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El vínculo escuelas y comunidad

Por Miguel Angel Pérez.

El actual grupo de funcionarios y autoridades educativas han demostrado, en estos últimos años en que han estado al frente de la SEP, su profundo desconocimiento sobre lo que realmente se vive en educación. Una cosa es lo que se recupera en documentos y se discute en las oficinas de la Secretaria de Educación y otra muy distinta es lo que se vive en cada escuela, en cada comunidad, en cada pueblo, en cada rincón de la república.

Cuando un maestro o maestra llega a una escuela por primera vez, no se separa o se encierra al interior del recinto escolar, afuera existen comunidades, personas, padres de familia y en mucha ocasiones las costumbres de la comunidad, los festivales sociales e incluso las rivalidades de las personas de la comunidad afectan la vida de cada escuela.

En Chiapas y en Oaxaca los maestros han tenido un especial cuidado en establecer una buena relación con la comunidad en que se ubica la escuela. Luis Hernández, el pasado martes en el periódico La Jornada, lo decía de esta manera: (cito de sentido) “A muchas comunidades les gusta que sus maestros les hablen en su lengua, que les enseñe a sus hijos a jugar basquetbol, que asistan a las fiestas de la comunidad, que les ayuden a redactar largos oficios, manifiestos y comunicados de la protesta social de las comunidades”. Esta fusión insustituible entre la escuela y la comunidad es la que le da el sentido social a las prácticas educativas y es otro de los fines perversos que la reforma quiere erradicar.

Todo maestro y maestra en el recuerdo de sus primeros años de experiencia, reconoce la bondad en el pueblo, es decir en la comunidad específica en donde se ubicada la escuela a la que fue comisionado, aún los maestros formados en Normales urbanas tuvimos que ranchear esto es, el primer nombramiento habría que aceptarlo en donde fuese y aquí reside el alto valor formativo el estar en la comunidad hace que cada docente aprenda a dirigir juntas de padres de familia, a convencer a los padres sobre la propuesta particular de cada docente y sobre todo a establecer un proyecto común de gestión y de desarrollo educativo que en el fondo es de desarrollo social y comunitario. Este es el elemento novedoso que está apareciendo en la nueva fase del movimiento magisterial, la lucha ya no es solo de maestros es de pueblos enteros movilizados e indignados por un tratamiento irracional y carente de sensibilidad gubernamental.

El presidente de la república ya no sabe qué hacer si continuar defendiendo a sus amigos o mirar al país dentro del cual nunca ha hecho un buen clic como gobernante, no es ni populista, ni buen orador, ni líder carismático bueno incluso es un muy mal neoliberal, ya que hasta los grandes empresarios están molestos con su gestión.

Pedir la renuncia de Aurelio Nuño es un acto elemental de justicia mirando la historia y las tradiciones educativas en donde los maestros en sus comunidades escriben un texto diferente al de los discursos de los actuales funcionarios de gobierno.

La gran ventaja de la escuela pública mexicana es esta fusión entre los maestros que educan y los pobladores que con sencillez y modestia, empeñan su palabra y sus acciones para defender a sus maestros es, en el fondo, actos pensados para defender la educación de los niños y niñas de las comunidades mexicanas. Es decir está en peligro todo México con su historia y sus instituciones.

Doctor en Educación y profesor–investigador de la UPN Campus Guadalajara

Fuente:

Imagen: http://4.bp.blogspot.com/-E3oDHS8bWwc/VVuNIUEvbsI/AAAAAAAB-1M/K6btmGhOJUk/s1600/11214307_1580204395593206_2355752594754989214_n.jpg

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Canada: Indigenous Calgarians struggle to find their cultural identity

América del Norte/Canada/10 de Julio de 2016/Autor: James Wilt/Fuente: CBS News

RESUMEN: La presencia indígena, al igual que con cualquier otra forma de pertenencia, es muy fluida y específica según el contexto, lo que significa que hay un sinnúmero de ejemplos de lo que dichas pluralidades culturales puedan parecerse. La Población indígena de la ciudad de Calgarians,  aumento en un asombroso 75 por ciento entre 1996 y 2006, y continuará expandiéndose rápidamente en los próximos años. Y con un número igualmente creciente en el poder político, lo que tendrá un impacto significativo en la identidad y la dirección de la ciudad. Steve Kootenay-Jobin, coordinador de viviendas de los aborígenes en la Universidad de Mount Royal, señala que muchos estudiantes indígenas que se trasladan a la ciudad para la educación, recibe un choque cultural . De acuerdo con un informe de 2012 del Instituto Environics, el 51 por ciento de las personas indígenas urbanos en Calgary estan de acuerdo con la afirmación «Estoy preocupado por la pérdida de mi identidad cultural», en comparación con sólo el 34 por ciento de la población urbana no aborígenes.

Sandra Sutter and a friend were meeting for breakfast at Laurier Lounge in southwest Calgary in October when they noticed an Indigenous woman wandering around in a nearby parking lot.

A day or two prior, a man had been robbed and murdered in the same downtown parking lot.

Sutter and her friend watched to ensure the woman was safe.

«But she was also doing something,» said Sutter, co-chair of the Métis Women’s Economic Security Council and former president of the Aboriginal Friendship Centre of Calgary.

«And I know that when you look at a person like that, you’re immediately judging that person is doing drugs or something they shouldn’t be doing. But what she was doing was smudging the area and praying and laying tobacco down,» she said.

Smoke from the burning sage, a sacred plant, is used to purify. (Peggy Lam)

It may sound like a small act — a simple display of mourning and respect for the dead.

But in Calgary –  825 sq. km of concrete that covers land once predominantly occupied by buffalo, sacred medicines and 500 generations of people who hunted, fished, trapped and harvested for sustenance  — such an instance represents something much more significant.

