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Libro: Tiempo de chicas Identidad, cultura y poder

América del Sur/Argentina/Octubre 2016/http://www.clacso.org.ar/
Silvia Elizalde. [Autora]

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Colección Grupos de Trabajo.
ISBN 978-987-1309-20-7
Grupo Editor Universitario. CLACSO.
Buenos Aires.
Abril de 2015

A diferencia de lo que vivieron sus madres, las mujeres jóvenes gozan hoy de una batería de derechos y oportunidades impensables apenas unas décadas atrás. Son, al mismo tiempo, protagonistas de una nueva visibilidad pública que, a la vez que las ubica en el podio de la belleza, la moda y el entretenimiento como epítome de éxito y fetiche del deseo masculino, las estimula a continuar y profundizar las luchas abiertas por sus predecesoras por la demanda de equidad. En cualquier caso, sus feminidades emergentes enfrentan a las instituciones, los padres y los adultos en general a numerosos interrogantes sobre los alcances culturales y políticos de un virtual nuevo orden de género entre la juventud.
Con foco en distintos testimonios y relatos de experiencias de chicas de sectores medios y populares sobre sus interacciones con los medios de comunicación, la industria cultural, el mercado, las políticas públicas y el arte, este libro intenta problematizar el actual estatus social de las jóvenes.
Porque es, sin dudas, tiempo de chicas: de sus acciones, de sus voces y de sus agenciamientos. Y porque escucharlas es hoy tanto un desafío como una urticante interpelación.
Descargar Aquí:
Fuente:
http://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?id_libro=1179&pageNum_rs_libros=2&totalRows_rs_libros=1120
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Argentina: Adosac Río Gallegos y Pico Truncado: Votá a la Naranja

América del Sur/Argentina/Octubre 2016/Noticias/http://www.izquierdasocialista.org.ar/

En el marco de la campaña contra el Operativo Aprender votada en el Encuentro Nacional de Docentes en Marcha en Santiago del Estero, la Naranja en Santa Cruz lleva a cabo, además, una importante campaña electoral en Río Gallegos y en Pico Truncado.

Los compañeros de Río Gallegos se presentan el 20 de octubre para la elección de Delegados al Congreso Provincial con 60 candidatos, encabezando la lista Luis Díaz. Es una importante elección para considerar la conformación de un congreso preparado para la lucha por nuestros reclamos y contra los ajustes de los gobiernos nacional y provincial, con delegados que respeten los mandatos de las asambleas.

En Pico Truncado hemos presentado una lista para la elección del 17 de octubre de la Comisión Directiva local encabeza por Adriana Astolfo, y renovada con compañeras y compañeros nuevos. A pesar de que no hay lista opositora y de que el estatuto gremial no considera la votación en este caso, salimos en estos días con una campaña por las escuelas con propuestas para la organización de un nuevo mandato, que incluye la conformación de comisiones, tales como la secretaría de género, de derechos humanos, de asuntos pedagógicos, e invitamos a los docentes a votar el programa, a integrar las comisiones y a sugerir, con el voto, otras propuestas para ser tenidas en cuenta.

Estas elecciones significan un paso importantísimo para nuestra agrupación, que se consolida en su crecimiento y que se muestra como alternativa para un verdadero cambio en el sindicato.

Por una Adosac pluralista y democrática para marcar el rumbo hacia una nueva conducción provincial que confíe en la organización de todos los docentes para luchar, que sea combativa, no sólo contra Alicia Kirchner, como es hoy la Lila, sino que esté a favor de la nacionalización de las luchas y del reclamo de fondos al gobierno nacional. Decimos a los docentes que voten a la Naranja Docentes en Marcha en Río Gallegos y que avalen el programa de la nueva comisión directiva en Pico Truncado.

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http://www.izquierdasocialista.org.ar/index.php/noticias/sindicales/docentes/4274-adosac-rio-gallegos-y-pico-truncado-vota-a-la-naranja

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Guerra y democracia Los militares peruanos y la construcción nacional

América del Sur/Perú/Octubre 2016/Eduardo toche medrano/http://biblioteca.clacso.edu.ar/

Las fuerzas armadas peruanas han venido experimentado en los últimos años un proceso de reforma institucional, cuyo diseño se ha asentado en dos elementos fundamentales. En primer lugar, una evaluación de su desempeño durante las dos últimas décadas, periodo en el que tuvieron que hacer frente a una importante amenaza subversiva contra el Estado, incorporarse a la lucha antinarcóticos, enfrentar un conflicto bélico internacional focalizado con las fuerzas armadas del Ecuador y, además, apoyaron políticamente al régimen autoritario que se instala luego del autogolpe que realizara en 1992 el entonces presidente Alberto Fujimori. En segundo lugar, la forma en que debe realizarse su inserción en la institucionalidad democrática que empezó a construirse luego de que el régimen fujimorista se desmoronara, al sobrevenir una situación en la que se combinaron la recesión económica, la anticonstitucional reelección presidencial del año 2000, la exposición de evidencias incuestionables de una red de corrupción organizada desde el Estado, la movilización social antiautoritaria y la presión internacional.

Tomada la decisión de reformar a las instituciones armadas peruanas, se debió considerar no sólo el nuevo panorama que plantea la seguridad nacional en la actualidad, y los ajustes imprescindibles que deben adoptar para hacerlas funcionales a los criterios democráticos, sino también la manera de revertir la serie de resultados negativos provocados por el tipo de acciones en las que se vieron involucradas durante los años previos, como la alta incidencia que tuvo la corrupción entre sus mandos, la desestructuración organizativa debida a la influencia política que ejerció sobre ellas el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), bajo la conducción del asesor presidencial Vladimiro Montesinos, y las secuelas generadas por una lucha antisubversiva que generó una alta victimización en la población civil —especialmente en los sectores rurales más pobres— y que, a pesar de los tenues avances realizados entre la última etapa del gobierno del presidente Alejandro Toledo y el inicio del periodo gubernamental del presidente Alan García, aún espera una decisiva política de reparaciones y, sobre todo, la debida judicialización a los perpetradores de violaciones a los derechos humanos.

La urgencia de los cambios quedó establecida cuando el 28 de julio del 2001, al asumir la presidencia de la República, Alejandro Toledo anunció la conformación del Acuerdo Nacional, espacio concebido para que las diversas fuerzas sociales y políticas del país establecieran consensos respecto de una serie de políticas de Estado. La novena de ellas refiere a la seguridad nacional, mientras que la vigé- simo quinta establece los criterios generales desde los cuáles debe impulsarse la reorganización de los institutos armados1 . Además, el Presidente de la República convocó a una comisión encargada de estudiar y proponer los lineamientos que dirigirían las acciones que debían realizarse en la órbita militar. De esta manera, el gobierno democrático, a través del Ministerio de Defensa, inició el desarrollo de las mismas, teniendo como objetivo modernizar a las fuerzas armadas, y revertir la aguda crisis que atravesaban.

Al cabo de tres años, la evaluación ya era desalentadora. A fines del 2003, una publicación electrónica especializada en la reforma militar, editada por el Instituto de Defensa Legal, afirmaba que “no existía evidencia de una decidida voluntad política en las más altas esferas del ejecutivo y el legislativo para abordar una reforma del sector defensa a fondo”2 . Más aun, desde mediados del 2004 hay indicios claros de que el proceso se ha detenido e, incluso, ha empezado a mostrar claras señales de reversión.

Este panorama indica que lo diagnosticado acerca de los problemas que aquejaban a los institutos militares era cierto, pero desbordaba la simple ausencia de voluntad política por parte de las más altas autoridades del país. La reforma militar intentó llevarse a cabo mediante cambios constitucionales y legales en los roles que deben cumplir los militares y, por otro lado, potenciando al Ministerio de Defensa como el ámbito en donde se formulase y ejecutase la política de defensa del país. Ambas cuestiones, aunque necesarias, no son suficientes.

La búsqueda de mejores marcos legales e institucionales, sin haber procedido a comprender los profundos sentidos que adquirió la cuestión militar en el Perú (en lo que hace a su organización, relaciones con su entorno y justificaciones de su función) pueden dar como resultado, como parece haber sucedido, cambios meramente formales que no provocan efectos sustanciales ni sostenibles. De esta manera, algunas medidas contempladas en el diseño de reorganización que han podido llevarse a cabo, como la sustitución del servicio militar obligatorio por el voluntario, la publicación del Libro Blanco de la Defensa Nacional, la reforma de los planes de estudios de las escuelas de oficiales para dar cabida a cursos de derechos humanos y de derecho humanitario, entre otras, están siendo cuestionadas, y no hay mayor seguridad de que pueda impedirse la distorsión de sus objetivos.

La insuficiencia de estas medidas, así como su relativa eficacia, quedó en evidencia cuando surgió una situación de tensión con Chile durante los primeros meses del 2004, a propósito de la demanda peruana sobre la delimitación marítima entre ambos países. El acontecimiento, que no debió trascender de los marcos diplomáticos, fue aprovechado por las fuerzas armadas de ambos lados para justificar la necesidad de aplicar considerables recursos en gastos de defensa.

En el caso del Perú, la coyuntura sirvió para que el gobierno del presidente Toledo accediera a las presiones de los militares, adquiriendo fragatas misilísticas y, posteriormente, creando un fondo destinado a suplir las demandas del sector Defensa. Paralelo a ello, fue evidente que el gobierno no mostró mayor disposición para implementar las recomendaciones que se indicaron en el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), aunque finalmente dio señales positivas respecto de la reparación debida a los familiares y víctimas de la violencia política. Pero no ocurrió lo mismo con las sanciones pendientes sobre aquellos efectivos identificados fehacientemente como responsables de violaciones de derechos humanos cuando se aplicó una generalizada política contrasubversiva en el país.

