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La educación rural en el marco de la revolución en la estructura de las poblaciones de las naciones

Jurjo Torres Santomé

 

A medida que el siglo XX iba avanzando y las grandes industrias y negocios optaban por instalarse en los núcleos urbanos, con la subsiguiente oferta de puestos de trabajo, los procesos de desplazamiento hacia las ciudades fueron haciéndolas crecer a un fuerte ritmo, como nunca antes se había visto. De esta manera, se acabaron conformando espacios más heterogéneos, donde el contacto entre personas pertenecientes a distintas clases y colectivos sociales posibilitaba una convivencia con mayor proximidad y más facilidades para las interrelaciones.

Este proceso de concentración de la población en las ciudades, de urbanización de la humanidad y, en consecuencia, de despoblamiento de los núcleos rurales alcanza su punto más álgido en el año 2008; con más de la mitad de la población mundial viviendo en ciudades, 3.300 millones de personas; con una humanidad mayoritariamente urbana por primera vez en la historia. Así, por ejemplo, las ciudades en Europa albergan ya a un 80% de la población. Los estudios de prospectiva prevén que a nivel planetario, si el modelo de desarrollo sigue siendo el actual, en el año 2030 más del 60% de las personas vivirán en las ciudades, y más del 75% en el 2050 (UNFPA, 2007).

En las ciudades conviven personas de muy diferentes orígenes geográficos y culturales, lo que suele crear, en bastantes ocasiones, problemas de comunicación, de cohesión y de convivencia, especialmente cuando, como resultado de las políticas que allí rigen, se llevan a cabo agrupamientos diferenciados que visibilizan la precarización laboral, la discriminación. Compartir zonas para vivir puede ir acompañado de un aumento de la tensión y de la conflictividad en esos espacios urbanos, en la medida en que no se acompaña de una reducción de las diferencias entre las distintas clases y grupos sociales a la hora del acceso al mercado laboral, y de las posibilidades de beneficiarse de similares oportunidades en el resto de los servicios culturales, de salud y de ocio.

Tales desigualdades pasan dada vez menos desapercibidas, haciéndose muy visibles hasta en la organización de los espacios. Este es el caso, por ejemplo, de determinados barrios periféricos que pasan a concentrar a los sectores más desfavorecidos de la población: inmigrantes pobres, sin techo, sin papeles, bandas juveniles, personas drogadictas, prostitutas pobres, …, a lo que sociológicamente hablando denominamos las “nuevas clases peligrosas”. Grupos a los que un sector importante de las clases altas y medias contemplan como no recuperables, sin esperanza, sin posibilidades reales de que se “normalicen”, de ser integrados. Son las personas que “sobran” y a las que da la sensación de que las clases más ricas no van a precisar; por esta razón, tampoco les están ofreciendo su colaboración y ayuda.

Quienes primero suelen notar el paro, la destrucción de empleos, la precarización y degradación de los puestos de trabajos son las capas más jóvenes de la sociedad, y en concreto las hijas e hijos de las clases sociales más populares, al igual que las poblaciones inmigrantes de países pobres; colectivos que non encuentran otro lugar para habitar que no sean esos poblados o barrios más marginales.

Esta concentración espacial en zonas diferenciadas en la actualidad es, asimismo, una buena muestra de situaciones que son novedosas en las actuales economías neoliberales, en concreto de la movilidad descendente. Frente al mensaje y ejemplos de otros periodos históricos en los que las posibilidades eran casi siempre de ascender en la escala social, laboral y económica; en la actualidad son demasiados los ejemplos contrarios: la pérdida de estatus, de poder y de recursos para sobrevivir. Gente que hasta hace poco tenía un puesto de trabajo y podía considerarse como miembro de una clase media, normalmente clase media baja, ahora en momentos de crisis del neoliberalismo, pasa a engrosar el mundo de las clases pobres, y desde ese momento estas personas se ven forzadas a localizar una vivienda en este tipo de barrios.

 

Un fenómeno novedoso del presente son los barrios-guetos en los que también se ubica una buena parte de esa población rural que se ve forzada a desplazarse a las ciudades, dado que en su medio de origen no dispone de recursos para sobrevivir. Los guetos son los lugares donde habitan los expulsados y los no admitidos; no son espacios elegidos, sino emplazamientos obligados, las cárceles abiertas en las que se mora involuntariamente. En la actualidad, mil millones de personas viven en chabolas, y esta cifra sigue subiendo debido al modelo económico neoliberal de desarrollo que hoy es dominante en el mundo.

La aceleración de este proceso de urbanización no planificado explica que los suburbios donde habitan las poblaciones de inmigrantes pobres y de razas marginadas, no hagan nada más que crecer desorganizadamente, en especial en las grandes urbes. Estos espacios, al no tener ni accesos fáciles posibilitan que la marginación y las injusticias pasen casi completamente desapercibidas para los sectores sociales que habitan en las zonas mejor dotadas. Las situaciones de pobreza no se hacen visibles con facilidad y, de ahí, la sorpresa con la que acostumbran a ser recibidos los informes y estadísticas que sacan a la luz estas realidades.

En gran medida, en una buena parte de los países más desarrollados es una realidad la conceptualización que hace Zygmunt BAUMAN (2007, pág. 26) de que “las ciudades son lugares repletos de desconocidos que conviven en estrecha proximidad”, generando miedo y una considerable agresividad latente que, de vez en cuando, estalla. “El desconocido, por definición, es un agente movido por intenciones que a lo sumo se pueden intuir, pero que nunca se conocerían a ciencia cierta” (Zygmunt BAUMAN, 2007, pág. 27). Un ser del que desconocemos sus intenciones e intereses y, que por tanto, ante el que hay que estar alerta, del que es lógico sospechar.

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La contribución del sistema educativo a la “desruralización”

 Contemplada esta revolución urbana desde las instituciones escolares, lo que no podemos es obviar que el sistema educativo tradicional contribuyó también en gran medida a “desruralizar”, convirtiendo a la ciudad en el arquetipo de vida para las nuevas generaciones.

Todo planteamiento mínimamente riguroso acerca de la educación en el mundo rural conlleva abrir un debate acerca de los modos de vida en el país de que se trate; interrogarse sobre qué tipo de economía, qué modelos productivos, que ubicaciones preferimos incentivar para que puedan vivir las personas que lo habitan; decidir qué infraestructuras es preciso construir, qué recursos va a utilizar la población para poder vivir, trabajar y desarrollar todas sus potencialidades como seres humanos.

La realidad es que hasta el momento presente, este debate explícitamente no está teniendo lugar, pero en la práctica los modelos económicos y productivos por los que se viene apostando conllevan de manera implícita un ideal de sociedad completamente urbano.

Desde los inicios de la transición democrática el debate sobre qué tipo de sociedad queremos construir, dónde queremos que viva, trabaje, estudie, disfrute y conviva la gente no se abrió en ningún momento. Pero las políticas que se vienen implementando suponen una apuesta por la concentración de las poblaciones en las zonas urbanas, en las ciudades.

Buena prueba de ello son las políticas de comunicaciones y transporte, obsesionadas por la construcción de autopistas, autovías, trenes de alta velocidad y aeropuertos y, por tanto, preocupadas por interconectar las ciudades entre sí y, simultáneamente, dejar incomunicados a los núcleos rurales. Igualmente, las políticas en vigor de vivienda, de sanidad, de cultura, de trabajo, de justicia, de educación, de interior, de ciencia y tecnología, de hacienda, … son el resultado de las miradas de carácter urbano de los partidos políticos, del cuerpo de funcionarios de las Administraciones públicas y del conjunto de especialistas que asesoran a los gobiernos de turno. Cada vez es frecuente observar como el medio rural es contemplado de manera reduccionista como espacio de ocio para la ciudadanía urbana que acude a ese entorno con la idea de descansar y relajarse. Pero la ignorancia sobre las condiciones de vida de las personas que habitan en los núcleos rurales, sobre sus posibilidades laborales, culturales, recreativas, sanitarias, educativas, … es demasiado notoria y, por tanto, generadora de demasiadas injusticias.

 

Por lo que atañe a los sistemas educativos, venimos careciendo desde hace décadas de debates sobre cómo debería ser la educación en los entornos rurales. Entre otras cosas, no se abrió nunca un debate riguroso y democrático acerca de si el sistema educativo debía servir para que las generaciones jóvenes descubran o no el mundo rural, para convencerles de las posibilidades de vivir y desarrollarse plenamente en ese contexto o, si por el contrario, el sistema educativo debía capacitar y orientar a la ciudadanía para que pusiera sus miradas en la vida en las ciudades y, seguidamente, el destino de sus decisiones también en este lugar: la ciudad.

