Por: Xavier Besalú
¿Por qué revindicar a Freire hoy, 21 años después de su muerte, casi 50 años después de que viera la luz su Pedagogía del oprimido?
Freire vivió en el entonces llamado Tercer Mundo, entre el bloque capitalista, capitaneado por los Estados Unidos, y el bloque socialista, encabezado por la Unión Soviética; un mundo dividido, en una denominada guerra fría, que prácticamente obligaba a todos, estados, pueblos y personas, a elegir entre ambos bloques. Él lo vivió desde América Latina, el patio trasero de los Estados Unidos, donde los intentos de revertir su situación neocolonial resultaron casi siempre infructuosos.
Pero el mundo de hoy es bien distinto: desaparecido el bloque socialista, la economía de mercado, el capitalismo, exhibe exultante su triunfo incontestable, mientras los llamados estados del bienestar cada vez lo son menos y se pone en duda su misma viabilidad. Igual que la economía, también la política ha sufrido el impacto de la globalización: al mismo tiempo que se pretende reducir la democracia a las citas electorales periódicas, lo cierto es que las tecnologías digitales han abierto un mundo de posibilidades a la participación de la ciudadanía, que ve incluso factible prescindir de las mediaciones (los partidos políticos, los sindicatos, los medios de comunicación, los representantes elegidos…).
Este es el mundo que nos interpela, esa es la realidad que debemos desocultar, esos son los desafíos del presente: ¿Cómo hacer frente a la creciente desigualdad y al desmantelamiento de los estados del bienestar? ¿Cómo dar un nuevo sentido a la solidaridad entre los pueblos sin generar nuevas formas de dependencia? ¿Cómo defender la importancia de las organizaciones, hoy tan desacreditadas, para poder negociar de tú a tú con unos poderes fácticos tan descomunales? ¿Cómo conjugar las posibilidades que nos ofrecen las redes sociales, su inmediatez y horizontalidad, con la imprescindible reflexión y responsabilidad?
Por otra parte, no se puede comprender a Freire si lo desvinculamos de su fe y de su compromiso cristiano. Si la religión católica se asoció tradicionalmente al poder y a los poderosos, especialmente en América Latina, el concilio Vaticano II abrió las puertas a la teología de la liberación, una lectura del evangelio en clave no solo moral, sino también política y social, y Mounier le mostró el camino para edificar un nuevo humanismo esperanzado y trascendente, en diálogo crítico con el marxismo.
También ha cambiado el panorama religioso en nuestro país, en aquel entonces situado entre el nacionalcatolicismo rampante a nivel jurídico y jerárquico, y una iglesia de base, refugio del antifranquismo. El proceso de secularización experimentado ha sido impresionante, pero el interrogante religioso, el vínculo con el misterio, sigue ahí, tal vez para enfrentar con alguna garantía el insoportable peso negativo de las numerosas indeterminaciones que gravitan sobre nosotros y nos hunden en la perplejidad y, a menudo, en la desesperación, en palabras de Duch.
¿Es posible ser freireano sin esa pulsión religiosa y esperanzada que guió siempre sus pasos? ¿Debemos integrar la dimensión religiosa en una educación efectivamente integral? ¿Cómo fortalecer la subjetividad y la independencia de las personas cuando son tan poderosas las variables situacionales y tan persistentes los riesgos de alienación? ¿Cómo dar un sentido a nuestra existencia para no caer en la indiferencia que imposibilita cualquier posibilidad de lucha por la transformación social?
Freire fue además un intelectual riguroso y reconocido, un pensador de sólidas bases filosóficas, bien conectado con las inquietudes de su tiempo. Una de las columnas maestras de su pensamiento fue el marxismo, de manera especial el de Gramsci, que le transmitió la importancia para la práctica de la lucha cultural, de la ideología, de los imaginarios, de la educación como un factor estratégico de primer orden para la transformación de las personas y de las sociedades. Otra columna fue el pensamiento postcolonial, que bebió directamente de Fanon, como es perceptible en esas palabras de Freire: Mi punto de vista es el de los condenados de la tierra. Y aún deberíamos mencionar a los existencialistas y su visión del individuo como persona libre, sí, obligada a tomar las riendas de su propia vida, a pesar tener que andar a tientas en la oscuridad y de la falta de referentes, porque no debemos esperar que nadie, que ningún absoluto, nos saque las castañas del fuego…
Si el mundo de Freire –como hemos visto- era el de las ideologías fuertes, el pensamiento sólido, las narrativas de salvación, el mundo de hoy es el de la liquidez, el del pensamiento débil, o único, el de la flexibilidad y adaptabilidad… Y una vida líquida es una vida siempre en precario, vivida en condiciones de incertidumbre permanente, de soluciones a corto plazo, sin pasado y sin futuro…
Paulo Freire nos invita, hoy como ayer, a pensar quienes son los condenados de la tierra, quienes son los oprimidos, y a renovar nuestro compromiso teniendo claro a favor de quienes y de qué trabajamos y educamos, y en contra de quienes y de qué. Nos desafía a ser de nuevo críticos y propositivos, a fundamentar sólidamente nuestras posiciones y a ser coherentes en nuestras acciones. Cuando son tan insistentes las llamadas a la innovación, cuando aparentemente las tecnologías digitales van a resolver o a disolver todo tipo de problemas, cuando la privatización de la enseñanza avanza en todos los frentes, los educadores que nos queremos progresistas debemos estar presentes en estos debates y mostrar que las prioridades tal vez deberían ser otras, que no todo es susceptible y razonable de ser eliminado y sustituido, que lo público no es una cuestión exclusivamente instrumental, que el saber es importante más allá de su utilidad…
Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/10/15/de-la-actualidad-de-paulo-freire/