Inteligencia Artificial: Mirada, Cuerpo, Existencia

Por: Juan Di Loreto

Tanto nos detenemos en las palabras y olvidamos que la imagen del mundo es lo primero que nos constituye. John Berger lo había dicho: empezamos viendo. Venimos al mundo mirando, nos ven, descubrimos que podemos ser vistos, es decir, que hay un otro que ve como nunca nos veremos. Ojos y espejos por todos lados.

La imagen es una de las voces del silencio (parafraseo al gran Merleau-Ponty) que tenemos desde que somos arrojados a la existencia. La imagen que tan fácil se la degrada es nuestro primer modo de ser en el mundo. Somos una mirada sin palabras. Si empezamos a decir es porque hemos visto antes; incluso los ciegos, que ven con sus manos, que escuchan, que sienten en el paladar el gusto del mundo ya están viendo antes de hablar.

Nuestra vista, nuestro cuerpo en el mundo y nuestra circunstancia. Un poco eso somos. Esa mezcla rara, indefinida entre lo que vemos, nos ven, decimos y nos dicen y la manera corporal de transitar la existencia. Todo eso nos hace. En su Fenomenología de la percepción Merleau-Ponty lo decía así: “La unidad de los sentidos, la unidad de los sentidos y la inteligencia, la unidad de la sensibilidad y la motricidad”. El esfuerzo del filósofo francés por mostrar lo que la razón y el lenguaje siempre separó: somos un cuerpo, es más: somos un cuerpo que piensa, y el acto de pensar no está disociado de lo corporal, ambos se implica de una forma fundante. Separar la mente del cuerpo es un viejo truco facilista que parece explicar poco.

La imagen que tan fácil se la degrada es nuestro primer modo de ser en el mundo. Somos una mirada sin palabras

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II

Ahora bien, ¿todo esto qué tiene que ver con la Inteligencia Artificial? Las IA nacen como una mente pura, un intelecto descarnado. Y como ser intangible tiene sustraída la mirada. No tiene mirada. Puede acceder a imágenes, buscadores, cámaras… La IA ve, pero ver no es lo mismo que mirar. Mirar es sentir, incluso en la forma más cursi del término. Cuando nos enamoramos solo tenemos ojos para el objeto de amor que se roba todas las miradas. O a veces nos pasa que entramos al lugar de siempre y sentimos que algo falta. La IA tiene el acceso, los datos que transforma en imágenes, pero eso, eso no es ver.

Sólo juega con palabras. Relaciona. asocia, conjuga, remite, responde. Siempre responde. Es su gran alquimia, siempre responder. Pero sobre todo no ve. Es decir que la IA no tiene una imagen del mundo. Cuando le decimos: “Voy a la casa de mis viejos” no recuerda la casa de sus padres, ni a Julio Sosa cantando, ni se pone contenta ni triste. Si la literalidad existe debe ser entender las palabras en su sentido más estricto. Pero eso no es escuchar. Es asociar y conjugar una familia de términos. Las palabras siempre nos implican en su vacilación, su temblor, en la reminiscencia posible.

Ese malestar es lo que le falta a las Inteligencias Artificiales. Porque las IA no tienen la incomodidad del cuerpo o la sombra del recuerdo de las cosas. Mirar para nosotros es ver quizás por última vez. La clásica conciencia de la finitud. La IA vive en el presente puro de los datos que posee, todos al mismo tiempo, en un mismo lugar esperando a ser asociados.

Las IA nacen como una mente pura, un intelecto descarnado. Y como ser intangible tiene sustraída la mirada. No tiene mirada

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III

Le pregunto a ChatGPT, la IA conversacional como las llaman, sobre el tema de la mirada.

-Una inteligencia artificial puede ver?

-En sentido literal, una inteligencia artificial no puede ver como lo hacemos los seres humanos, ya que no posee ojos ni un sistema visual biológico. Sin embargo, las inteligencias artificiales pueden procesar información visual a través de cámaras u otros sensores de imagen, y a partir de ahí analizar, interpretar y tomar decisiones basadas en esa información.

Leo y releo la respuesta cuando encuentro un typo de la propia IA: “como lo hacemos los seres humanos”. Tal como decía Derrida en El monololinguismo del otro: tengo una lengua que no me pertenece. Siempre es así. No podemos evadir lo que nos es dado -el nombre, la lengua materna, el lugar donde nacimos, los comandos que escribieron el programa, el algoritmo- y nos tropezamos con las palabras. Y de ese tropezar salimos nosotros.

