Educación Infantil con responsabilidad: ser y estar

Por: Paloma Nuria Gonzálo García

La educación infantil necesita docentes que sean coherentes y eduquen con ejemplo, que se transformen internamente, que no proyecten sus frustraciones o deseos personales.

La educación en valores es uno de los aspectos que más importancia adquiere en educación infantil. El valor de la responsabilidad se inculca desde la más temprana edad, enseñando a los niños y niñas a reconocer las consecuencias de sus actos, posibilitando que se hagan cargo de ellas cuando por la edad es posible. Pero hagámonos una pregunta: ¿los y las docentes (educadores/es y maestras/os) que acompañamos a los niños y niñas actuamos con responsabilidad?

Responsabilidad significa “comprometerse”, “actuar de forma correcta”, “responder por alguien o por algo”. Podemos ver la responsabilidad como la conciencia acerca de las consecuencias que tiene todo lo que hacemos o no, sobre nuestra persona o sobre otras. La responsabilidad en educación infantil adquiere un significado íntegro y pleno para el o la docente por dos aspectos muy importantes, a la vez que necesarios para con la infancia. Por un lado, somos responsables de cada criatura que educamos y de responder por ellas en multitud de circunstancias. Y por otro, somos responsables de nuestra persona, de nuestros actos y actitudes y de nuestra forma de “ser” y de “estar” con esa criatura.

La criatura se encuentra en período de creación (Montessori, M. 1936), es decir, en proceso de construcción de sí misma y las bases de su personalidad se construyen a partir de las experiencias que vive en el ambiente (social, educativo y cultural). Se desarrolla como sujeto a partir de otros, con otros y en oposición a otros (Chokler, M. 1998).

Entendiendo lo anterior, podemos afirmar que el o la docente favorece e influye en esta construcción y lo hace por dos caminos:

  1. La criatura tiene gran admiración por la persona que le acompaña y será su modelo de referencia y de imitación.
  2. La confianza y la seguridad que deposita en la criatura y en sus capacidades sirven de empuje para su aprendizaje.

Por tanto, sus actitudes, directas o indirectas, sentimientos e integridad son determinantes y significativos para un sano desarrollo de la personalidad del niño y de la niña.

Si la infancia crece en un ambiente con docentes que la acompañan de manera amable y responsable, donde se tenga comprensión plenan de las fases de su desarrollo y sus verdaderas necesidades (de moverse en libertad y de juego, de afecto y de establecer un vínculo afectivo de calidad, necesidad de un ambiente seguro que potencie el desarrollo de sus capacidades y de respeto y aceptación de su individualidad), podremos, entonces, apoyar al infante, cultivar su bienestar, favorecer su autonomía, motivar su aprendizaje activo y fortalecer su autoconfianza.

La educación infantil necesita docentes que alienten a los niños y niñas a empoderarse, a ser libres, a ser protagonistas y actores de su propio aprendizaje. Docentes que sean coherentes y eduquen con ejemplo, que se transformen internamente, que no proyecten sus frustraciones o deseos personales, que se liberen de prejuicios y viejas concepciones para reconocer y confiar en el niño y la niña capaz y competente. Este es el verdadero camino para educar infantes virtuosos y honrados.

Nuestra costumbre es visualizar a un niño o una niña que aún no ha llegado, olvidando que a quien tenemos en frente, que puede tener seis meses o cuatro años, no es un proyecto futuro, que construir o destruir por el adulto o por el sistema socio-educativo, sino que es un ser presente, que vive y que siente “en el aquí y en el ahora”. Un ser completo, con necesidades e intereses, que es capaz de construirse a sí mismo en interacción con el entorno y con las personas que le rodean.

Asumamos la responsabilidad de convertir la educación infantil 0-6 en un proceso más humano, en el que prevalezca el interés y el respeto por la persona pequeña y su ritmo de desarrollo sobre la instrucción y el adiestramiento que marca con demasiada frecuencia este primer tramo del sistema educativo. Una educación infantil que permita conectar con cada criatura, donde impere la calma y la tranquilidad para aprender y desaprender y que permita crecer con originalidad. La infancia tiene derecho a “ser” y a “estar”, a germinar y a florecer.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/09/19/educacion-infantil-con-responsabilidad-ser-y-estar/

Comparte este contenido:

La relación escuela-familia y su influencia en el niño y la niña

Por: Paloma Nuria Gonzalo García

En los primeros años es fundamental la relación de las criaturas con los adultos de referencia, sean su familia o sus docentes. La relación de estos entre sí debe ser lo mejor posible.

