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Revisan política de protección infantil en Fiji ante informe de abuso

Oceanía/Fiji/prensa-latina.cu

El Ministerio de Educación de Fiji informó hoy que revisará la política de protección infantil para enfrentar los informes de abuso hacia menores en el país.
Según el jefe de educación, Timoci Bure, los departamentos de Bienestar Social y Policía examinarán los reportes recibidos de las escuelas de todo el país sobre el tema.

No obstante, Bure dijo que quiere más diálogo y colaboración con otras partes interesadas para abordar este flagelo social.

Agregó que los problemas que enfrentan los estudiantes en el hogar y en la sociedad también deben abordarse.

Por otra parte, un estudio de las Naciones Unidas reveló la pasada semana que la explotación sexual comercial de niños sigue siendo el principal problema de la infancia en Fiji.

Los expertos encontraron que las formas más comunes de abuso infantil en este país del Pacífico son la prostitución, la pornografía y el tráfico sexual, causadas por la negligencia y la violación de la ley sobre los derechos del niño.

Fuente: https://www.prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=401954&SEO=revisan-politica-de-proteccion-infantil-en-fiji-ante-informe-de-abuso
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República Dominicana: Realizan simposio sobre efectos del abuso infantil en tiempos de COVID-19

América Central/República Dominicana/30-08-2020/Autor(a) y Fuente: acento.com.do

Analizan la dimensión de los daños del abuso y la violencia contra menores, el sistema de protección estatal y las necesidades de ajustes ante el confinamiento por la pandemia.

El Poder Judicial dominicano realizó este viernes el simposio “Efectos y consecuencias legales, sociales y psicológicas del abuso infantil, en tiempo de COVID-19”, en la que jueces, funcionarios y expertos debatieron sobre la problemática desde una perspectiva de políticas públicas de protección.

El confinamiento impuesto por el coronavirus en el país ha provocado el aislamiento social y emocional de los adolescentes, situación que aumenta el riesgo de que resulten víctimas de violencia o abuso de cualquier tipo y conmina a buscar nuevas soluciones para proteger los derechos y la integridad de este segmento, explicó en la apertura de la actividad la magistrada Nancy I. Salcedo Fernández, Consejera del Poder Judicial y Coordinadora de la Comisión para la Igualdad de Género del Poder Judicial.

“No basta con conocer la realidad que vivimos, es un imperativo hacer uso de la creatividad y llevarla a la máxima expresión, pues este aislamiento debe tener alternativas que además de reconocer los niños, niñas y adolescentes como población vulnerable, traten de hacerles la vida más ajustada a su edad y a su etapa de desarrollo”, agregó Salcedo.

El simposio, que propició el intercambio de datos, enfoques y propuestas, reunió a actores del sistema de justicia, educadores, orientadores, instituciones del sistema de protección y organizaciones no gubernamentales, con la coordinación de Dirección de Niñez, Adolescencia y Género (DIFNAG) y la Escuela Nacional de la Judicatura (ENJ).

Expusieron los magistrados Juan de las Nieves Sabino, juez de la Corte de Apelación de Niños, Niñas y Adolescentes de San Pedro de Macorís; Kenya Romero Severino, jueza del Séptimo Juzgado de la Instrucción del Distrito Nacional, y la procuradora fiscal de Santo Domingo Oeste, Luisa María Santana.

Además, Alberto Padilla, encargado de Políticas, Normas y Reglamentos del Consejo Nacional de la Niñez (Conani); Tahira Vargas, antropóloga social, y Peter de Wannemaeker, coordinador de la Unidad Especializada en Niños, Niñas y Adolescentes en Situación de Violencia, de la Universidad Iberoamericana (UNIBE).

Fuente e Imagen: https://acento.com.do/actualidad/realiza-simposio-sobre-efectos-del-abuso-infantil-en-tiempos-de-covid-19-8854980.html
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La más alta tasa de suicidios del mundo

Por: Helen Epstein

Sam estaba haciendo tostadas hacia las 6 de la mañana cuando notó la rendija de luz por debajo de la puerta del baño. Pasaron los minutos, pero nadie parecía entrar y nadie salió. En un sueño de esa noche, su esposa, Maureen, había oído a alguien decir el nombre de su hija Sarah, y ella se dio cuenta de lo que había pasado tan pronto como Sam la despertó. Apoyada en la pared, se acercó al baño. Y luego vio a Sarah colgada en la ducha, muerta con diecisiete años.

La niña, me dijo Maureen [1], acababa de regresar de visitar a unos parientes en otra aldea y había pasado la tarde anterior clasificando la ropa que quería regalar. Luego, la familia se fue a la carnicería y comieron algo de foca cruda sentados en el suelo de la sala de estar, a la manera tradicional de los inuit. Después, Sarah se puso algo de maquillaje y salió. Acababa de romper con un novio mayor que ella y que sus padres no aprobaban, pero habían tenido ya tantas discusiones que Maureen no se atrevió a preguntar adónde iba.

Si Nunavut, el territorio semiautónomo canadiense que alberga a unos 28.000 indígenas inuit, fuera un país independiente, tendría la tasa de suicidio más alta del mundo. La tasa de suicidio en Groenlandia, cuya población es mayoritariamente inuit, es de 85 por cada 100.000 habitantes; la siguiente más alta es la de Lituania, con 32 por cada 100.000 habitantes. La tasa de Nunavut es de 100 por 100.000, diez veces más alta que la del resto de Canadá y siete veces más alta que la de los Estados Unidos. Cuando visité la capital de Nunavut, Iqaluit, en julio, prácticamente toda la gente inuit que conocí habían perdido al menos a una persona de su familia por causa del suicidio, y hubo quien relató hasta cinco o seis suicidios familiares, además de los de amistades, personas próximas del trabajo y otras personas conocidas. Tres personas en mi pequeño círculo de contactos perdieron a alguien cercano a ellos debido a suicidio durante mi visita de nueve días. Las personas que conocí llamaban mi atención sobre la gente que pasaba por la calle: “su hermano mayor también”, “su hijo”. Casi un tercio de los inuits nunavut han intentado suicidarse, y la mayoría de los inuits que conocí me confesaron, sin que yo se lo pidiera, que lo habían hecho al menos una vez.

Dos libros recientes, Too Many People: Contact, Disorder, Change in an Inuit Society, 1822-2015 (Demasiada gente: Contacto, Desorden, Cambio en una Sociedad Inuit, 1822-2015) de Willem Rasing y The Return of the Sun: Suicide and Reclamation Among Inuit of Arctic Canada (El Regreso del Sol: Suicidio y recuperación entre los inuits del Ártico Canadiense) de Michael Kral, remonta los orígenes de la crisis suicida en Nunavut hasta mediados del siglo XX, cuando estos pueblos tradicionalmente nómadas se trasladaron de sus territorios a las ciudades. Hasta entonces, el suicidio era algo raro, y entre los jóvenes, casi desconocido.

