Page 169 of 2706
1 167 168 169 170 171 2.706

Los principios didácticos del enfoque comunitario

Por: Sergio Martínez Dunstan

¡Qué viva el CONISEN!, exclamó uno de los ponentes al finalizar su intervención en el Quinto Congreso Nacional de Investigación sobre Educación Normal realizado del 26 al 28 de octubre en Monterrey, Nuevo León. El CONISEN es un espacio de reflexión en donde conviven y convergen ideas innovadoras y hallazgos de investigación, refiere la convocatoria emitida para tan relevante evento. Recién concluyó y ya tienen puesta la mira en el siguiente a llevarse a cabo el próximo año en Veracruz.

Indudablemente, se encuentra en franca consolidación. Se ha venido ganando a pulso un prestigio con la participación de destacados académicos nacionales e internacionales, especialistas y expertos en el ámbito pedagógico. Pero sobre todo, por impulsar la investigación en las instituciones de educación superior formadoras de docentes. Esta ocasión no fue la excepción. La organización y logística fue impecable, elogiable. Personalmente, agradezco a los organizadores y anfitriones la calidez de sus atenciones quienes me brindaron en todo momento un trato por demás amable.

Participé con la conferencia “Metodología de la enseñanza en el Marco Curricular 2022” con la pretensión de mostrarles a los participantes la relación entre los planes y programas de estudio en preescolar primaria, secundaria así como de las licenciaturas para la formación de docentes.

Aunque bien cabría en esta revisión considerar el Marco Curricular Común en educación media superior por dos razones.

  1. porque también se encuentra en proceso una reforma curricular que contempla los mismos postulados de la reforma educativa en lo general (integración curricular, transversalidad, enfoque comunitario, y el resto de los aspectos contemplados) y
  2. porque los egresados de este nivel educativo bien pudiera elegir los estudios profesionales ofertados por las instituciones formadoras de docentes; éstas los acogen al final de cuentas. Aunque por ahora, dicha correspondencia la dejaré para otra ocasión.

En mi intervención, sobre la reforma educativa, referí ciertos aspectos, por demás relevantes en mi parecer, a fin de retomar parte de la filosofía que subyace en el marco jurídico normativo. Por ejemplo, la concepción de la nueva escuela mexicana, su objetivo (el desarrollo humano) y sus fines: impulsar transformaciones sociales dentro de la escuela y en la comunidad para contribuir a la formación del pensamiento crítico enfatizando el trabajo en equipo y colaborativo (Ley General de Educación Artículos 11 y 12). De igual manera, la visión acerca del enfoque humanista así como de la educación orientada al desarrollo de competencias: favorecer en el educando sus habilidades socioemocionales para resolver situaciones problemáticas al aplicar conocimientos a situaciones concretas de su realidad así como desarrollar actitudes y habilidades para su participación en los procesos productivos, democráticos y comunitarios (Ley General de Educación Artículo 59).

De igual manera, en lo concerniente a la revalorización del magisterio: las personas egresadas de las instituciones formadoras de docentes contarán con el conocimiento de diversos enfoques pedagógicos y didácticos que les permita atender las necesidades de aprendizaje de niñas niños y adolescentes y jóvenes (Ley General de Educación Artículo 96). Asimismo, la definición de los perfiles profesionales, el tipo de docente deseado y que sean valorados por las competencias didácticas que poseen (Marco para la excelencia en la enseñanza y la gestión escolar en la Educación Básica página 16). Hasta llegar al análisis del Acuerdo Número 16/08/22 en el cual se señala con toda puntualidad la necesidad de contar con planes y programas de estudio de licenciaturas que sean acordes con los de preescolar, primaria y secundaria (Considerando 15). Éstos últimos se orientan (en el caso de las 17 currículas reformadas de licenciaturas para la formación de maestras y maestros de educación básica) hacia el logro de tres tipos de perfiles de egreso :

  1. De educación normal
  2. General
  3. Profesional

En este último, el perfil de egreso profesional, se pretende desarrollar, en los maestros en formación, los perfiles profesionales estipulados en el Sistema de Carrera para las Maestras y los Maestros. Para alcanzar dichos perfiles, se señala con claridad meridiana, que se asume un enfoque centrado en el aprendizaje en interdependencia con la comunidad como arco del cual se eligen las estrategias didácticas. Así como también, coloca en el centro del hacer la investigación y el diálogo de saberes, herramientas pedagógicas que reconocen la heterogeneidad. De igual manera, desde la perspectiva socioconstructivista y sociocultural asumida, se plantea como núcleo central la construcción y el desarrollo de experiencias de aprendizaje vivas, v. gr.

  1. Aprendizaje por proyectos
  2. Aprendizaje basado en casos de enseñanza
  3. Aprendizaje basado en problemas
  4. Detección y análisis de incidentes críticos
  5. Aprendizaje en el servicio
  6. Aprendizaje colaborativo

En contraparte, y coincidentemente, en el Acuerdo Número 14/08/22 mediante el cual se establecen los planes y programas de estudio de preescolar, primaria y secundaria, dentro del marco de autonomía profesional, se recomienda tomar en consideración a las comunidades y su saberes. A éste elemento se le define “la comunidad, núcleo integrador de los procesos de enseñanza y aprendizaje”. Siendo todavía más preciso, es importante referir del material difundido por la SEP, a propósito de los Consejos Técnicos y la actualización a los docente, sobre la propuesta curricular que  plantea las metodologías socio-críticas para el abordaje de cada campo formativo en los libros de texto gratuitos:

Lenguajes — Aprendizaje basado en proyectos

Saberes y pensamiento crítico — Indagación Enfoque STEAM

Ética, Naturaleza y Sociedades — Aprendizaje basado en problemas

De lo humano y lo comunitario — Aprendizaje de servicio

Destaco, según mi propia interpretación, los fundamentos o la metodología sugerida para la enseñanza. En mi parecer son los principios didácticos para este enfoque, el comunitario.

  1. Trabajo interdisciplinario
  2. Problematización de la realidad
  3. Elaboración de proyecto

Como se puede observar, de esta manera se pretende un acercamiento más estrecho, directo diría yo, entre el perfil de egreso (de la educación normal, general y profesional) y los perfiles profesionales del Sistema para la Carrera de las Maestras y los Maestros.

Al margen de la suerte que corra el piloteo del plan y programas de estudios de preescolar primaria y secundaria, y éstos en sí mismos, la política curricular trae consigo una forma de como enseñar y aprender y la han venido impulsando. Y, con el pretexto de la actualización del magisterio durante el ciclo escolar en curso, se hace evidente la propuesta respecto a desarrollar experiencias de aprendizaje bajo una metodología centrada en los principios didácticos del enfoque comunitario. Las y los docentes de preescolar, primaria, secundaria (y si me apuran media superior) implementaría tal metodología para que sus alumnos pongan en práctica los conocimiento adquiridos. Para ello, por una parte, los maestros en formación serán habilitados en las instituciones formadoras de docentes para el manejo de las técnicas; y por la otra, los maestros en servicios serán actualizados para su implantación. Así que los maestros de escuelas normales y de educación básica habría de irse preparando para acometer tal empresa. Prepararse en el dominio de las metodologías socio-críticas, activas porque es inherente a su perfil profesional. Con o sin reforma curricular.

Carpe diem quam minimun credula postero

Fuente de la información: https://revistaaula.com

Comparte este contenido:

Los libros prohibidos y el control del pensamiento

Por: Edgar Isch L. 

El afán de controlar el pensamiento de los pueblos recorre toda la historia de las sociedades de clases. Así como se domina con la fuerza, se lo hace también y más fuertemente desde el pensamiento. Quienes se apropian del poder no requieren de fuerza cuando los dominados se enajenan al grado de creer que su opresión es normal y adecuada. En ese caso logran una suerte de consenso en favor del sistema, un «sentido común» aparentemente indiscutible.

20 libros prohibidos hace tiempo y que ahora son realmente influyentes en la literatura universal

La lucha en el campo de las ideas tiene esta importancia: o se posibilita un pensamiento libre y crítico o se impone un pensamiento sumiso y acrítico. Su expresión está en todos los campos de la vida social: cuando se busca trabajo y se negocian las condiciones laborales; cuando se recibe un servicio público y se compara con el privado; cuando se educa a las nuevas generaciones; cuando se decide cuáles son las noticias que deben transmitirse y que ideas se presentan al hacerlo; y muchos más ejemplos que a cada uno se le pueden ocurrir.

Se dice de manera acertada que vivimos una sociedad que es clasista y que además ese clasismo está fortalecido y a su vez alimenta características como el sentido patriarcal, etnocentrista y colonizador de pueblos y la naturaleza. Todo conducido desde el poder que impone de esta forma de pensar. Para lograrlo, utilizan dos vías: difundir sus puntos de vista y su ideología como la única válida («no hay alternativa» repetirían continuamente los neoliberales), usando los sistemas educativos, los medios de comunicación, la mayoría de centros religiosos y muchos más instrumentos a su alcance; por otro lado, silencian y atacan a las opiniones críticas al sistema, como sucede en la gran prensa, las películas o en el manejo de los datos en internet, promoviendo más lo siempre promovido.

La prohibición de libros hoy

Una forma de silenciar otras voces ha sido la quema de libros. Y aquí es fácil recordar la inquisición, el nazismo de Hitler, la dictadura de Pinochet, o el pedido del anticomunista senador Mc Carthy quien pidió la quema de 30.000 títulos. Hoy que la derecha gana fuerza en algunos países desarrollados, como una respuesta ante la crisis y posibles levantamientos populares, es cuando estas formas extremas de control del pensamiento tienen lugar.

Lo dominante hoy son las prohibiciones que se van repitiendo. Veamos unos ejemplos, centrados en Norteamérica:

Censurado: El club de los libros prohibidos en Estados Unidos - La Tercera

Desde julio de 2021 al 31 de marzo de 2022, se han prohibido 1.586 libros de bibliotecas escolares en 26 estados, afectando la libertad de pensamiento de más de 2 millones de estudiantes. Si bien la decisión no es del gobierno sino de los distritos educativos, se trata de acciones coordinadas por la extrema derecha. Los libros más afectados tienen que ver con la discusión del racismo, la denuncia de la esclavitud, sobre temas relacionados a la comunidad LGBTI, pero se han incluido libros de premios Nobel, textos religiosos, de una víctima del holocausto judío o de Malala, la niña que luchó por la educación contra los talibanes.

Ya a nivel estatal, el Departamento de Educación del Estado de la Florida prohibió 54 textos escolares, incluso de matemáticas, por cuestionar el racismo y esclavitud. El 40% de textos están en revisión de este grupo inquisidor. En Texas, incluso se llega a colocar el préstamo de esos libros en las bibliotecas escolares como un delito. En Missouri se prohibió el uso de un número especial del periódico New York Times “NYT, 1619 Proyecto”, centrado en la esclavitud en Estados Unidos.

