en que el poder busca neutralizar la potencia indomable de la lectura, esas bibliotecas destruidas o incendiadas, como sucedió con la biblioteca de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Bagdad durante la guerra de Irak, luego reconstruida gracias a una biblioteca participativa del artista Wafaa Bilal. Esta historia pública se entrecruza con dos textos manuscritos: uno sobre la biblioteca que Barrientos deja embalada antes de mudarse de país; otro sobre la biblioteca perdida de alguien a quien amó y murió. Estas anotaciones a mano, con su letra diminuta y amontonada, parecen entradas de diario o cartas nunca enviadas. La materialidad de su caligrafía es un gesto entrañable: nos obliga a leer muy de cerca una historia muy íntima. Desentrañarla es pensar juntos en las razones por la cuales recomponemos las bibliotecas de los muertos y preguntarnos por qué compartir la biblioteca privada es un acto político. De eso escribe también Aleida Pardo, en “Maternar las bibliotecas”. Cuando socializamos nuestros libros estamos cuidando la reproducción de la vida como posibilidad futura, “porque si las bibliotecas se privatizan nos adueñamos de cosas que nos son comunes.”

En momentos en los que se libra una guerra constante por el monopolio de nuestra atención, creo que este proyecto editorial, concebido por Andrea Reed-Leal, en colaboración con La Máquina de Aplausos, defiende una apuesta colectiva y feminista por la lectura, haciendo pública la biblioteca personal*, permiténdonos estar, otra vez, como a mi madre, a solas en compañía.

* Una versión digital de Habitar la biblioteca se liberará para descarga en junio de 2023 aquí.

Nombro a todas sus participantes: Andrea Reed-Leal, Erandi Adame, Fernanda Aránguiz, Javiera Barrientos, Clara Bolívar, Fernanda Escalera Zambrano, Sol Henaro, Gwenhhael Huesca Reyes, Patricia Lagarde, Valeria Mata, Aleida Pardo Hernández, Catalina Pérez, Alejandra R. Bolaños, Sandra Sánchez, Isabel Zapata.

Vivian Abenshushan es escritora interdisciplinar. Su práctica, tanto individual como colectiva, explora estrategias micropolíticas que confrontan los procesos del capitalismo contemporáneo y sus estructuras de producción cultural, así como las relaciones entre arte y pedagogía, procesos colaborativos, redes feministas y prácticas experimentales en la escritura. Ha publicado los libros: El clan de los insomnes (Premio Gilberto Owen 2002), Una habitación desordenada y Escritos para desocupados, publicado por la editorial Surplus bajo una licencia copyleft, entre otros. Su libro más reciente, Perman ente Obra Negra (Sexto Piso, 2019), es un proyecto de escritura conceptual fundado en la copia, la reescritura y el montaje de citas, que circula como libro, fichero y suajado. Es cofundadora de la cooperativa Tumbona Ediciones y directora de BLA: Espacio de Experimentación Escrita.

Fuente de la información:  https://www.jardinlac.org

  • Un artefacto hospitalario y misterioso § Mario Cruz López
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¿Reformar el capitalismo o salir de él?

Pensamiento crítico: pensamiento que busca la esperanza en un mundo donde parece que ya no existe. Pensamiento crítico: pensamiento que abre lo cerrado, que sacude lo fijo. El pensamiento crítico es el intento de entender la tormenta y algo más. Es entender que en el centro de la tormenta hay algo que nos da esperanza.

La tormenta viene, o más bien ya está aquí. Ya está aquí y es muy probable que se vaya intensificando. Tenemos un nombre para esta tormenta que ya está aquí: Ayotzinapa. Ayotzinapa como horror, y también como símbolo de tantos otros horrores. Ayotzinapa como expresión concentrada de la cuarta guerra mundial.

¿De dónde viene la tormenta? No de los políticos –son ejecutores de la tormenta nada más. No del imperialismo, no es producto de los Estados, ni de los Estados más poderosos. La tormenta surge de la forma en la cual la sociedad está organizada. Es expresión de la desesperación, de la fragilidad, de la debilidad de una forma de organización social que ya pasó su fecha de caducidad, es expresión de la crisis del capital.

El capital es de por sí una agresión constante. Es una agresión que nos dice todos los días «tienes que moldear lo que haces de cierta forma, la única actividad que tiene validez en esta sociedad es la actividad que aporta a la expansión de la ganancia del capital».

La agresión que es el capital tiene una dinámica. Para sobrevivir tiene que subordinar nuestra actividad cada día más intensamente a la lógica de la ganancia: «hoy tienes que trabajar más rápidamente que ayer, hoy tienes que agacharte más que ayer».

Con eso ya podemos ver la debilidad del capital. Depende de nosotros, de que queramos y podamos aceptar lo que nos impone. Si decimos «perdón, pero hoy voy a cultivar mi milpa», u «hoy voy a jugar con mis hijos», u «hoy me voy a dedicar a algo que tenga sentido para mí», o simplemente «no, nos vamos a agachar», entonces el capital no puede sacar la ganancia que requiere, la tasa de ganancia cae, el capital está en crisis. En otras palabras, nosotros somos la crisis del capital, nuestra falta de subordinación, nuestra dignidad, nuestra humanidad. Nosotros somos la crisis del capital y orgullosos de serlo, estamos orgullosos de ser la crisis del sistema que nos está matando.

El capital se desespera en esta situación. Busca todos los métodos posibles para imponer la subordinación que requiere: el autoritarismo, la violencia, la reforma laboral, la reforma educativa. También introduce un juego, una ficción: si no podemos sacar la ganancia que requerimos, vamos a fingir que existe, vamos a crear una representación monetaria para un valor que no se ha producido, vamos a expandir la deuda para sobrevivir y tratar de usarla al mismo tiempo para imponer la disciplina que se requiere. Pero esta ficción aumenta la inestabilidad del capital y además no logra imponer la disciplina necesaria. Los peligros para el capital de esta expansión ficticia se vuelven claros con el colapso de 2008, y con eso se hace más evidente que la única salida para el capital es a través del autoritarismo: toda la negociación alrededor de la deuda griega nos dice que no hay posibilidad de un capitalismo más suave, el único camino para el capital es el camino de la austeridad, de la violencia. La tormenta que ya está, la tormenta que viene.

Nosotros somos la crisis del capital, nosotros que decimos ¡No!, nosotros que decimos ¡Ya basta del capitalismo!, nosotros que decimos que es tiempo de dejar de crear el capital, que hay que crear otra forma de vivir.

El capital depende de nosotros, porque si nosotros no creamos ganancia (plusvalor) directa o indirectamente, entonces el capital no puede existir. Nosotros creamos el capital, y si el capital está en crisis, es porque no estamos creando la ganancia necesaria para la existencia del capital, por eso nos están atacando con tanta violencia.

En esta situación, realmente tenemos dos opciones de lucha. Podemos decir: «sí, de acuerdo, vamos a seguir produciendo el capital, promoviendo la acumulación de capital, pero queremos mejores condiciones de vida». Esta es la opción de los gobiernos y partidos de izquierda: de Syriza, de Podemos, de los gobiernos en Venezuela y Bolivia. El problema es que, aunque sí pueden mejorar las condiciones de vida en algunos aspectos, por la desesperación misma del capital existe muy poca posibilidad de un capitalismo más humano.

La otra posibilidad es decir «Chao, capital, ya vete, vamos a crear otras maneras de vivir, otras maneras de relacionarnos, entre nosotros y también con las formas no humanas de vida, maneras de vivir que no están determinadas por el dinero y la búsqueda de la ganancia, sino por nuestras propias decisiones colectivas».

Aquí en este seminario estamos en el mero centro de esta segunda opción. Este es el punto de encuentro entre zapatistas y kurdos y miles de movimientos más que rechazamos el capitalismo, tratando de construir algo diferente. Todas y todos estamos diciendo «Ya, capital, ya pasó tu tiempo, ya vete, ya estamos construyendo otra cosa». Lo expresamos de muchas maneras diferentes: estamos creando grietas en el muro del capital y tratando de promover su confluencia, estamos construyendo lo común, estamos comunizando, somos el movimiento del hacer contra el trabajo, somos el movimiento del valor de uso contra el valor, somos el movimiento de la dignidad contra un mundo basado en la humillación. Estamos creando aquí y ahora un mundo de muchos mundos.

Pero ¿tenemos la fuerza suficiente? ¿Tenemos la fuerza suficiente para decir que no nos interesa la inversión capitalista, que no nos interesa el empleo capitalista? ¿Tenemos la fuerza para rechazar totalmente nuestra dependencia actual del capital para sobrevivir? ¿Tenemos la fuerza para decir un «adiós» final al capital?

