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Aprendizaje del Siglo XXI – La Ubicuidad como Escenario Educativo | Video

Perú / 14 de octubre de 2018 / Autor: Combatiendo la Brecha Digital / Fuente: Blog de Gesvin

Hola:

Compartimos un interesante video sobre “Aprendizaje del Siglo XXI – La Ubicuidad como Escenario Educativo

Un gran saludo.

 

 

Fuente: https://gesvin.wordpress.com/2018/08/05/aprendizaje-del-siglo-xxi-la-ubicuidad-como-escenario-educativo-video/

ove/mahv

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Tecnología en las aulas: los celulares ya no son el peor de la clase

Argentina / 5 de noviembre de 2017 / Autor: Rubén Valle / Fuente: MDZ

Aunque hay docentes y directivos que los consideran «elementos distractivos», los teléfonos inteligentes se incorporan a la enseñanza. Las contundentes estadísticas del uso en niños y adolescentes justifican el replanteo.

Montada en la consigna «si no puedes contra ellos, úneteles», la educación empieza a abrirle -tardíamente- la puerta a los teléfonos inteligentes en lugar de echarlos del aula como al revoltoso de la clase.

Después de mucho debatirse, sobre todo de este lado del mundo, ahora se llega a la conclusión de que esos aparatejos tan seductores como adictivos sirven para mucho más que sacarse cientos de selfies o interactuar con fruición en las redes sociales.

La realidad de este fenómeno es demasiado contundente como para seguir omitiéndola. Según el estudio Kidditos, realizado por la consultora Markwald, La Madrid y Asociados, 7 de cada 10 niños de entre 4 y 5 años ya usan el celular para jugar con aplicaciones, escuchar música y ver videos.

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En cuanto a chicos y adolescentes, una investigación de Unicef asegura que en Argentina hay más de 13 millones, de los cuales 6 de cada 10 se comunican por celular y 8 de cada 10 usan internet. «Es irrefutable que la tecnología atraviesa su existencia, impacta en sus modos de conocer, aprender, expresarse, divertirse y comunicarse», apunta María José Ravalli, especialista en Comunicación de esa organización.

El estudio Kids Online/Chic@s Conectados. Investigación sobre percepciones y hábitos de niños, niñas y adolescentes en internet y redes sociales concluye que la mayoría de los adolescentes se conecta a Internet a través del celular, utiliza las redes para intercambiar mensajes con amigos y en el 80% de los casos recurre a ese medio para hacer tareas escolares.

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Por ser un canal natural de los chicos para conectarse con el mundo e interactuar con los demás, «actividades como jugar en línea, chatear, buscar y compartir información y contenidos, son acciones cotidianas en sus vidas y, en definitiva, del ejercicio de su ciudadanía digital», destaca Ravalli.

El teléfono móvil es el dispositivo al que más apelan para navegar por la web, antes que a la computadora de escritorio, las tablets o las notebook.

 

Atentos a esta tendencia imparable, la UNCuyo impulsó recientemente el curso «Teléfonos Inteligentes, cómo aprovecharlos en el aula» para que los docentes reflexionen sobre la integración de los celulares en las clases, capitalicen las posibilidades que ofrecen las diferentes aplicaciones y puedan gestionar contenidos en estos u otros dispositivos tecnológicos.

Perdón, ¡vuelvan!

Una clara señal a favor de dejar atrás la demonización de los teléfonos se vio el año pasado en Buenos Aires, cuando el gobierno derogó una resolución de 2006 que impedía el uso de dispositivos tecnológicos en las aulas de escuelas públicas y privadas. Desde entonces quedó a a criterio de cada establecimiento escolar dejar entrar o no a las aulas no sólo celulares sino también notebooks, tablets y otros aparatos. Eso sí, «con fines pedagógicos», se aclaraba a pie de página.

«Vamos a cambiar el paradigma de cómo se enseña en el aula», prometía entonces el titular de la educación bonaerense, Alejandro Finocchiaro, a la vez que lanzaba el plan oficial Traé tu propio dispositivo al aula.

