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Chile: Un millón de alienígenas

Por: Daniel Matamala. 

No necesitamos banderas”, cantaban Los Prisioneros en esa canción en que declaraban “romper de forma oficial / los lazos que nos pudieron atar alguna vez / a alguna institución / o forma de representación / que nos declare parte de su total”.

Esa es la emoción que se tomó Chile.

Es un contraste radical con la anterior marcha del millón: la del No. Si la de octubre del 88 era una multitud organizada por una dirigencia política bajo su discurso y sus banderas (las rojas del PS, las azules de la DC, el arcoíris…), la de octubre del 19 es una masa autoconvocada, definida desde las identidades: banderas de pueblos originarios, equipos de fútbol, diversidad sexual…

Si el momento generacional de 1988 tenía liderazgos, metas y plazos claros (la Concertación, el fin de la dictadura y el 5 de octubre), el de 2019 carece de todo ello. Por eso, pretender domesticarlo con una lista de supermercado es, de nuevo, no entender nada.

Esta no es una huelga de empleados descontentos, y no se acaba con un bono de término de conflicto. No es un movimiento reivindicativo. Es una energía. Una pulsión. Es un momento populista, en la correcta definición del término: la división de la sociedad entre una élite corrupta y un pueblo virtuoso. Los chilenos que se abrazan en las calles con sus camisetas de Colo-Colo, la U y la UC expresan el ideal de borrar las diferencias cotidianas para sumergirse en un colectivo que se define por oposición a todo lo que representa la clase dirigente.

Es ser parte de un horizontal, alegre y colorido millón de amigos.

En la marcha más grande de la historia de Chile brillaron los extraterrestres. Marcianos de todos los colores y diseños tocando cacerolas en referencia al célebre audio filtrado de Cecilia Morel (“es como una invasión extranjera, alienígena”).

“Es increíble”, dice sobre esa frase el académico de la Universidad de Chicago, James Robinson. “Es un reflejo de que la élite chilena está muy desconectada de la gente, el hecho de que uses ese tipo de lenguaje es indicativo de la brecha entre la élite y las masas chilenas”.

Los chilenos se cansaron de ser considerados alienígenas en su propio país.

En esta columna se ha repetido una y otra vez -majaderamente, es verdad- sobre la bomba de tiempo que representa una clase dirigente que ve al país como su club de amigos, atrincherada junto a sus compañeros de colegio en los directorios de las grandes empresas (53% viene de 9 colegios) y en el gabinete (67% de 6 colegios).

La respuesta estándar de esa élite fue desestimar la alerta como monserga de “odiosos” y “resentidos”. Para el decano Juan Ignacio Brito, una “machacona insistencia por identificar únicamente un odioso sesgo de clase (…) prejuicios profundos y resentimientos jamás confesados”. Para el director de empresas César Barros, el acceso al club del poder es “puro esfuerzo, riesgo y habilidad” y “cero amiguismo”. Para el empresario Jorge Errázuriz, la solución al peso de los apellidos es simple: “bastaría con cambiarse a Errázuriz para tener éxito. ¡Te llamaría primo!”

La realidad estaba disponible para quien quisiera verla, en cada reporte de la OCDE, cada estudio del Banco Mundial, cada ranking de competitividad, cada reflexión de economistas y sociólogos que, al mirar a Chile, advertían un país fracturado.

De hecho, los gritos de la calle y los informes de la OCDE dicen básicamente lo mismo: demasiada desigualdad, demasiado nepotismo, demasiados abusos.

“Lo estamos pasando muy bien”, contestaban desde el poder. ¿Se pegarán, al fin, el alcachofazo?

¿Escucharán ahora a las voces lúcidas que, desde dentro, venían advirtiendo de la crisis? Como el fundador de Cornershop, Daniel Undurraga: “basta contar las empresas del IPSA que tienen gerentes generales mujeres, homosexuales, mapuche o incluso que fueron a colegios públicos para entender lo enquistado que está todo el poder del sistema en un grupo cerrado y homogéneo”. O la directora de la Bolsa de Comercio, Jeannette von Wolffersdorff : “hay narcisismo de una élite a la que le cuesta conversar con voces críticas”.

