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Deja que tus estudiantes ¡canten!

Por: Educación 3.0

Daya Ibarrula Moreno es profesora asociada a la Universidad de La Rioja y de Musicalia y defiende realizar actividades en el aula de Música que aúnen voz y percusión corporal cuando no hay instrumentos. Así es como lo hace.

La capacidad creadora artística hace únicos a los seres humanos. Creamos cosas, ideamos objetos que nos pueden servir para buscar comida o para ayudarnos en nuestra vida. Sin embargo, eso también se ha visto en otros animales, como los monos usando palitos para conseguir termitas y comer. Nosotros tenemos algo muy especial: creamos cosas por el mero placer artístico, es decir, para disfrutar, para sacar las emociones que tenemos dentro, para mostrárselas al resto de seres humanos, para compartirlas. El arte no tiene otra utilidad. No sirve para sobrevivir. Un coro en clase sirve para socializarnos aún más, para comunicarnos, para celebrar nuestra imaginación.

Esto es lo que, más o menos, explico en mis clases de música cuando quiero enseñar a componer a mis alumnos, es decir, a crear arte a través de la música.
un coro en clase

Expresión personal

El arte es una expresión de nosotros mismos y de esa imaginación tan maravillosa que poseemos. Y, en concreto, la música tiene algo más. Es algo universal que todos podemos compartir. En la pintura, por ejemplo, necesitamos pinceles, colores y lienzo; en la literatura necesitamos papel y lápiz; en el cine muchos más elementos…

En cambio, para hacer música con solo nuestra voz y los ritmos que podemos hacer de percusión corporal ya podemos crear canciones. A esto, lógicamente, si le sumamos el uso de instrumentos musicales, mejora considerablemente. Sin embargo, no todo el mundo tiene acceso a ellos ni sabe tocarlos. Para tocar un instrumento musical hacen falta muchas horas de estudio a lo largo de años y años. El baile también es un arte que es universal, pero necesita de música para ser ejecutado. Por eso, la música y el baile van tan de la mano, porque todos podemos hacerlo y lo compartimos.

Cantar en música, una herramienta para todos

Por todo esto, decidí hacer música en el aula a través de la voz y de la percusión corporal. Soy profesora de música desde hace más de 9 años en una escuela privada y también profesora de didáctica musical en la universidad. He dado clases a niños desde 4 años hasta adultos, pasando por todas las etapas de niñez y adolescencia. Una cosa que tengo comprobada y que me da mucha pena (sabiendo la felicidad y el autoconocimiento que nos da la experiencia de cualquier tipo de arte en la vida) es que la mayor parte de mis alumnos siente una gran vergüenza a la hora de cantar, quizás porque no lo han practicado mucho o directamente, en algunos casos, nada.

Por eso, soy una firme defensora de la práctica del canto en el aula musical desde la infancia. Si queréis que los alumnos canten, mi consejo es no preguntar nunca cuestiones en clase tipo: ¿Os gusta cantar?, ¿queréis cantar?, etc. Y directamente haced, actuad nada más empezar la clase.

Pizarra blanca con notas musicales

Componer canciones, un trabajo en equipo y democrático

Un ejercicio básico en mis lecciones es el calentamiento. Tanto en una clase práctica de tocar o cantar como una clase más teórica, siempre comienzo con un calentamiento vocal, auditivo y rítmico. Me siento al piano y hago unos patrones de notas que canto con mi voz y que ellos tienen que imitar automáticamente. Es como un juego y les resulta muy gracioso. No se dan cuenta de que están trabajando el oído interno, la memoria musical, la entonación, el ritmo e, incluso, la expresión, ya que puedo hacer matices y diferentes acentuaciones. Todos ellos son pilares básicos de la música vocal y les sirve para perder el miedo y la vergüenza al canto.

Cuando quiero componer en clase, la siguiente parte del ejercicio consiste en pensar el tema de la canción que vamos a crear, es decir, sobre qué va a tratar: contaremos una historia, hablaremos sobre sentimientos, se lo dedicaremos a alguien o a algo en concreto, etc. Hay una gran cantidad de cosas que se pueden decir cantando.

A continuación, les hago analizar qué herramientas musicales vamos a utilizar y, en ese preciso momento, es donde entran en juego todos los conocimientos musicales que se han aprendido a lo largo del curso y de años anteriores: compases, figuras musicales, escalas, acordes, fraseo musical, cadencias, tempo, matices, etc.

Menores se divierten en clase con una profesora

Cómo llevarlo a la práctica

Lo divertido viene cuando se hace la letra. Se puede hacer entre toda la clase también o, para grupos de alumnos más mayores, se puede dividir la clase en diferentes grupos de cuatro o cinco personas y entre ellos pueden pensar posibles letras. Al terminar, las ponemos en común y decidimos una letra conjunta.

La parte de ponerla en práctica es trabajosa pero funciona. Tengo completamente comprobado que cuando las personas trabajan en conjunto en algo que han hecho entre todos de forma democrática, se involucran muchísimo en conseguir su logro y su finalización.

Se divide la clase en grupos según las partes que hemos hecho y a trabajar. Es un trabajo de canto coral, al fin y al cabo. Tenemos que ponernos todos de acuerdo y controlar mucho la atención y la concentración, es decir, la atención al director o directora que lleva el pulso y dirige las entradas y salidas de la canción, y la concentración a no perderse rítmicamente, a no desafinar, etc. A veces sale mejor, a veces sale peor, pero lo importante es el aprendizaje conseguido, no solo musical, sino también emocional y social.

Fuente e Imagen: https://www.educaciontrespuntocero.com/noticias/coro-en-clase/120079.html

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«Tenemos la gran responsabilidad de impulsar un liderazgo femenino»

Por: Observatorio de Innovación Educativa

Con información de Dulce Pontaza / Tec Review

Líderes universitarias de diferentes partes del mundo, compartieron los retos a los que se han enfrentado al ocupar puestos de poder en las universidades.

En el marco de la sexta edición del Congreso Internacional de Innovación Educativa (CIIE) del Tec de Monterrey, Mamokgethi Phakeng, presidenta de la Universidad de Ciudad del Cabo (Sudáfrica); Eva Alcón, rectora de la Universitat Jaume I (España); Sara Ladrón de Guevara, rectora de la Universidad de Veracruz (México) y Silvia Giorguli Saucedo, presidenta del Colegio de México, reflexionaron sobre los retos y problemáticas que enfrentan las mujeres que ocupan puestos directivos en las universidades.

De acuerdo con datos proporcionados por Sara Custer, editora digital en el Times Hidgher Education, quien lideró el panel, de las 200 universidades más importantes del mundo, sólo 34 instituciones, es decir el 17 %, tienen mujeres líderes en puestos altos,  una tendencia que va a la baja.

“Hay un estereotipo de debilidad en las mujeres, de que no tienen el carácter para tomar las decisiones, que si no se muestran firmes como un hombre fuerte, no van a poder con una institución como las que presidimos. Son estigmas que ahí están, que los tienen tanto hombres como mujeres”, dijo Silvia Giorguli Saucedo, presidenta del Colegio de México.

En el caso específico de Sudáfrica, donde hay 26 universidades, sólo cuatro de éstas son lideradas por mujeres. “Cuando hablamos de la representación de mujeres en liderazgo en educación superior también nos tendríamos que cuestionar, nosotras que ocupamos estos puestos, qué hacemos al llegar ahí, porque una vez que se obtiene esta posición para dirigir una universidad es tu trabajo cambiar el statu quo”, apuntó Mamokgethi Phakeng.

“Siempre hemos ocupado puestos importantes, pero no nos asegura llegar a las posiciones de poder”

Por su parte, Sara Ladrón de Guevara, rectora de la Universidad de Veracruz, dijo que cuando una mujer ocupa un puesto alto en alguna universidad, en muchas ocasiones,  no es bien vista, un aspecto sociocultural que se debe trabajar y mitigar. “En la educación siempre hemos ocupado lugares importantes, pero no nos asegura llegar a las posiciones de poder”, agregó Ladrón de Guevara.

Eva Alcón, rectora de la Universitat Jaume I, señaló que llegar a estos puestos conlleva una gran gran responsabilidad de impulsar un liderazgo femenino. “Creo que sería un error que una vez que llegamos a posiciones de responsabilidad en las universidades copiáramos patrones que han sido tradicionalmente masculinos. El liderazgo femenino es un liderazgo orientado al cambio”. Alcón también señaló que el reto es animar a las mujeres a dar el paso, a no tener miedo y a cuestionarse por qué no pueden tener los mismos derechos y oportunidades que el sexo opuesto.

“Yo creo que ésa es la innovación que nos falta por lograr, la igualdad de oportunidades, la equidad de género es una innovación que tiene formar parte de nuestros sistemas educativos”, compartió la rectora de la Universidad de Veracruz. Agregó que las universidades son los mejores espacios para que las mujeres puedan expresar, discutir, reflexionar y hacer visible esta problemática.

Por último, las panelistas reflexionaron sobre la importancia de que las universidades promuevan el equilibrio entre la vida laboral y la familiar, no solo para las mujeres sino también para lo hombres, porque es importante tener más mujeres en el mundo laboral, pero también más hombres en el mundo doméstico.

Fuente: https://observatorio.tec.mx/edu-news/lideres-universitarias

Imagen: AI Leino en Pixabay

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Las protestas francesas muestran que es la visión de Macron la verdadera utopía: Slavoj Zizek

Europa/Francia/12-01-2020/Autor(a): Slavoj Zizek/Fuente: www.rt.com
Por: Slavoj Zizek
Las continuas protestas en Francia ponen al descubierto la bancarrota del sistema que representa Emmanuel Macron. Sería una solución un cambio radical del orden capitalista, que defienden los gustos de Corbyn y Sanders.

Con el avance de las huelgas de los trabajadores del transporte público francés, algunos comentaristas incluso comenzaron a especular que Francia se acerca a una especie de momento revolucionario.

Si bien estamos lejos de eso, lo que es seguro es que el conflicto entre el estado (abogando por una nueva legislación de jubilación unificada) y los sindicatos (que rechazan cualquier cambio de lo que consideran sus derechos difícilmente ganados) no deja espacio para el compromiso.

Para un izquierdista, es demasiado fácil simpatizar con los trabajadores en huelga: Emmanuel Macron quiere privarlos de las condiciones de jubilación que tanto les costó ganar. Sin embargo, también se debe tener en cuenta que los trabajadores de los ferrocarriles y otros transportes públicos se encuentran entre aquellos que aún pueden permitirse el lujo de ir a la huelga. El estado los emplea permanentemente, y el dominio de su trabajo (transporte público) les da una posición sólida para negociar, razón por la cual lograron obtener un sistema de jubilación tan bueno, y su huelga continua consiste precisamente en retener a este privilegiado posición.

Además, uno no debe olvidar que están abordando estas demandas en el gobierno de Macron, y que Macron representa el sistema económico y político existente en su mejor momento: combina el realismo económico pragmático con una visión clara de una Europa unida, además se opone firmemente -racismo y sexismo de inmigrantes en todas sus formas. Por supuesto, no hay nada de malo en luchar por retener los elementos del estado del bienestar que con tanto esfuerzo ha ganado y que el capitalismo global actual tiende a prescindir. El problema es que, desde el punto de vista, no menos justificado, de aquellos que no disfrutan de esta posición privilegiada (trabajadores precarios, jóvenes, desempleados, etc.), estos trabajadores privilegiados que pueden permitirse el lujo de ir a la huelga no pueden sino aparecer como su enemigo de clase. contribuyendo a su desesperada situación, como una nueva figura de lo que Lenin llamó » aristocracia de los trabajadores «, y los que están en el poder pueden manipular fácilmente esta desesperación y actuar como si estuvieran luchando contra privilegios injustos en nombre de los trabajadores verdaderamente necesitados, incluidos los inmigrantes.

Las protestas marcan el final del sueño de Macron. Recuerde el entusiasmo acerca de que Macron ofrece una nueva esperanza no solo de derrotar la amenaza populista de derecha sino de proporcionar una nueva visión de la identidad europea progresista, que llevó a filósofos tan opuestos como Jurgen Habermas y Peter Sloterdijk a apoyar a Macron.

Recordemos cómo cada crítica izquierdista de Macron, cada advertencia sobre las limitaciones fatales de su proyecto, fue desestimada como «objetivamente» apoyando a Marine Le Pen. Hoy, con las protestas en curso en Francia, nos enfrentamos brutalmente con la triste verdad del entusiasmo pro-Macron. Macron puede ser el mejor del sistema existente, pero su política se encuentra dentro de las coordenadas liberal-democráticas de la tecnocracia ilustrada.

Entonces, ¿qué opciones políticas hay más allá de Macron? Hay políticos izquierdistas como Jeremy Corbyn y Bernie Sanders que abogan por la necesidad de ir un paso decisivo más allá de Macron en la dirección de cambiar las coordenadas básicas del orden capitalista existente, mientras permanecen dentro de los límites básicos de la democracia parlamentaria y el capitalismo. ¿Cual es la solución?

Inevitablemente quedan atrapados en un punto muerto: los izquierdistas radicales los critican por no ser realmente revolucionarios, por aferrarse a la ilusión de que es posible un cambio radical de manera parlamentaria regular, mientras que los centristas moderados como Macron les advierten que las medidas que defienden no son bien pensado y desencadenaría un caos económico: imagine a Corbyn ganando las últimas elecciones en el Reino Unido e imagine la reacción inmediata de los círculos financieros y comerciales (fuga de capitales, recesión …).

En cierto sentido, ambas críticas son correctas: el problema es que ambas posiciones desde las que se formulan tampoco funcionan: la insatisfacción en curso indica claramente los límites de la política de Macron, mientras que los llamados «radicales» a una revolución simplemente no son fuertes. suficiente para movilizar a la población, además no se basan en una visión clara de qué nuevo orden imponer.

Entonces, paradójicamente, la única solución es (por el momento, al menos) involucrarse en la política de Sanders y Corbyn: son los únicos que han demostrado que provocan un movimiento de masas real.

La izquierda radical no debería involucrarse en algunos complots oscuros y planear cómo tomar el poder en un momento de crisis (como lo hacían los comunistas en el siglo XX). Debería funcionar precisamente para evitar el pánico y la confusión cuando llegue la crisis. Un axioma debería guiarnos: la verdadera utopía no es la perspectiva de un cambio radical, la verdadera utopía es que las cosas pueden continuar indefinidamente de la forma en que están sucediendo ahora. El verdadero » revolucionario » que socava los cimientos de nuestras sociedades no son los terroristas externos y los fundamentalistas, sino la dinámica del capitalismo global en sí.Tenemos que trabajar con paciencia, organizarnos y estar listos para actuar cuando estalle una nueva crisis, con la creciente insatisfacción popular, con una catástrofe ecológica inesperada, con una revuelta contra la explosión del control y la manipulación digital.

Y lo mismo vale para la cultura. A menudo se escucha que la guerra cultural de hoy se libra entre los tradicionalistas, que creen en un conjunto firme de valores, y los relativistas posmodernos, que consideran las reglas éticas, las identidades sexuales, etc. como resultado de los juegos de poder contingentes. ¿Pero es éste realmente el caso? Los últimos posmodernos son hoy conservadores. Una vez que la autoridad tradicional pierde su poder sustancial, no es posible volver a ella; todos esos retornos son hoy una falsificación posmoderna.

¿Trump promulga valores tradicionales? No, su conservadurismo es una actuación posmoderna, un gigantesco viaje al ego. Jugando con los » valores tradicionales » , mezclando referencias a ellos con obscenidades abiertas, Trump es el último presidente posmoderno, mientras que Sanders es un moralista anticuado.

Fuente: https://www.rt.com/op-ed/477819-france-protests-macron-utopia/

Imagen: Ella_87 en Pixabay

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Un clima enrarecido: ciencia y política del calentamiento global

Por: Manuel Arias Maldonado

Recurrir al discurso apocalíptico o usar el calentamiento global para resucitar viejas pasiones ideológicas puede alimentar la polarización y el extremismo político. El peligro es alienar a una parte de la ciudadanía y debilitar la base científica del debate público.

Ahora que los medios de comunicación han aumentado su cobertura de los fenómenos climáticos, recurriendo con ello al sensacionalismo que les es inherente, resulta habitual encontrarse una anotación que informa de los precedentes del suceso meteorológico en cuestión. Así, por ejemplo, las inundaciones que anegaron las calles de Venecia el pasado otoño fueron “las más graves desde 1966”. Esta contextualización lleva siempre a algún lector a preguntarse qué hay entonces de novedoso en el calentamiento global: si lo que pasa ahora ya pasó, entonces ¿por qué habríamos de abrazar la idea de que nos enfrentamos a una “emergencia climática” que requiere de la urgente y radical transformación de nuestras sociedades?