Namely, an expression of Indigenous identity within a culture that once tried very hard to erase it (and is still struggling with what reconciliation actually means.)

And thus, actively negotiating with the hotly contested idea of what it means to be an Indigenous person living in an urban environment.

In Calgary, a city contained in the traditional Treaty 7 territory of the Niitsitapi (Blackfoot Confederacy: Siksika, Kainai and Piikani), Stoney-Nakoda, and Tsuut’ina Nations.

There are no easy answers.

Indigenous population growing 

The Indigenous experience, like with any form of belonging, is highly fluid and context-specific, meaning there are countless examples of what such cultural pluralities can look like.

One thing’s for sure.

The city’s Indigenous population, which jumped by a staggering 75 per cent between 1996 and 2006, will continue to rapidly expand in coming years. And with increasing numbers and political power, Indigenous people will have a significant impact on the identity and direction of the city.

As a white settler who was born in New Zealand and has lived in every quadrant of Calgary at some time or another, I asked a few Indigenous people living in Calgary what that negotiation looks like. Each have their own experiences and complex takes.

No conclusions were reached in the process. In fact, that might be the most important lesson learned.

There are no conclusions about what it means to be Indigenous in Calgary.

A member of the Stoney First Nation wears a headdress during the Stampede parade. (Jeff McIntosh/Canadian Press)

Belonging and identity

Calgary’s Aboriginal population grew from 62 to 26,575 people between 1951 and 2006.

In 2006 – the last year that census data is available  —  Aboriginal people made up 2.5 per cent of Calgary’s total population. Some 56 per cent of those identified as Métis, while another 41 per cent as First Nations.

Some moved to the city for jobs, others for family and even more to gain new skills and education before returning to their home territories.

Steve Kootenay-Jobin, Aboriginal housing coordinator at Mount Royal University, notes that many Indigenous students who move to the city for education, encounter culture shock.

Cynthis Bird is a Calgary based consultant, originally from Manitoba’s Peguis First Nation. (Cynthia Bird)

Cynthia Bird, who moved from Winnipeg in 2004, says it was initially difficult to find where Indigenous people gather:

«[There] you can walk anywhere or go into any business and you see our people. That wasn’t the case here. We found we had to look hard.»

Kootenay-Jobin says the cultural integration experience can be exacerbated by challenges such as racism and housing. It’s tough to start wrestling with complexities like belonging and identity when you don’t have a home.

Figuring out what culture and spirituality looks like in the context of a large city like Calgary is a matter of overlaying identities. Of identity formation.

According to a 2012 report from the Environics Institute, 51 per cent of urban Aboriginal people in Calgary agree with the statement «I am concerned about losing my cultural identity,» compared to only 34 per cent of urban non-Aboriginal people.

«Understanding the dynamics of a large urban centre if you’ve never lived in one can be overwhelming,» said Christy Morgan, the former executive director of the recently closed Calgary Urban Aboriginal Initiative.

Creating connections

The day-to-day practice of culture and spirituality looks different for every person.

Some choose to buy medicines like sage, sweetgrass, fungus and cedar from Inglewood’s Moonstone Creations to use in ceremony, or attend events such as round dances, seasonal feasts and drum-making groups.

Angela Gladue is a member of the Fly Girlz dance crew and an instructor at Pulse Studios. (Candice Ward)

Angela Gladue – a hip-hop dancer, member of the Fly Girlz dance crew and instructor at Pulse Studios – has a Cree dictionary and some language apps on her phone.

She also dances fancy shawl: «It’s pretty much the only way, even to this day, that I connect with being First Nations,» also noting she’s interested in participating in a sweat lodge in the future.

Some parents smudge and pray with their kids. Some attend the annual Tiny Tots Powwow organized by the Parent Link Centre and send their children to Piitoayis Family School (a K-6 CBE school that incorporates ancestral teachings and Indigenous language education).

Other people dry wild game like elk and deer meat in their kitchen, or meet with elders for wisdom and advice.

Returning to the land can be part of the experience.

Camille Russell, a Blackfoot elder and traditional wellness counsellor at Alberta Health Services, says he’s found that he has to return to the Blood Reserve to visit sundance grounds, sweat lodges and his father’s piece of land.

«We tend to have to go out of the city, into the nature, to get some energy,» he says. «I think a lot of the elders do have some place outside of town that they go to to do ceremonies or re-energize.»

Vanessa Stiffarm, 25, will serve as the Indian Princess for the 2016 Calgary Stampede. (Calgary Stampede)

Complex identities

But there is a multiplicity of visions even within Indigenous communities of what it means to be Indigenous in the city.

Communities such as reserves and Métis settlements allows governments to easily delineate who’s «in» and «out.» In cities, however, it becomes more difficult to draw such lines given the obvious geographic size, with Indigenous people living in every part of the city and working in every sector.

Identity can be thought of as self generated, or bestowed. Something we use to create a sense of self, or something that other’s tag us with. The reality is usually a mix of these ideas.

‘Culture and connection: these are not things you buy at a local Costco’
Cowboy Smithx

Some people argue their identity is defined by their genealogical heritage: that having ancestors who are Cree, Blackfoot, Dene, Anishinaabe, Métis or Nakota is what makes one inherently Indigenous. This as opposed to certain actions or cultural practices.

«We may have forgotten a lot, or it’s been taken away, but it doesn’t mean you’re not an Indigenous person,» says Christy Morgan, former executive director of Calgary Urban Aboriginal Initiative (CUAI).

«That’s a birthright regardless of how you look and whether or not you do traditional activities.»

Gladue notes she’s occasionally received flak from elders for her involvement in hip-hop.