Los Inuit emigraron a través del estrecho de Bering desde lo que hoy es Siberia y en el año 1000 d.C. se establecieron en lo que hoy es el noreste de Canadá. En la larga oscuridad invernal, el viento es tan fuerte que al soplar la nieve puede extraer sangre de la piel expuesta, y la temperatura a veces desciende a -60º Fahrenheit. En verano, los enjambres de mosquitos pueden desangrar a un caribú. Nada crece excepto las bayas, el musgo y las flores silvestres, por lo que los inuit cazaban focas, peces, aves, osos polares, caribúes, morsas y ballenas. Hacían casas de nieve, pieles y musgo, y usaban ropa de piel cosida con hilos de tendones y agujas talladas con astillas de hueso de morsa. Construyeron trineos de cornamentas, con pescado congelado envuelto en piel de foca para los corredores, e ingeniosas gafas con ranuras talladas en huesos de caribú que los protegían de la cegadora luz reflejada en la nieve.

Pero la característica más notable de los Inuit puede que haya sido en el ámbito de las relaciones interpersonales. Hasta la llegada de los misioneros a finales del siglo XIX, no tenían lengua escrita, por lo que todo lo que se conoce de su cultura antes de esa época proviene de las observaciones de exploradores y etnógrafos y de los recuerdos de los Inuit más antiguos transmitidos de generación en generación. Todas estas fuentes coinciden en que la sociedad tradicional Inuit era notablemente pacífica y libre de conflictos en su seno.

“Las diferentes familias parecen vivir siempre en buenos términos”, escribió el explorador británico Sir William Parry, que pasó ocho meses entre los inuit de la isla de Baffin a partir de 1821. “Las pasiones más turbulentas que… normalmente crean tanto caos en el mundo, parecen raramente exaltarse en los pechos de estas gentes” Los niños inuit eran “afectuosos, apegados y obedientes”, coincidió Sir John Ross, quien llegó unos años después. “Esta gente había alcanzado la perfección de la felicidad doméstica que rara vez se encuentra en ningún lugar.” Si surgieran conflictos, los responsables recibirían el consejo de sus mayores, y si eso no funcionaba, se organizarían duelos de canto en los que las partes descontentas aliviarían la tensión burlándose unas de otras.

Hoy en día, el homicidio, la violencia doméstica, el abuso infantil, el vandalismo y el alcoholismo, así como el suicidio, son trágicamente comunes entre los inuit. El fin de semana que llegué a Iqaluit, con una población de 7.740 habitantes, hubo un asesinato y cuatro incendios, tres de los cuales habían sido provocados deliberadamente. Una pareja que se peleaba, con el hombre sangrando por la cabeza y la mujer que lo maltrataba, casi me atropellan en una tienda una tarde. Una maestra me dijo que es habitual que los niños enfadados lance sillas por el aula. Según Rasing, más de la mitad de la población consume drogas, principalmente marihuana, pero también sustancias más fuertes, incluyendo cualquier cosa que se pueda inhalar: líquidos inflamables, pintura en aerosol, esmalte de uñas y gasolina.

La mayoría de los inuit se dedican a la venta, el arte, son funcionarios del gobierno, etc., respetuosos de la ley, pero los índices relativamente altos de violación de la propiedad, daños contra sí mismos y contra otros, perpetrados por una minoría, suscitan cuestiones urgentes sobre lo que sucedió con esta cultura que antes era sólida y pacífica. Todo el mundo está de acuerdo en que el problema comenzó en la década de 1950, pero existe un gran desacuerdo entre el gobierno canadiense y la mayoría inuit en cuanto a lo que sucedió exactamente y por qué.

El gobierno canadiense sostiene que a finales del siglo XIX, muchos inuit llegaron a depender en gran parte del dinero del comercio de pieles, lo que les permitió comprar productos como harina, azúcar, armas y cuchillos, al tiempo que mantenían su estilo de vida nómada tradicional. El colapso del comercio de pieles durante la Gran Depresión, junto con la reducción cíclica de las poblaciones de las presas de caza, provocó penurias, incluso casos de hambruna y malnutrición. Muchos inuit también sucumbieron a la tuberculosis, el sarampión y otras enfermedades infecciosas introducidas por el contacto con los blancos. Quienes cayeron enfermos fueron trasladados por vía aérea a hospitales en el sur de Canadá, donde a veces estuvieron confinados durante meses o años sin contacto con sus familias. Algunos nunca regresaron.

La opinión pública canadiense exigió una intervención humanitaria, por lo que el gobierno construyó casas para los inuit alrededor de los antiguos puestos comerciales en las décadas de 1950 y 1960. Se construyeron clínicas, escuelas, oficinas gubernamentales y tiendas, y algunos inuit fueron empleados como pescadores, oficinistas, limpiadores, recolectores de basura y cocineros; otros recibieron ayudas sociales del Estado. A finales de la década de 1960, prácticamente todos los inuit se habían mudado a las ciudades.

La mayoría de los inuit ven de manera muy diferente este período. Su versión comienza poco después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos y Canadá establecieron conjuntamente una línea de estaciones de radar a través del Ártico para espiar a los soviéticos y vigilar los cielos en busca de posibles ataques a través del Polo Norte. El gobierno canadiense, deseoso de impedir que Estados Unidos reclamara la soberanía sobre esta zona potencialmente rica en minerales y gas natural, estableció apresuradamente ciudades y obligó a los inuit a establecerse en ellas. Los inuit de más edad cuentan que recuerdan como agentes de policía armados llegaron a sus campamentos sin avisar y ordenaron a todos que se fueran. Los perros de trineo, incluso los sanos, fueron sacrificados ante los ojos de sus dueños.

“Una familia que conozco estaba sentada en su casa en la ciudad cuando la Real Policía Montada Canadiense (RCMP) apareció y disparó a todos sus perros”, dijo Alice, quien recogió testimonios para una investigación iniciada por los inuit sobre los asesinatos de perros. “Incluso dispararon al espacio bajo el suelo, justo donde la familia estaba sentada.”

El gobierno reconoce que miles de niños inuit, algunos de tan sólo cinco años, fueron enviados a internados o a escuelas residenciales, donde se les separó de sus familias, se les dieron nombres de pila y números de identificación, se les castigó por hablar su lengua materna inuktitut, se les exigió que usaran ropa occidental y se les enseñó un plan de estudios canadiense que no tenía ninguna relevancia para el mundo en el que habían nacido. Muchos también sufrieron maltrato físico y abusos sexuales por sus maestros. Algunos fueron a las escuelas voluntariamente, pero se informó a muchas familias reacias que si no enviaban a sus hijos a la escuela, se les negarían los beneficios de las ayudas sociales del gobierno o el crédito para el comercio de pieles, y tuvieron que entregarlos con lágrimas en los ojos.