En todo caso, puede decirse que el marco desde el cual se intentó dar curso a la reforma militar en el Perú debió facilitar la realización de los ajustes pertinentes para que tanto la norma como los encargados de hacerla cumplir fueran eficientes; pero la pregunta al respecto sería: ¿qué sucede cuando el fundamento mismo de ambos, el Estado, muestra graves fallas estructurales en su relación con la sociedad? Sobre ello, la conducta de las fuerzas armadas no puede ser desligada del marco institucional-estatal en el que se hayan inscritas, ni de las diversas, continuas y muy complejas relaciones que establecen con los actores civiles.

Bajo estas consideraciones, es muy importante para conocer las consecuencias de la intervención política de los militares en el Perú, remitirse a las conclusiones expuestas en el Informe Final de la CVR que, por lo mismo, resulta ser una herramienta indispensable para analizar los posibles remedios que podrían adoptarse para cancelar la posibilidad de una abierta violencia del Estado en el futuro.

Según la CVR, la importancia que adquirió el fenómeno subversivo en el Perú estuvo en directa relación con las debilidades mostradas por la democracia formal que se desarrolló en el país entre 1980 y 1992. En este sentido, la inoperancia de las autoridades elegidas alimentó la paulatina abdicación del poder civil, permitiendo la creciente presencia política de las fuerzas armadas (CVR, 2003: IX, 91).

El resultado fue la cada vez más evidente autonomización de las fuerzas armadas, que dio lugar a una situación que las alejó de los controles debidos sobre sus funciones, y que permitió la aparición de instancias que fueron usadas contra los opositores al régimen autoritario vigente en los años ’90 (como fue el caso del SIN).

Entonces, lo acontecido en torno a la violencia política ocurrida en el Perú durante las dos décadas previas, y la actuación que tuvieron las fuerzas armadas en este contexto, hace suponer que el problema a considerar cuando se intenta reformar a estas instituciones es más complejo que lo asumido hasta el momento, y sólo puede ser entendido si nos remontamos a periodos anteriores a 1980. En ese sentido, está claro que la manera como concibieron los militares el problema subversivo y, a su vez, cómo asumieron los gobernantes y autoridades civiles los roles que debían cumplir ante esta circunstancia no fueron productos que se elaboraron en el momento en que se presentó el problema. En gran medida, todo parece indicar que lo que allí se desplegó fue un discurso que fue construyéndose desde mucho antes —inscrito, además, en la forma como fue desenvolviéndose la construcción del Estado nacional peruano durante el siglo XX.

En este sentido, lo crucial para los militares peruanos fue definir a los miembros de la comunidad nacional, y a quiénes serían los que estaban fuera de ella. Además, entre los últimos, no hubo homogeneidad de criterios para caracterizarlos, pues —como intentaremos demostrar a lo largo del presente estudio— hubo quienes mostraron aptitudes para ser incorporados en esta comunidad nacional militarmente imaginada, y hubo quienes no. Aun así, la división no fue tajante, y muchos elementos no sólo se intercambiaron entre ambos grupos sino que, con el transcurso del tiempo, tal como afirmamos líneas arriba, ambas dimensiones operaron una especie de retroalimentación entre ellas.

Descagar aquí:

http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/becas/20120419125101/medrano.pdf

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http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/becas/20120419125101/medrano.pdf

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Una campaña del desierto educativo en Argentina

América del Sur/Argentina/Octubre 2016/http://www.telesurtv.net/

En los primeros días de agosto de este año, el portal de Infobae publicó en su sección Tendencias, “Mis diez libros favoritos:

El listado es variopinto, pero hay al menos dos respuestas relevantes para dar cuenta de sus modos de pensar y hacer la educación.

El primer libro de su lista es la Biblia, toda una definición que es tanto espiritual como ideológica teniendo en cuenta que está hablando como Ministro de Educación.

El anteúltimo de la lista es la biografía de Julio Argentino Roca, expresión individual de una élite dirigente y dominante que ejerció con lucidez y sin piedad la construcción del Estado nacional en el último tercio del siglo XIX.

En el caso de Roca, hay al menos tres grandes definiciones de política pública que lo han puesto en un lugar trascendente de la historia argentina. Por un lado, la sanción de la Ley 1420 de educación primaria común, obligatoria y gratuita. Esta y otras medidas de política educativa dieron nacimiento a un poderoso Sistema Educativo Nacional con una noción de Estado Docente comprometido con la  universalización de la educación entendida como derecho de ciudadanía al cual todos debían acceder. Un segundo hecho – poco difundido- ha sido el sostenimiento de la denominada doctrina Luis María Drago. En efecto, en el filo del siglo XX Venezuela fue atacada por buques europeos por negarse a pagar su deuda externa. Drago, canciller de Roca, dejó sentada la idea de que un país no podía ser invadido militarmente por una deuda soberana. Toda una definición política de indudable inspiración antiimperialista y en defensa de la autonomía de nuestros países. El tercer hecho que lleva inscripta la marca roquista ha sido el genocidio perpetrado contra los pueblos originarios en la denominada Campaña del Desierto. En aquél trágico antecedente de la historia nacional fueron masacrados, esclavizados y sometidas numerosos pueblos a la par que sus tierras eran apropiadas y repartidas entre la naciente oligarquía terrateniente “nacional”.

En la inauguración del Hospital Escuela de la Universidad Nacional de Río Negro en Choele Choel, uno de los escenarios del genocidio, no tuvo el ministro mejor idea que referenciarse en Julio Argentino Roca reivindicando nada menos que la Campaña del Desierto. Dijo: “Esta es la nueva campaña del desierto, pero sin espadas, con educación”. En medio de una rueda de prensa Bullrich tuvo que volver sobre su analogía: “Me refiero a ese proceso histórico, del avance en un territorio que no estaba conquistado, ocupado.”

El discurso puede leerse en dos claves, una ideológica y otra político educativa. En relación a la primera, cabe consignar que el avance criminal del naciente Estado Argentino (nacido entre sangre y barro) constituyó una clase dominante repartiendo entre menos de 300 familias aproximadamente once millones de hectáreas. Entre los beneficiados de esa repartija que marcó a fuego el nacimiento de la oligarquía terrateniente figuran nombres como Martínez de Hoz o el propio Bullrich, antecesor del actual ministro de Educación: todo un (auto)reconocimiento.

Pero en materia de política educativa la metáfora nos habla de otra cosa. Sería el reconocimiento de que el Sistema Educativo heredado es un desierto y que resulta imperiosa una acción decidida del Estado Nacional frente a un orden inaceptable. En otras declaraciones, el ministro habló de la política educativa desplegada en los últimos doce años como un “fraude educativo”.

La “pesada herencia” del período kirchnerista puede exhibir algunos logros concretos: incrementó el financiamiento educativo a niveles inéditos, impulsó una prolífica legislación protectora de derechos, construyó escuelas, mejoró las condiciones laborales docentes, distribuyó notebooks y libros por doquier, promovió programas socioeducativos muy valiosos (como las Orquestas Infantiles, los Centros de Actividades Infantiles y Juveniles, etc.). Desde luego que hubo pendientes, como la construcción de un modelo pedagógico propio y consistente con los afanes democratizadores y emancipatorios enunciados por Cristina Fernandez de Kirchner. No se pudo avanzar, tampoco, lo suficiente en la construcción de un gobierno de la educación capaz de sintetizar la participación y la eficiencia en la toma de decisiones, entre otras tareas pendientes. Se expandió la matrícula en todos los niveles pero fue objeto de debate bajo qué condiciones y con qué resultados reales.

En su lugar, la Campaña del Desierto adquirió el nombre pomposo de Revolución Educativa. El análisis de lo efectivamente desplegado en estos primeros meses de gobierno dista de ceñirse a una Revolución y se parece, efectivamente, a una demoledora acción destructiva que justifica el nombre trágico de Campaña del Desierto.

Una estrategia de desmantelamiento de lo previo es la disolución de equipos ministeriales – como ocurrió con Conectar Igualdad, ligado a las computadoras y su introducción en aulas y escuelas- y la derivación de recursos por el mismo monto presupuestado en 2016, cuando la inflación duplicó las previsiones. Así se produce un verdadero vaciamiento presupuestario que tiene algunas consecuencias muy concretas. En 2015 se incorporaron 150.000 jóvenes-adultos al sistema de educación formal y 29.000 se alfabetizaron: este año, ninguno.

A pesar de una retórica donde se hace hincapié en la “calidad educativa”, al 30 de septiembre se usó menos del 11% de los recursos presupuestados para Innovación y Desarrollo de la Formación Tecnológica; algo más del 19% para infraestructura; el 31% en Acciones Compensatorias y menos del 31% para la Formación Docente. En el presupuesto aprobado para 2016 se había comprometido al distribución de cinco millones de libros, pero no se compraron libros y se informó el cese de compras de literatura para escuelas secundarias. Según fuentes sindicales, este año había que repartir 600.000 computadoras para los y las estudiantes de primer año, pero solo se entregaron 100.000 que eran remanentes del año pasado quedando medio millón de jóvenes sin su notebook.

Repasando los primeros meses de gestión, podremos apreciar en qué consiste la campaña del desierto promovida por el Poder Ejecutivo Nacional: se trata del exterminio de la Educación Pública, o más bien de su reducción a servidumbre para la formación de esclavos y papagayos sometidos a poderes fácticos e institucionales. Las resistencias crecen día a día pues, con todos sus claroscuros, la educación pública argentina tiene en su adn un mandato democratizador e incluyente. Y desde el fondo de su historia, y desde la realidad de muchas aulas, maestros y maestras se resisten con prácticas emancipadoras a aceptar el modelo inaceptable de educar para la exclusión y para el exclusivismo.

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http://www.telesurtv.net/bloggers/Una-campana-del-desierto-educativo-en-Argentina-20161009-0003.html

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Argentina: Convocatoria acto del frente de izquierda en la cancha de Atlanta

Fecha: Sábado 19 de Noviembre

Hora: 15hs: sumate al Acto del

en la cancha de Atlanta

Se acaba de acordar entre los tres partidos nacionales que integramos el FIT un gran acto en el estadio de fútbol de Atlanta. Será el sábado 19 de noviembre a las 15 horas.

Hace años que la izquierda no hace un acto en una cancha de fútbol. Esta vez, la convocatoria la hace el Frente de Izquierda, mostrando su crecimiento y aceptación entre una gran franja de trabajadores y luchadores.

Miles de trabajadores, jóvenes, vecinos de los barrios, el sindicalismo combativo, referentes de la lucha por los derechos de la mujer, bancas del FIT y dirigentes nacionales de las tres fuerzas que lo conformamos (Partido Obrero, PTS e Izquierda Socialista) levantaremos una tribuna obrera y socialista contra el gobierno nacional y los gobernadores, contra las agachadas de la burocracia sindical y por una alternativa política de los trabajadores y de la izquierda.

El acto ha sido convocado mediante una declaración política común titulada «Contra el ajuste de Macri y de los gobernadores. No son ninguna alternativa el PJ/FPV, Massa ni la centroizquierda. Por una alternativa política independiente de los trabajadores y la izquierda», la cual reproducimos más abajo.

El acto es un gran paso unitario entre las fuerzas del FIT. Que se haga en un estudio de fútbol como la cancha de Atlanta (Capital) muestra el importante crecimiento del FIT en todos estos años. Se acordó que haya nueve oradores (tres por cada partido) referentes del sindicalismo combativo, luchadoras mujeres y dirigentes políticos.

Hace tiempo que nuestro partido viene insistiendo en que el Frente de Izquierda se debe postular unitariamente ante los hechos políticos del país. A fines de agosto enviamos a las fuerzas del frente una carta llamando a concretarlo. Decíamos: «Desde Izquierda Socialista estamos completamente de acuerdo en preparar un acto unitario y cualquier otra actividad que fortalezca y desarrolle el Frente de Izquierda […] contra el ajuste del gobierno nacional y los provinciales en base al programa del FIT […] Acordemos ya un gran acto unitario para seguir fortaleciendo al Frente de Izquierda para el mes de noviembre. Sin condicionamientos y respetando el programa que tenemos acordado».

Que la convocatoria se haya concretado ha llenado de entusiasmo a toda la militancia del Frente de Izquierda, para salir a invitar en los lugares de trabajo, estudio y en las barriadas populares, en Buenos Aires y en el interior del país. Pero el acto no sólo concita expectativas entre la militancia de nuestros partidos (y otros grupos que impulsan el FIT) sino que será una oportunidad para que la denominada izquierda independiente (no ligada a las estructuras partidarias) y a que luchadores que vienen rompiendo con los distintos partidos patronales (en especial del kirchnerismo) lo vean con simpatía y concurran a escuchar las propuestas de la unidad de la izquierda que conquistamos con el FIT. Cientos de luchadores obreros y juveniles salen a luchar contra el ajuste y muchos de ellos, decepcionados con lo viejo, buscan una verdadera alternativa para enfrentar a los políticos patronales. A todos ellos invitamos al acto.

Es una gran oportunidad para, a través del acto, darle el apoyo a las luchas contra el ajuste y por la reapertura de las paritarias. Será una tribuna para denunciar la tregua de la CGT y llamar a un paro nacional CGT-CTA para enfrentar el ajuste de Macri y los gobernadores y sus políticas antiobreras. Para mostrar el avance del sindicalismo combativo con sus principales referentes. Y fundamentalmente, el acto servirá para ratificar la importancia de seguir impulsando una alternativa política completamente distinta, no sólo al gobierno de Macri, sino también a la oposición patronal del conjunto del peronismo, el kirchnerismo, el Frente Renovador de Sergio Massa y la centroizquierda. Un acto para plantear que la salida de fondo pasa por luchar por el programa que postula el Frente de Izquierda.

Llamamos a los trabajadores, jóvenes y demás luchadores a tomar desde ahora el acto en sus propias manos. A prepararse para concurrir a Atlanta. A garantizar las recorridas de los colectivos. A invitar masivamente en los lugares de trabajo, fábricas, establecimientos, escuelas, hospitales, universidades y colegios. Manos a la obra: ¡Todos a Atlanta!

Fuente:

http://www.izquierdasocialista.org.ar/index.php/elecciones-2013-fit/4228-sabado-19-de-noviembre-acto-del-frente-de-izquierda-en-la-cancha-de-atlanta

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libro:Paradoxos da segurança cidadã

América del Sur/Brasil/Octubre 2016/http://biblioteca.clacso.edu.ar/

Reseña:

Jose Vicente Tavares dos Santos. César Barreira. [Organizadores]

Juan S. Pegoraro. Roberto Briceño León. Joana Domingues Vargas. José Alfredo Zavaleta Betancourt. Andrés Antillano. Eduardo Paes Machado. Ernesto Treviño Ronzón. Roberto Luis Gustavo Gonzalez. Pablo Emilio Angarita Cañas. Arturo Alvarado Mendoza. Alberto Concha-Eastman. Nilia Viscardi. Efraín Quiñonez León. Gabriela Figueroa. Gilson Macedo Antunes. Giselle Hoover. Ricardo Pinheiro Maia Júnior. Raquel Alencar Barreira Rolim. Henrique Figueiredo Carneiro. Alexandra Agudelo López. Luiz Fábio S. Paiva. Glaucíria Mota Brasil. Rochele Fellini Fachinetto. Jacqueline Sinhoretto. Julio Mejía Navarrete. César Barreira. [Autores de Capítulo]
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Secretaría Ejecutiva.
ISBN 978-85-86225-96-3
CLACSO. Tomo Editorial.
Porto Alegre.
Julio de 2016

paradoxos

Este livro reconstitui um campo intelectual acerca da violência e da segurança cidada na América Latina, salientando as dinâmicas reprodutoras da violência –em suas formas econômicas, sociais, culturais e institucionais– e as dificuldades do sistema de justiça criminal em reduzir os crimes violentos e os homicídios. Na América Latina, no início do século XXI, muitos governos de centro-esquerda implementaram políticas sociais inclusivas e estratégias de política internacional orientadas pelo multilateralismo. No campo de controle social, entretanto, os mesmos governos acentuaron, em vários aspectos, políticas policiais repressivas, um judiciário penalizante e um aumento do encarceramento; ou seja, veremos aqui os paradoxos entre políticas de inclusao social e políticas de segurança pública repressiva.
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Problemas de la paz y la guerra en el capitalismo actual

Por: Atilio Borón

Se me ha pedido que comparta con ustedes algunas observaciones sobre el tema de la paz y la guerra en el capitalismo actual. Es, sin duda, un asunto de la mayor importancia porque el capitalismo estuvo desde su nacimiento asociado a la guerra y al arte militar. Diversos escritos de Marx y Engels así lo confirman, tanto como sus cuidadosos seguimientos de las guerras en curso dentro y fuera del continente europeo. En su Introducción General a la Crítica de la Economía Política, de 1857, Karl Marx nos dice que “la guerra se ha desarrollado antes que la paz: mostrar la manera en que ciertas relaciones económicas tales como el trabajo asalariado, el maquinismo, etcétera, han sido desarrollados por la guerra y en los ejércitos antes que en el interior de la sociedad burguesa.”1 De los dos jóvenes amigos fue Friedrich Engels quien se especializó en el estudio sistemático de la problemática militar. Este, a quien por su pasión por las cuestiones de la guerra Marx lo había apodado como “el general”, dejó innumerables escritos dispersos a lo largo de su obra que son una fuente fundamental de reflexión sobre el tema que nos ocupa.2

Va de suyo que no será el objetivo de esta presentación indagar en las reflexiones de Marx y Engels sobre la materia. Tampoco haré un examen del corpus de teorizaciones en torno a la guerra surgido al calor de la Primera Guerra Mundial, en donde Lenin, Trotksy, Rosa Luxemburg, Kautsky y, más tarde, Gramsci, se refieren extensamente al tema. El propósito de esta intervención está fuertemente signado por las exigencias que impone la coyuntura y, por consiguiente, me limitaré a invitar a los lectores y a quienes están aquí presentes a incursionar en esos escritos militares de los padres fundadores y de las principales figuras del marxismo clásico. En todo caso será suficiente señalar aquí que en la medida en que la tradición marxista coloca en el centro de la dinámica histórica el enfrentamiento social era tan sólo lógico que sus análisis sociológicos y económicos terminaran refiriéndose, de una u otra manera, a la guerra social, desarrollada abierta o encubierta. Por eso en el célebre Manifiesto del Partido Comunista Marx y Engels hablan de “la guerra civil más o menos encubierta” que se desarrolla en las sociedades burguesas y de ahí también la permanente referencia a los escritos sobre la guerra de Carl von Clausewitz, el más importante teórico de la guerra en aquellos tiempos.3

Dicho lo anterior vayamos al grano.

