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Los intelectuales en la República neocolonial

Por: Graziella Pogolotti

A la memoria de mi padre

La carencia de una investigación debidamente contextualizada ha tenido un velo de silencio sobre el papel de los intelectuales durante la República neocolonial. Habría que comenzar por definir el término. Desde mi punto de vista, incluye a artistas, escritores, científicos y maestros. Algunos se dejaron vencer por la desilusión y el acomodamiento. Quienes sufrieron en carne propia la castración independentista, optaron por caminos diversos, padecieron el desengaño, se refugiaron en sus provincias para hacer obra a pesar de todo o dejaron testimonios de las luchas mambisas.

A mi entender, el punto de giro se produce en la década del 20, cuando se constituyen las organizaciones obreras, estudiantiles y femeninas y se funda el primer Partido Comunista. Al propio tiempo, un grupo heterogéneo, bajo el signo del llamado minorismo, formula el primer documento programático que imbrica arte, nación y sociedad. La obra de Fernando Ortiz empieza a madurar. Salvando el obstáculo de su posición política, Ramiro Guerra publica un texto medular, llamado Azúcar y población en las Antillas. Emilio Roig sigue documentando su ideario antimperialista. Está emergiendo con claridad la crisis estructural de la economía cubana. La dictadura de Machado es el detonante de un estallido en el que apuntan causas económicas, sociales y políticas.

Rubén Martínez Villena pasa del liderazgo intelectual al político. Pero sus amigos del minorismo mantendrán la coherencia de una vanguardia que procura el punto de encuentro entre renovación artística, lucha política a escala latinoamericana, junto a la necesidad de dotar de un cuerpo real al espíritu de la nación.

Desde la cultura, la generación de la vanguardia introdujo un cambio sustancial en los fundamentos de la nación. Reconoció la esencial contribución africana y reveló, apropiándose de la obra de Fernando Ortiz, el tema de la transculturación como factor decisivo en lo que somos. Bajo los auspicios del gran etnólogo, promovió los estudios del folclore. Por su parte, Roldán, Caturla y Carpentier incorporaron los ritmos llegados de África a la sinfonía, y Nicolás Guillén, José Z. Tallet, Regino Pedroso y Emilio Ballagas lo hicieron en la poesía.

En el amplio universo de la historia queda mucho por valorar. Apenas me atrevo a citar unos pocos nombres como el de José Luciano Franco, visionario del Caribe, o los acercamientos económicos de Julio Le Riverend y Raúl Cepero Bonilla.

Independientemente de la orientación ideológica de sus impulsores, se produjo, a lo largo de medio siglo, contra viento y marea, ante la incuria de las instituciones oficiales, un esfuerzo por preservar y rescatar un legado. En condiciones muy precarias, se fundaron el Archivo, la Biblioteca y el Museo nacionales. Este último parecía un almacén de objetos heterogéneo, pero ahí se guardaron. Frecuenté la Biblioteca en el Castillo de la Fuerza. Sin tener nombramiento de director, José Antonio Ramos, un intelectual ejemplar, sostenía una batalla agónica por ordenar los fondos. Escribió novelas, ensayos, teatro, en un indoblegable combate por entender su país, movido en lo esencial por principios éticos. Sus ideas se fueron radicalizando hasta alcanzar una perspectiva marxista.

Pocos cubanos pudieron conocer la obra de Martí después de su caída en Dos Ríos. El autor de los Versos Sencillos tampoco valoró en su justa medida el pensamiento que había fecundado en infinidad de trabajos dispersos en la prensa latinoamericana. Así lo revela su testamento literario enviado a Gonzalo de Quesada, su albacea, desde Santo Domingo. Durante la República se inició el lento y trabajoso rescate, labor que solo a partir del triunfo de la Revolución habría de sintetizarse con respaldo institucional.

La tarea anónima de nuestros maestros merece incluirse en nuestra tradición intelectual. Me contaba Enrique Oltuski, hijo de judíos polacos, instalado definitivamente en Cuba desde los siete años, que aprendió a ser cubano con la maestra negra de su escuela pública. Lo fue tanto que integró el Movimiento 26 de Julio en la clandestinidad, trabajó junto al Che y entregó la vida toda a las responsabilidades que le confió la Revolución. Por ahí anda todavía su excelente obra testimonial. Obra humana. La historia sujeta a impredecibles coyunturas, la historia está hecha de luces y de sombras. Pero la historia y la cultura nos fueron haciendo lo que somos.

Hemos modelado nuestro idioma. No platicamos al modo mexicano. Hay palabras de uso corriente entre nosotros, impronunciables en otros países de nuestra lengua. Nuestra condición es la resultante de la asunción de numerosos componentes, del choque de contradicciones y de un origen colonial devenido neocolonial cuando emergía el imperialismo, como lo advirtió Martí y lo definió Lenin en términos de fase superior del capitalismo. Por esos motivos, urge entender que la historia no se limita a una cronología. Tampoco debe esquematizarse en polos positivos y negativos, aunque no puede abordarse desde una falsa neutralidad imposible e inexistente.

Su riqueza y su utilidad estriban en descubrir las marcas de un proceso complejo, que sigue haciéndose ante nuestros ojos. De ella formamos parte como actores conscientes y, a veces, como presencias peligrosamente inconscientes. Cerrar los ojos, aferrarnos a la rutina y evadir los desafíos de la contemporaneidad constituye una actitud suicida.

Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2016/05/31/los-intelectuales-en-la-republica-neocolonial/#.V-GxgBJGT_s

Imagen: http://www.paginapopular.net/intelectuales-del-mundo-con-scioli-zannini/

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¿Productividad sin investigación?

Por: Aurora Lacueva

No se ha vuelto a oír nada de la Alta Comisión para la Independencia Científica, Tecnológica y Económica que creó el presidente Maduro en agosto de 2015. Se suponía que ella iba a ocuparse de generar procesos de transformación para sustituir importaciones, incrementar la capacidad productiva del país y dejar la dependencia de la renta petrolera. El Mandatario llegó a decir que esta comisión “tenía la tarea más importante de todas”.

Podríamos pensar que el Consejo Nacional de Economía Productiva y sus 15 motores (Agroalimentario, Farmacéutico, Hidrocarburos, Industrial, etc.) vinieron a sustituirla con creces, pero el caso es que la ciencia y la tecnología (C y T) no aparecen mencionadas allí, excepto la “ciencia militar” en el motor correspondiente. ¿Será que C y T no necesitan un motor especial porque están incorporadas a cada motor? Sería una excelente opción, pero entonces con más razón habría que mantener alguna instancia que coordinara e interrelacionara la investigación y la innovación en las diferentes áreas. El silencio al respecto preocupa.