Los recuerdos de estos horrores persiguen las vidas de los Inuit de hoy en día. Una anciana contaba como le aterrorizaban los maestros de su escuela residencial. Cuando estaba en tercer grado, se le pidió que escribiera la respuesta al problema 5 x 3 en la pizarra. “Ni siquiera había terminado de escribir el número 12 cuando la maestra me golpeó tan fuerte que salí volando por toda la sala”, dijo. Luego la golpeó de nuevo. Sólo se detuvo cuando vio que le sangraba la nariz.

En todo el Canadá, unos 150.000 niños de las Naciones Originarias, inuit y otros niños aborígenes asistían a escuelas residenciales. Algunos lograron superarlo, pero miles murieron de enfermedades y hambre a un ritmo comparable al de los soldados canadienses durante la Segunda Guerra Mundial. El gobierno canadiense ha pagado más de 3.000 millones de dólares canadienses en concepto de indemnización a decenas de miles de personas que fueron antiguo alumnado y sufrieron abusos sexuales o malos tratos físicos graves en las escuelas. En un informe de 2015 de una comisión de la verdad y la reconciliación que examinó los abusos en las escuelas residenciales, el funcionariado canadiense admitió que el efecto de las escuelas en las culturas aborígenes equivalía a una forma de genocidio.

Los suicidios en la población inuit siguieron siendo raros mientras que los peores de estos abusos estaban en curso. Según el investigador de la Universidad de Saskatchewan Jack Hicks, que preparó un informe sobre el tema, durante la década de 1960 sólo hubo un suicidio en lo que ahora es Nunavut (una vez que formó parte de los Territorios del Noroeste de Canadá, se convirtió oficialmente en un territorio separado en 1999) [2]. Pero a medida que los hijos de las personas que vivieron la mudanza a las ciudades se convirtieron en adolescentes en la década de 1980, comenzaron a quitarse la vida en grandes cantidades. En 1973, la tasa de suicidio en Nunavut era de 11 por cada 100.000 personas, más o menos la misma que en el resto de Canadá. Para 1986, se había cuadruplicado, y para 1997 se había multiplicado por diez, a 100 por 100.000. La mayor parte del aumento se debió a un aumento de los suicidios entre los jóvenes de 15 a 24 años. A principios de la década de 2000, la tasa de suicidio en este grupo alcanzó un máximo de 458 por cada 100.000 personas; desde entonces, ha descendido a alrededor de 270 por cada 100.000 personas. Durante este período, la tasa de suicidio entre los jóvenes canadienses en general se mantuvo por debajo de 20 por cada 100.000 habitantes.

¿Cómo se transmite el trauma de una generación a otra? ¿Cómo afectan nuestras experiencias la vida emocional de nuestros hijos y nietos? La respuesta no es obvia. Los esclavos africanos se quitaron la vida en grandes cantidades, especialmente en los barcos que se dirigían a Estados Unidos y cuando llegaron por primera vez [3], pero a pesar de la segregación, la brutalidad policial, el encarcelamiento masivo y otros atropellos, la tasa de suicidio de los afroamericanos ha sido sistemáticamente inferior a la de los blancos estadounidenses desde que se inició el mantenimiento de registros en la década de 1930 [4]. La etnia judía de la Europa ocupada por el nazismo también sufrió suicidios en grandes cifras, dentro y fuera de los campos de concentración [5]. Pero sus descendientes no tienen más probabilidades de suicidarse que los de judíos que vivían fuera de las tierras ocupadas por los nazis en ese momento [6].

Sin embargo, ciertos grupos, como entre aborígenes australianos, maoríes de Nueva Zelanda e inuit de Alaska, Groenlandia y Canadá, junto con otros grupos de nativos americanos, son particularmente propensos al suicidio juvenil, generación tras generación. La gente en cada sociedad se quita la vida por miles de razones, y obviamente es arriesgado generalizar. Ciertamente, los problemas de salud mental como la depresión, la ansiedad, el abuso de sustancias y la esquizofrenia son factores de riesgo importantes para el suicidio en todas partes. Pero estos trastornos a menudo tienen causas sociales, y vale la pena preguntarse si hay alguno que pueda ser responsable de las altas tasas de suicidio entre estas personas [7].

Una pista es que virtualmente todos estos grupos vivieron hasta hace poco en pequeñas comunidades de una o unas pocas familias extendidas y luego sufrieron una transición forzada, rápida y desgarradora a la vida moderna. Dominar la tecnología -teléfonos, coches, ordenadores, etc.- era fácil, pero la adaptación psicológica y emocional ha sido mucho más difícil. Tanto Rasing como Kral cubren esta transición con gran detalle, pero no transmiten su impacto emocional porque, quizás por razones de confidencialidad y reserva académica, sus relatos de la vida individual de los inuit son breves y superficiales. Sus libros contienen muchas estadísticas, así como descripciones convincentes de cambios abstractos como la “ruptura del control social” y “la dinámica de la transformación social inuit”, pero sin historias personales, es difícil ver de qué se trataba.

Para una perspectiva más profunda de lo que podría haber sucedido, es útil recurrir a la notable monografía de 1970 del antropólogo Jean Briggs titulada Never in Anger (Nunca con ira): Retrato de una familia esquimal, uno de los últimos relatos de primera mano sobre la vida de los inuit antes de su asentamiento. Briggs sugiere que la ecuanimidad que tanto afectó a Parry y a otros fue producida por patrones de pensamiento y comportamiento, en particular la consideración por los demás y una tendencia a privilegiar el bienestar del grupo por encima del propio individual, que puede haber sido esencial para la supervivencia de los inuit en la tierra, pero que podría haberlos hecho especialmente vulnerables a las dificultades emocionales una vez que se establecieron en las ciudades.

En 1963 Briggs, que entonces tenía 34 años, se dirigió a Gjoa Haven, un puesto comercial en lo que hoy es Nunavut, con el objetivo de estudiar la comunidad ártica más remota que pudo encontrar. La antropología anterior había documentado la cultura material inuit: cómo cazaban, construían iglús y confeccionaban ropa, así como sus creencias religiosas y cosmológicas. Pero Briggs era parte de una escuela de antropología que sostenía que así como las diferentes culturas tenían música, alimentos y rituales diferentes, también expresaban diferentes repertorios de emociones. Durante diecisiete meses, Briggs vivió con un hombre llamado Inuttiaq, su esposa e hijos, montando una tienda de campaña junto a la suya en verano y compartiendo su iglú en invierno. Al principio, le preocupaba vivir en lugares tan cercanos con gente cuya cultura era tan diferente a la suya, pero como otros observadores, se sintió rápidamente seducida y conmovida por la tranquilidad de la vida doméstica inuit: “La calidez humana y la paz de la casa, y la asombrosa sensibilidad de sus miembros a los deseos no expresados, crearon una atmósfera en la que la privacidad de mi tienda de campaña llegó a parecer en la memoria algo estéril”.