La escuela es el entorno privilegiado donde las relaciones interpersonales son inevitables, es un lugar de encuentro e interacción constante en el día a día, entre familias, profesorado y criaturas.

La relación creada y establecida entre la escuela y la familia es de enorme importancia para la pequeña infancia y la influencia que esta relación puede ejercer en su desarrollo es más significativa y trascendental de lo que se suele creer.

Sabemos que la familia es el primer contexto de socialización, donde niños y niñas participan y se desarrollan activamente. También sabemos que, además, en un determinado momento la familia decide que ya puede abrirse a un nuevo contexto: la escuela, confiando la complementación de su educación a su profesorado.

Cuando esto sucede, la criatura no es un ser pasivo y, como constructora activa de sus relaciones personales, atraviesa una fase de autorización y de construcción de lazos privilegiados con los adultos con los que se relaciona habitualmente en la escuela.

Dichos lazos se apoyan en el apego, vínculo afectivo fundamental en los primeros años de vida. La Dra. M. Ainswort (1913-1999) lo definió como una vinculación afectiva que se desarrolla a través de la interacción con la figura de referencia biológica o no. Esto se puede explicar de la siguiente forma: el niño y la niña crean vínculos con las personas sensibles y receptivas a las interacciones sociales que permanecen como educadoras consistentes y estables, lo que ocurre tanto en la escuela, como en el hogar.

Estos vínculos son necesarios para dar un firme sustento emocional, que permite a las criaturas sentirse confiadas y seguras para dar los pasos necesarios en el descubrimiento del mundo; solicitando ser guiadas y acompañadas.

Por la singularidad de la etapa de los cero a los seis años y los vínculos afectivos que se crean, sin olvidar el derecho a la estabilidad y continuidad de sus relaciones personales, es necesario que reflexionemos sobre la importancia de establecer una unión entre la escuela y la familia, para que puedan crecer sin crispaciones, conflictos o ambigüedades y lo hagan de una manera amable y armónica consigo mismas y con el medio (físico, cultural y social) que les rodea.

La vida psíquica de un niño y niña comienza por la satisfacción de sus necesidades auténticas, no sólo fisiológicas (alimentación, higiene…). Necesitan amor, afecto y estima, integración en un grupo, posibilidad de explorar e interactuar en el entorno que les rodea. Además necesitan relacionarse entre sí y con el medio físico y humano en el que viven. Si perciben en sus dos ámbitos de relación y entre sus personas de referencia un clima de confianza, escucha, respeto, compañerismo y un bienestar recíproco, les estaremos nutriendo de sentimientos positivos que serán la base de una vida afectiva y emocional sana y equilibrada, muy valiosos para las relaciones que establecerán en el futuro con sus iguales y otras personas.

Conformar una atmósfera cálida en la que los niños y niñas puedan sentirse a gusto, cultivar su bienestar y crecer en armonía, requiere un compromiso de todas las partes implicadas en su acompañamiento (profesorado y familia). Cuidar la relación entre la familia y el profesorado debe ser una prioridad para fortalecer el desarrollo integral de los niños y niñas, por lo que, es importante buscar momentos para la comunicación y el intercambio mutuo. Dialogar sobre aspectos del crecimiento, aprendizaje y crianza de Juan, Leire o Ariadna, nos permite conocerles mejor y responder a sus verdaderas necesidades.

Para finalizar, la escuela debe ser abierta, un lugar de encuentro; respetuoso, democrático y participativo que ofrezca muchas oportunidades y espacios donde las familias puedan participar, intercambiar y compartir con el profesorado, concediendo mucho valor a los momentos cotidianos (excursiones, actividades del día a día en el aula, período de adaptación con la familia, entradas y salidas…). Y la familia debe ser consciente del enorme potencial que su pequeño o pequeña está a punto de desplegar, confiando en la escuela y su profesorado como el terreno apropiado donde puede hacerlo, y sentirse miembros partícipes y protagonistas, e incluso, transformadores, de la vida escolar. Participar y disfrutar de las experiencias y vivencias de la escuela con sus hijos e hijas es la forma más bella de implicación en su aprendizaje y educación.

Bibliografía

Ainsworth, M.D. (1989). Attachment beyond infancy. American Psychologist, 44, 709- 716.

Bowlby, J. (1969) El vínculo afectivo. Buenos aires: Paidós.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/03/14/la-relacion-escuela-familia-y-su-influencia-en-el-nino-y-la-nina/

Comparte este contenido: