El honor del Ejército español

Por: Lidia Falcón

La ministra de Defensa Dolores de Cospedal ha pedido perdón en nombre del Estado a las víctimas, y a sus familiares, del siniestro del avión Yak42 que se estrelló en Turquía, en el monte Pilav cerca del aeropuerto de Trebisonda el 26 de mayo de 2003 con 75 personas a bordo. El pasaje lo formaban 62 militares españoles, que regresaban a España tras cuatro meses y medio de misión en Afganistán y Kirguistán; todos ellos fallecieron junto a doce tripulantes ucranianos y un ciudadano bielorruso.

Pidió perdón en nombre del Estado, institución impersonal y que no tiene alma y honor, en vez del gobierno, cuyos integrantes sí son seres humanos, que en aquel momento administraba las acciones del Ejército y que era el verdadero responsable de la tragedia. Cospedal reconocía que se había contratado un avión cuyas condiciones no eran adecuadas para el vuelo y se había procedido a ordenar las identificaciones de las víctimas con tanta precipitación, y sin precisión alguna, que 30 de las 62 cadáveres fueron falsamente atribuidos a hombres que no eran las víctimas, con certificados de ADN  que no correspondían, y metiendo revueltos en los ataúdes restos de unos y de otros.

No pidió perdón Federico Trillo que era el ministro Defensa en aquel episodio y que fue el que organizó el vuelo y las identificaciones. No ha pedido perdón José María Aznar que era el Presidente del Gobierno en aquella época. No ha pedido perdón Mariano Rajoy que es el Presidente del Gobierno hoy.

Dolores de Cospedal, que ya se ve que hace carrera asumiendo explicaciones, responsabilidades y perdones bastante incómodos, como sucedió con Bárcenas y ahora Trillo, nos ha leído el informe del Consejo de Estado, que, 13 años y medio más tarde, descubre que la contratación del avión que debía repatriar a nuestros militares desde Afganistán fue muy inadecuada. Se contrató un Tupolev soviético, viejo, destartalado y sin mantenimiento, porque era más barato.

José Bono, ministro de Defensa que sustituyó a Trillo cuando cambió el gobierno, explicó que el Ministerio de Defensa pagó 135.000 euros por ese trasto pero que a la empresa contratada únicamente llegaron 35.000, y asegura que nadie sabe a donde fueron a parar los otros 100.000. Como tampoco nunca se ha encontrado el contrato que debió firmar el ministro, o algún alto mando, con la empresa que administraba el avión. Nadie tampoco ha intentado averiguarlo.

Antes de la tragedia varios de los militares destinados en aquellas zonas escribieron al Ministerio denunciando que los traslados de las tropas se hacían en condiciones deplorables. Viejos aviones desahuciados que ningún gobierno de otro país alquilaba. Sin espacio siquiera para sentarse –he visto alguna foto con los hombres en el suelo- y que a la vez transportaban carga, que, apenas sin sujeción, se volcaba sobre los pasajeros.

Los procesos que se iniciaron a denuncia de los familiares han concluido, uno tras otro, absolviendo de responsabilidades al ministro –la complicidad del Poder Judicial con el Ejecutivo es evidente-  y condenando –levemente- a algunos militares que participaron en el desaguisado de las identificaciones de los cadáveres, y que fueron inmediatamente indultados por el gobierno de Mariano Rajoy.

Este retrato de uno que parece incidente aislado, es sin embargo una fotografía exacta de un Ejército y de un gobierno. Porque ni el ministro Trillo ni el Presidente del Gobierno han pedido perdón, pero tampoco los altos mandos militares que conocieron la operación, los médicos forenses que no hicieron las autopsias y que aceptaron firmar los certificados falsos, los mecánicos que supervisarían la operativa y dieron por bueno el vuelo, los inspectores que investigaron y aseguraron que el accidente se debía a un fallo humano, los oficiales que no se arredraron de declarar en público que el avión reunía las condiciones adecuadas.

En las televisiones hemos visto a un teniente coronel, con todo el empaque, afirmar que las identificaciones de los cadáveres estaban bien realizadas porque todos llevaban la placa con su nombre, para, unos diez años después, declarar en el juicio que únicamente unos cuatro o cinco las portaban. Este fue condenado y rápidamente indultado. No he podido averiguar si ha regresado a su puesto en el ejército.

