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Construyendo una República de muchas voces ¿Cuál es mi lugar en el mundo?

C
Stokely Carmichael fue profesor en la Escuela por la Libertad de Missisipi a principios de los años 60, mucho antes de que se le conociera a nivel nacional como un aguerrido líder del Comité Coordinador Estudiantil
No Violento (SNCC, por sus siglas en inglés). Las Escuelas por la Libertad fueron creadas para ayudar a los jóvenes a desarrollar un sentido de acción y poder para tomar parte en el movimiento que estaba estremeciendo el sur de Estados Unidos y que estaba cambiando la vida de todos sus habitantes. Stokely comenzó una de sus clases escribiendo algunas oraciones en el pizarrón:

Me bebo unos vinos Disfruto bebiendo cócteles
Los pueblos quieren libertá La gente quiere libertad. Me quiero registrá pa votá  Me quiero inscribir en el registroelectoral
Stokely preguntó a sus estudiantes que opinaban de los dos conjuntos de oraciones. Uno de ellos dijo que “libertá” no le sonaba bien. Stokely preguntó si alguno de ellos sabía que significaba “libertá” o si al menos conocían a alguien que lo dijera. Los estudiantes respondieron que todos sabían lo que significaba y que conocían mucha gente que lo decía, incluidos ellos mismos, quienes algunas veces decían “libertá”. Sin embargo, dijo uno de ellos, no era la forma “correcta”. Así que Stokely preguntó quien decidía que era correcto o incorrecto y la conversación continuó como sigue:
Stokely: Ustedes dicen que algunas personas hablan de manera incorrecta ¿Podrían esas personas ir a donde ellos quisieran hablando de esa manera?, ¿Podrían ir a Harvard?
Salón de clase: Si… No
Stokely: ¿El Señor Turnbow habla de esa manera?
Salón: Si.
Stokely: ¿Podría Turnbow ir a Harvard hablando de esa manera?
“Me quiero registrá pa votá”
Salón: Si.
Stokely: ¿Se sentiría avergonzado?
Salón: Si… No.
Zelma: Él no, pero yo si. No suena bien.
Stokely: Supongamos que alguien de Harvard viene para acá y
dice “me quiero registrar para votar” ¿Se sentiría avergonzado?
Zelma: No.
Stokely: Entonces ¿la manera como hablas da vergüenza en
Harvard pero no aquí?
La manera en que Stokely daba clase siempre se basó en plantear problemas y hacer preguntas. El contenido era tomado de las experiencias de los estudiantes y, a través del dialogo, el conocimiento del estudiante era
consolidado, reconocido, expandido y conectado. Los puntos de vista de los estudiantes eran escuchados y respectados y sus vidas afirmadas como punto de partida hacia un camino de conocimientos más profundos y
amplios.
La clase se detuvo poco después porque era la hora del almuerzo, pero antes de salir Stokely pidió a sus estudiantes que pensaran en que consistía una sociedad y quien dictamina las reglas de ésta. Los estudiantes se dieron cuenta que aunque la mayoría no habla “correctamente”, la minoría que si lo hace tiene el monopolio del trabajo, dinero y prestigio. Ellos abandonaron el salón de clase con interrogantes importantes sobre el idioma, la cultura, el control, la política y el poder.
* * *
La educación es animada por las más profundas y difíciles preocupaciones humanas: ¿Qué significa ser un Ser Humano?, ¿Qué clase de mundo nos imaginamos y queremos construir? La enseñanza, como ya lo he dicho, está siempre a favor y en contra de algo, es decir, la enseñanza ocupa el espacio de lo debatible. La enseñanza opera al servicio del conocimiento y de la liberación, de la humanización, sin embargo, puede distorsionarse fácilmente y pasar al dominio de la deshumanización.
Las clases de ética, un asunto de desorden práctico, toman vida cuando los profesores luchan por abrir sus ojos para darse cuenta de lo complejo y dinámico que es el mundo que tienen al frente y plantean problemas complicados entre alternativas reales. Este trabajo frecuentemente doloroso, solitario y siempre difícil puede ser llevado a cabo por maestros que se vean a sí mismos como agentes morales, actores éticos, gente pensante con bases en el compromiso de que ellos pueden servir de guías en el impredecible y a veces engañoso terreno de las escuelas. El
compromiso moral opera en un nivel distinto e, irónicamente, en uno más firme que, por ejemplo, las habilidades o hasta de las actitudes mentales.
El primer compromiso al que se apega un maestro por la libertad es ponerse del lado de los estudiantes: reconocemos, apoyamos y apelamos a la completa humanidad de cada uno de ellos. Abogamos por el conocimiento
y la liberación. Nos convertimos en estudiantes de nuestros estudiantes. El segundo compromiso, muy relacionado con lo anterior, es crear un espacio donde una república de muchas voces pueda surgir en contra de la “uniculturalidad” y de la sofocante monotonía de la voz autoritaria. El profesor por la libertad promete crear un ambiente donde los seres humanos puedan enfrentarse de manera auténtica, sin máscaras, un lugar para la invitación, la fascinación, el interés y la promesa. El ambiente de aprendizaje de repente es esencial, el espacio físico, pero quizás aun más importante son los  espacios espirituales, éticos, intelectuales y sociales que solo los maestros
pueden iniciar. Con un ojo fijo en la naturaleza humana de nuestros estudiantes y con el otro observamos los círculos concéntricos del contexto en los cuales estudiantes y profesores se encuentran unos con otros. ¿Qué ideas
y valores son desarrollados en los ambientes que construimos?, ¿Cómo encarnamos, mostramos y creamos espacios para la promulgación de esas ideas y valores?, ¿Cuáles métodos y enfoques son consistentes para reafirmar
la naturaleza humana de nuestros estudiantes?
* * *
El ambiente es por sí mismo un profesor poderoso, es la variable crítica que los profesores de salones de clase pueden discernir, criticar, construir y reconstruir para bien de todos. El ambiente debe desafiar y nutrir la amplia gama de estudiantes que se presentan en nuestras aulas con múltiples puntos de vista hacia el aprendizaje y una variedad de caminos para alcanzar el sentido. El profesor construye el contexto; los valores del profesor, sus instintos y experiencias se desarrollan en el ambiente de aprendizaje. Es fundamental reflejar nuestros valores, nuestras expectativas y nuestros estándares tomando en cuenta que nuestro trabajo no se mide en centímetros sino en esperanzas y sueños alcanzados, en reflexiones morales y la implementación de opciones éticas. Piense en lo que siente uno al entrar por la puerta hacia el aula de clase: ¿Cómo es la atmósfera?, ¿Cuál es la técnica dominante?, ¿Cuál será la inclinación de la voz que se exprese?
Cuando yo comencé a dar clases, llevé a mis niños de cinco años al Aeropuerto Metropolitano de Detroit para ver despegar y aterrizar a los aviones. Yo no tenía en mente mucho más que un simple paseo de placer, sin embargo, pronto descubrí que la concurrencia en cualquier aeropuerto nos envía un poderoso mensaje: muévete para acá, sigue moviéndote, muévete rápido. Hoy en día, quizás, se le puede añadir algo más:
¡Compra! ¡Compra! ¡Compra!; pero sigue siendo más que todo: sigue moviéndote.
Para un niño de cinco años el mensaje de la concurrencia es más específico y simplemente dice “¡Corre!” Me tomó tres visitas al aeropuerto para darme cuenta que mis órdenes – permanezcan juntos, agárrense de las  manos, no corran – eran constantemente contradichas por la voz dominante del ambiente:

¡CORRAN!
¿Que dice el ambiente?, ¿Cómo puedo mejorarlo?
Un maestro de quinto grado que conozco comienza cada año sus clases explicándole a sus estudiantes que el solo tiene tres reglas que hay que cumplir en el aula: la primera, que pueden masticar chicle (los estudiantes se asombran); dos, que pueden usar gorras (los chicos en particular escuchan extasiados este aparente concepto al margen de la ley); tres, que “esta es una comunidad de aprendices, por lo que deben tratar a todos con
respecto y compasión, sobre todo cuando sea difícil”.
Lo que este profesor hace en su rincón de su escuela es crear un ambiente de reflexión moral y de acción ética. Se cometerán errores, habrá malos comportamientos y fuertes reprimendas, pero apoyar moralmente todo lo anterior es parte del marco para la enseñanza, para crear el momento para enseñar. El ambiente en el aula de clase es un lugar, según palabras del gran Joe Cocker, “para aprender a vivir juntos”. Un proceso que dura toda la vida, que comienza en la familia y continúa potencialmente en la escuela. Comparen el ejemplo anterior con un cartel que vi en el cafetín de un liceo en Chicago:
REGLAS:
• No correr.
• No gritar.
• No tirar comida.
• No pelear con tenedores.

¿No pelear con tenedores? Uno se aturde de solo imaginar el incidente que provocó la inclusión de la cuarta regla. ¡Niños! Más allá de eso, uno se pregunta ¿Por qué no se prohíbe pelear con los puños o con cuchillos? Y, ¿Podrá alguna vez existir una lista adecuada que incluya cada una de las posibles infracciones que acechan la mente de los estudiantes?

Por supuesto, el problema no son las reglas en sí, sino lo que apoyan y lo que no. Ellas sugieren obediencia sobre iniciativa, convención sobre pensamientos. Aquí encontramos los pequeños asuntos de moral enfatizados por encima de los grandes. Ninguno de ellos invita a la reflección, al dialogo o al juicio ¿En que parte de este ambiente hay espacio para la reflexión moral, el compromiso o la creación?, ¿Dónde hay espacio para la acción ética o la enseñanza hacia la libertad?
Imagínense un desafortunado guardia tratando de hacer cumplir las reglas sobre la vestimenta en otro liceo de Chicago:
− No se aceptan pantalones descocidos o muy anchos
− No se aceptan piercings visibles más allá de la cara
– No se aceptan chaquetas alusivas a ningún equipo deportivo
− No se aceptan boxers que sobresalgan por encima de la cintura
del pantalón
− No se aceptan camisas escotadas
− No se acepta joyería peligrosa
− No se acepta ropa explícita sexual
¿Piercings visibles más allá de la cara?, ¿Joyería peligrosa? ¡Dios mío!
* * *
A medida que los niños avanzan en su educación, no deberíamos enseñarles lo que la novelista italiana Natalia Ginzberg llama “las pequeñas virtudes”, más bien deberíamos enseñarles las grandes. Por ejemplo, no enseñar como ser ahorrativos sino como ser generosos, no la precaución sino la valentía, no el tacto sino el amor y no el ansia por el éxito sino el deseo de saber y de ser. Las grandes virtudes vienen de un lugar profundo y difícil de comprender, quizás sean instintos, pero lo que está claro es que con el desarrollo de éstas, las pequeñas terminarán apareciendo en el lugar apropiado.
Los maestros tienen que pensar acerca del ambiente que crean, deben examinarse, reflexionar, repensarse y reconstruirse ¿Cómo se vería un ambiente construido alrededor de grandes virtudes? ¿Cómo podría un profesor crear un espacio de grandes virtudes que sean visibles, estén disponibles, que sean modeladas y ensayadas, promulgadas y demostradas?
Tomen la última gran virtud en la lista de Ginzberg: el deseo de saber y de ser. Seguramente un profesor con esa virtud en mente reconocerá la importancia de nutrir el sentido de confianza y competencia, los sentimientos de
amor propio combinados con la compasión y empatía por los demás. El ser ético no significa ser perfecto sino luchar por tomar consciencia, por escoger, por intentar.
* * *
La escritora canadiense Margaret Atwood le da las siguientes instrucciones a un niño:
Así comienzas:
esta es tu mano,
este es tu ojo,
este es un pez, azul y liso
sobre el papel, casi
la forma de un ojo
Esta es tu boca, esta es una O
o la luna, como
gustes. Esto es amarillo.