I. Caracterización de la fase actual del capitalismo: la tercera ola de la expansión imperial.

La expansión/mundialización del modo de producción capitalista es un rasgo estructural de este sistema económico. Adquiere un impulso especial luego de la Segunda Revolución Industrial que, a mediados del siglo diecinueve, modificó radicalmente el panorama de los transportes y los medios de comunicación. La revolución en la navegación y el ferrocarril, y la telegrafía sin hilos dieron un nuevo impulso al comercio mundial y a la expansión territorial del capitalismo. Poco más de un siglo después, en la época actual, las telecomunicaciones, la Internet y los avances en los transportes aéreo, marítimo y terrestre producirían idénticos resultados pero en una escala incomparablemente mayor.

Hoy estamos inmersos en lo que apropiadamente podría llamarse “la tercera ola” de la expansión imperialista. La primera tuvo su origen como colofón de la Segunda Revolución Industrial y logró que las principales potencias coloniales europeas se repartiesen el mundo, pillaje consagrado y legalizado en la Conferencia de Berlín de 1884-85 que si bien tuvo como eje de las discusiones el desmembramiento de África también tuvo implicaciones para el resto de los países que luego serían denominados como el Tercer Mundo. Las consecuencias de esta división criminal e irresponsable la sufren muchos pueblos hasta el día de hoy. La tragedia que enluta a muchos países africanos y al Medio Oriente tiene en esa conferencia una de sus causas más significativas. Esta primera ola de expansión imperialista culmina con la carnicería de la Primera Guerra Mundial, el derrumbe de cuatro imperios: el Zarista, el Alemán y el Austro-Húngaro y, en cámara lenta, el Otomano; y nada menos que con el triunfo de la Revolución Rusa, abriendo una nueva etapa en la historia universal.

Lo que sigue no es la paz sino un armisticio. Para algunos autores, como Immanuel Wallerstein en varios de sus escritos, en realidad no hubo dos guerras mundiales sino una, con una tregua de dos décadas hasta que, realineadas las fuerzas y las alianzas, se produjo la batalla definitiva en lo que normalmente se reconoce como la Segunda Guerra Mundial. Si en la anterior cayeron cuatro imperios, en esta se derrumbaron los dos que quedaban en pie: el imperio británico y el francés, sobreviviendo en extrema precariedad aventuras imperiales marginales como la de los belgas y los holandeses. La Segunda Guerra Mundial, además, observó el imprevisible y hasta increíble fortalecimiento de la Revolución Rusa, que no sólo había sobrevivido a los horrores de la guerra civil y la invasión por una veintena de ejércitos de las “democracias occidentales” dispuestas a hacer lo que fuere necesario para acabar con la peste soviética sino que su protagonismo fue decisivo para derrotar al Nazismo. No sólo eso: con la derrota de las potencias del Eje se hundió también la vieja y compleja estructura del sistema internacional cuya potencia integradora era el Reino Unido para dar lugar a una más simplificada, de carácter bipolar y que enfrentaba en la cúspide a dos potencias y sus aliados y vasallos: Estados Unidos y la Unión Soviética.

La redistribución del poder económico, político y militar internacional unida a la fenomenal destrucción de vidas humanas, territorios y fuerzas productivas provocada por la conflagración no podía sino dejar profundas huellas en la conciencia de la época, especialmente si se tiene en cuenta que fue en ese marco cuando se realizaron los dos mayores atentados terroristas de la historia universal: el bombardeo atómico sobre las indefensas ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Suele decirse que la segunda posguerra abriría el capítulo más esplendoroso de la historia del capitalismo, el famoso “cuarto de siglo de oro” transcurrido entre 1948 y 1973. Fue en ese breve lapso que, según la recientemente fallecida teórica marxista Ellen Meiksins Wood, el capitalismo dio lo mejor que podía ofrecer: expansión de la ciudadanía, de los derechos sociales y laborales, construcción de regímenes democráticos, fortalecimiento de las organizaciones populares, de los sindicatos, de los partidos comunistas. Ese período llegó a su abrupto fin a mediados de los setentas con el auge del neoconservadurismo en los países desarrollados y la implantación de sangrientas dictaduras militares en casi toda América Latina y, tal como lo asegurara Meiksins Wood, ya no volvería a repetirse. Con la desintegración de la Unión Soviética el capitalismo retornó a su normalidad y las antiguas conquistas fueron o bien suprimidas de plano o severamente recortadas, al paso que las democracias burguesas fueron sufriendo una perversa metamorfosis que las convirtió en vergonzantes plutocracias. La soberanía popular europea descansa en los tentáculos de la Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) que saca y pone gobiernos a su antojo, como lo demuestran varios casos, siendo Grecia el más resonante de todos, aunque lejos de ser el único. En otras palabras, si la dominación del capital admitió aquellos avances en materia de derechos ciudadanos y organización democrática fue debido a la presencia amenazante de la Unión Soviética y el peligro de un “contagio” con el “virus ruso” que diera por tierra los regímenes burgueses imperantes en la época.

Pero como lo recuerda en su notable obra el historiador catalán Josep Fontana entre el fin de la Segunda Guerra y el inicio del “cuarto de siglo de oro” hubo tres años terribles. La URSS perdió 27 millones de vidas, especialmente de varones jóvenes. La ocupación alemana arrasó 1.710 ciudades y unas 70.000 aldeas. Alemania y Japón vieron destruido gran parte de sus territorios por los bombardeos. Y a esta devastación se sumó el hambre, producto de la destrucción de la agricultura, la sequía que arruinó las cosechas de 1946 y el inusualmente frío invierno de 1946-1947. “A los millones de muertos causados por la guerra” –observa Fontana- “habría que sumarles otros millones de víctimas de las grandes hambrunas de 1945 a 1947.” 4

Un tendal que sumando las gentes que murieron no sólo en el escenario europeo sino también en el asiático, sobre todo a causa de los horrores de la ocupación japonesa, se llega fácilmente a unos 100 millones de personas sacrificadas en el altar de la tasa de ganancia del capital. Este fue el necesario preámbulo de aquellos años “gloriosos” de 1948-1973, que coincidieron con la veloz expansión del imperialismo norteamericano a escala planetaria, cuyos orígenes se remontan a su expansión en la región centroamericana y caribeña en las postrimerías del siglo diecinueve y, sobre todo, a su secuestro de la victoria cubana sobre el colonialismo español en 1898. Después de la SGM con el Reino Unido y Francia desbaratados, sus colonias en franca rebeldía y sin rivales a la vista, la expansión imperial norteamericana parecía que no conocería límites. Esta fue la segunda ola imperialista, que coincide en términos generales con los “años gloriosos”. Sólo que con la recuperación europea y japonesa, visible desde los años sesentas, el paisaje del imperialismo comienza a reconocer múltiples banderas y no sólo la de las estrellas y barras de Estados Unidos. Las transnacionales norteamericanas poco a poco comenzaron a verse desafiadas por la rápida aparición de grandes conglomerados corporativos de origen europeo y japonés primero, y luego de otros países, principalmente Corea del Sur.

La segunda ola imperialista culminó con el abandono del keynesianismo, el retorno de la ortodoxia (al decir de Raúl Prebisch), el auge de la globalización neoliberal impulsada por los enormes avances tecnológicos en el campo de la informática, las telecomunicaciones y el transporte. Todo esto en un clima conservador orquestado por un formidable tridente reaccionario compuesto por Ronald Reagan, Margaret Thatcher y el Papa Juan Pablo II. Al finalizar la década de los ochentas se derrumba el Muro de Berlín y, poco después, se desintegraría la Unión Soviética. Parecía entonces que la victoria de Occidente estaba asegurada y así algunos intelectuales y académicos estadounidenses, de pensamiento rápido que se mueve en la superficie de las cosas, concluyeron que había llegado la hora del “nuevo siglo (norte)americano” y que de ahora en más la estructura del sistema internacional sería “unipolar”. Ni lerdos ni perezosos las corporaciones y las agencias del gobierno federal comenzaron a alimentar financieramente a una fundación creada con el objeto de elaborar la hoja de ruta de ese nuevo siglo que aparecía como tan propicio para Estados Unidos. Centenares de académicos, expertos e intelectuales se dieron a la tarea de diseñar los contornos de tan promisoria jornada. Bill Clinton, en compañía de sus mayordomos británicos hizo lo suyo: desmontó las últimas piezas que quedaban en pie de las regulaciones financieras y creó el mundo soñado por Wall Street y la City londinense. Parecía, efectivamente, que todo estaba bajo control. El ALCA no era sino la manifestación hemisférica de este proceso de reorganización global de un imperio sin rivales.

Pero, como lo dice Rubén Blades, “la vida te da sorpresas” y vaya si las tuvo Washington. Primero que nada, en medio de estos himnos y cantos de alegría por el nuevo siglo americano se producen los atentados del 11 de Septiembre, el primer ataque en territorio norteamericano en casi dos siglos. Recuérdese que Estados Unidos había participado en las dos guerras mundiales sin que un tiro se disparase en su territorio. Súbitamente el país cayó en la cuenta de su terrible vulnerabilidad, y que el enorme presupuesto militar no garantizaba su inviolabilidad. Si militarmente Estados Unidos dejaba de ser inexpugnable, el vertiginoso ascenso de China –no inesperado pero sí prematuro, según los analistas del imperio, que lo estimaban para el año 2030 aproximadamente- junto con el inquietante retorno de Rusia a los primeros planos de la política mundial, la impetuosa entrada de la India en los asuntos internacionales y la consolidación de una serie de potencias regionales como Brasil, Sudáfrica, Indonesia, Corea del Sur y Turquía configuraron un escenario global muchísimo más desafiante que el de la era bipolar. Porque ahora, con la desintegración de la Unión Soviética y los avances de la informática la no proliferación nuclear se convertía en una quimera, y la “seguridad nacional” de los Estados Unidos demostraba ser más incierta que antaño.

