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Colombia: La lucha en Cali contra la violencia de género en medio de la pandemia

América del Sur/Colombia/10-05-2020/Autor(a):María Paula Ardila/Fuente: www.elespectador.com

Según las autoridades, en lo que va de la cuarentena se han registrado cerca de 400 llamadas por estos hechos.

Uno de los grandes problemas que se disparó a raíz de la implementación del aislamiento preventivo fue el aumento en los índices de violencia contra mujeres y niñas. En muchos casos, las tensiones económicas en medio de la crisis sanitaria se convierten en uno de los factores de riesgo que pueden potenciar la violencia en el interior de los hogares. De acuerdo con un informe de ONU Mujeres, sobre las dimensiones de género en la crisis del COVID-19 y los impactos diferenciados, la emergencia puede llevar a algunas mujeres a permanecer en relaciones de pareja violentas debido a la dependencia económica.

Se trata, eso sí, de un fenómeno que se agudiza en este tipo de situaciones, pero que viene registrando altos índices desde mucho tiempo antes de que comenzara la pandemia. Según cifras de la Policía Nacional, durante 2019 se registraron 464 casos de violencia intrafamiliar en el país e incluso solo el fin de semana del Día de la Madre fueron asesinadas siete mujeres.

En ese mismo fin de semana, según el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, se presentaron 53 casos de presunto delito sexual, 44 de ellos contra la mujer. Además, las tasas de violencia intrafamiliar y los hechos de violencia en pareja fueron de 162 y 330 eventos respectivamente, en los que la mujer fue quien recibió más agresiones y la vivienda fue el lugar más recurrente. De ahí que la cuarentena facilite la configuración de escenarios de violencia, en los que el riesgo recae sobre todo en las mujeres que deben permanecer aisladas junto con sus agresores.

El fenómeno presenta cifras particularmente alarmantes en algunas ciudades como Cali, en donde solo el primer trimestre de este año la Fiscalía tipificó 11 feminicidios y en el marco de la cuarentena cerca de 400 mujeres han hecho llamadas a la Subsecretaría de Equidad de Género para solicitar ayuda por violencia durante el aislamiento. Esto sin contar los subregistros debido al miedo que sienten las mujeres de denunciar a sus agresores, incluso, por no encontrar mecanismos que faciliten las denuncias sin ponerlas en riesgo.

¿Qué hacer cuando la mujer no puede pedir ayuda porque está en cuarentena con el agresor?

Hasta el momento, en la Subsecretaría estamos elaborando un protocolo de lenguaje indicativo o en claves. Lo estamos creando a partir de esa necesidad que surge para comunicarnos con las mujeres telefónicamente. También abrimos la posibilidad de comunicación vía Whatsapp, ya que es un medio más discreto. En la campaña “Ruidazo por las mujeres” estamos buscando poner una serie de afiches con la ruta de atención en tiendas y droguerías, incluso capacitar a algunas personas que puedan ofrecerle a la mujer información.

¿Cuáles son las líneas de atención para las mujeres en Cali?

Tenemos una línea que es 24 horas: 310 516 2760. Hay otra en horario de oficina: 350 803 2031.

En caso de que deban salir de sus casas porque fueron violentadas en medio de la cuarentena, ¿hay hogares de acogida para ellas?

Luego de que una mujer llama a la Subsecretaría y expone su caso, tenemos un violentómetro para medir cuál es el nivel de riesgo en el que está la mujer y determinar si está expuesta a feminicidio. En caso de que sí, se abre el lugar de acogida y ella puede llegar con su núcleo familiar. Allá se les da alimento, hospedaje, kits de aseo y ropa. Adentro hay un equipo permanente de enfermeras, una abogada, una trabajadora social y una psicóloga. Es importante decir que la gente piensa que nosotros podemos ir y sacar a la gente de su casa, y no podemos. No somos autoridad para eso.

El mayor problema que enfrentamos es la naturalización de la violencia. No es normal que te quiten tu celular, que te griten, que te empujen, que te controlen tu tiempo. Quienes han estudiado el tema han identificado un ciclo que inicia con lenguaje verbal que descalifica a la mujer. Ese comportamiento puede volverse recurrente y mentalmente enfermar a una persona. Luego de esto pasa a empujones, muestras de poder físico y encerramiento. Lo más común es que les quiten el celular y les controlen el tiempo en la calle. Estos elementos configuran un ciclo de violencia que pueden estar acompañados de golpes y abuso sexual.

¿Cuáles han sido los tipos de violencia más comunes y los rangos de edad donde se presenta violencia?

En cuarentena el tipo de violencia más frecuente es la psicológica, seguida de la física y la patrimonial, tal vez por el nivel de dependencia. Muchas mujeres son trabajadoras informales y no pueden salir a trabajar, entonces son sometidas por sus parejas a situaciones de discriminación. Quienes más nos llaman están entre los 25 y 35 años.

¿Hay información en línea para que las mujeres puedan conocer los tipos de violencia?

Hemos hecho seis diálogos virtuales sobre violencia hacia la mujer. Hemos hablado de economía del cuidado, de masculinidades no violentas, de pautas de cuidado y autocuidado. Hemos sacado flyers con tips respecto a su autoestima. Además, estamos desarrollando un diplomado sobre participación política de las mujeres con la agencia MBI.

Fuente e Imagen: https://www.elespectador.com/noticias/nacional/la-lucha-en-cali-contra-la-violencia-de-genero-en-medio-de-la-pandemia-articulo-918599

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Colombia: Las luchas campesinas dignifican la tierra y alimentan al mundo

Redacción: Colombia Informa

 El 17 de abril se conmemora el día internacional por la lucha Campesina, en memoria de  campesinos y campesinas que fueron asesinados por la policía del estado de Pará en Brasil en el año de 1996.  Estas personas, que hacían parte  del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra -MST-, marchaban hacia Belém en protesta por la demora en la expropiación de tierras por parte del Estado. Este hecho logró movilizar un gran sector del campesinado, para exigir acciones de justicia en contra de la criminalización y asesinato.

Por: Paola Romero* De acuerdo con Michel Forst, Relator Especial de las Naciones Unidas sobre la situación de los defensores de Derechos Humanos, Colombia es el país con el mayor número de personas defensoras asesinadas en América Latina. Entre las personas que más riesgo corren están quienes defienden los derechos humanos en zonas rurales, entre ellas el derecho por la tierra y el ambiente. A pesar de la sistemática violencia, las luchas campesinas tienen como denominador común la defensa de la tierra, los bienes comunes – entre ellos los alimentos, así como  la construcción de paz.

Durante las últimas semanas, se hace visible el gran aporte que las y los campesinos realizan a la sociedad por la producción de alimentos; sin ellos, no habría posibilidad de garantizar el derecho a la alimentación y nutrición adecuadas. De acuerdo con el Ministerio de Agricultura, el 83,5% de los alimentos que se consumen en Colombia son producidos por el campesinado (Minagricultura, 2016).

La deuda histórica con este sector, por su trascendental aporte para garantizar la reproducción de la vida y la constante invisibilización que enfrentan, hacen que hoy, más que nunca, sea fundamental su reconocimiento como sujeto de derechos. Fue gracias a la movilización  de mujeres rurales y campesinas en el año 2019, que las expertas del Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer -CEDAW- recomendaron al Estado Colombiano incorporar en su legislación la Declaración de Campesinos y otras personas que trabajan en zonas rurales, fruto una vez más de las luchas campesinas internacionales.

Actualmente, la vigencia de las luchas campesinas cobra vital importancia debido al Covid-19, al demostrarse que la producción y quehacer del campesinado, son fundamentales para prevenir el hambre y las restricciones alimentarias derivadas de los desastres naturales y antrópicos, el daño ecológico y las epidemias y pandemias. Todos estos, problemas causados por el modelo económico y el sistema alimentario dominante.

Entre muchos derechos, las luchas campesinas reivindican:

i) La priorización de la producción local de alimentos; ii) La defensa de la variedad alimentaria; iii) El intercambio o comercialización en mercados locales y mediante circuitos de proximidad; iv) El necesario apoyo económico por parte de los gobiernos a las y los agricultores, pescadores y trabajadores; v) La garantía de medidas de protección en salud para llevar a cabo la tarea de alimentar el mundo en medio de la Pandemia; vi) La defensa de la soberanía alimentaria; vii) La construcción de sistemas alimentarios justos; viii) La defensa del territorio y la paz territorial; y, ix) La promoción y defensa de los derechos y el papel de las mujeres en todo el proceso alimentario, destacándose la  distribución equitativa del trabajo del cuidado.

Hoy, como siempre, la defensa de las luchas campesinas conlleva la protección de la vida en el planeta, el derecho a la alimentación para toda la población y la búsqueda de la justicia social para una población sin la cual no podremos sobrevivir.

*Paola Romero es politóloga y hace parte del equipo de FIAN Colombia

CI PR/ND/17/04/2020/18:00

Fuente: https://www.colombiainforma.info/las-luchas-campesinas-dignifican-la-tierra-y-alimentan-al-mundo/

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Colombia: En Yopal, niños del campo tomarán clases por radio

América del sur/Colombia/07 Mayo 2020/semana.com

Más de 9.000 estudiantes de la zona rural y por lo menos 26.000 del casco urbano recibirán clases a través de una emisora comunitaria de la capital casanareña. Con esta metodología el gobierno municipal busca cerrar la brecha de aprendizaje en épocas de pandemia.

El 28 de octubre de 2004 fue la última vez que en Colombia se emitió el programa de bachillerato por radio, el cual se transmitía inicialmente por Radio Sutatenza y luego a través de Radio Nacional de Colombia. Una metodología que se implementó desde 1948 y que durante más de medio siglo llevó educación a los hogares colombianos.

En Yopal, la capital del Casanare, a pesar de que durante por lo menos 30 años se gozó de la bonanza petrolera —de la cual ahora solo se perciben algunos rezagos de regalías— no se fortaleció el sistema educativo para el campo y la internet tiene tímidos asomos en zonas rurales, lo que no da abasto con los más de 9.000 estudiantes que asisten a esas escuelas. 

Entrado en rigor el decreto presidencial que ordena el aislamiento preventivo obligatorio en todo el territorio nacional y que cobija a las escuelas, colegios y universidades, la administración municipal de Yopal optó por volver a la educación por radio para acompañar el proceso pedagógico de los menos favorecidos. La estrategia empezará este miércoles 6 de mayo.

Según indica el alcalde de Yopal, Luis Eduardo Castro, “esta estrategia la estamos aplicando para el caso de los establecimientos educativos del sector rural, donde es precaria o nula la conectividad a internet, pero además les allegamos a los estudiantes material didáctico elaborado por los profesores durante las semanas de desarrollo institucional”.

Foto: Leo Rodríguez – Yopal

Para Antonio David Sáenz, trabajador social de la Universidad Bolivariana, “las medidas de confinamiento de la covid-19 ponen al desnudo las brechas de desigualdad social que existen en Colombia; de hecho, las aumentan. Pues no solo se trata de que los estudiantes puedan acceder a información a través de la internet, sino también de entender la afectación que provoca esta crisis al contexto familiar, social y económico de los colombianos, que hace que el ambiente formativo sea o no el más adecuado para el aprendizaje”.

Yesid Jiménez Silva, secretario de Educación de Yopal, añade que “esta estrategia se diferencia del ‘bachillerato por radio’ antiguo, en que los educandos tendrán guías para desarrollar en casa, las cuales llegan por medio de los profesores, quienes recorren horas para llegar hasta las zonas más apartadas”.

Por otra parte, el alcalde Luis Eduardo Castro también aseguró que la administración continúa entregando las ayudas alimentarias a los niños. “A todos los estudiantes les estamos cumpliendo con el Plan de Alimentación Escolar, PAE, el cual consta de un paquete nutricional para 20 días”, aseguró Castro.

Fuente e imagen tomadas de: https://www.semana.com/educacion/articulo/a-la-antigua-en-yopal-ninos-del-campo-tomaran-clases-por-radio/668886

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Tensiones internacionales, pandemia y efectos previsibles

Por: Marcos Silva Martínez C.

La Pandemia  del COVID19, se convierte en catalizador de cambios geopolíticos y socioeconómicos. Las inquietudes  no deben ser, por si ocurrirán o no, sino, cuán profundos serán y cómo serán afrontados.

Es inevitable el desencadenamiento de una profunda  encrucijada socioeconómica y geopolítica global, que catapultará la inequidad socioeconómica y las tensiones políticas internacionales. Son previsibles  resultados inevitables que generarán redefiniciones del  actual orden geopolítico y económico internacional. “…Hay ya silbos de llama en la braza”… (El S. de Las Escalinatas).

La imprevisible pandemia y sus  efectos sanitarios, económicos y sociales, agudizarán la crisis económica y política internacional y  dinamizarán las crecientes tensiones  por el dominio del poder económico y político global, inducido y dinamizado por la incontrolable globalización del conocimiento científico y técnico y el mercado.

Es una realidad, que esta ocasionando  desplazamiento, diversificación y relocalizando de los centros de producción en el planeta y que  inevitablemente redefinirá un nuevo reparto del poder geopolítico. Los efectos y consecuencias de la pandemia sirven de catalizadores.

La encrucijada sanitaria y letalidad evidente, develan inconsistencias, debilidades e injustificable inequidad  del modelo socioeconómico-político global dominante. Desnudan  inconsistencias de la economía de mercado y consumo. Demuestran que la producción y el consumo, demandan condiciones mínimas para sustentarse y mantenerse en el tiempo  y que la acumulación  de riqueza e ingresos, deben articularse racionalmente con los derechos sociales y la dignidad humana.

No son pocos los gobernantes que explícita o sesgadamente tratan de evitar decisiones y acciones para prevenir  y atacar la pandemia y proteger la salud de los ciudadanos, con el único argumento de no afectar el proceso  productivo  y proteger la economía y los intereses de los gremios económicos y el capital.

Contumaz   la posición del  psicópata, sociópata, narcisista, mitómano, ignorante y perverso  presidente de Estados Unidos, quien actúa con el beneplácito de la ultraderecha, dueña de más del 90% de la riqueza y los ingresos de esa nación.

Desafortunadamente se advierten posiciones parecidas a las del gringo, de  gobernantes de países emergentes y en desarrollo, como ocurre en Colombia. El jefe de gobierno, se manifestó renuente y vacilante a tomar medidas de fondo para proteger la salud de los colombianos, bajo socorridos e irracionales argumentos, de empresarios y gremios económicos colombianos.

La  primera cuarentena la decretó ante la inminencia de un fallo de Tutela de un Tribual  Judicial regional, sobre protección de la salud, frente a los efectos del COVID19. Igual ocurrió con la prórroga de la cuarentena, frente a la posición de la Alcaldesa de Bogotá. Es explicable en él, porque representa incondicionalmente  a los grandes empresarios y a los gremios económicos,  por encima de los intereses legítimos de los colombianos.

La amenaza de la encrucijada socioeconómico colombiana,  es dramática, debido al torrente de gastos que origina la pandemia y a que Colombia, en la región latinoamericana, es la más inequitativa y sexta en el planeta. Tiene  la mayor concentración del ingreso y la riqueza. Mayores índices de desempleo y subempleo (más del 65% antes del COVID 19). Un  desempeño económico-industrial desastroso. Presupuestos  desfinanciados sistemáticamente. Desproporcionada  importación de alimentos que se pueden producir en el país, etc.  El  endeudamiento público  ya supera el 100% del PIB, aunque el gobierno diga otra cosa (deuda externa e interna públicas, vigencias futuras, billonarias demandas contra el estado, deuda contingente y el cáncer de la corrupción).

A  este catastrófico panorama socioeconómico y fiscal, se debe agregar el accionar de los carteles de la corrupción y la politiquería, que explotan  para su particular favor, hasta los mismos efectos de la pandemia.

La corrupción es la pandemia  que crece exuberante, sin control, ante la inoperancia cómplice  del gobierno, de la justicia,  órganos de control, el populismo y la politiquería.

La problemática, económica, social y política colombiana, guardadas algunas proporciones, es similar a la de todos los países en desarrollo, dominados por el mismo modelo económico-político, impuesto desde los mismos centros de poder global.

Las vicisitudes que tienen que afrontar, la mayoría de naciones, para responder a la amenaza del fenómeno de la pandemia, evidencian el nivel de rezago en desarrollo nacional integral y la necesidad de procurar autosuficiencia, al menos en sectores estratégicos, que permitan responder oportunamente las necesidades de abastecimiento básico, de la comunidad. De igual manera demuestran la necesidad de romper, el incondicional sistema de dependencia de naciones de altos niveles de desarrollo y poder lograr autosuficiencia en  abastecimiento y desarrollo de sectores básicos de la producción.

La pandemia del COVID19 demanda cuantiosas  sumas de dinero, para poder    apoyar económicamente a multitudes desposeídas de bienes,  medios de subsistencia y trabajo, con  condiciones  de pobreza generadas por el modelo socioeconómico y político vigente. Son hechos y circunstancias que agudizan la problemática socioeconómica nacional de naciones, pero que los gobiernos  deben atender, ante la arremetida de la pandemia y los altos porcentajes de pobreza.

Es pertinente advertir  que junto a la retórica del manejo de la pandemia,  el presidente colombiano puede utilizar  la problemática sanitaria, para  tender cortinas de humo sobre los develados hechos de corrupción de su elección y últimamente  los que presuntamente relacionan a su Vicepresidenta con negocios con  Memo Fantasma y el narcotráfico.

El poder público en Colombia, hace tiempos alcanzó niveles de corrupción e inmoralidad, difícil de revertir, ante el poder de la politiquería, el clientelismo,  la corrupción, la  obsesión del dinero fácil y la actitud de electores de voluble memoria y voluntad incierta, condiciones que difieren poco  en otras naciones de la región.

Las deplorables  condiciones socioeconómicas, fiscales, institucionales, políticas y de degradación moral del poder público, demandan rectificaciones profundas del modelo económico-político institucional, que permitan reconstruir, reorientar e impulsar positivamente los destinos de las naciones y la justicia social.

Ante las desfavorables perspectivas socioeconómicas y políticas que gravitan sobre el planeta y en particular sobre las naciones de menor desarrollo y mayor dependencia de los centros de poder globales, debemos prepararnos para los cambios que inevitablemente se darán, como consecuencia de los efectos y coyuntura inducida por la pandemia.

Los ciudadanos honestos y socialmente responsables, conocedores de la dramática problemática nacional, debemos  intervenir, plantear soluciones para el mediano y largo plazo y prepararnos  para asumir la dirección y conducción del poder público y evitar la continuidad en el ejercicio de ese poder público, por quienes han demostrado ser incapaces e irresponsables política y socialmente.

Fuente: https://rebelion.org/tensiones-internacionales-pandemia-y-efectos-previsibles/

Imagen: https://pixabay.com/photos/stock-trading-monitor-business-1863880/

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Entrevista a Álvaro Jiménez Millán: Colombia: despertar ciudadano y dilemas políticos después del «21-N»

Por: Marc Saint-Upéry

En noviembre pasado, Colombia vivió una ola de movilizaciones que muchos compararon con las de Chile. En un país donde la protesta siempre fue criminalizada, y asociada a la guerrilla, miles de personas, sobre todo jóvenes, salieron a las calles con nuevas y viejas demandas. En esta entrevista, Álvaro Jiménez Millán analiza las dinámicas del movimiento, sus actores y sus perspectivas, en un contexto marcado por los obstáculos al proceso de paz y los cotidianos asesinatos de líderes sociales. Al mismo tiempo, dibuja una cartografía de los liderazgos que, en el espacio de centroizquierda e izquierda, buscan desplazar al uribismo en el poder. Jiménez Millán es analista político, columnista de la revista Semana, dirige la Campaña Colombiana contra Minas Antipersonal y es cofundador de Colombia Risk Analysis, una iniciativa de estudio sobre el riesgo político en Colombia, y de Crudo Transparente, centro de pensamiento e incidencia sobre el impacto socioeconómico y político de la industria del petróleo en el mismo país.

La opinión pública latinoamericana e internacional ha quedado muy sorprendida por el carácter novedoso y por la potencia de las movilizacionede noviembre de 2019 en Colombia. Pero la continua y frenética espiral de acontecimientos mundiales ha dejado un poco en la sombra las secuelas de este movimiento. ¿Qué se puede decir al respecto?

La sorpresa fue también para Colombia. El 21 de noviembre de 2019 (conocido como el 21-n) significó un despertar colectivo, con liderazgos parciales y difusos, que puso en evidencia múltiples aspiraciones, especialmente en las ciudadanías jóvenes del país. Hubo novedad, diversidad, fuerza y mucha alegría. El 21-n fue también un Basta ya de la ciudadanía frente al hecho de que el uribismo continúe siendo el modelador de la coyuntura política y del futuro del debate nacional. Se trata también de una escenificación de rupturas y de la búsqueda de nuevos liderazgos, de nuevas formas de expresión, de desobediencia frente al establishment, pero también frente a la oposición clásica de la izquierda más «organizada». El 21-n se lo tomó la ciudadanía.

Luego hubo réplicas como aquellas que se dan luego de los terremotos, pero se fue perdiendo la fuerza y el entusiasmo inicial se redujo, con lo que no se puede negar que el proceso se debilitó. Adicionalmente, no hubo liderazgo ni capacidad orientadora del proceso. Las centrales obreras y el Comité del Paro han quedado rezagados, divididos e incluso se ven rechazados por sectores que acompañaron las marchas del 21-n en las diferentes ciudades. De allí que el fenómeno del 21-n se pueda considerar superado por la estrategia gubernamental, que logró enfriar el momento.

La estrategia del gobierno tuvo tres elementos que le permitieron ser exitosa: por un lado, la política informativa del «miedo al vandalismo» (estimulada por las informaciones sobre los acontecimientos en Chile), que permitió justificar la salida del ejército a la calle, la mano libre al Escuadrón Móvil Antidisturbios (esmad) de la Policía Nacional y la descalificación a los voceros del paro por irresponsables y peligrosos. Por otro lado, se satanizó como oportunistas a quienes desde el liderazgo político pudiesen incidir en la dirección del proceso. Finalmente, hubo lo que el gobierno llama la «Conversación Nacional», que permitió crear una interlocución paralela, con el apoyo de los medios, del sector empresarial y de la Iglesia católica, que defienden este espacio como manera de institucionalizar la protesta para que el país «no se salga de madre». El efecto real es que hasta hoy se desconoce al Comité del Paro y la negociación planteada por este.

Por último, la cercanía con las celebraciones de fin de año, que distrajeron la atención de la ciudadanía, contribuyó a apagar el entusiasmo del 21-n.