Más allá de la ventana
está la lluvia, verde
porque es el verano, y más allá
los árboles y después el mundo,
que es redondo y sólo tiene
los colores de esos nueve creyones.

Este es el mundo, que es más completo
y más difícil de aprender de lo que te he dicho.

Haces bien al mancharlo de esa forma
con el rojo y luego
el naranja: el mundo se quema.

Una vez que hayas aprendido estas palabras

aprenderás que hay más
palabras que nunca llegarás a aprender.
La palabra mano flota sobre tu mano
como una nubecilla sobre el lago.

La palabra mano ancla
tu mano a la mesa
tu mano es una piedra cálida
que sostengo entre dos palabras.

Esta es tu mano, estas son mis manos, este es el mundo,
que es redondo pero no plano y tiene más colores
de los que podemos ver.

Comienza y tiene fin,
esto es
a lo que regresarás, esta es tu mano.

Cuando Margaret Atwood escribe “Comienza de esta manera: esta es tu mano…”, está evocando un principio profundo del aprendizaje: los seres humanos aprenden a través de la experiencia, entrándole al mundo a la
fuerza, actuando sobre uno mismo y los alrededores. Para aprender hay que participar.
Frank Wilson, neurólogo, dice que “para que el cerebro funcione necesita información que solo puede venir de la mano interactuando con objetos, bien sea de forma táctil o cenestésica”. Biológicamente hablando, la cabeza y las manos han evolucionado simultáneamente y en relación directa una con la otra. Wilson señala que la adquisición temprana del lenguaje, por ejemplo, siempre ocurre en compañía de algún desarrollo motor específico.
Él asegura que no puede existir “nada llamado inteligencia que sea independiente del comportamiento del resto del organismo”.
La teoría de Wilson se puede ver como una especie de crítica hacia las escuelas que hemos creado, una crítica a cualquier sistema que intente llenar de información cabezas inertes y aisladas, mientras las separa de la parte física y social del mundo que compartimos y que debemos enfrentar para poder crecer. En nuestra cultura tendemos a dibujar una línea brillante entre el cuerpo y la mente para fragmentar los seres humanos en muchas partes imaginarias, para así dar una jerarquía de valores en la cual la mente se encuentra en la cima de la pirámide y el cuerpo, usado para labores manuales y trabajos físicos, yace a pedazos cerca de la base de la pirámide. Este
conjunto de suposiciones, basadas en una ilusión de dominios discretos y estados separados, realmente violenta a los estudiantes y al aprendizaje.
El poema de Margaret Atwood, su metáfora, nos apunta hacia una mejor dirección: “Esta es tu mano…” Esta es tu experiencia y tu percepción, tus deseos y tus necesidades. Esta es tu realidad. Aquí es donde comienzas.
* * *
No existe otro lugar ni tiempo para comenzar un diálogo con los jóvenes, con estudiantes de cualquier edad, que no sea justo ahora, aquí y desde el comienzo. Comienza así. Una madre en período de lactancia puede contar historias impresionantes de diálogos serios y sostenidos con su bebé.
Entre otras cosas, ella reconocerá sin ninguna vergüenza o disculpa que ella es la estudiante y su bebé es el maestro. Un padre atento sabe que un llanto por hambre se oye distinto a un llanto por malestar o incomodidad. Cuando
los padres responden apropiadamente, cuando ellos aprenden y el bebé siente que el ha sido escuchado o visto, que ha sido comprendido, el diálogo refuerza su creciente sentido de que es el actor principal en su propia vida,
un floreciente sentido de poder, acción e integridad.
En el otro extremo del resorte humano está mi madre, por ejemplo, quien sufre de Alzheimer. Los últimos meses han sido difíciles para ella, así como para mi padre y el resto de nosotros quienes la amamos y la cuidamos.
Ella ha estado molesta e insultando, a veces sicótica y luce confundida, incoherente y en ocasiones es violenta. No es la mujer que nosotros creíamos conocer. Aún así, con mi experiencia de la niñez y con mi espíritu de profesor,
he intentado escucharla y responder. Después de todo, es ella la que está sufriendo la enfermedad. Lo mejor que puedo hacer es ser un testigo honesto y un estudiante de su encuentro con el Alzheimer. Así comienzas.
Hemos tenido nuestros momentos. Por ejemplo, ella ha menudo arremetía contra la gente que veía en nuestros paseos juntos llamándolos “vómitos” y “pendejillos”, palabras que se inventaba y se las decía a la mayoría de la gente
en una amplía variedad de situaciones. Aprendí que si yo le daba importancia a lo que ella decía, si yo respondía, por ejemplo, “tú piensas que él es un vómito” o “todos nos portamos como pendejillos en algún momento”, ella
se calmaba inmediatamente y decía “me alegro que alguien me comprenda”.
Imagínense enseñarle a leer a un niño, a un inmigrante que no hable inglés o a un analfabeta. Hay una manera de enseñar a leer que se repite constantemente: el profesor lo sabe todo y el estudiante nada, el profesor es activo y el estudiante pasivo, el profesor es benévolo y el estudiante se resiste, el profesor hace énfasis en lo difícil que es leer y el estudiante asiente.
El estudiante aprenderá a leer algún día, pero la enseñanza de fondo es poderosa, duradera, y de alguna manera humillante: el profesor tiene la razón, el aprendizaje es pasivo, leer es difícil y desagradable. Por supuesto, hay una alternativa, una manera de trabajar tal, que cuando el estudiante comience a leer por su cuenta, no va a ser un gran acontecimiento y casi pasará desapercibido. Esto sucede cuando los estudiantes son motivados ha escribir sus propios ensayos, construir sus propios conocimientos, nombrar sus propios mundos.
Mi hijo Malik da clases en un liceo de California para estudiantes de una segunda lengua. Cada uno de sus estudiantes aún tiene que escalar montañas en términos de vocabulario, gramática, sintaxis y uso. Esto describe el lugar donde él sabe que tiene que ir, pero no donde él escoge comenzar o donde se quiere quedar. Su clase comienza con una “redacción libre”, les da tiempo a los estudiantes para pensar, crear, reír, a veces llorar, pero siempre para redactar sus propios textos para trabajos posteriores y mejoramiento a futuro. “Hoy me gustaría que escribieran por diez minutos una reflexión sobre la frase: ‘la gente siempre me pregunta’”, dice Malik mientras escribe las instrucciones en el pizarrón. La respuesta es impresionante: historias cortas, ensayos personales, poemas, enumeraciones y caricaturas. Algunos son trabajos serios, algunos entusiastas, cómicos o llenos de fantasía. Luego, Malik les dedica tiempo a los estudiantes editando, corrigiendo y guiando.

Malik tiene en su clase estudiantes de más de veinte países distintos. “Tengo que ingeniarme como honrar sus culturas, sus idiomas natales”, dice, “sin aceptar un alejamiento”. Llevó una grabadora y puso a los hijos de los estudiantes a que le contaran la historia de su vida en el idioma que quisieran, pero solo en treinta segundos.
El los desafía, pero también intenta nutrirse de sus estudiantes. “Todos tenemos que encontrar nuestro propio camino hacia un texto”, asegura.
Malik incita a sus estudiantes a que le enseñen palabras, significados, costumbres e insiste en que lo corrijan si no pronuncia bien sus nombres. “Es algo bastante básico”, dice. Malik pregunta con frecuencia a sus estudiantes: “¿Hay algo que deba saber?, ¿Hay algo que no deba hacer?, ¿Hay algo en lo cual debo mejorar?
***
Fundi, un documental de Joanne Grant, toma su nombre de la palabra Swahili para denominar a una persona que llega a dominar cierta habilidad y la transmite a las siguientes generaciones. Un fundi es un profesor o un cuenta cuentos, alguien que almacena fuerzas, energía y sabiduría de una comunidad entera y luego transmite esas cualidades a otros para que sean usadas. Fundi fue el nombre que le dieron a Ella Baker los jóvenes militantes
del SNCC durante el Movimiento por los Derechos Civiles en los años 60 y el documental de Grant muestra porque esta olvidada heroína del Movimiento fue considerada una maestra por líderes como Stokely Carmichael, Martin Luther King, Eleanor Holmes Norton y Bernice Reagon.
En 1960, los estudiantes universitarios comenzaron una serie de protestas en la barra de un restaurante en Greensboro, Carolina del Norte. Día tras día, tranquilos y dignificados, entraban al local, se sentaban y
pedían ser atendidos. Día tras día se les negaba ser atendidos. Día tras día una ululante multitud racista los escupía, les tiraban comida, los amenazaban y frecuentemente los golpeaban. Y día tras día, los arrestaban y los llevaban a la cárcel.

“Estábamos realmente asustados”, dijo uno de los estudiantes. “Pero sabíamos que teníamos razón”. Las protestas dentro de locales segregacionistas se esparcieron rápidamente hacia el sur de Estados Unidos, y Ella Baker, quien era para ese entonces la Directora Ejecutiva de la Conferencia de la Dirección Cristiana del Sur (SCLC, por sus siglas en inglés), sugirió que aquellos que estuvieran involucrados en las protestas se reunieran para evaluar la situación y decidir los pasos a seguir en lo sucesivo. Baker era mucho mayor, y la persona más experimentada, que cualquiera de los presentes en la sala de reuniones, sin embrago, ella motivó a los demás para que hablaran y fueran los líderes. Baker habló una sola vez con tono fuerte y la razón fue porque diversos grupos del movimiento presionaban a los estudiantes para que se afiliaran con ellos en sus organizaciones juveniles, pero Baker instó a los estudiantes a que resistieran. “Mantengan lo especial separado”, recomendó. Ella vio la valentía y la creatividad de los jóvenes, y las
ganas de aceptar nuevos retos de manera entusiasta, como un antídoto para evitar quedarse estancados en el pasado y simplemente dejar que la historia pasara. Baker consideraba fundamental que el cambio era necesario para
crear una sociedad justa: “Vamos a tener que aprender a pensar en términos radicales, dijo. “Utilizo el término radical con su significado original: llegar hasta la raíz del problema para comprender la causa”.
En 1964 la SNCC intentó romper la segregación en Missisipi con la creación de las Escuelas por la Libertad y con un proyecto de registro electoral masivo que fue llamado Verano de Missisipi. Cuando James Chaney, Andrew Goodman y Micky Schwerner fueron a Filadelfia, Missisipi, para ver una iglesia que fue quemada porque era usada como instalación para una Escuela por la Libertad, fueron raptados y asesinados por organizaciones racistas como un mensaje para otros voluntarios: ¡Fuera de Missisipi!
La respuesta generada fue totalmente opuesta: los asesinatos galvanizaron la determinación, la valentía y la inmediatez de la lucha, así que Missisipi se llenó de voluntarios. Durante el velorio de los tres hombres asesinados, Ella Baker temblaba de rabia y gritó: “Nosotros, los que creemos en la libertad, no podemos descansar hasta que la muerte del hijo de una madre negra se considere tan importante como la muerte del hijo de una madre blanca”.