Es en este escenario que la liberalización financiera y comercial, junto con la violenta aplicación de las políticas neoliberales en casi todo el mundo dio lugar al tercer ciclo de expansión imperialista, que precisamente cobra impulso en la década de los noventas y que continúa hasta nuestros días, incorporando profundamente como cotos de caza del capital imperialista a regiones y países otrora vedados a sus ambiciones: Rusia, los países del Este europeo, China, Vietnam, todo lo cual permite hablar de un imperialismo recargado y estimulado por nuevos horizontes en los cuales desarrollar sus proyectos. Varios son los signos distintivos de este tiempo, pero quisiera llamar la atención sobre dos. En primer lugar, el acelerado ritmo de concentración de la riqueza en todos los países desde China a Estados Unidos, sin ninguna relevante excepción. Esto ha sido denunciado recientemente por Oxfam en su reporte ante el Foro Económico Mundial de Davos al señalar que según estimaciones oficiales al momento actual el 1 por ciento más rico de la población mundial detenta el control del 51 por ciento de la riqueza del planeta, es decir, más que lo que posee el 99 por ciento de la población mundial.5 En línea con lo anterior, un estudio realizado bajo los auspicios de la Universidad de Zurich ha demostrado que 147 mega corporaciones controlan el 40 por ciento de la riqueza del planeta.6 La segunda seña de identidad de la fase actual ha sido la intensificación de la carrera armamentista, el surgimiento de varias zonas de extrema tensión bélica y el aumento en el número de guerras y de sus víctimas. Hay en la actualidad tres puntos calientes en el sistema internacional: el polvorín del Medio Oriente, infame consecuencia de la rapacidad de Estados Unidos y sus compinches europeos que no han hesitado un minuto en destruir países enteros (Líbano, Siria, Irak, Libia, entre los más recientes) con tal de apropiarse de su petróleo, que es lo único que les interesa. Han desencadenado una serie de dramas humanitarios como el mundo no había visto desde fines de la SGM. Segundo punto caliente: Ucrania y su extensión en Europa del Este, en donde el afán de la Casa Blanca y la Unión Europea de contener al “oso ruso” (¡que no soviético!) ha llevado a promover un golpe de estado en aquel país, con el activo protagonismo del Departamento de Estado en la persona de su Subsecretaria, Victoria Nuland, y desplazar las tropas de la OTAN hacia la propia frontera ruso-ucraniana. Esto pese a que cuando se derrumbó la URSS los líderes de las “democracias” occidentales juraron solemnemente que la OTAN “no se movería ni una pulgada en dirección al Este.” Se movieron varios centenares de kilómetros. El tercer punto caliente se localiza en el Mar del Sur de la China, rico en petróleo, y que es un territorio en disputa entre varios países: China, Japón y Vietnam, entre los más directamente involucrados. Esta es una situación que puede fácilmente salirse de control, al igual que las ya señaladas y de una gravedad especial: Washington puede reaccionar tibiamente ante una invasión de Rusia a Ucrania, o una retaliación de Moscú a Turquía por el derribo del avión ruso. Pero no puede sino reaccionar con toda su fuerza si China, el segundo presupuesto militar del planeta, decidiera atacar a Japón.

En resumen, esta fase, tercera en la historia de la expansión imperialista, presenta como todas las demás la guerra como su necesaria contrapartida. Esta lacerante realidad demuestra, por enésima vez, los errores de la teoría del super-imperialismo, o ultraimperialismo, desarrollada en primer lugar por Karl Kautsky y continuada por muchos de sus seguidores contemporáneos que insisten en rechazar la tesis de que el imperialismo podría hoy, no necesariamente en el pasado pero sí hoy, desembocar en una guerra entre potencias capitalistas. Pese a su glorioso pasado soviético Rusia lo es, y con sus peculiaridades, también lo es China. Y para los más recientes documentos del Pentágono y el Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos Rusia es, explícitamente, el enemigo a derrotar. Aparte de ello hay que tener en cuenta que aún durante los años del bipolarismo Estados Unidos-Unión Soviética, las guerras proliferaron sin cesar en la periferia del sistema, y en la actualidad el panorama lejos de haber mejorado no hizo sino agravarse.

II. Factores explicativos

¿Cómo entender esta delicada situación actual? Sucintamente hablando, y a riesgo de simplificar demasiado esta presentación, digamos que hay tres rasgos del sistema internacional que pueden ofrecer algunas claves interpretativas para comprender esta escalada guerrerista.

En primer lugar, la inestabilidad del equilibrio geopolítico mundial es un elemento de decisiva importancia. Uno tras otro los diversos documentos elaborados por los organismos militares y de inteligencia de Estados Unidos insisten en señalar que el nuevo escenario mundial está erizado de amenazas a la seguridad nacional y que, en consecuencia, el país debe prepararse para varias décadas de guerras. La paz es algo que ni se menciona en estos documentos; el supuesto básico es la continuación indefinida de la guerra, sea de carácter “preventivo”, como lo planteara George W.Bush; sea de tipo “retaliatorio” ante un ataque a los Estados Unidos, a sus aliados o a sus ciudadanos. El multipolarismo actual es un formato del sistema internacional relativamente novedoso. Hubo en el pasado algo que se llamó “Concierto de Naciones” pero era un sistema exclusivamente europeo: ni Estados Unidos, ni Japón y menos aún la China tenían parte en esos acuerdos que perduraron desde la paz de Westfalia (1648) hasta su estrepitoso derrumbe con la Primera Guerra Mundial. Durante esos casi tres siglos ningún país extra-europeo tenía algo que decir en las mesas de negociaciones. Hoy es muy diferente, porque las potencias extra-europeas han empequeñecido a la declinante y decadente Europa y los consensos difíciles del pasado, entre naciones que compartían básicamente una misma cultura, son muchísimo más difíciles de lograr en la actualidad cuando quienes toman parte de la discusión son naciones y gobiernos portadores de cosmovisiones muy diferentes y, en cierto sentido, incompatibles. Y, por supuesto, intereses muy diferentes y claramente incompatibles. Bajo estas condiciones, la paz se convierte en una empresa que debe sortear enormes dificultades para su concreción y marca también la excepcionalidad de América Latina que, de lejos, es la macroregión más pacífica del planeta. Los principales líderes de la izquierda y el progresismo latinoamericano no han dejado de marcar esta singularidad, ratificada además formalmente por la aprobación, en Enero de 2014, en el marco de la Segunda Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que tuvo lugar en La Habana, de América Latina y el Caribe como una zona de paz.

Segundo, un factor que alienta y promueve las guerras y la violencia es la creciente gravitación del complejo militar-industrial-financiero en el proceso decisorio del gobierno norteamericano y, en poca menor medida, de sus aliados europeos. Esa infernal maquinaria vive de la guerra y para la guerra. Para ellos la paz significa su ruina, la bancarrota, y la única estrategia razonable para estas megacorporaciones es estimular los conflictos y las rivalidades por todos los medios posibles. Su tasa de ganancia está directamente asociada con la guerra y es inversamente proporcional a la paz. Su poderío es inmenso: fue denunciado nada menos que por el presidente Dwight Eisenhower en su discurso de despedida del 17 de Enero de 1961 y lo describió como la más seria amenaza para la libertad y la democracia de Estados Unidos. A lo largo de más de medio siglo ese inmenso poder no hizo otra cosa que acrecentarse, hasta asumir proporciones monstruosas. Si en aquella época era una amenaza hoy es quien realmente manda en Estados Unidos, acelerando el tránsito de una república democrática a un régimen plutocrático.7 Es decir una forma política que, parafraseando a Lincoln, es el gobierno del dinero, por el dinero y para el dinero. Y dado que el gasto militar de Estados Unidos es el principal motor de la economía, aglutinando en su seno a sectores industriales, financieros y petroleros, es en interés de los gobiernos otorgar toda clase de garantías a las empresas de ese sector. Y estas, a su vez, disponiendo de fenomenales recursos, se convirtieron en las principales e indispensables financiadoras de las carreras políticas de representantes, senadores, gobernadores y presidentes, prostituyendo definitivamente el funcionamiento de la democracia en Estados Unidos y abriendo las puertas para la constitución de la plutocracia que hoy gobierna a ese país. No es de extrañar, en consecuencia, que desde la Guerra de Corea en adelante Estados Unidos no haya conocido un solo año sin estar en guerra. Tampoco lo es que, pese a los optimistas anuncios, el gasto militar haya aumentado aún luego de la desaparición de quien durante los largos años de la Guerra Fría fuera su enemigo fundamental: la Unión Soviética. En este sentido, la operación propagandística del imperio en el sentido de exaltar los “dividendos de la paz” como fuente de una renovada ayuda al desarrollo quedó rápidamente al desnudo. Ni se mejoró la asignación de recursos para facilitar el progreso económico y social de los países de la periferia ni se redujo la escalada del gasto militar. Según los cálculos más rigurosos el gasto militar total de Estados Unidos superó el umbral considerado hasta no hace mucho como absolutamente insuperable de un billón de dólares, es decir, un millón de millones de dólares, lo que equivale aproximadamente a la mitad del gasto militar mundial.8 Con perfiles menos acusados que en Estados Unidos el complejo militar-industrial-financiero también opera en los países europeos, Japón y Corea del Sur. En otras palabras, la acumulación capitalista siempre estuvo signada por la violencia (si no, cómo explicar la “Conquista de América”, o el masivo despojo del campesinado en los países del capitalismo metropolitano) y en tiempos recientes esta violencia se ha institucionalizado y profundizado pari passu con el fenomenal crecimiento del aparato militar, lo que impulsa las guerras a la vez que socava los fundamentos de la democracia tanto en el mundo desarrollado como en la periferia del sistema.