«Nobody can take that away, including non-Indigenous people who say ‘Oh, you’re so Westernized or whatever.’ The fact that I’m alive is enough,» she said.

Others contend that ancestry isn’t what makes one Indigenous. For such people, it’s one’s active participation — time, energy, a commitment to traditional forms of leadership and governance — that allows one to «earn rights» to the identity.

Cowboy Smithx, film maker and creator of REDx Talks. (Arnell Tailfeathers)

«Culture and connection: these are not things you buy at a local Costco,» quips Cowboy Smithx, filmmaker and creator of REDx Talks. «There should be no sense of entitlement to any of these things. Individuals must earn these rights. They must earn this access that they seek.»

In a similar vein, Daniel Heath Justice, chair of the University of British Columbia’s First Nations and Indigenous Studies department, recently tweeted: «Indigenous belonging is more than right to ‘ethnic’ heritage — it’s relationships of obligation, citizenship, acknowledgment, reciprocity.»

Of course it’s not nearly as black-and-white as such a short summary suggests. People maintain multiple perspectives at once, weaving together a form of identity that reflects both ancestry and cultural practices.

Geography and belonging

Such tensions have been debated and written about for decades.

They are constantly revisited, recently popping up during the «marry out, get out» controversy among the Kahnawake Mohawks, or the Supreme Court ruling on the federal government’s constitutional responsibility for Métis and non-status Indians.

‘Living in town, can partially sever identity links’
James Wilt

There’s the additional nuance that for some people, where they grew up and where their home nation is are two completely different things.

Gladue, who lives in Calgary, says that when she’s asked where she’s from she says Frog Lake First Nation even though she’s never lived there. In fact, she grew up three hours west, in Edmonton. This because, as she says, «you rep your reserve.»

These sorts of complexities and nuances, these self identifications, need not be problematic. They are part of an ongoing process for Indigenous peoples.

Land is an integral part

But one thing uniting almost all perspectives is a profound connection and relationship with land. It’s a concept that commentators pushing for the «relocation» of remote communities like Attawapiskat misunderstand or ignore.

For many Indigenous people, land is the subject of a deeply reciprocal relationship that frames their entire world view, spirituality and approach to treaties and other commitments. Cultural practices, medicines, ceremonies and gatherings all revolve around it.

Hence, living «in town», can partially sever identity links.

«Our responsibility to the land and to the water and to the creatures is part of our way of looking at the world,» Sutter said. «I think ‘urban Aboriginals’ is a term in my mind that kind of means that people are cut adrift.»

Some say they have found ways to bridge that sense of dislocation.

As an elder, Camille Russell says it can be mitigated by returning home to practice ceremony and commune with the land, family and elders.

Kootenay-Jobin, who’s a member of Stoney Nation and grew up in the city’s northeast, notes he’s «very fortunate» to live away only an hour away from Morley reserve.

Still, some Indigenous people arrive in Calgary from remote communities that don’t allow for easy returns. Cynthia Bird, originally from Manitoba’s Peguis First Nation, notes that «our identity has shifted so many times from the original place» (in 1907, the Canadian government illegally annexed the original land of the Peguis people, forcing them to relocate).

NDP leader Tom Mulcair makes a campaign stop at the Sik-Ooh-Kotok Friendship Centre in Lethbridge, Alberta on Tuesday, September 15, 2015. (The Canadian Press)

That’s where the Native Friendship Centre and organizations like the Calgary Urban Aboriginal Initiative (CUAI) have historically stepped in.

Yale Belanger, associate professor of political science at University of Lethbridge and expert on the political history of First Nations people, describes such entities as an «informal network» that have worked extremely hard over the decades to promote community, language and ceremony.

Morgan dubs CUAI as a «311 for most of the Aboriginal community,» linking Indigenous people new to Calgary with resources such as housing and employment.

But CUAI closed at the end of 2015 as a result of unpredictable federal funding.

It’s a common trend

Sutter notes the provincial allotment for each of the 20 friendship centres in Alberta — $26,000 per year — hasn’t increased in over 20 years. She says that many nonprofits such as friendship centres will start a program and then the funding discontinues, requiring the dismantling of the program.

In May, the Comox Valley Record reported that 25 friendship centres in B.C. will need to shut down critical programs, with some having to close entirely.

Belanger suggests this results in people competing for limited pools of resources.

«That leads to not in-fighting per se between reserve people and urban Aboriginal people, but there’s definitely tensions and identities specific to regions start to evolve with very unique characteristics,» he adds.

And this goes back to the various Indigenous identities.

Some traditional demarcations are losing their significance.

Towards a collective identity

Russell says he meets with other elders once a month to have a pipe ceremony, debrief and share medicines. One month it will be a led by a Cree elder, the next an Ojibwe elder, the next a Blackfoot elder.

«The days of ‘I’m Blackfoot’ or ‘I’m Cree’ are kind of diminished,» he observes. «It’s to the point where we need to help each other to maintain whatever we have left.»

Kootenay-Jobin dubs email lists and social media the «moccasin telegraph,» a phrase that Sioux writer Vine Deloria, Jr. popularized. It’s a process through which news and event notifications are passed from community member to community member.

Dancers at Calgary’s inaugural Artsdance in June 2016. (Calgary Arts Development)

Such dialogues culminate in the creation of events like the Making of Treaty 7 theatre production and the inaugural Artsdance.

The latter was an elder-led gathering hosted at Mount Royal University on June 23 that included the raising of four tipis (representing the four quadrants of the city), dinner and conversations about what a full-scale Artsdance will look like next June.

Smithx — director of the Iiniistsi Treaty Arts Society, which is coordinating Artsdance — suggests such events serve as beacons to other Indigenous people to let them know that they’re not alone, and that many people in Calgary still have connections to community and culture in spite of generations of trauma, displacement and racist policies.

