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¿Que significa triunfar en la vida?

Por: Vicente Berenguer

El sistema dicta su sentencia y los peones la acatan: hay que adaptarse y cualquier saber que no tenga aplicación práctica dentro del sistema es sencillamente considerado inútil. ¿Para qué sirven las humanidades? Se pregunta buena parte de la sociedad. El objetivo pues se ha cumplido, y es que se cree que algo que no tiene una aplicación clara en el sistema productivo es perder el tiempo.

Hay que triunfar, y triunfar se considera poder comprar un buen coche, tener una buena casa y manejar billetes para hacer lo que a uno le dé la gana; en pocas palabras: capacidad de consumo. Esta es la concepción de triunfo que “acata” una buena parte de la sociedad. Hay que triunfar y para ello el pragmatismo es fundamental. ¿Pero qué es triunfar? ¿Ser una persona adinerada y al mismo tiempo un ave de rapiña? ¿Es esto triunfar? ¿O el triunfo más bien está relacionado con el cultivo interior y con una manera de ver la vida? ¿Son los políticos, por ejemplo, unos triunfadores porque tienen dinero y “poder” o son en realidad muchas veces seres que dan lástima? Estas personas, en innumerables ocasiones, son seres insensibles; ya no son capaces de sentir, son puros autómatas acaudalados que han perdido por completo aquello que les hacía humanos, ¿es esto triunfar? ¿o en realidad es fracasar?

Antiguamente se considera que una persona era una triunfadora si lograba despertar su humanitas con lo que uno podía domar la fortuna, y domar la fortuna significaba domar el interior y con ello los acontecimientos de la vida. Evidentemente esto ya no es así y ahora triunfar o ser feliz solo puede ser en base a conseguir objetivos materiales y sociales, y lo curioso es que la sociedad en general lo ha creído. Han creído el mensaje emitido por el sistema, a saber, que uno solo puede ser feliz si dispone de una buena cantidad de dinero, no lo suficiente como para poder vivir dignamente sino lo suficiente como para situarte por encima de la mayoría. El problema es que desde el momento en que uno cree esto se convierte en un esclavo del sistema.

Y es que el triunfo debería ser asociado al grado de humanidad y libertad que uno consiga en su paso por este breve instante que es la vida, ¿y cuál es el grado de libertad de aquél que su felicidad depende de una posición social o de lo material? ¿es esta una persona libre o es en realidad un esclavo? ¿Y cuál es el grado de humanidad de aquellos egoístas patológicos que han conseguido ascender en la sociedad pero que son incapaces de sentir ya nada ni conmoverse porque se han convertido en seres insensibles? ¿Dónde está aquí el triunfo?

Evidentemente a los seres superficiales que son admirados por la sociedad en general, a los “triunfadores”, les fastidia mucho que los que no disponen de su capacidad de consumo (los que “están por debajo”) puedan sentirse libres y es que a pesar de tener todo el dinero del mundo en realidad no son gente que disfrute de la vida y necesitan siempre más pero nunca tendrán suficiente, porque en realidad son esclavos del sistema. Los hombres libres son otros, son aquellos que comprenden que su libertad no depende del sistema productivo-consumista sino todo lo contrario; comprenden que ceñirse por los parámetros de este es la peor de las cadenas. Y es que no se trata de que uno tenga que desprenderse de todo para ser libre y feliz (faltaría más), se trata de romper más bien la farsa con la que nos bombardean, la farsa que afirma que aquél que tenga menos dinero y por tanto tenga menor capacidad de consumo ha de ser necesariamente menos feliz que otro que tengas más capital. Y es una farsa que es creída en general y ahí radica el problema.

Se trata, en definitiva, de comprender que triunfar en la vida tiene más que ver con la humanidad (algo cada vez menos frecuente), con la creatividad, con la capacidad de reflexión y el pensamiento crítico, con la autonomía respecto al exterior y con el grado de libertad interior (el verdadero poder, el poder que se trata de ocultar) logrado en este tan breve instante de tiempo que es la vida. Tiene mucho más que ver con esto que con lo material. Y mientras la gente no se dé cuenta de esto y se aferre al materialismo y al anhelado consumismo ni será libre ni será feliz y el sistema gana.

Fotografía: maestro mehir titeres

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Como te ven te tratan, y si te ven mal…

Por: Esteban de Gori y Bárbara Ester

I
La belleza es uno de los horizontes estéticos de la globalización. El cuerpo colocado en el centro mismo de la escena contemporánea es un territorio para diversos business y expectativas. Si los futuristas soñaron con cuerpos integrados con materiales ultra tecnológicos –al estilo Terminator-, los posmodernos pensaron en un cuerpo bello, siempre potente, alejado de la muerte y de la erosión. Bien vestido, no solo como forma de distinción, sino como embellecimiento y potencia cultural. Il corpo eterno que se erige sobre el cuerpo real. Ser lindo o linda puede ser parte de un clima de época, una política de Estado e inclusive un recurso laboral para los sectores populares.