Posiblemente no la tenemos, todavía. Muchos de nosotros que estamos aquí tenemos nuestros sueldos o nuestras becas que vienen de la acumulación del capital o, si no, vamos a regresar la semana próxima a buscar empleo capitalista. Nuestro rechazo al capital es un rechazo esquizofrénico: queremos decirle un adiós tajante y no podemos o nos cuesta mucho trabajo. No existe pureza en esta lucha. La lucha para dejar de crear el capital es también una lucha contra nuestra dependencia del capital. Es decir, es una lucha para emancipar nuestras capacidades creativas, nuestra fuerza para producir, nuestras fuerzas productivas.

En eso estamos, por eso venimos acá. Es cuestión de organizarnos, claro, pero no de crear una Organización, sino de organizarnos de múltiples maneras para vivir desde ahora los mundos que queremos crear.

¿Cómo avanzamos, cómo caminamos? Preguntando, por supuesto, preguntando y abrazándonos y organizándonos.

Fuente de la información e imagen:  https://www.elviejotopo.com/

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Un ajedrez de desigualdad y desafíos estructurales

En un contexto de retroceso en materia de políticas contra la violencia de género es fudamental repensar y reponer las herramientas para su erradicación.

La violencia contra las mujeres y diversidades en Argentina persiste como un problema profundamente arraigado, con un impacto devastador no solo en las víctimas directas, sino también en el tejido social y económico del país. En un contexto de crisis económica y políticas de ajuste, las consecuencias de esta violencia se hacen aún más evidentes y graves.

Según datos del observatorio “Ahora Que Sí Nos Ven,” en 2024 se ha registrado un femicidio cada 37 horas, lo que evidencia la persistencia de la violencia de género en el país. Este dato es solo un reflejo de una problemática más amplia que afecta todos los niveles de la sociedad. Los casos de violencia contra figuras públicas de la política argentina como Fabiola Yáñez, esposa del expresidente Alberto Fernández, y Lourdes Arrieta, diputada nacional, han reavivado el debate sobre la gravedad de este flagelo, destacando las carencias en los sistemas de protección, la transversalidad del problema, y la urgente necesidad de políticas más efectivas y coherentes para enfrentarlo desde sus raíces.

Violencia y economía: un ciclo vicioso

De todas las posibles violencias contra mujeres y diversidades, la violencia económica es una de las formas más insidiosas, aunque sean otras las que más prensa obtienen. En un contexto de ajuste y recesión, muchas mujeres se ven atrapadas en ciclos de dependencia financiera que les impiden escapar de relaciones abusivas. Este tipo de violencia no solo afecta a las mujeres a nivel individual, sino que también tiene un impacto significativo en el desarrollo económico del país. Según un informe de la OCDE, la violencia de género puede reducir el PIB global en aproximadamente un 2% al año, lo que equivale a una pérdida anual de más de 1,6 billones de dólares.

En Argentina, donde la economía enfrenta una de sus peores crisis en décadas, este impacto es aún más agudo. Las políticas de ajuste, que incluyen recortes en programas sociales, los programas de contención a víctimas de violencia de género, y una reducción en las transferencias a las provincias, a lo que se suma un discurso antifeminista extremo, agravan las desigualdades y perpetúan la dependencia económica de las mujeres. La administración nacional actual, con su enfoque radical de terapia de shock y su agenda de liberalización económica y desmantelamiento de programas de protección, contención y promoción, ha exacerbado estas dinámicas, dejando a muchas mujeres y diversidades en una situación de vulnerabilidad extrema.

Política y violencia de género

La violencia de género no es solo un problema social o económico; también es un fenómeno profundamente político. Según un informe de ONU Mujeres, alrededor del 60% de las mujeres que ocupan cargos públicos en América Latina han sufrido algún tipo de violencia política. En Argentina, este fenómeno se ha manifestado con especial intensidad en el ámbito de las redes sociales, donde el discurso de odio y las agresiones son moneda corriente. Y esto no solo sucede contra políticas opositoras, sino que como se ha visto en los últimos meses, también sucede contra las propias aliadas políticas como una herramienta de disciplinamiento, que no escapa a las lógicas más conocidas de la política global.

La administración actual ha tomado medidas que no solo han aumentado la desigualdad, sino que también han debilitado las bases de la democracia al crear un ambiente de confrontación y polarización constante. La falta de un liderazgo opositor cohesivo y la fragmentación de las fuerzas políticas han dejado a amplios sectores de la sociedad, incluidos aquellos más vulnerables a la violencia de género, sin una representación efectiva. Aunque se repudia ampliamente lo que se ha revelado sobre la situación de la ex pareja presidencial, no existe una voz o conjunto de voces unificadas que retomen con fuerza la agenda de diversidades y, al mismo tiempo, cuenten con el apoyo ciudadano mayoritario, lo que presenta un desafío significativo de cara a las elecciones intermedias de 2025.

El impacto global de la derechización y sus efectos en la igualdad de género

Pero no somos nunca una excepción. Este escenario de violencia y crisis no es exclusivo ni autóctono. A nivel global, la derechización de la política global plantea una amenaza real para los derechos humanos y la igualdad de géneros. La expansión de partidos de extrema derecha, que promueven agendas nacionalistas y antiinmigración, especialmente en Europa y los Estados Unidos, podría erosionar los avances logrados en las últimas décadas en materia de derechos de las mujeres y diversidades.

En este contexto, la promoción de la independencia económica de las mujeres y la lucha contra la violencia de género se convierten en imperativos no solo para la justicia social, sino también para la estabilidad económica y política a largo plazo. La historia económica de Argentina y otros países muestra que las políticas que ignoran la equidad y la inclusión social no solo son moralmente indefendibles, sino que también son insostenibles a largo plazo.

La necesidad de un cambio de paradigma

Promover la autonomía financiera de las mujeres es esencial, no solo como una estrategia para combatir la violencia de género, sino también como un motor de crecimiento económico. En países como Argentina, donde las mujeres constituyen una parte considerable de la población en edad laboral, la violencia de género actúa como un freno al crecimiento económico sostenible y equitativo. La exclusión de las mujeres y diversidades del mercado laboral, emprendedor, productivo y financiero, debido a los diferentes tipos de violencia económica, más o menos visibles o conscientes, no solo perpetúa la desigualdad de género, sino que también priva a la economía de una fuerza creativa, inversora y de trabajo esencial para su desarrollo.

Los esfuerzos para la promoción de la autonomía financiera no solo son cruciales para la seguridad de las mujeres, sino que también tiene un impacto positivo en la economía general, al aumentar la participación femenina en la economía formal y reducir los costos asociados con la violencia de género. La independencia económica de las mujeres, desde pequeñas emprendedoras hasta grandes empresarias, contribuye significativamente al crecimiento económico y la equidad social del país.

Abordar la violencia de género con seriedad y eficacia es una necesidad imperiosa para asegurar un futuro próspero y equitativo para todos. La erradicación de la violencia contra las mujeres y diversidades y su empoderamiento económico en todos los niveles es, en última instancia, una inversión en el desarrollo sostenible del país. Promover un enfoque integral que incluya la mejora de los sistemas de protección, la promoción de la independencia económica de las mujeres y diversidades y el fortalecimiento de las políticas públicas que aborden las causas profundas de la violencia de género es, en última instancia, pensar en un programa de estabilización y desarrollo inclusivo y sostenible en el largo plazo.

Fuente de la información e imagen:  https://elestadista.com.ar

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Romper el silencio es el primer paso para erradicar la violencia

Por: pressenza

Nosotras, las Feministas Humanistas Internacional, como frente de acción, aplicadas al estudio y a la superación de todo tipo de violencias y discriminación, especialmente por motivos de género, reconocemos a través del estudio, el trabajo sobre nosotras mismas y la acción desde la metodología de la no-violencia que todxs estamos atravesadxs por el patriarcado como paisaje de formación. Negarlo o desentenderse es querer tapar el sol con un dedo. Creer que porque somos humanistas estamos excentxs de esos atravesamientos nos aleja de la posibilidad de revisar y transformar el sistema de creencias llamado patriarcado que corre por nuestras venas. Por eso, promovemos la reflexión y transformación de la violencia machista, y estamos alertas frente a situaciones que también se dan en nuestros ámbitos.

Desde el inicio de nuestro Movimiento, allá por los años previos a 1969, nuestra metodología de acción propone la no-violencia como forma y como propósito, y contempla la denuncia como forma de acción. Eso nos obliga a levantar la voz y expresar que no estamos dispuestas a sostener con el silencio a aquellos que agravian nuestro espacio interno y social, y que se apropian de nuestros lemas y propósitos; denigrando la construcción de miles de amigos y amigas de todo el mundo durante más de medio siglo de acción. Nuestra obra es sagrada, como cada una de nuestras compañeras y compañeros que eligen la no-violencia para construir, no para servirse de nuestro Movimiento con fines personales y de reconocimiento público.