«Our generation does these things so the next generation can still have access to them,» he concludes.

If such efforts are any indication, the next generation will indeed have access to such practices.

There will be accountants, bluegrass singers, salespeople, contemporary dancers, steel workers and nurses contained in that mix.

Each will develop their own understanding of what it means to be Indigenous while living in the sprawling metropolis of Calgary via ceremonies, interactions with elders, the fostering of community and the speaking of Indigenous languages.

For a great resurgence is happening. It will stumble over roadblocks like racist landlords, underfunded services and geographic separation from ancestral home territories. But it will grow, adapt and innovate, just like Indigenous people always have.

And it will help define the future of Calgary.

Fuente: http://www.cbc.ca/news/canada/calgary/indigenous-first-nation-culture-1.3651039

 

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La Otra Historia de los Estados Unidos

América del Norte/Estados Unidos/ Julio de 2016/Autor: Antonio Ramírez/Fuente: elquimericolector

 

Autor: Zinn Howard

Editorial: HIRU

Año de Edición: 1997

Género: Ensayo

ISBN: 9788489753914

Es un hecho incuestionable que la Historia oficial está escrita por los vencedores, aquellos que lograron hacerse con el poder y mantenerlo a toda costa. Esta versión de la Historia, como es evidente, estará dispuesta para justificar cuantos abusos, traiciones y violencias han sido necesarios para llevarlos hasta su posición. Es por ello que desentrañar y comprender la Historia, pero trascendiendo su versión oficial, se convierte en tarea vital para toda persona que quiera discernir el presente lo más claramente posible. Ahora, como por ejemplo ocurre en España, cuando tantos abogan por no “remover” el pasado en nombre de no se sabe muy bien que espíritu de reconciliación, se hace imprescindible resistir la tentación de ceder al olvido, pues eso significaría condenar a los vencidos a ser doblemente vencidos, sepultarlos para siempre en su derrota y así, acatando la Historia oficial (y por tanto, aceptando acríticamente el presente), heredaríamos nosotros mismos el papel de vencidos sin haber presentado la más mínima batalla.

Howard Zinn escribió su historia alternativa de los Estados Unidos con el espíritu del que no quiere olvidar y se empeña en remover ese pasado que muchos preferirían mantener oculto o cuanto menos tergiversado. Y lo hace como un acto de justicia, porque las consecuencias del pasado no se han mitigado ni han sido superadas, puesto que cada día son sufridas por millones de personas en el presente. Es por ello que su labor de historiador, que no se reduce a lo académico o a la mera divulgación, se convierte en una eficaz herramienta para todo aquel que quiera emprender el análisis crítico de nuestras sociedades actuales. Y teniendo en cuenta la persistente influencia (por activa y por pasiva) que los Estados Unidos han mantenido sobre el resto del mundo en los últimos 250 años esta “otra” historia de los Estados Unidos de Howard Zinn alcanza el máximo interés para los lectores de cualquier nacionalidad.

Partiendo desde este planteamiento el propio Zinn deja claro que su libro es tendencioso. Admite que se trata de “un informe que se inclina en cierta dirección”. No obstante, también afirma que “la montaña de libros de historia bajo la cual nos encontramos se inclina claramente en la otra dirección. Son libros respetuosos -a pie puntillas- con los estados y los hombres de estado y tan irrespetuosos -por su falta de atención- hacia los movimientos populares, que necesitamos alguna clase de fuerza opuesta para no ser aplastados en la sumisión”. En mi opinión esto le honra aún más si cabe, puesto que demuestra una actitud militante y desafiante que se aleja del tono pretendidamente neutro que tantos académicos e intelectuales de todos los campos suelen aplicar en su labor. Zinn dota a su libro de un espíritu crítico y estrictamente documentado, pero deja espacio para su indignación, también para su solidaridad ante muchos de los hechos que narra. Y yendo aún más lejos, se permite ser utópico, proponiendo (aunque a grandes rasgos) algunas de las alternativas posibles que bajo su punto de vista podrían cambiar la sociedad americana.

Así pues, rompiendo con la Historia escrita al servicio de los vencedores, Zinn se centra entonces en el punto de vista de los vencidos. No obstante, este punto de vista diferente no significa necesariamente que se nieguen muchos de los hechos ofrecidos por el discurso oficial, simplemente son expuestos bajo otra luz, desprovistos ahora de ese aura de gloria y justificación del poder que los libros para escolares suelen entrañar y que en esencia ha servido para que generaciones y generaciones de personas interpreten la realidad desde una perspectiva ideológica acorde con el sistema dominante. Ocurre así, por ejemplo, con el mismo inicio del relato: el descubrimiento de América por Cristobal Colón. Lejos de presentar este hecho como una aventura heroica y alentadora para la humanidad, Zinn hace hincapié en el genocidio que supuso para los pobladores americanos originales, demostrando con datos y testimonios hasta que punto la ignorancia, la avaricia y la crueldad fueron los verdaderos motores de un terrible espíritu colonizador que jamás se aplacaría con el transcurso del tiempo y que incluso terminaría por extenderse a otros puntos del globo.

El libro de Zinn, que ha sido titulado en España como La otra historia de los Estados Unidos se llama originalmente A people´s History of the United States, es decir, un balance histórico de los movimientos sociales en los Estados Unidos. Lo cual implica que este libro no es simplemente un lamento por las víctimas, es algo más importante: el retrato de la resistencia de una gran parte de los estadounidenses frente a la injusticia y la violencia de sus gobernantes. Pero, lejos de idealizar al pueblo americano, el texto es también un detallado repaso de hasta que punto éste se ha dividido en numerosas ocasiones entre, por un lado, los que han acatado interesadamente la injusticia estructural, redirigiéndola en su propio beneficio hacia los que aun estaban más abajo que ellos y, por otro lado, los que han preferido solidarizarse y sumarse a la lucha de los más oprimidos, cueste lo que cueste y asumiendo (con mayor o menor fortuna) una unión que superaba distinciones raciales, clasistas o de género.

