Los niños dañados de la pandemia
Francisca Turpaud (40) pensó que el retorno a su trabajo iba a ser pausado. Que volvería con normalidad a los turnos en el hospital, pero que la atención de su consulta particular sería de a poco, atendiendo desde su casa por telemedicina. Al volver, entendió que no podría hacerlo. Algo que no había visto antes estaba ocurriendo.
Turpaud es psiquiatra infanto-juvenil, trabaja en la Unidad de Salud Adolescente del Hospital Sótero del Río y también atiende consulta particular. Después de haber pausado su labor por seis meses, tras ser mamá de gemelas, su celular, de un momento a otro, se llenó de mensajes de madres y padres consultando por una hora para atender a sus hijos. Se trataba de pacientes nuevos, muchos pidiéndole que por favor hiciera una excepción, pues en dos meses no habían encontrado nada. “Se me empezó a repletar la agenda, pero con pacientes graves. No era que ‘mi hijo está un poco ansioso’, me empezaron a llegar casos complejos y ahí me di cuenta de que esto se sentía como una avalancha”, recuerda ella.
El 2020 había sido un año difícil para sus pacientes, antes de su posnatal ya había tenido que hacer algunos sobrecupos, pero nada como con lo que se encontró ahora. Esta vez se dio cuenta de que había algo más: que la pandemia había acumulado una serie de factores que hizo que sus pacientes antiguos estuvieran más graves, y que otros niños nuevos, que nunca habían tenido problemas emocionales, comenzaran a asomar algunos síntomas y estuvieran necesitando de su ayuda.
Niños como Gaspar (11), que desde que dejó de ir al colegio, su mamá, María, cuenta que su mundo se le vino abajo. Ambos viven en la comuna de Las Condes, y Gaspar asiste a un colegio particular de esa zona. Antes del Covid, no eran pocas las horas que dedicaba a actividades extraprogramáticas: estaba en la selección de fútbol, hacía deporte mínimo cuatro veces a la semana y se juntaba seguido con sus compañeros. El encierro y la dificultad para adaptarse a la nueva forma de clases hizo que, de a poco, comenzara a irritarse más de la cuenta, frustrarse por cosas que antes no le importaban o estar más inseguro con su rendimiento académico. Pero lo que al principio parecía un cambio de actitudes, de pronto se transformó en algo más, y María percibió la primera alerta: “En un minuto en que peleamos y se enojó, me dijo ‘yo no sé para qué vivo’. Yo ahí lo agarré, le dije que no hablara tonteras y lo hablé con una psicóloga amiga. Ella me dijo que estuviera atenta, porque lo había expresado. Entonces que lo observara”.
Para María, educadora de párvulos de un colegio de Vitacura, no era fácil enfrentar lo que le estaba pasando a su hijo. Para ella era algo totalmente nuevo y al principio le costó sobrellevarlo. “Como eran ofuscaciones que no había visto antes, yo tampoco reaccionaba bien. No entendía lo que le estaba pasando, entonces le contestaba retándolo más que entendiéndolo. Para mí era una pataleta de cabro chico”, recuerda ella.
Pero en ese observar que le recomendaron se dio cuenta de que lo que le ocurría a su hijo no eran solo pataletas de un día: su autoestima también estaba muy baja. “Me empezó a decir que él se merecía dormir en el suelo, se acostaba en el suelo y trataba de dormir ahí. En eso me contó cómo quería hacerse daño. Esa noche lloramos los dos, lo abracé y le dije que si él dormía en el suelo, entonces yo también”.
Fue entonces que María buscó ayuda. “La psiquiatra y la psicóloga me dijeron que lo preocupante es que a los 11 años los niños no piensan cómo quitarse la vida. Entonces, cuando dicen cómo quieren hacerlo, es preocupante”.
En la sala de clases virtual, Loreto, una profesora de tercero básico de un colegio particular de La Reina, empezó a notar cómo la pandemia afectaba emocionalmente a sus alumnos. La primera alarma vino en mayo del año pasado, cuando los vio a todos más ansiosos por participar. Hacerlo a través de Zoom no era fácil, pues el tiempo era escaso. “Si es que no les tocaba hablar, era llanto. O que los papás nos mandaran un correo diciendo que su hijo habló solo una vez, que por qué no le di la palabra más veces”, cuenta ella.