Se trata de un interrogante legítimo. Al menos si tenemos en cuenta que se demanda del ciudadano que deje su coche en el garaje, abandone el consumo de carne, renuncie a los viajes en avión y se piense mucho si tener o no descendencia. Semejante maximalismo es menos un efecto directo de los hallazgos científicos que una estrategia comunicativa de los actores políticos y sociales: quien pide lo más, parece razonarse, puede conseguir lo menos. Cabría así pensar que los movimientos que llaman a evitar la desaparición de la especie hacen un flaco favor a la ciencia del clima: esta no ha dicho en ninguna parte que el ser humano vaya a extinguirse por efecto del calentamiento global. Sin embargo, los planteamientos moderados no reciben ninguna atención o solo la reciben una vez que el radicalismo se ha abierto hueco a codazos en la esfera pública. Y aquí reside la paradoja de la ciencia climática, que se hace visible gracias a un activismo político que por el camino desnaturaliza sus contenidos al exagerar sus implicaciones.

Se ha sugerido que el escepticismo de una parte del público responde a factores políticos y comunicativos. Por un lado, la industria energética y los think tanks conservadores habrían lanzado una ofensiva pública contra la ciencia del clima que se apoya en las tesis posmodernas sobre la construcción social de la ciencia y la imposibilidad de discernir la verdad objetiva de las cosas. Por su parte, los medios de comunicación habrían prestigiado el negacionismo –convirtiéndolo en escepticismo– al proporcionarle un espacio informativo que no guarda equivalencia con su escasa relevancia en el mundo académico e investigador. Se habría creado así la falsa impresión de que la ciencia climática es débil o se encuentra dividida a partes iguales entre defensores y detractores de la teoría del cambio climático antropogénico. Y no es el caso: la gran mayoría de los investigadores del clima sostienen la hipótesis de que el clima terrestre se ha calentado debido a la acción humana. No es una cuestión de fe, sino de evidencia disponible.

¿O sí lo es? Es aquí donde tropezamos con una dificultad epistémica que se refiere a la naturaleza misma del empeño científico y a su relación con la realidad: ¿cómo sabemos lo que sabemos acerca del mundo y qué grado de certidumbre posee ese conocimiento? La dificultad se ve agravada en el caso de la ciencia del clima, pues su objeto solo existe gracias al funcionamiento de una densa red de satélites, modelos informáticos y estaciones meteorológicas. Esta “vasta maquinaria” –como la llama el historiador Paul Edwards– proporciona los datos necesarios para generar las simulaciones que nos permiten conocer el funcionamiento del clima terrestre: sin modelos no hay datos. Para los escépticos, esto no es ciencia tradicional sino una novedad disciplinar todavía en su fase infantil. Pero es conveniente distinguir: una cosa es la medición y observación del sistema climático global, que solo puede realizarse mediante herramientas de esta índole, y otra bien distinta la producción de escenarios de futuro mediante el procesamiento de los datos así compilados. Y ningún científico digno de tal nombre negará que la predicción del comportamiento futuro del clima está afectada por un conjunto nada despreciable de incertidumbres. Así que el problema radica en las prescripciones morales o políticas que se deducen de tales escenarios de futuro.

Se nos plantean aquí dos preguntas de raigambre kantiana: ¿qué puedo saber? y ¿qué debo hacer? O sea: ¿qué relación ha de establecerse entre lo que puedo saber y lo que debo hacer? Dicho todavía de otra manera: ¿qué tipo de conocimiento científico sobre el clima es posible alcanzar y qué prescripciones normativas pueden derivarse del mismo? Son cuestiones distintas: la ciencia aspira a un conocimiento objetivo de la realidad y la reflexión normativa quiere proveernos de razones para actuar de un modo u otro. El dibujo se complica cuando introducimos la política, pues esta se encarga de elegir cursos de acción colectivos que a todos obligan con independencia de sus convicciones morales y sin que pueda trazarse una línea recta entre descripciones científicas y decisiones políticas. Es tarea de la ciencia informar a los decisores políticos y es obligación de estos atender a lo que dice la ciencia, pero ninguna debe ocupar el lugar de la otra: la política no es una ciencia y la ciencia no debería hacer política.

A la pregunta de qué puedo saber cabe responder diciendo que el método científico garantiza la posibilidad de generar un conocimiento robusto del mundo natural. Medir la temperatura del planeta o estudiar el funcionamiento del ciclo de carbono genera resultados –en forma de datos o teorías– que no pueden reducirse a la condición de “constructos humanos”. Son, por supuesto, representaciones: ¿cómo podrían dejar de serlo? Pero no se trata de fantasías colectivas; se refieren a un mundo que está “ahí fuera”. Ya que, por decirlo de nuevo con Kant, la experiencia humana del objeto no es la misma cosa que el objeto: el objeto existe y podemos acceder a él de manera imperfecta, esto es, del modo en que nos lo permiten nuestras herramientas perceptivas. Y esto vale, mutatis mutandis, para la mesa en la que escribo y para el clima planetario.

Ni qué decir tiene que se trata de un asunto controvertido. En las últimas décadas, la sociología del conocimiento científico se ha esforzado por combatir la simplificación que nos presentaba la ciencia como una actividad libre de sesgos ideológicos o influencias sociales y dedicada heroicamente a alcanzar una verdad indisputable sobre el mundo natural. Pero no son pocos los que temen que semejante énfasis en la dimensión sociocultural de la ciencia la prive de sus privilegios epistémicos: si redujéramos la ciencia a la condición de un discurso que no vale más que otros, ¿no nos quedaríamos a oscuras? Igual que hizo la industria del tabaco en su momento, el negacionismo climático se apoya en esta caracterización para rechazar que las tesis sobre el calentamiento global puedan ser “objetivas”.

Sucede que puede defenderse una concepción de la ciencia que evite las trampas del esencialismo sin renunciar por ello a la idea de que existe una realidad independiente del ser humano y cognoscible por él. Ahí se sitúa el “realismo modesto” del filósofo Philip Kitcher, que acepta la premisa de que no hay certezas absolutas y concluye que las verdades científicas solo pueden sostenerse si se asume que podrían ser sustituidas por otras en el futuro. ¡No hay teorías “verdaderas”, sino teorías que no han podido ser refutadas! En una línea similar, el también filósofo Ilkka Niiniluoto ha defendido un “realismo crítico” que admite la falibilidad de las teorías científicas y sin embargo subraya que las teorías exitosas están más cerca de la verdad. Esto quizá nos parezca poco, pero es mucho. Porque mientras se mantengan en vigor estas teorías nos proporcionan un conocimiento del mundo que puede ser validado sin que los juicios de valor hayan de jugar forzosamente un papel en el correspondiente proceso de descubrimiento.

Nada de esto elimina la cualidad social de la ciencia: el laboratorio no es un lugar sellado. Es así necesario tener presente que los hechos científicos llegan hasta nosotros atravesando un proceso de filtrado en el que los valores de los científicos desempeñan un papel. Y es que no todos los elementos del “mundo exterior” reciben la misma atención por parte de la ciencia: unos concentran recursos y otros se dejan a un lado. Esto sucede por razones diversas que van desde las prioridades presupuestarias a las tradiciones epistémicas o los intereses personales de los investigadores. Pese a lo cual, la idiosincrasia del método científico permite abrazar un realismo modesto: hemos de confiar en la capacidad del sistema investigador para producir conocimiento válido sobre el mundo. De ser posible, sin convertir esa confianza en una fe religiosa o una ideología secular.

Podemos diferenciar entre distintos tipos de afirmaciones científicas sobre el mundo natural, incluido el sistema climático. De una parte están las afirmaciones factuales que derivan de observaciones, mediciones o comparaciones: cuál es la temperatura media en un periodo dado, cuánto CO2 absorben los océanos, qué masa forestal contiene el planeta. De otra, las teorías científicas sobre el funcionamiento de un sistema natural y su interacción con los demás. Tales teorías pueden ser hipótesis pendientes de validación o convertirse en teorías validadas por la comunidad científica. Hay que hacer notar que estas distinciones son aplicables también a la ciencia social empírica, que también realiza afirmaciones factuales y produce asimismo teorías e hipótesis. Son los teóricos políticos y demás investigadores normativos los que no pueden “validar” sus argumentos a la manera de la ciencia positiva. Su contribución consiste en ofrecer explicaciones acerca de la índole de las relaciones socionaturales y reflexionar acerca de su significado, así como discernir las prescripciones que de ahí puedan extraerse.

Desde este punto de vista, la hipótesis del cambio climático antropogénico es ya una teoría robusta que cuenta con suficiente consenso científico tras un largo proceso de validación. Pero es evidente que el debate sobre lo que debamos hacer estará condicionado no por lo que sabemos, sino por lo que creamos saber sobre el calentamiento global. ¡No es lo mismo! Y en este punto será fácil que sustituyamos el modesto realismo por la arrogancia tajante, perdiendo de vista la diferencia entre observaciones y prospecciones. No digamos ya si entran en juego el conflicto ideológico, la persuasión democrática de masas o la complejidad geopolítica: la prudencia del científico se verá así progresivamente reemplazada por el desafuero del activista o el oportunismo del actor político. Esto no tiene por qué ser negativo, pero puede serlo.