Articulando la Historia de los Estados Unidos en torno a los individuos, movimientos y organizaciones que de una u otra manera han plantado cara al poder, Zinn establece una panorámica amplia y muy detallada de lo que en esencia ha denominado “una cultura de oposición permanente”, la cual jamás ha dejado de existir en ninguna circunstancia, ni aun cuando la represión era salvaje, como ocurría con los esclavos negros (que no han sido solo las víctimas propiciatorias que siempre nos han mostrado en películas y libros), ni cuando las condiciones de vida habían mejorado de una forma más generalizada y la lucha de clases, el sindicalismo o la denuncia del racismo parecían tener menos sentido. Zinn demuestra con datos y con multitud de testimonios, que bajo la superficie del supuestamente feliz american way of life siempre ha existido una descontento arraigado en una gran parte del pueblo estadounidense, siempre listo para explotar.

Así pues, este libro es un informe cronológico de esa cultura de oposición permanente que contradice la Historia oficial, lejos de la visión ramplona del pueblo de los Estados Unidos rendido ante los valores del capitalismo, la moral puritana, el patriarcado o las clasificaciones raciales ideadas por los blancos. La mitad del libro está dedicado a la etapa que va desde Colón hasta el fin de la Guerra de Secesión, centrándose mucho en las condiciones de vida de los negros, los indios o las mujeres y documentando de que manera la fundación de los Estados Unidos, comenzando por la propia Declaración de Independencia y la Constitución, fue diseñada para beneficio de unos intereses políticos y económicos que si bien se presentaban al resto del mundo como el ideal para todos los seres humanos eran, en esencia, los del Hombre, Rico, Cristiano y Blanco. De esta manera, el país creció y se alimento sobre unos principios que resultaron calamitosos en primer lugar para los negros y los indios, sobretodo usando el trabajo esclavo de los primeros, negándoles cualquier tipo de derechos sociales, económicos y culturales. Por ello Zinn se maravilla de la capacidad de los negros de crear una tan rica cultura oral bajo unas condiciones de ese tipo, sabiendo transmitirla de una manera marginal pero perenne, especialmente con la música nacida del inmenso sufrimiento sufrido en las plantaciones y ranchos por generaciones y generaciones de esclavos. Por su parte, los indios se vieron casi extinguidos bajo la violencia genocida. Los pocos supervivientes fueron expoliados de sus tierras mediante la traición y el engaño implícitos en tratados gubernamentales (y también en acuerdos privados con empresas o individuos poderosos) ya de por si escandalosamente injustos y que a la larga no se llegaban ni a respetar. Algo que ocurrió en esta primera etapa de los Estados Unidos, pero que aun hoy en día es motivo de litigios de todo tipo, demostrando que los indios americanos siguen sufriendo las consecuencias de un pasado muy presente.

Una vez dejada clara la situación de la que partieron estos dos colectivos, negros e indios, a día de hoy poblaciones minoritarias pero proporcionalmente muy importantes respecto a la población blanca, Zinn hace hincapié en que la mujeres, aun asumiendo las grandes diferencias dentro de cada contexto socio económico, han sido ellas las que han sufrido la mayor opresión. Es decir, si la población negra en general estaba mal (no solo en la época de la esclavitud, también a comienzos del siglo XX, en la posguerra, en los años 60, etc) las mujeres negras se han llevado la peor parte de esas condiciones. Si el proletariado o el campesinado blanco de la revolución industrial no tenía mucho de que presumir a los negros, dadas las terribles condiciones en que vivían, las mujeres dentro de ese colectivo eran las que más sufrían. Incluso en lo que respecta a la burguesía, pequeña o grande, las mujeres eran relegadas a poco más que lujosos maniquíes y máquinas de parir, educadas para ser encantadoras, bellas, siempre decentes, pero sobretodo sumisas y atolondradas. Por ello, Zinn ocupa mucho espacio de su libro para hablar de la lucha de las mujeres por lograr su emancipación y como esta lucha resultó muchas veces un acicate para otras muchas batallas. La implicación de las mujeres en la abolición de la esclavitud, en el pacifismo, en el sindicalismo radical, en el anti-imperialismo, etc., no puede estimarse a la ligera. Aun a costa de ver sus propias metas subordinadas a un segundo nivel, el coraje, la generosidad y el sacrificio de muchas mujeres fueron imprescindibles para la infinidad de luchas del pueblo americano contra el poder. Por lo demás, Zinn se esfuerza a lo largo de todo su libro por dar protagonismo a muchas personas anónimas, hombres y mujeres, rescatando del olvido sus testimonios, citando sus palabras textualmente de diarios personales, actas de asambleas, taquigrafías judiciales, artículos de publicaciones minoritarias, entrevistas, etc. Por lo que esta “otra” historia de los Estados Unidos se articula sobre la participación activa y directa de los individuos, nunca sobre la propaganda, el programa y las consignas de tal o cual organización. De hecho, Zinn deja ver un claro deje libertario haciendo hincapié en todas las ocasiones que la lucha de los oprimidos se ha efectuado aun en contra de sus propios líderes y como la mayoría de los verdaderos avances se han logrado con la acción directa y la auto organización de las bases sociales, sin necesidad de la participación de mediadores de ningún tipo.