Los estudiantes del SNCC fueron más allá de lo que se esperaba de ellos, que era el éxito individual, en sus carreras y un ascenso social. Echaron a un lado su timidez y sus esfuerzos educativos para exiliarse en los campos de algodón y en las comunidades campesinas del sur de Estados Unidos. Se convirtieron en los estudiantes de los pobres, obreros y peones. De cierta forma se hicieron más humildes, pero a la vez, y en un sentido más veraz, ellos se agrandaron. Hay tanto que aprender, se dijeron a si mismos, tanto que ganar, y tanto más en lo que nos vamos a convertir.
Las Escuelas por la Libertad eran sitios de educación comunal basadas en un proceso de puertas, mentes y posibilidades abiertas, una educación que podría permitirle a la gente superar sus limitaciones. “Nuestro
objetivo es la justicia”, argumentaba Ella Baker. “Sus vidas, las de negros y blancos, han estado limitadas por el racismo”. La apertura de posibilidades y de transformación en la vida comienza por identificar las limitaciones
y el deseo de hacer algo contra ellas. “Ningún ser humano disfruta sin hacer nada”, insistió, y la resistencia a la opresión propia de los humanos debe encontrar una forma de organización: “Nadie hará por ti lo que puedes
hacer tú y no has hecho”. Tanto la educación como la libertad requieren de la actividad de cada individuo, cada una de ellas requieren la compleja interacción de la escogencia y aseveración individual combinadas con la acción
colectiva.
Este tipo de educación capacitadora se opone al miedo, la ignorancia y la indefensión reforzando el conocimiento y talento. Le da la oportunidad a la gente de cuestionar, preguntar y mirar críticamente. Puede convertirse tanto en el proceso por el cual la gente descubre y desarrolla varias capacidades a medida que se ubican ellos mismos dentro de la historia, como el vehículo para seguir avanzando y pasar por encima de las limitaciones. Su valor singular es que es una educación por la libertad.
Septima Clark, directora de una escuela de Tennessee, aplicó estas lecciones fundamentales de enseñanza para la inmensa tarea de educar a toda una comunidad, para ello creó Escuelas de Ciudadanos como parte del programa de inscripción de votantes del sur. Clark, quien era una joven profesora de Johns Island, Carolina del Sur, sabía que el idioma que se hablaba en aquella zona era una creación de los primeros esclavos. Aunque los nativos de la zona comprenden el inglés, el idioma de ellos es el gullah, el cual es una mezcla entre los idiomas de los africanos esclavizados con los diversos idiomas que hablaban los traficantes de esclavos e imperialistas.
Clark impartió clases de lectura con libros caseros basados en las experiencias de los habitantes de Johns Island:
Les escribía historias en sus bolsas para la lavandería, historias del sitio en que vivían, sobre el camino a la escuela, sobre las cosas que crecían alrededor de ellos, lo que ellos podían ver en el cielo. Ellos me las contaban y yo se las escribía en sus bolsas y se las pegaba a las paredes.
Luego, cuando los estudiantes eran capaces de leer las historias de su isla, ella llevó libros con historias que les presentarían historias más allá de sus vivencias. Estas “vivencias substitutas” trataban sobre “inmensos sembradíos de maíz en el medio-oeste, donde los granjeros ganaban miles de dólares”, sobre puertos, montañas y ciudades. Como maestra, Septima Clark lo que hizo fue consolidar las bases de los conocimientos de sus estudiantes
y desafiarlos a ir más allá hacia lo desconocido. Ella les otorgó poder a los estudiantes de dos maneras: reafirmando la experiencia adquirida en sus vidas al servir de espejo cultural y personal para ellos; y poniéndoles a su
disposición un mundo más amplio, presentándoles lo desconocido y lo no experimentado.
A medida que reclutaba gente para enseñarles en las Escuelas de Ciudadanos, Clark comenzó por comprender como sus estudiantes veían el mundo:
Teníamos un plan diario. La primera noche ellos hablaban sobre lo que les gustaría aprender. La mañana siguiente, comenzábamos preguntándoles lo siguiente: “¿Tienen una oficina de empleo en su pueblo? ¿Dónde se encuentra? ¿En que horario trabaja? ¿Han ido para buscar trabajo?”

Las respuestas a esas interrogantes se las escribíamos en las bolsas de lavandería para que ellos las pudieran leer…
Intentábamos que las personas que apenas sabían leer y escribir se convirtieran en profesores. Ellos podían enseñar. Si ellos no sabían leer, nosotros podíamos enseñarles que constitución se deletrea c-o-n-st-i-t-u-c-i-ó-n. Tuvimos una larga discusión, por toda una mañana, sobre que era la constitución…
El poder de esta clase estuvo en el contenido. La gente dejó a un lado la educación por sesiones con maestros para guiar sus propios proyectos sobre registro electoral y educación comunal, y repitieron las lecciones que habían aprendido: discutieron los problemas y las necesidades de la gente es sus propias comunidades; plantearon preguntas (“¿Por qué el pavimento acaba donde las comunidades de negros empiezan?”); y organizaron un proceso que permitió el descubrimiento y las conexiones. Los puntos por los cuales se podía comenzar a enseñar eran diversos y complejos (¿Cómo funciona el gobierno local? ¿En qué consiste el sistema de aparcería?
¿Cómo mantener una cuenta en el banco sin ser engañado?); no obstante, los objetivos eran los mismos: la afirmación el crecimiento y el poder.
El trabajo que realizaban Ella Baker y Septima Clark de enseñar a leer en el sur de Estados Unidos era considerado prácticamente una actividad subversiva, una actividad que muchos pensaban podría cambiar la estructura fundamental del sistema Jim Crow. Muchos en el sur imponían el analfabetismo negro como pilar fundamental de la supremacía blanca, como por ejemplo el dueño de un esclavo que le dijo a Frederick
El poder de esta clase estuvo en el contenido. La gente dejó a un lado la educación por sesiones con maestros para guiar sus propios proyectos sobre registro electoral y educación comunal, y repitieron las lecciones que habían aprendido: discutieron los problemas y las necesidades de la gente es sus propias comunidades; plantearon preguntas (“¿Por qué el pavimento acaba donde las comunidades de negros empiezan?”); y organizaron
un proceso que permitió el descubrimiento y las conexiones. Los puntos por los cuales se podía comenzar a enseñar eran diversos y complejos (¿Cómo funciona el gobierno local? ¿En qué consiste el sistema de aparcería? ¿Cómo mantener una cuenta en el banco sin ser engañado?); no obstante, los objetivos eran los mismos: la afirmación el crecimiento y el poder.
El trabajo que realizaban Ella Baker y Septima Clark de enseñar a leer en el sur de Estados Unidos era considerado prácticamente una actividad subversiva, una actividad que muchos pensaban podría cambiar la estructura fundamental del sistema Jim Crow. Muchos en el sur imponían el analfabetismo negro como pilar fundamental de la supremacía blanca, como por ejemplo el dueño de un esclavo que le dijo a Frederick Douglas que leer “no está acorde con ser esclavo”. Las Escuelas de Ciudadanos, que prácticamente igualaron los esfuerzos realizados para educar ex esclavos durante el período radical de la Reconstrucción Negra luego de la Guerra Civil, desafiaron la supremacía blanca con una alfabetización básica, motivando a la gente para que fuera a votar e inculcándoles un sentimiento alternativo de lo que podían lograr. La primera de estas escuelas que se organizó en Johns Island fue camuflada como un simple abasto “para engañar a los blancos”. Leer representa poder. Para los negros era el poder para controlar y cambiar su destino.
El enseñar por la libertad es siempre más una opción que un logro, es más un proyecto de acción de la gente que una condición final. Requiere que la persona se sienta identificada continuamente con lo que se
está haciendo, un proceso constante de evolución y de seguir adelante. El proceso de educación, de descubrimiento, de libertad, no es tan claro, llano y obvio desde el principio, más bien es desordenado, difícil, impredecible e
inconsistente. Puede parecer que se detiene y puede ser lento, pero también se puede convertir en un logro y sorprendernos con su repentino poder de cambio.
Las Escuelas por la Libertad fueron creadas como una alternativa a las opresivas escuelas a las cuales asistían los niños negros en Misisipi. Charlie Cobb, secretario de campo de la SNCC con solo veinte años de edad y estudiante de la universidad Howard, escribió un memo a finales de 1963 abogando por la creación de escuelas por la libertad de verano como una alternativa a un sistema caracterizado por “una completa ausencia de Educando libertad cadémica” y “un ambiente que está diseñado para aplastar la curiosidad intelectual y la libertad académica”. Cobb pensaba que si la meta era romper con el poderracista, entonces el movimiento tenía que construir “sus instituciones propias para reemplazar las viejas, injustas y decadentes instituciones responsables de la estructura existente”.
La gente negra de Misisipi siempre fue oficialmente definida por otros y nunca por ellos mismos. Aunque no fuera completamente exitosa, esa era la intención de la estructura racista del sur. Se hablaba de los negros, pero se les decía que no respondieran. Se decidía sobre ellos, pero no se les permitía decidir sobre sus propias vidas. Ellos eran castigados y dirigidos, se les decía que hacer y que no, eran tratados como caricaturas unidimensionales sin voz ni voto, justicia o libertad. Para que el movimiento y Charlie Cobb cambiasen todo esto, se tenía que crear un nuevo tipo de escuela que sirviera de vehículo para este fin.
Las Escuelas por la Libertad fueron diseñadas para permitir a sus estudiantes examinar sus vidas y experiencias, cuestionar y explorar todo lo que tenían ante ellos. Las escuelas proveían el espacio y los recursos para que los estudiantes encontraran el sentido de ellos mismos, el sentido de la escogencia, para convertirse en agentes sociales y morales llenos de sentido, participantes en sus comunidades y ciudadanos comprometidos, capaces de comprender y cambiar todo ante ellos. “El Pensum de las Escuelas por la Libertad de 1964”, escrito por activistas de los derechos civiles en 1963, consta de dos partes: el “Pensum Académico” y el “Pensum Ciudadano”.  Una tercera área, artística, recreacional y cultural, fue promovida porque “la camaradería que se crea en un terreno de juego o en un grupo de canto puede convertirse en la base de la relación con el estudiante”.
Los autores del pensum de las Escuelas por la Libertad estaban claros en que no había lugar para profesores autoritarios o enseñanza didáctica, y que el pensum “necesariamente tenía que ser flexible”: “Usted, sus colegas y sus estudiantes están llamados a moldear su propio pensum según las habilidades de los profesores, lo intereses de los estudiantes y los recursos de la comunidad en la cual está ubicada la escuela”. Todo era enlazado con las relaciones y el diálogo. (continúa en una próxima entrega)