Se entiende que en lo inmediato muchas acciones productivas no requieren de indagación previa para mejorar, sino que basta con aplicar de modo eficiente procesos e insumos establecidos. Pero pronto la necesidad de no permanecer anclados en lo ya conocido se impone: ¿cómo aprovechar más racionalmente los suelos tropicales? ¿Cómo construir viviendas más ecológicas? ¿De qué manera explotar a fondo nuestras reservas de gas? ¿Qué potenciales medicamentos esconde el bosque amazónico? Para responder estas y muchas otras preguntas debemos recurrir a la investigación. Desde luego, podemos tratar de comprar la que otros realicen, pero si queremos ser independientes también necesitamos desarrollar la nuestra propia: desde la innovación “sobre la marcha” que surge en la fábrica o en la finca, hasta los proyectos a largo plazo y de mayor alcance acometidos en institutos especializados y universidades, incluso junto a centros de otros países de la región. Hace falta inyectar más recursos y mover más iniciativas que estimulen la producción de C y T en Venezuela. Las universidades necesitan ser convocadas y sus investigadoras e investigadores valorados.

Fuente: http://www.ultimasnoticias.com.ve/noticias/opinion/aurora-lacueva-productividad-sin-investigacion/

Imagen: http://www.telemetro.com/economia/OCDE-investigacion-desarrollo-aumento-productividad_0_822818369.html

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The Importance of Preserving and Promoting Languages: A Liberal Arts Perspective

Por: Michael Zimmerman

I recently wrote about what the death of the last thylacine (Tasmanian tiger) 80 years ago can teach us about the power the liberal arts has to solve wickedly difficult problems. That piece and its focus on extinction led to a discussion with my good friend and Russian language scholar Ben Rifkin about another serious extinction crisis: the dramatic loss of languages we are experiencing around the globe. What follows are our joint thoughts on that problem and the importance of promoting educational practices that encourage thinking across disciplines.

A frighteningly high rate of species extinction has become the defining characteristic of the Anthropocene era but species aren’t the only things being lost at an alarming rate. Languages are disappearing as well with equally serious consequences.

Linguists cannot say with certainty how many human languages are spoken today. One linguist’s language may be another’s dialect. For instance, some classify the “languages” of Danish, Norwegian and Swedish as “dialects” of a “Scandinavian language” because they share structures, vocabulary, cultural experiences and because they are generally mutually comprehensible. On the other hand, others classify the “eight dialects” of Chinese as “distinct languages,” because, for example, Cantonese, Shanghainese and Mandarin do not share vocabulary and are mutually incomprehensible, even though they share a common orthography. Thus, linguists speculate that there are as few as 5,000 and as many as 9,000 languages.

What’s not in question, however, is that the number of languages is decreasing rapidly. Languages, like species, may be characterized as endangered and they go extinct when the last speaker of a language dies. When that happens, the languageand culture disappear with little trace, typically because many of the languages we’re losing have not left written or recorded evidence behind. Indeed, many extinct languages were only spoken, not written.

Languages become endangered and die out for many reasons. Sadly, the physical annihilation of communities of native speakers of a language is all too often the cause of language extinction. In North America, European colonists brought death and destruction to many Native American communities. This was followed by US federal policies restricting the use of indigenous languages, including the removal of native children from their communities to federal boarding schools where native languages and cultural practices were prohibited. As many as 75 percent of the languages spoken in the territories that became the United States have gone extinct, with slightly better language survival rates in Central and South America, slightly worse survival rates in Australia.

Even without physical annihilation and prohibitions against language use, the language of the “dominant” cultures may drive other languages into extinction; young people see education, jobs, culture and technology associated with the dominant language and focus their attention on that language. The largest language “killers” are English, Spanish, Portuguese, French, Russian, Hindi, and Chinese, all of which have privileged status as dominant languages threatening minority languages.

While there are a few cases of language revival, such as Czech, Gaelic, Hebrew and Navajo, generally languages tend to move in one direction on the spectrum from thriving through endangered to extinct.

Why do these extinctions matter?

When we lose a language, we lose the worldview, culture and knowledge of the people who spoke it, constituting a loss to all humanity. People around the world live in direct contact with their native environment, their habitat. When the language they speak goes extinct, the rest of humanity loses their knowledge of that environment, their wisdom about the relationship between local plants and illness, their philosophical and religious beliefs as well as their native cultural expression (in music, visual art and poetry) that has enriched both the speakers of that language and others who would have encountered that culture.

While some argue that the world would be a better place if everyone spoke English, we believe that the world would be profoundly impoverished by the reduction of distinct languages and cultures.
As educators deeply immersed in the liberal arts, we believe that educating students broadly in all facets of language and culture, as well, of course, in the arts and sciences, yields immense rewards.

Some individuals educated in the liberal arts tradition will pursue advanced study in linguistics and become actively engaged in language preservation, setting out for the Amazon, for example, with video recording equipment to interview the last surviving elders in a community to record and document a language spoken by no children.

Certainly, though, the vast majority of students will not pursue this kind of activity. For these students, a liberal arts education is absolutely critical from the twin perspectives of language extinction and global citizenship. When students study languages other than their own, they are sensitized to the existence of different cultural perspectives and practices. With such an education, students are more likely to be able to articulate insights into their own cultural biases, be more empathetic to individuals of other cultures, communicate successfully across linguistic and cultural differences, consider and resolve questions in a way that reflects multiple cultural perspectives, and, ultimately extend support to people, programs, practices, and policies that support the preservation of endangered languages.

There is ample evidence that such preservation can work in languages spiraling toward extinction. For example, Navajo, Cree and Inuit communities have established schools in which these languages are the language of instruction and the number of speakers of each has increased. Speakers of Hawai’an, Quechua and Saami have also benefited from purposeful efforts to preserve their languages and cultures and to engage the younger generation in their native language and culture.

Simply put, when students have access to a world-class liberal arts education, they have a better chance at becoming citizens of the world, making it richer, more diverse and harmonious.

Tomado de: http://www.huffingtonpost.com/michael-zimmerman/the-importance-of-preserv_b_12088728.html?section=us_college

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‘El libro de la selva’ es racista aunque Disney intente apañarlo

Por: Monica Zas Marcos

Rudyard Kipling defendía el colonialismo propio de la época y dejó entrever la supremacía de la raza blanca en toda su obra. El autor de El libro de la selva no incluyó canciones joviales e inocentes historias animadas en su manuscrito original. Rudyard Kipling escribió en sus memorias que su pluma estilográfica estaba poseída por el djinn, un demonio indio que le susurró en sueños la historia de Mowgli. El escritor inglés heredó estas fantasías mitológicas de sus primeros años en Bombay, donde presenció el azote del imperio británico sobre las colonias indígenas. El ambiente señorial de su infancia radicalizó su devoción por el dominio occidental hasta el punto de considerarlo la obligación del hombre blanco.

Hablamos de un poema publicado en 1899 en la McClure’s Magazinedonde animaba a Estados Unidos a conquistar Filipinas. Había pasado justo un lustro desde la publicación  El libro de la selva,  por lo que sería ingenuo pensar que Kipling no le contagió también esta ideología. Tal era su compromiso eurocéntrico que George Orwell le bautizó como el profeta del colonialismo. En plena Segunda Guerra Mundial, el creador de 1984 revisó la obra del Nobel literario y sacó algunas conclusiones: «Rudyard tiene una vena de sadismo, pero está lejos de ser más fascista que cualquier ser humano de hoy en día». En su magna critica, Orwell separa el grano de la paja y también admite que su prosa es de una elegancia solo comparable a la de Shakespeare.