Sin embargo, la radicalidad de Zinn no le impide lanzar algunas tesis que podríamos considerar más bien moderadas. Por ejemplo, aprovecha los capítulos finales para hacer un llamamiento a la llamada clase media (a día de hoy amenazada y en vías de extinción, como era previsible, junto al “Estado de bienestar” que supuestamente nos iba a traer el capitalismo) para que deje de ser una especie de escudo entre la rabia de los que verdaderamente sienten el peso de la opresión (los obreros, los parados, los negros, etc) y la casta superior capitalista. Yo personalmente no entiendo de que manera podría la clase media ayudar a cambiar este sistema de forma profunda. Si de lo que hablamos es de promover unas meras reformas que por fuerza serían parciales y temporales y que en consecuencias no supondrían una verdadera transformación creo que Zinn peca aquí de iluso. Aun así, el debate está ahí y nadie en política tiene en principio la verdad absoluta, pues ésta solo se construye a base de acción y no de mera teoría. Si la clase trabajadora se mantiene o no como el Sujeto Revolucionario de las teorías radicales de antaño es algo aun a comprobar, pero dudo mucho de que la clase media, situada en una posición clave en la administración del actual sistema pueda hacer mucho por cambiar las cosas “desde dentro”. El fin del capitalismo no se podría sustentar en las buenas intenciones del sector progresista de la clase media. Pero bueno, como decíamos antes, ahí queda el debate, el cual podría ser fructuoso o no.

En todo caso, al margen de las reticencias que algunas partes del texto de Zinn pueda provocarnos (depende de cada lector), el valor de este libro es inmenso. Especialmente, al menos bajo mi punto de vista, por la profunda sensación de duda que introduce en el lector respecto a la realidad sociopolítica de una nación como Estados Unidos. Todos los estados fundamentan su existencia en el mito, en una imprescindible relación entre sus instituciones de poder y el imaginario de sus ciudadanos, solo así, arraigando e interiorizando la sensación de veracidad de algo que en realidad no existe se logra la estructura de un poder que no podría ser posible solo mediante la violencia física y la extorsión. Pero en el caso de Estados Unidos esta relación imaginaria se ha llevado hasta límites inauditos, hasta un punto en que ha transcendido sus fronteras y ha logrado inseminarse en el resto del planeta. El mito americano, que es el de la libertad, el de la modernidad, el de la tecnología, el de la democracia y muy especialmente el del capitalismo y las oportunidades que éste aporta para todos sin límites raciales o sociales de ningún tipo, ha conseguido colonizarnos hasta un punto que a veces ni nosotros mismos sospechamos. Pero, aun siendo un mito en toda regla, para llegar a él ha sido necesaria tal dosis de violencia y criminalidad gubernamental que por fuerza ha arrastrado tras de si una tangible realidad sangrienta y dolorosa imposible de ocultar y olvidar. Toda esa ideología patriotera, moralista y guiada los principios del mercado y las corporaciones, sostenida en el símbolo de una bandera común a 50 estados unidos de forma artificial y a costa de la esclavitud y el genocidio de millones de personas, mantenida a fuerza de una economía de guerra permanente alimentada con invasiones, expolios y todo tipo de tropelías en lo que respecta a la política exterior, ha creado por fuerza una esquizofrenia incurable en el pueblo americano, la sensación simultanea de ser verdugos y víctimas de un sistema esencialmente delictivo, irracional y que en última instancia resulta autodestructivo.

Con este libro Howard Zinn nos ha ofrecido un excelente espejo donde mirarnos, siendo como somos parte residual del mito americano, aunque, por supuesto, estemos condicionados por las miserias y desgracias proporcionadas durante tanto tiempo por nuestros propios poderosos. Pero, esencialmente, la crítica a Estados Unidos es la crítica del Estado capitalista que devora y asesina a su pueblo (y por extensión a todo el que se ponga en su punto de mira), por tanto mirarnos en el espejo de esa crítica supone asumir que el capitalismo es igual para todos. Dudar y renegar del mito capitalista, de la libertad tal y como es planteada desde ese mito, es dudar de las bases de nuestra propia realidad social y cultural, pero sobretodo es provocar el deseo de otra realidad. Así pues, si nuestra relación con el mundo y la sociedad se articula en el mito quizás sea el momento de aprender que nuestra imaginación es lo suficientemente amplia como para aceptar únicamente una invención tan terrible y destructiva como ha resultado ser el capitalismo. Si el libro de Zinn contiene alguna prístina moraleja puede que sea ésta: no dejemos que los poderosos imaginen (y hagan realidad) el mundo por nosotros, construyamos la Historia desde otras bases.

Fuente de la reseña: http://elquimericolector.blogspot.com/2014/09/la-otra-historia-de-los-estados-unidos.html

Para descargar el libro: https://lahistoriadeldia.files.wordpress.com/2010/03/zinn-howard-la-otra-historia-de-los-estados-unidos.pdf

 

 

 

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‘El racismo en México se suma a otras formas de desigualdad’: Federico Navarrete

México/10 de Julio de 2016/Aristeguinoticias

Por: Federico Navarrete

El historiador y académico, asegura que contrario a lo que creemos, en nuestro país predomina la intolerancia.

El racismo impera en México. Es un hecho cotidiano que cobra forma lo mismo en una charla privada que en anuncios de tintes aspiracionales o en políticas públicas excluyentes. Desafortunadamente, una gran parte de la población es indiferente ante el fenómeno. Así lo advierte el académico Federico Navarrete en México Racista (Grijalbo). A partir de episodios como los de la masacre de maestros normalistas o de asesinatos a indígenas, o incluso del discurso predominante en los medios de comunicación, las rutas de la discriminación en la sociedad mexicana.

Usted plantea que varios de los problemas que vivimos como país tienen su origen en un arraigado racismo.

Los mexicanos nos hemos creído la fábula de que no somos racistas. Sin embargo no es así, incluso el racismo se ha recrudecido en los últimos años. Los medios de comunicación, la violencia y desigualdad lo han incrementado.