II

El ministerio de Desarrollo Social argentino lanzó un programa de capacitación “Belleza por un futuro” para que chicas y chicos de los sectores populares aprendan a maquillar y peinar. Un emprendimiento para épocas difíciles, para un Estado que no se ve “sosteniendo” trayectorias laborales, ni redes intensas ante el desempleo. Emprendedores que generan las culturas globales pero en el contexto argentino de reducción del poder adquisitivo del mercado interno. No solo es una propuesta de restitución o reconocimiento de las jerarquías sociales. Los jóvenes de los sectores populares pueden acceder a capacitaciones de salidas fastwork, para meterse en el mercado. No dar subsidios, sino dar saberes. No regalar pescado, enseñar a pescar, como repetían los viejos. Estas capacitaciones, de algún modo, se inscriben en una moral para los sectores populares que no es nueva. Lo innovador es la insistencia en el emprendedor o emprendedora individual que va en busca del mundo, que se mete en los nichos que abre la cultura posmoderna. Emprendedores de lo global.

III

Las fotos de inauguración del programa desbordan alegría. Clases populares pensadas para integrarse en formas del micro-emprendedurismo individual y que se desenvuelvan como puedan en el mercado. Rebusques de época para necesidades de época. La artista Noe Fois (Yegua y Groncha) posteó en su Facebook: “Acá en el curso de maquillaje de Stanley para negras pobres”. El gobierno macrista va en busca de los sectores populares, en ellos recrea una imaginación acerca de las relaciones laborales y de estos mismos sectores. ¿Qué hacer con las jóvenes y los jóvenes de clases bajas en procesos de reformulación del Estado, de sus instituciones y de algunas regulaciones que los sostienen? “Ubicarlos en su lugar” biográfico y social podría ser una estrategia. Abrirles un nicho laboral acorde a su condición. Recrear la desigualdad, indicarían los sociólogos.

IV

La acentuada disposición del macrismo para re-asignar un nuevo-viejo rol a la mujer en la sociedad se cristalizó en otras oportunidades. Desde la reinauguración de Tecnópolis la convocatoria a participar del Club de Estilo fue sumamente cuestionada. Una invitación para vivir la experiencia de una It girl –mujeres que ganan popularidad en redes sociales a través de la belleza, la vida saludable, el humor, etc.-en abierta consonancia con la reactualización de estereotipos de belleza acorde a las metáforas de belleza de la cultura global. Sexismo y consumismo, como forma de inscripción en el universo de mujer “exitosa”. Cambiemos no sólo carece de políticas públicas para erradicar la violencia de género, también desmantela las existentes y promueve iniciativas que refuerzan el sexismo en un contexto de ampliación del feminicidio.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=219096

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La crisis y la desprotección de la escuela pública

Por: Xavier Bonal 

Una de las pocas certezas de la crisis es que esta obliga al cambio económico, político y social de todos y cada uno de los ámbitos de la vida social. En el ámbito público estos cambios se hacen evidentes a través de los recortes presupuestarios, en las formas de reorganización de la prestación de los servicios, en las pautas de comportamiento de la demanda social o en la misma articulación de las formas de reivindicación y/u oposición ciudadana.

La educación no solo no es un excepción, sino que es un observatorio privilegiado para analizar estas transformaciones. En efecto, en los últimos años, la educación en muchos países, y especialmente en el Sur de Europa, ha sido sacudida de forma radical, con recortes presupuestarios que han alcanzado en ocasiones el 20% del gasto público. Estos recortes han tenido efectos en varias dimensiones de la equidad educativa o en las condiciones de trabajo del profesorado. Pero la crisis no solo repercute en los recursos. A menudo, se convierte en oportunidad para que distintos gobiernos impulsen una agenda de reformas, normalmente de naturaleza conservadora, que en ningún otro momento tuvieron la legitimidad de aprobar: refuerzo de las direcciones escolares y de los modelos de liderazgo escolar, back to basics en el curriculum para reforzar los saberes instrumentales o nuevos modelos de evaluación del profesorado, son algunas de las reformas que se presentan como ‘inevitables’ como respuesta a la crisis.

La crisis deviene entonces una oportunidad para subrayar los males de una escuela pública anquilosada y tradicional. Las criticas parecen llegar desde varios frentes. Por un lado, las tendencias de privatización de servicios públicos y de generación de partenariados público-privado a escala global van acompañados de una ideología que atribuye a los sistemas de provisión pública buena parte de los males de la ineficacia y la ineficiencia en la gestión. La burocratización de la gestión, la ausencia de incentivos, los intereses corporativos o las rigideces organizativas, son factores que impiden la innovación educativa, la diversificación y la creatividad.