También supo que el káiser provocaría la guerra y Hitler, al que detestaba, otra aún peor; anticipó el apartheid en Sudáfrica y la lucha entre hindúes y musulmanes en la India. Siempre consideró a Estados Unidos una sociedad rústica y atrasada, y a Francia una civilización «por lo menos contemporánea» a la inglesa. No tuvo piedad ni siquiera con fenómenos del activismo como Gandhi, a quien tildaba de arribista. Puede verse que Kipling era un bardo pragmático y aferrado al espíritu imperial de su época, pero no era un partidista. Tenía su propia doctrina.

La realidad de los niños cachorro

Para situarnos, El libro de la selva se enmarca en un momento de la época victoriana en el que se descubrió un informe en inglés titulado Los lobos que cuidan a niños en sus cuevas. Según el texto, los aldeanos indígenas rescataron de la selva a varios cachorros de hombre que andaban a cuatro patas y comían carne cruda, pero morían poco después, como si la civilización destruyese su pureza frágil. Kipling imprime este pensamiento en el personaje de Mowgli y en su incansable aprendizaje de la ley de la jungla para escapar del poblado.

En el cuento original, este pueblo estaba habitado por hombres salvajes, supersticiosos, ávidos de dinero y homicidas que no distaban mucho de la tribuBandar-log de los monos. Los críticos interpretaron que tanto los primates como la aldea de hombres eran la representación de las tribus subversivas de indios que vivían bajo el yugo de las colonias británicas. Kipling extendía así un credo de paternalismo y vasallaje sobre las razas oscuras a las que se refería como «pueriles». Pero también supo ver la «nobleza» de estas gentes, lo que le distanciaba de la rama más radical del colonialismo británico.

Fotograma de la nueva versión de El libro de la selva. Disney

La Europa imperialista consideraba que la cultura nativa era salvaje y al mismo tiempo hermosa. Un sentimiento compartido en cada página de El libro de la selva, desde los nombres de los protagonistas hasta la idealización del entorno de la jungla. Esta tendencia dio lugar a un género sobre niños que crecían robustos y felices en la naturaleza, sin sucumbir a la malnutrición, los depredadores o las enfermedades tropicales. Se dice que esta corriente literaria nació en respuesta a la revolución industrial, de la que recordamos obras como  Futilidad, El lago azul oTarzán de los monos.

El patinazo animado de Disney

Partiendo de tales antecedentes, la versión animada de Disney sería totalmente inofensiva. Cuando el manuscrito llegó libre de royalties a la industria de los sueños, eliminaron de raíz el fragmento colonialista y la visión salvaje del poblado. O eso intentaron. Todos recordamos al oso Baloo bailando a ritmo del jazz más vital mientras impartía acertijos morales. Pero fue otra pegadiza canción la que despertó la alarma racista. «Quiero ser como tú» y su estandarte, el orangután Rey Louie, fueron los señuelos para afirmar que Disney no estaba preparado para enmendar los errores cometidos en Peter Pan o Canción del sur.

«No es solo un dibujo animado que desea ser humano. Más que eso, Louie simboliza a un nativo afroamericano aspirando a convertirse en un miembro de raza blanca, representado por Mowgli», acusaron los catedráticos de la Universidad Americana en la edición de abril de la revista Campus Reform. Además, los académicos critican el doblaje original de los monos, que hablan con un grotesco tono africano, mientras que el resto de personajes se expresan en perfecto inglés. Rizando aún más el rizo, llegaron a afirmar que Louie era una caricatura racista de Louis Amstrong en forma de primate borracho.

Curar el racismo con una tirita

Una de las estrategias que garantizan la permanencia de Disney en el limbo de las empresas bursátiles es el reciclaje. Ahora la factoría Disney ha querido resarcirse de sus antecedentes con una inversión millonaria y un par de brochazos al guión de 1967. Los nuevos adaptadores de El libro de la selva contaban con un presupuesto de 400 millones de dólares para lidiar con el legado del colonialismo británico, el racismo estadounidense y con las políticas de identidad contemporáneas.

En pleno siglo XXI, si bien estamos lejos de conseguir todas las metas en igualdad, se podría pensar que es más sencillo evitar estos patinazos. Pero los proyectos coetáneos no aportan luz sobre el asunto. En Broadway, la encargada de la adaptación teatral del selvático libro dijo que «el racismo está en el ojo del espectador».

Desde Hollywood, donde todavía colea la polémica de los Oscars para blancos, se han cuidado de no cometer los mismos errores. Básicamente no se podían permitir un castigo en la taquilla que pusiese en riesgo su megalómano presupuesto. A grandes rasgos se puede decir que la última versión de Jon Favreau lo ha conseguido. Quizá demasiado. Pues, aunque consigue deslumbrar a nivel visual, no deja de ser una versión descafeinada con evidentes préstamos de la película de animación.

Tomado de: http://www.eldiario.es/cultura/cine/libro-selva-manifiesto-colonialista_0_505349671.html

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Jubilaciones: Una bomba de tiempo

Por: La Izquierda Diario

Bajo el argumento de una “reparación” que beneficia a una franja de los jubilados que verán incrementados sus haberes, el gobierno está creando condiciones para el empeoramiento de la sustentabilidad del sistema previsional. ¿La crisis del sistema es inevitable, o hay alternativas que ni Cambiemos ni la mayor parte la oposición parecen dispuestas a discutir?

El “Programa de Reparación Histórica a Jubilados y Pensionados” aprobado en julio pasado como parte de un megapaquete legislativo que incluyó el blanqueo, representa una avanzada sobre el sistema previsional. Tomando de forma parcial y unilateral una demanda de franjas significativas de jubilados por haberes mal liquidados, cuestión ninguneada por el kirchnerismo, la política de Cambiemos, al no acrecentar los recursos que financian a la ANSES, llevará a un pronto agravamiento de la precariedad de un sistema que ya tenía inconsistencias.

Este Programa establece una serie de cambios que ameritan una urgente discusión. En especial, aquel que propone la modificación del sistema previsional en el mediano plazo, sin una base de un diagnóstico ni propósitos explicitados. Considerando las incertezas del origen de los recursos para el propio Programa, es claro que vamos a una profundización del desfinanciamiento del sistema mientras comienza a reflotar la discusión sobre una insolvencia “intrínseca” al mismo. Se argumenta para ello un supuesto problema de extensión de la esperanza de vida y envejecimiento poblacional, pero por lo bajo se va gestando el camino para avanzar ofensivamente sobre una extensión de la edad jubilatoria, un incremento de la edad mínima de aportes, una nueva reprivatización y una suerte de constitución de “jubilados de primera” y jubilados “de segunda”.

Es curioso cómo se menciona al incremento en la esperanza de vida de las personas y el envejecimiento poblacional como algunos de los motivos por los que la edad jubilatoria debería correrse por no ser suficiente al día de hoy. Sin embargo, mientras que por un lado el capital intenta permanentemente extender la edad de retiro de los trabajadores activos, por otro lado millones de trabajadores en edad y capacidad de trabajar van engordando el ejército de reserva, al no conseguir ocupación productiva o hacerlo en los márgenes de la precariedad. De manera que no hay un faltante de trabajo que obligue a extender la edad en que se decide retirar a los trabajadores (“jubilarlos”), sino que lo que existe es una puja por el destino de la plusvalía. Esta puede seguir siendo extraída (y no “perdida” por el capital) en tanto los trabajadores no deban ser apartados de la esfera de la producción.