Ahora, Evelyn Matthei pide un gabinete con “gente que venga de la clase media, que ojalá se haya educado en educación pública, que no veraneen en Zapallar o en Pucón”. Andrónico Luksic se allana a “pagar la cuenta” y a discutir un impuesto al patrimonio de los súper ricos. Mario Desbordes habla de pasar a una economía como la de “los países del norte de Europa”.

Ideas constructivas como los cabildos constituyentes o tributos más progresivos, que hace una semana eran resentidas, populistas o chavistas, hoy son súbitamente razonables.

El Congreso legisla bajo el ruido de las cacerolas. Si hace un siglo el ruido de sables obligó a los parlamentarios a aprobar en unas horas los proyectos sociales que habían bloqueado por años, hoy el eco de la calle opera un milagro similar. 40 horas, claro. Rebaja de dieta parlamentaria, por supuesto. ¿Regular precios de los medicamentos? Lógico. Las sesiones del Congreso son transmitidas en vivo por la televisión abierta con alto rating. ¿Será que, al fin, lo que debaten los representantes hace sentido a los representados?

Es un mar sin orillas que da para todo, por cierto. El gobierno anuncia un paquete de medidas totalmente desfinanciado, y grupos de presión como los camioneros presionan para sacar una tajada más de sus ya generosas prebendas.

Es un minuto de catarsis. Del “no vamos a esperar / la idea nunca nos gustó / ellos no están haciendo lo que al comienzo se pactó”.

Es la revancha de los alienígenas.

Fuente de la noticia: https://www.tercerainformacion.es/opinion/opinion/2019/10/28/chile-un-millon-de-alienigenas

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Toque de queda, toque de queda, toque de queda

Por: Alejandra Costamagna.

 

Hay que retroceder hasta la mismísima dictadura y a su Constitución política que aún nos gobierna para acordarnos que en esa transición pactada a la democracia estuvo todo. O casi todo

No sabíamos lo que era el toque de queda. Era 1973 y nuestras mentes de tres y cinco años no comprendían el significado de esas tres palabras juntas. Sabíamos, supongo, que no era algo bueno. Sabíamos, supongo, que era una especie de castigo. Y quizás por qué vaga asociación mi hermana y yo veíamos a las hormigas como a las víctimas de ese castigo. La escena del recuerdo es esta: estamos en la cocina, una fila de hormigas sube por el muro y mi hermana las va aplastando una a una con su dedo índice mientras murmura “toque de queda, toque de queda, toque de queda”. El dedo le va quedando negro, afuera ya está el pudridero.

Conté ese recuerdo años después, varias veces, cuando tuve conciencia de lo que había detrás del inquietante juego infantil. Lo conté y lo escribí, incluso. Lo escribí como quien repasa una anécdota trágica de la que ya está a salvo, como si creyera en la linealidad y la progresión de la historia. Pero ya vemos, a golpe de evidencias, que la historia es porfiada y vuelve como un huracán para sacudirnos y recordarnos la fragilidad de lo que creíamos más o menos firme. Nunca pensé que cuarenta y seis años después de la escena de las hormigas estaría escribiendo “golpe de Estado” para referirme al presente de Chile. Pero ese es el escenario hoy, 23 de octubre de 2019.

Si esto que escribo ahora mismo, con la urgencia del presente, fuera una historia lineal, una historia redondita, con principio, clímax y desenlace, debería partir con Juan Andrés Fontaine, el ministro de Economía del presidente Sebastián Piñera, quien a comienzos de octubre anunció el incremento en las tarifas del Metro y llamó a la población a levantarse más temprano para aprovechar una tarifa más baja. La historia lineal seguiría con la ola de críticas a sus palabras y haría foco puntualmente en la indignación de los estudiantes de enseñanza media. El clímax llegaría con la imagen de cientos de escolares saltando barreras, echando abajo rejas, rompiendo torniquetes al ritmo de la nueva consigna: “Evadir, no pagar, otra forma de luchar”. Y con una multitud de jóvenes, adultos y ancianos apoyándolos, porque en un país donde las familias de menores ingresos gastan cerca del treinta por ciento de sus sueldos en transporte y donde el salario mínimo es de 301.000 pesos (equivalente a 373 euros), el anuncio de alza fue una bofetada en la cara. Entonces si esta fuera una historia redondita, con principio, clímax y desenlace, debería terminar con el Gobierno reestudiando la medida y echando pie atrás. O buscando una forma, un sustituto, cualquier salida política para aplacar el descontento.