Paradójicamente, una de las razones que tradicionalmente justificaban la intervención pública en educación (las imperfecciones del mercado para proveer un sistema eficaz y equitativo) se obvia para invertir la ecuación. Así, es la demostrada ineficacia pública que requiere de la intervención del mercado a través de sistemas de provisión y gestión que emulen el comportamiento empresarial y la competitividad. Este discurso global se expande a través de la llamada Nueva Gestión Pública, impulsada tanto por organismos internacionales como por gobiernos nacionales de distinto color político. La fuerza de este discurso (y hoy ya de estas políticas) parece olvidar no solo una historia de renovación pedagógica y de transformación educativa asociada a la escuela pública, sino el mismo principio de garantía de derecho a la educación gratuita, laica y universal que solo puede garantizar la educación pública.

Por otra parte, la educación pública sufre un grave problema de protección política. Una lógica de planificación basada en el seguimiento de la demanda social de educación, el cierre de escuelas y clases en centros públicos, la inacción ante la creciente segregación escolar, son muestras de una toma de decisiones que tiene claros efectos sobre el progresivo abandono de la escuela pública. La falta de protección de la educación pública por parte de quien debiera protegerla es percibida por la ciudadanía, y especialmente para unas clases medias que, o bien la rehúyen recurriendo a la escuela privada, o Sector bien (como ocurre a menudo en momentos de crisis) adoptan estrategias de clausura social dentro del mismo sector público.

En el primer caso el efecto es el de convertir la escuela pública en espacio residual de formación de ciudadanos que no pueden acceder al mercado: pobres, inmigrantes y los nuevos working poor acaban por convertirse en los grupos sociales mayoritariamente usuarios del sector público, incapaces de huir de esta escuela para recurrir a una escuela privada donde se depositan mayores expectativas de movilidad social.

Pero es el segundo caso lo que hace más “daño” a la educación pública. La clausura o cierre social es cada vez más una práctica que se extiende en varios sistemas europeos en tiempos de crisis. Clases medias que no pueden (o incluso no quieren) recurrir al mercado optan por cerrar filas en espacios públicos que son capaces de rechazar el intrusismo externo. Se producen así procesos de apropiación de lo público. En estos procesos colaboran a menudo familias y profesorado en un entorno social homogéneo que les garantiza unas condiciones educativas idóneas, la “voz” necesaria para defender su singularidad y, muy a menudo, los recursos económicos y culturales para convertir la escuela en un espacio pedagógicamente envidiable (colonias de nivel pijo, constantes salidas educativas, charlas con invitados ilustres, actividades complementarias pagada por las familias, etc.). Estos sectores se integran a menudo en movilizaciones de defensa de la escuela pública, al tiempo que perseveran en el mantenimiento de un proyecto educativo que justifica los mecanismos implícitos de exclusión de determinados sectores de la población.

Se genera así una fractura dentro del mismo sector público, tan dolorosa como paradójica. A menudo tanto maestros como familias de estas escuelas son buenos portavoces de defensa de la escuela pública. Son activos en asambleas y manifestaciones, y suerte tiene la educación pública de contar con la voz de una clase media dispuesta a reivindicar los servicios públicos y a oponerse a los recortes. Pero al mismo tiempo, la práctica de clausura social genera mecanismos de apropiación y exclusión. El carácter tradicionalmente interclasista de la escuela pública da paso a una progresiva segmentación y a la diferenciación social interna, altamente preocupante desde el punto de vista de la equidad y la igualdad de oportunidades educativas. La crisis no hay duda de que ha acentuado este proceso.

Si queremos una educación pública innovadora, creativa, participativa, con capacidad de autogestión y como espacio de formación de ciudadanía crítica, debemos asegurar los mecanismos que permitan que todos estos atributos sean posibles y asequibles para todos los grupos sociales. Los procesos de clausura social y de apropiación de los espacios públicos no son garantía ni modelo inicial que arrastre el resto de escuelas, y menos aún a las más precarias.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2016/11/14/la-crisis-la-desproteccion-la-escuela-publica/

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La libertad como premisa de la Educación

Por: Manuel Martínez Morales

La libertad es la celda creada

por la imaginación colectiva que compartes.

Luis Cardoza y Aragón: Dibujos de ciego.