Hace poco salió la noticia de que una IA resultó ser más empática que un médico en sus respuestas. Incluso muchos están comenzando a hablar de “Empatía Artificial”

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IV

La IA no es como nosotros, se entiende. No tiene cuerpo, no puede percibir en el sentido en que uno percibe. Lo que parece darle menos mundaneidad, como diría Heidegger. La mundanidad es estar en el mundo para nosotros, es ese conocimiento que tenemos por ser-en-el-mundo. Por el mero hecho de existir tenemos cierta sabiduría.

Ahora bien, la IA está ajena a todo ese saber que no podemos explicar. Explicar la existencia es como explicar un chiste. La obviedad que salta es que la IA necesita un cuerpo. Se parecen a esos ángeles que pululan por Berlín en el filme de Win Wenders. Escuchan pero no pueden tocar. Por eso para lograr la perfección que quieren los optimistas de la técnica, porque en esto también estamos o apocalípticos o integrados, la IA necesita desacomodarse.

Hace poco salió la noticia de que una IA resultó ser más empática que un médico en sus respuestas. Incluso muchos están comenzando a hablar de “Empatía Artificial”. Si ya el concepto de empatía era dudoso para algunos pensadores por sacarle el lugar al otro, asignarle esta característica a un ser programado para responder todo es confundir la satisfacción de una demanda (la pregunta humana) a la respuesta siempre disponible.

¿Por qué decimos esto? Porque hasta ahora confiamos en un ente que está sustraído de ese saber que todo ser humano tiene. Sabe pero no sabe. Puede escribir 200 páginas sobre las biromes azules, pero nunca tuvo una birome en la mano. Nunca se le secó, ni se le rompió la punta, ni tuvo que ponersela entre los dedos para darle calor para que vuelva a escribir. Lo que le falta es el tránsito de las cosas. Porque al fin de cuentas lo que tiene la IA es una completud que la vuelve ajena, extraña, como un juego de palabras en un baldío sin fin.

Fuente de la información e imagen:  https://panamarevista.com

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Una implosión mayor y más rápida que en nuestras peores pesadillas

Por: Jorge Riechmann

Pronto será demasiado tarde, advierten quince mil voces desde el mejor conocimiento científico hoy disponible

El pasado mes de octubre se hacía pública en EEUU otra noticia más desde el frente de batalla de la guerra de las sociedades industriales contra la vida: se alertaba de una enorme mortandad de salmones en el estado de Washington, seguramente causada por contaminantes que resultan del tráfico rodado (polvo de desgaste de frenos, gasolina, gasóleo, fluidos tóxicos) . Uno de los ensayistas de referencia sobre cuestiones ecológicas, George Monbiot, que escribe regularmente en The Guardian, comentaba: “El mundo viviente está siendo machacado desde todos los ángulos y colapsa a una velocidad asombrosa. Tal es el efecto del crecimiento económico exponencial. El período de duplicación [del producto económico] es tan breve que vemos el colapso suceder ante nuestros ojos: insectos, salmones, tiburones (y casi todos los peces grandes), leones, elefantes, jirafas, anfibios, pájaros cantores, pingüinos… todos desaparecen mientras estamos mirando. Una implosión mayor y más rápida que en mis peores pesadillas. Pero ¿dónde está la urgencia política? ¿Las cumbres para hacer frente a la emergencia? ¿Las estrategias? Los gobiernos hablan de cualquier cosa excepto de esta catástrofe existencial, penetrada por la creencia religiosa de que el mercado de alguna manera lo resolverá. Cuando precisamente es ‘el mercado’ lo que está impulsando la catástrofe. El PIB es una medida de nuestro progreso hacia el desastre. En cuanto a los medios masivos, la consigna parecería ser ‘no mencionar la guerra contra el mundo natural’. Porque tan pronto como lo mencionas, el cuento económico se derrumba…”.

Monbiot no exagera: ante la magnitud de la Sexta Gran Extinción que hemos puesto en marcha, si se descorre el velo que pone ante nuestros ojos el negacionismo generalizado de la cultura dominante, uno se queda anonadado, casi mudo. Ningún logro humano –artístico, tecnológico, filosófico, económico…- podría justificar lo que estamos haciendo a los seres vivos y a la entretejida trama de la vida en la Tierra. Creo que nada puede compensar todo ese sufrimiento, tanta devastación.