No debe olvidarse tampoco que los propios científicos también operan en la esfera pública, realizando afirmaciones normativas –sobre lo que debemos hacer– reforzadas por el prestigio social de la ciencia. Y no puede negárseles la facultad de intervenir en el debate, pues nadie tiene el monopolio de los mandatos morales o las soluciones políticas. Pero, dado que los científicos no pueden imponer las interpretaciones de sus propios hallazgos, lo deseable será que se limiten a formular alternativas de política pública o comuniquen al público los riesgos que se derivan de sus observaciones. Por su parte, ni los científicos sociales ni los ciudadanos deberían discutir teorías científicas validadas como si fueran meras opiniones o discursos, a riesgo de terminar subordinando los hechos a la ideología y generar con ello una política de la posverdad que nos priva de cualquier suelo firme. Aunque siempre se podrá cuestionar a un científico recurriendo a lo que dice otro, distinguiendo, si es posible, entre la solidez relativa de las afirmaciones de cada uno de ellos.

Va quedando así claro que la relación entre lo que puedo saber y lo que debo hacer está plagada de ambigüedades. En primer lugar, porque no podemos saberlo todo: la constatación de que se ha producido un calentamiento global de origen antropogénico no nos dice todo lo que querríamos saber sobre el funcionamiento del clima ni despeja la incertidumbre acerca de su evolución ulterior. Disponer de simulaciones informáticas que describen posibles escenarios de futuro, herramienta habitual del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, puede hacernos perder de vista que su precisión es limitada. Los modelos describen posibilidades más que probabilidades, incluyendo a menudo hipótesis sin validar; pensemos en el papel de las nubes o en la imposibilidad de saber de qué manera se comportará el trópico si la temperatura sigue aumentando. No en vano, la ciencia climática se inscribe en lo que Funtowicz y Ravetz denominan “ciencia posnormal”, que es aquella que se enfrenta a problemas endiablados en los que la interacción socionatural juega un papel decisivo y se reclaman decisiones urgentes en presencia de escenarios inciertos.

Pero si la incertidumbre es inevitable, ¿no habrá que tenerla en cuenta cuando discutamos acerca de lo que debemos hacer? Sería lo deseable. Eso no implica que hayamos de descartar las peores consecuencias del calentamiento global; basta con que no las demos por ciertas. Sin embargo, la clave del asunto estriba en que no existe una relación unívoca entre lo que podemos saber y lo que debemos hacer. Y ello por la sencilla razón de que los hechos observables (en este caso, el calentamiento antropogénico) nunca determinan sus propias consecuencias morales o políticas. Tal como ha sugerido Bruno Latour, hay descripciones científicas que nos impelen a actuar políticamente: incorporan un mandato práctico debido a la índole de lo que comunican. De ahí que los negacionistas pongan tanto empeño en desacreditar el hecho del calentamiento o nieguen su vínculo con la actividad humana: reconocida esa relación de causalidad, la pasividad es inconcebible.

Ahora bien: que los hallazgos científicos sobre el calentamiento global nos obliguen a hacer algo no nos dice qué debemos hacer. Para ser más precisos: si deseamos evitar el riesgo de desestabilización del sistema climático, habremos de reducir la cantidad de CO2 que se concentra en la atmósfera. Lo que pasa es que la ciencia no nos dice a qué ritmo debe realizarse esa reducción ni por qué medios: se trata de un objetivo general que puede alcanzarse de distintas maneras. Así que quien recurre al discurso apocalíptico con propósitos movilizadores o utiliza el calentamiento global para reverdecer viejas pasiones ideológicas se arriesga –quizá a sabiendas– a incrementar la polarización y el extremismo, alienando a una parte de la ciudadanía y debilitando la base científica del debate público. Tal vez no sepamos hacerlo mejor: la razón humana, como demuestra el culto mesiánico a Greta Thunberg, también conoce desbordamientos frecuentes. Pero bien podríamos intentarlo. ~

Fuente: https://www.letraslibres.com/mexico/revista/un-clima-enrarecido-ciencia-y-politica-del-calentamiento-global

 

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La tríada del embrutecimiento en Colombia

Por: Renán Vega Cantor

La función fundamental de un libro crítico radica en develar los mecanismos, abiertos o sutiles, de la dominación y la opresión, sin importar ni el tema, ni la dimensión temporal, ni la escala espacial del asunto que se estudie. Esto es lo que hace Efrén Mesa en el libro que ahora presentamos y cuyo tema central es el de las implicaciones de la enseñanza de la historia patria en la vida cotidiana de los habitantes de un lugar profundamente conservador y católico, como lo es el municipio de Aquitania (Boyacá), conocido antes como Puebloviejo, en la época de la Violencia (1946-1965).

Es necesario destacar tres coordenadas principales de esta obra. Primero, los vínculos estrechos entre historia patria, religión y educación cívica, como pivotes de una forma de enseñanza que reafirma el poder de la jerarquía católica y de los terratenientes en la sociedad colombiana. Segundo, los nexos entre la política nacional y lo local, a través de los discursos de los políticos conservadores y de los representantes de la iglesia católica, generadores de odios, sectarismos, exclusiones y violencia. Tercero, la consolidación de la intolerancia cultural, por medio de discursos incendiarios de políticos, afiliados principalmente al partido conservador, y de obispos y curas que generan y legitiman una práctica criminal (a nombre de la pretendida superioridad de los valores religiosos y morales que defienden las jerarquías católicas y los directivos y militantes del partido conservador) que se manifiesta en el asesinato, la persecución, el destierro, la estigmatización y el señalamiento de todos los que son considerados como enemigos de la “patria” y de los sacrosantos valores de la religión católica y de la propiedad privada. Esto viene acompañado de la construcción de un imaginario anti-comunista, con el cual se legitima la persecución de esos enemigos, todos los cuales, pese a las diferencias que puedan tener, son englobados bajo el mote de “comunistas”, que deben ser erradicados de la tierra colombiana, empezando por los liberales, presentados como la encarnación del “demonio rojo”.

 La triada que embrutece: historia patria, religión y educación cívica

Una de las grandes desgracias que hemos padecido los colombianos desde finales del siglo XIX, más exactamente después de 1886, fue la imposición de la religión católica como credo oficial, promovido por el Estado, lo cual le dio un poder inusitado a un estamento privado, la jerarquía católica, en los órdenes ideológico, simbólico, educativo, cultural… En el terreno educativo esa religión adquirió un poder desmesurado en cuanto el control y disciplinamiento de los cuerpos y de los espíritus y eso fue posible mediante la implementación de unos saberes dogmáticos y escolásticos, entre los cuales sobresalía la enseñanza de la doctrina religiosa, como materia obligatoria en todas las instituciones de educación del país, lo que vino acompañado de la condena de todo aquello que fuera considerado laico o no confesional, porque no correspondía al “orden divino” del credo católico.

La enseñanza de la religión se convirtió en el soporte de la dominación ideológica y cultural de la iglesia católica y también en uno de los filtros que determinaba quien debía ser considerado como un “buen cristiano”, lo que tenía consecuencias en materia de acceso a la educación, a los empleos públicos y a la participación en cualquier instancia de la sociedad. Esa enseñanza religiosa inculcaba la sumisión, la obediencia, la aceptación de las desigualdades sociales como algo natural, y el respeto irrestricto a curas y obispos y a lo que emanara del Vaticano. Se exaltaba la existencia de un orden sagrado e incuestionable, al que había que someterse sin chistar. Era una enseñanza dogmática sobre ese orden superior y pretendidamente divino que se plasmaba en el catecismo del padre Astete, donde a los estudiantes solamente se les pedía memorizar y repetir las formas canónicas establecidas, sin atreverse a cuestionar, preguntar y mucho menos dudar. Todo lo que decían los manuales de religión era cierto y valido por petición de principio y, en consecuencia, incuestionable.

Bajo esta misma lógica estaba construida la historia patria, cuyos manuales estaban escritos a imagen y semejanza de los catecismos religiosos. No por casualidad durante varias décadas en Colombia se enseñó una materia que se denominaba historia sagrada, la cual simplemente pretendía convertir en procesos reales los acontecimientos imaginarios y literarios, en el mejor de los casos, que se encuentran en la Biblia o en los Evangelios y buscaba establecer unas pautas de conducta ejemplarizante derivada del culto a los santos.