Esta superficie pacífica, descubriría Briggs, estaba sostenida por un poderoso sistema de control emocional y regulación social. Las expresiones de enojo, conmoción, ardor romántico y otros sentimientos fuertes estaban casi ausentes de la vida diaria, excepto entre los niños muy pequeños. Un informante incluso negó que la lengua inuit tuviera una palabra para odio, aunque por supuesto que lo tiene. La hija mayor de la familia anfitriona de Briggs fue una de las primeras niñas en asistir a una escuela residencial. Cuando regresó para el verano, trajo historias de horror de un “extraño mundo [blanco] donde la gente siempre está ruidosa y enojada…, donde golpean a sus hijos, dejan que los bebés lloren, besan a los adultos y hacen mascotas de perros y gatos”.

Los niños aprendieron a manejar sus sentimientos a través de lo que Briggs describe como un proceso de entrenamiento de peso emocional. Los niños pequeños eran mimados, adorados y rara vez disciplinados, pero también eran objeto de bromas por parte de los padres y otros adultos que deben haber sido confusos y aterradores para ellos:

¿Por qué no matas a tu hermanito?

¿Por qué no te mueres para que pueda quedarme con tu camisa nueva?

¿Dónde está tu padre? [a un niño adoptado]

Tu madre se va a morir, se ha cortado el dedo, ¿quieres venir a vivir conmigo?

Un adulto nunca haría tales preguntas cuando un niño está molesto, y se detendría y ofrecería un abrazo ante los primeros signos de angustia. Briggs interpretó estos intercambios como una inmunización contra la insensibilidad de los demás y las desgracias y desilusiones ordinarias de la vida. “Los adultos estimulan a los niños a pensar presentándoles problemas emocionalmente poderosos”, escribió. El objetivo era la fuerza emocional y la racionalidad. En un entorno difícil, la comprensión y la confianza mutuas son esenciales para la supervivencia. Una persona infeliz es peligrosa.

Como Briggs pronto aprendería por las malas, todos estaban en guardia contra el más mínimo aumento de la temperatura emocional. Sus anfitriones eran cazadores de zorros que comerciaban con blancos en un pueblo a varios días de distancia en trineos de perros desde su campamento de invierno. El pan frito hecho de harina comprada en la tienda era un gran manjar, y un día, mientras Briggs preparaba unos con otros, un trozo de masa se le escapó del cuchillo y cayó al fuego. “¡Maldición!”, dijo en voz baja.

Durante los días, semanas y meses siguientes, Briggs notó un cambio en el comportamiento de la familia. Vinieron a visitar su tienda con menos frecuencia y se fueron rápidamente cuando lo hicieron. Parecían aún más solícitos de lo habitual, como si estuviera afligida por algún tipo de enfermedad. Se aseguraron de que estuviera abrigada y que tuviera suficiente para comer, pero no la invitaron a ir a pescar. Poco a poco se dio cuenta de que la estaban condenando al ostracismo, no sólo por el incidente del pan frito, sino por otros momentos de irritación, como cuando Inuttiaq insistió en dejar abierta la puerta del iglú, lo que hizo que hiciera demasiado frío para que Briggs escribiera sus notas de campo.

Imaginen la conmoción de estas personas educadas y dignas cuando algunos oficiales de la Policía Montada del Canadá mataron a sus perros y les ordenaron entrar en los asentamientos, cuando algunos maestros de escuelas residenciales abusaron de ellos y otros poderosos qallunaats -como se conoce a los blancos en el idioma inuktitut- los insultaban y trataban con condescendencia. Muchos de los niños de la escuela residencial, en particular, volvieron enojados y alienados. El entrenamiento emocional que habían recibido cuando eran niños no era rival para la arrogancia, la insensibilidad y la estupidez, por no hablar de la brutalidad, que encontraron en el mundo qallunaat. Sin un lenguaje que describa su dolor y soledad, se alejaron de sus familias.

La estudiante de la escuela residencial de la familia con la que vivía Briggs evitaba a sus padres y atormentaba a su hermanita, pisándole deliberadamente los dedos de los pies, arrebatándole juguetes y haciéndola llorar. Cuando se le pidió que hiciera algo, se hizo la sorda. Cuando eran adultos, muchos de los antiguos alumnos de las escuelas residenciales recurrieron al alcohol para domar su confusión emocional. Sus hijos, criados en los decenios de 1970 y 1980, escaparon en gran medida de las escuelas residenciales, que ya estaban siendo reemplazadas por escuelas comunitarias. Pero sus padres nunca habían logrado aceptar su propia ira y dolor, y a menudo estaban borrachos y eran violentos. De esta manera, nació la primera generación de suicidas, y sus hijos a su vez continúan la tendencia.

Para La vuelta del sol, Kral entrevistó a docenas de jóvenes inuit que habían intentado suicidarse. La mayoría le dijo que trataron de quitarse la vida después de una pelea con una pareja romántica. Los informes del forense de la década de 1990 también encontraron que alrededor del 70 por ciento de los suicidios ocurrieron después de una ruptura romántica y otro 20 por ciento mientras se esperaba un juicio por un presunto delito, en su mayoría allanamiento y consumo de marihuana. Estos problemas ordinarios ocurren en todas partes. ¿Por qué es más probable que los jóvenes inuit que los experimentan recurran al suicidio?

“La teoría que tengo es que los [inuit] que se suicidan lo hacen para proteger a la comunidad”, me dijo Bonnie, una funcionaria del gobierno inuit.

Cuando vivíamos en grupos pequeños, teníamos un contrato de supervivencia. Viviste para el colectivo, no para ti mismo. Estamos juntos en esto. Los niños están condicionados a estar tranquilos. Si alguien explota, esa persona es una amenaza para todos. Entonces [el que explota] piensa: “Todo el mundo estará mejor sin mí. Soy un problema porque no puedo manejar mis emociones”. Es difícil quitárselo de la cabeza, porque estamos condicionados a no ser una carga para los demás.

No hay respuestas sencillas a la crisis suicida de Nunavut. El penúltimo capítulo de El Regreso del Sol describe un centro de ocio que Kral ayudó a establecer con un grupo de jóvenes inuit en la ciudad donde hizo su investigación. Afirma que, si bien funcionó, el número de suicidios en ese país se redujo a cero. Los datos de la oficina del forense citados por Jack Hicks indican que este no es el caso. De manera similar, un reportaje de ESPN de 2005 afirmó que el número de suicidios de adolescentes en la ciudad de Nunavut de Kugluktuk también cayó a cero después de que un profesor visitante lanzara un popular equipo deportivo de lacrosse. De hecho, hubo veintiún suicidios entre personas de 13 a 56 años en Kugluktuk en la década siguiente. Estas comunidades son tan pequeñas -el promedio de la población es de alrededor de 1.500 habitantes cada una- que las tasas de suicidio pueden variar de un año a otro debido a la casualidad. Una comunidad de alto nivel de suicidio puede no tener suicidios durante varios años, lo que crea una ilusión temporal de éxito, incluso cuando la tendencia a largo plazo es estable o va en aumento.