Pero ya vemos que en esta historia real el clímax no hace sino superarse y superarse y parece nunca acabar desde el minuto en que el viernes 18 de octubre las autoridades decidieron cerrar las estaciones de Metro y custodiarlas con policías para evitar las evasiones. Y dejaron así a los ciudadanos que dependen del transporte público sin medios para regresar a sus hogares. Horas y horas de caminata, una ciudad después de una catástrofe: eso parecía Santiago aquel eterno atardecer de viernes. Pero el clímax todavía no llegaba. Porque luego vendrían el masivo cacerolazo ciudadano, las protestas, los disturbios en las zonas periféricas, las calles repletas de manifestantes y, como si viviera en otro país o habitara en una dimensión paralela, el presidente de la República cenando pizza con su familia en un restaurante del barrio alto de Santiago. Alguien capturó la escena y subió la fotografía a redes sociales. Las cacerolas retumbaron con fuerza, el malestar se multiplicó. Y entonces vino la reacción de Piñera: desplazarse al Palacio de Gobierno y, pasada la medianoche, decretar Estado de Emergencia. Como si esto fuera una catástrofe natural y no un sismo político.

A esas alturas la demanda ya no era por los treinta pesos de alza en el Metro, sino por los treinta años de implementación de un modelo neoliberal extremo, cuyo germen estuvo en la dictadura, precisamente. Un país con una desigualdad social abismante, con los derechos sociales mercantilizados y un sinfín de prácticas de abuso normalizadas. Un país con un malestar demasiado tiempo acumulado, en el que la elite política y empresarial evade impuestos, evade sanciones por colusión, evade responsabilidades por fraude al Fisco, evade multas e intereses millonarios, mientras el resto de la población vive rasguñando para llegar a fin de mes, endeudado hasta sus últimos días, esquilmado por un sistema de pensiones inmoral, con una salud y una educación cada vez más inaccesibles. La demanda se resume en una palabra que vimos proyectada en un edificio céntrico, como un gran recordatorio que iluminó la protesta: “DIGNIDAD”. Así, con mayúsculas, en una intervención urbana a cargo de los mismos artistas que hace unos meses proyectaron el rostro del comunero mapuche Camilo Catrillanca, asesinado por Carabineros de Chile.

El caso es que a partir del Estado de Emergencia la progresión dramática de la historia no hizo sino aumentar: las calles se repletaron de manifestantes, la protesta se extendió a regiones, empezaron las barricadas, los infiltrados, el fuego. Y el designado jefe de Defensa Nacional en Santiago, el general Javier Iturriaga, decretó toque de queda. “Tienen dos horas para llegar a sus hogares. Los invitamos a que, por favor, vayan y disfruten de este sábado en la noche, que se protejan como familia, que estén en sus casas y mañana podamos tener un mejor día”, ordenó Iturriaga. Hormigas subiendo por el muro: la escena se repetía. Militares en las calles, golpeando y disparando a la gente, carabineros lanzando bombas lacrimógenas al cuerpo de los manifestantes, miles de detenidos, denuncias por vejaciones, torturas y abusos sexuales en centros de detención, cientos de heridos a bala y una cifra de muertos que al momento de escribir esto que escribo va en los dos dígitos. Los noticieros de la televisión, en su gran mayoría, apuntaban durante estas primeras jornadas a los desmanes y los saqueos más que a la brutalidad de la represión.