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LA PEDAGOGÍA CONTAMINADA (1)

  1. Introducción: comienzo a escribir una serie de relatos en personal para hacerme una imagen lo más amplia, profunda, completa, diversa y espero que oscura para quienes nos puedan leer, con el único propósito, de que cada lector se anime afrontar su propia historia pedagógica formal, escolar, sistemática, oficial con sus modalidades pública o privada; laica o religiosa, de cualquier creencia o sincrética.
  2. Sin puentes se pasa el río en canoa o nadando o nunca lo pasas.Es casi universal y a través de todos los tiempos, la experiencia de shock que se experimenta en la transición de una educación natural, informal, del mundo familiar, social, cultural, político y religiosa,con referencia a la educación formal, cuando no se utiliza algún puente de conexión o proceso de inducción, para que los maestros, educadores, docentes o profesores tengan dominio sobre lo que podrían ser, saber, hacer y vivir en relación a un grupo de alumnos, estudiantes, discentes y con cada uno en particular; así como lo mismo para su contraparte, el estudiante. He manejado desde niño la superación de esta abismal realidad desde mi propia experiencia escolar.

El comienzo en la escuela, se presentó como una experiencia estúpida, tonta, ridícula y altamente tóxica. El primer día en la escuela disfruté de una especie de teatro mágico, de mundos paralelos y  se prolongó dentro de un espacio personal, familiar, social, cultural, político y religioso en muchas formas manejable positivamente. Quizás tuve  a mi favor la experiencia mágica del ser llanero en donde los espantos de las sabanas, las historias de aparecidos, el silbón, la llorona y el ánima sola, representaban lo que había sido la radio, la televisión, el cine, los videos y la Web en otros lugares y diferentes  tiempos. Motivo y tema de tertulias familiares diarias como lo ha sido el rezo del rosario para otros pueblos.

Era muy rica, diversa  y feliz la vida familiar, social, cultural, política, religiosa y hasta económica; ello impidió que lo vivido en la escuela no alcanzara el estímulo umbral para producir una herida psicopedagógica y con ella un trauma que me destruyera mi posterior vida escolar.

El ámbito de la escuela era un mundo de tinieblas, de oscuridad, de violencia, de temores, especialmente dentro del aula y frente a la maestra que casi nunca iba al baño o se ausentaba del salón. Si lo hacía dejaba a alguien encargado del orden y la disciplina con el mismo poder y autoridad que ella; el “sapeo” era más terrible que la Operación Cóndor o la Seguridad Nacional de Pérez Jiménez, según los mayores; lo afirmaban de manera especial los  adecos. La relación  impersonal se vivía de una forma distinta  ante los condiscípulos; a quienes podía diariamente casi “fotografiar” sus cabelleras, sus trenzas, colas de caballos o moños, si eran niñas y la variedad de cortes de pelo, muchos de tipo militar, de policías o guardias nacionales y algunos coco pelaos, a quienes seguro que le hizo ese corte la mamá, una hermana, un hermano o un vecino y muchas veces trasquilados. No habían llegado la moda de las largas cabelleras de los hippies y los afros de los líderes negros de los Estados Unidos.

Los podíamos ver por algunos momentos de frente cuando estaban respondiendo a la maestra alguna operación o lección de escritura o de matemáticas. Los infelices daban expresión de miedo, terror, vergüenza y muchas veces provocaban risas que no podía expresar con libertad ni siquiera suavecito, porque eso se consideraba provocar desórdenes, ruidos, movimientos, bochinche o simplemente falta de respeto a la maestra.

Aprendí a reír hacia adentro; con una especie de silenciador que creaba una respiración abdominal que se escondía detrás de la mesa del pupitre grande, ancho y pesado con una gaveta en la cual se podía guardar el libro y el cuaderno. Quizás ese modo de respirar me dilató desde temprano los músculos abdominales por cuanto me pusieron en la escuela el apodo de barriguita y hacían chiste durante el último año de interno, en donde en el internado tuvimos por primera vez hombres como maestros y nos aplicaban un régimen militar y  cuando me pedían que sacara pecho, sacaba la barriga. Un reflejo condicionado aprendido desde ese primer año para que no se escucharan la risa y menos los pensamientos de todo lo que vivía en la escuela.

La maestra no hacía la pregunta: ¿Quién quiere pasar a la pizarra? Ella, con una mirada penetrante que asustaba al más valiente, que  se anticipaba a su orden de mando, decía, con expresión de policía, enfermera, médico o cualquier jefe de gobierno o cura de pueblo a quien iba a fusilar, castigar y hacer sentir generalmente, de que era bruto, bobo, flojo, indisciplinado o simplemente indigno de  valoración con una nota muy cerca del 0 (cero).

Al más asustado, distraído o indisciplinado era el elegido que pasaba a la pizarra o desde el pupitre siempre parado, para someterse  a la prueba de la verdad: decir lo que la maestra había dicho sobre cualquier tema. El dictado nunca faltaba, la plana tampoco y escribir cien o más veces una palabra o una oración como corrección de una falta ortográfica o por castigo era el pan de la educación de casi todos los días para muchos y por supuesto yo no fui víctima de esas torturas por lo que expondremos a continuación.

Lo primero que nos colocó la maestra, en la pizarra de color negro, oscuro, tenebroso como las noches sin lunas, sin estrellas y sin la luz de las lámparas de kerosene que se encendía hasta temprano de la noche antes de ir a dormir con sueño o sin sueño, fue las siguientes letras:  a-e-i-o-u. Con unas letras gorditas y muy lindas; parecían como sacadas de Mi Libro Primero o Abajo Cadenas.

Comenzó por los y las primeras alumnas, según la letra de sus apellidos y darle nombre a cada letra que iba indicando con gran tino con una regla de madera larga y gruesa.

Algunas veces durante el año supimos muchas cosas para las cuales servía aquella regla: para medir, para hacer líneas rectas, cuadrados, triángulos y también para hacer alguna marca en nuestra piel,  como si fuéramos becerros,  en los brazos, piernas, espaldas  o a donde podía golpear,  cuando se ponía brava porque no se le hacía caso, se hacía algún ruido o se sentaba uno mal. A veces por un golpecito o pellizco a un compañero o también por jalarle una trenza o cola de caballo a una niña.

Esa primera lección y su correspondiente evaluación para mi es inolvidable. Todos los niños aprendieron al decir correctamente  a, e, i, o, u y por supuesto que fueron tenidos por inteligentes por la profesora. Ella tuvo que sentirse la maestra más competente de toda la escuela y feliz. Todos sus alumnos aprendieron la primera lección que llamó VOCALES; todos menos yo.

A cada letra que ella me decía que leyera, no se sí dejaba salir un ligero silbido, ronquido o soplido. La veía a sus ojos, a su cara, a todo su cuerpo y ante mi negativa a decir el nombre de cada una de las vocales, ella se ponía más brava y gritaba las letras y por supuesto mi respuesta fue siempre cerrar y apretar los labios. Por dentro me reía y quizás esa expresión ella la veía en mis ojos en mi rostro.

Cuando ella comenzó a decir a, e, i, o, u  yo en un monólogo llevado a lo profundo de mi mente, le decía: “EL BURRO SABE MÁS QUE TÚ”. Eso mismo le decía y lo gozaba con todos los compañeros y compañeras. Nadie supo de mi experiencia. Viví una especie de disociación, de desdoblamiento astral o como un sueño despierto. Se me venían a la memoria las experiencias, los juegos, las risas con quienes respondían a la pregunta ¿Si no eres bruto o burro dime cuales son las vocales? Respondían quienes no conocían que era una “pega” o broma: a, e, i, o, u y recibían con carcajada que parecía la explosión de un disparo de chopo o escopeta de fabricación artesanal: “EL BURRO SABE MÁS QUE TÚ.”.

Si esto se hubiera presentado en la primera clase y luego tenido un regular, bueno o excelente desempeño, con las posteriores lecciones y hubiera aprendido algo de la maestra, del aula, de las lecciones, de los libros o de la propia familia o un compañerito; podría ser recordada como una anécdota que algunos niños o niñas tuvieron el primer día de clase.

Resultó que todos los días del año escolar 1.958-59 en la Escuela “Diego Eugenio Chacón”, de El Amparo, Distrito Páez, Estado Apure, Venezuela; cuando  niño de seis años no respondí jamás una pregunta ni di una lección bajo la guía, dirección, exigencia o mando de la maestra.

Las notas se hicieron completamente predecibles: 01 desde el primer día hasta el examen final. Me gradué de bruto, de analfabeta, de sordo, mudo, tonto, burro y fui puesto en el selecto grupo que monopolizaba un niño grandote de cuerpo, quien se llamaba Basilio y lo llamaban en la escuela y el pueblo Torolilo, por cuanto tenía dificultad para hablar. Había repetido tres o más años el primer grado y durante un año fui llamado Torolilito; una especie de hermano menor de Torolilo.

En tres oportunidades pude dar la lección aplicando una ley matemática, aplicada a la suma o adición, la cual reza: «El orden de los factores no altera el producto». Pero que lo supe después no aplica cuando se aprende a leer o escribir desde las vocales, el alfabeto y luego por el método de sílabas. Yo he recreado esas dos lecciones muchas veces en mis momentos de ocios que ahora son las 24 horas del día que la maestra de mi primer grado por primera vez se dijo: “Mejor que este niño nunca hable; porque va a provocar muchos desórdenes y problemas durante toda su vida.”. Por no haber aprendido a leer, no leí el cuento de Pedro Emilio Coll (no Colt), El Diente Roto. Leerlo en:

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/coll/el_diente_roto.htm; estoy seguro que si lo hubiera hecho, me habrían elegido como Presidente en la IV República y habría permanecido en el poder durante todo el siglo xx y jamás habría dicho nada en la Asamblea General de la ONU sobre un Diablo Suelto ni que allí “huele a azufre”. Tendríamos Embajada Gringa con Embajador incluido y también Embajada Venezolana con Embajador que hablara y pensara en inglés para que nunca se presentara ningún desacuerdo con el país que ha producido su mayor sinsentido en Política Exterior en su Historia como Nación ( El decreto Obama con prórroga por un año más o por todo el Siglo XXI, hasta que llegue alguien como el personaje del Diente Roto y se dé cuenta que ha sido un gravísimo error y que no sirvió para tumbar al Presidente (Chófer de autobuses) Nicolás Maduro.