Si parte de la plusvalía generada va a parar a manos de población que ya no produce valor (a los adultos mayores), debe ser un monto tal que retorne rápidamente al circuito de valorización del capital, como por ejemplo por la vía del consumo (alimentos, alquileres y medicamentos). Pero esencialmente, una vez que el cuerpo del trabajador no es capaz de ser exprimido, lo único que queda al capital es minimizar el gasto en su manutención. Los adultos mayores adquieren así el status de ser una carga para el sistema.

Jubilados precarizados

En Argentina, el 10,8 % de la población tiene más de 65 años, y la proporción llega a 12 % si se incluye a mujeres desde 60 años (Censo Nacional de Población, 2010). Son cerca de 6 millones los jubilados y pensionados y 1,5 millones cobran pensiones no contributivas. Hoy, existen dos problemas acuciantes: de un lado, el muy bajo monto promedio del haber que reciben una mayoría de jubilados para poder cubrir los gastos necesarios de vida. De otra parte, las dificultades crecientes para alcanzar los 30 años de aportes exigidos por la ley menemista de 1993 y mantenidos durante el kirchnerismo.

Casi la mitad de los jubilados tiene jubilaciones ordinarias, mientras que más del 40 % accedió a un haber por el régimen de moratoria, lo que equivale a percibir un monto igual al mínimo. Este hecho plantea un aspecto crítico del sistema. Actualmente, solo una pequeña proporción, estimada en un 15-20 % de los adultos mayores en edad de jubilarse, reúnen los 30 años de aportes requeridos para acceder a una jubilación ordinaria. Las condiciones de empleo en los últimos años estuvieron marcadas por una fuerte inestabilidad y rotación laboral, en un contexto reciente de gran desocupación a fines de los años ‘90 y una masa importante de trabajo no registrado, que fue uno de los pilares sobre el cual se apoyó el modelo kirchnerista. De esta manera se afecta la frecuencia de aportes personales y se va alejando la posibilidad de millones de acceder a la jubilación. El sistema, que no tuvo nada más para ofrecer que precariedad laboral o desempleo en sus años activos, al momento de su retiro los condena, por sus bajos aportes, a una jubilación de hambre.

Así, si bien hoy en día la cobertura del sistema previsional está cercana al 97 %, el 72 % de los jubilados y pensionados cobran el haber mínimo, que en marzo llegó a $ 4.959 por mes1, esto es, menos de un cuarto del valor de la canasta básica2. Un algoritmo similar se mantiene para los 1,5 millones de personas que cobran pensiones no contributivas. Dato aún más crítico si se considera las necesidades especiales en salud, cuidados y medicamentos que poseen los adultos mayores en relación con un individuo medio. Así, la canasta básica del jubilado se estima en $ 11.031 pesos3.

Para el kirchnerismo, la situación alcanzada hoy es el máximo nivel alcanzable al que puede aspirar la clase obrera, negando cualquier posibilidad de incrementar los recursos que pueda significar una afectación a las ganancias capitalistas, como veremos abajo. De esta forma, se jacta de haber incrementado el haber mínimo en términos nominales más de 3.000 % acumulado desde el 2002 (cuando estaba en $ 150), y señala el hecho de que este haber representa hoy casi el 82 % del salario mínimo vital y móvil, lo que hoy es apenas superior a $ 6.000. En términos de capacidad adquisitiva real de los jubilados, un haber de esa magnitud es la condena a una vida de miseria, pero además, una tergiversación de su demanda histórica del 82 % móvil. Las jubilaciones representan menos del 50 % de las remuneraciones promedio y el haber medio, por su parte, llega en la actualidad a un estimado promedio de $ 6.500 mensuales, no muy alejada del mínimo. ¿Es que el sistema no daba para más?

El macrismo, al mismo tiempo que se propone favorecer a un sector de los jubilados que pasarán a cobrar varias veces la mínima gracias a la “reparación”, apunta a ir reduciendo la porción que sostiene a la franja de la clase obrera más vulnerable. Una primera muestra de estas intenciones la constituye la Pensión Universal que establece el Programa para aquellos adultos que no alcancen los años suficientes de aportes. Esta involucra un pago por tres años que es un 80 % del ya bajo haber mínimo, y además avanza en dos niveles: de una parte, niega la edad jubilatoria de 60 años en las mujeres, en tanto dicha pensión se establece para adultos mayores de 65 años, tanto para mujeres como para varones. De otra parte, elimina el derecho a las moratorias previsionales a futuro.

Los pobres sostienen a los jubilados

El defensor de la tercera edad, Eugenio Semino, manifestaba hace poco que existe un sistema donde los pobres bancan a los jubilados o los pobres jubilados se bancan a sí mismos a través del consumo. Disparatado, pero de esto no se habla porque sería meterse en un tema de reformas fiscales, debatir porque sí el IVA y no otras fuentes como la renta financiera y al juego.

En términos generales, los impuestos no son otra cosa que una masa de plusvalía captada por el Estado, es decir, es una masa de valor generada por los trabajadores. No obstante, no es indiferente sobre quién recae en primer lugar esa captación de plusvalía, si al capital o al trabajo.

Existen cuatro fuentes de financiamiento principales de la seguridad social: Los aportes y contribuciones a la seguridad social, los impuestos con afectación específica a la ANSES (IVA, Ganancias, combustibles, cigarrillos, etc.), un porcentaje de la Masa Bruta Coparticipable, que era hasta hace poco 15 % pero tiene prevista una paulatina disminución, y otros ingresos entre los más importantes las rentas de la propiedad, que han ido ganando ponderación a partir de la estatización del Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS), alcanzando entre un 7-10 % de los recursos totales.

Más de la mitad de los fondos anuales (52 % aproximadamente) provienen de la recaudación de aportes y contribuciones de los cotizantes en relación de dependencia, esto es, un 60 % de contribuciones patronales y un 40 % de aportes personales. Los ingresos tributarios aportan alrededor del 22 % de los recursos totales, dentro de los cuales cerca de la mitad corresponde a impuestos al consumo (con preponderancia del IVA), mientras que la otra mitad corresponde a Ganancias, que además en el último tiempo ha tenido un comportamiento descendente en su participación del 17 % al 11 % y ha recaído en una proporción creciente de los asalariados debido a la no actualización del mínimo no imponible.

El Sistema en su conjunto ha sido hasta hace poco apenas superavitario y terminaría el 2016 con ligero déficit de 0,6 % del PBI. En los próximos años, de sostenerse un esquema como el arriba descripto y aplicándose los cambios impuestos por la Ley de Reparación Histórica, se profundizaría el rojo contable. Para Fundación Germán Abdala, el incremento de los haberes del 30 % de los jubilados, en un marco de no ampliación de recursos ordinarios llevaría al déficit previsional al 2,8 % del PBI hacia 2018, aún en el mejor de los escenarios macroeconómicos que supone una recuperación de la economía hacia 2017, una disminución sustancial de la informalidad laboral y bajo desempleo, una estabilización de la inflación y del tipo de cambio5. Por su parte, según un trabajo del Centro Cultural de la Cooperación, el Programa significa un aumento del costo previsional de $ 203.000 millones entre retroactivos y flujo anual, equivalentes al 4,5 % del PBI.