Un tercer elemento que impulsa las guerras es lo que un autor como Michael Klare ha denominado “la cacería de los recursos naturales”.9 En un mundo cada vez más amenazado por el agotamiento de ciertos bienes comunes de carácter estratégico, comenzando por el agua y siguiendo por el petróleo, la biodiversidad, los minerales estratégicos y los alimentos, y frente a un imparable aumento de la población mundial que, hacia mediados de este siglo, cruzaría la barrera de los 10.000 millones de habitantes, las principales potencias se han lanzado con toda su fuerza en una campaña mundial para asegurarse los insumos básicos requeridos por un patrón de consumo capitalista caracterizado por la utilización irracional y el derroche de los recursos naturales. Para nadie es un misterio que la vigorosa expansión de China en los países del Tercer Mundo tiene como objetivo fundamental asegurarse el suministro de ciertos recursos naturales imprescindibles para su economía, fenómeno este que se manifiesta sobre todo en África pero también, aunque en menor medida, en América Latina. No es necesario ser un pesimista radical para reconocer que muy a menudo lo que comenzó como una guerra comercial termina siendo una guerra en el sentido más integral del término.

III. El lugar de América Latina y el Caribe

En este escenario en donde la guerra –o la amenaza de su estallido- es el telón de fondo sobre el cual se desenvuelven las relaciones internacionales América Latina y el Caribe juegan un papel de especialísima importancia.

Por empezar, somos la región del mundo mejor dotada de recursos naturales: con 7 por ciento de la población mundial disponemos entre el 42 y el 45 por ciento del agua dulce de la Tierra. Somos, además, el pulmón del planeta, dueños de la mitad de la biodiversidad mundial, sede de enormes depósitos de petróleo, gas y minerales estratégicos y de tierras extraordinariamente bien dotadas para la producción de todo tipo de alimentos de origen vegetal o animal. Esta formidable dotación suscita los apetitos del imperio norteamericano por subordinar, a cualquier costo, a un país como Venezuela, cuyas reservas comprobadas de petróleo son las mayores del mundo, hoy superiores a las de Arabia Saudita. Un continente que cuenta con el 80 por ciento de las reservas mundiales de litio, fuente energética fundamental para toda la industria microelectrónica y sus derivados (teléfonos móviles, computadoras en sus diversas variantes, cámaras fotográficas corrientes y satelitales, filmadoras, automotores híbridos y así sucesivamente). La nanotecnología y sus increíbles aplicaciones tienen como fundamento práctico la biodiversidad, de la cual América Latina (y especialmente Sudamérica) tienen el mayor caudal del planeta. Ni hablemos del agua, crucial para un país como Estados Unidos cuyo derroche de ese líquido elemento lo ha llevado a convertir el otrora impetuoso río Colorado, capaz de cavar un profundo cañón en Arizona en un arroyo que a menudo no llega ni siquiera a desaguar en el Océano Pacífico. Tendrían que ser unos tremendos ignorantes los administradores imperiales (y no lo son) como para ser indiferentes ante una realidad tan exuberante como la que ofrece nuestra región. Por eso, desde los inicios de su vida independiente, Estados Unidos consideró a esta parte del mundo como su “patio trasero”, su zona de seguridad. Y por eso también tanto Fidel como el Che no se cansaron de decir que América Latina y el Caribe eran “la retaguardia estratégica del imperio.”

En segundo lugar, las concepciones estratégicas militares de Estados Unidos desde los años fundacionales de la república siempre adhirieron a la tesis de la “gran isla americana”, extendiéndose desde Alaska hasta Tierra del Fuego. Esta concepción militar asume que la seguridad nacional de Estados Unidos depende de la capacidad de Washington para evitar que poderes extracontinentales hagan pie firme en algún sector de la isla americana, o que existan en ella gobiernos hostiles a los designios de Estados Unidos. Esta concepción se perfeccionó desde mediados del siglo diecinueve y adquirió connotaciones claramente belicosas hacia el final de ese siglo con sucesivas invasiones a varios países de Centroamérica y el Caribe, incluyendo a México. La “Doctrina Monroe” de 1823 y el Corolario a dicha pieza doctrinaria formulada por Theodore Roosevelt en 1904 plantean abiertamente la aspiración hegemónica de Estados Unidos sobre esta dilatada geografía que yace al sur del Río Bravo. A resultas de ello Washington puede tolerar, aunque sea a regañadientes, un gobierno socialista en algún país africano (casos de Mozambique, Zimbawe o Angola, en determinadas épocas) pero responde con fulminante brutalidad cuando una pequeña isla de 344 km2 y 90.000 habitantes como Granada comete “el error” de elegir, en 1979 un gobierno socialista radical bajo el liderazgo de Maurice Bishop. La respuesta de la Administración Reagan no se hizo esperar: en Octubre de 1983 despachó un poderoso contingente militar compuesto por casi 8.000 hombres (poco menos que el 10 por ciento de la población invadida) y en pocos días depuso al gobierno y ejecutó al Primer Ministro Bishop y sus principales colaboradores. La justificación por este crimen: la construcción de un nuevo aeropuerto para facilitar el turismo a la isla, lo cual fue interpretado por los criminales de Washington como un perverso plan para facilitar el aterrizaje de aviones de guerra soviéticos en el Caribe. Nada siquiera remotamente semejante fue jamás hecho por Estados Unidos en ninguna otra región del planeta ante un país de las pequeñas dimensiones y casi nula gravitación de Granada, salvo en América Latina y el Caribe, díscola y turbulenta frontera de un imperio protegido por un enorme hinterland y dos grandes océanos.10 El único peligro proviene del Sur, del mundo del subdesarrollo latinoamericano. Es a causa de ello que, si bien con algunos matices, argumentos semejantes a los expresados en el caso de Granada sobre una supuesta amenaza a la “seguridad nacional” han seguido esgrimiéndose hasta el día de hoy. Se hizo antes con la Guatemala de Arbenz en 1954, con Cuba desde el 1° de Enero de 1959, después con la revolución nicaragüense en 1979 y, apenas ayer, en Marzo del 2015, lo reiteró el presidente Barack Obama cuando emitió una orden ejecutiva estableciendo una “emergencia nacional” por la amenaza “inusual y extraordinaria” a la seguridad nacional y a la política exterior causada por la situación en Venezuela.

De todo lo anterior se desprende que Washington se opondrá a cualquier proceso genuinamente democratizador que se escenifique en nuestros países. Cualquier fuerza política que acceda al gobierno y trate de hacer verdad aquello de la soberanía popular -que se asienta sobre la soberanía económica y política en un mundo de naciones poderosas, imperialistas y colonialistas, y países débiles y sometidos- será ferozmente combatido por el imperio. Cuando Obama y sus colaboradores hablan de la “normalización” de las relaciones con Cuba y con los países del hemisferio lo que entienden por ello es regresar a la situación en que se encontraba esta parte del mundo al anochecer del 31 de Diciembre de 1958, es decir, en las vísperas de la Revolución Cubana. “Normalizar” es un eufemismo que oculta la intención de encuadrar y subordinar a los países de Nuestra América para que sirvan de apoyatura a las aventuras imperiales de Washington, tanto en esta parte del mundo como en otros continentes. Piénsese si no en la parafernalia de vínculos existentes entre los aparatos de inteligencia norteamericanos (nada menos que dieciséis según la última cuenta) y los organismos militares y policiales del imperio con sus homólogos de América Latina y el Caribe. El gobierno de Estados Unidos entrena a nuestros espías, soldados y policías; les enseña tácticas de interrogatorio; les aporta las armas, y junto con las armas, la definición doctrinaria de quienes son los amigos y quienes los enemigos a los cuales habrá que disparar; coordina con sus ejercicios conjuntos las labores de nuestros ejércitos de aire, mar y tierra; tiene escuelas especiales, como la remozada Escuela de las Américas, ahora cambiada de nombre pero que sigue cumpliendo las mismas funciones; mantiene en vigor la Junta Interamericana de Defensa, para coordinar los estados mayores de nuestras fuerzas armadas en función de las prioridades y necesidades militares de Estados Unidos. Todo esto sigue en pie, pese a los esfuerzos de la UNASUR y sus tentativas de concebir y coordinar una estrategia sudamericana de contención de la virulencia imperial. Hay, eso sí, algunas valiosas excepciones como Cuba, naturalmente; Venezuela y, sólo parcialmente, Bolivia y Ecuador. Hablar de imperialismo, violencia y guerra es algo tan elemental que no debería exigir mayores argumentaciones.