Las Feministas Humanistas no estamos dispuestas a sostener el silencio ante los acosos y abusos en nuestros ámbitos del Movimiento Humanista, sea del organismo que sea.

Decimos NO a la violencia de género en apoyo a las víctimas, y nos agrupamos y actuamos buscando ser la voz de quienes son re-victimizadas al ser juzgadas, melladas, o amenazadas por el círculo de los agresores al atreverse a denunciar. No nos callaremos por no hacer “ruido” si el actuar es de doble moral; ya que hemos decidido avanzar por encima de intereses personales y prestigios políticos partidarios.

Nuestra solidaridad es con el mundo y con nuestras activistas humanistas que han desarrollado su acción siempre de forma voluntaria y solidaria. ¡Reciprocidad con ellas! Coherencia en nuestros ámbitos.

Feministas Humanistas Internacional

Fuente de la información e imagen:   https://www.pressenza.com

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Las declinaciones del «emprendedorismo» y las nuevas derechas

El «emprendedorismo» funciona como un hilo conductor entre diferentes dimensiones de la emergencia de las nuevas derechas, desde la economía hasta los influencers, pasando por la política stricto sensu.

Para que la alianza entre clases que condujo a la extrema derecha al triunfo electoral en países como Brasil y Argentina fuera posible, era necesario que algunas imágenes y palabras produjeran una identificación entre sectores muy distintos de la sociedad. «Emprendedor» era uno de estos signos. Al fin y al cabo, es un término que no solo abarca realidades muy diferentes –desde el ejecutivo hasta el trabajador informal, desde el dueño de una cadena de tiendas hasta el pequeño comerciante–, sino que, al representar un objeto de aspiración, puede referirse tanto a la realidad como a un deseo. En un mundo donde se insta constantemente a las personas a admirar a los empresarios y a ver las cosas desde su punto de vista, no sorprende que candidatos que se presentan como defensores de los emprendedores puedan atraer a ricos y pobres al mismo tiempo.

Pero el rol de operador ideológico en una alianza entre diferentes clases tampoco lo dice todo sobre el papel que juega el emprendedorismo en la política actual. Es necesario entender a figuras como Jair Bolsonaro y Javier Milei no solo como favorables a los emprendedores, sino como ellas mismas resultado de fenómenos de emprendedorismo, en este caso político. A partir del agotamiento y la descomposición del progresismo en Brasil y Argentina, «ser de derecha» (y, gradualmente, de extrema derecha) se ha convertido en una elección profesional para muchas personas. Este «emprendedorismo político» desempeñó un papel clave en la construcción de la ola que llevó a estos personajes a la Presidencia y, evidentemente, alcanzó otro nivel con la toma del poder.

La ubicua ideología del emprendedorismo de las últimas décadas tiene diversas fuentes, que van desde el neoschumpeterianismo del teórico de la gestión Peter Drucker hasta la generalización de «emprender» como prácticamente sinónimo de toda acción humana por parte de la escuela austríaca de Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek. En países como Brasil, su difusión desde los años 1980 se debió principalmente a cuatro factores. Los dos principales fueron, por supuesto, el dominio absoluto de las ideas neoliberales en el debate público y las políticas inspiradas en estas ideas, que favorecieron al mercado como mecanismo de asignación de recursos en detrimento de los derechos sociales y los servicios públicos, aumentando la coerción económica sobre las personas e intensificando la lógica de «matar o morir». Pero también pesaroń mucho la creciente penetración de las iglesias evangélicas que predican la llamada «teología de la prosperidad» y el boom de la industria de la autoayuda y el coaching. Esta última, una especie de uróboros del emprendedorismo –en el que la constante demanda de autooptimización para el mercado se transforma en una oportunidad de negocio–, consiste en la curiosa actividad económica en la que individuos cuyo único negocio son ellos mismos enseñan a otros individuos sus secretos para triunfar en los negocios.

Los gobiernos de izquierda que prosperaron en América Latina a principios de este siglo no representaron un momento de reflujo en la ideología del emprendedorismo, sino todo lo contrario. Como señala Verónica Gago, en gran medida la movilizaron y, en cierto sentido, la «democratizaron»1. Durante este periodo, las condiciones económicas favorables y la apuesta por las políticas distributivas y el mercado de consumo interno crearon las bases para un «emprendedorismo popular» que funcionó como fuente de dinamización económica y ascenso social. Con ello, el progresismo contribuyó a la consolidación de un «neoliberalismo desde abajo»: una condición en la que las clases populares, cada vez más acostumbradas a la privatización de los riesgos y a los discursos de legitimación del orden económico promovidos por el neoliberalismo, interiorizan la lógica del «emprendedor de sí mismo» y pasan a concebir sus propias estrategias de vida en estos términos.

Incluso en condiciones normales, el mercado siempre produce muchos más perdedores que ganadores. Por cierto, la ficción de que sería un espacio en el que los individuos florecen exclusivamente por sus méritos suele servir para ocultar todas las ventajas de las que en realidad dependen los ganadores (riqueza intergeneracional, buenas conexiones, acceso privilegiado al poder político, etc.). Pero el poder de la ideología del emprendedorismo proviene, en gran medida, del hecho de que la imposibilidad de realizarla refuerza la identificación con ella, en lugar de debilitarla. Cuando se cree que el éxito depende exclusivamente del esfuerzo individual, el fracaso no se vive como una señal de que los datos están sesgados, sino como culpa, vergüenza y un llamado a trabajar aún más. El éxito y la figura misma del emprendedor se convierten así en objetos de lo que la recientemente fallecida teórica estadounidense Lauren Berlant denominó «optimismo cruel»: el apego a una promesa de felicidad que no solo no llega a materializarse, sino que nos impide obtener la felicidad, y a la que volvemos una y otra vez con la esperanza de que «esta vez será diferente»2.

Acumulada durante décadas, esta repetición produce tanto solidaridad negativa (el sentimiento de que «si yo tengo que pasar por esto, todos los demás también») como resentimiento (el odio que surge de la experiencia de no obtener lo que se imagina que se merece). Gran parte del material que Donald Trump y otros líderes de extrema derecha tuvieron a su disposición en Estados Unidos y Europa proviene de ahí. Pero el resentimiento también puede generarse en un periodo mucho menor, si se produce un achatamiento repentino del horizonte futuro; así fue como ocurrió en Brasil. Sin duda, no fueron solo la omnipresencia y el perverso atractivo de la ideología del emprendedorismo lo que sedujo a personas de muy diversa procedencia en las elecciones de 2018. La crisis económica iniciada en 2014 frustró las expectativas tanto en la parte superior de la pirámide social como en su base, mientras que el estallido de un gran escándalo de corrupción ofreció una explicación causal simple y un objetivo fácil para el resentimiento: la culpa la tenían la «vieja política» y el «saqueo del pt [Partido de los Trabajadores]». Como los años de «saqueo del pt» también habían sido ventajosos para ciertos grupos sociales, el odio podía extenderse al portero de un edificio que había logrado viajar a Nueva York, a la hija de la empleada doméstica que había ingresado en la universidad pública, a los indígenas cuyas tierras habían sido reconocidas, a las personas lgbti+ que obtuvieron amparos legales o a artistas que organizaron eventos con apoyo de la Ley Rouanet3.

El súbito resentimiento provocado por la crisis podía así comunicarse con un resentimiento que se había ido acumulando progresivamente durante la década anterior, y quizás incluso antes. A diferencia del primero, común a ricos y pobres, el segundo estaba más concentrado en un estrato social específico: la baja alta clase media.

La «baja alta clase media»

Cuando Trump ganó las elecciones de 2016, la sorpresa se atribuyó casi en su totalidad a la mítica «clase trabajadora blanca» de las regiones desindustrializadas durante décadas de globalización neoliberal. Por mucho que este segmento social pueda realmente haber definido el resultado de la votación en sus distritos, este análisis confundió anécdota y hecho al ignorar que solo 25% de los votantes de Trump coincidían con el perfil de una persona blanca, sin título universitario y con ingresos por familia debajo de la media nacional, o al no tener en cuenta que muchos votantes pobres en relación con la media nacional eran relativamente acomodados en comparación con las áreas donde vivían («nacionalmente pobres pero localmente ricos»)4. Por su parte, en Brasil, mientras la izquierda se enfocaba en los millonarios que apoyaban al gobierno y la derecha intentaba presentarse como la verdadera voz del pueblo, quizás deberíamos haber identificado al núcleo del bolsonarismo en un estrato que, aprovechando la expresión de George Orwell en El camino de Wigan Pier, podríamos llamar «baja alta clase media».

