Por: Andrés García Barrios
En esta nueva entrega de “La educación que queremos”, Andrés García Barrios explica cómo los atributos que son comunes al ChatGPT y a nuestro Shakespeare colectivo, pueden ser dos grandes herramientas para el trabajo en el aula.
Son tantos los expertos que hoy en día nos alertan contra los riesgos de la inteligencia artificial, que en este artículo me propongo fungir como intercesor de esa tecnología, por lo menos en un tema que me interesa especialmente, y que es afín a varias ramas de la docencia: su uso en la realización de textos creativos.
Mi primer impulso al abordar el tema sería poner en evidencia a los cientos de guionistas de cine y series “hollywoodenses” (me refiero al estilo que todos conocemos como tal, sea del país que sea), que en las últimas semanas se han dado a protestar contra el uso de la IA en la ejecución de tareas que creen que sólo a ellos les competen. Arguyendo, entre otras cosas, que dicha tecnología estandariza y deshumaniza los valores creativos, parecen olvidar que ellos mismos llevan décadas incurriendo en ese pecado, es decir, el de ejecutar guiones con base en un invariable patrón de éxito estadísticamente comprobado y arruinando la originalidad de muchísimas historias (propias o ajenas) para convertirlas en piezas estándar, en aras de asegurar el mercado. El hecho de que ahora reclamen al sistema el que favorezca a máquinas que hacen esa misma labor de maquila con más eficiencia, parece ─para decirlo de una forma amable─ tema para un guión sobre una de las mil maneras en que los seres humanos vendemos nuestra alma al diablo.
Pero les dejo a ellos la labor de escribirlo (o al chatbot que ya los haya sustituido), y refrenando ahora mi ira (que no es sino la de un espectador miles de veces defraudado), intentaré volcar mi energía en un enfoque más creativo del tema. A fin de cuentas, este temerario juego de ponerme del lado de la IA en materia de creación literaria me permitirá llevar al colmo mi fantasía, lo cual, aunque riesgoso, no deja de prometer grandes placeres.
Y así, el primero que me quiero dar es el de comparar al ChatGPT con William Shakespeare. Ya tendré tiempo de moderar esta exageración, pero verá el lector que no está tan injustificada como de entrada parece. Por lo pronto, para hacerla más verosímil, imaginemos que estamos hablando de un ChatGPT hiper-desarrollado y no de la versión actual, llena aún de múltiples limitaciones (al grado de que hace unos días, entre sus instrucciones, me regaló dos errores de escritura, poniendo parapharse the sentense en vez de paraphrase the sentence).
William Shakespeare es considerado por muchos como el escritor que más profundamente ha descrito el alma humana. No hay tema que no haya sido tratado por él, y de manera insuperable (sus obras completas serían el libro ideal para llevar a una isla desierta). La mirada del Cisne de Avón es tan abarcadora y a la vez tan detallada que se ha creído que tanta genialidad no puede ser obra de un solo ser humano, por lo que muchos afirman que Shakespeare es más bien el nombre que ocultaba a un grupo de personas reunidas en creación colectiva. La idea es que sólo un equipo de gente podría juntar tantas miradas provenientes de tantas partes.
Esta hipótesis del colectivo parece, sin embargo, refutada por la unidad indiscutible que caracteriza a la mirada de Shakespeare. Todas sus obras parecen escritas por un único autor; detrás de cada una de sus palabras flota un solo espíritu, una sola voz. Paradójicamente, esta voz única se caracteriza por algo que reafirma la hipótesis de la creación colectiva: en Shakespeare, como casi en ningún otro escritor, esa unidad no es una forma muy personal de tratar sus temas, sino más bien todo lo contrario: la voz de Shakespeare es una voz que desaparece para que hablen sus personajes; es algo así como la voz humana universal encarnando en Hamlet, Ofelia, Macbeth, Otelo, Desdémona y los cientos de caracteres principales y secundarios que hay en sus obras. A diferencia de los guionistas hollywoodenses que intervienen en la historia para reorientarla según intereses personales, Shakespeare nunca da noticia de sí mismo en sus obras: no emite opinión alguna y mucho menos mete la mano para agradar a nadie; deja que la acción corra siempre por cuenta propia. A este desapego hay quien le ha lllamado “indiferencia shakespeariana”, no en el sentido de que no da importancia a lo humano sino de que el autor se mantiene como alejado de toda posición personal frente a éste.