¿Cómo se relaciona con los problemas actuales de violencia?

El libro es una reacción ante la inaceptable situación de violencia y de violación de los derechos humanos en la sociedad mexicana. No hemos valorado al racismo en su dimensión apropiada. En México no se agrede o asesina a la gente por su color de piel, pero sí crea una situación de invisibilidad de la mayoría de la población. No forman parte de la discusión pública ni tienen espacio en los medios de comunicación. A la gente más morena y con aspecto indígena se le asocia con pobreza, retraso, se les atribuyen rasgos negativos o se les ve como revoltosos. El primero en demostrar esto una y otra vez es el propio gobierno, sin embargo como sociedad hemos sido inaceptablemente indiferentes.

Ante muertes de indígenas, campesinos, migrantes.

Sí. Nos hemos acostumbrado a la pobreza. Un importante número de mexicanos está en situación de calle. Recordemos que hace tres años en Guadalajara, un automovilista descubrió a una niña rubia pidiendo limosna, se hizo una tormenta en las redes sociales y se aseguraba que había sido secuestrada. Una persona blanca pidiendo limosna nos parece inaceptable; en cambio, si lo hacen millones de personas de piel oscura ya no nos importa.

¿A qué le atribuye que no hemos superado este tipo de lastres?

Nos gusta presumir de receptivos y tolerantes pero creo que la sociedad mexicana debe asumir su verdadera faz. Discriminamos a las mujeres, a las minorías sexuales, a quienes no son católicos, a quienes hablan lenguas indígenas; se discrimina a diestra y siniestra. Vivimos en una sociedad cada vez más fragmentada, brutalmente desigual en la que el gobierno no siente el menor compromiso con el bienestar de la población ni tampoco con su seguridad física. Los medios de comunicación ejercen un racismo absoluto, excluyen completamente de sus pantallas y de la publicidad a 80% de los mexicanos.

 ¿Podríamos apuntar que esto impacta en un racismo sistemático?

El racismo en México se suma a las otras formas de desigualdad. Es difícil saber si la exclusión de educación de calidad o la falta de servicios públicos son producto del racismo. La discriminación de clase se mezcla con la ausencia de democracia y de derechos humanos. La suma de todo ello genera un coctel más nocivo. Los estudios sociológicos recientes demuestran que en México, de manera casi casi sistemática, aunque no absoluta, la gente con color de piel oscura es más pobre, tiene menos educación, peores trabajos y vive en situaciones de mayor precariedad que la gente con piel más blanca. Ahí tenemos mecanismos sociales que radicalizan a la sociedad.

Aquí podemos hablar de una corresponsabilidad entre el gobierno y la sociedad.

El gobierno mexicano es profunda y absolutamente negligente en el cumplimiento de sus obligaciones más elementales. No ofrece educación, sistemas de salud, seguridad y servicios públicos de calidad. Como sociedad debemos tomar conciencia de lo que nosotros hacemos. Si el racismo es tan insidioso es porque empieza en casa, en las escuelas y las fiestas. La vida privada se extiende a la vida pública. Estudios demuestran que la gente piensa automáticamente que una persona con tez blanca es más rica, honesta y respetable que una persona con tez oscura. En el discurso que se ha construido contra la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación abundan elementos racistas. Se les vitupera por una serie de estereotipos: se les señala de primitivos, revoltosos, flojos e ignorantes, sin tomar en cuenta sus realidades culturales y sociales. Si queremos superarlo primero necesitamos reconocer el racismo y después combatirlo.

¿Por qué los medios también no han tomado la iniciativa de combatirlo?

Llevo años preguntándoles a los publicistas por qué excluyen sistemáticamente a personas que tienen el tipo físico de 90% de la población de México. Hasta ahora no he tenido una respuesta clara. ¿Es simplemente porque son racistas, pura y llanamente consideran que los morenos son feos? Algunos en verdad lo creen. ¿O es que tienen estudios que demuestran que la gente morena de México no quiere comprar los productos que compran sus similares? Las televisoras privadas son brutalmente racistas, a pesar de que la concesión es pública hacen lo que quieren y carecen del menor sentido de responsabilidad social. Es decir, son racistas porque pueden y porque nadie les ha dicho que no lo sean. En el fondo piensan que por ser blancos, son más bonitos y mejores que la gente morena.

En términos globales pare reforzarse una tendencia racista. La vemos con Donald Trump, los últimos eventos en Estados Unidos, el Brexit, el renacimiento de los nacionalismos en Europa y la aversión a los migrantes.

El racismo siempre ha sido un fenómeno global. Los movimientos migratorios han provocado su recrudecimiento en las últimas décadas. Los mexicanos deberíamos de ocuparnos en no ser parte de esta nueva oleada. Es verdad que el racismo mexicano es menos violento que el estadounidense. Aquí no ha habido Ku Klux Klan, ni tampoco se lincha a personas por su color de piel; pero en cambio, aquí una élite margina al 90% de la población, en ese sentido nos parecemos más a Sudáfrica, donde la población blanca, el 10% del total de los habitantes, excluyó durante todo el siglo XX a los negros del poder y de la democracia.

Fuente: http://aristeguinoticias.com/1007/lomasdestacado/el-racismo-en-mexico-se-suma-a-otras-formas-de-desigualdad-federico-navarrete/

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Talento y Poder: Evitando el Síndrome de Procusto

Estados Unidos/10 de Julio de 2016/Expansión.com

Por: Javier Busquets

En esta ocasión me gustaría proponer una reflexión en torno al debate entre talento y poder en el contexto de las transformaciones digitales. Empecemos por el «talento». En un reciente informe (http://www.siliconbeat.com/2016/01/20/100892/) se presentan los puestos de trabajo que tienen mayor demanda en los EEUU: Científicos de datos, Arquitectos de Software, Especialistas en User Experience, desarrolladores de aplicaciones móviles y arquitectos de modelos de negocio. Muchas de estas nuevas profesiones están vinculadas con las nuevas necesidades de la digitalización de las empresas y con salarios altos (entre 60.000 y 110.000 euros anuales).