¿Hacia dónde va el sistema?

Las respuestas esgrimidas por el gobierno apuntan a “resolver” este problema básicamente en tres direcciones. De ninguna hay datos certeros ni cálculos que demuestren la sostenibilidad del esquema planteado.

La primera, artificialmente unida por la ley ómnibus al Programa, es la utilización de fondos provenientes del blanqueo de capitales, para lo cual se estableció una serie de premios a los fugadores que declaren su dinero e inmuebles en el exterior. Según la estimación que realizan diversos analistas, esta entrada podría otorgar una recaudación por multas por única vez apenas superior a $ 30.000 millones, en el mejor de los casos. Lejos siquiera de hacer frente al pago de los retroactivos de haberes que sumarían $ 115.000 millones. A lo que debe sumarse la paulatina disminución del 15 % de la Masa Bruta Coparticipable que significa hoy un importante aporte de recursos del sistema y serán en poco tiempo devueltos a las provincias.

Una segunda fuente es la venta de activos de empresas privadas en manos del Estado, que constituyen el 12 % del FGS. Por ley se estableció un tope mínimo de composición del 7 % de acciones, lo que significaría poder liquidar cerca de $ 40.000 millones. Nuevamente, es una entrada extraordinaria de una sola vez, que si bien aporta fondos hoy significa resignar activos que generan ingresos futuros.

Ante la evidente insuficiencia de fondos para hacer frente a la Reparación Histórica, que alcanzaría con suerte los $ 70.000 millones entre estos dos rubros, no queda otra alternativa que la utilización de partidas especiales en el Presupuesto para financiar a una ANSES deficitaria, y una posible nueva ofensiva que avance en una liquidación de todo el FGS. Del desfinanciamiento del sistema previsional derivan las bases para la tercera vía de “solución” que parece estar preparando el gobierno de Cambiemos, intentando instalar la idea de una inevitable y necesaria reforma previsional.

Medidas urgentes de emergencia previsional

Como puede verse, la insostenibilidad latente no deriva esencialmente de un corrimiento de la esperanza de vida. Por el contrario, sostenemos que es posible incrementar los recursos sin necesidad de recurrir, en primer lugar, a la liquidación de los fondos de seguridad social del FGS, y especialmente, sin avasallar aún más las condiciones de vida de los trabajadores y jubilados.

Para ello podrían estar al alcance de la mano dos medidas inmediatas. En primer lugar, una restitución de las contribuciones patronales al 33 %. Estas habían sido bajadas durante el menemismo y así se mantuvieron durante el kirchnerismo, pero además son numerosas las exenciones que reciben las patronales en este rubro como supuestos “incentivos” para evitar la evasión impositiva o estimular la inversión, que rara vez tienen algún efecto más que beneficiar al empresariado reduciendo los costos laborales. Mediante este cambio, que implicaría efectivamente avanzar sobre una porción de la ganancia, considerando que existen 11,5 millones de asalariados aportantes, se podría elevar el gasto previsional en un 40 %.

En segundo lugar, la ecuación previsional cambiaría sustantivamente si se llevara adelante un verdadero “blanqueo” del sistema, aquél que refiere a los altísimos niveles de trabajo no registrado por el que las patronales evaden el pago de impuestos, y que alcanzan el 32 % del empleo total. El combate contra el trabajo en negro es una medida elemental de defensa del salario y las condiciones de vida de la clase trabajadora, lo que junto con la prohibición de despidos, además de incrementar los recursos resolvería la exclusión creciente de trabajadores que no logran los aportes exigidos hoy para jubilarse. La masa de aportantes se elevaría entonces al conjunto de la población económicamente activa que se estima en 19,5 millones de trabajadores, lo que implicaría la posibilidad de ampliar el gasto previsional en otro 50 %.

Tomando estas dos medidas en simultáneo sería posible incrementar hoy en un 165 % la cantidad de dinero recaudado en concepto de aportes y contribuciones, incrementando sustancialmente los haberes de los jubilados y pensionados y construyendo un sistema menos excluyente. No obstante, de conjunto está planteado transformar el esquema de financiamiento en lo que hace a los recursos tributarios, que hoy recaen principalmente en el consumo y el bolsillo de los asalariados.

En este camino, propuestas como aumentar la edad jubilatoria no son necesarias ni responden a ninguna causa natural sino que demuestran que para el sistema capitalista la vida de los trabajadores solo se mide según cuánto se la puede explotar. Por el contrario, lo que se pone de manifiesto al realizar el análisis de los recursos y gastos del sistema previsional es que el mismo se apoya absolutamente sobre la base del trabajo asalariado y que en su determinación se libra una disputa feroz entre las clases por el destino de la plusvalía.

Tomado de: http://www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/jubilaciones-una-bomba-de-tiempo/

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La ignorancia y la igualdad en Rancière

Por: Gastón Gutiérrez

ACERCA DE UNA NUEVA EDICIÓN DE EL MAESTRO IGNORANTE

Todo libro y toda historia tienen su efecto, y este libro de Rancière, y la historia del maestro ignorante, lo tiene incluso en las escalas más inesperadas. Situación: aula pequeña, escuela bonaerense, decenas de jóvenes distraídos, maestro absorto e impotente, y una chica aplicada pide “¡dicte profe dicte!”. Y el efecto apareció de repente: “no vamos a dictar porque no hay nada que dictar”. La historia de Joseph Jacotot apareció (aunque sea para salir del paso), y cuando hubo finalizado el relato sobre el maestro ignorante la atención juvenil, expresada en sus ojos, había cambiado por completo. Se llevaron algo más que el concepto de una clase (en este caso una mala definición manualística de “cultura”, que por cierto no copiaron), se llevaron la certeza subjetiva de que sabían de qué se estaba  hablando, que podían conocer más partiendo de lo que ya conocen, y especialmente que todas las inteligencias son iguales.

La igualdad de las inteligencias

La anécdota es modesta, pero multiplicada por miles de anécdotas similares, que deben repetirse en muchas geografías en los últimos tiempos, uno se puede dar una idea del efecto que una nueva edición de El maestro ignorante. Cinco lecciones para la emancipación intelectual de Jacques Rancière, puede tener. Ciertamente no llegará a renovar la pedagogía habitual en un sistema educativo en crisis, ni fomentará un auge plebeyo del autodidactismo, pero por lo menos transmitirán la premisa sencilla de que todas las inteligencias son iguales (imprescindible en una coyuntura en que neurobiólogos macristas contabilizan cómo el “capital mental” se distribuye entre las clases).

