Por: Fernando Latrille/elcohetealaluna
Adriana Puiggrós repasa la vigencia del pensamiento del revolucionario pedagogo brasileño
El 19 de septiembre se cumplieron 101 años del natalicio del pedagogo brasileño Paulo Freire, creador de una metodología revolucionaria utilizada en Brasil en campañas de alfabetización. Quienes pretendían educación para pocos no le perdonaron sus convicciones: perseguido ideológicamente, fue un preso político después del golpe de Estado de 1964 y sufrió un largo exilio. Sus ideas –pese a su muerte en San Pablo en 1997– siguen vivas, por rotundas y sugerentes, para todos los lectores que se aproximan a su obra. Freire marcó un hito en el pensamiento pedagógico.
El Cohete a la Luna rescata su pensamiento en diálogo con la doctora en pedagogía Adriana Puiggrós, quien destaca “la importancia de poner a Paulo Freire en el marco de la historia democrática y popular de América Latina porque sus ideas han sido expropiadas por sectores que no se condicen con sus principales principios, con los ejes de su pensamiento”.
Puiggrós explica que “ha habido una captura por parte de organismos internacionales, por parte de sectores social demócratas, incluso intereses de alguna ONGs, que fueron despojando a Paulo Freire de elementos que son los que realmente impactan, no simplemente en una transformación de la educación, de las concepciones educativas populares en América Latina. Lo que hacen es quitarle toda la fuerza que tiene una corriente educativa” que, por ejemplo, “la podemos encontrar en la Colonia, en muchas experiencias de educación indígena. Las experiencias de los propios jesuitas en la Colonia o la experiencia hecha en Tlatelolco de educación indígena; podemos encontrar una línea de educación popular, incluso hay algunos trabajos sobre educación de los mapuches durante la Colonia. Luego, por supuesto, llegando a Simón Rodríguez, pasando por momentos muy importantes de la educación democrática durante la independencia”, sostiene Puiggrós, apuntando a quienes desean vaciar a Freire de toda esa corriente histórica que lo antecedió.
En la foto superpuesta y borrosa, año aproximado 1990, se puede ver a Adriana Puiggrós, Paulo Freire y su compañera Ana María Araújo en Buenos Aires, en uno de sus últimos viajes a nuestro país.
Densidad histórica
La docente, ex viceministra de Educación y asesora del Presidente de la Nación destaca que durante la Independencia “se discutía qué tipo de educación se iba a llevar adelante, donde (Juan José) Castelli tuvo mucha importancia, en la misma época en que Simón Rodríguez luchaba por una educación que tuviera base en el pueblo, en los sectores populares”. Y si seguimos esa historia –esa que desean ocultar quienes desde una concepción neoliberal se apropian de Freire para vaciarlo–, “vamos a llegar a muchos movimientos emancipadores y figuras del siglo XX, vamos a encontrar el Manifiesto de los Pioneros de la Educación Nueva que, sin ninguna duda, estuvo en los antecedentes de Paulo Freire”. Para Puiggrós es importante subrayar esos historiales “porque siempre se menciona como antecedente de Paulo Freire la lectura de (Emmanuel) Mounier o (Jacques) Maritain, lo cual es cierto, pero digamos que no se redujo a eso. Había una tradición en Brasil que era una línea, lectura, de la Escuela Nueva, con influencia del pragmatismo de John Dewey”.
Puiggrós, quien también es profesora consulta de la Universidad de Buenos Aires, destaca las ricas experiencias que influyeron en el pedagogo, como “el asentamiento de la escuela activa en Brasil, que fue muy importante y de alguna u otra manera influyó en Freire. Por supuesto está, además, la gestión de (José) Vasconcelos en México, en 1923, que es una maravillosa experiencia de educación popular, quizá la más importante que hubo en el siglo XX, antes de Freire. Y también (Juan Carlos) Cárdenas y la educación peronista. Descubrimos, por lo tanto, que hay una densidad histórica detrás de la figura de Freire”.
Un salto cualitativo
“Freire tiene algunos conceptos que calan muy fuerte y que producen –de alguna manera– que haya un salto cualitativo en el pensamiento pedagógico, democrático y popular de América Latina”, precisa Adriana Puiggrós. “Como la idea de que la educación está profundamente vinculada a la política, como la idea de que la educación no necesariamente tiene que ser autoritaria, sino que puede ser dialógica. Que en la educación juega un papel fundamental el vínculo y que la educación mira al futuro. La educación puede abrir la perspectiva, lo que él llama ‘el inédito viable’”.
Para la doctora en pedagogía, fueron esos conceptos, “junto con la idea de una educación emancipadora… Esta idea de la emancipación es una de las que más vienen de la tradición democrático-popular de la educación latinoamericana, las que constituyen este conjunto de ideas en un paquete teórico político-educativo que caló en muchos sectores y que tuvo una influencia, no solamente en aquellos que leyeron, que fueron estudiosos de Paulo Freire, sino que –sin dudas– tuvo una influencia en el conjunto de los educadores y de la educación en América Latina”.
La profesora de la Universidad Pedagógica Nacional expresa también que, en la actualidad, Freire está presente “en la educación dialógica, que es la forma en que más se ha extendido. La idea del docente autoritario, la escuela que impone, es solamente patrimonio de una derecha conservadora”. Y advierte que “hay que tener cuidado con las lecturas de Freire, las interpretaciones y los usos de Freire. Hay una versión –un uso– desde el neoliberalismo, donde se extrema la postura de Freire hacia una noción de libertad que no es la de Freire. La libertad para Freire estaba muy vinculada a la emancipación, y él es muy claro en ese sentido. Y es muy claro en resaltar el papel del docente. Es decir, el hecho que exista una educación dialógica no quiere decir que se borre la figura del docente ni que se pierda la transmisión de la cultura de una generación a otra”, destaca.