Por eso, cuando en 1936 se efectuó una temerosa reforma educativa, religiosa y constitucional durante el primer gobierno de Alfonso López Pumarejo, que tocó someramente el poder de la iglesia católica, sus altas jerarquías y las principales dirigentes del partido conservador condenaron cualquier intento de alterar sus intereses como algo que iba contra los valores de la nacionalidad, y anunciaban la defensa de esos valores religiosos a sangre y fuego, si era el caso. Este es uno de los antecedentes tempranos de la violencia sectaria y partidista que se va a desencadenar en el país después de 1945. Y bajo este prisma se construyó la historia patria durante la República Conservadora (1886-1930), que no fue seriamente cuestionada durante la República Liberal (1930-1946) y siguió siendo dominante en la educación colombiana hasta la década de 1970. Esta historia patria se distinguía por rendirle culto a los grandes hombres (machos), militares, curas, conquistadores, los cuales eran presentados como seres divinos y sobrenaturales, siendo sus herederos quienes eran los dirigentes conservadores o fungían como altos jerarcas de la iglesia católica. La historia patria exaltaba el individualismo, las grandes hazañas y gestas guerreras, de los héroes que con su sacrificio engrandecían la patria. Aquí también, como en los catecismos, se le exigía al alumno que creyera dogmáticamente en esas hazañas y para ello lo único que debería hacer era memorizar fechas, datos, nombres y luego repetirlos como loro amaestrado.

En cuanto a la educación cívica no pretendía formar ciudadanos sino buenos cristianos, pasivos, obedientes e intolerantes, que nunca cuestionaran ni la riqueza, ni el poder terrenal de unos pocos, ni la desigualdad, sino que consideraran que todos esos asuntos eran normales y naturales, porque Dios lo había dispuesto así. La autoridad viene y emana de Dios y los buenos cristianos, a los que se les inculcan los valores de la sumisión, la obediencia y la creencia dogmática en lo que les dicen quienes se proclaman como portadores de la verdad, deben someterse con la cabeza baja, porque todos los que representan a Dios merecen respeto y obediencia, en el hogar, en la escuela, en la parroquia, en la vereda, en la cabecera municipal, en el Departamento o en el país.

Por supuesto, esta triada del embrutecimiento generaba unos individuos pasivos, obedientes, sumisos y, lo que es peor, dogmáticos, con un horizonte mental bastante limitado y conservador, dispuestos a obedecer las órdenes del cura o del gamonal local o del político incendiario de la dirección nacional del Partido Conservador, que llamaban a oponerse a cualquier intento de tocar su poder terrenal, mediante cualquier reforma, como la educativa, por limitada que fuera. Y la reacción fue brutal, como lo ejemplifica en Boyacá el caso de Fray Francisco Mora Díaz, quien sostenía que “la escuela sin religión será para Colombia lo que ha sido para otras naciones: semillero de criminales, fábrica de libertinos y suicidas; antros de donde saldrán los traidores a la patria, porque quien reniega de su religión, con más razón se avergonzará del pedazo de la tierra que lo vio nacer”.

Esa triada del embrutecimiento presentaba a la desigualdad, la intolerancia, el racismo, el fanatismo como fenómenos naturales, resultado de designios divinos. En las zonas agrarias, las más pobres, donde el poder espiritual del cura de parroquia era indiscutible –poder que era complementado en la escuela por el maestro de religión y de historia, a veces encarnado también en los propios sacerdotes–, esos discursos reforzaban la injusticia y la desigualdad.

Todos los aspectos mencionados son estudiados con detalle y rigor por Efrén Mesa, mediante un trabajo sistemático y exhaustivo de fuentes, entre las que sobresalen los textos escolares, los programas oficiales de estudio y las declaraciones de políticos y de curas sobre la enseñanza confesional.

Los vínculos entre el odio político nacional y la violencia local

Un segundo aspecto que debe destacarse de este libro radica en la manera cómo se analizan los nexos existentes entre lo nacional y lo local, en el período que va desde mediados de la década de 1930 hasta finales de la década de 1950. Más exactamente, se develan los mecanismos, tenues y, a primera vista, difíciles de percibir, entre la política nacional y local, entrelazada por el poder de la palabra, principalmente en su forma oral y en menor medida escrita, de los dirigentes políticos del partido conservador y de los representantes de las altas jerarquías católicas. Es en el centro del país, concretamente en Bogotá, donde se hacen las principales invocaciones contra el reformismo liberal de López Pumarejo, por la boca y la pluma de Laureano Gómez, los Leopardos y otros miembros del conservatismo en el lado “civil” y las altas jerarquías de la iglesia católica por el lado religioso. Entre los dos sectores existe un tácito acuerdo de oponerse a cualquier reforma que intente tocar los intereses de los grandes propietarios y los privilegios en materia de educación y de control de los cuerpos que ejercía la iglesia católica.

La oposición en Bogotá, plena de odio, de mentiras, de embustes, adquirió un carácter incendiario, que recurrió a todos los mecanismos para legitimar su cruzada salvadora, que era presentada como la defensa de la patria católica, que estaba en peligro por la emergencia de un proyecto comunista, representado supuestamente por la fracción lopista del partido liberal. Ese discurso del odio, cuya máxima expresión era el diario conservador El Siglo, no estaba circunscrito a Bogotá y sus alrededores sino que llegaba hasta los rincones más distantes de la geografía nacional, y era reproducido a escala departamental por políticos subalternos y por obispos, y luego a escala local por gamonales y curas de parroquia.

En el caso del Departamento de Boyacá, el personaje que más claramente encarnó ese odio banderizo y sectario a cualquier reforma liberal fue el sacerdote dominico Francisco Mora Díaz, quien a través de El Cruzado (nombre terriblemente exacto) difundía las mentiras y odios nacionales a escala regional y luego los curas lo repetían en sus misas y los profesores de religión, de historia y de educación cívica en las escuelas de pueblos y veredas. Este fue uno de los instrumentos prácticos y reales mediante el cual se encadenó lo dicho en Bogotá, que llamaba por ejemplo a matar liberales, masones y comunistas, y los crímenes que se empezaron a llevar a cabo después de 1946 en veredas y villorrios de provincia, con el regreso de los conservadores al control del Ejecutivo, tras la victoria de Mariano Ospina Pérez.

De ese cruzado que era Francisco Mora Díaz dijo Agustín Nieto Caballero, insigne pedagogo liberal, que era como Laureano Gómez pero vestido de sotana y partidario como este de la violencia. Y eso era evidente, porque a propósito de la Reforma Constitucional de 1936 ese cruzado señaló que era “un reto al pueblo católico”, porque a “la escuela cristiana han opuesto la escuela laica, al matrimonio católico el concubinato público, o lo que es lo mismo, el divorcio”. Ante eso, advertía que “primero correrían ríos de sangre antes de consumarse la inequidad” y el deber era oponerse porque “quien permaneciere en actitud pasiva, ya es un traidor al credo religioso”. Un macabro anuncio que por desgracia se haría realidad a los pocos años.

Palabras como estas dichas por un cura, con gran influencia en Boyacá, no se las llevaba el viento, sino que eran atendidas como ordenes marciales por militantes del partido conservador que se encargarían de perseguir y masacrar adversarios, ante el visto bueno de los curas y obispos que decían que matar liberales no era pecado.

Ese discurso del odio se vio reforzado por los acontecimientos del 9 de abril de 1948 que para los curas y los conservadores fue una conspiración comunista, con participación liberal, y frente a la cual se dio la consigna de acabar con los nueveabrileños, porque encarnaban los peores designios que se habían hecho desde 1936, cuando se anticipaban los efectos destructores de la reforma educativa liberal. Después del 9 de abril queda abierto el camino para que los odios sectarios y banderizos que se habían difundido desde años antes fueran plasmados en la persecución y el asesinato de los liberales, identificados en una forma maniquea como comunistas y enemigos de la nacionalidad colombiana y de sus valores cristianos. Por ello, no sorprende que en Aquitania y otros lugares de Boyacá, el mismo 9 de abril y en los días subsiguientes emergieran grupos organizados y armados de campesinos conservadores, conducidos por políticos conservadores o clérigos católicos, que recorrían los caminos persiguiendo liberales, gritando a viva voz “Viva Cristo Rey”, “Viva Laureano Gómez”, “Muera Echandia”, “Viva Juan Roa Sierra”.

Con gran cuidado y muchos detalles se reconstruyen en este libro los aspectos señalados, entretejiendo los acontecimientos nacionales con sus efectos regionales y locales, al considerar el carácter conservador de Puebloviejo.