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El corazón de Luis Antonio Bigott

Decía Unamuno que hay seres sin cuya presencia en este mundo “la humanidad quedaría incompleta”. Luis Bigott es uno de esos seres. Dedicó su vida a hacer el bien. Era un hombre sensible ante las penurias de los otros. Vivió una infancia pobre y muy rica en experiencias. Desde niño comprendió que como dijera Ignacio Martín Baró “hay verdades que sólo desde el sufrimiento o desde la atalaya crítica de las situaciones es posible descubrir”. Siempre insistía en que somos seres “sentipensantes”, personas que como decía Fals- Borda “combinamos en todo lo que hacemos razón y pasión, cuerpo y corazón”.

Por esos motivos, su primer trabajo como maestro lo quiso desempeñar en una escuela del interior del país, en el Mácaro estado Aragua. Daba clases a niños muy pobres. Eran 17 en total, de los cuales cinco iban descalzos. Y como él venía del mundo de la pobreza se identificaba con la pobreza de ellos. Siguiendo las enseñanzas de Simón Rodríguez decidió “convertir el mal ajeno en propio”. Se planteó ayudarlos. Pero todo conspiraba contra sus esfuerzos: la desnutrición, la falta de libros, la manipulación de los partidos, la indolencia del gobierno, la sordidez de la calle, la abulia de los funcionarios, la televisión enajenante.

De este modo fue comprendiendo que el principal causante de la pobreza era el capitalismo neocolonial y que la solución era la acción política, académica y cultural ejercida por el pueblo y sus poderes creadores contra un sistema de ignominia en el cual el educador en vez de ser agente de transformación se había convertido en marioneta de la neocolonización, en reproductor del discurso de la  antipatria. Frente a esta situación solía repetir las palabras de Martí: “Quien tenga Patria, que la honre y quien no tenga Patria, que la conquiste”. Esa y no otra, agregaba, es la función del educador en esta hora de América.

Así ejerció Bigott la pedagogía: desde la sensibilidad y la pasión. Hoy y siempre te recordaremos, maestro. Y «recordar» es la palabra indicada porque sus raíces son «re» que significa «otra vez”, y «cordar» que viene de «cordio», que significa «corazón». Entonces recordarte es acercarte otra vez a nuestros corazones. Así nunca olvidaremos que como lo decías “solo el amor engendra maravillas”.

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Analfabetismo en México: ¿quién se hace cargo?

México está entre las quince economías más prósperas del mundo, cuenta con un sistema educativo que atiende a más de 35 millones de alumnos en todos sus niveles, tiene desde hace 90 años una secretaría dedicada a la educación pública y tiene, desde hace más de tres décadas, un instituto dedicado a la educación de adultos. Aún más, la obra educativa nacional constituye uno de los mayores motivos de orgullo de los sucesivos gobiernos de la posrevolución. Sin embargo, en nuestro país el analfabetismo y la marginación educativa siguen manifestando una inequívoca señal de desigualdad e injusticia social.

De acuerdo con los datos censales del 2010, las personas al margen de las letras en México suman cerca de 5.4 millones –cifra superior a la población de países como Finlandia, Noruega, Costa Rica o Uruguay– las cuales ratifican, entre otros temas, la inobservancia del derecho a la educación establecido por la Constitución Política de 1917. En breve, en materia educativa el país está en falta desde hace un siglo. ¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Cómo explicar el grave déficit educativo en nuestro país? ¿Cómo decir “usted disculpe” a millones de mujeres y hombres en condición de exclusión educativa y social? ¿Quién se hace cargo del problema del analfabetismo en México?

Sin el ánimo de responder de manera puntual a todas estas interrogantes conviene establecer como punto de partida que el problema aquí abordado no se circunscribe a los individuos excluidos de la educación. Se trata de un problema social y humano que se extiende más allá de cada persona y que involucra a todos y cada uno de los mexicanos. Si, a todos. En tanto ciudadanos que compartimos suelo, cultura y nación, que nos regimos por las mismas leyes y que juntos aspiramos a un país mejor, las asimetrías educativas –y especialmente las condiciones que excluyen a millones de personas– ilustran una innegable condición de desigualdad y de falta de oportunidades para todos.

Es necesario recordar que en la sociedad mexicana caben, lo mismo algunas de las fortunas personales más grandes del mundo, que enormes franjas de pobreza y marginación social. Y ello no significa pluralidad o variedad social, representa un agravio para los más pobres y expresa los límites de un Estado que, hasta ahora, no ha logrado generar condiciones de equidad educativa ni construir un piso parejo para toda la sociedad. Sin el ánimo de profundizar en la situación de rezago educativo de la población de 15 años y más, baste recordar que, de acuerdo con los datos censales del 2010, el porcentaje de analfabetismo en la población mayor de 15 años representaba al 6.9 y el número de personas sin estudios concluidos de primaria y secundaria se acercaba a los 32 millones. Con base en tales cifras, es posible afirmar que al menos una cuarta parte de la población mexicana se encuentra en condiciones de precariedad educativa.

Rezago de la población de 15 años o más. Educación Básica en México (2010) Población de 15 años y más Analfabetas % Sin Primaria Terminada % Sin Secundaria Terminada % Rezago Total % 78,423,336 5,393,665 6.9 10,082,386 12.9 16,424,106 20.9 31,900,157 40.7 Fuente: INEA. Rezago educativo. Censo 2010. (Disponible en http://www.inea.gob.mx/transparencia/pdf/rezago_censo2010_nd.pdf)

Aunque es posible reconocer que el tema del analfabetismo ha estado presente en prácticamente todos los gobiernos de la posrevolución, lo cierto es que las políticas en esa materia han resultado francamente desalentadoras. Así, mientras algunas campañas y estrategias planteadas a lo largo del siglo XX alcanzaron un mayor logro e impacto social, otras se limitaron a la simple exaltación demagógica de la educación. Entre las primeras han de incluirse las campañas de José Vasconcelos entre 1920-1922; de Lázaro Cárdenas en 1934; de Jaime Torres Bodet en 1946 y 1958; e incluso de José López Portillo quien en 1981 impulsó la creación del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos. Y aunque no vale la pena detenerse a referir los planteamientos meramente demagógicos sobre el analfabetismo, resulta imposible dejar de señalar que, a lo largo de las tres décadas recientes se privilegió una política mayormente restrictiva en términos sociales y educativos.

El analfabetismo hoy

De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), la alfabetización, como parte de la educación, constituye un derecho humano. Se trata de un bien público que proporciona a las personas las herramientas básicas para incorporarse a la vida social, a la vida ciudadana, a la vida laboral, a la vida cultural, a la vida en su sentido más amplio. La condición del analfabetismo, por el contrario, expresa y genera marginación y, en la llamada sociedad del conocimiento, supone un déficit individual y social aún más grave que en el pasado.

Hoy el analfabetismo se concentra en los espacios sociales más vulnerables: personas en condiciones de pobreza, personas pertenecientes al medio rural, indígenas, mujeres. Y cuando se combinan algunas de estas condiciones, la vulnerabilidad y los riesgos sociales se profundizan. Así, a la dificultad para acercarse a la literatura, a la poesía o al conocimiento científico, se suma la imposibilidad de acceder de manera autónoma al complejo marco de las leyes o a los textos que definen la convivencia social. La condición de analfabetismo implica también la incapacidad de las personas para interpretar una receta, un prospecto médico o simplemente para identificar el nombre de una calle. No puede obviarse en esta apretada reflexión, el analfabetismo cuantitativo el cual refiere la ausencia de destrezas en materia de cálculo numérico y que constituye un profundo déficit para la vida y el trabajo.

Todas esas limitaciones son transmitidas como una infausta herencia a los hijos quienes, al carecer del apoyo familiar, ven mermadas sus posibilidades de trascendencia escolar y social. Al respecto, una de las voces más autorizadas en el tema de la alfabetización, Emilia Ferreiro, sostiene : “…ya lo sabemos y ha sido dicho mil veces: analfabetismo y pobreza van juntos, no son fenómenos independientes; analfabetismo y marginación social van juntos, no son fenómenos independientes. El analfabetismo de los padres está relacionado con el fracaso escolar de sus hijos” (Alfabetización. Teoría y práctica, México, Siglo XXI, 1997, p. 176).

Hoy las asimetrías de todo tipo –sociales, nacionales e internacionales– siguen presentes en la distribución del analfabetismo. Así, las cifras nacionales de la primera década del siglo XXI muestran un limitado esfuerzo en materia de alfabetización y una suerte de administración de la precariedad educativa pues el número de personas al margen de las letras apenas ha variado.

Población analfabeta en México, 2000-2010 Población de más de 15 años en condición de analfabetismo 2000a 2005a 2010b 2000-2010 Analfabeta % Analfabeta % Analfabeta % Absolutos % 5, 942, 091 9.45 5, 747, 813 8.35 5,393,665 6.87 -548, 426 -2.57 a Fuente: Anuario Estadístico de los Estados Unidos Mexicano 2010, INEGI, 2011, Capítulo 4, Cuadro 4.1. b Fuente: INEGI. Censo de Población y Vivienda 2010: Tabulados del cuestionario básico. (Disponible en http://www3.inegi.org.mx/sistemas/TabuladosBasicos/Default.aspx?c=27302&s=est.)

Es importante destacar que en términos nacionales se viven también serias condiciones de desigualdad pues, mientras el Distrito Federal ostenta indicadores comparables con los de naciones avanzadas (por debajo del 3 por ciento de analfabetismo) otros estados de la República viven una situación que los equipara a las naciones más pobres. Por ejemplo, las entidades federativas con mayores porcentajes de analfabetismo son Chiapas, con 18.41; Guerrero, 17.53; Oaxaca, 16.92, y Veracruz, 12.02. Además, mientras el porcentaje nacional de analfabetismo es de 6.31 para los hombres, y 8.89 para las mujeres, en los estados señalados la proporción de mujeres analfabetas crece de manera notable.

El problema del analfabetismo es mundial y expresa la enorme polaridad entre las naciones. Así, de acuerdo con la UNESCO, al menos 793 millones de personas en el planeta no saben leer ni escribir y en once países más de la mitad de su población está en condiciones de analfabetismo. La proporción de población analfabeta se concentra en el sur y el oeste de Asia (51.8%); en África subsahariana (21.4%); en Asia Oriental y el Pacífico (12.8%); en los Estados Árabes (7.6%); y en América Latina y el Caribe (4.6%). Otras regiones como América del Norte y Europa concentran cifras muy menores de analfabetismo (2%). Como es posible observar, las asimetrías económicas internacionales, también se expresan de manera inequívoca en los indicadores de analfabetismo.