Nuevo clímax: Sebastián Piñera habla de enemigos organizados, dice que estamos en guerra, que los vándalos, que los delincuentes, que la seguridad del país, que nos cuidemos. Se filtra un audio de la primera dama, Cecilia Morel, de un supuesto diálogo con una amiga en el que dice que esto “es como una invasión extranjera, alienígena” y se lamenta de que “vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás“. Y la sensación de esta historia abierta, con un clímax infinito, sin un desenlace visible, es que es imposible contarla de acuerdo con el libreto que se origina con el ministro invitándonos a madrugar, porque el principio es muy anterior y hay que retroceder hasta la mismísima dictadura y a su Constitución política que aún nos gobierna para acordarnos que en esa transición pactada a la democracia estuvo todo. O casi todo. Hormigas caminando laboriosamente por un muro sin mirar hacia atrás ni hacia el costado ni hacia arriba. Sobre todo hacia arriba, donde el dedo amenazador puede aplastarnos con un clic, clic, clic. Toque de queda, toque de queda, toque de queda.

Fuente del artículo: https://elpais.com/elpais/2019/10/25/opinion/1572029826_094816.html?prod=REGCRART&o=cerrado&event=fa&event_log=fa&event_log=fa

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Noam Chomsky y la semana negra de octubre: «No me sorprende para nada lo que ocurre en Chile»

Por: El Mostrador. 

Si bien el estallido social en Chile sorprendió al mundo político en un primer momento, no parece haber sorprendido al intelectual estadounidense –uno de los más elocuentes críticos del neoliberalismo–, quien asegura que era solo cuestión de tiempo.

-¿Le sorprende lo que está pasando en Chile?
No me sorprendente para nada lo que ocurre en Chile. Estas son las consecuencias que eran perfectamente previsibles tras el asalto neoliberal a la población en los últimos 40 años, verificadas constantemente en todo el mundo. En los Estados Unidos, por ejemplo, el 0.1 por ciento de la población ahora posee más del 20 por ciento de la riqueza, la mitad de la población tiene un patrimonio neto negativo, los salarios reales son casi los mismos que hace 40 años, por primera vez en un siglo la mortalidad está aumentando, principalmente entre los blancos en edad laboral y un largo etcétera.

-El sistema económico chileno se presentó como una fórmula exitosa en América Latina. ¿Qué tan ilusorio era?
La dictadura de Pinochet proporcionó condiciones experimentales perfectas para la aplicación de los principios neoliberales guiados por las principales figuras de la doctrina. Fue un fracaso total. Para 1982, la economía colapsó. El Estado tuvo que intervenir radicalmente. Los economistas internacionales bromearon diciendo que era «el camino de Chicago hacia el socialismo». Sin embargo, los efectos perniciosos permanecieron y continuaron.

-Pero en el caso chileno, a pesar de seguir las recetas de Friedmann, no se privatizó Codelco.
-Los expertos de Chicago fueron lo suficientemente inteligentes como para apartarse del dogma en el caso de Codelco, una productora de cobre estatal altamente eficiente y una fuente importante, si no la principal, de ingresos para el Estado.

-Ese es el único caso en Chile. ¿Cómo describe ese dogma?
-Margaret Thatcher expresó bien el dogma neoliberal: no hay sociedad, solo individuos, solos para enfrentar las devastadoras fuerzas del mercado. La solidaridad es un crimen. Es por eso que desde la década de 1920, las principales figuras del neoliberalismo, Von Mises, Hayek y otros, han acogido con satisfacción la violencia estatal a gran escala para destruir los sindicatos y otras interferencias similares a la «buena economía». Pinochet es un ejemplo clarísimo de esto.

-El neoliberalismo supone que el derecho a la propiedad es superior al derecho a la vida, ¿pero de donde viene la ira que estalló en Chile?
-Como le he comentado, el neoliberalismo fue fundado por Von Mises y otros en Viena, en la década de 1920. Es una versión particularmente salvaje del capitalismo. Ganó poder con Reagan y Thatcher, con efectos devastadores en gran parte del mundo. Esa es la razón básica de la ira, el resentimiento y el desprecio por las instituciones políticas que están barriendo gran parte del mundo, creando oportunidades para los demagogos de ultraderecha como Trump, Bolsonaro, Orban, Salvini y otros que buscan desviar la ira justificada hacia chivos expiatorios, como inmigrantes, negros, musulmanes, etcétera. Una táctica milenaria, con graves consecuencias.