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En Mendoza, las aguas se dividen. Todavía hay instituciones y autoridades escolares que consideran al celular como un elemento que distrae al alumno (al comienzo de la actual gestión de la DGE se planteó una fuerte avanzada para sacarlos de las aulas), docentes que los utilizan convencidos de que aporta al aprendizaje y colegios que ya lo incorporaron como material didáctico. Este es el caso de la escuela José Vicente Zapata que hizo un relevamiento interno que concluyó en que el 95% de sus alumnos tienen teléfonos inteligentes. A partir de este dato, docentes, padres y alumnos acordaron un protocolo para darle un uso pedagógico al celular. Ahora lo aprovechan para la búsqueda de contenidos e imágenes en la web hasta para realizar trabajos puntuales, como por ejemplo reflexionar acerca del ciberbullying.

La inclusión digital

Para Unicef es fundamental avanzar en una política nacional de alfabetización digital que garantice el acceso equitativo a la información y al conocimiento. No contemplar que se está ante auténticos nativos digitales es un error que todavía se puede revertir con planes que sí o sí deben incluir una urgente capacitación de los docentes «analógicos».

Un paso más, tal vez el próximo, sea el del «aprendizaje ubicuo» que plantea el filósofo de la educación, Nicholas Burbules. Para este investigador estadounidense, si la tecnología no respeta fronteras, ¿por qué la enseñanza debería desarrollarse sólo entre paredes y no moverse con el portador de un dispositivo? ¿Por qué no unir la educación formal con la informal sin importar el contexto? ¿Por qué el aprendizaje y el entretenimiento tienen que considerarse como actividades separadas? Por estos pagos, todavía quedan demasiadas materias por aprobar hasta llegar a ese grado de ¿evolución?
La aldea global nos está llamando. Que no nos encuentre sin señal.

 

 

 

 

Fuente del Artículo:

http://www.mdzol.com/opinion/763684-tecnologia-en-las-aulas-los-celulares-ya-no-son-el-peor-de-la-clase/

 

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¿Qué significa hoy pensar una educación abierta?

 Por 

Las instituciones educativas se han configurado como estructuras organizacionales poco permeables a su entorno. Siempre atendiendo más a sus propias necesidades de reproducción y perpetuación, las prioridades han sido puestas en el esfuerzo por el mantenimiento de lo preexistente más que en atender al cambio. A pesar de ello, la irrupción de las tecnologías ha interpelado fuertemente estos reductos consiguiendo en muchos casos poner en jaque el corazón del sistema educativo tradicional. Sin embargo, ¿hemos podido asistir a la ruptura del “núcleo duro” de la escuela para verla adaptarse a este mundo en continuo cambio?

No pareciera. La escuela sigue siendo como una fortaleza, como aquellos castillos medievales con un foso y un alto muro de protección para poder “defenderse” de los embates del contexto. ¿Cómo lograr entonces que la escuela esté a tono con los cambios en las formas de aprender?

Hoy podemos reconocer a través de conceptos como el aprendizaje ubicuo planteado por Burbules las variadas posibilidades que tiene un sujeto de aprender en cualquier momento y lugar, ayudado por dispositivos tecnológicos. Si bien la escuela ha intentado incorporar la tecnología, no es tan claro que su inclusión sea planteada desde la valoración de estos aprendizajes sino desde formas que perpetúan sus estilos habituales. Las formas de aprender dentro y fuera de la escuela terminan siendo muy diferentes y –en muchos casos- menos significativas las que suceden dentro de aulas convencionales.

Cuando pensamos una educación abierta, necesariamente estamos proponiendo tender puentes entre aquellos aprendizajes invisibles como los que caracterizan Cobo y Moravec, motivados por intereses que surgen de la vida, y lo que la escuela presenta como saberes relevantes. ¿Podrán estas instituciones caracterizadas por la rigidez mostrar los quiebres o las rendijas por donde dejar lugar a estas nuevas formas de aprender?

Abrir la educación es sin duda pensar no solamente en todos los aprendizajes extramuros escolares sino también afrontar el desafío de lograr que la escuela cambie. Siendo la organización que históricamente ha sido la responsable de la transmisión de los saberes y la cultura, sin duda hoy se enfrenta a la necesidad de replantear sus funciones y formas esenciales.

En lo personal, estoy convencida de que si no atacamos la estructura más tradicional de la escuela tanto en lo inherente a la organización de tiempos y espacios para el aprendizaje como lo que atañe al orden de lo curricular y su eterna fragmentación y exagerada extensión, el cambio que podremos lograr será muy limitado. Se necesitará de decisiones políticas macro y micro para crear las condiciones de este cambio, no podremos pensar solo en el voluntarismo individual. Claro que no podrá lograrse de un día para el otro. ¿Pero cuándo comenzamos?