A manera de cierre

¿Y quién se hace cargo? El problema del analfabetismo, como ya se ha dicho, es un tema que trasciende a los individuos y que compete a la sociedad toda. Hoy más que nunca resulta esencial reconocer la magnitud del rezago educativo en México y, tal como señalaba Stéphane Hessel (¡Indignaos!, Barcelona, Destino, 2011), es necesario manifestar la más profunda indignación ante la brecha que divide al país entre quienes lo tienen todo y quienes carecen de todo. Que separa a quienes tienen acceso franco a la educación, de quienes están excluidos aun del escalón más elemental de ella.

El Estado por su parte está llamado a atender de una manera clara y definitiva su responsabilidad en la conducción política de los asuntos que conciernen al todo social, así como a promover políticas basadas en la igualdad y la justicia. El rezago educativo y de manera especial la alfabetización, están en dicho supuesto y su solución definitiva –si, definitiva– constituyen una responsabilidad inaplazable para el Estado. ¿No son acaso suficientes cien años para cerrar en forma definitiva una brecha claramente ofensiva para toda la sociedad mexicana?

Datos de:

INEGI. Anuario Estadístico de los Estados Unidos Mexicano 2010, México, 2011. Capítulo 4, Cuadro 4.1.

INEGI. Censo de Población y Vivienda 2010: Tabulados del cuestionario básico. Disponible en http://www3.inegi.org.mx/sistemas/TabuladosBasicos/Default.aspx?c=27302&s=est.)

INEA. Rezago educativo. Censo 2010. Disponible en: http://www.inea.gob.mx/transparencia/pdf/rezago_censo2010_nd.pdf) UNESCO. “793 personas no saben leer ni escribir”. Portal. Disponible en http://portal.unesco.org/geography/es/ev.phpURL_ID=14589&URL_DO=DO_TOPIC&URL_SECTION=201.html UNESCO. Adult and Youth Literacy. UIS FACT SHEET. Disponible en http://www.uis.unesco.org/literacy/Documents/fs26-2013-literacy-en.pdf

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La educación por «competencias» y el neoliberalismo

 La educación por “competencias” pretende presentarse como una pedagogía de “última generación” capaz de salvar al sistema capitalista de su crisis y a las nuevas generaciones del desempleo. Es el concepto mágico al que se apegan los ministerios de educación para justificar las reformas educativas ordenadas por el Banco Mundial, incluido no sólo el currículo académico, sino también las relaciones laborales con los docentes.

En Panamá, país donde los vuelos teóricos no alcanzan grandes alturas, la doctrina de las “competencias” ha sido resumida por el MEDUCA en su Decreto Ejecutivo 920, fuertemente denunciado por los gremios docentes.

Sin la menor pretensión de creernos expertos en pedagogía, pero forzados por las circunstancias de la lucha de clases que rodea nuestras aulas, nos hemos visto obligados a un repaso rápido del tema para tratar de comprender todo lo que está en juego detrás de las benditas “competencias”.

Empecemos por señalar que hay tres elementos implicados en este asunto: 1. La base epistemológica subyacente a la teoría de las competencias; 2. La propuesta pedagógica concreta; 3. El marco social, económico y político en que surge.

La epistemología de las competencias:

La epistemología o concepción teórica y metodológica subyacente a la pedagogía de las competencias suele ser falsamente presentada como un desarrollo del constructivismo pedagógico de Piaget, Vygotsky y Freinet. Nada que ver. En todo caso su origen epistemológico es completamente opuesto al constructivismo pedagógico.

Según Nico Hirtt, pedagogo belga dirigente del grupo Appel pour une Ecole Démocratique (APED), la pedagogía de las competencias nace del “constructivismo filosófico” (también llamado radical o epistemológico o “relativismo”) no del “constructivismo pedagógico”. Para el constructivismo filosófico, la realidad depende de la construcción mental del observador, la cual, a su vez, se basa en las experiencias personales. De manera que para esta perspectiva la ciencia no busca la “verdad”, ni el conocimiento “objetivo”, porque existen tantas verdades como observadores haya.

Hirtt nos alerta para no confundir “constructivismo pedagógico” (Piaget, Vigotsky) con “constructivismo epistemológico”.

Para Piaget y Vygotsky, la existencia del mundo real u objetivo no estaba cuestionada. La pedagogía debía llevar al estudiante hacia el conocimiento (como fin último de la educación) mediante una serie variada de técnicas en la que el educando es ente activo para que vaya “construyendo” ese conocimiento a partir de experiencias concretas y compresibles para él: “… los conceptos se adquieren más fácilmente y más eficazmente cuando durante el aprendizaje el educando pasa por un proceso de (re)construcción de conocimientos…, por su participación en un proceso hipotético-deductivo”, dice Hirtt.

Para el “constructivismo filosófico”, lo que está en construcción no es el conocimiento, sino  la propia realidad. Desde esta perspectiva la realidad es hasta cierto punto “inventada” (por las experiencias anteriores, las percepciones y los datos empíricos). Nunca se podrá llegar a conocer la realidad tal como es, o sea, nunca habrá conocimiento objetivo. Esta perspectiva se remonta a Kant y hasta el subjetivismo extremo. En ella han trabajado epistemólogos muy reputados en las universidades del siglo XXI: Watzlawick, Glaserfeld, Prigogine, Luhman, Morin y Maturana.

Porque no viene a cuento, no vamos a entrar aquí en el debate epistemológico, ni en la crítica correcta de las deformaciones del positivismo con toda su carga de pretendida “objetividad” al servicio de intereses concretos, sin caer en los extremos relativistas de esta corriente “constructivista”.

Para el debate pedagógico, que es el que nos interesa ahora, el problema del “constructivismo filosófico” es que desdeña el conocimiento (en el cual no cree) como objetivo último del proceso educativo, y cambia el acento hacia los procedimientos, las metodologías, las actitudes y aptitudes subjetivas del educando, como fin primordial de la educación.

De ahí deriva que se valore más la capacidad del docente de desarrollar “programas analíticos por competencias” que su real capacidad para transmitir conocimientos. De ahí que, como es el caso de Panamá, sea un requisito para ser docente pasar por los cursos de docencia superior (volcados al manejo de las TIC’s) que los postgrados de especialidad.

La propuesta pedagógica de las Competencias:

Aclarado lo anterior, es fácil comprender las diferencias abismales entre la pedagogía constructivista (Piaget, Vygostky) y la pedagogía fundamentada en la “educación por competencias”.

El objetivo central de la educación, para el constructivismo piagetiano, era el conocimiento, es decir, la comprensión del mundo (natural y social) mediante conceptos que el educando iba construyendo con una batería de técnicas propuestas por el docente que llevan al estudiante a resolver problemas. Aquí las técnicas pedagógicas son un medio para un fin: el conocimiento.

En la educación por competencias, el conocimiento como tal deja de ser el objetivo central del proceso educativo, y pasa a jugar un papel secundario, dándose prioridad a las técnicas, las cuales pasan de medios, para convertirse en el objetivo prioritario de la educación. Eso es lo que está detrás del famoso slogan de: “saber hacer”.

La educación por competencias se carga de un plumazo todo lo que en la educación procuraba la “comprensión” de la realidad, al calificarlo como “saberes muertos”, sin valor (ni de mercado, ni moral). De manera que es más importante, para las competencias, que el estudiante sea capaz de manipular un “data-show”, a que haya comprendido cabalmente los conceptos centrales de las ciencias naturales y sociales.

El corazón de las competencias, y el objeto de la evaluación, no son los saberes (conocimiento), sino las actitudes y el comportamiento del estudiante: responsabilidad, eficiencia, iniciativa, ejecución, trabajo en grupo, adaptación a circunstancias cambiantes, etc.

La pedagogía de las competencias lo resume en sus tres pilares: saber ser (comportamiento), saber hacer (habilidades) y saberes (conocimientos). Dividen las competencias en tres niveles según las capacidades que se entregan al educando: Básicas (efectividad personal), genéricas (mayor empleabilidad) y específicas (dominio funcional de un área).

En palabras de Nico Hirtt: “Entre los dos tipos de enfoque, la relación con el error se encuentra completamente al revés. En la pedagogía constructivista, lo más importante no es que el educando culmine la tarea, sino que haya aprovechado su trabajo (y sus errores eventuales) para progresar en el descubrimiento y dominio de conocimientos. En la enseñanza de competencias, el progreso en el dominio de conocimientos no es un objetivo en sí mismo. Sólo cuenta el resultado final. Adiós al derecho de error, pero por sobre todo, adiós a la utilización del error como palanca pedagógica”.

La principal víctima de las competencias es la búsqueda de “la verdad sobre el mundo” (conocimiento racional) y es lógico que así sea, puesto que la filosofía (epistemología) que les da origen (constructivismos filosófico) ha declarado a la realidad como un hecho “imaginado” (no objetivo) y relativo.

Eso explica que las reformas educativas en boga lleven a su aniquilación a los cursos cuyo objetivo es la reflexión y comprensión del mundo: filosofía, historia, sociología. Y los cursos enfocados al conocimiento concreto, tengan por objeto, no el conocimiento conceptual, sino las técnicas (saber hacer).

Por eso en Panamá, el MEDUCA se ha cargado cursos como el de “Historia de las Relaciones de Panamá con Estados Unidos” y en general ha comprimido la Historia en un pensum abigarrado a abordar en poco tiempo, más volcado a fechas y personajes, que a la comprensión de los procesos.

Por eso en las universidades, cursos como Sociología, Historia y Filosofía tienden a ceder espacios a favor de Inglés y las famosas TIC’s.

En mundo marcado por la crisis económica y social, la injusticia, la desigualdad, la discriminación, la corrupción generalizada, no es muy conveniente para las clases dominantes que los estudiantes reflexionen sobre la realidad, es mejor atiborrarlos de la falsa idea de que si hablan inglés y saben manejar una computadora se habrán salvado del desempleo y la miseria.

¿Quiénes están detrás de las competencias?

Es evidente que una pedagogía sustentada sobre las competencias (“saber hacer” y “saber ser”) y no sobre el conocimiento (“saberes”), se propone como centro del proceso educativo no la formación de un trabajador especializado o profesional en un área específica, sino de un asalariado dúctil (“capaz de adaptarse a todas las circunstancias”), un “utility”.

En este enfoque pedagógico de las competencias se profundiza el proceso que Carlos Marx llamaba la transformación del “trabajo concreto”  en “trabajo abstracto” que realiza el capitalismo. Es decir, para el sistema capitalista cada vez importa menos la capacidad de un trabajador de crear un producto a partir de su dominio de una técnica o de su habilidad personal. El sistema, promoviendo la simplificación de los procesos laborales y su división social impone tareas simples (mecánicas) que cualquiera puede realizar  (Taylorismo y Fordismo). De esta manera se abarata el costo de la mano de obra y se aumenta la plusvalía y la ganancia empresarial.