Publicado por primera vez en 1987, El maestro ignorante repone la experiencia pedagógica de Jacotot y su método de emancipación intelectual. Es la historia de un hombre del siglo XVIII, que atraviesa la Revolución francesa a los 19 años y participa como artillero en el ejército republicano. Desarrolla una carrera de instructor militar y llega a director de la Escuela Politécnica y diputado nacional. La Restauración Borbónica lo obliga al exilio en Bélgica y allí pasa por una experiencia de enseñanza que lo trastoca profundamente. Enseña con una versión bilingüe del Telémaco de Fenelón el francés a jóvenes belgas, sin conocer una palabra de holandés. Incapacitado de transmitir saber alguno, su método fue transmitir la voluntad de aprender. Dejarlos solos con el texto, ya que el saber estaba ahí para que ellos lo tomaran por sí mismos. La sorpresa es que al poco tiempo los alumnos podían replicar frases coherentes, comprendían el francés y componían estructuras argumentativas. Por azar Jacotot encontró que la inteligencia de los alumnos replicaba la inteligencia del niño al aprender la lengua materna (escucha, retiene, imita; compara, corrige, repite). Su teoría, como todas, parte de una práctica generalizada. Sacando conclusiones de esta experiencia Jacotot plantea su tesis: hay que partir de la premisa de que todas las inteligencias son iguales.

El impacto de esta idea en su tiempo generó un movimiento igualitarista y pedagógico revolucionario, pleno de equívocos y apropiaciones diversas, que a fin de cuentas hablaba de un método humanista nacido del impulso igualitario de la Revolución francesa (específicamente del contexto de su “urgencia” revolucionaria, donde Jacotot vio excelentes matemáticos militares y otras proezas científicas motorizadas por la voluntad revolucionaria del pueblo). El maestro ignorante es un voluntarista, “anarquizante” según Rancière, que se aleja de la “instrucción popular” que supone la dirección progresista de la burguesía, y se interesa en primer lugar por los pobres porque combate la desigualdad. El discurso contra la desigualdad de los hombres se basa en la igualdad de las inteligencias como una premisa o un axioma, por lo que no es demostrable científicamente, ni quiere serlo. Es un presupuesto que se prueba un poco como el budín inglés de Engels: en la práctica de comerlo3. Y aunque una axiomática no es una teoría del conocimiento, Jacotot se pregunta cómo se conoce en una práctica emancipada, criticando para ello el trasfondo filosófico del mito pedagógico y el atontamiento que produce. Contra Sócrates, Jacotot señala que éste no es la figura del emancipador sino “la del embrutecedor por excelencia, que organiza una puesta en escena en la cual el alumno debe ser confrontado a las lagunas y aporías de su propio discurso”. Embrutece porque pone en primer plano “el sentimiento de la propia incapacidad”4. Si en vez de partir del “sólo sé que no sé nada” se responde que se conoce una cosa (todos conocemos alguna cosa) y luego se vincula a ella todo lo demás, se “espolea” la voluntad de conocer, se pone en marcha el procedimiento de la comparación y diferenciación y se sale del “círculo del atontamiento”. Más aún se puede enseñar lo que no se sabe, precisamente porque no se enseña lo que se sabe. Para Jacotot la “opresión no es la sujeción de una voluntad a otra” que deba dejar paso a “una relación de inteligencia a inteligencia”. Al contrario, en ésta última es dónde “se demuestra mejor la desigualdad de las inteligencias, la necesidad de que una inteligencia sea guiada por otra inteligencia”. Mientras el maestro ignorante “no establece ninguna relación de inteligencia a inteligencia”5 es solo una “voluntad que ordena al ignorante que haga su camino. Es decir, echa a andar las capacidades que el alumno ya posee”6.

Rancière no llegó a Jacotot buscando una buena nueva filosófica, sino hurgando en los archivos de la historia de la clase obrera de la primera mitad del siglo XIX. Allí encontró un espacio y un tiempo de autonomía de los obreros, por las noches, donde se ponían en juego filosofías, poesías, artes, y en donde se le apareció la figura del maestro ignorante en la formación de “Louis Vinçard, instruido por su madre en el arte de la lectura, lo que no tendría nada de extraordinario si esta mujer, casi iletrada, no hubiera enseñado lo que ella misma no sabía”7. Sin saberlo, esa madre había aplicado el método de la emancipación intelectual. A fin de cuentas ¿de qué es ignorante el maestro ignorante? De la desigualdad. Contra el “orden explicador” que lo instaura, inevitablemente, Rancière propone invertir la lógica del maestro, abandonar toda proposición de que el que no sabe es una “tabula rasa” que debe dejar sus prenociones de lado (Durkheim-Bourdieu) o desprenderse de la ideología para llegar a la ciencia (Althusser). En este punto Rancière se emparenta con el Marx de las “Tesis sobre Feuerbach” que señalan que el educador debe ser educado8. Postula que el mito pedagógico divide el mundo en dos y supone el encuentro de dos inteligencias escondiendo el encuentro entre dos voluntades, una de las cuales se sabe impotente. Al contrario se puede ensenar lo que se ignora, sólo hay que dar el principio de esta instrucción: “hay que aprender alguna cosa y relacionar con ella todo el resto según este principio: todas las inteligencias son iguales”.

Contra los maestros del atontamiento

Reponiendo el método de la emancipación intelectual Rancière construye un libro de historia y filosofía alternando posiciones jacotistas (repuestas interesantemente en su contexto) y consideraciones propias para pensar las implicancias de la emancipación intelectual, la filosofía de la emancipación y su relación con el marxismo. Las investigaciones sobre la vida obrera aparecen como campo de interés para Rancière luego de Mayo del ‘68, y de manera contrapuesta al marxismo estalinizado del PCF (donde tiene una breve militancia juvenil) y particularmente contra el marxismo de Althusser, con el que había colaborado en la obra colectiva Para leer El Capital. En 1969, ya alejado de Althusser y Balibar, va a realizar una crítica a la rígida teoría de la ideología althusseriana como una que no dejaba espacio para la libertad del sujeto. Le contrapone a este marxismo una reivindicación de la emancipación intelectual por parte del obrero como un momento imprescindible de la emancipación social (aunque se distinga de él). La ruptura con el althusserianismo se completa en La lección de Althusser, donde éste es denunciado como el filósofo del “orden” tanto universitario como del PCF. Un maestro burocrático alejado de la revuelta obrera y estudiantil y galvanizado contra los planteos más innovadores de Mayo. Motorizado por una activa militancia en el “segundo aliento” del movimiento del ’68, Rancière se integra al maoísmo de Izquierda Proletaria (Gauche Prolétarienne) y activa en la universidad de Vincennes, en las fábricas (donde reside su verdadero interés por los sucesos de Mayo) y colabora, junto a su esposa, en el movimiento del GIP (Grupo de Información de las Prisiones que tenía a Foucault como impulsor). De manera especular al estalinismo, Izquierda Proletaria postulaba una tesis populista que depositaba en el obrero el lugar de la “verdad”. Lo que por supuesto no impidió la espectacular metamorfosis derechista del maoísmo francés, y la disolución del grupo. A mitad de los ‘70 Rancière atraviesa esta “crisis de la izquierda” estableciendo una distancia tanto de la izquierda reformista (refortalecida con la conformación de la Unión de Gauche de estalinistas y socialistas), como con los nuevos filósofos que abren el camino a la reacción ideológica (el punto que lo distancia de Foucault). Pero también mantiene distancia de la continuidad de las organizaciones marxistas revolucionarias trotskistas y se concentra en sus estudios y en la revistaLes revoltes logiques10. Su investigación había comenzado originalmente con el objetivo de dar cuenta del encuentro y desacuerdo del marxismo y la clase obrera francesa desde inicios del siglo XIX hasta la constitución del PCF. Ahora ese objetivo había mutado y conservando algunos tópicos va a tener su modulación más nítida en el periodo de la llamada “crisis del marxismo”.

