Malí/Junio de 2017/Autores: Gioia Forster y Christoph Sator/Fuente: El Litoral
Los niños se sumergen a entre 40 y 50 metros de profundidad en las minas. Allí, munidos de herramientas básicas, buscan oro. Los menores desconocen si efectivamente el metal precioso se encuentra en los baldes colmados de barro que se elevan hasta alcanzar la luz del día.
Al final de la jornada, recibirán por ese duro trabajo un miserable sueldo y, a veces, ni siquiera eso. Así describe Patrick Rose, del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia Unicef, las condiciones en las minas de oro irregulares en Kéniéba, en el sudoeste de Mali.
En todo el mundo, hay aproximadamente 168 millones de niños que trabajan. Y muchos de ellos lo hacen en regiones asoladas por conflictos y catástrofes.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) lanzó el Día Mundial contra el Trabajo Infantil en 2002 para concentrar la atención en la magnitud global de este problema y en las medidas para erradicarlo.
La zona en el sudoeste de Mali, cerca de las fronteras con Senegal y Guinea, en África occidental, es terreno abonado para la explotación de niños, mientras el gobierno hace poco por impedirlo.
La extracción legítima de oro de empresas internacionales en la región produjo “la fiebre del oro” entre la población local, explica Rose. La gente cava minas ilegales, frecuentemente no más que agujeros en el suelo, en los que día a día se sumergen miles de niños.
Las minas de oro en Mali o las fosas en el Congo muestran de manera especialmente dramática cuáles trabajos frecuentemente peligrosos son efectuados por menores. El trabajo infantil muchas veces puede ser dañino o incluso mortal. Pero sobre todo aleja a los menores de la educación, lo que los condena “a una vida en la pobreza”, según alerta Unicef.
Una gran parte de los alrededor de 168 millones de niños que trabajan vive en Asia. Según las cifras más recientes de la OIT, allí más de 78 millones de niños entre cinco y 17 años colaboran periódicamente con el sustento de sus familias. Venden mercancías en la calle, recogen algodón en los campos o bien fabrican ladrillos.
La industria textil depara grandes problemas al respecto en Asia: en Bangladesh, pero también crecientemente en Myanmar, los niños se encargan de coser ropa barata para su exportación.
H&M y otras grandes marcas de ropa dieron a conocer que buscan actuar expresamente contra el trabajo infantil. Pero esto representa un gran desafío. Porque, por ejemplo, se ha propagado el hábito de concurrir a la cita laboral con papeles de parientes de mayor edad.
En África -más que en otras regiones del mundo-, los conflictos y catástrofes son responsables de las altas tasas de empleo infantil, según explica Insaf Nizam, de la OIT.
Casi 18 millones de personas se encontraban huyendo a fines de 2016 en África, según datos de Naciones Unidas. “Donde siempre resultan desplazadas personas, se produce una repentina subida del trabajo infantil”, analiza el experto en crisis.
Los refugiados no suelen contar con derecho a trabajar en los países de acogida, por lo que envían a sus niños a obtener dinero. Las autoridades suelen hacer más la vista gorda en el caso del trabajo infantil que en el de los mayores.
“Los desplazamientos masivos de personas como se producen actualmente en África no se veían desde hace años”, dice Nizam. Solamente a causa de la guerra civil en Sudán del Sur, unos 3,8 millones de personas decidieron huir.
Y aunque los desplazados puedan trabajar, la elevada pobreza y una falta de posibilidades educativas para los niños muchas veces generan que los menores deban prestar apoyo financiero a sus familias, expresa Nizam. Los niños se desempeñan en prácticamente todas las áreas del mercado laboral informal, desde la agricultura hasta la minería.
Además, en el marco de los conflictos, suele desplomarse el marco legal, mientras diversos grupos imponen su propia ley, señala el experto de la OIT. Los niños suelen ser reclutados por las partes en conflicto, ya sea como espías, portadores de equipaje, trabajadores o soldados.
Sin embargo, desde el punto de vista de las Naciones Unidas, se han producido avances. Entre 2000 y 2012 retrocedió en casi 78 millones de dólares la cifra de los niños que trabajan, indica Nizam, quien de todas maneras aclaró que aún queda mucho por hacer.
En este contexto, reclama que se facilite el acceso de los refugiados al mercado laboral, a la vez que la educación desempeñe un mayor papel en la ayuda a los migrantes. Y advierte: “Sobre todo en África, el trabajo infantil seguirá siendo un problema gigantesco”.
Fuente: http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2017/06/10/internacionales/INTE-01.html