La destrucción de vida viene causada por diferentes factores que interactúan: la pérdida de hábitats, el cambio climático, el uso intensivo de plaguicidas y varias formas de contaminación industrial, por ejemplo, están diezmando las poblaciones de insectos y aves. Pero –nos dice uno de los grandes economistas ecólogicos del mundo, el canadiense William E. Rees– “el motor general es lo que un ecólogo podría llamar el ‘desplazamiento competitivo’ de la vida no humana por el crecimiento inexorable de la empresa humana. En un planeta finito donde millones de especies comparten el mismo espacio y dependen de los mismos productos finitos de la fotosíntesis, la expansión continua de una especie necesariamente conduce a la contracción y extinción de otras. (Que los políticos toman nota: siempre hay un conflicto entre la población humana más su expansión económica y la ‘protección del medio ambiente’).

Más seres humanos, más automóviles, más toallitas desechables, más granjas de cerdos y más turismo significa menos vida en la biosfera del tercer planeta del Sistema Solar. Por otra parte, sólo una fatal ignorancia de nuestra ecodependencia hace que pensemos que esa catarata de extinciones no nos afectará a nosotros mismos. No sólo a través de nexos causales bastante obvios (por ejemplo, la gran cantidad de cosechas que en todo el mundo dependen de la actividades polinizadora de insectos, aves e incluso murciélagos) sino, de forma más general, porque es el buen funcionamiento de los intrincadísimos ciclos biosféricos (bio-geo-químicos) lo que hace que el planeta Tierra sea un hogar favorable para nuestra especie. Nosotros formamos parte de la misma naturaleza que estamos degradando; la guerra nos la hacemos también a nosotros mismos.

Nada de esto es muy nuevo: esta guerra contra la vida se intensificó desde 1950 aproximadamente (el período que conocemos como la “Gran Aceleración”) y ha conducido a resultados tan estupefacientes como que la mitad de los combustibles fósiles y muchos otros recursos utilizados por los seres humanos los hemos consumido apenas en los últimos cuarenta años –y encima con la distribución brutalmente desigual que es bien conocida . En 1992 la UCS ( Union of Concerned Scientists, Unión de Científicos Comprometidos, una benemérita organización estadounidense sin fines de lucro) lanzó una primera “Advertencia a la humanidad de los científicos del mundo”. La firmaban en aquel año de la “Cumbre de la Tierra” en Río de Janeiro más de 1.700 investigadores, entre ellos la mayoría de premios Nobel en ciencias que estaban entonces vivos . En el vigésimo quinto aniversario de aquella declaración histórica se ha hecho pública una segunda iniciativa, otra “ Última Llamada” que en este caso firman más de 15.000 investigadores e investigadoras de 184 países. La abrumadora mayoría de las amenazas y dinámicas destructivas descritas en 1992 continúan y casi todas “están empeorando de forma alarmante” .

La iniciativa procede de un equipo científico internacional dirigido por William Ripple, profesor de Ciencias Forestales de la Universidad Estatal de Oregón (EE.UU.). En un artículo publicado en la revista BioScience señalan que el bienestar humano se verá seriamente comprometido por el cambio climático, la desforestación, la mengua de acceso al agua dulce, la extinción de especies y el crecimiento de la población humana. “La humanidad no está tomando las medidas urgentes necesarias para salvaguardar nuestra biosfera en peligro”, avisan los científicos en la revista .

No hay nada de lo que valga la pena ocuparse que no esté en peligro, se nos dice que dijo Jimi Hendrix. Y Pier Paolo Pasolini, por aquellos mismos años: Siamo tutti in pericolo. “Pronto s erá demasiado tarde”, advierten quince mil voces desde el mejor conocimiento científico hoy disponible. Que este “ World Scientists’ Warning to Humanity: A Second Notice” no caiga en saco roto: “Pronto será demasiado tarde para cambiar el rumbo de nuestra trayectoria fallida, y el tiempo se acaba. Debemos reconocer, en nuestra vida cotidiana y en nuestras instituciones de gobierno, que la Tierra es nuestro único hogar”.

Fuente: http://www.eldiario.es/ultima-llamada/implosion-mayor-rapida-peores-pesadillas_6_709789024.html

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