En el 21-n y las movilizaciones sucesivas se ha expresado una mezcla compleja de reivindicaciones de índole socioeconómico (pensiones, impuestos, educación, etc.), de rechazo vigoroso a la figura de Iván Duque –y, aparentemente, también al uribismo en general y a la casta política tradicional–, pero asimismo un clamor contra la violencia estatal y paramilitar. ¿Cómo se articulan estas demandas tan heterogéneas?

Creo que lo que hubo fue un grito colectivo y, si se quiere, desesperado. En la masividad de la protesta, incidió el agotamiento de la opinión ciudadana frente al descaro institucional que expresaba el gobierno a través del Ministerio de la Defensa, que minimizaba el asesinato de líderes sociales e intentó ocultar el asesinato del ex-combatiente de las farc [Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia], Dimar Torres, por parte de un suboficial del ejército, acompañado por acusaciones mentirosas que trajeron a la memoria la práctica de las ejecuciones extrajudiciales conocidas como «falsos positivos» en Colombia.

El desarrollo de estos episodios devino en la salida del ministro de la Defensa, Guillermo Botero, luego de un debate parlamentario en el que se comprobó además que el ministro y el propio gobierno escondieron la muerte de niños durante un bombardeo a un campamento de las disidencias de las antiguas farc en el departamento del Caquetá. Ese hecho potenció la indignación contra el gobierno, que en buena parte se refleja en la masividad del 21-n.

Las otras reivindicaciones que articuló el Comité del Paro suman 104 y son reclamos de índole económica, regulatoria, social, además del rechazo al asesinato de líderes sociales e indígenas, etc. Sin embargo, este comité que convocó el 21-n se ha quedado sin aire suficiente al desinflarse la movilización de la calle y al enfrentar la estrategia de Conversación Nacional del gobierno.

Eso dicho, en el espacio creado por el gobierno, la cantidad de peticiones es mucho mayor, son miles, en muchos casos coinciden con las de las marchas y son contrarias al interés del gobierno. Por ejemplo, se ha pedido que se instale la mesa de negociaciones con el Ejército de Liberación Nacional (eln), que se suspenda la técnica del fracking para la explotación de petróleo o que se cambie el modelo económico basado en el uso de combustibles fósiles. No van a esa conversación solo los amigos del gobierno. Van también sectores que no tienen organización, individuos que sienten la posibilidad de decir cosas, de «quejarse» a ver si los escuchan, organizaciones que no se sienten representadas por el Comité del Paro o gente común y silvestre que va a ver si el gobierno les pone atención.

Pero la Conversación Nacional rompe el esquema de la convocatoria al 21-n, que tenía un comité responsable, unas peticiones y una exigencia de negociarlas. Ahora hay unas mesas coordinadas por personas a las que el gobierno convocó con apoyo de la Iglesia y de los empresarios para que escuchen a organizaciones e individuos en cada línea temática, sin un propósito claro, con una extensión en el tiempo indefinida, y a ver qué va pasando.

Así que no hay verdadero camino de negociación frente a las exigencias del 21-n. No hay reconocimiento real al Comité del Paro y se produce una suerte de paralelismo gubernativo frente a un movimiento social reivindicativo de múltiples orígenes. De allí la eficiencia de la estrategia del gobierno. No hay negociación, hay «conversación», y en el entretanto, los medios de comunicación con más audiencias ayudan en su mayoría al gobierno, poniendo en duda si la continuidad del paro vale o no la pena para la ciudadanía, estimulando la narrativa de que los vándalos se fortalecen, etc., etc. Y amplificando versiones de que el 21-n habría sido un plan de los «rusos», de Nicolás Maduro, de las disidencias de las farc, del eln, etc. Esto sin duda contribuyó a deslegitimar el proceso post-21-n, está cada vez más deslegitimado, por cierto no en los grupos organizados o militantes de izquierda, sino entre las clases medias de centro y de centroderecha, cuya participación fue la novedad que les dio fuerza a las protestas. Nunca antes estos sectores de la sociedad –de los que una parte se había expresado positivamente frente a la paz durante el plebiscito– habían acompañado reivindicaciones económicas o de normatividad laboral.

¿Qué se puede decir hoy del movimiento sindical colombiano? ¿Cuál es su nivel de presencia y de efectividad en la sociedad? ¿Está en una fase de redinamización, o lo del 21-n fue solo un efecto de oportunidad coyuntural?

El movimiento sindical por sí solo tiene poca convocatoria en la sociedad colombiana. En general, los sindicatos y su dirigencia no son una referencia para la mayoría de la población. Tenemos un movimiento sindical anacrónico, cuyas formas organizativas y de comunicación están ancladas en los años 60 del siglo xx. Sus liderazgos siguen excluyendo a las mujeres en los niveles de dirección fundamental y sus discursos hablan de temas que son marginales para la mayor parte de la población económicamente activa del país. No se puede hablar de redinamización en el mundo sindical. Ellos fueron parte de los convocantes a la fiesta (no fueron los únicos), y sin embargo no pusieron la música, no definieron lo que ocurrió el 21-n. Y luego del 21-n, la gente en la calle claramente no quiere que ellos sean sus voceros. Los estudiantes, las nuevas ciudadanías, los animalistas, la población lgtbi+, los artistas, entre otros que se movilizaron, tienen agendas diferentes de la de las reivindicaciones laborales, no le entregan ni le entregarán su voz a la dirigencia de la Central Unitaria de Trabajadores (cut) o del movimiento sindical en general.

Las pensiones no son la preocupación de los jóvenes, los suyos son temas como la calidad del aire, la sostenibilidad del planeta, y esos discursos no son los de los sindicatos ni los de las dirigencias sindicales. Si algo han demostrado el 21-n y sus desarrollos, es el anacronismo y la desconexión del liderazgo sindical con las ambiciones y las agendas del movimiento urbano, joven, estudiantil, desempleado, excluido, indígena, que se expresó con fuerza en esta fecha.

Parecería que, de un modo muy parecido a lo que pasó en Chile, hubo una especie de bifurcación o de paralelismo no sinérgico entre modos de protesta y de movilización muy novedosos y creativos, incluso lúdicos –y relativamente ajenos al repertorio de la izquierda tradicional–, y brotes de furia caótica y de vandalismo cuyas fuentes y modalidades no son fáciles de identificar y que, por supuesto, fueron instrumentalizados y exagerados por el poder. ¿Cómo lo ve?

La instrumentalización de la violencia real o imaginada fue exitosa para el gobierno en los días previos a la marcha del 21-n. Por eso fue fácil y conveniente para la derecha y sectores radicales de la derecha que llegáramos al toque de queda en Bogotá y Cali. Generar miedo sobre lo que ocurriría, llamar a proteger las ciudades de los vándalos, fue la estrategia semanas antes del 21-n, y al finalizar la jornada se vería la efectividad de esa estrategia. Es cierto que la ciudadanía, después del 21-n, respondió lúdicamente, como se vio por ejemplo en la jornada de cacerolazos. Pero este espíritu creativo y pacífico quedó desbordado por el miedo al «vandalismo», la imagen de los tanques en las calles de Bogotá, de las pedreas violentas, etc. La cuestión de las pedreas, que fue marginal en la realidad, a través de su manipulación mediática se ha convertido en un tema sensible. Eso no solo porque hay acusaciones de todo tipo frente a este y otros hechos posteriores, sino adicionalmente porque los sectores de centroderecha, para diferenciarse de la izquierda y fortalecer posiciones en el debate político, sostienen que las marchas no pueden afectar el diario y normal discurrir de las ciudades. Los sectores que defienden la parálisis de actividades son señalados como vándalos que perturban el orden y quieren destruir la sociedad.