Pensemos que ninguna de las leyes de reforma del sistema educativo que se vienen legislando e implementando desde mediados del siglo XX le prestaron la debida atención a la educación rural. Política que además chocaba frontalmente con una realidad en la que casi la mitad de la población del Estado Español a mediados de ese siglo habitaba en núcleos rurales. En 1940, el 51.9% de la población activa del Estado Español se dedicaba a la agricultura; en 1950 esa cifra se reducía al 49.3%. A partir de esos años el éxodo del campo a la ciudad crecerá a un fortísimo ritmo; al tiempo que la población que queda en el ámbito rural se va a caracterizar también por ser personas de edad muy avanzada; las generaciones jóvenes van a apostar por las ciudades. La realidad de una península ibérica agraria, rural y tradicional va transformándose en industrial y urbana.

Las distintas leyes educativas no contemplaron con la debida atención las características del mundo rural y, en consecuencia, como debía ser la red educativa destinada a ese medio. Un entorno en el que entre sus notas distintivas hay que subrayar: la dispersión de la población, el reducido número de niñas y niños de una misma edad, los dificultad de acceso a recursos y materiales educativos, …

Tengamos en cuenta que, por ejemplo, las editoriales de libros de texto producen únicamente libros “urbanos” en cuanto a los contenidos que incorporan. El mundo rural no suele contemplarse ni en los contenidos escolares vehiculados por los libros de texto, ni en los modelos sociales, laborales y comunitarios que se trabajan como explicación del funcionamiento de la sociedad. Los que se proponen y estudian, implícitamente, son los que se recomiendan como más adecuados para la vida en las ciudades. Lo que resulta mucho más frecuente es encontrarnos con ejemplos del mundo rural vistos con ojos urbanitas; o sea, como espacios bucólicos donde la naturaleza “incontaminada” se muestra en todo su esplendor; con unos animales y plantas consideradas respectivamente, mas al estilo de las mascotas urbanas o elementos de decoración que como seres que son imprescindibles tanto para realizar tareas agrícolas y de transporte, como para asegurar la alimentación de los seres humanos. Además, este tipo de recursos didácticos, los libros de texto, están construidos para ser utilizados por el alumnado de una misma edad escolar, de una única materia y curso. Modelo organizativo que no se acomoda a las peculiaridades del mundo rural.

Asimismo, el profesorado es formado en las Universidades y Escuelas de Magisterio sobre la base de metodologías para desarrollar con alumnado de la misma edad, del mismo curso académico. La atención a la didáctica multinivel, integrada e inclusiva es demasiado desconocida para las nuevas generaciones de docentes. Sin embargo, un modelo mucho más pertinente fue ensayado en la primera mitad del siglo XX, en las escuelas rurales de aquel momento, en las que en una misma aula trabajaban niñas y niños de distintas edades, de distintos niveles escolares, de distintas capacidades, con distintos intereses, con diferentes recursos y materiales curriculares.

 

En la medida en la que no se plantea la necesidad explícita de preparar a profesorado para trabajar en modelos de educación rural, es muy difícil contrarrestar el “sentido común” ideológicamente dominante. Un pensamiento que es totalmente contrario a las necesidades y prioridades del alumnado que vive en núcleos rurales.

No caer en la cuenta de estas rutinas y automatismos explica que, aun cuando se mantengan algunas escuelas rurales, sea cada vez más difícil el trabajo allí para un profesorado que fue formado con modelos y ejemplos de centros escolares urbanos. Igualmente, es cada vez más difícil que el profesorado que es destinado a centros ubicados en el medio rural decida trasladar allí su domicilio familiar e integrarse en aquella comunidad como un vecino o vecina más; implicarse en la vida colectiva que allí tiene lugar. Su mentalidad y aspiraciones urbanas es muy probable que le lleven a aceptar un cargo allí, pero como mal menor y, casi siempre, como un trabajo lo más provisional posible; hasta que se logre acumular la puntuación suficiente como para poder concursar a una plaza en un colegio urbano.

Es por todo ello que afirmamos que las instituciones escolares son un fuerte motor de desruralización.

A la hora de pensar el rol de los sistemas educativos en este creciente proceso de urbanización y, simultáneamente, de “guetización” de las minorías más desfavorecidas, no podemos olvidar que uno de los principales objetivos de los procesos de escolarización fue y sigue siendo, el contribuir a enseñar a convivir.

Los centros y aulas escolares son espacios en los que las niñas y niños aprenden a conocerse entre sí, a trabajar juntos y, por tanto, a socializarse y a convivir, con independencia de su clase social de origen, su nacionalidad, raza, sexo, capacidades, creencias religiosas y culturales, y sus opciones sexuales.

La desvertebración por barrios y, por tanto, por clases sociales hace dificilísimo el trabajo en esta meta de contribuir a vertebrar las sociedades. Asimismo, también es mucho más ardua la tarea de contrarrestar los prejuicios y estereotipos con los que el alumnado acude a las instituciones escolares, y que son construidos y reconstruidos constantemente mediante las informaciones e imágenes que vehiculan los medios de comunicación, un gran número de direcciones en Internet, el cine y la publicidad actual.

Si cada colectivo social vive y estudia aislado de los demás, el futuro también tiene mayores probabilidades de continuar siendo diferente en función del grupo de origen y de escolarización. Un presente geométricamente en paralelo augura un futuro en el que se continuarán evitando los encuentros y la colaboración.

Si nos acostumbramos a vivir, estudiar, trabajar y disfrutar en ambientes homogéneos y uniformes, con personas agrupadas por similares características sociales, económicas, físicas o intelectuales; en contextos en los que no nos vemos obligados a esforzarnos para comunicarnos, a trabajar colaborativamente e, incluso, a divertirnos con quienes son diferentes, poseen otra idiosincrasia distinta de la nuestra, “más probabilidades hay de que «desaprendamos» el arte de llegar a fórmulas conciliatorias y a un modus convivendi” (Zygmunt BAUMAN, 2007, pág. 34).

Una educación segregada siempre pretende evitar el encuentro con los que se considera como diferentes, con quienes se etiqueta como “los otros”.

Asimismo, conviene ser conscientes de que la ayuda que tradicionalmente vinieron desempeñando los sistemas educativos en la construcción de una identidad nacional, sobre la base de imponer y legitimar una única visión de la historia, de la cultura y una única lengua, supone en la actualidad una rémora para la nueva ciudadanía que requieren las sociedades abiertas y multiculturales. Los sistemas educativos actuaron en demasiados momentos de la historia como murallas de contención de lo extranjero, de lo diferente, de otras culturas, religiones, idiomas, ideologías, modelos de producción, etc.

Este acelerado proceso de urbanización de las sociedades precisa de hombres y mujeres que no se vean como extraños, en la medida en que no comparten raíces culturales y geográficas comunes. Los desplazamientos de la población rural a las ciudades son coincidentes con la llegada a ellas de personas de otros países, con raíces culturales y religiosas muy diversas, hablando distintos idiomas, etc. Y este nuevo fenómeno no debe contemplarse como una amenaza, como el preludio del choque de civilizaciones del que habla Samuel P. HUNTINGTON (1997), sino de un poderoso estímulo para generar modelos de convivencia y construir sociedades más abiertas e inclusivas.

Debemos hacer consciente a la población, pero de un modo muy destacado a las nuevas generaciones de que, como subraya Nan ELLIN, “al permitir que prospere la diversidad (de personas, actividades y credos), el espacio público posibilita la integración (o la reintegración) sin destruir las diferencias; en realidad las celebra. El miedo y la inseguridad se van calmando gracias a la preservación de la diferencia y al hecho de poder moverse uno a sus anchas por la ciudad”. (cit. en Zygmunt BAUMAN, 2007, pág. 57).

Las ciudades cosmopolitas siempre fueron un importante motor en el progreso humano. Si aprendemos de la historia y apostamos por un modelo de organización y de gestión más democrático y basado en la justicia social, esta nueva peculiaridad de las ciudades modernas debería ser algo realmente atractivo, creativo y productivo. Tal y como subraya Peter HALL (1998, pág. 285), “las ciudades creativas eran casi todas cosmopolitas; atraían al talento de los cuatro rincones de sus mundos, y desde el primer momento, estos mundos estaban a menudo sorprendentemente cercanos. Probablemente ninguna ciudad ha sido nunca creativa sin una continua renovación de esta corriente sanguínea creativa”.