En el Brasil actual, muy diferente de la Inglaterra eduardiana en la que creció Orwell, lo que designaría esta etiqueta es un estrato de personas con una condición acomodada, pero constantemente acechada por el fantasma de la movilidad social negativa. Aunque sus ingresos las sitúan en la clase media o media alta, carecen de la riqueza provista por activos acumulados y del capital cultural y social de otras personas con niveles de vida similares5. Estas deficiencias las hacen particularmente sensibles a las diferencias de estatus y expuestas a las fluctuaciones de la economía. Frutos de la primera o segunda generación que logró el ascenso social, o herederas de familias que vieron menguar su riqueza, se encuentran permanentemente en una suerte de punto medio: alto consumo, pero a costa del endeudamiento; título universitario, pero mediocre y en instituciones de bajo prestigio; empresa propia, pero nunca operando con un margen completamente cómodo sin recurrir a la evasión de impuestos y otros recursos ilegales.

Su condición de «lumpen-elite» los convierte en presa fácil de un resentimiento dirigido tanto hacia arriba como hacia abajo. Hacia arriba, se resienten ante una elite cultural que domina códigos que a ellos se les escapan (y que ven como simples marcadores de distinción social), una elite social que tiene las conexiones que a ellos les faltan (y que se presenta como una red cerrada de amiguismos) y una elite económica que posee la riqueza que anhelan (objeto de envidia y emulación al mismo tiempo). Hacia abajo, se resienten ante la amenaza de perder sus propios marcadores de distinción: la exclusividad en el acceso a bienes de consumo como los viajes internacionales, espacios como la universidad o servicios como el trabajo doméstico. Esta ansiedad de estatus implica, a su vez, una alta vulnerabilidad a las perturbaciones, en lo que el filósofo político Corey Robin denominó «la vida privada del poder», y que podemos entender ampliando la idea del sociólogo W.E.B. Du Bois de un «salario psicológico de la blanquitud» para hablar también de relaciones de clase y de género6. El resentido muchas veces encuentra compensación emocional en la posibilidad de sentirse superior al camarero, a la empleada doméstica, al negro (en el caso del blanco), a la mujer (en el caso del hombre), al gay o trans (en el caso del cis-hetero) y, por lo tanto, le molesta cualquier riesgo de no poder disfrutar de estas ventajas o de perderlas.

La baja alta clase media no dejó de beneficiarse de los años de prosperidad lulista, pero vio que sus ganancias sufrieron una relativa depreciación en comparación con las ganancias de los más ricos y los avances simbólicos y materiales de los más pobres. Fue en este ambiente donde la prédica de figuras como Olavo de Carvalho7 encontró terreno fértil al colocar en el mismo marco de una gran conspiración contra los valores occidentales la frustración del concurseiro8 que no fue aprobado (y pasó a culpar a las cuotas raciales), la del hombre que no pudo ser macho alfa (y empezó a culpar al feminismo), la del adulto que se sintió disminuido intelectualmente (y empezó a culpar al marxismo cultural) y la del empresario fracasado, para quien el problema eran las políticas redistributivas, entendidas no como mecanismos para promover la actividad económica y reparar las desigualdades históricas, sino como sobornos del gobierno a los grupos de interés. Como resultado, los sentimientos de fracaso e impotencia encontraron no solo una explicación, sino un espacio de recepción y organización9. En este sentido, la formación de la nueva derecha brasileña desde 2013 hasta el presente, con sus protestas ocasionalmente delirantes y sus pánicos morales en torno de universidades y exposiciones de arte contemporáneo, fue quizás el mayor programa de salud mental que Brasil haya conocido.

Es en este nicho de la baja alta clase media donde se creó y se mantuvo el bolsonarismo más convencido. La propia familia Bolsonaro, por cierto, probablemente pertenecería a este si no hubiera descubierto un talento para los negocios políticos. Pero de allí no solo procedían la mayoría de los seguidores más feroces de la nueva derecha, sino también muchos de sus organizadores e intelectuales orgánicos. A medida que la inestabilidad política y económica reveló la existencia de este mercado, cientos de empresarios en bancarrota, rockeros decadentes, actores y actrices fracasados, periodistas de dudosa reputación, subcelebridades «activistas», traders esforzados, coaches mediocres, policías y militares que buscan complementar sus ingresos –toda una colorida fauna de agitadores «conservadores», «patriotas», «liberales» y «anarcocapitalistas»– encontraron la oportunidad de una nueva carrera.

Ya sea a través de la creación de movimientos capaces de captar recursos de nebuloso destino, a través de la conquista (o reconquista) de espacios en los medios tradicionales, o a través de la monetización de canales de YouTube y perfiles de Instagram, estos constituyeron un circuito en el que la acumulación de capital político se convertía fácilmente en acumulación de capital económico, y viceversa. Esta convertibilidad es, además, tanto el medio por el cual se construye la trayectoria del emprendedor político como su propio fin. Al consolidarse como influenciador, el individuo puede reclamar un cargo público, ya sea por elección o designación; el cargo público, a su vez, trae notoriedad y una audiencia fiel, retroalimentando la performance en las redes sociales. Incluso cuando no conduce a una carrera política, el emprendedorismo político siempre implica ventajas pecuniarias, tanto directas (invitaciones a conferencias, contratos publicitarios y editoriales, venta de productos como camisetas y calcomanías, fondos públicos) como indirectas (condonación de deudas tributarias, préstamos, acceso a autoridades).

En este sentido, la ola de extrema derecha que sorprendió a muchos en 2018 también debe entenderse como un gran movimiento emprendedorista. Este es, por cierto, uno de los puntos en que fenómenos como Bolsonaro y Trump más se distinguen de los movimientos fascistas históricos del periodo de entreguerras. Mientras que los primeros se basaban en organizaciones de masas altamente disciplinadas, concebidas a imagen de un ejército paralelo, sus epígonos contemporáneos se parecen más a un enjambre de emprendedores innovando en un nicho de mercado10. Usando plataformas digitales en lugar de formas de organización más tradicionales, conectan una demanda (frustraciones, heridas y deseos variados) con una oferta (cobijo, explicaciones, soluciones y válvulas de escape). Como la base sobre la que se desarrolla este encuentro es la fragilidad emocional que genera la incapacidad de cumplir las propias expectativas, hay un terreno fértil para oportunistas y especuladores de todo tipo.

En este sentido, de hecho, la agitación de la extrema derecha y el mundo del coaching son muy similares: en ambos casos, para alimentar el «optimismo cruel» que sustenta la creencia en el emprendedorismo, es fundamental que los candidatos a influencers sepan interpretar el papel de objetos de admiración. Por mucho que su nueva carrera esconda el fracaso de la anterior, deben presentarse como vencedores en el competitivo mundo del mercado, grandes exponentes en sus respectivas áreas, autoridades cuyos méritos manifiestos no lograron ser reconocidos debido a algún tipo de complot. Por eso la militancia bolsonarista más aguerrida aparece tan claramente dividida entre los que sufren por no llegar a las alturas prometidas por su visión del mundo y los que dicen conocer algún secreto oculto o fórmula del éxito. Por cada Ricardo Vélez Rodríguez, un resentido anticuado, piadoso y nostálgico, siempre hay un Markinhos Show, el asesor especial designado por el general Eduardo Pazuello en el Ministerio de Salud, cuyo sitio web lo describe como «Conferencista motivacional, Master Coach, analista de neuromarketing, especialista en marketing, seo, Hipnólogo, Mentalista, Practitioner de pnl, Músico, Emprendedor y Especialista en Marketing Político». Incluso la supuesta figura «técnica» del gabinete de Bolsonaro, el ministro de Economía Paulo Guedes, es alguien cuya capacidad intelectual nunca fue muy apreciada por sus pares, pero que logró convertir su éxito como operador bursátil en un cargo ministerial en el que mezclaba el rol de orador motivacional en eventos de inversores con la constante venta de terrenos en la Luna.