La intolerancia cultural y los discursos del terror y la muerte

No debe creerse, nos asegura el autor de este libro, que lo acontecido en Puebloviejo fue fortuito u ocasional, sino que respondía la consolidación de un proyecto cultural esencialmente intolerante, sustentado en preceptos y concepciones profundamente retrogradas, anti-modernas, enemigas de la ilustración y de las luces. Para ese proyecto resultaba inaceptable combatir la desigualdad, la riqueza y la injusticia, puesto que eso iba contra el orden divino, puesto que Dios había erigido a la sociedad como desigual y le había dado poder a los ricos sobre los pobres. Esto era así por ley divina y nada se podía hacer para modificarla, y quienes intentaban hacerlo representaban un peligro, que era necesario erradicar a machetazo limpio si era el caso, y como efectivamente sucedió en diversos lugares del territorio colombiano, entre ellos importantes zonas del Departamento de Boyacá.

En la edificación de esa intolerancia cultural fue fundamental la triada que señalamos arriba, conformada por la enseñanza de la religión, la historia patria y la educación cívica. Como resultado se configuró en gran parte del país, especialmente en las zonas más directamente influidas por el clero católico y el partido conservador, un individuo intransigente, ignorante, sectario, violento, lleno de odio, dispuesto a defender lo que se consideraban los valores supremos de la nacionalidad y de la patria, contra los enemigos. Contra estos no habían medias tintas, no podía conciliarse con ellos y había que eliminarlos. A esa cruzada religiosa contribuyeron esos discursos del terror y de la muerte, y por los cuales se organizaron desde mediados de la década de 1940 grandes bandas de campesinos por parte de dirigentes conservadores y de los propios curas, para que persiguieran y mataran liberales, siendo el ejemplo más tristemente célebre, más no el único, el de los chulavitas. Luego del 9 de abril ese proyecto criminal se amplifica y se justifica con una contra-reforma educativa que apuntaba a convertir nuevamente y en forma masiva a la población colombiana al catolicismo más trasnochado, y para ello eran cruciales la historia patria y la educación cívica como materias obligatorios, y que la educación en general, como en los tiempos de la República Conservadora, fuera organizada y dirigida en concordancia con los presupuestos de la religión católica. Por eso, en los “concursos oficiales” para escoger profesores se exigía que el candidato fuera bautizado, si era casado que fuera por lo católico, que demostrara ser un buen cristiano y además debía ser recomendado por el cura de la localidad. El resultado fue la incorporación masiva al cargo de profesores de personas sin preparación ni idoneidad, sino simples fanáticos y seguidores incondicionales de los curas de parroquia. Y estos fueron quienes deformaron a varias generaciones de colombianos, y los sumieron en la ignorancia, el sectarismo y el fanatismo. Y, en esa dirección, no sorprende, como aconteció en Aquitania, que allí se formaran las llamadas “guerrillas de paz”, conformadas por campesinos conservadores, para combatir las guerrillas liberales, que eran presentadas como chusma comunista. Los dos procesos (el de la formación escolar y el de empuñar las armas en un proyecto contra-insurgente) no estaban separados, sino que eran la expresión de esa cultura intolerante, que devela con cuidado el autor de este libro, y detrás de la cual se encontraba la enseñanza de la historia patria, aunque eso no fuera evidente a primera vista.

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Hemos querido destacar en este prólogo tan solo tres de las principales contribuciones de este libro de Efrén Mesa, sin que eso signifique que allí se agotan sus aportes. Son mucho más, pero solamente hemos querido destacar las cuestiones que para nosotros son más relevantes. Como colofón, habría que agregar que esta obra es un interesante esfuerzo, independiente y crítico, de analizar la “historia patria”, y sus múltiples implicaciones, y para eso los manuales escolares se convierten en una fuente para el estudio de una forma particular de discurso historiográfico, que tanta fuerza tuvo en Colombia durante gran parte del siglo XX.

Muchos de los problemas enunciados en este libro, algunos de los cuales hemos descrito más arriba, no son, por desgracia, para nosotros los colombianos, cosa de un pasado ya ido. Por el contrario, tienen que ver con nuestro presente y nuestro futuro inmediato, en la medida en que proyectos intolerantes y criminales, como los representados por la bacrim de los uribeños y el Centro Demoniaco, se sustentan en instrumentos parecidos a los que se han develado a lo largo de la obra que prologamos. Desde luego, la intolerancia ya no circula en forma preferente a través de la historia patria, pues ésta ya prácticamente se extinguió porque la misma enseñanza de la historia fue abandonada en la educación pública, como resultado de un proyecto de Estado y de las clases dominantes, sino de las mal llamadas “redes sociales”, pero igual se difunde el odio, la intolerancia, se patrocina y apoya el crimen y el asesinato de los que son declarados como “terroristas”, a los cuales, como en las décadas de 1930 a 1950, se les sigue denominando como comunistas y enemigos de la patria. Y, como en la época estudiada en esta obra, ahora la intolerancia es impulsada por un político lleno de odio y rencores, ligado a los peores círculos criminales y mafiosos que han existido en Colombia, cuyas mentiras son amplificadas por el mundo religioso, aunque este lo configuren –y esta sería una novedad con respecto a lo acontecido en las décadas de 1940-1950– ya no solo la iglesia católica, sino principalmente iglesias cristianas y evangélicas, que tienden a consolidarse como mayoritarias. De todas formas, el sectarismo criminal se basa en el mismo patrón, con contadísimas excepciones, de intolerancia, fanatismo e ignorancia que ensangrentó a Colombia a mediados del siglo XX y que sigue suscitando el derramamiento de sangre a comienzos del siglo XXI para satisfacer su apetito de cruzados medievales y de fanáticos anticomunistas. El epicentro principal de ese fanatismo criminal se encuentra en Antioquia, la cuna de la cultura traqueta que se ha consolidado en la sociedad colombiana desde 2002, donde se combina catolicismo puro y duro, machismo, motosierra, racismo, camándulas, grandes terratenientes y ganaderos, anticomunismo, exaltación de los ricos y poderosos, mafia, narcotráfico y la supuesta superioridad del ingenio paisa, que se basa en la lógica perversa y criminal de justificar el aplastamiento de los que son diferentes y piensan distinto. Y eso demuestra que las enseñanzas de la historia patria, con su culto a los héroes y salvadores, perviven en nuestra sociedad, con trágicas consecuencias, similares a las que se develan en esta investigación.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=264093

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En Chile no estalló un país, estalló el sistema

Por: Editora Internacional

Todo empezó el 18 de octubre de 2019. El alza de las tarifas del metro fue la ‘gota que rebosó el vaso’, la población chilena se solidarizó con los y las estudiantes para exigir cambios: pensiones justas, trabajos formales, salud pública, educación gratuita y de calidad. El país de Nuestra América no solo se cuestiona su Constitución, sino a un modelo económico y político llamado neoliberalismo.

Chile ha experimentado una de las dictaduras más sangrienta que golpearon el continente latinoamericano: 28.259 fueron las víctimas de secuestro y tortura durante el gobierno del dictador Augusto Pinochet (1973-1990). De estos, 2.298 fueron asesinados y 1.209 desaparecidos. Muchas de estas historias aún no se investigan pues la justicia se rige por el antiguo código de procedimiento penal, creado durante la dictadura; se mantienen secretos los documentos, testimonios e información básica proporcionados por las víctimas de la época.

El Estado chileno es el resultado de intereses y acuerdos que toman sus raíces al interior de un conflicto: la dictadura militar. Es un “Estado político”, porque no busca detener el conflicto sino que, al contrario, busca administrarlo, incorporarlo. “Un Estado centralista, librecambista, asistencialista, centrado en la búsqueda de consensos para el statu quo, y que se vincula con los sectores sociales a través de la burocratización de la política y vaciamiento de lo político y que en última instancia siempre se ha impuesto desde las armas1.

Cuando al final de los años 80 el gobierno dictatorial empezaba incomodar éticamente a las empresas y al libre comercio, la “transición a la democracia” pudo resolver esta “incomodidad”. Sin embargo esta transición nunca supo vincular a los movimientos sociales los cuales lucharon siempre contra la dictadura.

No es un caso aislado, de hecho, que las protestas actuales en Chile hayan sorprendido a la clase política tradicional. “Esta situación es reveladora de la escisión y la distancia de la política para y con la sociedad, del “desacoplamiento” de lo social y lo político, base sobre la cual se organizó la transición a la democracia, que excluyó y subordinó a los movimientos sociales que lucharon en contra de la dictadura”, explica Mario Garcés, historiador chileno.