Los nuevos vínculos de ciudadanía tienen que basarse más en compromisos con proyectos de futuro que en el compartir orígenes geográficos y tradiciones del pasado; algo que además es coherente con una ciudadanía democrática que desea y debe decidir sobre su futuro, no esclava de tradiciones que le vinieron impuestas, en la medida en que sólo unas pocas personas tenían derecho y posibilidades de decisión.

Las instituciones escolares son también un espacio privilegiado para imaginar nuevas posibilidades a los pueblos y núcleos rurales. Al igual que intencionalmente se llevó a cabo un proceso de urbanización acelerado, como consecuencia de unos modelos de industrialización y comercialización capitalista, de igual manera existe la posibilidad de reiniciar una nueva reinstalación y repoblamiento de entornos ahora abandonados, pero que con una infraestructura adecuada podrían contribuir a conformar nuevos modelos de convivencia más humanos, mucho más respetuosos con el medio ambiente y económicamente más limitado a las necesidades verdaderamente humanas y no de puro mercantilismo y acumulación al coste que sea.

Apostar por revitalizar un nuevo modelo de vida en núcleos rurales, aprovechando su potencial medioambiental, apostando por otros modelos de economía y de producción precisa, asimismo, de un sistema educativo que haga presente este mundo hasta ahora silenciado o nostálgicamente presentado, con todo su verdadero potencial. Es de este modo como el sistema educativo dejará de preparar fugitivos del mundo rural para educar otra ciudadanía más respetuosa con el medio ambiente y, lógicamente con las demás personas con las que convive. De este modo, las posibilidades de elección que el día de mañana tendrá cada alumna y alumno serán mayores, y sus elecciones las realizará disponiendo de mucha mas información y de mayor rigor en sus análisis.

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Bibliografía 

BAUMAN, Zygmunt (2007). Confianza y temor en la ciudad. Vivir con extranjeros. Barcelona. Arcadia, 4ª edic.

HALL, Peter (1998). Cities in Civilization: Culture, Innovation, and Urban Order. Londres. Weidenfeld and Nicholson.

HUNTINGTON, Samuel P. (1997). El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Barcelona. Paidós.

TORRES SANTOMÉ, Jurjo (2010). Justicia curricular. Madrid. Morata (en prensa).

UNFPA (United Nations Population Found) (2007). Estado de la población mundial 2007. Liberar el potencial del crecimiento urbano. New York. Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA).

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La problematica del acoso escolar

El artículo trata sobre el acoso escolar o el maltrato y agresión que sufren los estudiantes de parte de sus pares en la escuela, las formas de violencia en las que se manifiestan y los roles que deben asumir padres y docentes frente al problema.

Cuatro de cada diez estudiantes son maltratados, agredidos, insultados, marginados o expuestos al ridículo a manos de sus propios compañeros de clase. Se trata del fenómeno el acoso escolar o «raleo», que no es nuevo en las unidades educativas pero al que se le está dando mayor importancia debido al aumento de casos y a las terribles consecuencias que provoca.

Se llama Gladis y debe tomar el minibús junto a otros compañeros para volver del colegio a su casa. Pero siempre pasa algo en el viaje. Le quitan la mochila, la ofenden con insultos y hoy le pegaron un chupete en el pelo. Gladis está pensando en salir más tarde para no toparse con ellos. Gladis la está pasando mal; es una víctima de la violencia en los colegios.

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Se trata del acoso escolar o “raleo”, como se le ha dado en llamar entre los colegiales, que se manifiesta a través de la agresión y maltrato sistemático que los estudiantes ejercen sobre sus propios compañeros y cuya incidencia ha ido en aumento en los colegios.

Insultos y humillaciones
Según investigaciones realizadas, cuatro de cada diez estudiantes son aislados, puestos en ridículo e insultados; sin duda el acoso escolar, que es el maltrato constante que sufre un chico o una chica por parte de un grupo o de una sola persona, en la actualidad representa un gran problema para la comunidad educativa.

El maltrato consiste en insultar, poner apodos, patear las mochilas, empujar, humillar o excluir del grupo o “ralear”, como lo llaman los jóvenes, especifica Karen. “Estas actitudes se manifiestan en el recreo, en el patio, a la salida del colegio, cuando no está el profesor o en un aula sin control”, añade.

Sufrir hasta la muerte

Las consecuencias puede ser fatales para un adolescente y convertirse en una insoportable situación que lleva a la víctima a decir “es mejor morir”.

Los testimonios que recogen diversas instituciones  dan cuenta de la miseria a la que están expuestas las víctimas por lo que les lleva a optar por una solución drástica. “Me encierran en el baño y me pintan la boca con su rouge (lápiz labial), me pintan los ojos, me ponen sombras en mi frente, en mi cara, se ríen, entre ellas, a veces me quitan mi calzón y me ponen en mi cabeza. Cuando toca el timbre, corren al curso y yo me quedo en el baño a lavarme la cara y cuando entro al curso todas se ríen, hasta la profe”, se lamenta Shirley, de 17 años.

El acoso puede manifestarse a través de expresiones verbales como insultos o apodos, marginando a la víctima y mediante agresiones físicas.

Medidas a tomar

La actitud que asuman los maestros en el aula puede ser determinante en una situación de acoso, ya que tienen la facilidad para identificar los conflictos. Su preparación es fundamental para evitar que los problemas crezcan en el aula.

Es importante que los docentes tomen conciencia de la dimensión de este fenómeno y desarrollen planes efectivos para su control y manejo en el colegio o escuela, de lo contrario puede producirse una minimización del problema por medio de mensajes como: ‘son niños, hay que dejarlos’ o ‘a esa edad siempre actúan así”..

Sin embargo, en los padres también recae gran parte de la responsabilidad a asumir, aunque éstos son los últimos en enterarse. Ocurre que el acoso acontece casi siempre en silencio y cuando no hay adultos presentes.

Es posible que para los niños el contar que está siendo molestado es muy complejo, porque se desvalorizan a sí mismos; es reconocer que se es víctima y que lo están molestando. Por eso es  importante hacer un esfuerzo y tratar de conversar el tema con las víctimas.

Además, los padres deben hablar con los docentes para que éstos actúen de mediadores en el conflicto. Aún más importante, los padres deben estar atentos a las actitudes de los hijos frente a la escuela. “A veces se inventan dolores para no ir al colegio”, sostiene Flores. Entonces, los padres deben conversar con su hija o hijo y reforzarlo positivamente, para ayudarlo a que aumente su autoestima y destacando sus habilidades. No es conveniente, sin embargo, cambiarlo de establecimiento, pues se reforzará la sensación de aislamiento, así como tampoco se debe fomentar la agresividad como mecanismo de defensa.

Los acosadores

El perfil del acosador y la víctima es variable; sin embargo hay algunos rasgos que los ponen en evidencia. “Generalmente las víctimas son introvertidas, tímidas, retraídas, a veces tienen alguna deficiencia o particularidad física, o simplemente son personas diferentes”, precisó. En cambio, los acosadores, tanto hombres como mujeres, tienen más fuerza física, son agresivos, líderes, les gusta llamar la atención y quieren que “su grupo” sea tal cual lo desean.

Los padres de los acosadores también tienen tareas pendientes. Deben explicar al hijo que intimidar no es un juego y que no se va a permitir ese comportamiento. Además deben establecer normas explícitas sobre las relaciones interpersonales. El castigo no es aconsejable. Más bien se debe estar atento a sus necesidades o carencias. La regla de oro para los padres, tanto de las víctimas como de los acosadores, es pasar más tiempo con sus hijos y tratar de establecer una buena comunicación con ellos, lo cual redunda en una mayor autoestima.

Consejos y recomendaciones para los padres

Los acosadoresasumen actitudes agresivas porque ellos mismos son víctimas de maltrato y abandono. Por eso, pase más tiempo con sus hijos, comparta con ellos y conozca a sus amigos.

Si su hijo es una víctima, enséñele a enfrentar la provocación. Una estrategia es: no responder a las ofensas e irse, por ejemplo, del lugar donde está siendo provocado. Otra opción es no quedarse callado y responder a los insultos con argumentos que le resten validez a la provocación. Cuando a un niño, le gritan gordo, éste puede decir: «a mí no me importa lo que tú digas» o «¿recién te das cuenta?». En ningún caso hay que fomentar la violencia e incitar a los niños que devuelvan el golpe con otro golpe.