En 2017, el gobierno de Nunavut lanzó una estrategia integral de prevención del suicidio que incluye servicios de salud mental, programas de infancia temprana, programas de concienciación comunitaria, programas contra la intimidación, centros juveniles, asistencia para la vivienda, reducción de la pobreza, prevención de la delincuencia y el abuso de sustancias, y muchas otras iniciativas. Se ha demostrado que estos enfoques multifacéticos reducen los suicidios en otras comunidades, como los apaches de las Montañas Blancas en Estados Unidos, y hay motivos para creer que la nueva estrategia de Nunavut ayudará.

El invierno pasado, la estación de radio local de Iqaluit emitió un programa de llamadas sobre el suicidio. Alice, cuyo hijo Martin se quitó la vida en 2018, llamó para decir que la comunidad necesitaba más consejeros, y si no había suficientes, entonces la gente debía formar sus propios grupos de apoyo. “Hablar es parte de la curación”, me dijo. “La gente ha estado callada durante demasiado tiempo». Alice misma había sido agredida sexualmente cuando tenía siete años -no habló de las circunstancias- y cree que se habría convertido en una borracha en la calle si no fuera por la asistencia que tuvo que finalmente recibió a los veinte años.

Otros oyentes llamaron para decir que apoyaban la idea de Alice. Elisapee Johnston, que trabaja para el Consejo Embrace Life (Abraza la Vida), una ONG local financiada bajo la nueva estrategia de prevención del suicidio. Encontró a Alice, y las dos mujeres acordaron trabajar juntas. En la primavera, lanzaron un grupo de duelo que se reúne semanalmente en la oficina del Consejo Embrace Life en el centro de Iqaluit. Cualquier persona que haya perdido a alguien por suicidio, o que simplemente esté preocupado por ello, es bienvenida. “La gente joven necesita de verdad tener habilidades para sobrellevar la situación”, insiste Alice; pero lograr que la gente asista a las reuniones ha sido un desafío. “La gente se acerca y me abraza en la calle y me dice: Gracias, gracias por todo lo que estás haciendo, pero sólo cuando están borrachos”.

No es la forma en que los inuit hablan de sí mismos. Otra anciana inuit me dijo que cuando mataron a los perros de su familia, nadie lo discutió: “Deben haber estado enfadados, pero no lo demostraron.” Durante años, había enseñado en la escuela primaria, pero se opuso a los elementos del plan de estudios canadiense. “Tuve que enseñar una unidad didáctica de guardería llamada Todo Sobre Mí. En nuestra cultura, se supone que ese grupo de edad piensa en los demás”. Una antropóloga que conocí me dijo que había tenido dificultades para reunir testimonios de inuit sobre traumas y que no llenaban más de media página. Tal modestia y discreción es estimulante en estos tiempos de semejante orientación hacia el ego, pero si la gente no habla de sí misma, es difícil ver cómo se las arreglan para darle sentido a sus sentimientos.

Alice y Elisapee no se rinden. Pueden animarse con la experiencia de otros grupos traumatizados, incluidos los afroamericanos y los descendientes de los sobrevivientes del Holocausto, que, aunque están desproporcionadamente sujetos a algunos problemas de salud mental, tienen tasas de suicidio relativamente bajas. ¿Qué les permite aguantar? Cabe destacar que el duelo, el compartir experiencias de sufrimiento personal y la búsqueda continua de una tierra prometida son parte integral de las religiones y culturas de ambos grupos. También lo es la creencia de que la ira a veces está justificada, y que vivir, por duro que sea a veces, es también una forma de desafío.

Notas:

[1] Debido a la naturaleza sensible de este material, la mayoría de las fuentes inuit pidieron que no se utilizaran sus nombres reales. La investigación para este artículo fue apoyada por el Pulitzer Center on Crisis Reporting.

[2] Durante la década de 1960, el antropólogo Asen Balikci reportó una tasa muy alta de suicidio juvenil entre los inuit de Pelly Bay, donde llevó a cabo una investigación etnográfica. Sin embargo, según Hicks, no hay evidencia que apoye esta afirmación en los registros detallados de los misioneros, o en la oficina del forense. Véase Jack Hicks, Statistical Data on Death by Suicide by Nunavut Inuit, 1920 to 2014 (Nunavut Tunngavik Incorporated, 2015), y “Toward More Effective, Evidence-Based Suicide Prevention in Nunavut” en Northern Exposure: Peoples, Powers and Prospects in Canada’s North, Vol. 4, editado por Frances Abele, Thomas J. Courchene, F. Leslie Seidle y France St-Hilaire. (McGill-Queen’s University Press, 2009).

[3] Véase Terri Snyder, The Power to Die: Slavery and Suicide in British North America (University of Chicago Press, 2015).

[4] Véase John L. Macintosh, “Trends in Racial Differences in US Suicide”, Death Studies, Vol. 13, No. 3 (1989).

[5] Ver Marzio Barbagli, Farewell to the World: A History of Suicide, traducido por Lucinda Byatt (Polity, 2015), p. 134; y David Lester, “The Suicide Rate in the Concentration Camps Was Extraordinary High: A Comment on Bronisch and Lester”, Archives of Suicide Research, Vol. 8, No. 2 (enero de 2004).

[6] Véase Itzak Levav y otros, “Psychopathology and Other Health Dimensions Among the Offspring of Holocaust Survivors: Resultados de la Encuesta Nacional de Salud de Israel”, The Israel Journal of Psychiatry and Related Sciences, febrero de 2007.

[7] Véase Richard Bentall, La locura explicada: Psicoanálisis y Naturaleza Humana (Penguin, 2002).

Fuente: https://www.nybooks.com/articles/2019/10/10/inuit-highest-suicide-rate/#fnr-1

Traducción: Miguel Otero en https://transistemas.wordpress.com/2019/09/28/la-tasa-de-suicidio-mas-alta-del-mundo-por-helen-epstein/?preview=true

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Filipinas: Viaje a las entrañas del abuso infantil

Redacción: El País

El 19% de las niñas y niños filipinos ha sufrido violencia sexual, la mayoría en casa y lo peor es que muchos afirman que no pidieron ayuda porque no sabían que estaba mal. Las secuelas son salvajes, las condenas, escasas. Estas son las historias de algunos de los que escaparon de la brutalidad.