Dado que fue en este ambiente de emprendedorismo freestyle donde el bolsonarismo reclutó a buena parte de su personal, no es de extrañar que el gobierno se mostrara plagado de pícaros negociando con falsificadores, como lo sugieren las farsas que la Comisión Parlamentaria de Investigación (cpi) de la pandemia11 sacó a la luz. Pero las oportunidades de negocio no se agotaron con el reparto de cargos a simpatizantes sin ninguna cualificación discernible, ni con la asignación de recursos públicos a influencers digitales amigos, ni con el gasto en alimentos y bebidas de lujo posiblemente sobrefacturados, el relajamiento en los mecanismos de control, el sigilo de la tarjeta corporativa presidencial y la entrega de porciones administrativas y presupuesto a los socios. El fenómeno del «tratamiento temprano»12, impulsado por una red de influencers del mundo médico en sinergia con laboratorios farmacéuticos y un gobierno interesado en eximirse de responsabilidad en la lucha contra el covid-19, demuestra que el bolsonarismo continuó produciendo enjambres y nichos de celebridades capaces de volar cada vez más alto.

Maquiavelos y estafaos

«Existen fuertes indicios de que, al menos en su estado actual, la agitación [de extrema derecha] en eeuu es tanto un vendehumo como un movimiento político», escribieron Leo Löwenthal y Norbert Guterman en un estudio clásico de la retórica utilizada por propagandistas de derecha13. Corría el año 1949. «No debemos olvidar que el agitador confía en que su audiencia esté formada por ‘tontos’», dicen los autores. «Personas que guardan rencor hacia el mundo porque sienten que han sido postergadas, y que, por lo tanto, son inseguras, dependientes y están confundidas»14. Más recientemente, el historiador Rick Perlstein ha señalado que la promiscuidad de larga data entre los intereses comerciales y los fines políticos dentro del movimiento conservador estadounidense hace imposible decir dónde termina el negocio y dónde comienza la ideología. «Son dos caras de la misma moneda, la estafa de la cura milagrosa para las enfermedades cardíacas que cuesta solo 23 centavos transformándose infinitesimalmente en la estafa de tasas impositivas marginales minúsculas como la cura milagrosa para los problemas nacionales»15. El conservadurismo, «en ese aspecto como en muchos otros», concluye Perlstein, es lo mismo que los esquemas piramidales o el infame «marketing multinivel» de empresas como Amway, un viejo imán para la baja alta clase media16.

En el discurso de la meritocracia, la promesa aparentemente democrática de que todos pueden «llegar» por su propio esfuerzo se equilibra de manera precaria con la celebración aristocrática de aquellos que realmente «llegan» como individuos dotados de un talento y de un coraje superior a la media. En estos términos, por ejemplo, el economista Joseph Schumpeter exaltó la «destrucción creativa» promovida por el emprendedor, un revolucionario cuyos logros están «fuera de las actividades rutinarias que todos entienden»17. En un mundo extremadamente desigual, esta duplicidad produce inevitablemente, por un lado, el sufrimiento altamente individualizado del fracaso y, por otro, la esperanza de que el premio mayor siempre está a la vuelta de la esquina, al alcance de cualquiera que sepa reconocerlo. El elogio del esfuerzo se convierte fácilmente, entonces, en la valorización de la astucia y en el golpe de suerte.

Esto se vuelve aún más evidente cuando pasamos de la narrativa épica de Schumpeter a aquella más modesta de Friedrich von Hayek, en la que el héroe no es un innovador radical, sino alguien que sabe aprovechar información privilegiada. Para Hayek, el mercado es un gran procesador de información que comunica diferencias ventajosas en las condiciones de producción a través de variaciones de precios. Es el hecho de tener información única, como obtener mano de obra o transporte más baratos, por ejemplo, lo que permite a un agente vender a un precio más bajo. De este modo, él estará al mismo tiempo sacando una ventaja económica de este conocimiento y aportando una novedad útil al resto del sistema. Es así como, escribe Hayek, «cuando solo unos pocos conocen un nuevo acontecimiento importante», serán «los tan difamados especuladores» quienes «harán que la información relevante se difunda rápidamente mediante una adecuada variación de los precios»18. El camino más corto hacia el éxito es el descubrimiento, ya sea de una pequeña ventaja marginal o de la próxima gran idea. Y, por supuesto, donde hay mucha gente buscando un atajo, siempre habrá algún astuto cuyo atajo es convencer a otros de que ha encontrado uno.

La cosa se complica aún más cuando dejamos el eje producción-comercio y pasamos a las finanzas. Mientras que en el primer caso la ventaja incluida en la información privilegiada se verifica inmediatamente en el abaratamiento del producto, la ventaja de una inversión suele ser a futuro: apuesta hoy por esa idea y gana mañana por haberla descubierto primero. El mercado financiero pone la próxima gran idea potencialmente al alcance de todos, pero al mismo tiempo hace que el negocio del lucro, el esquema piramidal, la cura milagrosa, vender humo y la teoría conspirativa tengan fundamentalmente la misma forma: la promesa de que la información ahora restringida a un pequeño círculo pronto demostrará ser una verdad revolucionaria y generará ganancias pecuniarias y/o psíquicas a aquellos que se atrevieron a abrazarla primero19. La diferencia entre la oportunidad perdida y la apuesta de un millón de dólares puede estar en la audacia del «pensamiento freelance», tomando prestada la expresión que el presentador de Fox News, Tucker Carlson, usó para describir al movimiento conspiranoico qanon.

Las similitudes no se detienen ahí. Al igual que con los esquemas piramidales, la mejor manera de ganar dinero con las finanzas es ser el primero en entrar y el primero en salir. Dado que el valor de un activo depende de la percepción de las personas sobre el valor que tendrá, quienes invierten primero tienen la oportunidad de apreciar su apuesta inicial hasta que el activo se valore tanto que ya no pueda dar el rendimiento esperado. Entonces será el momento de vender, antes de que el mercado llegue a la misma conclusión y el precio comience a caer. Esta trayectoria describe todas las burbujas especulativas de la historia, desde la fiebre de los tulipanes en Holanda en el siglo xvii hasta la caída del mercado inmobiliario que derrumbó la economía mundial en 2008. Pero estos momentos supuestamente excepcionales no revelan nada más que lo que hace el mecanismo normal del mercado cuando no hay nada que pueda controlarlo.

Si bien esta lógica sigue siendo la misma desde el nacimiento del mercado financiero, dos factores han cambiado en las últimas décadas. Por un lado, ha habido una reducción del feedback entre la percepción pública y el valor monetario: ahora los dos interactúan mucho más rápido. Por otro lado, proliferaron los medios y las técnicas para manipular la percepción.

Al conectar mercados y naciones de todo el planeta, la globalización de finales del siglo pasado ha creado un mundo donde el dinero nunca duerme y los activos financieros están continuamente sujetos a los cambios de humor de una audiencia internacional que responde en tiempo real a las redes sociales y a los noticieros durante las 24 horas. Así, un gesto tan pequeño como el del astro portugués Cristiano Ronaldo al esconder dos botellas de Coca-Cola durante una conferencia de prensa puede tener un impacto casi inmediato en las acciones de la marca. Sin embargo, la otra cara de la moneda es que hay un número cada vez mayor de dispositivos disponibles para cualquiera que quiera inflar el valor de los activos, de las ideas y de las empresas.

Esto se puede hacer mediante la fuerza bruta del dinero. Empresas como Uber pueden ofrecer precios bajísimos a los consumidores no solo porque explotan las lagunas de la legislación laboral, sino porque tienen los fondos para operar en números rojos durante años, hasta que destruyen a los competidores y monopolizan sus mercados. Este plan de negocios es el secreto de las start-ups tecnológicas más exitosas (las llamadas «unicornios»), y asume que si luego la empresa no es capaz de dar el rendimiento esperado, es probable que los inversores hayan obtenido su beneficio al momento de la oferta pública inicial de la empresa. Pero los artificios en cuestión también pueden ser los de la propaganda: si el valor de un activo depende de que se perciba como valioso, quienes logren generar esa impresión inevitablemente verán que se revaloriza. Así es como una máquina de hype bien aceitada es capaz de inflar una inversión tan engañosa como el ya legendario Fyre Festival20.

Es en este punto donde se cruzan las finanzas y la influencer economy. No solo en el sentido de que los influenciadores son grandes dispositivos de manipulación de opinión, sino también porque comparten con el mercado financiero exactamente el mismo principio: gestionar la percepción pública como mecanismo de generación de valor21. Dada la centralidad de este tema en la actualidad, parece perfectamente justo que una de las figuras más definitorias de nuestro tiempo sea Donald Trump: un multimillonario autodeclarado cuya principal fuente de ingresos en este siglo fue interpretar el papel de multimillonario en un reality show y patentar su nombre como marca registrada.