Escuche a sus hijos. Si usted, como padre de familia, es capaz de nombrar de corrido a tres de sus mejores amigos, es que tiene buena comunicación con sus hijos. No basta con que su hijo traiga buenas notas  y no le pregunte solamente cómo le fue. Pregunte cómo se siente, con quien pasa el tiempo en los recreos.

Si su hijo es un acosador, pida ayuda profesional para identificar las necesidades y carencias que le impulsan a asumir actitudes hostiles y violentas.  Además, ayude a su hijo a asumir su responsabilidad y reparar el daño que hacen a los otros.

A los docentes, se les aconseja recuperar la autoridad sobre sus estudiantes, ya sean éstos niños y jóvenes. Deben capacitarse para actuar de mediadores en este tipo de casos. Según la pedagoga argentina Nora Rodriguez el docente de educación física puede ser un buen mediador, ya que genera otro tipo de relaciones con los estudiantes que los docentes de ciencias o matemáticas, por ejemplo.

fuente de imágenes y contenido: http://www.educabolivia.bo/

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EE.UU., y la política educativa enfocada en las Escuelas Autónomas “Charter”

Artículo Otras Voces en Educación

EE.UU., y la política educativa enfocada en las Escuelas Autónomas «Charter»
EE.UU./febrero 2016/Autora: Liliana Medina de Luzón

¿Muere la escuela pública y nace un sistema educativo rendido a la mercantilización de la educación?, ¿Son las escuelas charter una creación del Estado para mejorar la educación o son un experimento de la corporativización de la educación en su máximo esplendor?

La expresión más ingenua de la educación, ante el mundo y la población estadounidense, se vende a través del proyecto de escuelas charter: “la nueva escuela pública sin fines de lucro”, que brinda a los docentes y estudiantes un espacio educativo innovador que favorece a las comunidades donde se encuentran; albergando a estudiantes latinos y afroamericanos de escasos recursos económicos, sin embargo, son en realidad la cara de la privatización y corporativización del sistema educativo en los estados unidos. Peter McLaren (Revista Praxis Educativa Vol XVII Nº 2, pp. 79-90.Julio – Diciembre 2013. Universidad Nacional de La Pampa, Argentina) las ha
denominado como “la voucherización de la educación” y se refiere a la educación como un “sub-sector de la economía”. Al respecto nos dice:

“La educación pública va en rápido camino hacia la privatización, es parte de la tendencia generalizada de la globalización neoliberal siendo los dos ejes centrales: la privatización y la desregularización (…) Todo esto es parte del esquema general de globalización neoliberal del Banco Mundial (controlado por los EEUU) y el Fondo Monetario Internacional, quienes han forzado a los gobiernos nacionales a desarrollar políticas económicas que enfaticen el crecimiento económico y los derechos de propiedad por sobre el bienestar social y los derechos personales. La educación dirigida por el mercado (la voucherización de la educación) condujo a la corporativazación de la educación con fines de lucro y al movimiento de escuelas charter. La educación es una de las más grandes industrias del mercado (…)”

Han sido la bandera de los asesores del ámbito educativo durante la gestión del Presidente Obama, haciendo pensar en el imaginario del pueblo estadounidense que representan la innovación en el modelo educativo, o la nueva faceta de una educación que promete ofrecer a las familias, niños y jóvenes mejores resultados que las escuelas públicas tradicionales, las cuales cada vez se ven más asfixiadas en relación a su disminución matricular y las tensas rivalidades generadas a propósito de la proliferación de escuelas charter, lo que conlleva a un escenario que vislumbra la desaparición y consecuente privatización de la escuela pública.

La oferta académica de este tipo de instituciones en la agenda educativa del gobierno de Obama ha generado mayores inestabilidades en el sistema de contrataciones de los docentes, que las ya existentes, en un país donde no existe una garantía o política dirigida a la estabilidad laboral (no sólo en educación sino en otras áreas); los docentes que son contratados en su inmensa mayoría son aquellos que no están sindicados, deben trabajar más horas de las que trabajarían en una escuela pública convencional y ajustarse al “currículo innovador” establecido (creado por las instituciones que dice, responde a las necesidades de los estudiantes y, está de espaldas a los currículos propuestos desde los distritos escolares en los estados) que goza de un elemento que el gabinete educativo ha denominado “flexibilidad académica”, en donde sólo importa conducir hacia un “resultado académico”, ajustado a parámetros estandarizados. Por ende, esto impone desde el Estado un nuevo patrón casi indiscutible en las condiciones laborales que en muchos casos no beneficia al docente, en temas: salariales, estabilidad laboral, imposiciones de orden curricular, entre otros.

En este sentido, adentrarse en el sistema educativo de los Estados Unidos representa desentrañar un tema complejo dado a la gran diversidad que la corporativización ha estampado al negocio denominado: educación, sin embargo, en el caso particular de las Charter Schools, interesa particularmente, el hecho que sean financiadas con el dinero público y que atiendan, generalmente, a estudiantes de las minorías y de bajos ingresos, vendiéndose como la alternativa de una educación innovadora y personalizada, lo cual representa una opción atractiva para algunas familias en discrepancia con el cupo asignado por los distritos escolares. Es común observar en ellas, entonces, estudiantes de diversos distritos y áreas mucho más extensas a éstos.

Pero, ¿qué se esconde detrás de este velo? Sin lugar a dudas los tentáculos de los intereses privados y las asociaciones sin fines de lucro, donde las donaciones para sustentar costos de mantenimiento y otras justificaciones están servidas en plato fuerte, uno de estos generosos colaboradores son PEARSON y la Mc GrawHill, los cuales podemos encontrar en la Charter Schools USA (CSUSA), por ejemplo; con la justificación de buscar sus propios modos de financiamiento o patrocinio.

Hoy en día representan una cantidad importante, algunas que podemos destacar, en el estado de La Florida son: Montessori of Winter Garden Charter (K-8), (www.montessoriwgc.com); Access Charter School (Middle & High), (www.accesscharterschool.org); UCP Transitional Learning Academy  (Middle & High), (www.ucpcfl.org); Innovations Middle School, (www.imscharter.org); Kid´s Community College (k-5), (www.mykidscc.org); Orlando Science Elementary Charter School (www.orlandoscience.org); Nap
Ford Community School (PK-5), (www.napford.org); Aloma Charter High School, (www.alomahs.com); Hope Charter School (K-8), (www.hopecharter.org); Cornerstone Academy (K-8) & Cornerstone High School (www.cornrstonecharter.com); Aspire Charter Academy (K-5), (www.aspirecharteracademy.com); Legacy Charter High School, ( www.hopecharter.org); Lake Eola Charter School (k-8), (www.lecs.org); Chancery Charte High School (www.chanceryhs.com); Workforce Advantage Academy (www.workforceacademy.com); Legends Academy (K-8), (www.legendsacademy.org); Central Florida Leadership Academy (Middle & High) (www.cflacademy.org); Oakland Avenue Charter School (K-5), (www.oaktownusa.com), entre tantas otras.

Todas bajo el esquema de haber sido liberadas de las normas que rigen a las escuelas públicas tradicionales, donde deberían formarse los ciudadanos democráticos del mañana, muy por el contrario, la brújula que guía a las Charter Schools apunta a la formación de ciudadanos prestos a ser amoldados para el consumismo que dictan las grandes corporaciones que las patrocinan ¿Acaso considerando o convirtiendo a la escuela en una más de sus filiales corporativas? Sin duda un inquietante destino en el que la escuela, el sistema educativo, los docentes y los estudiantes, se tambalean.

Referencia: Revista Praxis Educativa Vol XVII Nº 2, pp. 79-90. Julio – Diciembre 2013. Universidad Nacional de La Pampa, Argentina

Fuente de la imagen: https://www.google.com/search?q=escuelas+charter&biw=1366&bih=667&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwjlx8fj0J3LAhXJKB4KHX6QDd8Q_AUIBygC#imgrc=6BZBuchbPhFe5M%3A

Liliana Medina de Luzón. Docente-Investigador. Integrante Fundadora de la Red Global/Glocal por la Calidad Educativa

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No podemos fallar

crisis educativa

Descriptores:  Academia, Docencia, Docentes, Educación Superior, Empleabilidad, Equidad, Estudiantes, Financiamiento, Globalización, Gobierno, IES, Instituciones, Investigación, Latinoamérica, Políticas, Profesores, Público, Universidades estatales, Universidades privadas

No podemos fallar

Inicialmente publicado en http://www.brunner.cl

Resumen: Latinoamérica reúne más de 10 mil instituciones de educación superior. El desenvolvimiento de los sistemas nacionales sigue patrones distintivos en cada país. Con todo, una rápida revisión de las políticas aplicadas permite observar algunas tendencias comunes.