Y ahora, el golpe de la realidad: ¿no se parece todo esto que he dicho a nuestro ChatGPT hiperdesarrollado? ¿No reúnen sus productos “literarios” lo escrito por un colectivo de personas (en este caso, de los miles de millones que han publicado algo en la web)? Y este material, ¿no es seleccionado y reorganizado sin involucrar un criterio personal (puesto que nuestro ChatGPT no tiene ningún criterio)?
¿Inteligencia? ¿Artificial?
En otros artículos en este mismo espacio, he sugerido que tengamos cuidado para no humanizar a los robots con nuestro lenguaje: que no digamos que “nos sonríen” o que “son muy atentos”, por ejemplo. De hecho, creo que no deberíamos ni siquiera hablar de “inteligencia” cuando nos referimos a ellos, porque ésta es atributo de seres conscientes, y ningún robot lo es. El racionalismo de la edad moderna enalteció a tal grado la inteligencia que hemos acabado por separarla del resto de los atributos humanos, desecándola hasta el punto en que hoy a nadie le parece raro oír hablar de inteligencia artificial, cuando la frase podría sonar tan absurda como decir emotividad artificial o entusiasmo artificial, que por suerte siguen sonando aberrantes.
Pues bien, a lo anterior quisiera ahora añadir el error opuesto, que también es delicado. Lo cometemos al usar la palabra “artificial” para referirnos a creaciones que, aunque ejecutadas por una máquina, siguen siendo humanas. Debemos tener claro que los textos de ChatGPT no son artificiales: todo en ellos proviene de la estructura del lenguaje humano y de todas las inteligentes sensibilidades cuyos escritos se han subido a la red. Como mencioné, la máquina sólo realiza una clasificación y reagrupación de patrones, y un filtrado estadístico de datos, convirtiéndose en algo así como un artesano, en el sentido de que sus obras reúnen siglos de una tradición a la que ChatGPT no añade nada y sólo modifica a veces por accidente. Su misión (y su limitación) es conservar y transmitir a sus usuarios todos aquellos elementos de la expresión colectiva que ya se encuentran consolidados en patrones repetibles. Visto esto así, podemos decir que una historia de la inteligencia artificial deberá mencionar, entre sus precursores, a esas plantillas que desde hace milenios colocamos sobre los muros para pintar la misma figura las veces que queramos (la técnica se llama estarcido).
Si ChatGPT es capaz de contar historias actualizando patrones de literatura milenaria, no veo imposible que sus resultados superen a los de los guionistas estandarizados, que tantas dolorosas decepciones nos han causado a tantos. A quienes sólo pedimos un poquito de diversión inteligente, emotiva y sobre todo coherente para las tardes de domingo, no nos importará ─se los aseguro, y que Dios me perdone─ que el guion sea escrito por un humano o una máquina.
¿Qué le falta a ChatGPT para convertirse en Chat-Kespeare?
Para este intercesor de la tecnología, es triste tener que admitir que ChatGPT nunca será como Shakespeare. Es más, nunca será siquiera como esos nada geniales guionistas y dramaturgos que de vez en cuando atinan con un personaje o una situación que a nadie se le había ocurrido antes (debo admitir que incluso a algunos guionistas de estilo hollywoodense les pasa a veces).
Shakespeare, fuere quien fuere, así como esos guionistas que a veces atinan, tienen tres cualidades de las que nuestro hiperdesarrollado ChatGPT nunca estará dotado. Primera: como personas, son capaces de crear; es decir, son capaces de despegarse de suelo conocido y, en una especie de brinco, generar algo nuevo, algo que no existía antes. Estoy convencido de que esto es algo que la máquina nunca hará. Se dice que el ser humano todo lo crea con base en algo ya existente; tal vez es así, pero eso no significa que lo creado sea reducible a una matemática de lo previo. El salto en el vacío es posible. Y la súbita aparición de objetos literarios que no tienen ningún origen es lo que nos consterna. “Vemos la belleza siempre por primera vez”, escribí un día. Y creo que es cierto.