Fuente de la entrevista: https://www.elmostrador.cl/destacado/2019/10/24/noam-chomsky-y-la-semana-negra-de-octubre-no-me-sorprendente-para-nada-lo-que-ocurre-en-chile/?fbclid=IwAR0N9k7nbXr9oHMwU1EHqYFHJ2TIIqNXPoSKRUcodrWyL-MYX8HlvdTfV18

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Explosiones sociales

Por: Manuel Castells.

Arde Barcelona. Pero también Santiago de Chile. Y Hong Kong. Y Quito. Y hasta hace poco París. Y múltiples focos de indignación a lo largo de este planeta en crisis ecológica, social y política. Las causas son diversas, pero las reacciones y el paso del movimiento pacífico al enfrentamiento con el orden establecido son muy similares. Reivindicación de salir del olvido de las regiones marginadas francesas. El precio del combustible en Ecuador. Aumento de tarifas del metro y la creciente carestía de la vida en Santiago. Demanda de derechos democráticos en Hong Kong. Lo común es que en ninguno de esos casos y otros muchos han existido canales políticos e institucionales para negociar: el Estado se ha cerrado en banda y la respuesta han sido los antidisturbios y el ejército. Empieza a tener sentido (y lo digo con tristeza) el análisis de mi reciente libro sobre la crisis de la democracia liberal, donde mostré que la gran mayoría de los ciudadanos no confían en los partidos políticos, no se sienten representados por parlamentos y gobiernos y piensan que la clase política en su conjunto está atrincherada en la defensa de sus intereses y de su corrupción. La democracia no existe, por muchas elecciones que se hagan, si no anida en la mente de los ciudadanos. Es esa confianza en las instituciones la que está siendo puesta en cuestión, induciendo, en primer lugar, nuevas alternativas políticas de izquierdas o derechas. Y cuando estas tampoco funcionan (porque las estigmatizan como populistas y van a por ellas las cloacas del Estado y los medios de comunicación), no queda más que la calle, las acampadas, las manifestaciones. Y a la violencia de las tropas de élite responden espontáneamente los que no pueden ya contener la rauxa –palabra catalana que siempre ha acompañado al seny cuando desborda el sentimiento de injusticia y faltan canales de expresión institucional–.

La fuente de esa violencia puntual es la frustración política de toda una generación

¿Pero es así en Catalunya? ¿No vivimos en un Estado que garantiza las libertades democráticas en la Constitución salida de la transición? Pues resulta que en torno a la mitad de la población de Catalunya no lo piensa así. Y que, hasta hace poco, más de tres cuartos de los ciudadanos eran favorables a la celebración de un referéndum en que se decidiera la estructura del Estado.

Hace más de una década se aprobó un nuevo Estatut d’Autonomia en los parlamentos catalán y español y fue refrendado por una gran mayoría de ciudadanos catalanes. Tras lo cual, entre el PP y un Tribunal Constitucional ideológicamente anclado en el nacionalismo español hubo una regresión de la autonomía. Como reacción surgió un movimiento independentista espontáneo, al cual se apuntaron los partidos catalanistas por intereses electorales. Fueron desbordados por opciones políticas más coherentes, aunque pudieran considerarse utópicas, empujando al independentismo político a la organización de un referéndum fuera de la instituciones españolas. Fue pacífico y masivo, aunque sólo participó la mitad de la población. La represión fue violenta por parte del gobierno español, apoyado por la mayoría de los partidos y jaleado por muchos medios de comunicación.