JOSÉ JOAQUÍN BRUNNER

Prácticamente en todos los países de América Latina, los sistemas de educación superior se hallan sujetos a un conjunto de poderosas fuerzas que interactúan entre sí: masificación de la matrícula, insuficiente financiamiento público, fuerte desarrollo de instituciones privadas, diferenciación y proliferación de programas de estudio, dudas respecto del valor de los grados y títulos, comercialización del conocimiento, desconfianza gubernamental en la autonomía de las universidades, demanda por mayores regulaciones y el desafío de mejorar la calidad de la enseñanza, el impacto socioeconómico de la investigación y la distribución de oportunidades entre los jóvenes.

 

En su conjunto, Latinoamérica reúne más de 10 mil instituciones de educación superior -de las cuales alrededor de 3.500 se denominan universidades-, y aproximadamente unos 25 millones de estudiantes. Cada año se gradúan 2 millones de profesionales y técnicos superiores.

La diversidad organizacional de estos sistemas parece infinita. Aun entre las instituciones llamadas universidades hay una enorme variedad: universidades estatales, privadas subsidiadas por el Estado y privadas que viven de su propio presupuesto; cada una posee su propia misión, proyecto estratégico, trayectoria histórica, identidad y grado distintivo de prestigio. Unas poseen un carácter académico sofisticado y se focalizan en la investigación y la enseñanza de posgrado; la mayoría, en cambio, son exclusivamente docentes de pregrado con distintos niveles de densidad cultural. También la educación terciaria técnico-profesional varía en importancia y complejidad organizacional. Es fuerte en Chile y Colombia, por ejemplo, pero casi inexistente en Brasil y posee un débil desarrollo en Argentina.

En suma, el desenvolvimiento de los sistemas nacionales sigue patrones distintivos en cada país. Con todo, una rápida revisión de las políticas aplicadas permite observar algunas tendencias comunes.

Primero, la delegación por parte de los gobiernos -por acción u omisión- de la responsabilidad sobre la masificación de la matrícula en el sector de provisión privada y el mercado. Es notablemente el caso de Chile, Brasil, Perú, República Dominicana y Colombia. En el extremo opuesto, con un bajo grado de delegación privada, se encuentran Cuba, Argentina y Uruguay. Como resultado, la mitad de la matrícula latinoamericana corresponde a oferta privada. De esta, un 50 por ciento pertenece a organizaciones con fines de lucro.

Segundo, y en parte como reacción frente a la anterior tendencia y la consiguiente heterogénea diversificación de la provisión, los gobiernos instituyen mayores regulaciones y adoptan procedimientos para evaluar y acreditar la oferta. Los casos más comentados -por su vigor y riesgos para la autonomía institucional- son Ecuador y Perú. Debates en esa dirección existen también en Chile, Colombia, Costa Rica y otros países de la región.

Tercero, una demanda en aumento de financiamiento para cubrir los costos de la expansión y la necesaria inversión en infraestructura, equipamiento e investigación. Como resultado, financiamiento público y privado se complementan. A su vez, los gobiernos exigen mayor rendición de cuentas respecto del uso de los recursos y condicionan su entrega al desempeño y resultados de las organizaciones beneficiadas. Por su lado, los contribuyentes -y las familias y estudiantes que pagan- reclaman mejores servicios y tienen la expectativa (no siempre materializada) de un retorno positivo para su inversión.

Cuarto, la tendencia de las políticas públicas a seleccionar y concentrar la asignación de recursos públicos de manera de crear instituciones, consorcios, centros y áreas de excelencia (internacional), política adoptada en Ecuador por ejemplo y, en el campo de la investigación científico-tecnológica, por varios países de la región -Chile incluido-igual que Alemania, Finlandia y Corea del Sur, entre los países industrializados.

Quinto, a la luz de los cambios que experimenta la educación terciaria, diversos países latinoamericanos han emprendido la tarea de redefinir el marco base de la legislación aplicada a este sector. Entre los países andinos, Perú y Ecuador han dictado una nueva ley, Colombia lo intentó pero no pudo debido a la amplia resistencia y el gobierno chileno declara su intención de hacerlo. En todos estos casos, los temas claves más polémicos son cómo conformar la gobernanza del sistema nacional y el gobierno de las universidades, la autonomía y el rol de las instituciones universitarias, la función e importancia del nivel técnico-profesional, la regulación del mercado y de los títulos y grados, el control de calidad y el financiamiento de las instituciones y los estudiantes.

El gobierno de la Presidenta Bachelet anuncia incluso un cambio de paradigma, pero ha sido parco en sus especificaciones. El prometido proyecto de ley -uno o varios, no se sabe- se ha postergado varias veces para facilitar consultas que sin embargo no se materializan seriamente. En tanto, el Gobierno aprobó mediante una glosa presupuestaria y una forzada “ley corta” la gratuidad como un nuevo principio de financiación de las universidades. Como resultado de ese errático cuadro reinan la confusión y la incertidumbre.

Es de esperar que a partir de marzo se inicie una auténtica deliberación pública sobre el futuro de nuestra educación superior. Esta ha alcanzado un alto grado de complejidad e, igual como ocurre en el resto de América Latina, enfrenta poderosas fuerzas y desafíos. Políticas equivocadas podrían causar un severo daño y retrasar por una década o más la transformación y mejoramiento de nuestra educación terciaria.

 

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10 ideas falsas sobre Finlandia y la educación

 Rosa María Torres. Publicado originalmente en http://otra-educacion.blogspot.com/2016/02/10-ideas-falsas-sobre-Finlandia-y-la-educacion.html

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Los finlandeses se guían por la filosofía de «menos es más».

  1. FALSO: Finlandia es el país que más invierte en educación

Finlandia destina el 11.2% de su gasto público a educación, desde la inicial a la superior, incluyendo a esta última (el Ministerio de Educación y Cultura se ocupa de todo el sistema). En los países de la OCDE el promedio es 12%. Países con rendimientos escolares muy inferiores a los de Finlandia, y sin educación gratuita, tienen presupuestos educativos mucho más altos.Toda la educación escolar se ofrece de manera gratuita, incluyendo transporte y provisión de un almuerzo diario a todos los estudiantes (en la educación secundaria superior los textos no son gratuitos). – OECD, Education at a Glance 2015 (datos de 2012).

  1. FALSO: El secreto está en más tiempo escolar

Finlandia es el país de la OCDE con menos tiempo dedicado a la educación escolar. Calendario de 180 días, jornadas diarias cortas, menos horas de clase, menos deberes. Un profesor enseña en promedio 600 horas por año, 4 horas diarias o menos. (Un profesor en EE.UU. enseña 1.080 horas al año, 5 ó 6 clases diarias). La escolarización se inicia a los 7 años de edad. Hasta entonces, la prioridad es el juego. Se prefiere menos tiempo de clase, más recreos y más largos (75 minutos de recreo en total). La hora de la comida debe ser pausada, placentera, sin prisa.

Finlandia es el país que menos deberes envía, según la OCDE. Pocos deberes, más tiempo libre para jugar, hacer actividad física, aprender fuera de la escuela, estar con la familia y los amigos.

  1. FALSO: Se usa mucha tecnología para la enseñanza y el aprendizaje

El sistema educativo finlandés confía fundamentalmente en las capacidades y la experticia de los profesores. La fortaleza de la educación finlandesa está en la pedagogía, no en la tecnología. Las tecnologías están al servicio de la pedagogía, no al revés. Finlandia está de vuelta de muchos espejismos creados por la tecnología en las últimas décadas. Ratifica la importancia de escribir a mano y de leer en papel, de no sucumbir al teclado y a las pantallas. Las TIC no están confinadas en laboratorios informáticos. Están incorporadas a las aulas y a otros espacios de aprendizaje dentro de los planteles escolares.

  1. FALSO: Hay una gran infraestructura escolar

En los últimos años se han construido unos pocos edificios nuevos, de arquitectura moderna e innovadora. El grueso de los edificios escolares tiene muchos años, está bien mantenido y se le hace adecuaciones constantes. La clave está en la organización y el uso del espacio, en la creación de un ambiente estimulante, distendido e informal de aprendizaje. Todo apunta a generar colaboración, trabajo en grupo y entre pares, dentro y fuera de las aulas. Los grupos son pequeños (máximo 20 alumnos por clase) a fin de facilitar la interacción y la enseñanza personalizada. Se insiste en esto sobre todo para los primeros grados.