Se dice que ChatGPT es capaz de hacer innovaciones. Tal vez sea así, pero es entonces cuando entra en juego la segunda cualidad de las personas que las máquinas nunca adquirirán: la de advertir que han “creado” algo nuevo y, sobre todo, valorarlo. En el caso de que ChatGPT produzca algo innovador, no podrá darse cuenta de que lo ha hecho, ni podrá distinguir la tal “innovación” de cualquier otro garabato sin sentido que haya producido antes. Sólo las personas son capaces de darse cuenta de que han creado algo valioso o de que otra persona ha creado algo valioso. De hecho, sólo ellas son capaces de (e indispensables para) darse cuenta de que ChatGPT ha producido algo nuevo y darle algún valor.
Tercera cualidad exclusivamente humana: una vez que han reconocido el valor de lo creado, tanto Shakespeare como nuestros guionistas son capaces de hacerle ajustes y advertir si éstos lo mejoran (lo cual es sólo otro matiz de la creación, que a la máquina también le está vedado).
De un brinco, al aula
Quiero, para terminar, dar un brinco y llevar todo lo dicho a un espacio donde no estaba antes: el del aula. Pido una disculpa si este brinco, más que creativo, resulta un tanto arbitrario, pero en mi posición de intercesor de la tecnología no quiero dejar de señalar cómo los atributos que son comunes al ChatGPT y a nuestro Shakespeare colectivo, pueden ser dos grandes herramientas para el trabajo en el salón de clases. Estamos hablando, insisto, de la creación en equipo y de cómo ésta se puede ver favorecida por una actitud de desapego hacia las propias opiniones de parte de los miembros del grupo. Toda creación colectiva se enriquece cuando no prevalece un único punto de vista en su desarrollo.
Termino con un ejercicio que podemos desarrollar con nuestros estudiantes. Empecemos por dividir el grupo en dos equipos y pidamos a cada uno de éstos que desarrolle un texto de creación colectiva, por ejemplo, un nuevo tema en Wikipedia, un diálogo filosófico sobre cierto asunto controversial o una obra de teatro donde los personajes enfrenten un dilema ético del cual dependa la vida de alguien. El juego consiste no sólo en desarrollar esta primera fase sino en que cada equipo entregue su producto final al otro equipo, para que éste lo “corrija” en dinámica colectiva, y después de lean los resultados. Sobre esta base, las variantes pueden ser muchas: para no dejar fuera de la fórmula a ChatGPT, podemos encargarle que sea él el que escriba los primeros borradores, para que luego los equipos procedan a corregirlos. También es posible que los equipos escriban primero y dejen la corrección al chatbot. Una opción más, que nos permitiría contrastar la creación individual con la colectiva, sería formar dos equipos, uno con una sola persona y otro con todo el resto del grupo. ¿Cuál de ambos trabajaría más orgánicamente? Al llegar a la corrección, ¿cuál de ellos enriquecerá más el texto inicial? (si Shakespeare fuera un colectivo, ¿la corrección final la habría hecho una sola persona o todo el grupo?). Podemos también crear un equipo de mujeres y contrastar su trabajo con el de uno de hombres… y así, hacer todo tipo de combinaciones, en las que ChatGPT puede cumplir una función de apoyo, permitiéndonos indagar de paso en su funcionamiento.
No está de más insistir en que uno de los principios esenciales de todo esto (principio que es también su fin) es conseguir olvidarnos de nosotros mismos, de nuestros puntos de vista particulares, para entregarnos a la vitalidad del colectivo. La fórmula, me parece, es la siguiente: ser como indiferentes hacia lo que podemos ganar como individuos y apostar por lo que podemos obtener todos juntos. Por añadidura, empezaremos a poner a la mal llamada inteligencia artificial en el sitio que, como a toda tecnología, le corresponde: el de ser un auxiliar cada vez más sofisticado de la creación humana.
Fuente de la información e imagen: https://observatorio.tec.mx