Sin embargo, muchos observadores dicen que, pese a sus límites, el proceso de paz y el retorno de las farc a la vida civil han generado cierta «desestigmatización» de la protesta social, que permitió a nuevos sectores unirse a ella sin miedo y sin recelo. ¿Concuerda con esta caracterización?

Hay más deseo que realidad en esa afirmación. De hecho, los días previos al 21-n fueron de estigmatización de la protesta y promoción del miedo por parte del gobierno. «Impediremos que pase lo de Chile», «Maduro y Cuba no van a vencer en Colombia», «No van a obtener en la calle lo que perdieron en las urnas»: desde la Presidencia hasta medios importantes de radio y televisión promovieron este discurso, pasando por los voceros de las Fuerzas Armadas. Protestar en Colombia sigue siendo visto como algo negativo, sospechoso y manipulado por intereses foráneos.

Además, los liderazgos de centroderecha, alternativos a la derecha paramilitar pero cuidadosos frente a los intereses del statu quo histórico, repiten junto al gobierno de Duque que la protesta es válida «pero sin violencia», pese a que ninguno de los dirigentes del paro o del 21-n llama a la violencia (hay que insistir en esto). Esta expresión repetida refuerza la idea promovida por el gobierno de que la protesta amenaza la tranquilidad ciudadana, que no puede bloquear vías, no puede suspender servicios. Es decir que solo es aceptable la protesta «aconductada». Todo esto crea desconfianza sobre la salida a la calle, aunque hay que reconocer que los nuevos gobiernos locales, especialmente los de Bogotá, Medellín y Cali, promueven por su lado la validez de la protesta y luchan contra la estigmatización de las marchas y sus liderazgos. Pero lo hacen insistiendo en que no debe haber bloqueos y suspensiones de servicios, e incluso desarrollando iniciativas de protocolos locales para controlar la violencia en las marchas. Esto genera discrepancias en el movimiento social, porque la línea de separación entre estas iniciativas y los mensajes del gobierno nacional es muy delgada y se confunde en la opinión pública.

Si uno observa la historia de Colombia, afirmaciones de este tipo vigorizan lógicas de pensamiento vigentes durante el conflicto armado según las cuales toda protesta era infiltrada por la guerrilla y sus promotores eran señalados como «guerrilleros de civil». En la situación actual posterior al Acuerdo de Paz, el discurso y las iniciativas de los nuevos gobiernos locales aún no alcanzan para que la sociedad en su conjunto asuma o refuerce lógicas de transición que legitimen la protesta social y la comprendan como una búsqueda de escenarios de solución a diferencias subyacentes en el ámbito de la vida social y económica del país que requieren de mecanismos extraordinarios de negociación.

Además, este debate sobre estigmatización de la protesta y la violencia en ella está afectado por la disputa sobre las elecciones presidenciales en 2022 –que es un factor relevante en los desarrollos post-21-n–. Los llamados del senador y ex-candidato presidencial Gustavo Petro a que se mantenga el paro hasta que el gobierno se siente a negociar son rechazados por la mayoría de los líderes y partidos políticos que se expresan en el Congreso y que se postulan como alternativa al gobierno de Duque. Los dirigentes del Partido Verde y los del Polo Democrático Alternativo, así como los partidarios de Sergio Fajardo, señalan a Petro como incendiario e irresponsable y como promotor de la violencia.

En los últimos años, hubo varios paros universitarios nacionales, tres paros agrarios, varias «mingas» indígenas, paros cívicos en Choco y Buenaventura, movilizaciones estudiantiles gigantescas en Bogotá, Medellín, Cali, Manizales, Barranquilla y Bucaramanga y varias movilizaciones e iniciativas ciudadanas en varios lugares del país. ¿Se puede ver ahí una anticipación de lo que pasó en noviembre, o se trata de algo diferente?

No creo que se observe una lógica de crescendo continuo. Lo que hay es un gran descontento y, al mismo tiempo, una enorme dispersión del movimiento social. Parecía que el 21-n sería el factor de condensación, pero lo que vemos meses después es que la dispersión y división son mayores, lo que no significa que no vayan a darse nuevas movilizaciones. Los esfuerzos de coordinación entre las expresiones rurales y urbanas de las protestas son aún débiles e involucran fundamentalmente a los sectores organizados o militantes que, a pesar de ser los más activos, no fueron el eje del fenómeno 21-n.

¿Cuál fue el papel de las redes sociales en la movilización? ¿Prevalecieron sus funciones positivas de coordinación espontánea y descentralizada o se manifestó más bien el riesgo de olas de fake news y manipulación?

Al inicio de la jornada, el rol principal de las redes sociales fue el de transmitir información que sirvió para extender el movimiento y las marchas. Ese proceso fue cambiando con el paso de las horas y, al término del 21-n, se convirtió en un alimentador del miedo, con fake news sobre vandalismo, anuncios sobre oleadas de personas que llegaban a robar y vecinos que se armaban, con lo que la protesta fue perdiendo simpatías minuto a minuto.

Sin embargo, las redes sociales fueron y siguen siendo un poderoso instrumento de comunicación, especialmente entre los jóvenes. Son un dinamizador de emociones en favor y en contra de la protesta, instrumento de denuncia y socialización de situaciones, pero no parece que alguna estrategia particular en las redes sociales haya jugado algún rol significativo el 21-n. Fue una herramienta permanente tanto de quienes promovieron la movilización diversa como de quienes al caer la tarde de ese día impulsaron el miedo como fórmula. Los días posteriores, las redes han sido útiles para impulsar las nuevas jornadas, hacer visibles nuevas vocerías, especialmente de artistas, y tuvieron un rol muy relevante en difundir y buscar apoyo en la comunidad de colombianos en el exterior.

El «No» al proceso de paz levemente mayoritario en el plebiscito de 2016 parecía expresar, entre otras cosas, una cierta indiferencia de sectores urbanos más o menos «protegidos» frente a los sufrimientos y dilemas de territorios periféricos víctimas de los embates más crueles de la violencia política y criminal. Pero ahora se ha visto una participación importante de sectores medios urbanos en estas movilizaciones y en su reclamo de cumplimiento sincero e integral del proceso de paz. ¿Cómo lo explica? ¿De veras la mayoría de la sociedad colombiana ha decidido dejar de «mirar para el otro lado» frente a la violencia contra líderes sociales y poblaciones marginadas? ¿No hay riesgo de que, con el posible deterioro creciente de las condiciones de seguridad en varios territorios, caiga de nuevo una capa de indiferencia y de fatalismo sobre estos hechos?

Los sectores urbanos que vimos movilizados el 21-n en su mayoría fueron los mismos que marcharon por el «Sí» durante el plebiscito. Ese empate político negativo de la sociedad colombiana no se ha resuelto y el país político continúa profundamente dividido sobre el proceso de paz y sobre la coyuntura. A esa división contribuyen factores como la postura del gobierno de Duque, que buscó desde sus inicios destruir la Jurisdicción Especial para la Paz (jep) y el sistema de justicia transicional que es la almendra del acuerdo con las farc. No es poca cosa, pues expresa la voluntad del gobierno de debilitar el acuerdo. A ello deben sumarse otros elementos: el crecimiento de las disidencias de las antiguas farc y la profunda división de su liderazgo (Iván Márquez versus Timochenko), con las consecuencias que ello implica para la estabilidad de la reincorporación colectiva a la vida civil; la convocatoria a rearmarse a los antiguos combatientes; y, no menos importante, la nueva y múltiple división de la expresión partidista legal de la ex-guerrilla –que también se llama farc, pero ahora significa Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común– y sus flojísimos resultados electorales. Hay que mencionar también el crecimiento del eln y su dominancia en vastas e importantes regiones como el Chocó y el Catatumbo, la ruptura de relaciones con Venezuela, la tensión permanente derivada del apoyo del liderazgo colombiano a la estrategia de Estados Unidos contra Maduro, el apoyo a Juan Guaidó y la dinamización de los carteles locales e internacionales de la coca.