Si aceptamos, como dice este escribiente, que la educación es el proceso mediante el cual los seres humanos aprendemos a “estar mejor en el mundo”; es decir, el proceso mediante el cual adquirimos no solamente destrezas y competencias necesarias y adecuadas para sobrevivir, sino también los conocimientos y valores indispensables para comprender el entorno natural y social en que nos ha correspondido vivir, con el fin de alcanzar una vida buena y una existencia útil y feliz, entonces podríamos concluir que para educarse se debe comenzar por ser libre y el proceso educativo debe, por tanto, desarrollarse abriendo amplios espacios de libertad individual e intelectual.  Por consiguiente, la educación debe fundamentarse en la libertad y tiene que fomentarla y alentarla  en todas sus dimensiones. De otra manera, como se avizora, se estaría conformando una sociedad de autómatas eficientes, competentes para lo que desean quienes diseñan los procesos educativos: los dueños del poder económico y político.

¿Qué es la libertad? La libertad es la conciencia de la necesidad, respondía sabiamente Carlos Marx. La necesidad propia y ajena, la necesidad individual y la que se expresa socialmente, así como las necesidades materiales y espirituales, complementa el escriba.

¿Y cómo se alcanza esta libertad?

El poeta Luis Cardoza y Aragón en una de sus obras afirma: “Para escribir libremente debes principiar por ser libre, no por el anhelo de escribir libremente. ¿Cómo ser libre si sólo es hacedera la libertad tolerada para que no atentes contra los muros rígidos y las fosas más profundas que el silencio? ¿Quién es libre?”

En el terreno de la teoría y práctica de la educación destaca, en este sentido, La educación como práctica de la libertad, obra del pedagogo brasileño Paulo Freire, en la cual  el autor se plantea la idea de educar, en medio de grandes transformaciones que se suscitaron en Latinoamérica, principalmente en la segunda mitad del siglo xx. La verdadera educación, según Freire, consiste en el accionar del hombre, y para eso necesita reflexionar y transformar el mundo, siendo un sujeto activo. Además, considera que no hay que adaptarse a las sociedades sino transformarlas y considera que todo cambio es necesario para el fortalecimiento social. La conciencia crítica posibilita integrarse a una sociedad en transición que se contradice y cambia. Ayudar al hombre y recuperarse es el principal objetivo, haciéndolo partícipe de sus propios problemas, negando la política asistencialista  que limita la capacidad de responsabilidad del individuo.

De acuerdo con esta concepción, la educación de las masas es el problema fundamental de los llamados países en desarrollo, una educación que, liberada de todos los rasgos alienantes, constituya una fuerza posibilitadora del cambio y sea impulso de libertad. Sólo en la educación puede nacer la verdadera sociedad humana y ningún hombre vive al margen de ella. Por consiguiente, la opción se da entre una educación para la domesticación alienada y una educación para la libertad. Educación para el hombre-objeto o educación para el hombre-sujeto. El autor considera que dentro de las condiciones históricas de la sociedad es indispensable una amplia concienciación de las masas que a través de una educación haga posible la autorreflexión sobre su tiempo y su espacio. Está hondamente convencido de que la elevación del pensamiento de las masas comienza exactamente con esta autorreflexión que los llevará a la consecuente profundización de su toma de conciencia y de la cual resultará su inserción en la historia, no ya como espectadores, sino como actores y autores. La pedagogía de Paulo Freire es, por excelencia, una pedagogía del oprimido, que no postula modelos de adaptación ni de transición de nuestras sociedades, sino modelos de ruptura, de cambio y de transformación total. La alfabetización, y por consiguiente toda la tarea de educar sólo es auténticamente humanista en la medida en que procure la integración del individuo a su realidad nacional, en la medida en que pierda el miedo a la libertad: en la medida en que pueda crear en el educando un proceso de recreación, de búsqueda, de independencia y, a la vez, de solidaridad.

Es absolutamente claro que en nuestro país toda la oleada de “nuevos modelos educativos”, que comenzaron a implantarse en América Latina -por mandato de los jefes del imperio- a partir de la dictadura militar encabezada por Augusto Pinochet, tiene precisamente como objetivo coartar la libertad de individuos y sociedades para que no se atente contra los muros rígidos y las fosas más profundas que el silencio, como decía el poeta.

Esta circunstancia que pasa mayormente desapercibida para los especialistas en educación tiene graves consecuencias para el presente y el futuro de la nación. Aunque algunos de ellos ya lo advierten, como lo hace el profesor Hugo Aboites, Rector de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.

Dice Aboites: “La preocupación del gobierno y la sociedad mexicana por Trump seguirá siendo incompleta si se limita a la paridad peso-dólar, tratado de libre comercio, muro fronterizo y eventual deportación de cientos de miles de mexicanos. Nos es vital tener en cuenta, además, varias lecciones que ya se perfilan en el terreno cultural-educativo.