Las frustraciones vinieron después. Ahí Loreto sintió que esto era grave: cuando veía a sus niños ponerse a llorar porque no podían abrir una página web, o no les resultaba alguna actividad. Sobre todo porque la cámara era una limitación para los profesores, ya que si hubieran estado presencial habrían podido calmarlos y ayudarlos a resolver lo que no podían hacer.
Nicole (33) tuvo que ayudar a su hijo con esa frustración. Diego (10) cursa quinto básico de un colegio en Conchalí. Vive con sus padres, sus dos hermanos, su tío y su abuelo en la misma comuna y padece de asma severa. Esa condición hizo que, pese a que antes era un niño sin problemas emocionales, desarrollara un pánico constante al contagio del virus. Pero, además, con las clases comenzó a frustrarse. Sobre todo cuando le tocaba exponerse a la cámara. “Cada vez que lo hacían leer le venían crisis de pánico. Él no lo podía controlar, era una cosa como que íbamos súper bien con cualquier otra materia, pero lo hacían leer, se equivocaba y se desesperaba”, dice.
Como no entendían qué era lo que le ocurría a su hijo, ambos padres decidieron llevarlo al Hospital Roberto del Río, donde los recibió la psicóloga Jennifer Conejero y otros especialistas para comenzar un tratamiento. “A partir de este caso aparece el tema de la sobreexigencia. Hay niños que se sienten muy ansiosos frente a la cámara, porque ven a estos compañeros y profesor que los están mirando fijamente, mientras que esto en el aula no ocurre. A veces estrategias tan sencillas como apagar la cámara ayudan”, explica Conejero.
El estrés de cumplir con las exigencias académicas es algo que para Francisca Turpaud afecta directamente la salud mental de los estudiantes: “No había visto niños tan angustiados por el cumplimiento de las notas o con pasar de curso. Para que un niño aprenda tiene que hacerlo con la interacción de sus pares. Lo que estamos haciendo ahora es hacerlos aprender en aislamiento, sin ningún refuerzo positivo. Se les está exigiendo que rindan con normalidad, en una situación que es absolutamente anormal”.
Esto se vuelve aún más complejo cuando se trata de edades en las que el desarrollo cognitivo es más intenso. Jonathan Bronstein, psiquiatra infanto-juvenil, académico de la Facultad de Medicina UC y de la Red Salud UC-Christus, las llama ventanas del desarrollo. “Una cosa es lo que estamos viendo como consecuencia inmediata, pero otra es el riesgo de estos períodos críticos del desarrollo, donde lo que no se hace en una determinada edad, puede que cueste mucho desarrollarlo más adelante”.
Quizás por eso, Loreto empezó a preocuparse por sus alumnos. Para ella, el período entre primero y tercero básico es de esas ventanas infalibles, y la dificultad en el aprendizaje venía de antes. “Los niños de tercero básico son niños que en primero aprendieron a leer y a escribir, pero en las pruebas había dos profesoras de apoyo, era súper guiado. Y en segundo básico se empieza a transitar para que lo hagan cada vez más independientes. El problema fue que aquí su primero básico se cortó en octubre con el estallido, por lo que no pudieron terminar bien ese proceso. Y les tocó un segundo básico donde estaban en la casa completamente acompañados en su aprendizaje. No han vivido ese proceso de independencia”.
Pero otro problema venía arrastrándose de antes: “En la última década había habido un aumento sostenido de consultas en salud mental en niños, niñas y adolescentes. Esto tenía que ver por un deterioro general de la salud mental en el país”, cuenta Francisca Turpaud. Las causas no son muy claras, pues explica que también puede deberse a una mayor normalización de buscar ayuda frente a este tipo de problemas. “Es difícil interpretar eso, porque podría ser hasta a un aumento de horas psiquiátricas, mayor acceso a terapias, mayor conciencia de la importancia de la salud mental y no necesariamente a un deterioro, sino a que se puedan detectar y diagnosticar más los trastornos”, añade.
En marzo, no solo fue Francisca Turpaud quien se llenó de pacientes en lista de espera para atender. Entre los demás psiquiatras reconocen que ya es un comentario generalizado, que casi todos están sin horas. “En todos los ámbitos estamos teniendo un número creciente en esta época que no es tan usual comparado con mayo y junio de otros años. Esto es notablemente mayor que un año normal”, sostiene Alfonso Correa, jefe de Psiquiatría de la Clínica Alemana.
Fuente de la Información: https://www.latercera.com/la-tercera-domingo/noticia/los-ninos-danados-de-la-pandemia/6UEJVJJRBVASNJBCYALM75Q3OE/