Lo cierto es que este Ejército tan bendecido por la Monarquía y exaltado por los medios de comunicación serviles y pagados para mantener el engaño de la bondad y el prestigio que no se merece, no se ha pronunciado en ningún momento para aceptar los errores que se produjeron al escoger el avión. No considera que debe explicar la verdad de los negocios que alguien estaba haciendo con las contrataciones de los vuelos. Y ni pensar en pedir perdón a los familiares de las víctimas y a toda la ciudadanía española que no solo les pagamos, sino que permitimos que luzcan un uniforme que nos representa y se exhiban orgullosamente en los desfiles, que también pagamos, mientras reciben diariamente los elogios de políticos y  medios de comunicación por “su extraordinaria labor” “a favor de la paz y de la solidaridad internacional”.

Ni los altos mandos militares ni los medianos. Ni los que conocían las circunstancias que se daban en esos vuelos de retorno de las tropas ni los que estuvieron directamente implicados en la contratación, la puesta a punto de la aeronave, el control de vuelo, la búsqueda de las víctimas, las autopsias de los cadáveres, las informaciones que se publicaron, las ruedas de prensa que nos ofrecieron y sus declaraciones en la televisión. Ni más tarde en los juicios ni por fin, ahora, cuando el informe del Consejo de Estado ha denunciado alguna de las infamias que cometieron.

Se pide perdón para consolar a las víctimas pero sobre todo para restaurar en alguna medida el propio honor mancillado por los crímenes cometidos. Que no hayan pedido perdón los gobiernos del PP que provocaron la tragedia y después han intentado ocultarla, maquillarla y falsificarla, no nos resulta demasiado sorprendente porque ya sabemos que esos gobiernos no tienen honor.

Pero que el Ejército, que presume de arriesgar la vida por proteger al pueblo, que es el garante de las más altas esencias de nuestro país, no lo haga, resultaría más indignante, si no fuera porque desde hace 80 años sabemos que el Ejército español no tiene ninguna estima por su propio honor.

Fuente: http://blogs.publico.es/lidia-falcon/2017/01/18/el-honor-del-ejercito-espanol/

Imagen: http://actualejercitospanish.blogspot.com/

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Siria: Clases de violín para acallar las bombas

Asia/Siria/10 de noviembre de 2016/Fuente: el pais

Una exprofesora criada en Alepo relata su vida en la ciudad que se ha convertido en un frente de guerra

Alepo es mi hogar, mi casa. He crecido en estos barrios, a 500 metros de lo que hoy es una línea de fuego. A pesar de la guerra que nos asola y rodea, había evitado lo peor. Hasta ahora.

Trabajaba como profesora de inglés, y siempre me ha encantado escuchar las historias que los niños me cuentan. Me uní al equipo de Unicef en Alepo en 2015, y desde entonces he tenido el privilegio de escuchar historias en boca de niños a las que no había llegado ni habría llegado de otra manera. A muchos les agrada que me quede a escuchar cómo han cambiado sus vidas y cómo se enfrentan a la realidad de esta guerra salvaje.

Vivir en Alepo es un reto diario. Al principio, adaptarse a esta situación fue muy duro para todas las personas que vivimos aquí. Con el tiempo, hemos aprendido a hacerla frente. Antes de la guerra teníamos agua y electricidad. Hoy pasamos la mayoría del tiempo con velas, tenemos electricidad solamente unas horas al día. Aunque hay días que no tenemos ni un minuto.

Pasa lo mismo con el agua. Antes de la guerra no le prestábamos una atención especial y podíamos gastarla. Hoy valoramos cada gota. Cada familia tiene un tanque, y cuando se acaba, buscamos alternativas. Al entrar en cualquier cocina de Alepo encuentras cada botella, vaso o recipiente con agua.

Salir de casa, ir a la calle, también se ha vuelto peligroso. Hay bombardeos constantemente. Antes podía salir con mis amigos, reírme y charlar. Hoy me quedo casi siempre en un lugar cubierto, el simple acto de encontrarme fuera con un amigo se ha vuelto casi imposible.

Me he prometido leer única y exclusivamente cosas positivas. Para las tragedias, me basta con mirar por la ventana

La mayoría de los días no sabemos qué nos brindará el siguiente, si lo superaremos o no. Recuerdo que durante el Ramadán del año pasado, justo cuando íbamos a romper el ayuno, empezó un bombardeo. Fue intenso, nos quedamos a oscuras y sin saber qué hacer, huir o no huir. La única pregunta que atravesaba mi mente era si sobreviviría o no al día siguiente.

Eid es la fiesta que marca el fin del Ramadán a mediados de verano, y es cuando los niños estrenan ropa, reciben regalos, juegan y visitan a sus familias. En el último Eid los niños de Alepo esperaban largas colas bajo el sol para recoger algo de agua.

