Pensar procesos de desarrollo territorial autónomos, con más justicia social, preservación de la naturaleza, recuperación de espacios degradados y valorización de las culturas es el objetivo de este libro de Marcos A. Saquet escrito a partir de la problemática relacional que involucra la interacción territorio-autonomía-desarrollo. A través de una minuciosa investigación empírica sobre seis municipios del sudeste de Paraná (Brasil), el autor configura una geografía de la praxis que busca entender las formas de uso de los territorios y las temporalidades que caracterizan a la agricultura campesina agroecológica que se desarrolla en esta zona desde 1970. Desde una perspectiva teórico-metodológica novedosa y mediante un profundo estudio empírico, este volumen aporta herramientas para la construcción participativa de proyectos de desarrollo territorial en redes locales de cooperación.
“La felicidad no la hace el dinero, y es así positivamente, y los hombres que tienen un sentido espiritual de la vida y tienen una concepción filosófica lo saben. Otros ingredientes son los que hacen felices a la familia: el cariño, la tranquilidad, la paz, la seguridad, el respeto, una tradición, un sentimiento, y lo esencial para vivir sin tener que depender de nadie. Esas cosas son las que hacen feliz a la familia y al ser humano”
Fidel Castro
“El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales; lo único que no admite es el poder de usurpar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno”
Karl Marx
«En vez de la familia de tipo individual y egoísta, se levantará una gran familia universal de trabajadores, en la cual todos los trabajadores, hombres y mujeres, serán ante todo obreros y camaradas.«
Alejandra Kollontai
«Mediante el trabajo ha sido como la mujer ha podido franquear la distancia que la separa del hombre. El trabajo es lo único que puede garantizarle una libertad completa.»
Simone de Beauvoir
Es que le ronca la mandarina
Soy gallego y vivo en una pequeña aldea, así que si en estas páginas únicamente buscan alguna diatriba con la que lograr amenizar las conversaciones durante sus brunch a base de cupcakes y cerveza artesanal en alguno de esos barrios con tintes «obreros» arrasado por la gentrificación, me temo que este no es su espacio. Siento decepcionarlos, pero ni el que aquí deposita sus reflexiones es un maldito influencer de medio pelo en busca de la validación de las redes, ni tampoco entre sus pretensiones se encuentra que algún niñato elegante se atragante con la «crudeza» de lo que a continuación aquí se va a exponer. Lo siento por los posibles damnificados, pero me aseguro puntualmente de que mi tinta permanezca libre de opio.
El socialismo no es una bufanda de F.C. San Pauli, ni un triángulo rojo en tu perfil de Twitter o una camiseta de Los Chikos del Maíz en el Viña. No se trata de votar a Podemos para supuestamente contener el avance electoral de Vox, ni tampoco de leer El País, El Salto o La Última Hora. Aunque os pueda sorprender lo sincero de las palabras de este texto, tampoco el equipo de redacción de Nueva Revolución representa la más fiel ortodoxia socialista, aunque al menos les aseguro que entre los que aquí escribimos, la palabra y su práctica política no produce alergia alguna. Sin duda, mi pluma podría transmitirles alguna milonga que nos erigiese como la última vanguardia de la lucha obrera, pero en este medio somos más de crear grupos de acción política que de alinear masas de groupies acríticos para nuestro propio beneficio. Cuestión de clase y conciencia.
Últimamente el onanismo literario tan propio de occidente se ha desatado entre los nuevos aspirantes a referentes teóricos de una generación incapaz de distinguir entre el talento y el cinismo. En estas aguas, el enfoque idealista basado en presentarnos la línea histórica como un sainete protagonizado únicamente por los egos y las ideas de los grandes hombres, ha logrado abrirse paso en una sociedad adormecida, apenas dispuesta a verbalizar la insurrección y ni mucho menos a llevarla a la práctica. Pasar por tanto del sentimiento a la acción. Somos una sociedad acostumbrada a la mentira y el espejismo de la falsa evolución y la revolución mercantilizada, meros despojos del capitalismo posmoderno arrojados a los brazos de la ensoñación, el desánimo y la inapetencia política. Nos conformamos definitivamente con vivir en esta gran mentira social, acongojados y amedrentados por una futura distopía total en que hace tiempo que residimos sin llegar todavía a comprenderlo o quizás simplemente a aceptarlo.
Pese a la caza de brujas y el quintacolumnismo histórico de ciertos sectores de la lumpenburguesía culutral, lo inhumano, lo irracional y lo socialmente inconsistente, no logrará nunca imponerse
Nos mentimos a nosotros mismos para lograr sobrellevar el día a día en nuestras urbes deshumanizadas, nos mentimos para conseguir un trabajo precario que logre definirnos entre la masa social inerte y nos mentimos a su vez para conservar diariamente y de forma desesperada nuestros escasos bienes de consumo rápido y perecedero. En definitiva, hoy vivimos en una gran y continua mentira inserta cómodamente en el seno del capitalismo, para de ese modo evitarnos el desvanecimiento de nuestro propio «yo«, ya vacío de moral y deseos. Somos un mero espejismo de la humanidad, representaciones virtuales de nuestra propia existencia en redes, ese extraño cajón desastre en el que nuestros posts, nuestras mentiras e incluso nuestros nudes, crean una falsa sensación de empoderamiento y felicidad en busca del feedback y la aceptación de personas tan extrañas para nuestras vidas, como por otra parte ya lo podemos ser nosotros mismos.