¿En qué podemos contribuir para ir configurando la educación abierta desde la escuela? Empezar por poner en cuestión las pequeñas afirmaciones naturalizadas como las formas de entender la enseñanza y el aprendizaje escolar que se presentan con fuerza de verdad inamovible. No todo puede ser una herencia que termine operando como un lastre y generando excusas para evitar el cambio. Muchas veces son las pequeñas cosas que hacen que la escuela no cambie asentadas en la vida cotidiana y sobre las que nos hacemos pocas preguntas. En la medida en que se perpetúen como supuestos incuestionables, será difícil mover la idea de “abrir la educación”. Debatir, intercambiar, argumentar, expandir, colaborar, tejer redes puede ser el primer paso para la educación abierta.

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Se suele identificar la idea de innovación con el uso de las tecnologías en la enseñanza y el aprendizaje. Sin embargo, no necesariamente tenemos que pensarla en este plano. No se trata solo de educación on line, de uso de dispositivos en el aula. Basta con revisar cómo con algunos conceptos como los de significado y sentido en el aprendizaje – acuñado el primero inicialmente por Ausubel y profundizados y ampliados por muchos autores como Coll– se comenzó a interpelar la transmisión lineal de información que puso en jaque el rol tradicional de la escuela y dio lugar a la entrada del conocimiento espontáneo en una signada por el conocimiento escolar y científico. ¿Qué sucedió en las escuelas con el interjuego entre estos conocimientos? ¿Se logró valorar al conocimiento cotidiano como pilar esencial de los aprendizajes escolares?

La innovación a veces está mucho más al alcance de lo que pensamos y responde a la necesidad de romper con tradiciones sobre las que no hay cuestionamiento alguno, sólo reproducción. La reflexión sobre la práctica profesional docente se constituye como un punto de partida ineludible.

A lo largo de la historia hemos asistido al desarrollo de diversos enfoques pedagógicos que irrumpieron en un escenario escolar y que sólo lograron plasmarse como experiencias excepcionales sin poder irrumpir en el sistema con la fuerza de un cambio. Paradójicamente, algo de lo que se llama “innovación” no resulta ser tan novedoso. Muchas de esas perspectivas, como el enfoque de proyectos que nace desde Killpatrick (1918) y Freinet (1920), recién empezó a tomar forma hace pocos años a través del Aprendizaje Basado en Proyecto (ABP), batallando ante la aún resistente tradición enfocada en la transmisión y la repetición. ¿No es acaso este también un ejemplo de cómo se comienza a abrir la educación?

Otro planteo inherente a la educación abierta tiene su raíz en la discusión “cambio total del sistema vs. innovación desde las aulas”. Si bien el debate innovación-cambio-mejora, que ya planteara en su momento Bolívar para los centros educativos, resulta una asignatura pendiente; suele manifestarse como uno de los primeros interrogantes: ¿se trata de esperar la decisión política que lleve a un cambio en el sistema o hablamos de generar la innovación desde las propias aulas y ver desde allí como expandirla?. No resulta una discusión menor en tanto y en cuanto nos remite a un escenario a donde todos esperan que otros comiencen lo que nadie empieza.

La educación abierta es una necesidad imperiosa que hoy no admite dilaciones si queremos que lo que se aprende en las instituciones educativas se constituya en algo verdaderamente relevante. Deberíamos pensarla sobre la base la base del acuerdo de los decisores políticos; los equipos docentes y de conducción de instituciones educativas; las asociaciones sociales; las comunidades de alumnos y padres. Mientras se fragmenten y aíslen los esfuerzos, pocas chances tendremos de impulsarla. Ya lo planteaba Cristóbal Cobo cuando hablaba de un “pacto” necesario entre los diferentes actores. Hablamos entonces de escuelas permeables a los aprendizajes que nacen en otros contextos; una enseñanza basada en integrarlos a lo que se define como ejes centrales del currículo; una acción pedagógica orientada a sacar provecho de cada oportunidad de aprendizaje, problema y desafío que nace de sus actores.

¿Es una utopía pensar entonces una educación abierta? Creo que no, que es más bien el producto de una necesidad imperiosa que se impone y que ya no es posible eludir. Nos queda el desafío de ponerla en marcha y expandirla.

Autora: Débora Kozak. Profesora y Rectora de la Escuela Normal Superior Nro. 1 de la Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Miembro honorífico de la Asociación Educación Abierta.

Fuente: http://educacionabierta.org/que-significa-hoy-pensar-una-educacion-abierta/

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