En Canadá la situación no es tan grave, pero en Ontario contra unos 4.700 libros infantiles y hasta el diccionario Webster, siempre con argumentos absurdos. Incluso con pretextos supuestamente contra estereotipos raciales, se ofendió a la libertad de pensamiento quemando (aquí literalmente) ediciones de Asterix o Lucky Luke.

Derecha es limitar las libertades

Puede de veras la sociedad limitar nuestra libertad? | Somos Todos UM

En general, se trata de empezar en el mundo educativo. Junto a los libros eliminados viene la prohibición de temas en el currículo y en general el silenciamiento de los profesores y profesoras, quienes en los últimos años han realizado varias huelgas superando la legislación represiva. La acción contra el NYT ya habla de un control más fuerte sobre la prensa, aunque al ser la mayoría medios de propiedad de millonarios, la censura previa les garantiza sus mensajes.

La derecha se presenta así como la limitación de las libertades, a pesar que usan la palabra libertad en sus discursos. La libertad que les interesa es la libertad de explotar a los trabajadores, la de apropiarse de los bienes comunes, la de sostener sus intereses por encima de la sociedad.

Estas son solo expresiones de esta gran batalla de ideas. Hay estudios que demuestran las distintas líneas que tiene la búsqueda del control del pensamiento de los pueblos y la prohibición de los libros solo es una de ellas. El poder capitalista teme las nuevas protestas sociales ante la crisis a nivel global y por ello el incremento de su trabajo en el campo de las ideas. Las fuerzas de izquierda, democráticas y auténticamente progresistas deben presentar los contrapesos suficientes.

*  Académico y ex ministro de Medioambiente de Ecuador. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

Fuente de la información e imagen: https://www.surysur.net

Comparte este contenido:

Lo tradicional, ¿es en verdad tan deleznable?

Por: Luis Armando González

Con demasiada frecuencia escucho en diferentes espacios –incluidos algunos espacios académicos— el uso de la palabra “tradicional” como algo negativo, es decir, en un sentido mediante el cual algo es declarado no sólo obsoleto, sino pernicioso. Así, en algunos ambientes se ha vuelto común el que baste con denominar a algo que no gusta (o que se busca anular) como “tradicional” para que se asuma que ese algo es inservible e incluso deleznable. Y cual meme que se propaga sin resistencia, se van multiplicando las voces que reiteran el tradicionalismo –y lo inservible y nocivo— de aquello que es objeto de tal etiqueta, dígase “los partidos tradicionales” o “la educación tradicional”.

Es probable que muchos de los que repiten la fórmula no hayan reflexionado sobre si su uso es adecuado o sobre si declarar que algo es “tradicional” lo convierte automáticamente en nefasto o lo dota de una antigüedad más antigua que los calendarios. Más aún, probablemente no caigan en la cuenta de que descalifican a la “educación tradicional” o a los “partidos tradicionales”, por ser tradicionales, pero no a las celebraciones navideñas o de semana santa que son tradiciones puras y duras.

Dicho de otra forma, un análisis básico del uso peyorativo de la palabra “tradición” revela que ese uso aplica sólo a ciertos hechos, acontecimientos o instituciones; en concreto, a aquello que, desde ciertos intereses y compromisos, se quiere declarar obsoleto y negativo. La pregunta de fondo, sin embargo, es si eso que se declara obsoleto y negativo, aplicándole el calificativo de “tradicional”, en realidad lo es. Mirar a la realidad es un hábito que está de capa caída en una época en la cual reiterar fórmulas fáciles ahorra el esfuerzo de la reflexión y el análisis.  Es un hábito que no debería dejarse desfallecer, aunque las ilusiones sean más cómodas o agradables que la realidad.

Situémonos en El Salvador y veamos, por ejemplo, el caso de la llamada “educación tradicional”. Una cosa que llama la atención en quienes la minusvaloran (o declaran inservible o una fuente de males educativos) es la poca claridad sobre lo que entienden por ella. ¿De dónde a donde abarca? ¿Es todo lo que se hizo en educación antes de la llegada de las modalidades virtuales? ¿O acaso la educación tradicional es aquello previo a la reforma educativa de los años noventa? ¿O acaso lo previo a la reforma educativa de Walter Béneke?

Son preguntas gruesas e inevitables. A ellas se añaden estas otras: ¿cuáles son los componentes tradicionales de la educación en esos distintos momentos históricos? ¿De qué manera esos aspectos tradicionales tienen efectos (negativos o positivos) en los procesos de enseñanza aprendizaje, en la integración social y en la ciudadanía? Sin duda, estas interrogantes no pueden ser abordadas si no se tiene una idea precisa de lo que significa tradición: para los que no lo saben, significa transmisión (de una generación a otra) de prácticas, símbolos y significados, o sea una transmisión de cultura.

Las tradiciones (y las culturas) se van forjando a lo largo del tiempo, van cambiando y algunas van desapareciendo, siendo reemplazadas por otras. En fin, lo que se llama “educación tradicional” en El Salvador es el resultado un largo proceso de forja educativa en el que hay aspectos que vienen bastante atrás en el tiempo y otros que vienen (y que se han afianzado con fuerza) desde la segunda mitad del siglo XX, cuando la modernización fue la bandera de los gobiernos, modernización que, por cierto, era ofrecida como opuesta a la “tradición”.

Por supuesto que en el presente algunos de los que hablan de la “educación tradicional” insisten en algunas de las características y bondades de la educación virtual. Me he fijado en tres: autodidactismo, pensamiento crítico y autonomía. Pues resulta que eso tres aspectos han estado presentes en la educación desde antes de la virtualidad educativa. Para el caso, León Tolstoi –quien escribió Guerra y paz (1865) fue un extraordinario autodidacta. Y no fue el único: la formación autodidacta ha sido permanente desde hace mucho tiempo en las distintas sociedades, incluida la salvadoreña. Yo mismo soy un autodidacta, y sé que una formación así tiene el riego de la dispersión y el desorden mental, lo cual es suplido por la sistematicidad que, usualmente, se aprende (y yo aprendí) en la educación formal.

En cuanto al llamado pensamiento crítico, se remonta, como mínimo, hasta Karl Marx. Y el siglo XX fue el siglo de la crítica; y ésta, a mediados de los años 50 de ese siglo, se hizo presente en la política y la cultura de América Latina. La reflexión crítica, el análisis de los contextos y las implicaciones prácticas del conocimiento cobraron vigencia, en pugna con la memorización mecánica y descontextualizada propias de la educación de entonces. Mi educación en los años 70 y 80 es resultado de los esfuerzos de quienes, mis maestros y maestras, realizaban su labor docente en el entrecruzamiento de lo memorístico mecánico y el espíritu crítico.  Ese es el contexto en que se entiende bien la recepción, en esos años y en El Salvador, de Pedagogía del oprimido de Paulo Freire.

Y de la autonomía educativa puedo decir que es una aspiración que se remonta a Kant y a la Ilustración, en el siglo XVIII. O sea, es una aspiración (y una práctica) antigua, al igual que la formación autodidacta. La educación salvadoreña de los años setenta y ochenta del siglo XX, de la que soy hijo, exigía una autonomía extraordinaria a los estudiantes, no sólo para pensar por cuenta propia, sino para acceder a los recursos formativos básicos, como libros o instrumentos y materiales para tareas ex aula. Había, pues, mucho trabajo para un estudiante, que, si quería salir adelante, debía poner su mejor empeño. Autonomía quiere decir valerse por uno mismo, sin la tutela de otro. Pues de eso se trataba en aquellos años en los que me formé como bachiller y licenciado.

Lo anterior no quiere decir que la educación virtual no tenga esos tres componentes. De hecho, en mis mejores experiencias como docente en modalidad virtual esos componentes han estado presentes, lo cual me ha llenado de alegría. Lo que quiero decir es que no son nuevos, sino que hacen parte de una muy buena tradición educativa que, espero, no se pierda nunca.

¿Significa entonces que entre la educación virtual y la presencial (“tradicional”) no hay diferencias? Por supuesto que las hay, y comprender cuáles son puede ser de gran ayuda a la hora de elegir lo más útil de cada una de ellas en cada circunstancia. ¿Quiere decir, entonces, que una de las dos modalidades educativas es mejor (o superior) que la otra? De ninguna manera. Como en toda obra humana, no hay nada perfecto, y tanto la una como la otra tienen defectos y debilidades, pero también tienen puntos fuertes que si se saben ensamblar pueden apuntalar de mejor manera los procesos educativos. Desde mi punto de vista plantear el asunto como “lo uno o lo otro” no es correcto; quizás sea mejor decir “lo uno y lo otro” no en abstracto, sino según sean los propósitos educativos que se persiguen.

En fin, como lo muestra la tradición crítica en educación –una tradición humanizadora de largo aliento— lo tradicional no es tan deleznable como se nos quiere hacer creer. Asimismo, hay tradiciones que tejen lo mejor de lo que somos; y hay otras que tejen lo peor y lo, que es más grave, algunas de las “novedades” más aberrantes son un brote suyo.

Fotografía: https://ens9001-infd.mendoza.edu.ar/sitio/la-educacion-como-practica-de-la-libertad-fragmento/

Comparte este contenido:

El valor de humanizar

Antonio Piñas Mesa, profesor de Filosofía de la Universidad CEU San Pablo CEU, explica en este artículo la necesidad de «seguir apostando por el ‘valor de los valores’ pues de ello dependerá una sociedad en las que el cuidado del otro sea un cuidado humanizado, es decir, a la altura del ser humano y su valor»

La larga marcha del hombre a lo largo de la historia bien podría ser descrita como un periplo en el que hemos ido aprendiendo el arte de humanizar nuestras relaciones personales y nuestro entorno. Eso sí, hemos tenido y tenemos capítulos en los que la barbarie ha oscurecido este esperanzador proyecto de humanización.

En la actualidad tenemos algunas luces que nos hacen seguir creyendo en la voluntad del hombre por seguir construyendo una cultura de la humanización que alienta también una mejora de las prácticas del cuidado, sobre todo a los más vulnerables.

El humanismo, paradigma que parte del valor de lo humano y que se traduce en una práctica de vida consecuente con esa creencia en que el ser humano tiene un valor singular, es el pilar fundamental de la humanización. Este humanismo tiene que ser alimentado para que sea fuerte ante los vendavales de los antihumanismos y transhumanismos que nos azotan, con el potencial de los saberes humanísticos.

Comparte este contenido:

Una carta, una historia

Por: Carolina Vásquez Araya

La comunicación epistolar es un recuerdo del pasado, una práctica obsoleta.