No es casualidad que la pedagogía de las competencias sea impulsada por organismos financieros como el Banco Mundial, junto a toda la batería de medidas neoliberales que han empobrecido a la clase trabajadora, incluida la desregulación laboral que ha llevado al empleo precario y a los bajos salarios. Después de todo, “competencias” es un concepto empresarial, derivado de “competitividad”, sinónimo de “productividad”, o mayor explotación de la fuerza de trabajo por el capital.

Helen Bertrand, dirigente docente francesa, establece la coincidencia en el tiempo, lugar y origen institucional de la pedagogía de las competencias con la imposición del modelo económico neoliberal en Europa y Francia. Un primer referente es el informe de Michel Drancourt (“Le fin du Travail”, 1984), que señala: “Debemos tomar iniciativas políticas… (consistentes) en degradar los reglamentos, los derechos adquiridos, los hábitos administrativos, los corporativismos en el sector público, las estructuras de enseñanza tradicionales típicas del estado de bienestar”.

Bertrand señala que en 1989, la Mesa Redonda de los industriales europeos (ERT) exigió “una reforma acelerada de los sistemas de enseñanza y de sus programas… (para que) la educación y la formación se consideren inversiones estratégicas vitales para el éxito de la empresa del futuro”.

En 1991, en Francia, la Ley Aubry, creó “el balance de las competencias” profesionales.  En 1995, el Informe Mine, publicó “El trabajo en veinte años”, donde se señala la necesidad de reformar el Código de Trabajo y la educación en Francia.

La Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE),  que reúne a las potencias capitalistas, publicó en 1995 “La flexibilidad del tiempo de trabajo” y en 2001 “¿Qué futuro para la escuela?”. Entre 2000 y 2006, la Unión Europea aprueba el marco de referencia para las “competencias-clave”, necesarias “para el aprendizaje a lo largo de la vida, para el desarrollo personal, la ciudadanía activa, la cohesión social y la empleabilidad”.

Helene Bertrand cita a todos estos organismos y comisiones europeas quienes confiesan que su objetivo es abaratar el costo de los procesos educativos para transferir al estudiante la responsabilidad por su propia formación (“cultura de la responsabilidad”):

De esta forma, a nombre de la “formación a lo largo de la vida”, el asalariado termina siendo responsable de su “empleabilidad”. Debe formarse permanentemente, incluso en su tiempo libre, para ser competitivo para la empresa. El patrón se deshace así de la obligación de financiar la formación profesional continua (…). Si el trabajador debe constituir su propio capital de competencias originales y flexibles, que reemplazan el escalafón de calificaciones reconocido a nivel nacional, los diplomas y programas, tal y como se les reconoce en la actualidad, no van a tener utilidad”, dice Bertrand.

Ojo, porque aquí la siguiente víctima de este modelo de competencias son los diplomas y títulos, los cuales ya no tendrán un peso concreto en el currículo del trabajador, sino que pasarán a ser una “competencia” más entre otras.

Eso explica que en los últimos años en Panamá hayamos conocido propuestas como el “examen de barra” cada 5 años para que los titulados como abogados tengan que validar reiteradamente su profesionalismo. Medidas parecidas se han planteado para el sector médico, donde el título obtenido luego de muchos años de estudio no daría seguridad profesional, sino un examen periódico de las “competencias”.

En esta corriente también entran medidas como las tomadas en el sistema de evaluación de concursos de la Universidad de Panamá, en que las ejecutorias profesionales dejan de tener valor cumplidos los cinco años, con lo que se obliga al profesional a tener que estar buscando títulos constantemente para no perder su status profesional (puntismo).

Incluso el reciente Decreto 920 del Ministerio de Educación que pone en entredicho la estabilidad del docente de la básica y la media al someterlo a más de 15 criterios de evaluación (competencias) que si no se cumplen pueden llevarle camino al desempleo.

Sin embargo, los programas por competencias no son algo nuevo en Panamá. Si algo bueno se puede decir de la actual ministra de Educación, Lucy Molinar, es que ella no es la única responsable de la implementación del esquema educativo neoliberal. Sus antecesores en el cargo ya habían avanzado por este camino. Los famosos “programas analíticos por competencias”, que se han convertido en el fetiche de la reforma curricular, ya son pan de cada día en la básica y la media y en todas las universidades privadas.

El balance de la aplicación de esas reformas pedagógicas constituye un mentís a la principal afirmación de las autoridades en el sentido de que estas reformas son la tabla de salvación del país y que nos conducirán por la senda del “desarrollo”. Las “competencias” sólo han servido para seguir abaratando la fuerza de trabajo y sometiendo a los docentes mayores dosis de “stress” y explotación.

Bibliografía

  1. Bertrand, Helen. La evaluación de las competencias: ¿Qué está en juego?. En: Competencias: un desastre pedagógico. Un debate sobre la política educativa en Europa. Cuadernos de Formación del PRT de Costa Rica. San José, s/f.
  2. Hirtt, Nico. L’approche par competences: une mystification pédagogique”. EN: Competencias: un desastre pedagógico. Un debate sobre la política educativa en Europa. Cuadernos de Formación del PRT de Costa Rica. San José, s/f.
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El arte de preguntar

Siempre que pregunto ¿cómo se innova? obtengo la misma respuesta: me hablan del funnel de la innovación con sus etapas de observación, de prototipado, etc. Pero lo que yo quiero saber es cómo se prende la chispa, cómo se logra que una persona que quiere innovar tenga ideas que antes no tenía. La mayoría de la gente qué habla y escribe sobre Innovacion (y que hace solo 5 años se dedicaba a otras cosas) tiene serias dificultades para responder. La clave para innovar es hacerse la pregunta adecuada. El problema es que aunque nacemos preguntadores, estamos educados para responder.

Cuando un periodista interrogó al fallecido fundador de Gatorade cómo era posible que su empresa fuese líder en el segmento de las bebidas energéticas resistiendo la competencia de colosos como Coca Cola y Pepsico, este le contó su historia. A mediados de los años 60, trabajando como ayudante en un equipo de fútbol americano, un detalle le llamó poderosamente la atención: después de los partidos, los jugadores no meaban. Comenzó a investigar y averiguó que la deshidratación que sufrían mientras jugaban (bajaban 8 kilos en promedio) tenía como consecuencia una importante pérdida de energía que afectaba su rendimiento. Así que con un presupuesto de 45 dólares se puso manos a la obra para desarrollar una bebida que les permitiese recuperar electrolitos y carbohidratos durante la actividad física. Según reconoció el creador de Gatorade “sin esa pregunta inicial de por qué los jugadores no meaban, la empresa nunca hubiese existido”. La innovación es una manera más elegante de llamar al conocido “ensayo y error”. Nada que no sepamos desde hace milenios, Sócrates fue el primer y más brillante exponente de la mayéutica a tal punto que no dejo nada escrito porque pensaba que cada uno debe desarrollar sus propias ideas.
El principal rasgo de la inteligencia es la capacidad de aprender. Y el elemento más importante para aprender es hacerse las preguntas adecuadas porque demuestran algo capital: que estás pensando intensamente. Sin embargo, ya desde el colegio hacemos justo lo contrario. La trayectoria educativa se mide por la capacidad de responder preguntas que tú no te haces (las hacen tus profesores) y por tanto no te interesan. Lo que más teme un profesor es una pregunta que no sabe contestar lo que explica por qué en las aulas abunda el monólogo en lugar del diálogo. Tanto énfasis en memorizar respuestas solo se explica porque tenemos pánico a hacer preguntas. Es mucho más fácil evaluar respuestas que evaluar preguntas. Por eso, si años después te vuelven a preguntar lo mismo que estudiaste en el colegio, no lo puedes responder porque se te olvidó. No se trata de mala memoria sino que tu nivel de compromiso con aquellas preguntas era mínimo. El colegio te avasalla con respuestas respecto de lo que ya se sabe mientras la vida gira sobre preguntas que no tienen respuesta, que no sabes cómo se resuelven. En el mundo que espera a nuestros hijos, memorizar respuestas no servirá de mucho. No hay nada peor que responder correctamente la pregunta equivocada. Por eso la educación tiene que prepararte para imaginar preguntas que no existen (innovar).
Todo esto explica por qué los adultos somos respondedores profesionales. Tus clientes, tus jefes y tu empresa esperan respuestas igual que tus hijos y tú pareja. Lo primero que haces para tratar de incorporarte al mundo laboral es someterte a una entrevista de trabajo donde respondes preguntas de quien te quiere contratar (y tratas de no decir ninguna barbaridad que te deje fuera). A nadie parece importarle tus preguntas más allá del sueldo que vas a recibir. Google ha sido pionero al declarar que el expediente académico no le sirve sino que busca gente increíblemente curiosa y comprometida con el aprendizaje para toda la vida. Incluso la revista Harvard Business Review plantea que debemos reaprender a preguntar.

Sin embargo, no siempre fue así. Los niños, que se caracterizan por su curiosidad y su deseo de entender el mundo, son máquinas de hacer preguntas muchas de ellas descabelladas. Recuerdo unas vacaciones en la playa en las que mi hijo mayor Iñigo, que debía tener 3 años, me acribilló con preguntas sin parar ¿Por qué el agua del mar es salada? ¿Por qué hay olas en la orilla? ¿Por qué el hierro se oxida con el agua? A cada intento de respuesta mía le seguía otro Por Qué y luego otro… Se trata de la mejor señal de aprendizaje posible. Mientras el error dispara el proceso de aprender (cuando Iñigo traga agua del mar su expectativa de que fuese dulce fracasa), la pregunta es el paso determinante para averiguar qué falló. De igual manera, cuando un adulto enfrenta algo que no entiende, lo que hace es preguntar.  En primer lugar y de forma inconsciente, te preguntas a ti mismo. Si no encuentras una solución, entonces preguntas a quien tengas a mano (a tus amigos, compañeros en la empresa, etc) lo que demuestra lo importante de tener buenas redes de contacto. Se suele decir que lo principal no es saber, sino tener el teléfono del que sabe. Si aun así no logras lo que buscabas, entonces preguntas a Google lo que es un avance colosal ya que, aunque no sea muy inteligente, hasta hace poco, tus únicas opciones eran ojear una enciclopedia o acudir a una biblioteca. Dado que la herramienta más importante para la educación son las preguntas, necesitamos orientar el proceso educativo a “provocar” a los alumnos (confundirlos, desestabilizarlos y ponerlos en situaciones para las que no tengan respuesta) de forma se tengan que hacer preguntas. Mientras aprender se basa en preguntas, enseñar se basa en respuestas. El aprendizaje basado en problemas trabaja mediante la indagación. El coaching trabaja a partir de preguntas para que seas consciente de que debes encontrar tus respuestas, nadie puede hacerlo por ti. A la hora de diseñar actividades de aprendizaje, la clave es decidir qué preguntas quiero que se hagan los alumnos, en qué se van a equivocar y cómo les voy a ayudar a entender por qué se equivocaron.