La aparición de El maestro ignorante coincide con la llegada de los socialistas al poder en los ‘80 en Francia y se escribe en parte para tomar distancia del “sociologismo progresista” (Bourdieu) que ponía el acento en las formas de llegada del saber para las poblaciones desfavorecidas, y en general contra la idea de que es el saber el que otorga el medio para la igualdad. Se anudan allí el rechazo del althusserianismo que oponía ciencia/ideología, con las teorías sociológicas de la dominación, y en general con todo el marxismo en el que se había formado al que ve como uno que “pinta la ley de la dominación como una fuerza que se apodera de todo lo que pretende impugnarla”12. La conclusión es que hay que salir del funcionamiento social que está siempre basado en las desigualdades y que dejan a los individuos impotentes de su propia emancipación. La cuestión es cómo.

El método de la igualdad y el marxismo

El camino de la emancipación intelectual a la emancipación social no es una vía regia. Al contrario, la emancipación intelectual es un proceso individual, es una lógica que “sólo trata, en definitiva, de las relaciones individuales” y que para Rancière en principio no puede definir una política colectiva. Una lógica que no carece obviamente de implicancias en “lo social”, pero que deja en un lugar de suspenso el sentido que ésta pueda tener: “El emancipado puede tener sueños de emancipación social, o simplemente querer un mejor lugar en la sociedad. La emancipación intelectual tiene un lado suspensivo con relación a los usos sociales”.

Sin embargo, Rancière oscila entre establecer vínculos y analogías limitadas entre ambas emancipaciones o adoptar una extensión más o menos directa del principio de la igualdad. En la emancipación intelectual se adopta la presuposición de la igualdad y se la verifica, “mientras que en la política se verifica la igualdad que el otro nos está negando”. El “método de la igualdad” deriva así del método Jacotot y establece un uso general posible en el que la emancipación social se compone de actos individuales que se contraponen a los límites establecidos por aquellos que sólo ven el “círculo continuo de la dominación”. Éstos no pueden ver cómo:

Las lógicas individuales, en el sentido de lógicas de los individuos, normalmente reproducen al infinito las lógicas sociales dominantes. Entonces, es necesario que alguna cosa, un evento, un dispositivo, un individuo, se ponga en disfuncionamiento con respecto a ese funcionamiento “normal” de la lógica social, para que un individuo se ponga a hacer trabajar su inteligencia por sí misma.

Al igual que en la emancipación intelectual, el método de la igualdad es un postulado. Pero a diferencia del terreno de las desigualdades intelectuales (ciertamente más ilusorias que reales) en el terreno de las desigualdades sociales es más difícil conjugar esa apuesta. El apego a coyunturas críticas que cambian las percepciones sociales continúa sanamente el espíritu del ‘68 (el cual ciertamente Althusser y algunos más no pudieron ver). Sin embargo, a posteriori Rancière lee ésto menos como un asunto de la “lucha de clases” en Francia que como un acontecimiento que cambia el “reparto de lo sensible” y que debe ser pensado con otra lógica:

… yo siempre rechacé la explicación por lo social, en el sentido de la explicación por la base, por lo que está debajo, ese pensar escalonado en que los cambios en la sociedad van a explicar los cambios en la política, en la ideología.

Para Rancière una revolución es “el momento en que todo un orden de lo visible, de lo pensable, de lo posible, se encuentra brutalmente despachado y reemplazado”. Ocurre cuando se da “la interrupción brutal de todo un orden simbólico dado, y donde aparecen como posibles cosas que eran absolutamente impensables”. Esto conlleva rechazar también la búsqueda de la “figura correcta del proletariado” (lo que lo aleja tanto de los marxistas revolucionarios como del neo-autonomismo de Negri). Rancière conserva sin embargo una resonancia manifiesta de Marx, al retomar la lógica entre la parte y el todo del proletariado tan presente en textos de juventud como la Introducción a Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel. Con la enorme diferencia de que el “proletariado” pasa a nominarse como la “parte de los sin parte” y así el camino de Marx de buscar en “lo social” las potencialidades de un sujeto de lucha con pretensión universal (aún en su heterogeneidad el colectivo de los trabajadores) es abandonado. Alejado de los análisis de clases, en ausencia de una teoría de la ideología y la alienación de la clase trabajadora y dejando en un plano muy simplificado y abstracto la teoría de la reproducción (y la dominación del Estado), es el “reparto de lo sensible” lo que se pone en cuestión en las situaciones revolucionarias. Aquellos que son “parte de los sin parte”, los que carecían de tiempo y espacio en el “consenso” y expresan un “disenso” de proporciones frente a éste pueden tomar cartas en el asunto. Ahora dos modos de sensibilidad confrontan y disputan el sentido de la experiencia en el espacio y en el tiempo. Y donde las palabras y los símbolos muestran la constitución de los sujetos. Es según sus palabras una “guerra de discursos” en la que la “parte de los sin parte” reclaman ser tratados como iguales. ¿Y quiénes son esa parte de los sin parte? Son los que lo hacen, no hay predeterminaciones sociales, más bien dependen de las formas de dominación de las clases dominantes y adoptan actualmente la forma de revueltas populares sin claros contornos de clase desde Egipto y Túnez hasta Madrid y París. Sin dudas todos esos sucesos son cuestionamientos más o menos profundos en el “reparto de lo sensible” dando cuenta de cambios en los modos de pensar, pero no alcanzan a trastocar las relaciones de clase, y la extensión del “método Jacotot” no permite pensar los límites que estas situaciones tienen para dar curso a una emancipación social.

Tomado de: http://www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/la-ignorancia-y-la-igualdad-en-ranciere/

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Apuntes sobre la educación en Cuba

Por: David Canela Piña

No se debe educar a nadie para ser “revolucionario”, sino para que pueda descubrir y cultivar sus potencialidades

Hace poco buscaba en los periódicos del día una noticia digna de ser comentada, o al menos que atrajese mi interés. Y encontré en el periódico Juventud Rebelde del sábado 28 de abril un artículo titulado “Exámenes que trazan futuro”, que anunciaba el comienzo de las pruebas de ingreso a la universidad para el martes 8 de mayo, y comentaba los nuevos cambios que se están aplicando en los niveles de enseñanza preuniversitaria y superior.

El entrevistado, René Sánchez, director de la comisión de Ingreso y Ubicación Laboral del Ministerio de Educación Superior, declaraba que este año las áreas con mayor apertura de plazas serán las carreras “pedagógicas, médicas, técnicas y agropecuarias”, por lo que se tratan de incentivar esos perfiles vocacionales. Pero la idea que me molestó fue la que pretendía desmontar el “mito de las vocaciones”, arguyendo que “está probado de manera científica que preparándose adecuadamente se puede estudiar cualquier profesión.” Y continuaba en el párrafo siguiente: “Una carrera universitaria es una puerta más amplia a la vida, que sirve a las personas para ser más útiles, servir mejor a la sociedad, sentirse más plenos, pero no está identificada con una vocación específica.”