Y este año, los niños en Alepo tuvieron solo unos cuantos días de paz durante el Eid antes de que los combates empezaran de nuevo. Fue la época más terrible para los niños, muchos murieron o resultaron heridos. No hay lugar seguro para los pequeños en Alepo. Las bombas no discriminan cuando se trata de repartir muerte. Es desgarrador ver a los críos moviéndose de un lugar a otro sin cesar, a familias enteras viviendo en las calles, en las mezquitas, en colegios, o incluso en autobuses que ya no funcionan.

En estas condiciones, los niños buscan maneras de hacer frente a sus miedos, quizás porque no piensan en el futuro de la misma manera que sus padres. Es maravilloso ver cómo se adaptan.

El camino a la escuela en Alepo es muy peligroso. ZAYAT (UNICEF)

El simple hecho de ir al colegio puede ser mortal en Alepo. Hace unos días me enfrenté a todo el horror de esta guerra. Me levanté como un día más, pero ya a las ocho de la mañana recuerdo salir corriendo con los colegas de Unicef por un bombardeado justo al lado de un colegio de primaria. Nos dimos toda la prisa que pudimos para llegar al Hospital Razi, uno de los dos últimos centros gratuitos en Alepo. Nos temimos lo peor.

Nada te prepara para ver un hospital en zona de guerra. Lo primero con lo que te encuentras es una escena que casi literalmente se describe como una carnicería: gente que grita y llora las pérdidas de sus seres más queridos, personas heridas, cubiertas de sangre…

El director médico nos informó de que dos niños habían muerto tras el ataque y otros dos estaban en la unidad de cuidados intensivos. En el momento en el que entrábamos en la UCI, el corazón de un niño dejó de latir. Los médicos y enfermeros le intentaron reanimar para devolverle la vida a aquel cuerpo, pequeño e indefenso, justo delante de nosotros. El monitor del corazón respondió con una línea plana. Nos confirmaron lo peor.

Me quedé de pie en una esquina de la habitación, con mi cámara en la mano, helada. El niño se había ido, justo en aquel instante. Tuve que huir de aquella habitación. Me encontré con el padre fuera, que esperaba noticias. No me puedo olvidar de sus ojos, su mirada. Una mezcla de miedo y esperanza. Sencillamente no pude seguir allí y ver su mirada cuando escuchara la noticia de la pérdida.

En Alepo vemos secuestros, accidentes, choques y bombardeos. Antes nos calmábamos diciendo: ‘Este año acabará’. Pero ahora, no lo decimos más

Nos llevaron escaleras abajo, para ver la escena más difícil de mi vida. Dos niñas muertas, que estaban quietas, como dormidas en camillas. Una todavía conservaba un lazo rosa en el pelo. Eran dos niñas. Parecía como si estuvieran todavía camino del colegio. Solo desee que su final hubiera sido rápido, que ni se dieran cuenta de que nunca más llegarían a la puerta de la escuela.

Jamás las olvidaré. Jamás.

En Alepo vemos secuestros, accidentes, choques y bombardeos. Antes nos calmábamos diciendo: ‘Este año acabará’. Pero ahora, no lo decimos más, simplemente nos adaptamos a la situación.

A pesar de la realidad con la que nos enfrentamos cada minuto, intentamos mantener la apariencia de cierta normalidad. Seguimos alegrándonos cuando hay una boda, una graduación, hasta cuando algún comercio, por pequeño que sea, florece.

Por mi parte, he decidido empezar a tocar el violín y estoy recibiendo ya alguna clase. Conozco a otras personas que también han empezado a aprender a tocar algún instrumento. Hemos aprendido… hemos tenido que aprender a apreciar las cosas pequeñas, las simples que antes dábamos por supuestas. Vivimos cada momento al máximo.

El lado positivo de esta guerra es que la mayoría de la gente en Alepo puede disfrutar de relaciones más estrechas con sus vecinos y con su comunidad. Pasamos mucho tiempo juntos, hablando, escuchando música, hasta aprendiendo a hacer punto. Ahora leemos más, aunque me he prometido leer única y exclusivamente cosas positivas. Para las tragedias, me basta con mirar por la ventana.

Basma Ourafli es hoy, tras haber sido profesora de inglés, trabajadora de UNICEF en Alepo. UNICEF Comité Español lanza su campaña centrada en niños en emergencia

Fuente: http://elpais.com/elpais/2016/11/04/planeta_futuro/1478272471_162343.html

Imagen: ep01.epimg.net/elpais/imagenes/2016/11/04/planeta_futuro/1478272471_162343_1478274132_sumario_normal_recorte1.jpg

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