Frente al enfoque de la prestidigitación del idealismo posmoderno, sobrevive hoy a duras penas en nuestras trincheras el materialismo histórico como un sistema filosófico capaz de analizar las leyes que rigen la evolución de la Sociedad humana, sin tener pro ello que caer en abusos ketamicos o abstracciones propias de ratas de facultad que en su vida han empatizado o socializado con un sector social que no pudiese llevarles directamente a un ascenso, bien sea este social o económico. Para el socialista, las ideas son un reflejo de las condiciones materiales de vida y no existen por tanto un análisis de la realidad que pueda rehuir la lucha de clases como verdadero motor de la historia. El resto, son historias para no dormir o cuentos para sentirse bien traicionando a la clase obrera previo paso por caja. No existen más alternativas, no necesitan buscarlas.
Tras la gran resaca de la caída del Muro y el colapso de la URSS, algunos personajes públicos se han levantado todavía adormecidos y convencidos del fin de la historia de Francis Fukuyama, buscando desesperadamente un rincón en el que lograr encajar sin demasiadas dificultades sus mercantilizadas e inhábiles creaciones teóricas. A esa necesidad se deben engendros como la transversalidad, los populismos parlamentarios de diversa índole y las batalla identitarias, siendo el culmen de las mismas la cacareada Doctrina queer, esa que pretende negar el sexo biológico para sustituirlo por meras ensoñaciones individuales y cambiantes. Los mismos entes que en su momento no habrían dudado en besar los pies del politburó si así hubiese resultado preciso para su proyección personal y profesional, son los que en nuestros días critican abiertamente la experiencia soviética y criminalizan sin tregua alguna el supuesto pensamiento ortodoxo. Todo al tiempo que santifican y veneran el muy rentable populismo de la partidocracia española. Influencers y políticos estructuran un hueco caparazón capaz de erigir una estructura partidista atractiva a la vista, pero engañosa para el corazón y a todas luces falsa y perniciosa para la razón política. Es el tiempo del engaño como arma electoral, la gran trampa política de la pseudoizquierda: promesas, promesas y más promesas, sin contenido y proyección real alguna.
Una de las últimas y tristes argucias de esta entente populista, se ha basado en el análisis sesgado y totalmente descontextualizado de la obra y legado de Engels sobre la familia, con la intención de lograr de ese modo asegurar de forma cobarde, pero vehemente, siempre vehemente, que esta institución en su forma «tradicional» se encuentra todavía hoy entre los principales ejes reaccionarios a los que la clase obrera debería hacer frente sin vacilación y con premura. La misma semana en la que Jeffrey Preston Bezos, el hombre más rico del mundo, hijo de una madre latina adolescente y soltera e hijastro de un migrante cubano, conseguía amasar la –esta síhistórica– cifra de 13.000 millones de dólares en un solo día pese a sus conocidos escándalos sexuales y a ser un hombre divorciado, la jauría posmoderna fijaba su rabia y frustración en la familia tradicional. A todas luces basándose en una lectura rápida y superficial de «El origen de la familia, la propiedad privada y el estado» de Friedrich Engels.
Este ataque a la familia lanzado oportunamente por diferentes voces de ese entorno de la «revolución» televisada, mercantilizada y empaquetada con servicio de entrega en 24 horas, responde a los tiempos de la barbarie populista y su asalto a la casa común de la izquierda
Pese a que el propio autor y teórico socialista, señala claramente en el prólogo a la primera edición publicada en 1884 que según el materialismo «el factor decisivo en la historia es, en última instancia, la producción y reproducción de la vida inmediata” y a que por tanto el orden social en el que viven las personas en una época determinada se condicionará principalmente por el grado de desarrollo del trabajo y por el tipo de familia, quienes hoy basan su pasividad infeliz en la crítica a la familia tradicional en oposición al mercadeo líquido de nuevos modelos familiares sacados de Netflix o productos pseudoculturales patrios tan casposos en su fondo «pedagógico» como La que se avecina, parecen oportunamente olvidar una parte del rompecabezas para arremeter de nuevo contra la base de la pirámide sin riesgo y sin espíritu de cambio real alguno. Siempre su ataque se dirige contra el eslabón más débil e indefenso.