  1. FALSO: Se selecciona a «los mejores alumnos» para la docencia

«Los mejores» no son necesariamente los que tienen mejores calificaciones o más títulos. En la selección de «los futuros mejores profesores» se valora la motivación, la actitud hacia el aprendizaje permanente, el amor por la lectura, el pensamiento crítico, la creatividad, las habilidades artísticas y de comunicación, el conocimiento de idiomas, valores como la empatía, la perseverancia y el compromiso social.

  1. FALSO: Finlandia es la que mejor paga a sus profesores

Los profesores en Finlandia ganan 5 puntos porcentuales menos que el promedio en los países de la OCDE. La clave de su buen desempeño no es el incentivo económico. Hay otros factores que explican su gran motivación por la enseñanza y su profesionalismo. Los profesores finlandeses son cuidadosamente elegidos, formados con altos estándares de calidad y socialmente respetados. Gozan de gran autonomía en su trabajo. La sociedad confía en ellos. Tienen un sentido de valía y realización personal.

  1. FALSO: Los profesores no están sindicalizados

95% de los profesores finlandeses están sindicalizados. El sindicato docente (OAJ) es fuerte y es un actor fundamental de la educación y de la reforma educativa. Tiene 120.400 miembros e integra todos los niveles del sistema, desde profesores de educación inicial hasta profesores de educación superior.

  1. FALSO: Finlandia aplica pruebas estandarizadas

Finlandia no cree en las pruebas estandarizadas y las rehuye. Solo aplica una prueba estandarizada a los estudiantes después de los 16 años de edad. La preocupación principal del sistema escolar es el aprendizaje, no los puntajes. Enseñar para aprender, no para sacar buenas calificaciones. Menos tiempo dedicado a pruebas, más tiempo dedicado al aprendizaje. No existe un sistema de evaluación docente. A los profesores no se les aplica ninguna prueba estandarizada.

  1. FALSO: Finlandia establece y publica rankings escolares

Finlandia fomenta la colaboración, no la competencia entre alumnos, entre profesores, entre escuelas. Consecuentemente, evita los rankings. No publica resultados de aprendizaje ni a nivel de las escuelas ni a nivel de la educación superior. El objetivo de Finlandia nunca ha sido ser el mejor sistema educativo del mundo, ni siquiera de Europa; solo ser el mejor sistema que pueda ser para los estudiantes finlandeses.

  1. FALSO: Finlandia está satisfecha con su sistema educativo y sus resultados de aprendizaje

Pese a su buen desempeño en PISA y a sus altos indicadores en muchos ámbitos económicos, sociales y culturales, Finlandia está siempre insatisfecha, buscando mejorar la educación para hacerla más pertinente y significativa para los alumnos. Actualmente está avanzando en una reforma curricular integral de la educación básica, revisando el uso de las tecnologías en la educación y repensando la educación inicial.

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The Mad Violence of Casino Capitalism

HENRY GIROUX

henry giroux

Para Henry Giroux “la sociedad americana está en bancarrota moral y política. En la medida que Estados Unidos se hunde en el abismo oscuro de una forma actualizada del totalitarismo, lo inimaginable se ha convertido en un hecho posible, no sólo para avanzar en la muerte de los principios esenciales de la democracia constitucional, sino también para facilitar lo que Hannah Arendt, llamó el horror de tiempos oscuros. La política del terror, una cultura del miedo, y el espectáculo de la violencia dominan los aparatos culturales para legitimar la militarización de la vida pública y en la sociedad americana

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American society is morally bankrupt and politically broken, and its vision of the future appears utterly dystopian. As the United States descends into the dark abyss of an updated form of totalitarianism, the unimaginable has become imaginable in that it has become possible not only to foresee the death of the essential principles of constitutional democracy, but also the birth of what Hannah Arendt once called the horror of dark times. The politics of terror, a culture of fear, and the spectacle of violence dominate America’s cultural apparatuses and legitimate the ongoing militarization of public life and American society.

Unchecked corporate power and a massive commodification, infantilization, and depoliticization of the polity have become the totalitarian benchmarks defining American society. In part, this is due to the emergence of a brutal modern-day capitalism, or what some might call neoliberalism. This form of neoliberal capitalism is a particularly savage, cruel, and exploitative regime of oppression in which not only are the social contract, civil liberties and the commons under siege, but also the very notion of the political, if not the planet itself. The dystopian moment facing the United States, if not most of the globe, can be summed up in Fred Jameson’s contention “that it is easier to imagine the end of the world than to imagine the end of capitalism.” He goes on to say that “We can now revise that and witness the attempt to imagine capitalism by way of imagining the end of the world.”1

One way of understanding Jameson’s comment is through the ideological and affective spaces in which the neoliberal subject is produced and market-driven ideologies are normalized. Capitalism has made a virtue out of self-interest and the pursuit of material wealth and in doing so has created a culture of shattered dreams and a landscape filled with “Broken highways, bankrupt cities, collapsing bridges, failed schools, the unemployed, the underpaid and the uninsured: all suggest a collective failure of will. These shortcomings are so endemic that we no longer know how to talk about what is wrong, much less set about repairing it.”[i]

Yet, there is a growing recognition that casino capitalism is driven by a kind of mad violence and form of self-sabotage and that if it does not come to an end what we will experience in all probability is the destruction of human life and the planet itself. Certainly, more recent scientific reports on the threat of ecological disaster from researchers at the University of Washington, NASA, and the Intergovernmental Panel on Climate Change reinforce this dystopian possibility.2 The undermining of public trust and public values has now given way to a market-driven discourse that produces a society that has lost any sense of democratic vision and social purpose and in doing so resorts to state terrorism, the criminalization of social problems, and culture of cruelty. Institutions that were once defined to protect and enhance human life now function largely to punish and maim.

As Michael Yates points out throughout this book, capitalism is devoid of any sense of social responsibility and is driven by an unchecked desire to accumulate capital at all costs. As power becomes global and politics remains local, ruling elites no longer make political concessions to workers or any other group that they either exploit or consider disposable.

Security and crisis have become the new passwords for imposing a culture of fear and for imposing what Giorgio Agamben has called a permanent state of yatesexception and a technology of government repression.[ii] A constant appeal to a state of crisis becomes the new normal for arming the police, curtailing civil liberties, expanding the punishing state, criminalizing everyday behavior, and supressing dissent. Fear now drives the major narratives that define the United States and give rise to dominant forms of power free from any sense of moral and political conviction, if not accountability.

In the midst of this dystopian nightmare, there is the deepening abyss of inequality, one that not only separates the rich from the poor, but also increasingly relegates the middle and working classes to the ranks of the precariat. Concentrations of wealth and income generate power for the financial elite and unchecked misery for most people, a fear/insecurity industry, and a growing number of social pathologies.

Michael Yates in The Great Inequality provides a road map for both understanding the registers that produce inequality as well as the magnitude of the problems it poses across a range of commanding spheres extending from health care and the political realm to the environment and education. At the same time, he exposes the myths that buttress the ideology of inequality. These include an unchecked belief in boundless economic growth, the notion that inequality is chosen freely by individuals in the market place, and the assumption that consumption is the road to happiness. Unlike a range of recent books on inequality, Yates goes beyond exposing the mechanisms that drive inequality and the panoply of commanding institutions that support it. He also provides a number of strategies that challenge the deep concentrations of wealth and power while delivering a number of formative proposals that are crucial for nurturing a radical imagination and the social movements necessary to struggle for a society that no longer equates capitalism with democracy.

As Yates makes clear throughout this book, money now engulfs everything in this new age of disposability. Moreover, when coupled with a weakening of movements to counter the generated power of capitalists, the result has been a startling increase in the influence of predatory capitalism, along with inequities in wealth, income, power, and opportunity. Such power breeds more than anti-democratic tendencies, it also imposes constraints, rules, and prohibitions on the 99 percent whose choices are increasingly limited to merely trying to survive. Capitalists are no longer willing to compromise and have expanded their use of power to dominate economic, political, and social life. For Yates, it is all the more crucial to understand how power works under the reign of global capitalism in order to grasp the magnitude of inequality, the myriad of factors that produce it, and what might be done to change it.