Cuando la percepción pública y el dinero están tan entrelazados, nada importa más que la autenticidad: cuando todos tratan de fingir, lo que es «de verdad» vale más. El problema, por supuesto, es que falsificar algo real nunca ha sido tan fácil. En una sociedad global hiperconectada, con miles de millones de productores y consumidores de información, no faltan formas de publicitarse sin parecerlo, sembrando contenidos que parezcan «orgánicos» y «espontáneos» para generar una participación activa que sea efectivamente ambas cosas. Los instrumentos para manipular las métricas de las redes sociales, como click farms y cuentas de robots o cyborgs; la multiplicación de fuentes de fake news; la contratación de influencers para publicidad no declarada; la creación de ecosistemas de comunicación multiplataforma que forman un circuito cerrado donde progresivamente se construyen mundos paralelos: todo indica que vivimos en una especie de edad dorada del fraude22. Si en el pasado un buen embaucador siempre plantaba uno o dos cómplices entre el público para que lo ayudaran a atraer a sus víctimas, en internet uno puede tener tantos cómplices como le quepa a su presupuesto. Del Brexit a Bolsonaro, la historia del giro a la derecha de la política mundial en los últimos años es inseparable del hecho de que las democracias contemporáneas aún carecen de anticuerpos para enfrentar esta transformación.

Nota: este texto es una versión levemente modificada del libro Bolsonarismo y extrema derecha global. Una gramática de la desintegración (Tinta Limón, Buenos Aires, 2024). Traducción: Florencia Carrizo.

  • 1.V. Gago: La razón neoliberal. Economías barrocas y pragmática popular, Tinta Limón, Buenos Aires, 2014.
  • 2.L. Berlant: Cruel Optimism, Duke UP, Durham, 2011. [Hay edición en español: El optimismo cruel, Caja Negra, Buenos Aires, 2020].
  • 3.Mecanismo de finaciamiento de las actividades culturales introducida durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso en la década de 1990 como forma de eximir al poder público de responsabilidades y ampliar el control del mercado sobre el sector. Esta ley se volvió en la última década un objeto de la paranoia un tanto despistada de la extrema derecha, que la ve como instrumento para favorecer el «marxismo cultural» durante los gobiernos del PT.
  • 4.Ver Nicholas Carnes y Noam Lupu: «It’s Time to Bust the Myth: Most Trump Voters Were Not Working Class» en The Washington Post, 5/6/2017; Thomas Ogorzalek, Luisa Godinez Puig y Spencer Piston: «White Trump Voters Are Richer Than They Appear» en The Washington Post, 13/11/2019.
  • 5.En una economía altamente financiarizada, «[el] principal factor determinante de la desigualdad ya no es el empleo, sino la capacidad de comprar activos cuya apreciación es más rápida que la inflación y los salarios. (…) Por supuesto, los ingresos salariales siguen siendo de vital importancia para muchas personas como medio para acceder a los medios de subsistencia, pero lo importante es que, por sí mismos, sirven cada vez menos como base para lo que la mayoría de la gente consideraría una vida de clase media». Lisa Adkins, Melinda Cooper y Martijn Konings: The Asset Economy: Property Ownership and the Logic of Inequality, Polity, Cambridge, 2020, p. 5.
  • 6.C. Robin: The Reactionary Mind: Conservatism from Edmund Burke to Donald Trump, Oxford UP, Oxford, 2018; W.E.B. Du Bois: Black Reconstruction in America, 1860-1880, Free Press, Nueva York, 1998.
  • 7.Olavo de Carvalho (1947-2022), residente en EEUU, fue un activo referente ideológico de la extrema derecha y tuvo una influencia importante al inicio del mandato de Bolsonaro [n. del e.].
  • 8.El término designa a las personas, normalmente de clase media y media baja, que se dedican durante mucho tiempo a prepararse para todo tipo de concurso con la esperanza de alcanzar una carrera segura en la administración pública.
  • 9.Es interesante notar que el discurso de la extrema derecha ofrece el alivio de una desculpabilización individual (el fracaso, que normalmente sería responsabilidad del propio individuo, en este caso no lo es) sin reconocer la acción de las estructuras sociales sobre nuestras vidas. Lo que hacen las teorías de la conspiración es atribuir personalidad e intencionalidad a las fuerzas impersonales que condicionan las trayectorias personales: si fallaste, no es porque el sistema distribuye las oportunidades de manera desigual, sino porque algunos agentes específicos así lo querían. De esta manera, la demanda de justicia termina haciéndose equivalente a la demanda de «igualdad» de un mercado idealizado, libre de las acciones nocivas de sujetos más o menos ocultos.
  • 10.La organización paramilitar no necesariamente desaparece, pero es, por así decirlo, «tercerizada». En casos como Brasil, se constituye como una actividad empresarial según el modelo de las milícias. En definitiva, es necesario reconocer que ni siquiera las formas de organización de la extrema derecha salieron ilesas de las transformaciones impuestas por la revolución neoliberal.
  • 11.La CPI del covid-19, también llamada cpi de la pandemia, fue una comisión parlamentaria que investigó supuestas omisiones e irregularidades en el accionar del gobierno del presidente Bolsonaro durante la pandemia de covid-19. Fue creada el 13 de abril de 2021, instalada oficialmente en el Senado Federal el 27 de abril de 2021 y prorrogada por otros tres meses el 14 de julio de 2021, culminando con la presentación y votación del informe final el 26 de octubre de 2021 [n. de la t.].
  • 12.«Tratamiento temprano» se refiere a un conjunto de medicamentos cuyo uso sin comprobación científica fue estimulado por autoridades públicas y miembros de la comunidad médica brasileña durante la pandemia de covid-19 como alternativa a las políticas de protección como el distanciamiento social y la utilización de mascarillas, activamente saboteadas por el gobierno de Bolsonaro.
  • 13.L. Löwenthal y N. Guterman: Prophets of Deceit: A Study of the Techniques of the American Agitator, Harper & Brothers, Nueva York, 1949, p. 129. Este libro fue republicado por la editorial angloestadounidense Verso en 2021.
  • 14.Ibíd., p. 21.
  • 15.En este punto, es interesante recordar que, además de la defensa de los intereses corporativos de los cuarteles, la labor del diputado Jair Bolsonaro se reducía prácticamente a la militancia de curas milagrosas como el niobio, el grafeno y la fosfoetanolamina, la llamada «píldora del cáncer», que fue objeto de uno de los dos únicos proyectos de ley aprobados por él en tres décadas, luego prohibida por el Supremo Tribunal Federal (STF) por pisotear las atribuciones de la Agencia Nacional de Seguridad Sanitaria (Anvisa). Quienes observaron de cerca las protestas a favor del impeachment de Dilma Rousseff en 2015 recordarán que las pancartas de apoyo al proyecto de ley 4639/2016, que legalizaba el uso de la píldora, formaban parte del heterogéneo paquete de demandas de los manifestantes.
  • 16.R. Perlstein: «The Long Con: Mail-Order Conservatism» en The Baffler, 11/2012.
  • 17.J. Schumpeter: Capitalismo, socialismo e democracia, Fundo de Cultura, Río de Janeiro, 1961, p. 166. [Hay edición en español: Capitalismo, socialismo y democracia, Página Indómita, Barcelona, 2015].
  • 18.F. Hayek: Derecho, legislación y libertad. Una nueva formulación de los principios liberales de la justicia y de la economía política, Unión Editorial, Madrid, 2014.
  • 19.En un artículo clásico, los antropólogos John y Jean Comaroff describen los esquemas piramidales como «capitalismo de casino para personas que carecen del capital fiscal o cultural para (…) apostar en mercados más convencionales»; en otras palabras, una especie de Dow Jones para los pobres –o para la lumpen-elite–. J. Comaroff y J.L. Comaroff: «Millennial Capitalism: First Thoughts on a Second Coming» en Public Culture vol. 12 No 2, 2000, p. 313. La antropóloga Letícia Cesarino utilizó recientemente la observación de los Comaroff sobre la proliferación de este tipo de esquemas para analizar el emprendimiento en torno del «tratamiento temprano». Ver L. Cesarino: «Tratamento precoce: negacionismo ou Alt-science?» en Blog do Labemus, 27/7/2021.
  • 20.El Fyre Festival, un evento musical de lujo previsto para 2017 en una isla de las Bahamas, se ha convertido en un caso ejemplar del cruce entre mercado financiero, cultura influencer y fraude: su publicidad fue tan exitosa que acabó comprometiendo a los organizadores, que no tenían experiencia en eventos de este tipo, con una serie de promesas publicitarias que tampoco tenían condiciones que se pudieran cumplir. El resultado fue un desastre para las aproximadamente 500 personas que viajaron a la isla, decenas de juicios, la detención de uno de los fiscales y dos documentales.
  • 21.Una intersección literal de las dos economías es la tendencia reciente de contratar a influencers digitales para promover las criptomonedas, creando pequeñas burbujas en beneficio de los primeros inversores, una práctica común del mercado de valores conocida como pump and dump [inflar y tirar].
  • 22.Esta impresión se confirma con la reciente explosión de programas de televisión, tanto de ficción como documentales, que abordan notorios casos de fraude ocurridos en los últimos años, como los que involucran a las empresas WeWork, Theranos y LuLaRoe, o el de la falsa millonaria Anna Sorokin.