Lo que empezó como un proceso gradual de redefinir pacíficamente las relaciones entre Catalunya y España desembocó en confrontación. En ese contexto, la desmesurada e injusta sentencia de unos jueces nombrados por un Consejo General del Poder Judicial designado por componenda política ha indignado a una mayoría de la población catalana, incluso a aquellos que no somos independentistas. Era de esperar la reacción que se ha producido, pacífica y masiva en su inmensa mayoría, violenta y minoritaria en algunos sectores radicalizados, como suele ocurrir en toda gran protesta social. Esta violencia es condenable éticamente y contraproducente políticamente. Pero hay que entenderla en lugar de demonizarla y tratarla como un problema de “orden público”. Porque si no se abordan las raíces de la violencia, resurgirá. Y las heridas profundas en la sociedad catalana harán ingobernable el Estado español. No se trata de infiltrados y provocadores, aunque los haya (algunos de ellos probablemente fascistas y policías), sino de miles de jóvenes catalanes que, como dijo una de ellas, han visto como pegaban a sus abuelos el 1 de ­octubre y quieren ponerse en primera línea. Cuantas más jóvenes apaleen, cuantos más nuevos presos políticos haya, más se irá ­creando una reserva de rauxa que se expresará de mil formas. Y cuanto más se culpe a los anarquistas, más anarquistas aparecerán, porque es la ideología de oposición al Estado autoritario.

La fuente de esa violencia puntual es la frustración política de toda una generación que se siente traicionada no sólo por el Estado español sino por los propios dirigentes del independentismo político que los lanzaron a la calle y ahora acusan a misteriosos agentes extranjeros, olvidando que en Barcelona viven muchos jóvenes extranjeros que creen en la ciudadanía europea. Es vergonzoso tirar la piedra y esconder la mano. Pero lo más grave es, como escribía recientemente el semanario alemánStern , la incapacidad congénita de los políticos españoles para negociar. Ni para una investidura de gobierno ni para encontrar fórmulas de solución para un conflicto que afecta fundamentalmente la convivencia en el país. Porque sin negociación el Estado de derecho se reduce al derecho del Estado.

Fuente del articulo: https://www.lavanguardia.com/opinion/20191025/471186542407/explosiones-sociales.html

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Chile: Mientras la TV transmiten Los Simpson y recetas de cocina… en Valparaíso están REPRIMIENDO a miles de familias que marchaban pacíficamente hasta el Congreso.

América del Sur/ Chile/ 28.10.2019/ Fuente: twitter.com.

#Chile: Mientras la TV transmiten Los Simpson y recetas de cocina… en Valparaíso están REPRIMIENDO a miles de familias que marchaban pacíficamente hasta el Congreso.

Fuente de la noticia: https://twitter.com/piensaprensa/status/1188553325215735812?s=12

 

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Chile: Valparaíso mientras los canales de señal abierta transmiten películas y programas grabados #seguimosenlacalle

América del Sur/ Chile/ 28.10.2019/ Fuente: twitter.com.

Esto pasa hoy en Valparaíso mientras los canales de señal abierta transmiten películas y programas grabados #seguimosenlacalle

Fuente de la noticia: https://twitter.com/danieljadue/status/1188550833388085251?s=12

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Chile: 18 millones de ‘vándalos’ exigen Constituyente

América del Sur/Chile/27-10-2019/Autor(a): Manuel Cabieses Donoso/Fuente: www.prensa-latina.cu
Por: Manuel Cabieses Donoso
La casta política de Chile se aferra al poder y apela a un escandaloso y llorón strip tease que pone al desnudo los privilegios que hasta hace una semana consideraba derechos intocables.

Sus lágrimas de cocodrilo se derraman a raudales en los matinales de la tele en un esfuerzo de convencer que ‘hemos oído la voz del pueblo’.

La conmovedora -pero tardía- generosidad de la élite intenta aplacar la rebelión a través de la farándula de la crisis social. Sin embargo la protesta no cede ante el halago ni se somete a la brutal represión que ya registra 20 muertos, más de 300 heridos, dos mil detenidos y un número indeterminado de personas desaparecidas.

Los administradores del Estado no terminan de admitir que carecen de legitimidad para establecer un diálogo con la rebeldía popular. Sus medidas coercitivas, en tanto, se sitúan en el terreno de la violación de los derechos humanos y suscitan más repudio al gobierno, la policía y las Fuerzas Armadas.