IV. Conclusiones.

Nuestro continente es prioridad número uno para la política exterior de Estados Unidos. Es la región más importante del mundo, de lejos. Hemos planteado esto en todo detalle en un trabajo previo y no tiene sentido insistir sobre el tema en este lugar.11 Washington puede perder Angola, Namibia, Nigeria, Cambodia, Vietnam, pero no se quedará de brazos cruzados ante la perspectiva de perder Granada, Nicaragua, Cuba, Chile, ni digamos Brasil o Venezuela. Puede esforzarse por “contener al comunismo” como lo hizo en los años de la Guerra Fría y, para ello, elaborar una serie de alianzas regionales. Siendo que el eje articulador de la revolución comunista mundial (como se decía en esos años en Washington) estaba en Europa, en Moscú para ser más precisos, ¿fue Europa la primera beneficiaria de la estrategia de contención que elaborara George Kennan para el presidente Harry S. Truman? ¡No! Fue América Latina. En un mundo amenazado por el riesgo mortal de la dominación comunista la primera región que Estados Unidos puso a salvo de esa indeseada eventualidad fue América Latina. En 1947 firma el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) con ese propósito. ¿Y Europa? Tendría que esperar dos años más, pues recién en Abril de 1949 se crearía la OTAN. Y en el apogeo del auge progresista en la región y en coincidencia con los anuncios del presidente Lula da Silva informando al mundo el descubrimiento de los grandes yacimientos petrolíferos en el litoral paulista la respuesta de la Casa Blanca fue ordenar la reactivación de la Cuarta Flota, que había sido desactivada en 1950. Como lo dice un conocido aforismo estadounidense, “first things first”, o sea, “lo primero es lo primero”. Y lo primero es América Latina. Si Africa cae en manos del comunismo es un problema; si cae Asia es un problema mayor; si cae Europa es una tragedia; pero si cae América Latina es una catástrofe de incalculables proyecciones. Porque Asia, África y Europa están lejos, separadas por grandes océanos. Pero desde América Latina los enemigos del imperio ¡pueden llegar caminando!, como en medio de la psicosis despertada por la revolución sandinista se escuchaba en los pasillos del gobierno estadounidense en Washington. Los cambios en el paisaje sociopolítico latinoamericano desde finales del siglo veinte marcaron un importante retroceso de la influencia norteamericana en la región. El rechazo del ALCA fue una durísima derrota para el imperio, y la consolidación de una serie de gobiernos progresistas, algunos de izquierda y la heroica sobrevivencia de la Revolución Cubana marcaron a fuego todo el período abierto desde la elección presidencial de Chávez en Diciembre de 1998 hasta nuestros días. La victoria del líder bolivariano fue la chispa que incendió la pradera: su carisma y su fenomenal capacidad didáctica movilizó y excitó las ansias emancipatorias de los pueblos y naciones del área abatidos y humillados por siglos de opresión colonial y neocolonial. Chávez voltea en Venezuela la primera ficha de un dominó que luego recorrería todo el continente: la segunda caería en Brasil con Lula en el 2002 para seguir con Kirchner en Argentina, en el 2003; con Evo y Tabaré Vázquez en Bolivia y Uruguay, en el 2005; con Correa en Ecuador, en el 2006 y en ese mismo año con Ortega en Nicaragua y Zelaya en Honduras; con Cristina en el 2007; con Lugo en Paraguay en el 2008 y Funes en El Salvador, en el 2009, despejando el camino para que el ex Comandante del FMLN, Salvador Sánchez Cerén, asumiera la presidencia de ese país en el 2014. En el 2010 José “Pepe” Mujica ratificaría la hegemonía del Frente Amplio y conquistaría la presidencia del Uruguay, misma que en el 2015 volvería a recaer en las manos de Tabaré Vázquez. En una revisión actualísima Angel Guerra plantea una tesis que hacemos nuestra al decir que “califico como gobiernos que en distintos grados son independientes de Estados Unidos, se distancian de los dictados del Consenso de Washington, abogan activamente por la unidad y la integración latino-caribeña y por un mundo multipolar. Si atendemos a estos rasgos podemos decir que cumplen con ellos en alguna medida: Antigua y Barbuda, Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Dominica, Ecuador, El Salvador, Granada, Nicaragua, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Surinam, Uruguay y Venezuela.”12 En suma: basta con recordar esta radical modificación del mapa sociopolítico latinoamericano para calibrar el imperecedero espesor político de la herencia chavista y la ansiedad de la burguesía imperial para retomar la “normalidad” en las relaciones hemisféricas. La contraofensiva estadounidense no se hizo esperar: comenzó con un golpe de estado contra Chávez en Abril del 2002 y siguió, ante su fracaso, con el paro petrolero de Diciembre 2002-Febrero del 2003. Derrotadas estas iniciativas, que tuvieron un efecto boomerang y liquidaron el ALCA en el 2005, el imperio volvió a la carga: tentativa de golpe y secesión de Bolivia en 2008; golpe “jurídico-parlamentario” contra Zelaya en 2009; golpe frustrado contra Correa en 2010; golpe exitoso, también “jurídico-parlamentario” contra Lugo en 2012 y violentas protestas (“guarimbas”) en Venezuela en Febrero de 2014.

Esto no ha cesado y en los momentos actuales esta ofensiva restauradora se encuentra en pleno desarrollo. “Normalización” tramposa con Cuba, necesaria para despejar el descontento de los gobiernos de la región con la absurda e injusta política del bloqueo pero sin que éste se haya modificado; “guerra económica”, ofensiva diplomática y terrorismo mediático contra Venezuela; campañas sucias y difamatorias contra Evo Morales en Bolivia; agresión financiera y mediática en contra de Rafael Correa en Ecuador; intensas presiones desestabilizadoras desde la re-elección de Dilma Rousseff, obligándola a desnaturalizar por completo el programa del PT adhiriendo a una orientación claramente neoliberal; “golpe judicial por etapas” para sacar a Lula del juego y de su posible candidatura en el 2018; acoso también judicial contra Cristina Fernández en la Argentina y, de paso, apoyo explícito de la Casa Blanca a la Alianza del Pacífico, ardid norteamericano para atenuar o neutralizar por completo la influencia de China en el hemisferio. No es un dato menor que sobre tres de los cuatro países originalmente signatarios de la Alianza: México, Colombia y Perú recaen fuertes sospechas sobre la penetración en sus aparatos estatales del narcotráfico y el paramilitarismo. Sólo Chile, por ahora, se encuentra libre de esa acusación en los propios medios norteamericanos.

Dadas estas circunstancias, o mejor dicho, habida cuenta de las condiciones estructurales que pautan la relación entre el imperio y su principal región tributaria, se comprende que América Latina y el Caribe haya sido una región en estado de permanente agitación y no por casualidad la vanguardia a nivel mundial de la resistencia a las exacciones del imperialismo desde las primeras décadas del siglo veinte. Y en este contexto hay un país que juega un papel de excepcional importancia en Nuestra América: Colombia.

En este sentido la firma, en Junio del 2013, de un acuerdo de cooperación entre Colombia y la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN) ha causado una previsible preocupación en Nuestra América. Para justificar su decisión el presidente Santos señaló que Colombia tiene derecho a «pensar en grande», y que él va a buscar que su país sea de los mejores «ya no de la región, sino del mundo entero». Continuó luego diciendo que «si logramos esa paz” –refiriéndose a las conversaciones de paz que están en curso en Cuba, con el aval de los anfitriones, Noruega y Venezuela- “nuestro Ejército está en la mejor posición para poder distinguirse también a nivel internacional. Ya lo estamos haciendo en muchos frentes», aseguró Santos. Y piensa hacerlo nada menos que asociándose a la OTAN, una organización sobre la cual pesan innumerables crímenes de guerra y masiva violaciones a los derechos humanos perpetrados en la propia Europa (recordar el bombardeo a la ex Yugoslavia y las masacres de los Balcanes) la destrucción del Líbano, Irak, Libia; su complicidad con el gobierno fascista de Israel en su continuo genocidio del pueblo palestino y ahora su colaboración con los terroristas que han tomado a Siria por asalto y sembrando de muerte y destrucción todo el Medio Oriente.13 Jacobo David Blinder, ensayista y periodista brasileño, fue uno de los primeros en dar la voz de alarma ante las implicaciones de la decisión del presidente colombiano. Hasta ahora el único país de América Latina “aliado extra OTAN” había sido la Argentina, que obtuvo ese deshonroso status durante los nefastos años de Carlos S. Menem, y más específicamente en 1998, luego de participar en la Primera Guerra del Golfo (1991-1992) y aceptar todas las imposiciones impuestas por Washington en muchas áreas de la política pública, como por ejemplo desmantelar el proyecto del misil Cóndor y congelar el programa nuclear que durante décadas venía desarrollándose en la Argentina. Dos gravísimos atentados que suman más de un centenar de muertos –en la Embajada de Israel y en la AMIA- fue el saldo que dejó en la Argentina la represalia por haberse sumado a las actividades de la organización terrorista noratlántica.