“Este fue de algún modo, el resultado de la adaptación de la centro izquierda (demócratas cristianos, socialistas y del partido por la democracia) a la Constitución de 1980 y al modelo neoliberal. La primera adaptación a la Constitución del 80 condujo a la “elitización” u “oligarquización” de la política; la segunda adaptación, al modelo neoliberal, condujo a la “mercantilización” de la vida social. En este contexto, tanto la derecha, por razones obvias, como la centro-izquierda se asimilaron a las lógicas neoliberales, mejoraron sus ingresos (especialmente los parlamentarios y altos funcionarios públicos) y vaciaron progresivamente la política de contenidos ideológicos2”.

Mercantilización de la democracia

Transformaron el concepto de cosa pública en lógicas de mercado, “creando una legitimidad que a la élite y a la sociedad le permitió vivir una apertura que funcionó, como diría Gramsci, como una democratización pasiva desde lo alto. […] Pero, como el mercado responde a lógicas del mercado y no de lo público, bastaba el devenir de una variación de las variables macrosociales (como lo llaman los expertos) para develar la fragilidad de dicho pacto social”3.

Es así que se llegó a que el 1% de la población chilena, se lleve el 30% del Producto Interno Bruto -PIB-, cuando el restante 99% de la población tenga que trabajar para que el 1% pueda seguir otorgándole créditos.

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Estallido de sistema

“Estos son tiempos de una crisis planetaria de la civilización mundializada y sus principales contradicciones son la relación de explotación entre el humano y la naturaleza y la del humano por el humano, entendida como equilibrio biótico y sistémico de un conjunto completo de elementos”, asegura la publicación Genealogía de una crisis.

Igual, es muy difícil por los detentores del PIB, a nivel mundial, de deshacerse de este sistema. Eso significaría perder los privilegios que estas personas mantienen desde mucho tiempo. Pero ya tienen estrategias para no perderlos. Hay varias maneras para distraer la opinión pública de la base del iceberg del problema. Una de estas es la “personificaciones” de los problemas. Fue fácil, durante los últimos años 40, personificar a la figura de Adolfo Hitler (Alemania) o Benito Mussolini (Italia) con el nazismo o el fascismo, e incluso al final de los 80, personificar la dictadura chilena en la figura de Pinochet.

El problema de personificar la crisis

La población se concentra sobre una persona, pensando que esta persona es la causa del problema, y una vez eliminada, este va desaparecer. Es lo que pasa hoy en día en Chile con la figura de Sebastián Piñera. Es “el hombre” a eliminar. Es el que exacerba la represión, que impide los cambios queridos en Chile. Y no son solos los chilenos a decirlo, las ONGs como Amnesty International, o Human Rights Watch, los países europeos, como Alemania, los organismos internacionales, como Naciones Unidas también lo expresan al publicar sus informes.

Sebastián Piñera ya es incómodo como lo fue para el fin de su época el general Augusto Pinochet. Piñera está impidiendo que las protestas se calmen y eso provoca que, además de continuar con las violaciones a los derechos humanos, el sistema neoliberal no funcione, y las ganancias para las empresas se frenen o caigan.

Le puede interesar: En protestas chilenas ha habido ejecuciones extrajudiciales: ONU

Imma Guerras-Delgado, líder de la delegación de Naciones Unidas que se presentó en Chile entre el 30 de octubre y el 22 de noviembre de 2019, fue muy clara en ese sentido el día que presentó a la prensa acreditada en las Naciones Unidas de Ginebra, Suiza, el Informe publicado por la delegación de la Oficina del Alto Comisionado –Acnudh- el ‘Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución es la solución’. Un acuerdo que, según ella, debe ser “participativo e inclusivo”.

Sin embargo, los movimientos sociales que ya se expresaron en respecto al Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución, no lo definieron en ningún momento como inclusivo o participativo, denunciando la exclusión en la decisión del texto.

Según Juanita Aguilera, presidenta de la Comisión Ética contra la Tortura -Cect-: “La derecha está resguardando a que nada se cambie. Todo eso lo hicieron a espaldas del movimiento social, nadie del movimiento social fue incluido en estas decisiones. Fue un acuerdo a altas horas de la madrugada, sacaron el comunicado cuando toda la ciudadanía estaba durmiendo, mientras la represión no ha parado”.

1 Geanologia de una crisis, Instituto Patagónico de Estudios Culturales, Cristian Cepeda Oropesa, Ricardo Perez Abarca, Silvio Reyes Rolla.

2 Octubre de 2019: Estallido social en el Chile neoliberal, Mario Garcés.

3 Geanologia de una crisis, Instituto Patagónico de Estudios Culturales, Cristian Cepeda Oropesa, Ricardo Perez Abarca, Silvio Reyes Rolla.

Fuente: http://www.colombiainforma.info/en-chile-no-estallo-un-pais-estallo-el-sistema/

 

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Ser como los animales

Por: Franklin González

Comienza el año 2020, tercera década del siglo XXI, con grandes expectativas y muchas interrogantes para los habitantes del planeta Tierra.

Ya la actual administración estadounidense habló, sacó sus garras y el “aislacionismo” lo dejó a un lado y comenzó el mismo 3 de enero acudiendo al expediente de la muerte y así asesinó con la tecnología de los drones, al General iraní Qasem Soleimani, líder de la Guardia Republicana y figura clave de la política militar de la región, especialmente en la lucha contra el monstruo creado por los mismos Estados Unidos, el Estado Islámico.

A propósito de ciertos comportamientos de los seres humanos, se nos ocurrió reflexionar sobre la relación de ellos con la que desarrollan algunos animales.

Aquí comparto con los lectores esas reflexiones.

El filósofo griego Aristóteles, en sus escritos sobre política, calificaría al hombre como un ζῷον πoλιτικόν (zôion politikón), siendo que ζῷον significa ‘animal’, y πoλιτικόν se traduce como político. En otras palabras, como un “animal político”.

¿Qué significa que el hombre es un animal político?

Lo primero: el hombre es también un animal.

Segundo: Al poseer el componente de la dimensión social y política tiene el don de crear sociedades y organizar la vida en ciudades.

Tercero, el hombre no puede vivir aislado y sin contacto social, por tanto, es un ser social por naturaleza. El hombre vive en comunidades, por ejemplo, la familia, se asocia con otros individuos o grupos de individuos, por ejemplo, clanes, en función de objetivos comunes: la supervivencia, la protección, el alimento, la procreación.

Cuarto, el hombre habla y por ello se puede comunicar con sus iguales. Para que esto sea posible, necesita de los otros para expresar sus sentimientos, emociones y pensamientos.

Quinto, hay hombres que en tanto fuera de la polis, son considerados superiores, por ejemplo, un dios, un héroe, o inferiores, por ejemplo, una bestia.

Sexto. El hombre, además, es un ser racional, con la capacidad para pensar, reflexionar, discernir, ser consciente de su existencia y de la de sus pares, y como tal, puede distinguir entre lo bueno de lo malo, lo virtuoso de lo inmoral, lo positivo de lo negativo. Se supone que, en este sentido, el hombre  busca lo justo, lo virtuoso, lo bueno, en función de eso que se llama la felicidad.

Dicho lo anterior, acotamos que Aristóteles, como buen discípulo de Platón, era partidario del gobierno de los “mejores” y que los otros debían someterse a su dominio. Por ello defendía la existencia del amo y el esclavo, del superior y del inferior.

Comportamientos de animales

Aquí acudiremos al auxilio de los “que saben de eso” (según decía mi madre) o los entendidos en la materia.

  1. Los gansos

Los gansos son animales que saben orientarse y en su trajinar lo hacen en banda formando una “V” perfecta en el cielo. Se sostienen que pueden vivir entre 17 y 20 años.

Practican la división social del trabajo, porque en su viaje grazna para estimular a sus compañeros cansados y los que se encuentran en la retaguardia reemplazan a la delantera de la formación cuando esta se ve extenuada.

El ganso practica a su manera la solidaridad. En caso de que alguna devenga enferma, o se encuentre demasiado exhausta durante el trayecto migratorio, es frecuente que abandone la formación; también que algunos de sus compañeros salgan a socorrerla, e incluso permanezcan con ella hasta que se mejore.

El ganso también tiene claro el valor de la soberanía, por cuanto cada banda defiende sus espacios y no permiten que gansos de otras bandas los invada.

  1. El erizo y la zorra

Se dice que el erizo es un mamífero insectívoro que mide aproximadamente 15 centímetros y pesa hasta 400 gramos. Tienen el lomo cubierto de púas y el resto cubierto de pelo marrón o blanco. Son solitarios y territoriales. Suelen llevar a cabo un comportamiento característico llamado “ungimiento” que consiste en llenar objetos de saliva para marcarlos. Su gestación dura unos 35 días y paren de 2 a 5 crías, que se destetan a las 6 semanas. Tienen un promedio de vida de entre 8 años.