Nótese cómo primero realza la función social del progreso cognoscitivo a través de dos enunciados tautológicos, luego menciona, como de paso, el bienestar espiritual, y finalmente entierra la posibilidad de un vínculo de desarrollo orgánico entre ambas funciones (la social y la psicológica) a partir del cultivo de una vocación específica.

Al parecer, este funcionario jamás ha conocido a una persona que le haya confesado, dibujando un rictus de amargura y frustración en su cara, que él estudió esa carrera, pero que en realidad le hubiera gustado estudiar otra. Y si no, ¿qué sentido tendría numerar una boleta con cinco opciones, por orden de prioridad decreciente, si todas representan lo mismo para el estudiante?

¿No recuerda acaso que en La Edad de Oro, el libro más reconocido internacionalmente de José Martí, el intelectual cubano (y futuro héroe por la independencia) les narra a los niños de América las anécdotas más inspiradoras sobre la grandeza del genio, cuando éste es alentado por las fuerzas desbordadas de una vocación? En su artículo “Músicos, poetas y pintores” no deja de ilustrar, uno tras otro, los eventos que revelan la formación de una vocación temprana, y las adversidades que tuvieron que superar muchos artistas para llegar a culminarla. Así, por ejemplo, dice que a Haendel su padre “le prohibió tocar un instrumento”, porque quería hacerlo abogado, “pero el niño se procuró a escondidas un clavicordio mudo, y pasaba las noches tocando a oscuras en las teclas sin sonido”. De Miguel Ángel comenta que “en cuanto pudo manejar un lápiz le llenó las paredes al picapedrero de dibujos, y cuando volvió a Florencia, cubría de gigantes y leones el suelo de la casa de su padre”. Y de Lope de Vega cuenta que “cambiaba sus versos con sus condiscípulos por juguetes y láminas, y a los doce ya había compuesto dramas y comedias.”

¿Tampoco conoce este señor que en las escuelas primarias y secundarias, una de las tareas pedagógicas fundamentales para la enseñanza de la Historia de Cuba es demostrar la temprana “vocación revolucionaria” de los héroes, para lo cual se usan clichés como que vio la miseria y la injusticia que le rodeaba, y decidió rebelarse contra ella, amén de que una de las virtudes cardinales de su carácter es siempre la “intransigencia revolucionaria”, la cual guía sus acciones en la lucha contra el opresor?

Es comprensible este tipo de razonamientos en un funcionario que participa de este tipo de ideología de estado, ya que la educación socialista está atrapada en una contradicción ontológica: al pregonar la culminación de todas las esperanzas de bienestar en el hombre, basándose en la premisa de que las relaciones de fraternidad garantizan por sí solas la felicidad individual, termina vaciando a los hombres de contenido psíquico, y los convierte en una tabula rasa sobre la cual puede imprimirse cualquier huella. Como es una ideología esencialmente atea, le desconoce al hombre la facultad de ser un alma.

Entre las reformas que me gustaría ver fomentadas en el sistema educativo cubano está la creación de Bachilleratos en Humanidades, en Ciencias, y en Ciencias y Humanidades, además de multiplicar las escuelas de oficios, y mantener las escuelas de formación artística, tecnológica, y pedagógica. La enseñanza preuniversitaria debe ser un canal, y un puente que conduzca hacia la enseñanza universitaria, no una zaga del nivel precedente. Debe ser (como anuncia la etimología castellana), un “pre-universitario”, no una “post-secundaria”.

Otro de los aspectos que me llama la atención en las últimas reformas educacionales es la progresiva liberalización de los marcos de las carreras: en la modalidad de Concurso (creada para los estudiantes que perdieron la continuidad de sus estudios, y decidieron recomenzar) se puede optar por diferentes carreras, aunque ellas se estudien en universidades distintas, como Medicina y Psicología; se permite estudiar una segunda licenciatura, “siempre que exista la especialidad en el Curso por Encuentro” (otra modalidad, que fue concebida para los trabajadores); a los graduados de politécnico se les reconoce como vencido el nivel medio-superior, o sea, que ya salen con doce grado, como se dice popularmente; y los estudiantes universitarios pueden estudiar asignaturas que pertenezcan a los programas de estudio de otras carreras, pero sin renunciar a la carga de asignaturas del suyo.

Sin embargo, creo que la academia debiera tener un programa de estudios semi-abierto, en el cual existan 3 o 4 asignaturas básicas por semestre, y que las demás puedan ser elegidas de forma libre dentro del amplio abanico de asignaturas de los programas de carreras afines. Y un programa semi-cerrado pudiera usarse en la enseñanza preuniversitaria, en donde los estudiantes puedan seleccionar 2 o 3 cursos libres a su voluntad. Por ejemplo, que en una asignatura como Lengua Moderna, puedan elegir entre el francés, el alemán, el portugués, o el italiano, ya que el español y el inglés debieran ser las lenguas básicas de su formación lingüística.

Creo además que en la Universidad debe acabar de removerse el lastre de unas asignaturas insulsas, que hasta ahora son obligatorias por su carácter político, como Preparación para la Defensa, Economía Política, Marxismo y Sociedad, e incluso Educación Física, que puede ser opcional.

Esto me lleva a sintetizar dos tendencias: una liberal, que tiende a ampliar y disolver los límites estrechos de las carreras, y otra conservadora, la cual está vinculada a un proceso de narcisismo político. Hace unos años, se evaluaban tres pruebas de ingreso: Matemática y Español (por ser las asignaturas arquetípicas de las Ciencias y las Humanidades), y una tercera, variable, que dependía del perfil cognoscitivo de la carrera a la cual se aspiraba en primera instancia. Podía ser Física, Química, Biología o Historia de Cuba. Desde hace unos años también –aproximadamente una década–, se decantó la obligatoriedad de esta última, seguramente para “reforzar el trabajo político-ideológico” con los jóvenes, o sea, para legitimar la autoridad de un gobierno a través de la enseñanza de un discurso canonizado por la historiografía revolucionaria.

La última disposición ministerial fue declarar dos semanas de receso escolar para todos los niveles de enseñanza: una para conmemorar el triunfo de la Revolución, que se extiende hacia el final y el principio de año, y otra para celebrar la victoria de Playa Girón. Y a la semana en que cae el 19 de abril, se le ha comenzado a llamar la Semana de la Victoria. Me parece un esfuerzo decadente por reactivar un patriotismo asociado a los momentos cumbres de afirmación del sistema político.

En otra ocasión pudiera analizar las aristas de la educación que diversifican y vigorizan las identidades culturales de la sociedad cubana, como la religiosa, la racial, y la multicultural. Lo que sí es verdadero es que no se debe educar a nadie para ser “revolucionario”, ni socialista, ni proletario, sino para que pueda descubrir y cultivar las mejores potencialidades de su inteligencia y su carácter, y se eleve hacia una plenitud espiritual invirtiendo –como dice la parábola bíblica– sus talentos en la vida.

Tomado de: https://www.cubanet.org/articulos/apuntes-sobre-la-educacion-en-cuba/

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