Fuente de la información e imagen:  https://nuso.org/articulo

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H. Maturana y las filosofías: «ser racional»

En 1989, el sociólogo Ernesto Tironi acoge unas conferencias de Humberto Maturana en el Centro de Estudios del Desarrollo, en Santiago de Chile. Se publican como libro con un título largo que incluye: “Educación y política” y “Emociones y lenguaje”. De la página 6 de éste, me ocupo de la sección 2.2 con el subtítulo  “Racionalidad y lenguaje”.

Maturana, podríamos decir, fue un biólogo con derivaciones filosóficas –aunque hay muchos académicos que lo dirían: biólogo y humanista. Veremos…

Destaco este párrafo en el comienzo de esta sección acerca de “racionalidad y lenguaje”:

¿Qué somos? ¿Qué es lo humano? Corrientemente pensamos en lo humano, en el ser humano, como un ser racional, y frecuentemente declaramos en nuestro discurso que lo que distingue al ser humano de los otros animales es su ser racional.

La frase “ser racional” me propone dos palabras, cada una comprendiendo mundos completos de sentido.

“Ser” resulta palabra eje o arcaica o inicial de la invención/descubrimiento de la filosofía en la Grecia antigua de los lenguajes de su mitología. No la voy a comentar pq involucra demasiados pre/dicamentos.

Pero “racional” sí. Por <racional-razónracionalidad> los modernos humanos (hij@s e hijastr@s de Europa), entendemos una interpretación del logos griego antiguo. Logos fue traducido al latín romano como ratio –-se nota inmediatamente la transformación/el salto. Con ello se generó una interpretación que separa del sentido inicial griego. Logos dice, m/m, pensar acogiendo palabras de una cierta buena manera (diría: deviniendo consciente de las reglas que uno utiliza). En cambio, ratio dijo pensar calculando de modo que la frase quede correcta, devenga “capaz .de verdad”.

El logos no se separa mucho de la “intuición” –palabra también de etimología latina: in-tuitio = ver/tocar adentro[1]. En cambio, ratio (que devino razón, la razón moderna, la que define lo que la racionalidad “es”), se separa para conectar con una norma o convención fundada, llamada comúnmente “método”.

A mi comprender, la razón deviene entonces una ratio que se relaciona con otra ratio –ya no con eso amplio que hemos nombrado “intuición”, y que me parece que Maturana tiende a llamar “emoción”, pero que a mi se me dificulta repetirlo así (ya lo intentaré “explicar”)…

La cultura moderna institucionaliza (o “naturaliza” como se dice ahora; se invisibiliza el gesto hegemónico, de poder cultural-anónimo, que convierte lo convencional en “hechos fácticos o naturalizados” –lo que implica el dualismo de “cultura & Naturaleza”), institucionaliza la razón como interpretación de la ratio con “método”, como cosa/hecho fundamentado-correcto-unívoco-inapelable…

Maturana permanece en esta hegemonía de discurso. ¿Qué quiero decir con esto? Que acepta ese hecho como fáctico: <que hay razón y hay “emoción”>, y que se deben considerar como fundamentalmente diferentes –y hasta opuestos, asunto que genera luego in/terminables esfuerzos modernos por re/unirlos. En cierto modo, la razón “es” lo que no tiene “emoción” –“es” la frase que oculta/disimula/desconoce/controla eso “otro”, que entonces aprende a llamar “emoción”.

Y lo contrario, “es”, aproximadamente, la “emoción” –lo otro ajeno a razón. Que Maturana enseña a llamar o relacionar con las palabras: “acción”, “dominio de acción” –es decir, que se puede reconocer en el fenómeno de las acciones (y que yo prefiero llamar “lo del cuerpo humano”).

Y, creo, Maturana no estaría lejos de mi interpretación, en cuanto que habla de “biología del conocimiento” o “biología de la acción” (humana) –y esta “biología”, me parece, señala el elemento: cuerpo/movimiento/músculo/sangre/respiración/fisiología/“sistema nervioso”,

(o como quiera llamársele pq todas estas palabras están dichas ya dentro de la razón-racionalidad moderna y en la escisión)…

A mi parecer, cierta experiencia actual de vida –pensada por ciertas filosofías contemporáneas-, intenta hacer el viaje de regreso a ese “antes” de la separación institucional-cotidiana (y filosófica), de <emoción/ razón>. Para nosotros, no es ni necesario ni adecuado pensar-actuar desde este dualismo.

En el fenómeno, o sea, en el darse de las cosas humanas, nos parece que no se da –precisamente-, ninguna separación dualista necesaria de <razón/emoción>.

Por eso, creo que yo puedo pensar bailando. Y escribir como danza. O siento-pensando –salvo que sin estas categorías. O sea, puedo decir eso con cierta tranquilidad. Sin entusiasmos ni autoridad.

Lo propongo…

En el libro <Estudio del sol>, algo parecido hago que diga Baltasar Gracián, hombre pensante del siglo XVII, de Oro, en el reyno de Aragón (antes de España) –en las págs. 17 a 21.

Más contemporáneos, lo han pensado y escrito gente como M. Heidegger y H. G. Gadamer en Alemania siglo XX. Y en Francia, monsieur Jacques Derrida (+ en 2004, cuando estudiaba yo un doctorado en la Facultad de Filosofía de la UACH – Valdivia).

6

Según estas propuestas, pueden ustedes anticipar, aproximadamente, lo que podría opinar yo de lo que sigue en esta sección 2.2 de Maturana. Por ejemplo:

<Quiero llamar la atención de ustedes sobre estas afirmaciones que se hacen en el supuesto implícito de que es absolutamente claro lo que uno dice, y quiero hacer esto porque estas afirmaciones, hechas así, con tanta soltura, constituyen de hecho anteojeras como las que llevan los caballos para que no se asusten con el tránsito de los vehículos que los adelantan en una carrera más veloz que la suya.

Se ven pocos caballos con anteojeras en Santiago, pero en el campo las anteojeras aún se usan. ¿Con qué propósito se usan?, se usan para restringir la visión. Si un caballo ve algo, un vehículo, por ejemplo, que viene rápido por el lado, se asusta y echa a correr. Si lo ve cuando el vehículo ya pasó, su reacción es distinta.

Todos los conceptos y afirmaciones sobre los que no hemos reflexionado, y que aceptamos como si significasen algo, simplemente porque parece que todo el mundo los entiende, son anteojeras. Decir que la razón caracteriza a lo humano es una anteojera, y lo es porque nos deja ciegos frente a la emoción que queda desvalorizada como algo animal o como algo que niega lo racional>

Esta última sería LA tesis de Maturana. Cuando Maturana dice “anteojeras”, yo prefiero “pre/juicios”. Cuando “desvalorizada”, yo prefiero “hegemonizada”. Y la “negación de la razón por la emoción”, el habitar el mundo desde un dualismo cultural y época.

[1] Etimología. Del latín medieval intuitio, intuitiōnis, derivado de intueor, intuērī («observar, considerar»), compuesto de in («en, dentro») y tueor, tuērī («mirar»).

Fuente de la información e imagen:  https://www.elquintopoder.cl

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Desandar el camino del capitalismo, bocado a bocado

Este artículo se publicó originalmente en el Magazine 2023. Puedes adquirir las revistas en este enlace.

«La ganadería tal y como la conocemos hoy no ha sido fruto de ningún desarrollo natural ni surgió para satisfacer unas necesidades humanas de alimentación, sino más bien para satisfacer la voracidad económica y expansiva de unas élites concretas».

La crisis climática, nuestro objeto principal de preocupación, va acompañada de muchas otras crisis: energética, de biodiversidad, social. La mayoría comparten causas, casi todas tienen soluciones parecidas. Esto no quiere decir que no merezcan ser estudiadas y abordadas por separado, aunque solo sea porque las particularidades de cada una pueden ayudarnos a entender y enfrentarnos mejor al resto.