El filósofo alemán Arthur Schopenhauer, inspirado en una fábula de Esopo, hablará del dilema del erizo en estos términos:

“En un día muy helado, un grupo de erizos que se encuentran cerca sienten simultáneamente la necesidad de juntarse para darse calor y no morir congelados.

Cuando se aproximan mucho, sienten el dolor que les causan las púas de los otros erizos, lo que les impulsa a alejarse de nuevo.

Sin embargo, como el hecho de alejarse va acompañado de un frío insoportable, se ven en el dilema de elegir: herirse con la cercanía de los otros o morir. Por ello, van cambiando la distancia que les separa hasta que encuentran una óptima, en la que no se hacen demasiado daño ni mueren de frío”.

Ese dilema es quizás la forma más sencilla de explicar las contrariedades que conllevan las relaciones interpersonales, incluso Sigmund Freud lo utilizaría para explicar el modo en que las personas nos relacionamos afectivamente unos con otros.

Los zorros se caracterizan por ser los animales más pequeños de la familia canina, son ciegos y sordos al nacer, por lo que para protegerse y sobrevivir, son custodiados por su madre durante el primer mes de nacidos. No se comunican ladrando como lo hacen otros caninos, por el contrario, se basan exclusivamente en la comunicación no verbal. Esto incluye características singulares en la postura del cuerpo, el movimiento de sus colas, y sus expresiones faciales.

Algunas de sus comunicaciones verbales incluyen gritos, y los mismos suenan como gritos de los humanos.

Entre las características de estos animales se encuentra su poderoso sentido del olfato, incluso pueden encontrar comida debajo de la tierra, y es así como en invierno encuentran las fuentes de alimentos.

El zorro mata a otros animales para sobrevivir, también se dice que matan por emoción, pues se sabe que matan más de lo que necesitan para alimentarse, y cuando esto pasa, entierran sus alimentos para consumirlos cuando tengan hambre.

Se afirma que los zorros son unos de los animales más inteligentes del mundo por las características que poseen. Y sus años de vida podría ser de 14 años en estado de cautiverio, pero en estado salvaje difícilmente lleguen a los 6 años.

Mientras los erizos simplifican la complejidad del mundo y reúnen su diversidad en una única idea, los zorros son incapaces de reducir el mundo a una sola idea y están constantemente moviéndose entre una inmensa variedad de ideas y de experiencias.

En este último sentido, el escritor nacido en Letonia y uno de los teóricos liberales más conspicuos, Isaiah Berlin, escribió un ensayo titulado El erizo y la zorra y a partir de un verso entre los fragmentos del poeta griego Arquíloco que dice: “La zorra sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una importante”, el autor analiza al hombre y la sociedad y la relación entre ambos.

Colocará ejemplos de pensadores que podrían ubicarse en uno u otro animal. Así entre los erizos se encontrarían: Platón, Lucrecio, Dante, Pascal, Hegel, Dostoievski, Nietzsche, Ibsen y Proust; mientras que las zorras estarían representados por Herodoto, Aristóteles, Erasmo de Rótterdam, Shakespeare, Montaigne, Molière, Goethe, Pushkin, Balzac o Joyce.

Entre ambos destaca la postura de escritor ruso León Tolstoi y sostiene que es inclasificable en ninguna de las dos categorías porque tiene el talento de un zorro y las creencias de un erizo, era un zorro por naturaleza y un erizo por convicción. Bajo esta premisa hace un análisis de su novela Guerra y paz.

Allí quiso adoptar la postura del erizo y englobar su percepción de los hechos y sus ideas sobre el comportamiento del individuo en un único sistema ordenado de elementos interdependientes con un fin común. Sin embargo, su naturaleza de zorra no le permitió sino escribir con extrema agudeza acerca de sus personajes y los acontecimientos de los que fue testigo como individualidades inconexas, dirigidos por diferentes razones, causas e intereses y partes de un todo caótico y divergente (Dixit Berlin).

  1. La Lombriz

Se sostiene que la lombriz es un invertebrado que carece de huesos, pulmones, patas, ojos, dientes y oídos, pero que posee 5 pares de corazones o arcos aórticos que bombean la sangre alrededor del cuerpo.

También se afirma que, aunque es cierto que el aspecto de las lombrices resulta algo desagradable, su rol en los ecosistemas es muchas veces de vital importancia: contribuyen a la formación del suelo mejorando sus propiedades, promueven la actividad microbiana, son la base de la alimentación de algunas aves y mamíferos, etc.

Otras curiosidades sobre las lombrices de tierra son las siguientes: son hermafroditas, respiran a través de la piel, pueden consumir cada día más de la mitad del peso de su cuerpo, son capaces de enterrar objetos de gran tamaño y aunque no tienen ojos, pueden percibir la luz para evitarla.

¿Qué debe imitar el ser humano?

De los gansos:

Qué buen sería que el hombre y la mujer practicaran la división social del trabajo y entendieran que en el conjunto y en el apoyo de varios la cosa sale mejor.

Qué buen sería que la solidaridad entre los pueblos y los individuos imperara por encima de la mezquindad y el yoismo ensimismado.

Qué bueno sería que el valor de defender la soberanía, esto es, la patria donde se nace, se practicara y se arraigara en el imaginario colectivo de la comunidad internacional, que las guerras, las invasiones e intervenciones militares y encubiertas, solo traen muertes y huellas imborrables, y que, por tanto, deberían desterrarse definitivamente de la tierra.

De los erizos

En un grupo social siempre hay roces, problemas, altercados y situaciones que sacan a cualquiera de sus casillas. De una u otra manera, siempre nos exponemos a las espinas de los demás; así como ellos a las nuestras. Y cada una de estas espinas se refleja en el manejo de nuestras emociones (celos, dudas, frustraciones, berrinches, ataques de cólera, tristeza, etc.) y deben saber manejarse

Por tanto, el ser humano debería internalizarse que no puede abandonar el mundo, a las personas, ni ser inconsciente de su entorno. No rehuir ante la adversidad, sino enfrentar tan situación, esto es, la realidad.

El dilema del erizo no es algo que se deba temer o evitar. Es algo a tener en cuenta en todo momento. Aislarse no tiene sentido para sí mismo. Incluso; quien no siente las espinas de los seres queridos, no sabrá nunca diferenciarlas de aquellas que realmente son clavadas con la intención de hacer daño. La fricción social es vital para nuestra supervivencia.

Es natural darnos cuenta de que, como seres humanos, tenemos necesidades afectivas; pero, llegar a creer que podemos vivir sin ser lastimados, es ser iluso. Después de todo, aunque los erizos se lastimen, no se queja. Más bien soportan el dolor con tal de estar juntos.

Tener convicciones bien arraigadas, posturas claras y entender que formamos parte de la polis y por tanto nuestras opiniones valen y debemos hacerlas valer.

De la zorra.

Su astucia, sus habilidades y su inteligencia.

De la lombriz

Tener infinidades de corazones. Abiertos y siempre pensando en el otro. Practicar en este sentido la otredad, sobre todo en una sociedad en la que los criterios que imperan son el éxito, el placer, el consumismo; en fin, el individualismo puro y duro.

No darle curso a la “cultura del descarte” (dixit papa Francisco), esa acción de apartar a los más débiles necesitados de atención y cuidados, o simplemente los que estorban en un determinado momento las aspiraciones de alguien.

Conclusión

El filósofo alemán, practicante del nihilismo, Federico Nietzsche, en Así hablaba Zaratustra, comenta: “Más peligro he encontrado entre los hombres que entre los animales”.

Eduardo Galeano, siempre realista, dirá en Los caminos del viento: “Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia, que la condición humana vale la pena, porque hemos sido mal hechos, pero no estamos terminados”.

Y el cantante brasileño, Roberto Carlos, tiene una canción titulada El progreso que, bajo el optimismo; en una de sus estrofas dice: “yo quisiera ser civilizado como los animales”.

Finalmente, más que Ser humano pareciera que hace falta Sé humano.

Que así sea.

*Sociólogo, Profesor Titular, Ex Director de la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV. Profesor Postgrado en la UCV,  la Universidad Militar Bolivariana de Venezuela, en el Instituto de Altos Estudios “Pedro Gual” del Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Exteriores. Fue Decano de Postgrado de la Unerg y embajador en Polonia, Uruguay y Grecia.

Fuente: El autor escribe en el Portal OVE

 

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