Todos estos factores, así como los caminos de solución a estos desafíos, dividen las opiniones y son temas relevantes para las regiones. Por ejemplo: uso o no de aspersión aérea o erradicación forzada de cultivos de coca en contra de decisiones constitucionales; incumplimiento de los compromisos del anterior gobierno con miles de campesinos sobre sustitución voluntaria de los cultivos; parálisis de los procesos de inversión en las áreas de presencia de las antiguas farc. Todos estos temas siguen polarizando el debate nacional y dan a muchos colombianos la idea de que el proceso de paz no avanza, idea respaldada por discursos oficiales como el de la ex-ministra del Interior Nancy Patricia Gutiérrez, quien recientemente, antes de salir de su cargo, calificó dicho proceso como «semifallido».

Los asesinatos de líderes sociales fueron un factor que detonó la participación de muchos en el 21-n. Sin embargo, la negativa del gobierno a negociar con el Comité del Paro y la ausencia de un liderazgo más allá de ese comité que, interpretando banderas como el asesinato de líderes sociales, hubiese logrado generar una interlocución con el gobierno para tratar ese tema específico, han reducido la capacidad de asombro, y los asesinatos se han «normalizado». Eso hasta el punto de que en el mes de enero de 2020 se denunció un promedio de uno por día y el país no salió a marchar, con la excepción de unos pocos activistas, mientras solo algunos líderes políticos estuvieron haciendo la denuncia en redes sociales. El seguimiento social que hoy se hace frente al asesinato y riesgo permanente del liderazgo social, especialmente en pequeños municipios y áreas rurales del país, no es suficiente. Dados los últimos desarrollos post-21-n y la profundización de la división actual en el país, los llamados de alerta han disminuido y efectivamente el fatalismo viene tomándose buena parte de la opinión pública. Con este antecedente, es imposible afirmar hoy que la movilización social hará cambiar de rumbo al gobierno o que lo obligará a relanzar una política de construcción de paz, abocar el fin del conflicto armado por un camino diferente al de manu militari o evitar el deterioro del proceso de paz.

Cierto es que subsisten dinámicas de mejoramiento de la vida de los campesinos en materia de paz, seguridad y potencialidades de desarrollo en algunas regiones de Putumayo, Huila, Meta o Caquetá y otros territorios. Pero en las regiones de frontera con Venezuela, en el corredor del Pacífico y otras importantes áreas del país, continúa mandando el que tiene la pistola más grande. La existencia de los pobladores de esas zonas discurre en medio de desplazamientos, minas antipersonal, confinamientos y riesgos permanentes para su vida y su economía producto del control territorial transitorio o semipermanente que ejercen diversos actores armados no estatales.

Uribe fue un presidente bastante popular en su tiempo, y su política de «seguridad democrática» contó con la aprobación explícita o tácita de muchos sectores de la sociedad –y no solo de las elites ultraconservadoras–. Pese a la división en la opinión que usted menciona, ¿cómo se explica el cambio de humor relativo de la sociedad frente a los enormes «daños colaterales» de las políticas de seguridad?

Buena parte de esa explicación radica en que la seguridad dejó de ser la preocupación de los núcleos urbanos –que representan la mayoría de la población–, al contrario de lo que era en los inicios del siglo xxi. Las farc no son hoy una amenaza para los colombianos, no existen. Uribe se ha quedado en el aire con un discurso anticuado cuya obsesión presente es «evitar que nos convirtamos en Venezuela» (un tema más agitacional que real para los colombianos); eso, sin desconocer que esta afirmación le facilita reeditar su viejo discurso antiterrorista. Lo que preocupa a los jóvenes son temas como la lucha contra la corrupción, la sostenibilidad ambiental, el animalismo, la migración, la defensa del agua, la educación, la calidad del aire, el modelo económico. Uribe y su partido están fuera de sintonía con estos temas, y eso vale también de hecho para la mayoría de los liderazgos políticos nacionales. Pero más allá del cambio generacional, sí hay también una evolución de opinión en los antiguos votantes por Uribe, que no hay que confundir con el núcleo duro de los uribistas. Esos ex-electores no uribistas de Uribe de inicios del siglo xxi comprenden mejor los retos actuales, andan buscando proyectar sus negocios internacionalmente, no comparten la visión de Donald Trump para la región ni tampoco su proteccionismo a ultranza, y perciben los riesgos que se derivan de la política estadounidense actual para la modernización de la economía y la política del país.

En buena parte de los jóvenes existe la certeza de que Uribe, al igual que los partidos históricos y sus liderazgos, son el «viejo país», que identifican como criminal y asociado al paramilitarismo. No expresa ni representa sus preocupaciones, no conecta con sus sueños, sino que quiere conducirlos por el camino ya recorrido, con su perpetuación de la violencia, la inequidad y la corrupción. Dicho esto, es interesante observar que la pirámide generacional está cambiando y Colombia está envejeciendo, de allí que el país de Uribe siga teniendo fuerza. Por ello, la apuesta de poner a Duque como presidente permitió un juego de espejos en el que Uribe se ponía en sintonía con la ambición de relevo generacional y, a la vez, conservaba la política anticuada y tramposa que Duque expresa.

Al mismo tiempo que se produce esta expresión del malestar ciudadano, las fuerzas político-parlamentarias alternativas a la vieja partidocracia, y en particular las fuerzas de centro renovadoras, de centroizquierda y de izquierda –pese a sus relativamente buenos resultados electorales en los últimos escrutinios– parecen bloqueadas en conflictos personales o recelos tal vez más clánicos que ideológicos…

Las candidaturas que se presentan como alternativas son proyectos personales fuertes que obedecen exclusivamente al liderazgo de cada una de sus figuras. Los de Sergio Fajardo, Gustavo Petro, Jorge Robledo son liderazgos cuajados en el tiempo y son ellos quienes deciden sus candidaturas o no. Incluso alguien como Fajardo había dicho públicamente –luego de la elección de Duque– que nunca más sería candidato. Hoy, a dos años y meses del fin del gobierno de Duque, anda en gira presidencial. Robledo decidió también, él solito, ser candidato. No obedecen a procesos colectivos. Petro se reclamó candidato el día en que Duque ganó la elección como presidente. El Partido Verde tiene hoy su figura más reconocida en la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, que parece obedecer más a procesos de partido. Sin embargo, bajo el ala de su institucionalidad, existe una protocolización de divisiones que giran alrededor de las candidaturas mencionadas, sin lograr un equipo sólido en su pensamiento y acción.

Derivado del Acuerdo de Paz con las farc y ante los ataques del gobierno contra él, se creó el colectivo Defendamos La Paz (dlp), un grupo de opinión en el que se expresan diversas corrientes alternativas: la nueva farc; la ruptura del viejo Partido Liberal liderada por el ex-ministro Juan Fernando Cristo; sectores de centro renovador que impulsaron la candidatura de Humberto de la Calle, cabeza de la delegación de paz del gobierno de Juan Manuel Santos; y distintos sectores de izquierda. Estas fuerzas apuntan a la promoción de un frente o de un escenario de encuentro para 2022. Si bien esto aún no se define con claridad, intentan ser un jugador en la próxima coyuntura electoral.