La insurrección no reconoce la autoridad del gobierno ni del Congreso porque no representan la soberanía del pueblo. Son producto del modelo que la calle repudia. La ‘clase política’ representa (¿representaba?) solo al 40% de los ciudadanos. La abstención electoral -mensaje silencioso de esta crisis que los partidos no supieron oír-, constituye la mayoría que está en la calle. A esta se han sumado vastos sectores que se han sacudido de la tutela de organizaciones y capillas ideológicas.

En diciembre del 2017, Piñera fue elegido con tres millones 800 mil votos de un padrón electoral de más de 14 millones. Asumió la presidencia representando a una fracción minoritaria de ciudadanos, y en menos de dos años su respaldo se ha convertido en sal y agua.

La representatividad del Parlamento es todavía menor. Caso paradigmático es una senadora -Carmen Gloria Aravena Avendaño- elegida por 4.200 votos, o sea el 1,2% de su circunscripción, ya reducida por la abstención.

El presidente del Senado, Jaime Quintana, segunda autoridad del Estado, representa solo al 10,2% de electores de su región. El titular de la Cámara de Diputados, Iván Flores, a su turno, fue elegido con apenas el 9,5% de los votos.

En el plano municipal la situación es aún peor. En la elección de alcaldes y concejales del 2016, la abstención alcanzó al 65%. Hay alcaldes que ‘representan’ menos del 10% del electorado -ya reducido por la abstención- de sus comunas.

Esta ‘democracia’ jibarizada y por tanto vacía de contenido, explica por qué la rebeldía en Chile no acepta la autoridad de instituciones moralmente inexistentes, ni reconoce como interlocutores a los administradores de esos fantasmales vestigios de institucionalidad.

Los amagos de sectores políticos para desviar el torrente popular hacia molinos partidarios, no han logrado ningún resultado.

La criminalización de la crisis por parte del Gobierno y los medios de comunicación, no ha conseguido mellar la fuerza moral del movimiento que sigue expresándose masiva y pacíficamente.

Esta verdadera insurrección desarmada demuestra una vigorosa creatividad cultural y artística. Incluso hace gala de ingeniosas expresiones de humor en las redes sociales.

Los actos de vandalismo que se le atribuyen -de un origen tan sospechoso como los incendios del Metro y supermercados- son por completo ajenos al espíritu que anima a las marchas y caceroleos masivos en que participan familias completas de sectores sociales muy diversos, hermanados en un rechazo frontal a los abusos del neoliberalismo.

Las acciones de vandalismo que han ocurrido traen a la memoria la explosión social del 2 y 3 de abril de 1957. La policía puso en libertad y azuzó a centenares de delincuentes para que destrozaran y saquearan bienes públicos y negocios privados en Santiago y Valparaíso.

Los atentados incendiarios de esta semana afectan más al pueblo que a los propietarios de los negocios saqueados e incendiados. La cadena norteamericana Walmart, de los supermercados Líder, y el grupo Solari Falabella, de Sodimac, no perderán un centavo.

Tienen seguros a todo evento que los protegen contra robos, saqueos, incendios, atentados terroristas, catástrofes naturales, etc. Los elevados costos de esos seguros tampoco los pagan esas empresas pues los trasladan a los precios y tarifas que cobran a los consumidores y usuarios.

Millones de ‘vándalos’ han convertido a Chile en una plaza fuerte de la lucha contra la injusticia, la desigualdad y la inequidad. Los ‘vándalos’ rechazan la violencia delincuencial contra pequeños y medianos comerciantes.

Los ‘vándalos’, en cambio, se movilizan por un cambio radical del modelo económico y social sobre el cual se levantan las instituciones del Estado.

Está en curso una transformación cultural de la conducta social cuya victoria permitiría derribar las barreras de la desigualdad y la discriminación. Asimismo se abre paso una demanda capaz de centralizar el conjunto de aspiraciones populares y atacar la raíz del conflicto.

Va surgiendo con fuerza la imperiosa necesidad de convocar a una Asamblea Constituyente. Esa vía pacífica y democrática permitiría a Chile dotarse de una Constitución que genere nuevas instituciones y leyes para construir una sociedad diferente.

Fuente e Imagen: https://www.prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=315603&SEO=chile-18-millones-de-vandalos-exigen-constituyente
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