Por Stephanie Galliazzi
Especialistas reflexionan y advierten sobre lo dañino de los estereotipos de género que materializan la mayoría de los juguetes disponibles en el mercado
Para ellos: superhéroes musculosos; juguetes de destreza física; autitos, juegos de científicos; muñecos que son bomberos y policías, y por supuesto, un amplio merchandising en torno al fútbol. Para ellas: bebés con accesorios, muñecas con un cochecito, princesas, pizarras de maestra, artículos de cocina y una gran variedad de juegos de belleza y cuidado de la estética donde prima la palabra «fashion».
Con mayor frecuencia, surgen iniciativas que promueven el uso del juguete como herramienta de expresión, que apoyan los que están hechos con materiales reciclados y que defienden la idea de que estos no deben ser sexistas.
Pero esos intentos por cambiar la realidad, son minoría. Con la llegada del Día del Niño, las góndolas uruguayas se dividen en respuesta al statu quo rosado versus celeste que identifica a algunos juguetes con las nenas y a otros con los varones. De esa manera, comienzan a transmitirse los estereotipos de género que se establecen implícitamente desde la vida adulta.
«Los juegos en general, buscan que el niño ejercite un rol, es como una performance donde, por ejemplo, ‘hago que soy maestra’ o ‘hago que soy mamá’, y voy encarnando roles en función de lo que la sociedad transmite y las expectativas que hay que cumplir», opinó Gabriela Pacci, docente e investigadora del área de Género del departamento de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad de la República.
Con otro enfoque, Juliana Craigdallie –magíster en Atención Temprana– expresó que el juego es algo inherente al ser humano; desde que está en la panza juega con el líquido amniótico y una vez que nace, juega con su mamá. En la infancia, el juego constituirá el elemento clave en la vida del niño porque, a través del juego, se expresa y deja en evidencia todo su mundo y la infinidad de su riqueza.
Craigdallie trabaja como docente de Educación Inicial, donde en las aulas educativas, prima la diversidad en los juguetes, y donde no hay una división por géneros. Allí, los docentes pueden observar la magnitud del universo de ese niño, que es libre.
A medida que los niños crecen y en la escuela los salones no tienen juguetes, el peso del hogar y lo que allí sucede toma protagonismo. Probablemente, al llegar a su casa, el niño tendrá un dormitorio con juguetes de acción, fútbol y autos; mientras que la niña, quizá, tendrá muñecas, bebotes y juguetes de peluquería.
Entonces, la libertad inicial de ese niño exento de prejuicios y estereotipos se va amoldando.
¿Quién tiene miedo?
El miedo puede llegar a ser un factor determinante en la elección del juguete de un padre hacia su hijo. En ese sentido, Craigdallie opinó que cuando se ve a un varón que juega con un bebote, en la sociedad, da miedo. Porque está subyacente la posible homosexualidad del varón.
Con base en la experiencia en talleres educativos con niños, padres y educadores, la coordinadora de la organización Geduca, Ximena García, contó que muchas veces salen a la luz consultas del tipo «a fulano le gusta jugar con muñecas ¿qué hago?».
La sociedad que se construye a través de los juguetes deja al desnudo los mandatos que marcan el modelo de sociedad y familia que espera la mayoría.
«Podemos ver que en los últimos tiempos hubo una profundización en las desigualdades de género en lo que implican los estereotipos que definen los juguetes», dijo Pacci. El hombre, suele identificarse con el ámbito de lo público, la producción y la política, mientras que la mujer, se pinta desde lo doméstico y lo privado. A la nena se la asocia desde pequeña con lo maternal, al varón, no.
Como aditivo a esta desigualdad, varios juguetes connotan que la mujer además de ser buena mamá, tiene que responder a los cánones de belleza. El «estar para los demás y brindar siempre una presencia hacia el exterior» es otro de los aspectos que la investigadora identifica con el hecho de que los niños viven –en ese mundo de juegos– lo que se espera que sea luego su vida adulta.
Los juguetes representan el tipo de sujeto que se piensa a futuro, así como el modelo de familia que se quiere preponderar; por eso, para Pacci, en ese proceso de construcción, los niños deberían crecer con la idea de que existen distintos tipos de familias, con roles maternos y paternos diversos.
¿Libertad o domesticación?
En un ideal, el juego da libertad. El niño que se embarra al construir un castillo, la niña que imagina ser conductora de Fórmula 1 (cuando agarra los autitos de su hermano), y la nena y el varón que juegan a ser padres con un bebote brotado de varicela gracias a las pintitas que juntos le hicieron con pintura, ellos, todos, juegan a ser libres.
Pero muchas veces, cuando llega el regalo del tío, la abuela u otro adulto, aparece la estructura. Más aún, cuando surgen la prohibición que viene con miradas de censura que dicen «las nenas no juegan a tal cosa» y «los varones no juegan a tal otra». En esos casos, para Pacci, los juguetes funcionan como «una herramienta de domesticación fundamental».
Las familias y las escuelas son el primer contacto que tiene el niño, son los llamados «agentes socializadores» que podrán contribuir a esa domesticación o aportar a una mayor libertad de expresión.
¿Qué quieren los niños?
En el marco de la campaña Los juguetes no tienen género, Geduca promueve la deconstrucción de los estereotipos de género que fomentan la desigualdad y la violencia y propone ver la diversidad, como lo normal.
«Es muy notorio como los chiquilines a los 6, 7 años, empiezan a internalizar los estereotipos ya sea por mandatos de la casa, de la escuela, o por los catálogos de juguetes que ven», explicó la coordinadora de Geduca.
A partir de los talleres, Ximena García observó que cuando se le daba a un varón, por ejemplo, un muñeco para que cuide, este enseguida respondía «yo no voy a cuidarlo porque no soy niñera». Pero tras dejar un rato a ese niño con el juguete, podía ver cómo se encariñaba y terminaba jugando con él.
A su vez, la experiencia de quienes comparten tiempo con niños demuestra que los llamados micromachismos aparecen en la infancia y el varón es su primera víctima. El niño, desde pequeño, puede verse limitado a expresar emociones, no se le permite jugar a ciertos juegos porque pierde su masculinidad, y crece con el miedo de no cumplir con el modelo de hombre fuerte. La nena, también es víctima y sufre la supuesta incapacidad para desarrollar ciertas habilidades porque su sexo es «débil», pero cada vez más, las educadoras observan como las niñas ocupan un lugar en las canchas de fútbol durante los recreos.