A Christian le han pegado con un palo, tirado por la ventana, introducido en una olla caliente, vendido como mano de obra y atropellado. Todo esto se lo hizo su padre. Acaba de cumplir 18 años. Intenta suicidarse regularmente. A Sarah (18 años) su padre la violaba cada vez que bebía o se drogaba, lo asimiló tanto que años después admite que no ve tan mal lo que le hacía por las noches en una casa sin paredes, y asegura que incluso querría tener un hijo con él. Su hermana pequeña Airen (15 años) no lo soportó y lo denunció. Él ahora está en la cárcel. Su madre las acusó durante el juicio de haber roto la familia.

Uno de los barrios más pobres de Bacólod, en Barangay 1.ver fotogalería
Uno de los barrios más pobres de Bacólod, en Barangay 1. LEAFHOPPER PROJECT

Ante este panorama, 2.753 entidades trabajan en todo el país para prestar asistencia a los menores maltratados o abandonados. Kalipay es una de ellas, opera en Bacólod, una ciudad ubicada en la isla de Negros Occidental, al sur de Manila, y está fundada por una descendiente de españoles, Anna Balcells. Es la entidad que acogió a Christian, Sarah y Airen y a casi 400 niños desde 2007. En esta isla fue donde hace 60 años su padre, Alberto, descubrió su “paraíso” a miles de kilómetros de la España de postguerra. La organización recibe apoyo de numerosos donantes españoles, entre ellos la Fundación Mapfre, dentro de sus programas internacionales, que ha invitado a EL PAÍS a conocerla. «Nosotros les acogemos en nuestras dos casas, les proporcionamos educación y seguridad. El resultado ideal es la reunificación con las familias, pero en muchas ocasiones eso no es posible», explica esta enérgica mujer en el español que aprendió de su padre y fortaleció durante más de una década trabajando en el sector turístico en Barcelona y Madrid. En 2017 había en Filipinas alrededor de 4.000 niños con posibilidad de ser adoptados, según los últimos datos del Gobierno.

Balcells describe escenas horribles: «Lo primero que hacemos es llevarles al hospital, y a partir de ahí empezamos a completar su expediente personal con toda la información. A veces hay que reconstruir sus vaginas. A muchos tenemos que enseñarles a vivir en una casa. Llegan a nuestos hogares y van directos a comer tierra, porque para ellos es lo mejor que pueden tener. Luego por la noche ves los gusanos saliendo de la boca. Muchos de ellos quieren volver con la madre que les ha torturado, que normalmente es alcohólica o drogadicta, porque eso para ellos es amor».

Christian consiguió escapar de un padre que le daba tales palizas por la noche que le ha dejado insomnio crónico. Se llevó a sus hermanos, pero vio morir a dos de ellos en la huída por deshidratación y por comer una rana venenosa

A veces recogen a estos pequeños en la calle, o bien les avisa la propia policía o las familias cuando ya no pueden más. Las mafias usan a muchos de ellos para pedir limosna o para traficar con ellos. Otro de sus destinos es vivir en la calle, donde terminan siendo un objetivo fácil de los abusos. La población en Filipinas se organiza en barangays (barrios). Muchos de ellos surgieron de modo informal pero han acabado teniendo jerarquía organizativa y sus presidentes, los captains, también se votan en elecciones. Para entrar y pasear por un barangay es necesaria la guía del captain. El del número uno, de los mas pobres de Bacólod, se llama César Rellos. Él mismo reconoce que solo puede garantizar la seguridad en las calles que él gobierna y que todo aquel que quiera adentrarse en el que está justo al lado, lo hace a su suerte.

Su barangay tiene salida a una playa impracticable por toneladas de plásticos en la que dos niños tratan de volar una cometa que vivió tiempos mejores. Una sorprendente interpretación musical emana desde una construcción precaria a escasos metros. Es el karaoke del barrio, que cuenta con unos potentes altavoces que contrastan con el entorno. El intérprete se dispone a cantar Wake me up when September ends. Rellos se mueve por un entramado de callejuelas sin asfaltar, por donde pululan cientos de niños y abundan los pescados que se secan al sol, hasta el chamizo de Erlinda Barbasa. Unos pocos metros cuadrados encajonados en otras infraviviendas, con dos estancias entre las que no existe división y dos tablones que actúan como camas. Aquí vive con sus dos hijos mayores, a las pequeñas las dejó en Kalipay.

El centro Heaven, en el que viven decenas de niños rescatados del abuso y el abandono.ver fotogalería
El centro Heaven, en el que viven decenas de niños rescatados del abuso y el abandono. LEAFHOPPER PROJECT

Lo hizo cuando estaban al borde de la desnutrición. Ella sola era incapaz de alimentar a la familia tras la muerte de su marido y sus padres, que la ayudaban económicamente tras el fallecimiento del esposo. Su hijo mayor no trabaja y el pequeño apenas puede porque sufre mareos y desmayos constantes. Un bulto de grandes dimensiones asoma en un lateral de su cuello, pero no saben qué es porque no han podido acudir al médico. «Mi mayor sueño es que mis hijas no acaben como yo, que estudien, trabajen y un día yo pueda ir a vivir con ellas», explica apoyando sus pies en un barreño con agua y un plato, una de sus escasas posesiones. Las pequeñas tienen la posibilidad de visitar a su familia pero rara vez quieren permanecer más de un día.

¿QUÉ PASA DESPUÉS?

Aquí tratan también de prepararles para el después. «No podemos evitar que un niño se sienta aislado cuando vuelven al mundo real, el miedo siempre esta ahí. Les preparamos de forma gradual, lo importante es la motivación, les decimos que no pueden estar aquí siempre, pero les aseguramos que siempre estaremos cuando nos necesiten», explica Lemay, la asistente social. Johanna Daroy dirige Recovered Treasures: «La salida es lo que más me preocupa. Soy consciente de que todo el cariño y educación que les hemos dado aquí puede desaparecer y pueden irse por el mal camino. Necesitamos tiempo para prepararles, la mayoría son muy inmaduros cuando llegan a las 18 años». Daroy pone enfásis en enseñarles valores pero también nociones básicas sobre cómo manejar su dinero o relacionarse con la gente. La psicóloga reconocer que no puede «curarles» que su trabajo consiste en «darles herramientas para lidiar con su trauma y tener cierto nivel de paz».

El barangay del que proceden Sarah y Airen, las pequeñas que se enfrentaron a su padre violador en un juicio, es todavía más pobre y más peligroso, se llama Banago. Es una muestra de las grandes desigualdades de un país como Filipinas que ocupa el puesto 116 de 188 en el Índice de Desarrollo humano. También tiene salida al mar, que en este lugar cumple la función de retrete, aunque también sirve a los lugareños para sofocar el intenso calor y la humedad filipina. Las casas se mezclan con pequeñas tiendas e incluso con una sala de ordenadores en la que una decena de pequeños apura frente a máquinas anticuadas los escasos minutos de videojuegos que les proporcionan los diez pesos (17 céntimos) que pagan por cabeza. Es prácticamente la única forma de ocio en este lugar. Es época electoral y el barrio está liletarlemente empapelado con carteles con las caras de decenas de candidatos. Henry García, uno de sus vecinos de 54 años los mira incrédulo: «Hacen muchas promesas pero luego se olvidan, si has nacido pobre, siempre serás pobre».