En un afán por escapar de un presente lleno de incertidumbre y contradicciones, prefiero echar la mirada a los pasados siglos para rescatar de esas brumas de la memoria uno de los objetos más preciados: la carta. Heredera de los antiguos manuscritos, en donde se plasmaba con exquisito estilo la Historia de la Humanidad, la carta -ese trozo de papel cargado de significado- sobrevivió a las guerras, los avances de la industria, las crisis existenciales y los obstáculos geográficos que retardaban su trayectoria, hasta que la derrotó el siglo actual. Alrededor del mundo, los sistemas de distribución del correo representaron una de las instituciones mas sólidas y de mayor credibilidad, por la importancia depositada en esa práctica.

El uso de la carta, un invaluable archivo documental a lo largo de la historia, se ha extinguido. La eficacia de los sistemas instantáneos desarrollados mediante un avance tecnológico vertiginoso, han acabado con la necesidad y, por ende, con las perspectivas de supervivencia de un modo de relación que toca las fronteras del arte. Las generaciones educadas en la escritura manual han desaparecido, para ser sustituidas por usuarios de computadoras y teléfonos inteligentes desde los cuales se precia mas la rapidez que el contenido, perdiéndose irremisiblemente  todo el valor implícito en un documento personal e íntimo.

La carta, entre otros de sus valores, tenía la enorme cualidad de plasmar una forma de autobiografía resultando así mucho más reveladora e íntima, al reflejar en sus líneas el fluir del pensamiento de manera espontánea, sin los filtros impuestos por la obsesiva revisión literaria. Por esa misma razón, sus mejores ejemplares han llegado a poseer más intensidad que la novela y más fuerza que el ensayo, por su cualidad de hacer menos concesiones al despilfarro verbal. Para comprobarlo, nada mejor que escarbar entre las colecciones epistolares de los grandes filósofos. artistas y científicos.

Los objetivos y el modo de escribirlas pueden llegar a abarcar infinidad de posibilidades: lo literario (como en el caso de Proust) puede convertirse en el objetivo primordial, por encima del mensaje en sí, demostrando que un escritor difícilmente puede dejar de serlo aun cuando esté transmitiendo sus sentimientos más íntimos en un trozo de papel supuesto a ser destruido. Sin embargo, también existe la dificultad intrínseca en el hecho de utilizar el método epistolar; y es la imposibilidad de mantener una conversación amena, profunda, ligera, imprevisible y afectuosa, todo a un tiempo, haciendo abstracción del hecho de que entre una y otra intervenciones pueden transcurrir semanas o meses.

Al perderse la carta, se ha perdido la expresión manuscrita absolutamente individual, transformando al texto en una pieza mecánica, diseñada y moldeada de manera artificial. Ya no existen más los renglones torcidos, las señas individuales ni la posibilidad de cometer errores, los cuales se corrigen de modo automático. Tampoco está el hecho de abrir el sobre y disfrutar del momento de revelar su contenido. La auténtica carta era una pieza irrepetible, escrita de un tirón con un estilo coloquial semejante al lenguaje hablado. Es decir, un lenguaje único capaz de transmitir pensamientos, sentimientos y actitudes, con la connotación íntima del tú a tú. Esta práctica extinta para las mayorías, quizás permanezca latente para un rescate reservado al uso exclusivo de unos pocos nostálgicos.

Recibir el correo era la expectativa de obtener una respuesta, un mensaje esperado.

Fuente de la información: www.carolinavasquezaraya.com

Comparte este contenido:

En una familia, ¿cómo se ejerce el poder? | Michel Foucault

 Los aparatos de Estado no son otra cosa que la cristalización en forma de instrumentos estables, institucionales y legalizados de un cierto número de relaciones de fuerza. ”. Michel Foucault

La siguiente es una entrevista inédita que Michel Foucault sostuvo con cuatro militantes de la Ligue Communiste Révolutionnaire, miembros a su vez de la sección cultural del semanario francés Rouge, en los primeros días de julio de 1977. Christian Laval —uno de los entrevistadores— explicó que su propósito era dar cuenta del primer tomo de la Historia de la sexualidad, publicado un año atrás, e interrogar a Foucault sobre su relación con el marxismo y el izquierdismo. La redacción del periódico Rouge no aceptó publicarla y permaneció inédita. 

Nos gustaría preguntarle sobre este libro que es una especie de gran prefacio que introduce lo que vendrá después, sobre la investigación histórica en este libro y su vínculo con sus trabajos anteriores —incluyendo La arqueología del saber—, sobre su modo de exposición, su ficcionalización del trabajo histórico. Al mismo tiempo, nos gustaría plantear el problema de la situación del intelectual, sobre lo que usted define como «intelectual específico» y, a partir de ahí, sobre la representación que hace de su trabajo. Asimismo, nos gustaría escucharle sobre lo que podríamos llamar un «efecto Foucault».

 

Sí. Ustedes tienen sed, ¿no? Como ustedes quieran, ¿eh? ¿No? Cuando hayamos hablado mucho…

 

¡Cuando usted haya hablado mucho!

 

Tal vez hablemos de la historia ahora mismo. Intentaré que mis respuestas sean breves. Intentaré dar respuestas breves.

 

Sí, bueno, no tenemos preguntas calibradas, no es realmente una entrevista. Se trata más de ver la dirección de su trabajo.

 

Lo primero que se me ocurre, por libre asociación, sobre las preguntas que me acaban de hacer sería esto: hay actualmente una línea de pendiente muy clara entre aquellos que se pueden llamar intelectuales que los lleva al trabajo de la indagación histórica. Básicamente, ha pasado el gran momento de la teoría y de la construcción de la teoría, que se sitúa en torno a los años 1960-1968, en beneficio de una búsqueda de saber histórico, de historia cuasi-empírica. Creo que, sin embargo, hay un peligro en este tipo de investigación, el principal peligro no está tanto en la ausencia de teoría como en una especie de lirismo implícito que sería el del naturalismo. Es decir, «para qué sirve la historia, si no es para intentar borrar el pasado, o al menos para descubrir las diferentes sedimentaciones depositadas por la historia para que por fin vuelva a fluir el claro y melodioso arroyo (risas) que la tristeza del mundo, la explotación capitalista y los diversos estalinismos han podido silenciar. Destruyamos los hospitales psiquiátricos, para que se escuche la voz pura de la locura, abolamos las cárceles para que salga a la luz la gran revuelta de los delincuentes, “abajo la represión sexual”, para que reaparezca nuestra bonita sexualidad primaveral y florida». Creo que, en el gusto actual por la investigación histórica, existe esta especie de nostalgia, una nostalgia por los retornos y el postulado de que debajo de la historia está la vida misma, que debe ser detectada y destapada.

 

Lo que estaría en juego en este trabajo de restauración de los enunciados históricos, incluyendo, por ejemplo, el intento de restaurar una especie de memoria popular. Estoy pensando en los trabajos de Rancière.

 

No, los trabajos de Rancière no entran en la crítica que me gustaría hacer a este naturalismo. Creo que movilizar la memoria, de hecho reactualizar el pasado, no debe significar redescubrir una naturaleza buena oculta. Detrás de la historia no está Rousseau, detrás de la historia no está el buen salvaje, detrás de la historia siempre está la historia. Y en consecuencia, a mi entender, la reactualización de una memoria histórica debe tener como sentido volver a situar las relaciones de fuerza que están establecidas, fijadas, congeladas en la actualidad. Muchas de estas relaciones de fuerza se consideran intangibles, cuando en realidad tienen una historia, tienen condiciones históricas de aparición y funcionamiento. Es decir, podemos identificar, haciendo un análisis histórico preciso, los puntos débiles y los lugares donde podemos atacarlas. Así que no es una historia con una función nostálgica, sino una función estratégica o táctica.

 

¿Cómo se sitúa usted en el debate al que asistimos en las columnas de Le Monde entre Jean Chesnaux, que vincula directamente el trabajo del historiador a las luchas actuales, y que quiere poner la historia al servicio de la clase obrera, y por otro lado Le Roy Ladurie, que piensa que esta posición recuerda al zhdanovismo de los años dorados? De hecho, su carrera escapa a ambas posiciones y busca otra articulación.

 

No asistí a este debate, no debía estar en Francia, pero tuve fragmentos del mismo. En este debate, me pareció, por los ecos que escuché, que lo que estaba en juego era la objetividad de la historia, la cientificidad, que Le Roy Ladurie quería salvar y que Chesnaux quería demostrar que era en realidad un señuelo. Es un problema que me parece demasiado filosófico para mí, y está muy bien que los historiadores se lo planteen, pero me supera mucho (risas). Creo que, de hecho, en todas las críticas que se hacen actualmente, estamos lejos de haber abordado el problema de la ciencia de forma suficientemente radical como para poder plantear la cuestión de la objetividad del saber histórico o de la objetividad de la economía de forma efectiva. Estamos volviendo a caer en viejos esquemas, viejas disputas: historia comprometida, historia académica, historia polémica, etc. Esto no parece muy eficaz como problema.

No soy un historiador, ni profesionalmente ni en mi práctica. Ningún historiador se reconoce en el trabajo que hago. Mi problema es siempre un problema contemporáneo, que es cómo funciona el asilo, cómo funciona la justicia penal en este momento, cuáles son los discursos sobre la sexualidad que escuchamos en este momento, etc. Y a partir de eso, tratar de hacer lo que yo llamo arqueología, para evitar la palabra historia. La arqueología de un problema.

 

Sin embargo, el título de su último libro lleva la palabra «historia». ¿Por qué no decir «genealogía» en su lugar?

 

Sí, sí, finalmente «historia» por supuesto. Es muy molesto, sí. He recurrido a la palabra «historia» porque ya no significa nada y aceptamos usarla hoy en día sin estar demasiado forzados a llamarnos historiadores profesionales o sin tener que basar lo que decimos en la cientificidad. Si no he usado la palabra «genealogía», es porque tiene connotaciones muy exactamente nietzscheanas.

 

Es un término que usted utilizó en un artículo del seminario Hyppolite y que partía de La genealogía de la moral. Luego hace un trabajo sobre la prisión, que es la genealogía del castigo. La palabra «genealogía» es una buena indicación del sentido de su trabajo si se le quisiera poner una etiqueta.

 

Si ustedes quieren. Va a parecer pretencioso y delirante, pero yo intento tomar a Nietzsche en serio y precisamente todos los libros que he escrito podrían colocarse bajo el título de La genealogía de la moral, pero me molesta un poco, porque parece que se refugian detrás de un paraguas filosófico. Vienen a preguntarte: «¿En qué sentido eres nietzscheano, por qué?». Esto plantea toda una serie de problemas… Se trata, en efecto, de una genealogía, y de una genealogía de la moral que intento hacer, una genealogía de los sistemas de coacción y de los sistemas de obligación. Es la genealogía de las obligaciones que nos constituyen y nos atraviesan.

 

Usted dijo en La arqueología del saber que una arqueología de la sexualidad, más que conducir a un trabajo propiamente científico en una dirección epistemológica o científica, conduciría en un sentido ético.