En ese sentido, Puiggrós alerta nuevamente sobre la utilización por parte de sectores de la derecha de Paulo Freire, cuando “el liberalismo reforma esta idea de libertad, al separarla de la idea de emancipación”. También advierte, en su agudo análisis sobre los errores que se cometen desde los sectores liberales que hacen “un uso de Freire como si hubiera tenido un pensamiento como el de Iván Illich, cuando en realidad tuvieron posiciones contrarias e incluso entraron en una fuerte polémica”. La posición de Freire era muy distinta. Remite a una construcción de saber, una posición de construcción del vínculo y no su disolución, como propone el austríaco Iván Illich con su teoría de la des-escolarización.
En tiempos de modernidad líquida –como tituló Zygmunt Bauman a su fundamental libro–, les trabajadores de la educación seguimos apelando a Paulo Freire. Lo hacemos con interrogantes. ¿Cuánto tiempo dedicamos en el aula a que se adquiera experiencia? ¿Buscamos hacer posible aquella escuela de la pregunta y no de la respuesta de la que hablaba Freire? ¿Cuánta experiencia se logra dando respuestas y cuánta elaborando interrogantes? ¿Qué espacio brinda la escuela que construimos todos los días con nuestras prácticas a que les alumnes se permitan pensar? El avance tecnológico dio paso a un nuevo alumne, pero esto no significa que acompañar a una sociedad en cambios permanentes implique abandonar lo más positivo, vigente y revolucionario que Paulo Freire nos enseñara al decirnos que “la liberación auténtica, que es la humanización en proceso, no es una cosa que se deposita en los hombres. No es una palabra más, hueca, mitificante. Es praxis que implica acción y la reflexión de los hombres sobre el mundo para transformarlo” [1].
Traer a Paulo Freire a la actualidad implica valorar las categorías elaboradas por el pedagogo, que sin dudas ponen en jaque al discurso educativo neoliberal de los pesados y pasados cuatro años de Cambiemos: el vínculo entre educación y política; la educación basada en el diálogo y en el reconocimiento del otro, no en la negación, barriendo con la educación “bancaria”, son ideas que sirven al presente. Cuando en su libro Pedagogía del Oprimido, Freire diferencia la concepción “bancaria” –en la que el educador va llenando al educando de falso saber, de contenidos impuestos– y la práctica problematizadora –en la que los educandos van desarrollando su captación y comprensión del mundo–, nos dice: “La primera es ‘asistencial’, la segunda es crítica; la primera, en la medida que sirve a la dominación, inhibe el acto creador y, aunque no pueda matar la intencionalidad de la conciencia como un desprenderse hacia el mundo, la ‘domestica’, negando a los hombres en su vocación ontológica e histórica de humanizarse. La segunda, en la medida en que sirve a la liberación, se asienta en el acto creador y estimula la reflexión y la acción verdadera de los hombres sobre la realidad, responde a su vocación como seres que no pueden autenticarse al margen de la búsqueda y de la transformación creadora” (Freire, 2010:89-90).
Esa concepción “bancaria” reinó con la instalación del Operativo Aprender, que reducía a los educadores a meros “aplicadores”. En una evaluación inconsulta, debían “aplicar” a los educandos, a los que se los veía como vasijas a las cuales había que llenar con la aplicación. Los “aplicadores” debían concurrir a otros establecimientos educativos y realizar la aplicación (evaluación), con quienes no tuvieron ningún vínculo, ni compartieron trayectoria, ni historia en común, a contramano de lo que nos enseñó Freire como primordial para establecer la horizontalidad de un vínculo de diálogo para la construcción de conocimiento, que con la prueba estandarizada se descartaba. Quienes nos opusimos como trabajadores de la educación a esa idea “bancarizada”, lo hicimos recurriendo a Paulo Freire.
Si bien Freire, como nos enseña Adriana Puiggrós, es un hombre del siglo XX y también lo es su pensamiento [2] (sus ideas nacen con el Che Guevara haciendo la revolución, con la Teología de la Liberación), y el nuestro es un contexto donde el siglo XXI nos atravesó con la hegemonía neoliberal (que interrumpió el avance de gobiernos populares), las ideas del pedagogo, sin olvidar el tiempo en el que las escribió, perduran. Son vigentes ante ese intento de barrer con la experiencia y aplicar la tecnocracia y meritocracia en las escuelas, como vimos en la Argentina con Cambiemos.
Freire también vuelve a nosotros una y otra vez con su libro Cartas a quien pretende enseñar, que publicó en 1993, donde nos recuerda que “somos militantes políticos”. Nuestra tarea no se agota en la enseñanza de la materia que abordamos en el aula, sino que exige ese compromiso político “en favor de la superación de las injusticias sociales” (Freire: 102) [3]. Y es ahí donde debe estar nuestro compromiso: como trabajadores de la educación, somos actores políticos que debemos frenar la privatización impulsada por corporaciones, fundaciones y ONGs que ven allí un negocio sin fin.
[1] Freire, Paulo, Pedagogía do oprimido, Editorial Tierra Nueva, 1970. (Pedagogía del Oprimido, 2010, 3ª edición, 3ª reimpresión, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, página 83).
[2] Puiggrós, Adriana, “El pensamiento de Paulo Freire en tiempo presente”. Conferencia de inauguración de la Cátedra Libre Paulo Freire de la UNLP, 2019.
[3] Freire, Paulo, Profesora sim: tia nao, cartas aquem ousa ensinar, Sao Paulo, Olho d’Agua, 1993. (Cartas a quien pretende enseñar, 2010, 2ª edición, 3ª reimpresión, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, disponible en https://bit.ly/36gatzA [noviembre 2021].
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