La primera consiste en constatar que estamos frente a un proceso cultural muy profundo. No es casual la irrupción triunfante de un discurso tan insólitamente burdo y agresivo como el de Trump y, peor aún, tampoco que pueda ser retomado y premiado con el nivel más alto de confianza –la Presidencia– que un país puede dar a un individuo. Que se encumbre a un personaje que se enorgullece de meter la mano en la entrepierna a las mujeres, que estereotipa e insulta a los mexicanos, que actúa como un perdonavidas arrogante que desprecia la historia de luchas de las minorías, no es un accidente; expresa una arraigada cultura machista y xenófoba que se está fortaleciendo en Estados Unidos y en otros países como parte del avance de la derecha y consecuencia del despojo que para muchos implicó la llegada de la avalancha neoliberal.

La segunda es que esa expresión cultural no es fruto de la desinformación o ignorancia. Estados Unidos es un país donde lo que menos ha faltado es escolaridad: nueve de cada diez adultos cuenta por lo menos con educación media superior; en México, poco más de tres. Tiene un poderoso sistema público-privado de ciencia y tecnología, prestigiadas universidades, centros de investigación social, artistas, escritores, agudos intelectuales.

La tercera, derivada de la anterior, es que se trata de un fenómeno cultural que claramente muestra los límites de la tesis de que la escuela civiliza. Nos muestra que la escolaridad no necesariamente significa educación en sentido amplio ni menos y automáticamente civilidad. Sobre todo ahora que la educación ha sido despojada de su sentido humanista y concebida como mera transmisión de conocimiento, o simple entrenamiento. Si hasta en el adiestramiento de animales la relación afectuosa e integral con el humano tiene un impacto importante, con mayor razón, entre humanos. Aprender a usar el lápiz o a realizar una sofisticada investigación puede ser también, si se quiere, una manera de aprender a ser humano, social, tolerante, respetuoso y solidario; precisamente todo lo que al nuevo modelo educativo en boga no le interesa y lo que a Trump tanta falta le hace.” (Trump, cultura y educación; La Jornada 12/11/16)

Es en este contexto inmediato en el cual resulta pertinente retomar los conceptos propuestos por pensadores como Freire que insisten en rehacer la educación como práctica de la libertad, para así poder confrontar amenazas como la que Trump, como presidente de la nación más poderosa del mundo, representa para México. Sólo un pueblo educado en libertad y para la práctica de la misma puede afirmar su soberanía y trazar el rumbo hacia el destino que mejor convenga a la mayoría de sus integrantes y no solamente a las minorías que detentan el poder.

El mismo Aboites, abundando en el tema, también apunta que habrá que reconocer el enorme poder de las raíces culturales en los grupos sociales y, por lo tanto, la urgencia e importancia de repensar la educación. Para México, la gran lección es la necesidad de anticipar. Porque desde hace décadas, acá se construye una convergencia cultural distinta a la estadunidense, aunque no menos preocupante. Por una parte, la guerra al narcotráfico, la presencia extensa y preponderante del Ejército en las calles, los tiroteos, las desapariciones masivas, las innumerables muertes violentas, la corrupción galopante y desenfrenada de funcionarios públicos, la narco cultura cada vez más difusa y, por otra, la marea neoliberal del gane gane, que juntas están arrasando y despojando de tierras y recursos a la otra gran base cultural –la comunitaria y familiar– que durante siglos ha sido la fortaleza de este país.

Esta combinación es preocupante, concluye Aboites, por lo que está pasando en la escuela: en lugar de generar dispositivos que permitan a niños y jóvenes identificar y mirar críticamente esta confrontación de culturas y armar alternativas locales y nacionales, lo que tenemos es una reforma educativa que reproduce en la escuela lo que ocurre fuera de ella al abonar a la cultura persecutoria y agresiva yendo contra los maestros, estudiantes y jóvenes que buscan un lugar en la universidad.

            En tanto, en la mayoría de las  instituciones de educación superior los académicos parecemos formar una multitud silenciosa, acrítica y conformista, aceptando y aplaudiendo todo lo que viene de arriba sin importar las consecuencias y sin atrevernos a atentar contra esos muros rígidos y esas fosas más profundas que el silencio.

Fuente: http://insurgenciamagisterial.com/la-libertad-como-premisa-de-la-educacion/

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Políticas educativas, Estado y errores de enfoque: el caso brasileño

Por: Ivonaldo Leite

Desarrollar análisis sobre el proceso de constitución de los sistemas educativos y de las políticas educativas requiere tener en cuenta el papel del Estado. Esto significa decir que para comprender más claramente cuál es el vínculo entre los sistemas educativos y el surgimiento de los Estados modernos es necesario que nos detengamos un momento en consideraciones acerca del Estado.