 

Creo que he cambiado bastante en ese sentido. En cualquier caso, en cuanto a la «genealogía», estoy completamente de acuerdo. No se me ocurriría teorizar sobre la sexualidad o las prácticas sexuales en la Edad Media. No es que me parezca poco interesante, pero ése no es mi problema. Mi problema es: «dada nuestra actualidad, ¿cómo podemos, mediante un análisis genealógico, identificar los puntos estratégicamente significativos y tácticamente útiles en este momento?». Eso es todo.

 

Sobre el problema de la estrategia, sin empañar un debate habitual sobre la estrategia, usted dice en La voluntad de saber que es el propio poder el que hace la estrategia entre diferentes puntos de tensión. Pero cuando quiere dar una perspectiva estratégica, ¿cuál es el agente de la estrategia?

 

Esto es algo importante. Tengo en la cabeza un texto escrito por Jean-Marie Brohm en Quel corps?. ¿Lo han visto?

 

Usted sabe, él escribe mucho… Tiene mucha producción.

 

Pensé que eran muy cercanos a él, ¿no estaba en la Ligue?

 

Estaba, pero dejó la Ligue por una serie de desacuerdos. Tenemos diferencias con él.

 

Pensé que el problema que me plantearon estaba en esa dirección…

 

¿Pero de qué texto habla?

 

Está en el último número de Quel corps?. Retoma un texto que Deleuze había escrito sobre mí. Ni siquiera retoma mis formulaciones sino las de Deleuze, y hace un cierto número de críticas del tipo: «Se ve que lo que dice Foucault es completamente antimarxista, etc.». Pensé que esto representaba las preguntas que ustedes se hacían y que tienen todo el derecho de preguntarme. No vi ningún problema en ello, había releído este texto…

 

Para que sepa lo que pasa: decidimos hacer un artículo sobre su obra, en la sección cultural de Rouge, o más bien en la subsección que estamos constituyendo. Tuvimos discusiones entre nosotros, y a ninguno se nos ocurriría decir que lo que hace Foucault es antimarxista, o que es una máquina de guerra contra el marxismo, etc. Si no, no estaríamos aquí.

 

Pero si me lo dijeran, yo no tendría inconveniente en eso.

 

Sí, claro, pero ya sabes que si fuera así te habrían sacado la tarjeta sin más… (risas). Antes he mencionado a Rancière. Cuando saca a relucir la revuelta popular, cuando trabaja sobre 1848, también trabaja sobre el presente. El pueblo es el agente que se reapropia de esta memoria y hace algo con ella. ¿Pero dónde está el agente para usted?

 

Lo que me gustaría tratar de captar es el poder. No como solemos entenderlo, cristalizado en instituciones o en aparatos, sino, si se quiere, el poder en la medida en que es, a través de todo un cuerpo social, el conjunto de lo que podemos llamar la lucha de clases. Para mí, a fin de cuentas, diría que el poder es la lucha de clases, es decir, el conjunto de las relaciones de fuerza, es decir, de las relaciones necesariamente desiguales, pero también cambiantes, que pueden existir en un cuerpo social y que son las actualizaciones, los dramas cotidianos de la lucha de clases.

Lo que ocurre en una familia, por ejemplo, las relaciones de poder que se juegan entre padres e hijos, marido y mujer, ascendientes y descendientes, jóvenes y ancianos, etc., esas relaciones de poder son relaciones de fuerza que, de una manera u otra —y eso es lo que hay que analizar— son la lucha de clases. Es decir, éste es quizás el punto difícil y que no admitirían, yo no diría: «hay una lucha de clases así, a un cierto nivel fundamental, de la que el resto es sólo el efecto, la consecuencia», sino que la lucha de clases concretamente es todo lo que vivimos.

 

En eso, estaremos de acuerdo…

 

Así que el poder no está ni en un lado ni en el otro. Está precisamente en el enfrentamiento, con los instrumentos que por supuesto poseen unos, las armas que tienen otros, las armas de un lado, el ejército del otro, las pistolas aquí… Pero decir que la burguesía posee el poder porque, de hecho, es la clase burguesa la que posee las armas, decir que la burguesía se ha apropiado del poder porque el aparato de Estado está controlado por ella, no me parece una formulación suficientemente precisa, suficientemente exacta, cuando queremos analizar el conjunto de las relaciones de poder que existen en un cuerpo social. Los aparatos de Estado son la manera, los instrumentos y las armas que la burguesía se da en una lucha de clases, todos los aspectos que constituyen las relaciones de poder que son inmanentes a un cuerpo social, que lo hacen sostenerse. Es decir, es la idea de que el cuerpo social no se sostiene por efecto de un contrato, ni de un consenso, sino por efecto de otra cosa, que es precisamente la guerra, la lucha, la relación de fuerzas.

 

Pero con lo que no estaría de acuerdo es con la representación de un frente, la representación de dos posiciones bien posicionadas una frente a la otra, un enfrentamiento de sujetos, digamos.

 

El análisis que consistiría en decir que en un cuerpo social hay dos categorías de personas, las que tienen poder y las que no, las que pertenecen a tal clase y las que pertenecen a tal otra, puede ser cierto para ciertos momentos particulares en los que opera efectivamente el reparto binario. También puede serlo a cierta distancia y desde cierto ángulo. O para contemplar, por ejemplo, ciertas relaciones de poder económico, se puede decir perfectamente que está bien. Pero si se llega a un cierto nivel de ejercicio del poder, el poder médico por ejemplo, el poder sobre los cuerpos, el poder sobre la sexualidad, etc., es cierto que para poner en juego inmediatamente la oposición binaria, diciendo «los niños son como los proletarios, las mujeres, etc.», se fracasa rigurosamente en el mismo resultado, se termina con nada más que aberraciones históricas. Eso es básicamente lo que quiero decir.

 

Cuando usted dice en La voluntad de saber que hay que dejar de analizar las relaciones de poder en negativo, ¿a qué se refiere la palabra negativo si no se refiere a la dialéctica? ¿Es una crítica nietzscheana a la dialéctica? ¿Es un rechazo de lo negativo a la manera de Lyotard?

 

No, no me refiero a eso. Creo que hemos tenido dos grandes modelos para analizar la sociedad y las relaciones de fuerza dentro de una sociedad. El modelo jurídico, que consiste en decir esto: una sociedad se formó el día en que las personas renunciaron a una parte de sus derechos, a una parte de su libertad, a una parte de su violencia, y la transfirieron a un soberano, que les impuso una ley, que precisamente sancionaba todo lo que fuera una renuncia a esta renuncia, todo lo que fuera una infracción de la misma. Ésta es la teoría jurídica tradicional del poder. Hay otro análisis que se encuentra entre los historiadores, que es más bien lo que llamaré el modelo de la invasión. Hay básicamente un pueblo feliz, dueño y responsable de sí mismo, sobre el que los invasores vienen y caen como animales de presa, robando la tierra, tomando mujeres, imponiendo leyes, subyugando, y luego cazando y castigando cualquier voluntad de rebelión. En estos dos modelos, el modelo jurídico de la renuncia y el modelo histórico de la invasión, el poder consiste en impedir, en hacer que alguien haga algo, bien porque ha renunciado a ello por contrato, bien porque no quiere y tiene la fuerza y las armas para impedirlo: los esclavos, los siervos, los vencidos… Estas dos imágenes del poder no tienen en cuenta lo que realmente ocurre en las relaciones de poder que recorren un cuerpo social y que lo mantienen unido.

Yo diría a grandes rasgos: la pregunta que tanto se hace ahora, «¿cómo es que a uno le gusta el poder?», sólo tiene sentido si se asume que el poder es totalmente negativo, que el poder es algo que te dice que no. En ese caso, efectivamente, ¿cómo se puede soportar que te digan que no? La pregunta «¿cómo a uno le gusta el poder?» ya no se plantea cuando nos damos cuenta de que el poder es lo que nos atraviesa positivamente y nos hace hacer efectivamente algo, nos da realmente gratificaciones, nos atraviesa en toda una maquinaria productiva de la que somos el agente, el beneficiario, hasta cierto punto por supuesto. Eso es lo que quiero decir.

 

¿Usted cuestiona el hecho de que el poder sólo se basa en la represión?

 

Sí, que funciona únicamente con la represión, la renuncia y la prohibición. Estos dos modelos, el del contrato y el de la invasión, han sido curiosamente recuperados por el psicoanálisis. Es el modelo más o menos freudo-reichiano: el poder es lo que dice no, es el superego, es lo prohibido, es la represión, es la ley. Aquí es donde critico lo negativo.

 

¿Podemos hacerle una pregunta muy brusca y deliberadamente muy estúpida? ¿Y las palizas por parte de las Compañías Republicanas de Seguridad?

 

Bueno, sí, así que… (Risas). Pero tienen toda la razón.

 

Fue deliberadamente una provocación.

 

Pues bien, mi problema no es en absoluto decir: la represión no existe. Si quieren más adelante también podemos hablar de la miseria sexual que existe. La represión existe y lo hace a gran escala. Pero, ¿es políticamente correcto e históricamente exacto que el poder sólo se asuma en esta forma casi caricaturesca de represión? Yo diría que la represión es la forma terminal del poder. Es decir, el momento en el que se encuentra con ciertos límites, en el que tropieza, en el que no puede ir más allá y en el que reaparece la relación de fuerza en su desnuda brutalidad. En ese momento se arma. Pero en realidad, mucho antes de eso, mucho antes de esta etapa terminal, había toda una serie de mecanismos mucho más complejos, mucho más invasivos y que nos atraviesan de una manera mucho más sólida. Sabemos que cuando un poder utiliza la macana, es porque es muy débil, porque está al final de su cuerda. Literalmente, al final, es el extremo del poder. Es el caso límite.

No quiero decir que haya represión sólo en estos casos límite, pero me parece que los momentos represivos en el ejercicio del poder deben ser entendidos como momentos dentro de engranajes complicados donde se tiene algo más. Pero si se privilegian los momentos represivos, se tiene una imagen caricaturesca del poder que no tiene en cuenta este fenómeno del que todos debemos ser conscientes, desde el momento en que la revolución no se produce, es decir que el poder se mantiene.

 

Casi invirtió una fórmula muy conocida. Usted dijo: «el fusil es el extremo del poder» en lugar de «el poder es el extremo del fusil» (risas). [Frase de Mao Zedong más conocida en español como «el poder nace del fusil»].

 

Exactamente. No digo que esté siempre en el extremo del poder, sino que está más bien en el extremo del poder. En cualquier caso, es políticamente importante no captar siempre el poder por el «extremo del fusil», que es sólo uno de sus aspectos. Porque tienes todo tipo de congruencias entre el modelo jurídico, el modelo histórico, el modelo psicoanalítico para presentar al poder exactamente como Goethe hablaba de Mefisto, como el que siempre dice no.

 

Esto es lo que ya estaba diciendo en Vigilar y castigar, que no hay que tomar el poder como lo que se opone. ¿Qué queda en su trabajo, sin embargo, del discurso de lo prohibido, del no, del discurso del Estado?