¿Cómo es posible que se den niveles tan altos de violencia en la familia? Muchas de las voces consultadas en este viaje a las raíces del abuso infantil apuntan a un maltrecho sistema de valores y a la influencia del alcohol y las drogas. «Toman drogas, beben licor cada día, llegan a una casa en la que las estancias no están separadas y pierden la cabeza, no saben lo que hacen», justifica Rellos, el captain del barangay 1. Los captains son muchas veces fundamentales para la investigación del caso que realizan los asistentes sociales y que luego presentan ante la policía para denunciar al abusador. «Nosotros no podemos tolerar estas situaciones así que somos muchas veces los que llamamos por teléfono para avisar de lo que sucede», apunta. Otro de los elementos preocupantes, señala Unicef, es que Filipinas tiene una de las edades de consentimiento sexual más bajas del mundo: 12 años.

La asistente social jefe de Kalipay, Adelle Lemay, sabe bien cómo funcionan los procesos judiciales. «Es un proceso duro. Reunimos pruebas forenses, es importante tener evidencias concretas, también hablamos y preparamos al fiscal porque tiene que saber cómo hablar con niños traumatizados y que ellos tengan confianza con él. Contamos con abogados que nos asesoran», detalla. Casi todo el peso probatorio de este tipo de procesos sigue recayendo en el testimonio de un menor aterrorizado que debe encontrarse en una sala con su maltratador y con una madre que normalmente apoya al marido. La impunidad sigue siendo la norma general.

Los que trabajan con estos niños y conocen a estas familias también apuntan a una creencia instaurada en esta sociedad por la que un hijo es propiedad de sus progenitores y pueden hacer lo que quiera con él. Lemay, lo explica así: «Creo que perseguir a los abusadores puede ayudarles a entender que no esta bien lo que hacen, pero sigue habiendo muchos casos y no tenemos el control. No importa si son ricos o pobres, porque pasa siempre. Creo que hay que fijarse en el sistema de valores». En una encuesta realizada por el Gobierno, el 34% de los niños que no denunciaron, no lo hicieron porque no vieron nada anormal en sufrir violencia por parte de su familia.

Una clase en Recovered treasures, donde se consigue que los menores completen su educación.ver fotogalería
Una clase en Recovered treasures, donde se consigue que los menores completen su educación. LEAFHOPPER PROJECT

Las heridas que dejan años de abusos son difíciles de curar, a veces es imposible. Chabeli Coscolluela es psicóloga y trata a estos niños: «Los efectos que encontramos son baja autoestima, se culpan a si mismos por haber sido abusados, algunos quedan afectados cognitivamente, los casos mas extremos desarrollan desórdenes como estrés postraumático, depresión, ansiedad… Algunos sufren retraso mental como consecuencia de los golpes y siempre tiene problemas de confianza con la gente». Algunos hablan, otros se niegan, con otros la terapia consiste en jugar o pintar.

En centros como Kalipay encuentran su pequeña burbuja de protección. El complejo principal se llama Recovered Treasures. Un enorme terreno en el que caben los dormitorios, un colegio con todos los niveles hasta la universidad, la casa de las cuidadoras y un comedor. Se ubica en medio de enormes campos de arrozales, algunos de ellos propiedad también de la organización. En la aldea cercana un grupo de chavales juega al baloncesto, «la obsesión nacional», describe Anna Balcells. Una construcción semiderruida actúa como iglesia y al lado un vecino narra el partido con un micrófono y unos potentes altavoces. En general el pueblo se compone de chozas poco resistentes y caminos de tierra. Es importante que este tipo de entidades tengan una estrecha relación con los lugareños para tener su apoyo en su labor. Los chavales que viven en Recovered Treasures tienen incluso un equipo de baloncesto que compite con el de los vecinos.

La organización ha creado su propio sistema de enseñanza adaptado a las circunstancias de estos alumnos y ha firmado un convenio de enseñanza con la Universidad de Santo Tomás, la más antigua de Asia. El 96% de los niños filipinos empiezan primaria pero solo el 37% acaba secundaria. El gobierno da una paga a las familias que llevan a sus hijos a la escuela.

Gino y Bubbles, que provienen de familias desestructuradas y acabaron licenciándose y casándose.ver fotogalería
Gino y Bubbles, que provienen de familias desestructuradas y acabaron licenciándose y casándose. LEAFHOPPER PROJECT

Micaela, de 20 años, también se crió en esta organización y ahora va a estudiar trabajo social en la universidad. Su madre está en prisión y los servicios sociales se hicieron cargo de ella y sus hermanas cuando era muy pequeña. «Quiero tener un trabajo y ayudar a otros niños que han pasado por lo mismo que yo», afirma entre lágrimas. El mayor logro del sistema, uno que no siempre es posible, lo encarnan a la perfección Gino y Bubbles, de 23 y 24 años. Ambos proceden de familias desestructuradas y crecieron bajo la tutela de esta organización. Los dos se licenciaron: ella trabaja como profesora de niños con necesidades especiales en Kalipay.

Tuvo la oportunidad de marcharse a trabajar a un colegio en otra ciudad, pero quiso ayudar a otros niños en los que se vio reflejada. Él es delineante, su jefe está encantado con su tarea. «Desde el momento en el que la vi, me llamó la atención, y luego me enamoré de ella», cuenta Gino con timidez. Hace un año se casaron y esperan su primer hijo. «Le contaré a nuestro hijo o hija de dónde vienen sus padres, le daremos todo el cariño, y sé que va a sentir orgullo de nosotros».

Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/05/24/planeta_futuro/1558722462_445360.html

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México es primer lugar en violencia y abuso infantil en la OCDE

América del norte/México/26 Julio 2018/Fuente: Vanguardia

En el país, 3.1 menores son asesinados al día, de 2006 a 2016 se han reportado casi 7 mil desaparecidos que no han sido localizados

Ciudad de México. En el país, 3.1 menores son asesinados al día, de 2006 a 2016 se han reportado casi 7 mil desaparecidos que no han sido localizados, uno de cada tres dice sufrir agresiones dentro de la escuela y el país se ubica en el primer lugar en casos de violencia y abuso sexual a niñas entre las naciones que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), dijo Ricardo Bucio Mújica, secretario ejecutivo del Sistema Nacional de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes (Sipinna).

Señaló que los casos reportados de desaparición están relacionados con el crimen organizado, y muchos de ellos están ligados también “a situaciones no resueltas de conflictos familiares, es decir, la mediación familiar es un tema de protección integral para los niños tan fuerte como el de seguridad pública”.