Como dijo Nicos Poulantzas en sus últimos trabajos – como en ‘Introducción al estudio de la hegemonía en el Estado’ -, las evoluciones del Estado se sitúan en el interior de: a) una separación de la sociedad civil y el Estado contemporáneo, separación que a pesar de las transformaciones del liberalismo democrático teorizado por Locke, Montesquieu, Humboldt, Constant, etc., tiende a la constitución de un «Estado-fuerte»; b) unidad interna propia del Estado correspondiente a su separación con la sociedad civil a pesar de ciertas evoluciones «corporativistas» del Estado; c) una molecularización de la sociedad civil mantenida por el Estado a pesar de las formas nuevas de expresión que reviste la socialización progresiva de las fuerzas de producción; d) una especificidad del nivel político en relación al nivel económico-corporativo; e) una autonomía relativa del Estado respecto de los conjuntos económico-sociales de la sociedad civil, así como respecto de las clases o fracciones dominantes, a pesar del fenómeno de concentración monopolista.

En resumen, en el interior de una explotación propiamente política, o sea, hegemónica de clase.Esta concepción considera la definición más comúnmente presentada del Estado, pero supera sus perspectivas. De acuerdo con la definición más comúnmente aceptada (formulada originalmente por Max Weber y presentada en su trabajo Economía y Sociedad), un Estado es instituto político de actividad continuada cuyo cuadro administrativo mantiene con éxito la pretensión al monopolio legítimo de la coacción física para el mantenimiento del orden vigente. Así, como se ha señalado Emilio Fanfani, el Estado es presentado como un instituto porque su autoridad se extiende sobre un territorio y porque su capacidad de obligarnos a obedecer sus disposiciones mientras permanezcamos en el territorio que controla es independiente de nuestra voluntad o mismo consentimiento: el conjunto de funcionarios encargado del mantenimiento del orden monopoliza el ejercicio de la violencia física legítima. Muy bien. Pero hay un problema con esta definición. Ella carece de base empírica respecto a las consecuencias de las relaciones de poder entre clases y grupos sociales.

La relación entre las clases hegemónicas, el Estado y la educación se pone en evidencia, por ejemplo, cuando históricamente los sistemas nacionales de educación son estructurados. Andy Green es paradigmático en este sentido: el mayor ímpeto para la creación de sistemas educativos nacionales reside en la necesidad de proveer al Estado de administradores entrenados, ingenieros y personal militar, para diseminar las culturas nacionales dominantes e inculcar ideologías populares de nacionalidad, y así forjar la unidad política y cultural de los Estados nacionales nacientes y cimentar la hegemonía ideológica de sus clases dominantes. Es decir, el postulado de la idea de nación no eliminó las diferencias de clase.

Por lo tanto algunos enfoques que actualmente se han desarrollado sobre las políticas educativas son teóricamente muy equivocados analíticamente. Este es el caso de ciertos estudios realizados bajo la influencia de la base teórica del sociólogo inglés Stephen Ball con su policy cycle approach (enfoque de los ciclos de la política). Las causas de los errores analíticos son varias, por ejemplo: a) la negación confusa de la hegemonía del Estado en nombre de la perspectiva postestructuralista; b) el desconocimiento del peso de los dispositivos de poder institucional del Estado; c) el malentendido respecto a la jerarquía entre los diferentes niveles de la esfera educativa; d) no tiene en cuenta las especificidades del contexto empírico de América Latina en relación al contexto inglés, para el cual Stephen Ball elaboró su perspectiva como resultado del enfoque sobre las reformas educativas en Inglaterra.

Cometiendo tantos errores analíticos no es sorprendente, por lo tanto, que tales segmentos académicos queden inertes intelectualmente ahora en Brasil con la propuesta de reforma de la educación secundaria presentada por el gobierno ilegítimo de Michel Temer. No saben qué decir. Ellos se limitan a repetir lugares comunes de su iglesia académica. Están descubriendo lo que es el poder del Estado y la fuerza de sus dispositivos institucionales. Más vale tarde que nunca.

Las políticas educativas, para fines analíticos, pueden ser entendidas en el contexto de la función del Estado a lo que Henri Lefebvre llamó reproducción de las relaciones de producción. Por su acción educativa (escolar y no escolar), el Estado también produce el espacio social, aunque puede ser producido por este espacio. Al haberse convertido en político, el espacio social se encuentra por una parte centralizado y fijado en una centralidad política, y por otra especializado y parcelado.