 

No hay que identificar el discurso que dice no y el discurso del Estado. ¿Qué es lo que queda? En Vigilar y castigar, empezaba a pensar un poco así, pero no estaba lo suficientemente claro. Intenté mostrar cómo la organización del sistema penal y de la delincuencia, que es el otro aspecto, era una forma, al menos hasta cierto punto si se quiere, de decir que no; pero era una forma de redistribuir totalmente el funcionamiento de los ilegalismos. Y se podría decir que se tenía ahí un fenómeno de redistribución, de represión si se quiere, de formas de ilegalismos, pero todo el mecanismo disciplinario por el que conseguimos la supresión de un cierto número de ilegalismos no era simplemente una modalidad negativa de prohibición. Fue fijando a la gente, entrenando sus cuerpos, obteniendo de ellos y con ellos toda una serie de rendimientos económicos y políticos, que estos ilegalismos finalmente desaparecieron.

El aspecto de supresión, desaparición y bloqueo existe, pero no creo que deba privilegiarse como la esencia del poder. En el caso de la sexualidad, no quiero mostrar en absoluto que la sexualidad fuera libre. Lo digo a lo largo del asunto, no se trata de eso. Pero la modalidad de las relaciones de poder con el sexo, el cuerpo, el placer, no es esencialmente, fundamentalmente, primariamente negativa. En cualquier caso, los efectos de represión o de miseria sexual —prefiero la palabra miseria sexual— se inscriben en estos mecanismos tan positivos. Pondré un ejemplo. Es cierto que en el seno de la familia burguesa, que fue el propio modelo impuesto a toda la sociedad en el siglo XIX, se produjo una verdadera hipersexualización de las relaciones entre las personas, en particular entre padres e hijos. La sexualidad de los niños se convirtió en el problema de la familia; todo el mundo pensaba en ello, todo el mundo se ocupaba de ello. Se trata de un fenómeno de hipersexualización. No basta con decir que se ha reprimido la sexualidad infantil, o que se ha ocultado. No es cierto, es mucho más complicado que eso: se constituyó toda una familia incestuosa, toda una familia atravesada por gratificaciones sexuales, placeres sexuales, caricias, atenciones, miradas, complicidades. Esto no constituyó una liberación sino una cierta miseria sexual para los niños y adolescentes, y en cierta medida también para las familias. Así que el problema es replantear estos efectos de miseria, resituarlos a partir de los mecanismos positivos que los produjeron.

Para ser muy pretencioso, haré la siguiente comparación: básicamente, cuando Marx comenzó a hacer sus análisis, tenía a su alrededor un análisis socialista que esencialmente planteaba la cuestión de la pobreza y decía: «somos pobres, ¿cómo es que nosotros que producimos la riqueza somos pobres?». En otras palabras, la cuestión planteada era la del robo: «¿Cómo nos roban los patrones? ¿Cómo nos roba la burguesía?». Se trata de una pregunta negativa que los socialistas de la época no pudieron resolver porque respondieron a esta pregunta negativa con una respuesta negativa: «Eres pobre porque te roban». Marx invirtió esto diciendo: «Bueno, esta pobreza, esta pauperización, a la que asistimos, ¿está relacionada con qué?». Descubrió los formidables mecanismos positivos que estaban detrás de todo ello: los del capitalismo, los de la acumulación del capital, todos estos mecanismos positivos de la economía que era específica de la sociedad industrial que tenía ante sus ojos. Esto no significa que negara la pauperización, al contrario, le dio un lugar muy especial, pero pasó de un análisis de tipo negativo a un análisis de tipo positivo que pone los efectos negativos en su lugar. Una vez más, de forma muy pretenciosa, me gustaría hacer algo parecido. No hay que dejarse engañar por el fenómeno propiamente negativo de la miseria sexual. Existe, pero no basta con explicarlo, de forma un tanto tautológica, por la represión, decir que «si eres sexualmente miserable es porque estás reprimido», sino que detrás de esa miseria sexual, ¿cuál es la enorme mecánica positiva del poder que invade el cuerpo y produce los efectos?

 

Su trabajo consistiría, pues, en descalificar ciertas preguntas, pero no en devolverlas a la nada, sino en decir: éstas no son las únicas preguntas, sobre todo no son las preguntas fundamentales.

 

Pero, sobre todo, que no pensemos que nos estamos dando una respuesta cuando hemos dado una respuesta isomórfica a la pregunta formulada. Con la cuestión «somos infelices sexualmente», todos estamos de acuerdo, pero si respondemos tautológicamente diciendo «somos infelices porque estamos privados de sexualidad», entonces no creo que lleguemos a la verdadera pregunta y a la solución.

 

A partir de ahí, por otra parte, se plantea la cuestión de lo que significa poner en su sitio esta forma de poder inspirado desde arriba, y en particular lo que significa en términos de luchas y resistencias. ¿Cómo se pueden vincular y unificar los tipos de lucha? Y esto plantea la cuestión complementaria del lugar de Michel Foucault en estas luchas, y por tanto la cuestión de estas luchas y de su propia lucha. ¿Cómo puede Michel Foucault desenvolverse entre las grandes ciudadelas?

 

Se desenvuelve mal… (risas).

 

Volviendo a la cuestión de la historia con La arqueología del saber, ¿hubo una conexión con lo que estaba ocurriendo en el lado de la historia y las luchas que se estaban dando en torno a la cuestión de la verdad histórica? También era y es una cuestión de anudar las luchas con otras fuerzas. No sólo está la forma en que su trabajo se vincula con las luchas en el terreno histórico, sino también con el psicoanálisis, y esto plantea la cuestión de la concepción del poder y de la ley que usted le presta. Quizás no sea tan sencillo. Hay diferentes lugares en el psicoanálisis y lugares que se resisten a esta concepción. Tal vez, al igual que existe «el» marxismo, existe «el» psicoanálisis. En cualquier caso, nuestra presencia aquí atestigua que la cuestión del marxismo no está resuelta, y que el marxismo no existe desde hace mucho tiempo, que hay muchas sensibilidades. También cabría preguntarse por los posibles efectos de incomprensión que pueden derivarse de sus intervenciones, como demuestra el título del artículo de Politique hebdo, escrito bajo el título: «Une nouvelle vérité sur le sexe».

 

(Riendo a carcajadas) ¡Vaya! Entiendo por qué no me enviaron el número… Son muchas preguntas. Tal vez podríamos hablar de las propias luchas. Si aceptamos el modelo jurídico del poder del que hablábamos antes, o el modelo histórico de la invasión, la pregunta: «¿Cómo son posibles las luchas? ¿Cómo son posibles las resistencias?» es realmente un problema. Pero si se admite que el poder en una sociedad no es otra cosa que el conjunto de las relaciones de fuerza existentes, es obvio que, si se quiere, se tienen tantas resistencias como poderes. En otras palabras, no se puede disociar en absoluto el análisis de los mecanismos de poder del análisis de las resistencias que hacen necesaria tal o cual forma de poder, que dan al ejercicio del poder tal o cual forma en tal o cual momento. En otras palabras, el poder siempre se ejerce sobre una resistencia y una resistencia siempre se opone a un tipo de poder. Así que el problema es mucho más, creo, de la organización, de la coordinación táctica y de la integración estratégica de estos puntos de resistencia, al igual que en el otro lado, se tiene por parte de los que dominan —es decir, aquellos para los que la relación de fuerzas es favorable— el problema es la integración en grandes elementos tácticos y en estrategias coherentes de las ventajas que tienen. Los aparatos de Estado no son otra cosa que la cristalización en forma de instrumentos estables, institucionales y legalizados de un cierto número de relaciones de fuerza. La revolución, los movimientos revolucionarios, los partidos revolucionarios son la organización de estos puntos de resistencia, por lo que es muy normal que el problema estratégico de un partido revolucionario sea responder a la integración estratégica de la dominación de clase en un Estado. Por eso se dice a menudo, y no sólo por Jean-Marie Brohm, que para mí el Estado no existe. Pero no es así. Hay que entender que no se puede entender una relación social de fuerza desde el Estado, como si fuera el foco primitivo, sino que hay que entender el Estado como la cristalización institucional de una multiplicidad de relaciones de fuerza que pasan por la economía, fundamentalmente, pero que también pasan por toda una serie de instituciones, la familia, las relaciones sexuales, etc.

 

Lo que usted quiere decir es que el poder empieza desde abajo.

 

Si el poder es la lucha de clases o la forma que adopta la lucha de clases, entonces el poder tiene que ser devuelto a la lucha de clases. Eso es todo. Pero me temo que en muchos análisis se suele hacer lo contrario y se define la lucha de clases como una lucha por el poder. Habría que ver los textos de Marx, pero no creo que esté siendo radicalmente antimarxista al decir lo que digo.

 

Nunca hemos pensado que usted haga una máquina de guerra contra el marxismo.

 

No siento una obligación de fidelidad. Pero cuando uno ve los análisis concretos que hace Marx sobre 1848, Luis Napoleón, la Comuna, en los textos históricos más que en los textos teóricos, creo que sitúa bien los análisis del poder dentro de algo que es fundamentalmente la lucha de clases y que no hace de la lucha de clases una rivalidad por el poder. La rivalidad por el poder la analiza precisamente dentro de los diferentes grupos. Ninguno de los grandes comentaristas marxistas ha medido a Marx por el nivel de los análisis concretos que hizo de la situación. No lo hicieron por mil razones, pero principalmente porque Marx no dejaba de hacer predicciones falsas, se equivocaba mes tras mes. Y, sin embargo, produjo un análisis político e histórico que todavía puede considerarse verdadero, en todo caso mucho más verdadero que cualquier otro (risas).

 

Pero en cuanto a las prácticas políticas que esto induce, sus trabajos han influido o dado material a las revueltas, o a la inversa, las revueltas han alimentado sus trabajos. En cualquier caso, esto ha dado lugar a un cierto tipo de prácticas que han sido tratadas un poco rápidamente como «izquierdismo cultural», frente a la afirmación de la necesidad de un partido revolucionario, de una organización que ataque directamente el poder del Estado, que intente quebrarlo, etc. Ha habido diferentes grupos políticos sobre las prisiones en los que su trabajo podía aparecer, ha habido corrientes de la nueva izquierda que se reconocían en tu trabajo, ha habido entrevistas en periódicos que no esperábamos, como Actuel, y luego, sobre el tema de la sexualidad, de repente, parece que usted lleva el izquierdismo cultural en la dirección equivocada y que dice: «frente a todos los discursos que se han hecho sobre mí sobre el tema de “liberemos el sexo, los locos, los presos, etc.”, cuidado, no se trata de quién tiene el poder, el hombre sobre la mujer, los padres sobre los hijos, sino que se trata de mecanismos mucho más complejos». ¿No es su trabajo actual, en cierto modo, una especie de freno a lo que se ha llamado «izquierdismo cultural»?