El status de “aliado extra OTAN” fue creado en 1989 por el Congreso de los Estados Unidos –no por la organización sino por el Congreso estadounidense- como un mecanismo para reforzar los lazos militares con países situados fuera del área del Atlántico Norte y que podrían ser de ayuda en las numerosas guerras y procesos de desestabilización política que Estados Unidos despliega en los más apartados rincones del planeta. Australia, Egipto, Israel, Japón y Corea del Sur fueron los primeros en ingresar, y poco después lo hizo la Argentina, y ahora Colombia. El sentido de esta iniciativa del Congreso norteamericano salta a la vista: robustecer y legitimar sus incesantes aventuras militares -inevitables durante los próximos treinta años, si leemos los documentos del Pentágono sobre futuros escenarios internacionales- con un aura de “multilateralismo” que en realidad no tienen. Esta incorporación de los aliados extra-regionales de la OTAN, que está siendo también promovida en los demás continentes, refleja la exigencia impuesta por la transformación de las fuerzas armadas de los Estados Unidos en su tránsito desde un ejército preparado para librar guerras en territorios acotados a una legión imperial que con sus bases militares de distinto tipo (más de mil en todo el planeta), sus fuerzas regulares, sus unidades de “despliegue rápido” y el creciente ejército de “contratistas” (vulgo: mercenarios) quiere estar preparada para intervenir en pocas horas para defender los intereses estadounidenses en cualquier punto caliente del planeta. Con su incorporación como “aliado extra OTAN” Colombia se pone al servicio de tan funesto proyecto y, puertas adentro, refuerza la militarización de un país que lleva más de medio siglo de guerra civil y que clama por la paz.

Si bien la Argentina es un lamentable precedente (que en el año 2012 afortunadamente perdió el status de “aliada extra-OTAN”) el caso colombiano es muy especial, porque desde hace décadas ese país recibe, sobre todo en el marco del Plan Colombia, un muy importante apoyo económico y militar de Estados Unidos –de lejos el mayor de los países del área- y sólo superado por los desembolsos realizados a favor de Israel, Egipto, Irak y Corea del Sur y algún que otro aliado estratégico de Washington. Cuando Santos declara su vocación de proyectarse sobre el “mundo entero” lo que esto significa es su voluntad para convertirse en cómplice de Washington, para movilizar sus bien pertrechadas fuerzas más allá del territorio colombiano y para intervenir en los países que el imperio procura desestabilizar.14 Y no es un secreto para nadie que la primera en esa lista no es otra que Venezuela. Es poco probable que su anuncio signifique que está dispuesto a enviar tropas a Afganistán, a Siria u a otros teatros de guerra. La pretensión de la derecha colombiana, en el poder desde siempre, ha sido convertirse, especialmente a partir de la presidencia de Álvaro Uribe Vélez, en la “Israel de América Latina” erigiéndose, con el respaldo de la OTAN, en el gendarme regional del área para vigilar, amenazar y eventualmente agredir a vecinos como Venezuela, Ecuador y otros -¿Bolivia, Nicaragua, Cuba?- que tengan la osadía de oponerse a los designios imperiales.

A nadie se le puede escapar que con esta decisión el gobierno del presidente Santos tensiona los Diálogos de Paz en curso en La Habana porque cómo podría la insurgencia colombiana confiar en las promesas de un gobierno que con su asociación a la OTAN acentúa una perniciosa vocación injerencista y militarista. Por otra parte, esta decisión no puede sino debilitar los procesos de integración y unificación supranacional en curso en América Latina y el Caribe. La tesis de los “caballos de Troya” del imperio, que repetidamente hemos planteado en nuestros escritos sobre el tema, asumen renovada actualidad con la decisión del mandatario colombiano. ¿Qué hará ahora la UNASUR y cómo podrá actuar el Consejo de Defensa Suramericano cuyo mandato conferido por los jefes y jefas de estado de nuestros países ha sido consolidar a nuestra región como una zona de paz, como un área libre de la presencia de armas nucleares o de destrucción masiva, como una contribución a la paz mundial para lo cual se requiere construir una política de defensa común y fortalecer la cooperación regional en ese campo? ¿Qué implicaciones tiene sobre la UNASUR y, más generalmente, sobre los diversos proyectos de integración y coordinación de políticas en América Latina, el hecho de que Colombia, al asociarse a la OTAN adhiere a la postura británica en el diferendo con la Argentina por las Islas Malvinas?

Un proyecto largamente acariciado por nuestros pueblos es lograr que América Latina sea un continente desnuclearizado. Si durante décadas pudimos estar seguros de ello ya no más. Hay evidencias que sugieren que existe armamento nuclear en las Islas Malvinas, y no sabemos que clase de armamentos hay en las 7 bases que Washington dispone en territorio colombiano, o en las 11 existentes en Perú.15 Los acuerdos que hicieron posible la instalación de esas bases contienen cláusulas que le confieren a Estados Unidos el derecho a ingresar cargamento militar sin tener que ser sometido a control alguno de los estados anfitriones. Por algo cuando en una de las reuniones de la UNASUR Chávez solicitó a la organización que se procediera a verificar que era lo que había en cada una de las bases norteamericanas en la región tropezó con la cerrada negativa de Álvaro Uribe y Alan García, no por casualidad los dos países que abrieron de par en par sus puertas para la penetración de tropas y pertrechos militares estadounidenses en sus territorios. Es imposible que este continente conquiste la paz con las ochenta bases militares norteamericanas existentes en nuestros países. Esas bases son dispositivos para la guerra, no para la paz. Y entrarán plenamente en funciones a medida que el deterioro de la situación internacional impulse a Washington a consolidar su reaseguro en el patio trasero y a sofocar cualquier intento de autodeterminación nacional o avance democrático. Deberíamos lanzar una campaña continental para expulsar a todas las bases norteamericanas, y las pocas que existen del Reino Unido, Holanda y Francia, de la región. Ellas sólo traerán violencia y muerte, y los latinoamericanos y caribeños queremos la paz. Es una propuesta razonable, que atraviesa la gran mayoría de las fuerzas políticas y movimientos sociales de la región. Y nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos jamás nos perdonarán que no hayamos hecho todo lo que esté a nuestro alcance para acabar con esas amenazas.

Notas

1  En Cuadernos de Pasado y Presente 1 (Córdoba: 1974), pp. 56-57.

2  En una carta a Joseph Weidemeyer en la cual le pedía libros y artículos sobre la cuestión militar y las guerras le dice que se había propuesto estudiar a fondo el asunto “por la inmensa importancia que le debemos asignar al mismo con vistas a la próxima insurrecciòn de la clase obrera.” Cf. F.E., “Carta Weydemeyer”, 19 de Junio de 1851.  

3 Agradezco a Paula Klachko por haberme llamado la atención sobre este asunto, así como su muy cuidadosa lectura de la primera versión de este trabajo. De esta misma autora recomiendo muy especialmente el libro escrito conjuntamente con Katu Arkonada: Desde abajo, desde arriba. De la resistencia popular al gobierno. Escenarios y horizontes del cambio de época en América Latina (en prensa en Cuba,México y País Vasco)

4  Josep Fontana, Por el Bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945 (Barcelona: Pasado & Presente, 2011), p. 25

5  Cf. https://www.oxfam.org/en/pressroom/pressreleases/2015-01-19/richest-1-will-own-more-all-rest-2016

6  Stefania Vitali, James B. Glattfelder, and Stefano Battiston, “The Network of Global Corporate Control”, PLoS ONE, October 26, 2011,http://www.plosone.org/article/info%3Adoi%2F10.1371%2Fjournal.pone.0025995. El estudio fue el primero en observar 43.060 sociedades transnacionales y estudiar la tela de araña de la propiedad entre ellas. La investigación creó un “mapa” de 1.318 compañías del núcleo de la economía global. El estudio encontró que 147 corporaciones forman una “súper entidad” dentro de este mapa, controlando un 40 por ciento de la riqueza del planeta.

7  Sobre esto ver Tom Engelhardt, “El nuevo orden estadounidense”, en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196927

Ver asimismo dos textos clásicos sobre este tema: Peter Dale Scott, The American Deep State: Wall Street, Big Oil and the Attack on U.S. Democracy . (ediciones varias)

Sheldon Wolin, Democracia S.A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido (Buenos Aires: Katz Editores, 2009)

También Juan Bosch, El Pentagonismo, sustituto del imperialismo (Santo Domingo: Fundación Juan Bosch, 2015)

8  Hemos desarrollado este cálculo en nuestro América Latina en la Geopolítica del Imperialismo (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2012).

9  Cf. su The race for what is left (New York: Metropolitan Books, 2012)

10  Sobre este tema del intervencionismo norteamericano en Nuestra América es insoslayable la referencia a la monumental obra de Gregorio Selser, Cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina (México DF: Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades/Universidad Autónoma de la Ciudad de México/Centro Académico de la Memoria de Nuestra América, s/f). Véase asimismo la obra, más reciente, del politólogo e historiador cubano Luis Suárez Salazar, Madre América. Un siglo de violencia y dolor (1898-1998)originalmente publicada en Cuba en 2006 pero de inminente publicación en Colombia con un prólogo de Atilio A. Boron

11  Cf. América Latina en la geopolítica del imperialismo, op. Cit.

12 Ver la nota de Guerra en su blog en Telesur: http://www.telesurtv.net/bloggers/El-presunto-fin-del-ciclo-progresista-20150820-0001.html”)

13  Las declaraciones de Santos se encuentran en http://www.infobae.com/2013/06/01/1072485-santos-solicitara-el-ingreso-colombia-la-otan Sobre el siniestro papel de la OTAN ver el completo estudio publicado como libro bajo el título de OTAN: la globalización del terror, de Mahdi Darius Nazemroaya (Managua: PAVSA, 2015) Prólogo de Atilio A. Boron.

14  No es un secreto para nadie que las fuerzas armadas colombianas son las únicas en la región que cuenta con una experiencia de combate de varias décadas. Ningún otro ejército de la región cuenta con una un antecedente siquiera remotamente similar.

15  Sobre el tema de las bases consultar el fundamental estudio de Telma Luzzani, Territorios vigilados. Como opera la red de bases militares norteamericanas en Sudamérica (Buenos Aires, Debate, 2012)

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=209873

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