Por último, el error de subestimar la hegemonía del Estado en el desarrollo de políticas educativas tiene graves consecuencias para la construcción de una educación ciudadana y emancipadora. Los brasileños son testigos de esto en este momento, con el ataque promovido por la reforma de la educación secundaria a las ciencias humanas.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=219221

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“La Universidad se ha convertido en una fábrica de certificación”

Por: Ana Torres Menárguez

El acceso a la facultad de Bellas Artes de la Complutense desconcierta. Tras rebasar una puerta metálica de color negro llena de grafitis, se ven varios bloques de taquillas cerradas con candados y cubiertas con todo tipo de mensajes. La atmósfera es anárquica y en nada se parece a otras estancias universitarias. La expresión artística e ideológica de los alumnos salpica también las paredes del centro. Parece que el espacio está tomado por los estudiantes. En cambio, dentro de las aulas, en las clases teóricas, los chicos atienden en silencio y sentados en sus pupitres las típicas clases magistrales habituales en otras facultades.

Muy pocos lo saben, pero en la primera planta, en el aula 116B, está teniendo lugar una microrevolución. En esta clase, la jerarquía profesor-alumno no existe. Las mesas están colocadas con las patas hacia arriba, cada uno busca su hueco y en uno de los extremos varios chavales se sirven café recién hecho o preparan un té. Aquí la evaluación no está en el centro del proceso educativo; el conocimiento no es unidireccional y los temarios se amplían con la suma del conocimiento de todos los presentes. La responsable de este cambio es María Acaso, profesora titular de Bases didácticas para la educación artística, una asignatura obligatoria para los alumnos de tercero que les adentra en el universo de la docencia.

Su método no es improvisado. Acaso, que lleva más de 20 años trabajando en la Complutense, acaba de publicar Esto no es una clase, una investigación que le ha llevado dos años y en la que propone una metodología disruptiva que se inspira en la de universidades como la School of the Arts Institute of Chicago o la noruega National Bergen Academy of the Arts, donde realizó varias estancias. El estudio de Acaso y sus colaboradores se basa en los resultados de las clases impartidas durante un cuatrimestre a dos grupos de estudiantes -61 en total- en el curso 2011-2012.

El objetivo de la docente es dar voz a los alumnos y motivarles hacia la búsqueda del conocimiento. “La Universidad se ha convertido en una fábrica de certificación donde el aprendizaje no sucede y todo conduce a sacar una nota”, critica Acaso, que además es coordinadora de la Escuela de Educación Disruptiva de la Fundación Telefónica. Considera que la Universidad está desconectada del mundo real y que se basa en el academicismo del siglo XIX. “Ahora el conocimiento no solo se produce en la Academia, sino en la Wikipedia, en las redes sociales y en las plataformas online”, defiende.

Pone un ejemplo: toca hablar del rojo en el arte y en lugar de “aburrir” a los estudiantes con un Power Point, teclea en Google Drácula de Bram Stoker. El debate gira en torno al uso del rojo en esa película, pero a otra alumna le interesa contar su visión en la trilogía Tres colores: azul, blanco y rojo de Kieslowski.

Acaso apela a la libertad de cátedra como vehículo para la puesta en marcha de su propia metodología. Durante su investigación, las paredes del aula se cubrieron con obras creadas por los alumnos. Este curso, sin embargo, la profesora se ha topado con un obstáculo; la Complutense le ha prohibido que las paredes estén decoradas. Después de cada clase, el espacio debe quedar limpio y en orden, sin rastro de creatividad. «Es un despropósito, estamos en Bellas Artes», denuncia Acaso.

Son las cuatro de la tarde y nadie mira por la ventana o apoya su cabeza sobre las manos deseando que sean las seis para cargar su mochila y abandonar el aula. Al contrario, debaten concienzudamente sobre el sistema educativo, sobre el tipo de docencia que les gustaría impartir si finalmente deciden convertirse en profesores, un trabajo al que, según Acaso, se acaban dedicando el 90% de los licenciados en Bellas Artes.

“No quiero reproducir un sistema que siempre he odiado”, dice uno de los estudiantes. La mayoría coincide en que la comunicación unidireccional de profesor a alumno no es efectiva, que escuchar, tomar apuntes y después vomitar la información en forma de examen no les prepara para el mundo real ni les permite desarrollar su capacidad crítica. “Está claro que la educación en este país no ha avanzado al ritmo de la sociedad, todo se va modernizando y esto sigue igual”, opina otro.

“La clave de la educación del futuro es el índice de participación. Hay que buscar experiencias que les transformen, que les empujen a emprender proyectos reales fuera de clase y no a memorizar información y aprobar un examen”, explica Acaso. Su investigación prueba que una enseñanza “horizontal”, en la que la voz del profesor no es más válida que la de los alumnos, funciona. Su principal logro es que el 50% de los alumnos aseguró haber tenido una experiencia transformadora.

Parte de su revolución también pasa por el mobiliario. “La disposición actual de las aulas y el color verde ministerio de los muebles está creada para el inmovilismo, para escuchar y no actuar. Los chicos desconectan en cinco minutos cuando lo que tienen que hacer es trabajar en grupos”. Acaso apuesta por la ruptura de la estructura clásica del aula, con todas las mesas ordenadas en fila orientadas hacia la pizarra, para crear espacios propicios para el diálogo donde los estudiantes se mueven a sus anchas y se encuentran cómodos.