 

Ésta es una pregunta muy importante… «Izquierdismo cultural», supongo que para ustedes la palabra es un poco peyorativa.

 

No necesariamente.

 

No lo voy a negar, pero sí diré que las organizaciones políticas, la mayoría de las que he conocido, tenían por delante un modelo de funcionamiento que era el partido político, el partido revolucionario tal y como se constituyó a finales del siglo XIX y a través de diversos avatares. Lo encuentras en la socialdemocracia, en los distintos Partidos Comunistas, en las organizaciones trotskistas también e incluso en las organizaciones anarquistas… Nunca se ha hecho la historia de los partidos y de las organizaciones de partidos, a pesar de que se trata de un fenómeno político de la máxima importancia, que nació a finales del siglo XIX. Creo que era necesario. Ahora bien, en estas prácticas políticas, tal y como las definían estas organizaciones, no podían faltar una serie de problemas. No podían faltar, en primer lugar, porque no se correspondían con los objetivos políticos inmediatos que estas organizaciones tenían en mente, y tampoco formaban parte del campo de objetos teóricos de los que hablábamos. En cuanto se habló de la huelga general a finales del siglo XIX y de nuevo a principios del XX, o de las últimas crisis del capitalismo, o de la constitución del capitalismo monopolista de Estado, el problema de los locos, de los hospitales psiquiátricos, de la medicina, de los delincuentes, de la sexualidad, no pudo intervenir.

Sólo podríamos plantear realmente estos problemas, y sólo podríamos hacernos oír, si los planteáramos radicalmente al margen de estas organizaciones e incluso diría que contra ellas. Contra ellas, no es que se tratara de luchar contra ellas con estos instrumentos, sino contra ellas, es decir, a pesar de los discursos que sostenían y de los objetivos que querían fijar. Así que, necesariamente: pequeños grupos que uno intentaba no modelar según el esquema de las organizaciones, es decir, cosas que siempre tenían un objetivo particular, un movimiento, una duración limitada… En cuanto se alcanzaba un objetivo, se disolvían y se intentaba volver a empezar en otro lugar, etc. Así que todo esto era necesario. ¿Es suficiente para la primera parte de la pregunta?

 

Eso es lo que me parece interesante en la historia del izquierdismo en Francia, desde el 1968, es decir, en la extrema izquierda, no creo que el movimiento de las mujeres, las prácticas políticas sobre los asilos o las cárceles, sobre todo este tipo de micropoderes sobre los que de hecho se había trazado una línea gigantesca por parte del movimiento obrero en general, que esto se hizo contra las organizaciones izquierdistas, o en todo caso se hizo al margen de las organizaciones izquierdistas, que luego retomaron este tipo de discurso. Lo vemos en la Ligue Communiste, e incluso tenemos problemas dentro de nuestras propias filas por ello. ¿No cree que este tipo de prácticas también están relacionadas con un cambio en el orden del discurso? Recuerdo una frase suya que decía, puedo estar caricaturizando: «Después de todo, ¿no es la teoría parte de lo que se condena, no es el discurso teórico parte de lo que se combate?». Esto fue en una entrevista con Actuel. ¿Cree usted que hay una solidaridad entre estas prácticas políticas más fragmentadas en relación con lo que se había definido como la apuesta exclusiva de la lucha, la toma del poder, es decir, el Estado, el aparato de Estado? ¿No es esto solidario con un cambio en el discurso? No quiero tratar de decir cuál es la posición de Michel Foucault en relación con el izquierdismo.

 

Sí, tenemos que llegar a eso y responder a la otra parte de su pregunta. Efectivamente, sobre ese punto, no recuerdo esa frase, pero ya veo por qué la dije. Creo que en ese momento estaba funcionando. En efecto, el discurso teórico sobre la política, sobre el marxismo, sobre la revolución, sobre la sociedad, fue durante muchos años, o en todo caso durante todo un período, y muy claramente entre 1965 y 1970, una cierta forma de negar el acceso a un cierto número de problemas que se consideraban hipoteóricos, e indignos de ser incluidos en el discurso de la teoría. Por lo tanto, estoy de acuerdo en que era necesario luchar contra el discurso teórico, e hice lo que pude para luchar contra este discurso teórico, no precisamente mediante una crítica del discurso teórico. No quería demostrar que fulano estaba equivocado, no me importaba y probablemente tenía razón, ése no era mi problema. Pero, en cualquier caso, en el campo en el que estamos, nunca es la demostración de una contradicción lo que silencia un discurso teórico, es su obsolescencia. Hacerlo obsoleto haciendo otra cosa. Eso es todo.

El segundo punto que han mencionado: «¿Se está tomando a mal el izquierdismo al que se le ha vinculado, o quiere marcar un freno?». No estoy de acuerdo con estas palabras. No me lo estoy tomando a mal, no es un freno, es más bien una incitación a la aceleración. La represión, por ejemplo, la noción de represión, el tema de la represión, no me gustaría encontrarlo realmente detestable y bastante malo, ya que es una palabra que he utilizado a menudo, y puedo decir que he operado con la represión (risas), con la idea de represión, en la Historia de la locura. He operado con la represión. Pero ahora sólo hay que fijarse en tres cosas.

En primer lugar, la facilidad con la que esta palabra se extiende por todas partes, en todos los círculos, en todos los medios de comunicación, aceptada por todos.  Giscard pronto nos dará un discurso sobre la represión y definirá el «liberalismo avanzado» como una sociedad antirrepresiva, es sólo cuestión de semanas (risas)… Esto significa que la palabra ha perdido las virtudes de distribución que tenía, ya no está delimitada. En segundo lugar, en el discurso que se maneja en la izquierda, creo que tiene efectos negativos, criticables, y en particular esa nostalgia, ese naturalismo que mencionaba antes. Quería decir tres razones, pero sólo se me ocurren dos. Estas dos razones me parecen suficientemente importantes, es decir, el atropello del pensamiento de izquierda y el uso por parte de cualquier pensamiento de estas palabras y de esta noción, estos dos inconvenientes muestran que, en el fondo, ha tenido su uso, que la herramienta está gastada.

Lo que me gustaría decir es que: «Bueno, ahora que la hemos utilizado, tenemos que romperla». Y luego multiplicar el análisis y decir: «¿Cuál era el objetivo de esta palabra represión?». Pues bien, mirémoslo: apuntábamos a un montón de cosas, que ahora tenemos que ver con mucha precisión y tenemos que darnos cuenta de que el núcleo de la represión no era como pensábamos, aunque en su momento fue suficiente para suponerlo, no tenía demasiados inconvenientes, no eran esos mecanismos puramente negativos, frustrantes, etc., es otra cosa, algo mucho más sutil. Por lo tanto, trasladar el análisis a un nivel más preciso, más sutil, liquidar esta noción que ya está desgastada y que tiene principalmente efectos negativos, e iniciar un análisis de otro tipo, a otro nivel, que no tendrá el efecto de ir hacia atrás. No se trata de decir: «Como la sexualidad no ha sido reprimida, al contrario, lo único que se ha hecho es expresarla, exigirla, basta de sexualidad, volvamos a un silencio decente sobre ella». No, no es eso en absoluto. Es para decir que esta sexualidad que tuvimos razón en denunciar durante cierto tiempo como reprimida, debemos ver que debemos superarla. De hecho, los discursos que se mantienen ahora sobre la sexualidad, ¿qué función tienen? Esencialmente tienen la función de decir a la gente: «Saben, todo lo que buscan en términos de placer, en términos de todo su deseo, es en realidad sólo del orden de la sexualidad, déjenos a nosotros, a los especialistas del sexo, les diremos la verdad de todo esto». Así que la sexualidad tiene que ser desbordada, a través de una reivindicación del cuerpo, del placer, de la alianza, de los vínculos, de las combinatorias, etc. Hay que desbordarla. En otras palabras, es un proceso de aceleración al que me gustaría dar vida en relación con el tema izquierdista de la represión y en absoluto un mecanismo de freno diciendo: «Hemos hablado demasiado de ello, volvamos a cosas más sabias». No sé si está muy claro.

 

¿Dar vida a una aceleración? Pero, ¿cómo puede Michel Foucault dar vida a algo? Esto plantea la cuestión del libro, del efecto de los libros. Son libros que se leen y que son libros esperados. Pero también son efectos de incomprensión, como se ha mencionado antes con el título de Politique hebdo. ¿Cómo funciona un libro?

 

Aquí mi respuesta sólo puede ser biográfica y subjetiva, y por tanto poco interesante. Es un problema que no he podido resolver, porque siempre me han pasado cosas extrañas (risas). Escribí Historia de la locura después de varios años de experiencia en hospitales psiquiátricos, pero en un momento en el que desconocía la existencia de la antipsiquiatría inglesa, que estaba surgiendo al mismo tiempo, por lo que el libro fue escrito realmente como un libro, sobre el fondo de una experiencia subjetiva que corre bajo el libro pero que no está directamente presente, y sin ningún vínculo con el proceso objetivo que se desarrollaba en ese momento y que yo desconocía. El libro comenzó a funcionar a partir de este efecto objetivo que no había inducido, y al que no estaba vinculado, cayó sobre él. Sé que tal vez sean de los que dicen «no es casualidad que…» (risas), a mí muchas veces me apetece decir «fue casualidad que…». También para la medicina había escrito un libro poco leído pero que funcionaba de la misma manera, es decir, al margen de cualquier relación con los problemas que plantea el ejercicio de la medicina. En el caso de las prisiones, era lo contrario: había hecho algunas cosas sobre las prisiones en la línea de lo que había hecho sobre la locura. Y entonces quise hacer un balance de eso, invertir la lección de una práctica en un libro de historia, pero tengo la impresión de que el libro llegó demasiado tarde, que quedó un poco inconcluso, no sé si tuvo los efectos que esperaba, no lo creo. En cuanto a la sexualidad, no lo sé en absoluto.

Todo esto es un problema muy importante el que ustedes plantean, porque es precisamente el estatuto del intelectual. ¿Qué es básicamente escribir un libro? En cierto sentido, no es nada, y luego no es del todo nada. Creo que estos libros, porque no fui el único en escribirlos, ni el primero, han jugado un papel en que personas que se creían excluidas por incapacidad, por no-dignidad si se quiere, por no-especialización en todo caso, de ciertas formas de análisis, y por lo tanto de reflexión política, se han dado cuenta de que, en el nivel mismo de su práctica, ocurrían cosas que tenían un sentido político, un sentido histórico. Así que creo que un enfermero en un hospital psiquiátrico estaba en contacto con algo que no era un saber médico del que estaba excluido y una locura a la que no pertenecía, pero que hacía algo que era socialmente significativo, políticamente denso, y que históricamente tenía su espesor, su función, y creo que tenía una cierta función liberadora para ellos y es «sin complejos» que ahora, a partir de su experiencia, cuestionan a los médicos, intervienen en un grupo político, etc. Así que creo que a este nivel, estos libros, que son un poco un punto de inflexión, son de cierta utilidad. Es decir, no desencadenan el movimiento, sino que dan acceso al discurso, o a la posibilidad del discurso, a un cierto número de personas que se creían excluidas del derecho a hablar, porque hasta ahora nunca se les había dado el derecho a hablar y nunca se había hablado de ellos, ni de lo que hacían ni de los objetos que manejaban. Y tener acceso al discurso es tener acceso, en una sociedad como la nuestra, a la acción y a la acción política.