En entrevista colectiva, dijo que Guanajuato, Tamaulipas, Quintana Roo y Tlaxcala son estados donde más violencia sufren los menores.

Bucio Mújica acusó que faltan recursos para la atención de las niñas, niños y adolescentes. El grupo poblacional de cero a cinco años es al que menos dinero se le asigna.

Pidió que los gobiernos de todos los niveles se comprometan con esta población. Son más de 13 millones de personas que tienen entre 12 y 17 años de edad, “que son vistos desde la política pública como un tema de conflicto” donde no hay iniciativas de desarrollo y de crecimiento claro.

El secretario del Sipinna señaló que una vez que le sea entregada la constancia de presidente electo a Andrés Manuel López Obrador dialogarán con su equipo para comenzar la transición. Resaltó los apoyos que se les estarían entregando a los jóvenes, pero dijo que éstos tienen que ser integrales.

Christian Skoog, representante del Fondo de las Naciones Unidas para la infancia (Unicef) en México sostuvo que la violencia que viven los niños y adolescentes es generalizada, las agresiones las encuentran en sus casas, las escuelas y en la calle.

Tanto la Unicef, como el Sipinna y la Comisión Nacional de Seguridad (CNS) participaron en la inauguración de trabajos de la Red Nacional de Adolescentes en la que 47 jóvenes de diferentes entidades del país buscarán propuestas que ayuden a atender la violencia que viven.

Christian Skoog dijo que es importante empezar en los hogares para que no se presenten casos de violencia.

Mireya Barbosa, titular de la Unidad de Desarrollo e Integración Institucional de la CNS dijo que la violencia en los niños y adolescentes aumenta los factores de riesgo, los limita en su acceso a la educación, perjudica su salud pero sobre todo a su bienestar en general.

Fuente: https://www.vanguardia.com.mx/articulo/mexico-es-primer-lugar-en-violencia-y-abuso-infantil-en-la-ocde

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África: El trabajo infantil es una lacra silenciosa

Redacción: Opinión

Entre los compromisos que hemos adquirido a nivel mundial a través de la Agenda 2030 hay un tema del que apenas se habla y que, sin embargo, limita las oportunidades de desarrollo físico, mental y social de 152 millones de niños y niñas en todo el mundo, llegando a poner en peligro su salud y sus vidas.

Hablamos del trabajo infantil, y en particular del trabajo en condiciones extremas y peligrosas, que afecta a 73 de esos 152 millones de niños entre 5 y 17 años, en lo que supone una gravísima violación para sus derechos.

Ya sea extrayendo oro o coltán en minas de Camerún o República Centroafricana, recolectando algodón en China o Pakistán, en fábricas textiles o tecnológicas en Bangladesh o Turquía, rebuscando en vertederos en Brasil o India, o invisibles como empleadas domésticas en Filipinas o Togo, niños y niñas extremadamente vulnerables soportan largas jornadas en entornos insalubres, sufriendo distintas formas de violencia y sin ningún tipo de protección, a cambio de pagas exiguas con las que contribuir a las necesidades de sus familias.

Un niño que trabaja no va a la escuela, está expuesto a problemas de salud debidos a la contaminación con pesticidas o químicos, la falta de higiene, una alimentación insuficiente y la realización de esfuerzos excesivos para su edad, y es una víctima indefensa frente al aislamiento, los abusos y la violencia verbal, física o sexual. En todas estas situaciones, se producen graves vulneraciones de derechos: el derecho a la educación, al juego, a la salud, a la protección… en definitiva, privamos a estos niños de su derecho a ser niños.

Se han logrado avances significativos desde el año 2000. El número de niños que realizan trabajos peligrosos se ha reducido a más de la mitad. Pero el progreso es demasiado lento si queremos cumplir la promesa marcada en la meta 8.7 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de acabar con el trabajo infantil para el año 2025. Por tanto, es imprescindible impulsar medidas y programas que cambien esta situación y ofrezcan esperanza y oportunidades a todos los niños.

No debemos olvidar que el trabajo infantil está vinculado a la pobreza y la vulnerabilidad. Por tanto, las estrategias para erradicarlo han de abordar estas causas profundas e interconectadas. Es fundamental que las familias cuenten con ingresos e información suficientes sobre la importancia de la educación, contar con redes eficaces para detectar y apoyar a los niños y niñas en riesgo de exclusión, así como generar cambios sociales y un entorno protector de la infancia, que condene y prevenga que los niños trabajen.

Merece una mención especial el impacto de los conflictos y otras crisis humanitarias. Ante situaciones de inestabilidad y pérdida de fuentes de ingresos, las familias activan distintos mecanismos de respuesta: utilizar los ahorros, pedir ayuda a familiares y amigos, solicitar préstamos, etc.

Cuando las crisis se prolongan en el tiempo, estas opciones se agotan y entran en juego mecanismos «negativos», entre los que se encuentra el trabajo infantil. Como ejemplo, entre los refugiados sirios en Jordania en 2015, un 47 por ciento de las familias manifestaron depender total o parcialmente de los ingresos generados por un niño o niña.

Fuente: http://www.opinion.com.bo/opinion/articulos/noticias.php?a=2018&md=0706&id=259552

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Revisan todas las guarderías chinas tras denuncias por abuso infantil.

Asia/China/28.11.2017/Autor y Fuente: http://www.prensa-latina.cu
Todas las guarderías de China están hoy bajo investigación por orden del Consejo de Estado luego de varias denuncias sobre abuso infantil en distintos centros, la última se registró en Beijing y conllevó a una pesquisa policial.
El gabinete orientó las indagaciones para determinar si en realidad algunas instituciones incumplen con las reglas educativas y aplican prácticas contrarias a la protección de los menores.

La medida responde a una cadena de denuncias reportadas en las últimas semanas acerca de la conducta inadecuada de profesores en diferentes guarderías del país.

El último caso explotó el jueves en esta capital, donde varios padres presentaron quejas sobre el uso de agujas y pastillas desconocidas con los infantes en una institución preescolar del céntrico distrito de Chaoyang.

De inmediato, la policía abrió una investigación que incluye la revisión de las cámaras de seguridad y pruebas forenses.

Según varios reportes de la prensa local, algunos profesores están suspendidos mientras dure el proceso.

Además, la Comisión Educacional de Beijing ordenó chequear en cada una de las guarderías de la ciudad las actividades que puedan dañar la salud y seguridad de los menores, antes de tomar las medidas pertinentes para proteger sus derechos.

Fuente: http://www.prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=134177&SEO=revisan-todas-las-guarderias-chinas-tras-denuncias-por-abuso-infantil

Imagen: http://www.prensa-latina.cu/images/2017/noviembre/25/guarderias-chinas.jpg
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