Accompanying the rise of a savage form of capitalism and the ever-expanding security state is the emergence of new technologies and spaces of control. One consequence is that labor power is increasingly produced by machines and robotic technologies which serve to create “a large pool of more or less unemployed people.” Moreover, as new technologies produce massive pools of unused labor, it also is being used as a repressive tool for collecting “unlimited biometric and genetic information of all of its citizens.”[iii]

The ongoing attack on the working class is matched by new measures of repression and surveillance. This new weaponized face of capitalism is particularly ominous given the rise of the punishing state and the transformation of the United States from a democracy in progress to a fully developed authoritarian society.   Every act of protest is now tainted, labeled by the government and mainstream media as either treasonous or viewed as a potential act of terrorism. For example, animal rights activists are put on the terrorist list. Whistleblowers such as Edward Snowden are painted as traitors. Members of the Black Lives Matter movement are put under surveillance,[iv] all electronic communication is now subject to government spying, and academics who criticize government policy are denied tenure or worse.

Under neoliberalism, public space is increasingly converted into private space undermining those sphere necessary for developing a viable sense of social responsibility, while also serving to transform citizenship into mostly an act of consumption. Under such circumstances, the notion of crisis is used both to legitimate a system of economic terrorism as well as to accentuate an increasing process of depoliticization. Within this fog of market induced paralysis, language is subject to the laws of capitalism, reduced to a commodity, and subject to the “tyranny of the moment….emaciated, impoverished, vulgarized and squeezed out of the meanings it was resumed to carry.”[v]

As the latest stage of predatory capitalism, neoliberalism is part of a broader economic and political project of restoring class power and consolidating the rapid concentration of capital, particularly financial capital.[vi] As a political project it includes “the deregulation of finance, privatization of public services, elimination and curtailment of social welfare programs, open attacks on unions, and routine violations of labor laws.”[vii] As an ideology, it casts all dimensions of life in terms of market rationality, construes profit making as the arbiter and essence of democracy, consuming as the only operable form of citizenship, and upholds the irrational belief that the market can both solve all problems and serve as a model for structuring all social relations. As a mode of governance, it produces identities, subjects, and ways of life driven by a survival-of-the fittest-ethic, grounded in the idea of the free, possessive individual, and committed to the right of ruling groups and institutions to exercise power removed from matters of ethics and social costs. As a policy and political project, it is wedded to the privatization of public services, the dismantling of the connection of private issues and public problems, the selling off of state functions, liberalization of trade in goods and capital investment, the eradication of government regulation of financial institutions and corporations, the destruction of the welfare state and unions, and the endless marketization and commodification of society.

Nothing engenders the wrath of conservatives more than the existence of the government providing a universal safety net, especially one that works, such as either Medicare or Social Security. As Yates points out, government is viewed by capitalists as an institution that gets in the way of capital. One result is a weakening of social programs and provisions. As Paul Krugman observes regarding the ongoing conservative attacks on Medicare, “The real reason conservatives want to do away with Medicare has always been political: It’s the very idea of the government providing a universal safety net that they hate, and they hate it even more when such programs are successful.”[viii] In opposition to Krugman and other liberal economists, Michael Yates argues rightly in this book that the issue is not simply preserving Medicare but eliminating the predatory system that disavows equality of wealth, power, opportunity, and health care for everyone.

Neoliberalism has put an enormous effort into creating a commanding cultural apparatus and public pedagogy in which individuals can only view themselves as consumers, embrace freedom as the right to participate in the market, and supplant issues of social responsibility for an unchecked embrace of individualism and the belief that all social relation be judged according to how they further one’s individual needs and self-interests. Matters of mutual caring, respect, and compassion for the other have given way to the limiting orbits of privatization and unrestrained self-interest, just as it is has become increasingly difficult to translate private troubles into larger social, economic, and political considerations. One consequence is that it has become more difficult for people to debate and question neoliberal hegemony and the widespread misery it produces for young people, the poor, middle class, workers, and other segments of society– now considered disposable under neoliberal regimes which are governed by a survival-of-the fittest ethos, largely imposed by the ruling economic and political elite. Unable to make their voices heard and lacking any viable representation in the process makes clear the degree to which the American public, in particular, are suffering under a democratic deficit producing a profound dissatisfaction that does not always translate into an understanding of how neoliberal capitalism has destroyed democracy or what it might mean to understand and challenge its diverse apparatuses of persuasion and power. Clearly, the surge of popularity behind the presidential candidacy of a buffoon such as Donald Trump testifies to both a deep seated desire for change and the forms it can take when emotion replaces reason and any viable analysis of capitalism and its effects seem to be absent from a popular sensibility.

What Michael Yates makes clear in this incisive book on inequality is that democratic values, commitments, integrity, and struggles are under assault from a wide range of sites in an age of intensified violence and disposability. Throughout the book he weaves a set of narratives and critiques in which he lays bare the anti-democratic tendencies that are on display in a growing age of lawlessness and disposability. He not only makes clear that inequality is not good for the economy, social bonds, the environment, politics, and democracy, Yates also argues that capitalism in the current historical moment is marked by an age that thrives on racism, xenophobia, the purported existence of an alleged culture of criminality, and a massive system of inequality that affects all aspects of society. Worth repeating is that at the center of this book, unlike so many others tackling inequality, is an attempt to map a number of modalities that give shape and purpose to widespread disparities in wealth and income, including the underlying forces behind inequality, how it works to secure class power, how it undermines almost every viable foundation needed for a sustainable democracy, and what it might mean to develop a plan of action to produce the radical imagination and corresponding modes of agency and practice that can think and act outside of the reformist politics of capitalism.

Unlike so many other economists such as Paul Krugman and Joseph Stiglitz who address the issue of inequality, Yates refuses the argument that the system is simply out of whack and can be fixed. Nor does he believe that capitalism can be described only in terms of economic structures. Capitalism is both a symbolic pathological economy that produces particular dispositions, values, and identities as well as oppressive institutional apparatuses and economic structures. Yates goes even further arguing that capitalism is not only about authoritarian ideologies and structures, it is also about the crisis of ideas, agency, and the failure of people to react to the suffering of others and to the conditions of their own oppression. Neoliberal capitalism has no language for human suffering, moral evaluation, and social responsibility. Instead, it creates a survival-of-the fittest ethos buttressed by a discourse that is morally insensitive, sadistic, cannibalistic, and displays a hatred of those whose labor cannot be exploited, do not buy into the consumerist ethic, or are considered other by virtue of their race, class, and ethnicity. Neoliberalism is the discourse of shadow games, committed to highlighting corporate power and making invisible the suffering of others, all the while leaving those considered disposable in the dark to fend for themselves.

Yates makes visible not only the economic constraints that bear down on the poor and disposable in the neoliberal age of precarity, he also narrates the voices, conditions, hardships and suffering workers have to endure in a variety of occupations ranging from automobile workers and cruise ship workers to those who work in restaurants and as harvester on farms. He provides a number of invaluable statistics that chart the injuries of class and race under capitalism but rather than tell a story with only statistics and mind boggling data, he also provides stories that give flesh to the statistics that mark a new historical conjuncture and a wide range of hardships that render work for most people hell and produce what has been called the hidden injuries of class. Much of what he writes is informed by a decade long research trip across the United States in which he attempted to see first-hand what the effects of capitalism have been on peoples’ lives, the environment, work, unions, and other crucial spheres that inform everyday life. His keen eye is particularly riveting as he describes his teaming up with Cesar Chavez and the United Farm Workers in the 1970s and his growing disappointment with a union that increasingly betrayed its own principles.

For Yates, the capitalist system is corrupt, malicious, and needs to be replaced. Capitalism leaves no room for the language of justice, the social, or, for that matter, democracy itself. In fact, one of its major attributes is to hide its effects of power, racial injustice, militarized state violence, domestic terrorism, and new forms of disposability, especially regarding those marginalized by class and race. The grotesque inequalities produced by capitalism are too powerful, deeply rooted in the social and economic fabric, and unamenable to liberal reforms.  Class disparities constitute a machinery of social death, a kind of zombie-like machine that drains life out of most of the population poisoning both existing and future generations.