Pero tienen también en común su rechazo a la lógica política que expresa Petro y la animadversión a incluirlo en un esfuerzo de confluencia de izquierdas, centros o cualquier nombre con el que quieran denominarse. Porque efectivamente, en Colombia, la política alternativa es principalmente clánica. Así se tengan similitudes o diferencias ideológicas, lo que predomina son las animadversiones personales de cada líder.

Resulta por tanto correcto afirmar que hoy, el consenso entre los sectores de centroderecha y centroizquierda (Fajardo, Robledo, Juan Manuel Galán, Angélica Lozano y otros senadores verdes) es no juntarse con Petro, definir su cercanía como tóxica y preservar con él o con sus seguidores enconadas peleas por redes sociales. Esas mismas disputas, en ocasiones grotescas, las reproducen los formadores de opinión de centroizquierda, izquierda, voceros de la derecha y centroderecha frente a lo que llaman el «petrismo», a menudo acusado de ser el «comodín» colombiano del «chavismo-madurismo».

En el Senado y la Cámara de Diputados, las «bancadas alternativas» han buscado ser eficientes en lo relacionado con la defensa de proyectos sobre el cumplimiento del Acuerdo de Paz. Los esfuerzos colaborativos se presentan de manera coyuntural y en temas específicos: aspersión aérea, negociaciones de paz, respeto a los protocolos firmados con los países garantes (Noruega y Cuba) para el proceso de paz con el eln, entre otros. Hay diferencias en especial sobre temas económicos y ambientales (por ejemplo, frente al tema de combustibles fósiles o del fracking) entre los congresistas del Partido Verde, los del Polo y los de la coalición Colombia Humana-Unión Patriótica, liderada por Petro. Los integrantes de las «bancadas alternativas» han hecho uso conjunto del «derecho de réplica» a las alocuciones presidenciales, pero no son una fuerza unificada. Debe anotarse que Petro y sus posiciones políticas son motivo de polémica por la representación que tienen o no frente a los demás sectores.

Dentro de estas bancadas podrían generarse más iniciativas comunes de cara a 2022. Se mueven discusiones en ese sentido y lo que se observa es que las sinergias especialmente ocurren entre el Partido Verde, sectores del Polo y algunos congresistas de los viejos partidos que se declararon en independencia o en oposición frente al gobierno. Pero esa búsqueda de sinergias y esfuerzos comunes frente a 2022 excluye a Petro.

¿Cómo se explica este rechazo a Petro?

Personalmente, pienso que Petro ha demostrado ser el candidato con mayor solidez conceptual y raigambre popular, y también con mayores agallas para llamar las cosas por su nombre. Su postura sobre temas como la agenda de las nuevas ciudadanías –desde su campaña a la Alcaldía–, el cambio climático, la defensa del agua, la calidad del aire, la educación, el reconocimiento de las drogas como un tema de salud pública, la lucha implacable contra la corrupción y el paramilitarismo, deberían ser credenciales suficientes para gozar de un amplio apoyo. Me parece el líder más moderno frente al debate global en materia de modelo de desarrollo y retos de la democracia. Sin embargo, la posibilidad de que Petro, que obtuvo la segunda votación presidencial con ocho millones de votos, tenga el respaldo de los demás sectores para encabezar una candidatura es nula. Es el líder más polémico y controversial hoy en el país, y es declarado como el enemigo del Partido Verde, del Polo, de la corriente de Fajardo, además de los partidos tradicionales y en especial del uribismo. Es el diablo temido al que no se le puede aceptar ningún tipo de desarrollo.

Por un lado, sus afirmaciones conceptuales críticas, sin concesiones al statu quo, lo distancian de los sectores de centro, que lo ven como una amenaza para la estabilidad de la economía y de la estructura institucional. Pero hubo también episodios como el video donde se lo ve recibiendo dinero en bolsas de un amigo y contratista1, y aspectos negativos como su enconada actitud en redes contra diversos actores que podrían ser potenciales aliados, su individualismo para tomar decisiones y la actitud de «endiosamiento» que generan sus seguidores más radicales. Todo esto debilita su potencial entre las capas medias.

Aunque hoy no parece que tenga posibilidades de ser un candidato de coalición, estoy convencido de que jugará un papel relevante en el debate y todavía puede ser una sorpresa si consigue nuclear a sectores importantes de la población. Por eso su estrategia es construir masa crítica para presentarse solo y obtener una votación que lo ponga en segunda vuelta.

¿Qué otros escenarios de candidaturas «alternativas» se presentan?

La otra posibilidad para superar electoralmente el uribismo y la dominancia de la vieja partidocracia expresada por Duque sería que, en 2022, sectores del establishment político y empresarial, así como muchos de los votantes que respaldaron a Duque, apoyen a Fajardo. Los factores relevantes que pueden potenciar aún más esa candidatura serían: un impacto positivo de la gestión de Claudia López –quien repetidamente ha expresado su apoyo a la candidatura de Fajardo– en Bogotá (no puede negarse el peso y significado de la capital como factor de la política de relevo al uribismo); un crecimiento nacional del liderazgo de Fajardo semejante al que logró localmente López sobre sectores medios de la población; un éxito de la estrategia de los sectores de centro y de derecha de identificar a Petro con el «chavismo-madurismo».

La próxima campaña presidencial tendrá como coordenadas esenciales el despliegue de los liderazgos unipersonales, la situación con Venezuela (migración, desarrollo de la estrategia de eeuu, con sus aspectos de guerra encubierta), las dinámicas territoriales de violencia que siguen creciendo en los bordes de la frontera agrícola del país y las zonas limítrofes con los países vecinos, la capacidad de perturbación institucional del eln y de las disidencias conducidas por antiguos líderes de las farc y las dinámicas de la economía del narcotráfico (fumigaciones, incidencia en las comunidades, etc.).

¿Qué es de Álvaro Uribe y de las derechas?

El partido de Uribe, el Centro Democrático, es el partido de gobierno, y Duque es fiel a la lógica política de su jefe. Uribe es la fuerza de Duque y el uribismo de Duque es su elemento de estabilidad. Además de un ganador, Uribe sigue siendo un factor determinante de las decisiones de Estado en el país. Si bien es cierto que el mundo empresarial, político y los medios no lo aplauden como antes, muchos siguen respaldando su gobierno, el gobierno de Duque, aun considerándolo un aprendiz de baja calificación.

Eso dicho, el silencio que mantiene Uribe estos últimos meses se debe a los desarrollos judiciales. El juicio contra Santiago Uribe, su hermano, sospechado de actividades paramilitares, está a punto de resolverse. Este hecho le toma mucho de su tiempo y, adicionalmente, lo preocupan las decisiones que pueda tomar la Corte Suprema de Justicia sobre las acusaciones graves que existen en su contra2.

En el liderazgo de los partidos y movimientos que ayudaron a elegir a Duque asumen que Uribe no podrá definir la nueva figura presidencial. Sin embargo, saben que todavía es y será un actor relevante en las elecciones de 2022. Por su parte, la derecha más dura sigue siendo uribista fiel. Sus representantes no quieren pelearse con Duque, pero a menudo expresan públicamente inconformidades que los ayudan a mostrar su vigencia e importancia dentro del Centro Democrático. Sus éxitos son evidentes: logran mantener su agenda beligerante con Venezuela, tienen los cargos más relevantes del ejecutivo (Defensa, Relaciones Exteriores), preservan el mando fundamental de las Fuerzas Armadas y sus voceros son la voz fuerte dentro de la junta directiva de la empresa colombiana de petróleos, Ecopetrol.