A las seis de la tarde la clase ha terminado. «Esta asignatura es una bocada de aire fresco”, dice Carmen De la Paz, estudiante de 20 años. “Aquí la disciplina te sale sola, te apetece llegar a casa y leer más sobre los temas que hemos tratado o mirar algunos vídeos». Los alumnos vuelven a colocar las mesas y las sillas como estaban. María Acaso recoge el termo, la cafetera y las tazas. Lo coloca todo en un antiguo carro y lo arrastra hacia su departamento, donde un hombre le lanza una dura mirada que parece de desaprobación. Nadie dijo que fuese fácil liderar una microrevolución en la enseñanza pública.

Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2015/10/23/actualidad/1445599771_649955.html?rel=mas?rel=mas

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SEP: a la caza de legitimidad

Por: Carlos Ornellas

José Guillermo Merquior, en un estudio que no pierde actualidad, Rousseau and Weber: Two Studies in the Theory of Legitimacy, arguye que hay dos variantes principales en el concepto de legitimidad. Una, rousseauniana, que establece que un gobierno es legítimo cuando emana de un contrato social donde los ciudadanos otorgan poder al gobernante y ceden parte de su soberanía. En las democracias esa legitimidad se adquiere mediante el voto popular. El concepto weberiano de legitimidad tiene que ver con el ejercicio del poder; funda que un gobierno es legítimo si su hacer político y administrativo es eficaz (entrega resultados) y se gana la credibilidad de la ciudadanía. Credibilidad es la pieza clave.

Desde que arribó a la jefatura de la Secretaría de Educación Pública, Aurelio Nuño, se dedicó a cultivar la imagen de eficacia al poner en práctica los filos más agudos de la Reforma Educativa, como la evaluación del desempeño docente. En el trayecto, se ganó la animadversión de quienes desde antes atacaban a la reforma, pero comenzó a ganar credibilidad entre ciertos actores.

La acción política del secretario incluyó un lenguaje agresivo contra los maestros disidentes, señaló que se impondría la reforma, que sus postulados no estaban a discusión y amagaba con despedir a los incumplidos. Pero también comenzó un proyecto de difusión de las estrategias de ejecución: visitaba escuelas cada lunes —con lo que ganó reflectores de la prensa y los medios—, debatía con los adversarios y escribió artículos en varios periódicos. Quería atrapar la atención de la opinión pública.

Y, como dice mi amigo, El Maestro, allí la llevaba. Aunque la recuperación del Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca era parte de la estrategia de Emilio Chuayffet —que el exsubsecretario de Gobernación, Luis Enrique Miranda, boicoteaba— fue Nuño quien recibió créditos. Como él sí tenía el apoyo del presidente Peña Nieto, apaciguó a Miranda y, por un rato, lo sacó de la jugada.

Sin embargo, Nuño había pregonado tanto contra la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (incluso anunció que repetiría la dosis del IEEPO en Chipas y Michoacán) que, cuando llegó la mañana triste de Nochixtlán, los maestros disidentes y sus allegados se le fueron a la yugular. Parecía que al secretario no sólo se le escapaba la presa, sino que él mismo, de cazador se convirtió en perseguido.

El secretario Nuño —y esto no les gusta a sus adversarios— mostró que es tenaz, aguantó la avalancha de críticas y, aunque disminuyó sus apariciones en la plaza pública, porfió en su acción política: aguijoneó el programa de la escuela al centro, organizó una consulta más sobre el modelo educativo (con tres documentos, especie de libros blancos, para tutelar los foros) y, aunque con dificultades en los estados donde la CNTE tiene presencia fuerte, prosiguieron las evaluaciones.

Con la intervención del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación se realizaron los concursos de ingreso al servicio profesional docente y la prueba Planea, a los alumnos. Aunque hubo broncas, no fueron de consecuencia.

Hoy, parece que ya recuperó su tronco de cazador. El viernes, el secretario Nuño se reunió con egresados de normales de Guerrero que ganaron plazas docentes por medio del concurso nacional de oposición. Los que destacaron fueron los egresados de la Normal de Ayotzinapa. Éstos serán tildados de traidores por los abogados de la corrección política, aunque sólo pujaron por un puesto de trabajo que sabían que ya no lo obtendrían en automático.

A pesar de la discreción que mostró la SEP, no dejó de publicitar la visita de los normalistas, con todo y foto con el secretario. Aurelio Nuño anda de nuevo en la caza de credibilidad, o sea, de legitimidad.

Fuente: http://www.educacionfutura.org/sep-a-la-caza-de-legitimidad/

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