Lo preocupante es que nadie nos enseña a hacer preguntas. La Innovacion, es un proceso de aprendizaje, ya que enfrentas un camino desconocido, y se desata con preguntas que pueden ser de muchos tipos:

  • Preguntas para cuestionar que afloran gracias a tu curiosidad, a tu habilidad de analizar el entorno y detectar anomalías, inconsistencias y desafiar por qué las cosas son como son. Las grandes preguntas surgen de la confusión, del conflicto y para formularlas se requiere capacidad de análisis y espíritu crítico. Por ejemplo, cuando después de un incendio devastador, se descubre que un grupo de cipreses resistieron incólumes el fuego, la catarata de preguntas que se disparan no se hace esperar.
  • Hay preguntas propositivas, para explorar soluciones a aquello que me cuestioné (por qué necesitamos profesores, por qué enseñamos álgebra). En este caso, formulo preguntas, para desatar la imaginación: ¿por qué no probamos con esto, por qué no podrían ser las cosas de otra manera? Los niños, que siempre están experimentando y aprendiendo, se preguntan todo el rato ¿qué pasaría si…?
  • La lista es infinita: preguntas para indagar, para entender, para verificar, para profundizar, para descartar, para esclarecer…

La pregunta dice mucho acerca de la persona que la formula. Un preguntador no es alguien autocomplaciente ni cómodo. Cada vez que preguntas, demuestras interés por un tema (dime qué preguntas y te diré qué te apasiona) y también por otras personas y por lo que ellas saben acerca de eso. Preguntar es un gesto de humildad intelectual porque reconoces que no sabes y estás dispuesto a aprender de terceros. Preguntar te hace creíble, te hace consciente de tu conocimiento (fortalezas) y muestra que tienes “puntos débiles”. Al preguntar, te permites dudar de lo que sabes, no asumirlo como una verdad indiscutible. Este artículo solo merecerá la pena si al terminar de leerlo, te muestra algún ángulo que desconocías y te deja con más preguntas que las que tenías al inicio.
No preguntar es, en ocasiones, signo de soberbia, de creer que no hay nada más que yo deba aprender. Hay personas que no preguntan porque no quieren quedar en evidencia o decir algo inconveniente. Quien pregunta asume el protagonismo, maneja el rumbo de la conversación y lleva la iniciativa mientras que quien responde no puede evitar ir a remolque del ritmo impuesto por otro. Lo que nos hace falta no es tanto buscar respuestas a preguntas de otros sino generar nuestras propias preguntas. Cuando obtienes una respuesta, ya no sientes la necesidad de seguir profundizando porque asumes que cumpliste el objetivo. La mayoría de ocasiones, la búsqueda de la respuesta es más apasionante que la respuesta misma. Una vez le preguntaron a Einstein cuál era la diferencia entre él y la persona normal. Einstein dijo que si le pides a la persona normal que encuentre una aguja en el pajar, la persona se detiene cuando encuentra una aguja. El, sin embargo pondría patas arriba todo el pajar en busca de todas las agujas posibles. También dijo que “la formulación de un problema es más importante que su solución”. Cada pregunta genera una o varias respuestas que inmediatamente generan nuevas preguntas y el ciclo se repite una y otra vez.

Las preguntas tienen un poder increíble. Cuando te haces una pregunta que te importa, es muy difícil quedarte sin averiguar la respuesta. Una pregunta sin respuesta no te deja tranquilo hasta que la resuelves. Las buenas preguntas te obligan a contestarlas, exigen ser respondidas. Claro que los contextos influyen enormemente. Las religiones o los regímenes dictatoriales (y también bastantes organizaciones), son ambientes poco propicios para innovar. Se trata de espacios donde las preguntas ya están formuladas y las respuestas son inmutables. No puedes cambiar las respuestas ni menos para formular nuevas preguntas. Tampoco es bienvenido que busques respuestas distintas sino que se espera que las obedezcas y no las cuestiones ni amenaces el orden establecido. En estos entornos no hay oportunidades para ejercer la iniciativa ni para discutir las verdades oficiales. Por suerte, innovar depende de ti, no de tu jefe, de tu empresa ni de tu gobierno.

Tu capacidad de hacer preguntas es lo que te abre (o te cierra) puertas gigantescas en la vida. La ciencia solo progresa gracias a las pregunta y a partir de los errores al intentar responderlas. «Sean curiosos«, fue el primer mensaje de Stephen Hawking en Facebook. Lo que más te hace crecer son aquellas preguntas para las que no necesariamente tienes una respuesta, preguntas que no te habías hecho antes y que te obligan a pensar. Sin embargo, todavía se desprecia que respondas “no sé” a una pregunta, toleramos mal a quien no tiene certezas. No nos sentimos cómodos ante la duda o la ignorancia. La obsesión de las empresas por la inmediatez, por obtener resultados hace que no dejemos apenas tiempo para las preguntas. Asumimos que el proceso de reflexión solamente nos retrasa en el logro de nuestros objetivos, lo que nos lleva a aceptar conclusiones apresuradas y tomar decisiones sin haber sopesado detenidamente los riesgos que ello conlleva. Las preguntas generan tensión porque te desafían, te sacan de la zona de confort, de lo que ya sabes y dominas. En una organización, alguien que pregunta mucho resulta incómodo. En primer lugar porque se asume que debería saber (tú deber es saber que por eso te pagan”). Cuando te sientes inseguro para preguntar, entonces optas por mentir, evitas preguntar para no quedar en ridículo o simulas que sabes lo que en realidad no sabes Y en segundo lugar, porque cuando preguntas, puedes dejar en evidencia a otros que deberían saber. Muchos jefes no soportan las preguntas que les perturban porque aunque parezca mentira, sigue siendo embarazoso que un jefe no tenga respuestas a todas las posibles preguntas. Finalmente, está el miedo a hacernos aquellas preguntas de las preferimos no conocer la respuesta…

La creatividad es cuestión de preguntas y no de mística. La pregunta de Newton sobre por qué caen las manzanas no es sofisticada pero el hecho de no hacérsela imposibilita descubrir nada. Las preguntas son las que mueven el mundo. Innovar es una actitud y hacer preguntas está directamente relacionado con tu disposición a observar la realidad y a no dar nada por sentado. Ser inteligente equivale a hacer preguntas oportunas. Nuestro conocimiento y nuestra capacidad para innovar están absolutamente condicionados por las preguntas que hacemos. La innovación es siempre una respuesta que solo aparece a partir de una pregunta, no existe innovación sin pregunta previa. ¿Qué preguntas tienes? ¿Y cuáles no te estás haciendo?

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El rescate de la utopía en el contexto actual

Dado el desamparo que se extiende en Brasil y en la humanidad actual es urgente rescatar el sentido liberador de la utopía. De hecho, vivimos en el ojo de una crisis del orden político y del tipo de democracia que tenemos, y aún más: de una crisis de civilización de proporciones planetarias.

Toda crisis ofrece posibilidades de transformación, así como de riesgo de fracaso. En la crisis, el miedo y la esperanza, las expresiones de rabia y de violencia real o simbólica se entremezclan, especialmente en este momento crítico de la sociedad nacional, y en el plano internacional debido a los 40 focos de guerra y al hecho de que ya estamos dentro del calentamiento global.

Necesitamos esperanza. La esperanza se expresa en el lenguaje de las utopías. Estas, por su misma naturaleza, nunca se van a realizar plenamente. Pero nos mantienen caminando. Lo dijo muy bien el escritor irlandés Oscar Wilde: «Un mapa del mundo que no incluya la utopía no es digno de ser mirado, pues ignora el único territorio en el que la humanidad atraca siempre, partiendo de nuevo hacia una tierra aún mejor». Entre nosotros observó acertadamente el poeta Mario Quintana: «Si las cosas son inalcanzables… / no es motivo para no quererlas / Qué tristes los caminos si no fuera por / la mágica presencia de las estrellas».

La utopía no se opone a la realidad, pertenece a ella, porque esta no está hecha solo de lo que es dado, sino de lo que es potencial y que algún día podría transformarse en dado. La utopía nace de este trasfondo de virtualidades presentes en la historia, en la sociedad y en cada persona.

El filósofo Ernst Bloch acuñó la expresión principio-esperanza. Por principio-esperanza, que es más que la virtud de la esperanza, él entiende el potencial inagotable de la existencia humana y de la historia que nos permite decir no a una realidad concreta, a las limitaciones espacio-temporales, a los modelos políticos y a las barreras que limitan el vivir, el saber, el querer y el amar.

El ser humano dice no porque primero dijo sí: sí a la vida, al sentido, a una sociedad con menos corrupción y más justa, a los sueños y a la plenitud ansiada. Aunque siendo realista no entrevea la plenitud total en el horizonte de las concreciones históricas, no por eso deja de desearla con una esperanza que no decae nunca.

Job, casi a las puertas de la muerte, podía gritar a Dios: “aunque Tú me mates, aún así espero en Ti”. El paraíso terrenal narrado en el Génesis 2-3 es un texto de esperanza. No se trata del relato de un pasado perdido que añoramos, sino que es más bien una promesa, la esperanza de un futuro a cuyo encuentro estamos caminando. Como comentaba Bloch: «el verdadero Génesis no está al principio sino al final. Sólo al terminar el proceso evolutivo serán verdaderas las palabras de las Escrituras: “Y vio Dios que todo era bueno”». Mientras evolucionamos todo no es bueno, sólo perfectible.

Lo esencial del cristianismo no reside en afirmar la encarnación de Dios, otras religiones también lo han hecho, sino en afirmar que la utopía (lo que no tiene lugar) se volvió eutopía (un lugar bueno). Hubo alguien en quien no solo fue vencida la muerte, lo que ya sería mucho, sino que ocurrió algo mayor: todas las virtualidades escondidas en el ser humano, se hicieron realidad. Jesús de Nazaret es el “Adán novísimo” en la expresión de san Pablo, el hombre oculto ahora revelado. Él es solo el primero entre muchos hermanos y hermanas; nosotros le seguiremos, completa san Pablo.

Anunciar tal esperanza en el sombrío contexto actual de Brasil y del mundo no es irrelevante. Transforma la eventual tragedia de la política de la Tierra y de la humanidad, debido a la disolución social y a las amenazas sociales y ecológicas, en una crisis purificadora.

Vamos a hacer una travesía peligrosa, pero la vida estará garantizada y Brasil, así como el Planeta, todavía se regenerarán y encontrarán un camino de esperanza que nos abra un futuro esperanzador.

Los grupos portadores de sentido, las filosofías, los partidos con propuestas sociales bien fundadas y principalmente las religiones y las Iglesias cristianas deben proclamar desde lo alto de los tejados esta esperanza.

Para los cristianos, la hierba no creció sobre la sepultura de Jesús. A partir de la crisis del viernes de la crucifixión, la vida triunfó. Por eso la tragedia no puede escribir el último capítulo de la historia ni de Brasil ni de la Madre Tierra. Este lo escribirá la vida en su esplendor solar.

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