Pero estos profesionales, muchos de ellos jóvenes, que intenten encontrar oportunidades en la empresa tradicional pueden encontrarse con dificultades. La empresa burocrática se está convirtiendo en una jaula de hierro – por utilizar el término de Richard Sennet en su libro La Cultura del Nuevo Capitalismo (Anagrama, 2012). La  especialización que impone no está pensada para la época digital. Además, un especialista, no ve el «cuadro completo». Lo tradicional es que sea en la cúspide, donde la élite de la burocracia «une los puntos» y de sentido general a la actividad. La burocracia tradicional es una fuente de ejercicio del poder, obviamente. Pero las nuevas profesiones deben conectar componentes, departamentos y personas. Deben crear sistemas y por ello tienden a ser generalistas. Y esto puede suponer un contrapoder.

Las especialidades y estructuras que fundamentan la burocracia clásica pueden convertirse por ello en Lechos de Procusto, un ser mitológico que gestionaba un hostal en la Grecia Antigua. A los huéspedes que no encajaban bien en la longitud de las camas (les sobraban parte de las piernas), Procusto procedía a cortar sus extremidades; si el desdichado era de corta estatura, Procusto lo estiraba hasta hacerlo encajar.

Ante la digitalización, algunas burocracias pueden tender a defenderse de los cambios de forma enérgica manteniendo sus estructuras y pueden oponerse de dos formas: (1) con su jerarquía, procesos, incentivos, premios y castigos;  y (2) manteniendo los procesos de transferencia de trabajo a capital.  Las empresas sobreviven «capitalizando» conocimiento. Una burocracia es una estructura extractiva – por utilizar un término de moda – que a su vez redistribuye riqueza entre generaciones. Este proceso de transferencia de talento a capital se fundamenta en el supuesto ético que Weber desarrolló en su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo. La idea es que los empleados se comprometen con la empresa, aplazando las satisfacciones a corto plazo, por la inversión a largo plazo, es decir, por el desarrollo de una carrera y el mantenimiento de un cierto status que permita sufragar los gastos familiares y formando redes de compromisos entre empleados.

La digitalización está configurando una economía mucho más compleja y está minando los valores sobre los que se ha constituido la empresa en los últimos cien años. De hecho, se bada en la ética de Adam Smith: lo que se valora es el talento y el trabajo. En una crisis profunda con la precarización del empleo ¿Qué tipo de ética seguirá vigente?  Por un lado tenemos jaulas de hierro que pueden actuar como Procustos ante el talento joven y por otro la generación del Milenio que se cuestiona la ética del compromiso a largo plazo y exige inmediatez.

¿Qué esperábamos? Si las empresas no ofrecen compromiso a largo plazo, no pueden esperar de sus empleados más jóvenes que sí lo hagan. Paul Mason en su libro Post-Capitalism (Penguin Books, 2015) argumenta que dotar de un poder desproporcionado a la innovación puede llevar a una obsesión de valorar sólo lo «no existente»,  lo que está por venir, con la consiguiente reducción del valor marginal de productos y servicios existentes a cero. Por el contrario, la obsesión con mantener el statu-quo, olvidando el futuro, puede llevar a la desaparición de la organización. En definitiva, el colapso del sistema. Esta ténsión ética entre mérito y solidaridad a su vez entra en tensión entre el largo plazo y el corto plazo.

La innovación requiere directivos que creen «espacios de innovación», un eufemismo para explicar que las estructuras «verticales» pueden estar obsoletas y es necesario establecer conexiones entre unidades no conectadas, o con ecosistemas exteriores. Construir nuevos sistemas requiere generalistas, como argumentamos, no tanto especialistas. Por eso, la innovación es un contrapoder al statu-quo, es muy dependiente de la gestión del talento y en ocasiones no inclusiva.  Richard Sennet nos recuerda que una de las funciones de la burocracia es mantener el orden social, es decir, ser inclusiva, a cambio de gestionar ciertos niveles de ineficiencia. Pero esto requiere sostenibilidad del modelo de negocio, algo que la digitalización cuestiona.  Por otro lado, en cualquier «transformación», por definición, se re-definen las redes de compromisos entre personas; y entre personas y empresa. Este es un punto capital que no puede olvidarse.

Por ello debería asegurarse un equilibrio dinámico de cómo mantener la producción y la supervivencia a corto plazo; y en paralelo, lanzar proyectos de  transformación que permitan «dar juego» a los generalistas que conecten personas y conocimiento.  Es muy importante definir bien los objetivos:  «objetivar» las acciones para evitar que la transformación sea productiva, evitando en lo posible que un proceso de cambio convierta a la organización en un campo de batalla político.

La clave es despertar capacidades latentes en personas que se sientan protagonistas del futuro. Es también muy importante escoger bien las empresas de consulta (consultoría) que nos acompañen en el viaje: debe exigirse compromiso con los resultados y con las personas. Por tanto, desde mi punto de vista, el reto de los líderes empresariales – en un proceso de transformación digital – pasa por saber cómo incorporar las nuevas profesiones, potenciando el aprendizaje organizativo y la innovación en sus estructuras. El statu-quo no puede parar la evolución.

Fuente: http://www.expansion.com/blogs/sociedad-empresa-digital/2016/04/21/talento-y-poder-evitando-el-sindrome-de.html

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