Israel/ Aurora/ 18 de Mayo de 2016 /Por : Benito Roitman
En una nota reciente me he referido a algunos de los requisitos para el mantenimiento y fortalecimiento de un estado realmente democrático, con el caso de Israel presente en todas esas reflexiones. En esa ocasión terminaba diciendo que: «…pese al discurso oficial que sostiene la existencia de bases comunes en los programas de cada una de las cuatro corrientes educativas con financiación pública, la realidad muestra un cuadro diferente y amenazador. Un único sistema es una condición necesaria para consolidar los ideales democráticos, alrededor de las más tempranas experiencias de convivencia y de respeto al otro. Hoy esta posibilidad no sólo es negada sino que ni siquiera es considerada. Y sin embargo, la verdadera democracia se construye desde los pupitres escolares compartidos».
En toda ocasión en que se propone un planteamiento de esta naturaleza, centrado en la unificación del sistema educativo, las respuestas son abrumadoramente negativas, cualquiera sea la orientación de quienes respondan. La imposibilidad de establecer y mantener un sistema educativo único en Israel parece ser una verdad absoluta (o en el mejor de los casos, una tarea impracticable). Y no es que se desconozcan los problemas que arrastra el sistema educativo israelí. Un gran número de expertos en el tema vienen proponiendo soluciones para superar las carencias y desequilibrios que aquejan al sistema, entre los cuales parece destacar la necesidad de mejorar sensiblemente su capacidad para generar igualdad de oportunidades a los alumnos, lo que requiere, paradójicamente, tratamientos desiguales de acuerdo a los niveles socioeconómicos de las respectivas poblaciones escolares.
Pero entre las soluciones propuestas difícilmente se encontrarán menciones a una transformación radical desde el pluralismo existente hacia la unificación del sistema; lo más cercano a ello serían las recomendaciones de mantener -y aplicar de manera sistemática- un curriculum básico común, como condición esencial que asegure que todos los alumnos adquieran el mínimo de habilidades que necesitarán para integrarse exitosamente en una sociedad moderna, al mismo tiempo que provee los fundamentos y valores necesarios para generar y mantener una mayor cohesión social. Lamentablemente, aunque existen disposiciones legales al respecto, su cumplimiento es relativo, para decirlo en términos suaves.
El sistema educativo obligatorio en Israel, y en particular el referido a la educación primaria -que abarca desde 1o. a 6to.año escolar- incluye básicamente cuatro grandes corrientes: la corriente judía se divide en la corriente estatal, la corriente estatal-religiosa y la ultra ortodoxa o haredí; por su parte, la llamada corriente árabe integra también a beduinos y drusos, Las proporciones de alumnos en escuelas primarias en cada una de esas corrientes en los años 2000, 2005, 2010 y 2014 se muestran en el cuadro adjunto.
Ahora bien; ésta es sólo una de las formas en que se organiza -o se complejiza- el sistema educativo israelí, aunque resulta útil para pensar que, a diferencia de lo que se especulaba hasta hace poco, parecería que esa estructura tendería a estabilizarse en vez de llevar a un crecimiento exponencial de los sectores árabe y haredí. La educación obligatoria abarca desde los 3 a los 17 años, en la pre-primaria (de 3 a 5 años, establecida como gratuita y obligatoria a raíz de las protestas del 2011), la primaria (de 6 a 11 años), la secundaria inferior (de 12 a 14 años) y la secundaria superior (de 15 a 17 años). Pero del punto de vista de los niveles de vinculación con las autoridades públicas educativas, y con el nivel de presupuesto público que reciben, las escuelas se dividen en a) oficiales, b) reconocidas pero no oficiales y c) instituciones exentas. Supuestamente las primeras reciben el 100% de sus gastos del Estado, mientras que las segundas reciben el 75% y las exentas el 55%, pero las presiones políticas y la historia de las concesiones para integrar coaliciones en el gobierno, entre otros arreglos, han introducido muchas excepciones a ese principio.
No cabe duda que las diferentes propuestas de soluciones que se han ido poniendo en práctica se han diseñado con la intención de mejorar el rendimiento del sistema educativo y de elevar el nivel de igualdad de oportunidades de sus alumnos. Pero parece imperativo señalar la aparente existencia de una especie de inhibición generalizada para proponer la fusión de las diferentes corrientes de la educación obligatoria israelí, en un único sistema, con las obvias adecuaciones requeridas por una sociedad plural.
Ciertamente, una fusión como la que se menciona demanda enormes esfuerzos y ha de chocar con obstáculos inmensos. Pero la sociedad que emprendería esos esfuerzos es la que se enorgullece de haber hecho del desierto un vergel, de haberse sobrepuesto -en la guerra de la independencia- a los ataques concertados de los ejércitos árabes, y de haberse convertido, ahora, en la «startup nation». Para esa sociedad, lograr que la educación de su gente, de toda su gente, sea al mismo tiempo el instrumento de mejora global generalizado y la garantía de una creciente cohesión social, no es un desafío insuperable; pero precisa construir una voluntad que trascienda mitos y miedos.
Con todo, cabe reconocer que no todo intento de fusión es democrático, lo que hace esa tarea doblemente difícil. Los ejemplos de la orientación que el actual Ministerio de Educación imprime a sus acciones, en materia del contenido de los nuevos libros de texto para la enseñanza cívica, o la censura a la lectura de ciertos textos literarios, están a la vista. Pero como un lego en la materia, me atrevo a pensar que la tarea de los expertos en este campo, muchos de los cuales están muy seriamente preocupados por la inercia actual, es la de explicar y movilizar a la sociedad para que reaccione ante lo que es, hace tiempo y precisamente en el campo de la educación, una asignatura pendiente.