 

¿No es la sexualidad más complicada que la locura o la prisión? Porque la sexualidad es un gran fenómeno cultural dividido, que no sólo concierne a los sexólogos, que no se limita a la explotación mediática de la sexualidad. Hemos visto nacer movimientos como el Front Homosexuel d’Action Revolutionnaire para la homosexualidad, como el Mouvement de Libération des Femmes para las mujeres, movimientos que quizás no han alcanzado todavía su máxima eficacia.

 

Así que aquí me gustaría ser absolutamente claro, y no lo fui en mi libro, porque pensé que sería evidente, pero ahora quiero ser claro. Lo que me llama la atención y me interesa de los movimientos feministas y homosexuales es precisamente que son movimientos en los que se ha utilizado la sexualidad, la especificidad sexual de las mujeres, su derecho a tener una sexualidad propia al margen de la de los hombres, y la sexualidad específica de los homosexuales. Pero ¿para qué? ¿Para que todo gire en torno a la sexualidad? No, en absoluto. Desde los movimientos feministas sólo se ha reivindicado la especificidad de la sexualidad femenina para decir que las mujeres son algo más que su sexo. Lo que también es interesante de los movimientos homosexuales es que partieron del hecho de que se tenía derecho a tener la sexualidad que se quisiera, de una manera u otra, pero para decir ¿qué? Pues bien, que la existencia homosexual no era, no se reducía en principio, en su ley como en su verdad, a tal o cual forma de prácticas sexuales, sino que se reivindicaba la posibilidad de relaciones interindividuales, de relaciones sociales, de formas de existencia, de opciones de vida, etc., que excedían infinitamente la sexualidad. Hay una dinámica en estos movimientos feministas y homosexuales, partiendo, si se quiere, de una base táctica que da o había dado el discurso de la sexualidad. Partieron de eso como base táctica para ir mucho más allá, para pedir mucho más y para explotar a un nivel mucho más general. Esto es muy claro en los círculos homosexuales californianos que conozco, donde la homosexualidad, en su caracterización sexual, es el punto de partida de toda una forma cultural y social de pertenencias, vínculos, afectos, vida grupal, apegos, etc., y finalmente se descubren placeres, cuerpos, relaciones físicas y otras no sexuales, metasexuales, parasexuales.

Es decir, hay una fuerza centrífuga en relación a la sexualidad que es muy clara en estos movimientos y lo interesante es ver que, precisamente por una falsa complicidad, la sexología intenta apoderarse de los movimientos feministas o de los movimientos homosexuales para su propio beneficio y decir: «Ah, pero estamos completamente de acuerdo con ustedes. Por supuesto que tienen derecho a su sexualidad, y tienen tal derecho que sólo son su sexualidad. Vengan a nosotros, a nosotros las mujeres, a nosotros los homosexuales, a nosotros los pervertidos. Sean libres, pero sean libres a condición de pasar por nosotros, ya que sólo deben su libertad a una especificidad sexual de la que nosotros tenemos la ley, por lo que su libertad tendrá como límite nuestra ley, la ley que nosotros le pondremos». Y así es como funciona la sexología reduciendo estos movimientos centrífugos a través de una reducción centrípeta o sexípeta, si se me permite decirlo (risas).

 

Ya que hablas de los movimientos feministas, recibimos un texto en el periódico de una mujer del movimiento de mujeres. Ella estaba preocupada por el pasaje de su libro en el que usted dice que el problema no es saber quién tiene el poder, si el hombre o la mujer, mientras que el problema de ella y el del movimiento de mujeres era, por el contrario, el tipo de poder que el hombre puede tener sobre la mujer y la manera de luchar contra este poder.

 

Cuando he dicho eso, era en un sentido muy preciso, era sobre la palabra «tener» sobre la que versaba la negación. Es decir, no creo que la cuestión se resuelva diciendo «los hombres han tomado el poder y las mujeres no tienen poder», etc. El poder no es una riqueza. Hay una metáfora económica constantemente presente en estos análisis. Habría una cierta cantidad de poder y luego el hombre se apropiaría de toda, dejando sólo bagatelas a la mujer y algunos pedacitos a los niños. El problema no es ése, el problema es: «En una familia, ¿cómo se ejerce el poder?». Está absolutamente claro que el polo «masculino», que el polo «padre», que el polo «marido», es el polo dominante, pero que ejerce su dominación a través de un cierto número de soportes, medios, etc. Y en particular el omnipoder, la omnipotencia que se le ha otorgado a la mujer sobre los niños durante los primeros años de su vida, es un hecho que no se puede discutir, lo que no significa que la mujer tenga poder, sino que ejerce todo el poder sobre los niños dentro de una constelación cuyo polo absolutamente dominante es el hombre. Hay que llegar a estos análisis relativamente complejos y finos, pero si se utiliza la metáfora de la posesión al analizar el ejercicio del poder, sólo se tienen relaciones cuantitativas que analizar: «¿Quién tiene más poder, el hombre o la mujer?». Esto es poco interesante, no da cuenta de los procesos.

 

Usted sustituye un «¿cuánto?» con un «¿cómo?».

 

Exactamente. El problema no es si el hombre tiene el poder y la mujer no, sino cómo fluye la corriente de poder del hombre a la mujer, de la mujer a los hijos, cuáles son las diferencias de potencial que permiten el funcionamiento del poder.

 

Pero esto requeriría un trabajo que iría más allá de la historia en el sentido en que usted la ve. Los trabajos de Lévi-Strauss mostraron en el pasado cómo, a través de los sistemas de parentesco, se desplazaban las relaciones de poder, si no en tal o cual configuración o grupo social, al menos en las figuras que estas relaciones de poder podían adoptar.

 

Sí, en la medida en que Lévi-Strauss hizo un análisis esencialmente relacional, puedo decir que lo que yo también quiero hacer sobre el poder es un análisis de tipo relacional, y no un análisis en términos de posesión. Esto me parece una especie de obviedad. Es muy difícil de analizar. Soy muy consciente de que estoy muy lejos de tener los instrumentos para analizar una cuestión relacional, pero que es una cuestión relacional, que hay un poder que no es como una masa que se reparte como un pastel, eso es obvio en cuanto lo piensas por un momento. Esto implica análisis que no soy capaz de hacer, espero que se hagan después de mí (risas).

 

De forma análoga a la pregunta que hicimos antes sobre los movimientos de reivindicaciones sexuales, ¿no se da el mismo fenómeno en el psicoanálisis? Aparentemente la cuestión sexual es central en él, pero va más allá de ese nivel, y tiene una dimensión cultural.

 

Por supuesto. Yo diría que el golpe de genio de Freud no fue al final haber descubierto que la verdad del inconsciente es la sexualidad, es todo lo contrario. Él partió de una problemática de la sexualidad que ya había sido abordada bastante, iniciada en su época, y finalmente fue hacia otra cosa, porque el inconsciente es mucho más que la sexualidad, es mucho más que el sexo. Así que con Lacan, es obvio, no hay duda en absoluto. No soy lacaniano ni antilacaniano, pero este desbordamiento se encuentra exactamente así en el psicoanálisis. Sin embargo, se siente bastante que hay una especie de psicoanálisis imbebible que es el de la sexualización perpetua, y luego está el psicoanálisis que hace una ruptura en relación con la sexualidad y que busca otra cosa, no sé qué, pero que atraviesa la sexualidad y se acelera habiendo dejado la sexualidad.

 

Lo que le atribuye a Freud al final de La voluntad de saber es haber disipado o destruido la hipótesis fisiológica sobre el sexo. Me parece un poco reduccionista ver a Freud así, y lo que usted acaba de decir no lo dice. Eso es lo que me molestó del libro. Por otro lado, usted concluye diciendo que es hora de que los psicoanalistas descubran su propia historia. ¿Acaso no tiene usted la tendencia a reducir lo que hizo Freud?

 

Me gustaría que no fuera así. No suelo entrar en polémicas y no discuto sobre lo que hace la gente.

 

Pero Freud, no es la gente… (Risas).

 

Sí, el hecho es que tenemos objetivos, etc. Hay una cosa contra la que el libro fue escrito. Lo que quiero hacer es una especie de genealogía del psicoanálisis en la medida en que el psicoanálisis es el discurso dominante sobre la sexualidad. Ahora hay una especie de sacralización del psicoanálisis entre ciertos psicoanalistas que tiende a mostrar que sólo un analista puede hacer la historia del psicoanálisis, y que el psicoanálisis es absolutamente inconmensurable con todo lo demás, que marca una ruptura con todo lo demás, con la psiquiatría, etc. Así que he querido, de forma un poco provocadora, pero probablemente imprudente por ser una especie de libro-programa, mostrar que el psicoanálisis aparecía como una figura perfectamente comprensible en la historia del saber psiquiátrico y neurológico de la época y que, en particular, era la figura opuesta a la teoría de la degeneración que dominaba por completo la psiquiatría, la neurología, la psiquiatría criminal, la criminología, etc. Freud, médico judío, no tuvo en cuenta esto, salió de una problemática que era común a los franceses, ingleses y alemanes de la época, y muchos elementos del psicoanálisis pueden entenderse como elementos alternativos en relación con la teoría de la degeneración.  Así que insistí un poco en esto, se puede hacer una genealogía muy positiva y muy histórica del psicoanálisis sin decir nada malo de él (risas). Tal vez no destaqué lo suficiente que el psicoanálisis es mucho más que eso, pero puede entenderse como una reversión de la degeneración.

 

Usted distingue de hecho dos tipos de hipótesis: la de la censura y la de la ley constitutiva del deseo. En ciertas corrientes del psicoanálisis, por ejemplo, más bien lo que ocurre en la Escuela freudiana de París o en el Quatrième Groupe, y no en las corrientes más medicalizadas y psicologizantes de la asociación internacional, me parece que lo que ocurre ya no responde a esta concepción de la ley constitutiva del deseo, ni a la hipótesis represiva. Estaba pensando en todas las conexiones del lado de la cultura. Estaba pensando, por ejemplo, en un libro de Pierre Legendre, que quizá haya leído (L’amour du censeur), que parece encajar bastante bien con lo que usted hace, y que va más allá de una simple sexualización y, sobre todo, no cae en su crítica.

 

Pues déjenme decirles. No me propongo criticar a fulano. No lo hago simplemente porque no tengo tiempo. Les diré una cosa: para hacer una buena crítica, hay que tener los medios para hacerlo, conocer los textos con exactitud, recorrerlos en todas las direcciones, etc. Y creo por otra parte que estas modalidades de análisis crítico han absorbido la energía de la mayoría de los intelectuales franceses durante años y años.