The politics of disposability has gone mainstream as more and more individuals and groups are now considered surplus and vulnerable, consigned to zones of abandonment, surveillance, and incarceration. At one level, the expansive politics of disposability can be seen in the rising numbers of homeless, the growing army of debt-ridden students, the increasingly harsh treatment of immigrants, the racism that fuels the school-to-prison pipeline, and the growing attack on public servants. On another level, the politics of disposability has produced a culture of lawlessness and cruelty evident by the increasing rollback of voting rights, the war waged against women’s reproductive rights, laws that discriminate against gays, the rise of the surveillance state, and the growing militarization of local police forces. Yates argues convincingly that there is a desperate need for a new language for politics, solidarity, shared responsibilities, and democracy itself. Yates sees in the now largely departed Occupy Movement an example of a movement that used a new discourse and set of slogans to highlight inequality, make class inequities visible, and to showcase the workings of power in the hands of the financial elite. For Yates, Occupy provided a strategy that can be and is being emulated by a number of groups, especially those emerging in the black community in opposition to police violence. Such a strategy begins by asking what a real democracy looks like and how does it compare to the current society in which we live. One precondition for individual and social agency is that the horizons for change must transcend the parameters of the existing society, and the future must be configured in such a way as to not mimic the present.

What is remarkable about The Great Inequality is that Yates does not simply provide a critique of capitalism in its old and new forms, he also provides a discourse of possibility developed around a number of suggested policies and practices designed to not reform capitalism but to abolish it. This is a book that follows in the manner of Dr. Martin Luther King’s call to break the silence. In it Yates functions as a moral witness in reporting on the hardships and suffering produced by grotesque forms of inequality. As such, he reveals the dark threats that capitalism in its ruthlessly updated versions poses to the planet. Yet, his narrative is never far from either hope or a sense that there is a larger public for whom his testimony matters and that such a public is capable of collective resistance. The Great Inequality also serves to enliven the ethical imagination, and speak out for those populations now considered outcast and voiceless. Yates provides a furious reading of inequality and the larger structure of capitalism. In doing so he exhibits a keen and incisive intellect along with a welcomed sense of righteous fury.

 

Notes.

[i] Tony Judt, Ill Fares the Land, (New York, N.Y.: The Penguin Press, 2010), p. 12.

[ii] Giorgio Agamben, “The Security State and a theory of destituent power,” Philosophers for Change, (February 25, 2014). Online:

The security state and a theory of destituent power

[iii] Ibid., Agamben, “The Security State and a theory of destituent power,”

[iv] George Joseph, “Exclusive: feds regularly monitored black lives matter since ferguson,” Intercept (July 24, 2015). Online: https://firstlook.org/theintercept/2015/07/24/documents-show-department-homeland-security-monitoring-black-lives-matter-since-ferguson/; Deirdre Fulton, “Exposed: Big Brother Targets Black Lives:Government spying can be an ‘effective way to chill protest movements,’ warns Center for Constitutional Rights,” CommonDreams (July 24, 2015). Online: http://www.commondreams.org/news/2015/07/24/exposed-big-brother-targets-black-lives

[v] Zygmunt Bauman and Leonidas Donskis, Moral Blindness: The loss of Sensitivity in Liquid Modernity, (Cambridge, UK: Polity Press, 2013), p. 46.

[vi] I have taken up the issue of neoliberalism extensively in Henry A. Giroux, Against the Terror of Neoliberalism (Boulder: Paradigm, 2008) . See also, David Harvey, A Brief History of Neoliberalism (New York: Oxford University Press, 2007); Manfred B. Steger and Ravi K. Roy, Neoliberalism: A Very Short Introduction (New York: Oxford University Press, 2010); Gerad Dumenil and Dominique Levy, The Crisis of Neoliberalism (Cambridge: Harvard University Press, 2011). Henry A. Giroux, Twilight of the Social (Boulder: Paradigm, 2013); Henry A. Giroux, and in Against the Violence of Organized Forgetting: Beyond America’s Disimagination Machine (San Francisco: City Lights, 2014);

Wendy Brown, Undoing the Demos: Neoliberalism’s Stealth Revolution (Cambridge: Zone Books 2015).

[vii] Michael D. Yates, “Occupy Wall Street and the Significance of Political Slogans,” Counterpunch, (February 27, 2013). Online:http://www.counterpunch.org/2013/02/27/occupy-wall-street-and-the-significance-of-political-slogans/

[viii] Paul Krugman, “Zombies Against Medicare,” New York Times (July 27, 2015). Online: http://www.nytimes.com/2015/07/27/opinion/zombies-against-medicare.html?_r=0

This essay is excerpted from the introduction to The Great Inequality by Michael D. Yates.

 

Henry A. Giroux currently holds the McMaster University Chair for Scholarship in the Public Interest in the English and Cultural Studies Department and a Distinguished Visiting Professorship at Ryerson University. His most recent books are America’s Education Deficit and the War on Youth (Monthly Review Press, 2013) and Neoliberalism’s War on Higher Education (Haymarket Press, 2014).

 

 

 

 

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Ecoeducación Contrahegemónica

   Al hablar de educación ambiental nos quedamos cortos. Porque ya no es suficiente celebrar el día del árbol y luego dejar que la planta se seque o celebrar el día de la alimentación y luego salir a comer comida chatarra. El detalle es que el asunto del cambio climático va mucho más allá de nosotros y si bien es cierto que debemos cuidar nuestro entorno y nuestro medio interno, esto no es suficiente. En otras palabras, por más papelitos que evitemos lanzar a la calle, no evitaremos el derretimiento de los polos y el calentamiento global. El fenómeno climático del Niño que hoy día nos afecta en Venezuela con una gran sequía, no es responsabilidad primaria de los venezolanos. Lo es, de los mal llamados países desarrollados. Y si bien nosotros hacemos un gran esfuerzo por preservar nuestros recursos y administrarlos eficientemente, aún convirtiéndonos todos los venezolanos en superecologistas, no salvaremos al planeta si los países que más contaminan no cambian sus prácticas de consumo y de producción. Al final de esto no bastará decir; pero yo si me porté bien, yo hice lo correcto.

El afán depredador y egoísta del capitalismo no se detiene ni se detendrá porque nosotros reciclemos únicamente. Ellos acaban de firmar un acuerdo de reducción de emisiones de gas invernadero. Las preguntas son: ¿Lo harán realmente? Y si lo hacen ¿Será suficiente? Y ¿Lo harán a tiempo para salvar al planeta? No podemos ser más ingenuos, porque si seguimos así creyendo que sólo cuidando la matica salvaremos al planeta lo que más haremos será cuidarle la matica al enemigo que luego vendrá a quitárnosla.

Pero aparte de esto es importante decir que la matica se nos está secando, es decir; ese cuidado que acabamos de decir que no es suficiente para salvar al planeta, ni siquiera lo estamos haciendo bien. En consecuencia ni en lo local, lo regional, lo nacional ni en lo internacional estamos haciendo las cosas bien. Y es que los niveles de consciencia están aún muy bajos en la población. Acabo de escuchar a un señor decir que iba a dejar de fumar porque un cigarro cuesta ahora 70 bolívares y no que lo hacía porque éste da cáncer. Si no nos cuidamos a nosotros mismos ¿cómo haremos lo propio con el planeta? Tenemos una población que no come por vanidad o come demasiado por gula, que hace largas colas para adquirir productos que no necesitan en lo inmediato y que revenden a latos precios o que los acumulan por temor, generando todo un sistema de desabastecimiento, y si sumamos a esto el acaparamiento, la escases inducida y la corrupción de toda la población, veremos un grave problema ecourbano que afecta no sólo física sino síquicamente a la colectividad.

Desde el estrés hasta las patologías que éste puede inducir, observamos toda una dinámica de contaminación social que se propaga cual virus. Y es que nuestro comportamiento enfermizo genera por una parte las condiciones para que los virus y bacterias proliferen y por otra parte la gran industria de la enfermedad trabaja para inocularnos los gérmenes a los cuales luego ofrece sus antídotos milagrosos. La ciencia médica es y será desde esta perspectiva una oficina de promoción de medicamentos, los cuales no son más que los generadores de falsa sensaciones de mejoría.
Es más fácil fumar y luego culpar al cigarrillo por el cáncer, comer como loco y luego culpar a la comida, ser sedentario y luego lamentarse de las dolencias y su mala suerte, ser irreflexivo e iracundo y luego culpar al corazón y no saber trabajar con sus emociones. En fin somos tremendamente estúpidos y aún así creemos que vamos a salvar al planeta sembrando una matica que luego ni siquiera regamos. Eso de tener un hijo, escribir un libro y sembrar un árbol no es suficiente. Tal vez nunca lo fue, sobre todo si tomamos en cuenta que tal vez estemos haciendo el libro con el árbol que sembramos y el libro quizá trate sobre como consumir más.

Oscar Fernández Galindez Educador e Investigador

osfernandezve@hotmail.com

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