El interrogante es ¿cómo actuarán en 2022? ¿A quién impulsarán como candidato? Mientras llega esta definición, hacen debates e impulsan medidas de control a los ímpetus de algunos aliados moderados que quieren romper el Centro Democrático y fragilizar a Uribe de cara a 2022. Con Duque, la derecha más reaccionaria se reacomoda y tiene garantizada su supervivencia en el poder por lo que resta del gobierno. Lo que podemos afirmar es que, así como es claro que habrá alternativas al uribismo en 2022, también es cierto que ni al cajón del uribismo ni al de la vieja partidocracia colombiana se les ha puesto el último clavo.

Fuente e imagen: https://nuso.org./articulo/colombia-despertar-ciudadano-y-dilemas-politicos-despues-del-21-n/

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Colombia: Las grietas en educación que muestra la pandemia

América del Sur/ Colombia/ 05.05.2020/ Fuente: www.laopinion.com.co.

 

La profesora Alba, quien trabaja en zona rural del departamento del Cauca, da clases por teléfono en medio de la cuarentena en la que está el país desde las 11:59 de la noche del 24 de marzo pasado.

Es un reto, dice, porque no todos sus estudiantes ni los padres tienen conexión a internet ni celulares inteligentes, entonces “tengo que llamar a los papás a los celulares normalitos para poder hablar con los niños y orientarlos”, comenta Alba. Ella se ha dedicado a darles instrucción básica para no saturarlos, y los pone a dibujar o escribir mensajes “para que le muestren cómo pasan la pandemia”.

Una dura realidad

Este panorama es apenas un acercamiento a lo que se vive en la ruralidad y es uno de los retos de la nueva ministra TIC, Karen Abudinen, según Daniel Medina, exministro TIC, quien plantea que es urgente un vuelco en la política de conectividad rural del país. “Los estudiantes no están yendo al colegio, pero tampoco tienen el internet necesario. De seguir creciendo la brecha, va a ser terrible”. Es uno de los temores que plantea la profesora Alba.

Rosita Caro, directora del colegio privado Hacienda Los Alcaparros, en Bogotá, señala que, en el caso de ellos, el proceso ha sido menos complejo, aunque reconoce las debilidades que se tienen en el país en esta materia, especialmente en el área pública.

“Toda la educación, de alguna manera, estaba en procesos de integración de la tecnología con los colegios, pero algunos iban más adelantados, otros no tanto”, comenta Caro, al señalar que la pandemia dejó ver otras flaquezas, desde lo político, económico y tecnológico, por ejemplo.

“Debemos hacer énfasis en que la integración tecnológica es clave, pero fortaleciendo aspectos de la educación en casa”, en la que es clave la disponibilidad y deseo de los padres de familia y acudientes, agrega.

Otras tareas

Sobre esto, Andrea Guerrero, vocera de la iniciativa “La educación que nos une”, que agrupa a a 30 organizaciones privadas y oenegés, destaca que “no es un secreto la desigualdad en materia educativa, por lo que debemos poner sobre la meza la inequidad y pensar qué hay que hacer como país”.

Wilson Bolívar, decano de la facultad de Educación de la U. de Antioquia, agrega que se deben “promover las condiciones de acceso a internet como un derecho básico, así como las facilidades de acceso a equipos con el fin de evitar las desigualdades y disminuir la brecha social”.

Tanto Caro como Guerrero coinciden en que se debe impulsar la formación docente, para que tengan herramientas que les permitan priorizar los aprendizajes de los estudiantes , tal cual lo hace la profesora Alba, quien menciona que entre los 19 estudiantes que tiene a su cargo, entre transición y quinto de primaria, hay algunos que son de la misma familia, entonces los llama y “les pongo tareas para hacer juntos y los invito a cuidarse”.

Entretanto, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en un documento publicado la semana pasada, recomendó garantizar la continuidad de la enseñanza, “en particular a los más vulnerables”, desarrollar plataformas nacionales de aprendizajes, poner a disposición recursos técnicos como “aplicaciones gratuitas multilingües en línea para ayudarles a padres, maestros y escuelas a facilitar el aprendizaje, brindar atención social e interacción” durante el tiempo en que estén cerradas las escuelas por la pandemia.

Fuente de la noticia: https://www.laopinion.com.co/colombia/las-grietas-en-educacion-que-muestra-la-pandemia-195634#OP

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Colombia: Más de 7,3 millones de trabajadores están en riesgo de perder su empleo: Asofondos

Redacción: El Espectador

El grueso de la población hoy vulnerable a perder su trabajo se emplea en comercio, construcción o son empleados domésticos. Además, unos 4,8 millones de personas de este grupo viven del diario.

Un informe de la Asociación Colombiana de Administradoras de Fondos de Pensiones y de Cesantía (Asofondos) advirtió que más de 7,3 millones de trabajadores desempeñan actividades en sectores muy vulnerables ante la propagación del coronavirus están ante una reducción significativa del empleo por la parálisis económica.

De acuerdo con el gremio, en este grupo se ubican personas que desempeñan actividades de alquiler o arrendamiento, personal doméstico, confección de prendas de vestir, alojamiento, fabricación de papel y cartón, fabricación y mantenimiento de maquinaria y equipo, las agencias de viajes y el transporte aéreo, entre otras 22 adicionales.

El documento advierte que la situación es más alarmante “si se tiene en cuenta que dentro de la población más vulnerable, más de la mitad se encuentra en la informalidad”. De los 7,3 millones de trabajadores vulnerables, más de 5,6 millones trabajan para micro empresas. El problema está en que el 84 % de los empleados de estos pequeños negocios están vinculados de manera informal. De hecho, se estima que 4,8 millones de personas de este grupo viven del diario.

El grueso de la población hoy vulnerable a perder su trabajo se emplea en comercio (1’031.357), construcción (874.197) o son empleados domésticos (577.113). Si bien el Gobierno anunció que se retomaron actividades en los sectores de industria y construcción, el gremio de las pensiones advirtió que dado que estas personas trabajan en microempresas, puede que no tengan las garantías para ir a trabajar, “barreras que hay que tener en cuenta para la reactivación”.

La mayor parte de ocupados vulnerables se encuentra ubicados en Bogotá, Valle del Cauca y Antioquia. Estos a su vez son los departamentos más afectados por las medias de confinamiento tomadas por el gobierno nacional y los locales para detener el contagio del coronavirus dado que presentan también las cifras de positivos más altas. “Esta situación hace más difícil el proceso de reactivación económica puesto que la mayoría de los contagios se concentra en la población económicamente activa”, advierte el informe.

Así mismo, hay 4,4 millones de trabajadores clasificados en el grupo de vulnerabilidad media de actividades administrativas, servicios de comidas y extracción de minerales porque para ellos aumenta la probabilidad de quedar desempleados a medida que se alarga la cuarentena o que el choque petrolero se intensifica, según Asofondos. De ellos, 2,9 millones están vinculados a microempresas.

Asofondos advirtió que los trabajadores vulnerables representan el 32 % del total de ocupados que tenía el país en 2019, “es decir, que en el peor escenario el desempleo podría pasar al 44 %, explicado principalmente por la alta informalidad y en un escenario medio al 34 %”.

La preocupación aumenta debido a que por la alta informalidad de la economía, tanto de negocios como de trabajadores, un número importante de personas y negocios quedan excluidos de diferentes mecanismos de protección como ahorros, cesantías y líneas de crédito para soportar periodos de desempleo.

Para ver la proporción, vale la pena considerar que los fondos de cesantías cuentan con más de nueve millones de afiliados que pueden acceder a sus ahorros en este momento, ya sea por la terminación de su contrato laboral o por la disminución de sus ingresos.

Fuente: https://www.elespectador.com/coronavirus/mas-de-73-millones-de-trabajadores-estan-en-riesgo-de-perder-su-empleo-asofondos-articulo-916927

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