 

La crítica crítica…

 

Sí, la crítica crítica de la crítica. Esta referencia perpetua de un libro a otro que lleva a un juego de espejos, a un rodeo de caballos de madera, no me interesa. Si uno quiere introducir cosas relativamente nuevas, cambiar un poco la escena, no debe meterse en estas cosas. Así que, básicamente, sólo abordo proposiciones y sus posibles efectos en un posible discurso. Por supuesto, estas proposiciones no son ficticias, a menudo han sido sostenidas por alguien. No las invento absolutamente, y desgraciadamente, demasiado a menudo tengo en mente tal o cual texto para que la gente a veces se reconozca y diga: «Eso es injusto, no es lo que he dicho». De hecho, de nuevo, no quiero meterme con nadie. Sólo sé que una proposición como «la ley es constitutiva del deseo» funciona de forma limitada o, por el contrario, de forma muy general. Ustedes decidirán.

Ahora bien, esta proposición con su serie de efectos, cuando tratamos de analizarla, ¿qué supone si no es esta concepción jurídica y negativa del poder? En consecuencia, no creo que esta proposición pueda utilizarse sin que se pague de una u otra manera, aunque sus efectos en este o aquel libro sean relativamente limitados, o si estos efectos se ven contrarrestados por otra cosa. Así que el libro de Legendre me fascinó. Creo que es un libro estupendo e importante, y no quiero preguntarme si cae bajo esta o aquella crítica. No lo he criticado. Pero simplemente sé que he encontrado esta proposición en su libro y que la he encontrado en otros. Lo digo de la manera más abierta y amistosa posible: «Cuidado con esta proposición». Si la usas sin precaución, si la sigues en sus efectos, ¿qué lleva consigo? Creo que lleva consigo esta concepción negativa y jurídica del poder, y que la encontramos de lleno, y en una especie de estado frustrado e ingenuo, en la concepción de la represión. Así que si queremos desprendernos de la problemática de la represión, no basta con decir que la ley es constitutiva del deseo. Esto es lo que estoy diciendo. No es la crítica de fulano. Que yo recuerde, hay toda una serie de cosas considerables en el libro de Legendre con las que me siento de acuerdo, pero nunca es un libro o una persona de lo que yo hablo, sino del efecto virtual de una proposición.

 

Hay un problema con el estatus de los textos que está atacando. Suelen ser textos menores. Pero usted podría atacar textos más reconocidos, haciéndolos funcionar como textos menores, como el texto victoriano… Siempre encuentra textos exóticos. (risas)

 

Precisamente, no me dedico a la historia de los textos, y se me puede decir: «Usted no hizo una descripción adecuada de la obra de Buffon o lo que dicen de Charcot, que no tiene en cuenta esto o aquello». Pero no se trata de eso. Es una familia de proposiciones, un engranaje de enunciados entre sí. Ciertamente, estos enunciados se encuentran en su forma más pura e ingenua en textos relativamente menores, no en las grandes obras donde están atrapados en arquitecturas, en medio de correcciones, con refuerzos, arcos, etc., que neutralizan sus efectos o enmascaran su rusticidad (risas). En los textos menores, se ve, toca la genealogía de todas las consecuencias desastrosas (risas).

 

Podría, por ejemplo, haber hablado de Sade, del texto de Sade, del efecto Sade.

 

Yo no analizo realmente el pensamiento, un sistema de representación. Tomo los textos en el lugar en el que operan, ya sea en las instituciones o en los programas, en las decisiones o en las prácticas. Así que, en este sentido, un programa de construcción de una cárcel o el reglamento de un hospital me parecen mucho más importantes que Sade. ¡Para mí, Sade no existe!

 

Pero su victoriano… He olvidado su nombre… (risas).

 

Siempre hay un poco de coquetería. Sade es un personaje fuera de lo común, cuyo destino fue extraordinario, mientras que el victoriano se limitaba a seguir una vieja tradición de los burgueses protestantes del siglo XVII, que llevaban su libro de razones y cada día contaban los beneficios que habían obtenido en sus negocios, a quién habían conocido, con quién habían jugado a las cartas, si habían hecho el amor con sus mujeres, etc. Una especie de práctica tradicional.

Comparte este contenido:

La peligrosa trampa de la despatologización

Por: Candela Aguilar

Uno de los argumentos que con más fuerza suenan en los colectivos transactivistas para defender la aprobación de la nueva ley conocida comúnmente como Ley Trans es la despatologización. Pero, detrás de este argumento se esconde una trampa, porque ¿qué es la despatologización de la salud mental? ¿Para qué ha de servirnos? ¿Qué defiende y qué no?

El argumento de la despatologización ha servido para que muchos colectivos de activismo por la salud mental se hagan eco de las reivindicaciones transactivistas y las incorporen a su propia agenda de una manera acrítica.

Por despatologización no entendemos desatención sino todo lo contrario. Ser capaces de dar un enfoque más allá del biomédico y entender que detrás de cualquier sufrimiento psicológico se esconden múltiples causas que pueden actuar como factores de riesgo o de protección, y es necesario tenerlos en cuenta no sólo a la hora de establecer un diagnóstico, sino también a la hora de proponer posibles soluciones. Cualquier problema de salud, ya sea física o psicológica, ha de ser entendido y atendido desde diferentes perspectivas; social, familiar, ambiental… solo así podremos llegar al origen del problema, detectarlo y ofrecer una solución que realmente pueda llegar a ser eficaz.

Por despatologización entendemos que la respuesta no solo puede ser médica, hay que ir más allá y ver qué es lo que realmente causa el malestar; ir al origen, a la raíz, porque sólo así podremos empezar a poner luz a aquello que nos causa sufrimiento psicológico. Como digo, la respuesta no puede ser solo médica, y más aún si esta respuesta se basa en la administración de fármacos, porque esto cronifica y ya tenemos un sistema de salud mental cronificante y estigmatizante.

Porque ese es otro de los problemas por los que el argumento de la despatologización está pegando tan fuerte, sobre todo en los colectivos de activismo por la salud mental. El autoestigma que se sufre cuando una persona recibe un diagnóstico y el estigma del propio sistema de salud mental. Si tenemos en cuenta estos dos factores, ¿quién quiere tener un diagnóstico y entrar dentro del circuito? Nadie. En esta sociedad un diagnóstico en salud mental, en muchas ocasiones, es sentido como una sentencia. No es algo esperanzador, ni que te ayuda a entender las razones del malestar y a buscar soluciones. Es una excusa para medicalizar, acallar e infantilizador a las personas. Incluso en ocasiones sirve para encerrar en contra de la propia voluntad, sobremedicalizar o medicalizar sin consentimiento, atar, esterilizar… Es decir, violar sistemáticamente los derechos de las personas, entonces, ¿quién querría eso?

Pero una cosa es ser crítica con el sistema de salud mental y otra negar que los problemas psicológicos existen y que las personas afectadas necesitan ayuda. Nadie puede negar, por poner un ejemplo, que la esquizofrenia existe, porque negarlo sería negar una evidencia. Ahora bien, lo que no podemos es negar que no conocemos las causas que la provocan y que muchas veces condicionantes ambientales, sociales o familiares pueden actuar como desencadenantes. Tampoco podemos negar que cuando una persona tiene un brote y está desequilibrada sufre y que necesita ayuda para superarlo y poder llevar una vida plena y satisfactoria. No podemos negar, tampoco, que la ayuda que se ofrece hasta ahora; medicación, internamientos, incapacitación… solo sirven para cronificar y aislar aún más a las personas afectadas, privándolas incluso de la capacidad de trabajar que tan beneficiosa es para las personas con diagnóstico en salud mental.

Una de las demandas que más fuerte suenan en las personas activistas con experiencia propia en salud mental es la necesidad de un acompañamiento terapéutico que vaya más allá de la administración de fármacos, un espacio de escucha, ayuda y reflexión que permita a la persona conocer las razones que causan el sufrimiento. También es necesario explotar las propias potencialidades para ser capaz de autoregularse y autoexplorarse, ¿quién mejor que una misma para entenderse y ayudarse? Pero para ello es necesario el acompañamiento profesional.

Bien, si tenemos en cuenta todo esto, ¿qué tiene que ver con la despatologización que nos vende el transactivismo? Nada, es más, es muy peligrosa ya que abandona a los individuos a su suerte y propone una respuesta biomédica profundamente cronificante, estigmatizante y patologizadora. Todos los adjetivos con los que se pretende acabar en el activismo por la salud mental.

No pretende crear espacios de escucha y reflexión críticos, sino afianzar la idea de las y los menores de que «están en un cuerpo equivocado» y medicalizar de por vida. Lo contrario serán “terapias de conversión” que pueden ser incluso tipificadas como delito. No se busca analizar las causas y las razones del sufrimiento que provocan los estereotipos de género e incluso otros problemas de salud mental, que son tapados con el argumento del cuerpo equivocado, no se acompaña a estos menores en el largo y tortuoso camino que es conocerse a una misma en la adolescencia.

El transactivismo nos está vendiendo una idea muy peligrosa por despatologización, que supone que cualquier persona puede autodiagnosticarse y automedicarse, es más, puede acceder a operaciones de modificación corporal que incluye la amputación de miembros sanos.

El transactivismo nos está vendiendo una idea muy peligrosa por despatologización, que supone que cualquier persona puede autodiagnosticarse y automedicarse, es más, puede acceder a operaciones de modificación corporal que incluye la amputación de miembros sanos. Es decir, no negamos la existencia del malestar pero dejamos a los menores profundamente vulnerables que se diagnostiquen y mediquen sin que haya un acompañamiento profesional. Los empujamos a unos tratamientos médicos que les van a acompañar de por vida con las consecuencias que tendrá para su salud en el futuro. Les inducimos a creer que están en un cuerpo equivocado, pero que la medicina tiene la solución y que esta solución acabará con todo su dolor. Les afianzamos el odio hacia su cuerpo a la vez que apuntalamos los estereotipos de género, esos que precisamente les provocan sufrimiento. ¿Y esto es despatologizar? No, es dejar que las teorías machistas y liberales que se amparan bajo el paraguas Queer inunden el ámbito de la salud mental, jueguen con la salud de las futuras generaciones y dejen al lobby farmacéutico campar a sus anchas, todo lo contrario de lo que nos venden a primera vista. Pero de esto, como de todo, tenemos que dudar y cuestionarlo y el hecho de que no nos dejen ya debería ponernos en sobre aviso. Yo, queridas, pienso seguir vigilando con el ojo crítico bien abierto aunque lo que pretendan sea justamente lo contrario.

Fuente de la información e imagen: https://tribunafeminista.org
Comparte este contenido:
Page 169 of 2706
1 167 168 169 170 171 2.706