Cada vez más informes indican que la biodiversidad planetaria está disminuyendo a una velocidad alarmante, y que esta disminución está ligada a las acciones humanas sobre el planeta y las especies que lo pueblan. Queremos centrarnos en dos de estas actividades por su importancia en nuestro país, por lo centrales que son en la lucha climática y por las posibilidades políticas que abren– son la agricultura y la ganadería. Aunque han sido practicadas por diversos grupos humanos desde hace miles de años, son en su forma actual fundamentalmente diferentes de prácticas anteriores, en particular la ganadería. La cría de animales moderna no es solo la primera causa de pérdida de biodiversidad en el planeta, sino que también ha sido un eje fundamental para el nacimiento y perpetuación del orden social y económico que nos gobierna. Explicar esto requiere que hagamos un pequeño viaje a los orígenes del capitalismo.

Podemos situar el inicio del capitalismo en Inglaterra, entre los siglos XVI y XVIII, a través de la agricultura y el proceso de acumulación originaria. Aquí partimos de dos ideas fundamentales. En primer lugar, en el feudalismo, el campesino, el siervo, no solo era propietario, aunque sujeto a tributo, de la parcela de tierra asignada a su casa, sino además era copropietario de los terrenos comunales. La segunda cuestión esencial es que el paso de un sistema a otro se llevó a cabo, fundamentalmente, mediante la expropiación y desposesión de estas tierras comunales, despojando a los campesinos de sus medios de subsistencia para transformarlas en tierras privativas en manos de las élites, aristocracia y grandes terratenientes. Este proceso provocó que los campesinos huyeran del campo a las ciudades y transformó a estos campesinos, formalmente “siervos”, propietarios de sus tierras, en “obreros” asalariados, formalmente libres, y los dejó a merced de lo único que les quedaba: su fuerza de trabajo.

Aquí añadimos dos perspectivas importantes: esta transformación en el modo de producción en general, y agrícola en particular, trajo consigo una devaluación no sólo de los campesinos, sino también de los animales y de las mujeres. Los animales pasan de ser considerados productores o parte del campesinado o incluso de la familia a ser simples máquinas al servicio de las nuevas necesidades capitalistas, con lo que son sometidos a intensas prácticas de violencia y sometimiento, así como a una selección genética que resulta en una transformación profunda de sus propios cuerpos para una producción mucho más intensa, junto con una menor inteligencia y mayor dependencia del ser humano.

Por tanto, la ganadería tal y como la conocemos hoy no ha sido fruto de ningún desarrollo natural ni surgió para satisfacer unas necesidades humanas de alimentación, sino más bien para satisfacer la voracidad económica y expansiva de unas élites concretas, siendo una herramienta clave para la concentración de riqueza, la aparición de la sociedad de clases y la división del trabajo. Cuando hablamos de la ganadería hablamos también, por tanto, del uso y la explotación y selección de animales y de la distribución de la tierra, y de sus efectos en el orden social y natural.

Ganadería y biodiversidad

Si nos centramos en el impacto de la ganadería en la biodiversidad, este se produce principalmente a través de la transformación de suelo sin explotar y ricos en especies vegetales y animales en monocultivos comerciales. Esta conversión en monocultivo conlleva automáticamente la pérdida de la riqueza vegetal propia de la zona, pero además requiere de la aportación de múltiples insumos –fertilizantes químicos, insecticidas– que conllevan la desaparición de multitud de especies animales, empezando por los insectos.

En nuestro entorno no es raro encontrarse con monocultivos: las grandes extensiones de fruta de hueso en Aragón y Catalunya, recientemente popularizadas por Alcarràs, o las vegas bajas del Guadiana, que producen el 6% de los tomates del planeta son monocultivos principalmente destinados a la exportación. Pero palidecen ante las grandes extensiones de soja de Brasil o de maíz en Estados Unidos, destinadas principalmente a la fabricación de piensos para consumo por parte de la ganadería industrial. Este es el mayor culpable de la pérdida planetaria de biodiversidad.

Las granjas industriales son industrias relativamente discretas: la altísima densidad de animales estabulados permite que instalaciones industriales que producen altísimos beneficios –Campofrío y El Pozo se encuentran entre las cien principales empresas de España– pasen casi desapercibidas, visibles solo como alargadas naves que se ven a lo lejos desde alguna carretera, normalmente secundaria. Nada comparado con lo vistoso de los amplios pastos ocupados por la ganadería extensiva. Sin embargo, las cifras son claras: el 95% de la carne consumida en España proviene de la ganadería intensiva.

Hemos dicho que las granjas industriales son discretas. Esto es cierto para la mayor parte de la población, pero no para los pueblos en los que se sitúan: según un informe de Ecologistas en Acción, la pérdida de calidad de vida asociada a esta industria (olores, plagas, purines que contaminan los ríos…) no se compensa con los escasos empleos que producen, y en los últimos años se han convertido en un factor más que contribuye a la despoblación del interior de la Península. Tampoco lo es para los que trabajan en mataderos, empleos con condiciones precarias que están asociados con multitud de lesiones en los trabajadores, tanto físicas como psicológicas. En los últimos años, ni siquiera la mayoría de productores de carne se ven beneficiados por la industria, que tiende de tal forma a la concentración que ha provocado que los propios dueños de explotaciones medianas y pequeñas apoyen la aprobación del decreto ley que prohíbe las granjas de más de 725 vacas lecheras. Este decreto viene tras una fuerte lucha de vecinos y ecologistas en sitios como Noviercas, Soria, donde se quería construir la sexta explotación bovina más grande del mundo, con más de veinte mil vacas.

El gran reto, sin embargo, es el de las granjas de cerdos, animales que se crían por millones en España (un 50% más que hace diez años), y de los cuales gran parte se consume, pero otros tantos se venden a China. Esto, sin embargo, parece tener los días contados: las importaciones chinas han empezado a caer, y lo que en la última década ha sido un negocio sin riesgo podría tambalearse en el futuro próximo. Tras haber convertido, eso sí, grandes superficies de territorio en piscinas de purines. Sería deseable que las instituciones tomasen cartas en el asunto y fueran reduciendo la dependencia de la economía de las exportaciones y la cría de ganado porcino, empezando por la aprobación de un decreto similar al de las granjas de vacuno y, siguiendo por la potenciación de la agricultura ecológica y las dietas ricas en vegetales de proximidad.

Deshacer el nudo

Como creación humana que es, la ganadería y su posición central en nuestras vidas y dietas puede y debe ser transformada. Esto no implica, como a veces claman las empresas cárnicas y sus propagandistas, acabar con los modos de vida tradicionales, sino transformar estos modos de vida, renunciando a las partes más lesivas para personas y animales y potenciando las que nos enriquecen.

Trabajar en un matadero donde no te dejan descansar y no te proporcionan medios de protección adecuados no es parte de ninguna tradición, tener tiempo y dinero para ir con amigos a tomar algo, sí; tener que ir al colegio con manga larga en verano porque si no te muerden las moscas del estiércol no parece muy reivindicable, que haya profesores suficientes para no tener que llevar a tus hijos a un colegio agrupado a cincuenta kilómetros, sí. Producir verduras de temporada con la garantía de que el comedor del hospital comarcal va a comprar toda la cosecha es mejor que coger el coche para ir a una granja de cerdos a comprobar si las crías tienen el tamaño suficiente para ser sacrificadas.

Las ventajas para los habitantes de las zonas directamente afectadas por la ganadería industrial son evidentes; también las que este cambio tendría (y tendrá) para una población, la española, que consume mucha más carne de los máximos aceptados por cualquier institución médica, además de disminuir radicalmente el riesgo de que tenga lugar otra pandemia como la que todavía padecemos. Dejar de producir y consumir carne de ganadería intensiva significará, también, dejar de ser cómplices del imperialismo ecológico ejercido por la industria agroalimentaria, y contribuir al final de la deforestación de ecosistemas únicos (y de los pueblos que dependen de ellos), actualmente en vías de desaparición para la producción de pienso. Y, desde luego, acabar con la producción y consumo de carne de procedencia industrial tendrá inmediatos efectos en el bienestar de los millones de animales criados para consumo.

Creemos firmemente que la transformación ecosocial que ya está en marcha no tiene por qué consistir en una sucesión de derrotas, renuncias y desastres. Hay muchos caminos que llevan a futuros en los que la mayoría vivimos mejor que ahora. No parece probable que mantener el cruel y contaminante sistema actual de producción de alimentos sea necesario para recorrerlos. Creemos que otra sociedad es posible, otra en la que desmontemos el elemento identitario, asociado a la masculinidad y al estatus, que aún conserva la carne; y la sustituyamos por una alternativa que genere -otra- riqueza al mundo rural, con un gran impulso público para la restauración de ecosistemas que cuente con los habitantes de pueblos y comarcas, con cooperativas agrícolas, con centros de protección de animales en peligro de extinción que arrebaten a la caza su falso papel conservacionista. Y que, por supuesto, plante más de las legumbres que consumiremos a diario

Fuente de la información:

Fotografía: Climática

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