Si bien es cierto que la continua división social del trabajo y la obligada limitación de la mujer a las tareas del hogar, cediendo con ello el trabajo asalariado al hombre, propició en su momento que poco a poco los excedentes y la capacidad de explotación del varón sobre hembra humana se desenvolviese en paralelo al desarrollo de la familia heteropatriarcal tradicional, no es menos cierto a su vez que ese proceso de incremento de la productividad y la riqueza individual masculina –que a través del concepto de familia patriarcal logró erradicar la mentalidad basada en la propiedad colectiva de los recursos– hace tiempo que se ha visto relegado por un nuevo estadio del capitalismo en el que la extrema individualización de la sociedad, el adelgazamiento de los estados y las nuevas formas de conexión social basadas en gran medida la tecnología y no en las relaciones directas, en muchos casos han terminado transformando a la estructura familiar en un último pilar económico o afectivo para parte de la población más depauperada por la superestructura social. Un último baluarte de resistencia frente al concepto líquido de existencia.
Asegurar a día de hoy que la estructura familiar goza de un peso preeminente en la reproducción de las condiciones de explotación en el sistema capitalista o señalar directamente al núcleo familiar como un eje reaccionario al que combatir con firmeza desde el socialismo, no solo no es propio de personas con un mínimo bagaje teórico, sino que además no es propio de ninguna persona que simplemente se haya molestado de forma directa en hacer la compra inmersos de lleno como nos encontramos en la sociedad de la individualización compulsiva. Desde los productos monodosis, hasta el cambio de los grandes carros de aluminio por las pequeñas cestas con ruedas, todo en estos recintos comerciales tan característicos de nuestra cotidiana vida social, aporta claras señales para que cualquiera con los ojos medianamente abiertos a la realidad que lo rodea pueda llegar a comprobar en sus propias carnes como la sociedad de consumo hace tiempo que ha encontrado disfuncional al núcleo familiar tradicional y lo ha terminado cambiando, al compás del los nuevos tiempos, por unidades familiares más pequeñas y diversas.
El régimen familiar se encuentra en la actualidad totalmente sometido a las relaciones de propiedad individual en las que se desarrollan con total libertad las contradicciones de clase, pero lejos de encontrarnos con un estado fuerte capaz de ejercer como eje vertebrador de las relaciones sociales, décadas de recortes, privatizaciones y adelgazamiento de los recursos públicos, han terminado por retrotraernos a los lazos más básicos de socialización como último recurso frente a la pérdida de identidad y el saqueo constante de nuestra existencia material. No se trata de que la familia sea el tótem redistributivo del socialismo para evitar el saqueo diario del sistema capitalista, pero tampoco en estos tiempos debemos, ni podemos permitirnos, retrotraernos a los años 60 para volver a considerar a la familia como un ente ajeno a cualquier evolución histórica, con la única intención de lograr cuadrar las abstracciones teóricas de siglos pasados. Especialmente bochornoso resulta desplegar tal cinismo y oportunismo en nombre del marxismo, cuando solapadamente se hace bajo una falsa revolución de color y purpurina patrocinada por Washington.
Como señala el inicio de este artículo, escribo estas líneas desde una pequeña aldea gallega. Mi abuelo paterno, Pedro, emigró a Venezuela siendo muy joven para huir de la miseria e incultura de los vencedores de una guerra que él odiaba, como odiaba también al fascismo que representaban los nuevos dirigentes poseedores del estado español. Su mujer y mi abuela, Antonia, lo esperó durante un tiempo mientras hacía sus pinitos como camarero o cualquier otro oficio que le permitiese ganar un jornal y acumular unos pequeños ahorros con los que lograr comenzar un proyecto familiar y de vida. Todo hasta que finalmente pudo reagrupar a seres queridos en un país extranjero, pero que poco a poco comenzó a sentir como propio. No es esta ni mucho menos una historia desconocida para los gallegos y apostaría a que tampoco lo es para gran parte de los que en estos momentos estáis leyendo estas líneas. Tampoco resulta extraña con total seguridad la historia de mi abuela materna, Manola. Mi abuela materna permaneció en Galiza, su tierra natal, mientras su marido emigraba a Europa. Alemania, Holanda, cualquier país con fábricas y puestos de trabajo suficientes era bueno para lograr enviar unas pesetas a casa y cualquier hogar europeo estaba lo suficientemente lejos como para que el núcleo familiar efectivo formado por mi abuela, mi madre y sus dos hermanas, fuese un matriarcado, tal y como también lo fueron en su momento muchos hogares de esta aldea que hoy habito y tantas otras aldeas gallegas. Fábricas europeas, negocios en América Latina, familias desarraigadas, familias sin padres, matriarcados de facto y contextos sociales que evolucionan, mudan y en algunos casos, en sus aspectos materiales y más restrictivos, también permanecen. Todo por supuesto bajo el influjo directo e insoslayable de las relaciones de producción capitalistas.
Somos una sociedad acostumbrada a la mentira y el espejismo de la falsa evolución y la revolución mercantilizada, meros despojos del capitalismo posmoderno arrojados a los brazos de la ensoñación, el desánimo y la inapetencia política
A lo largo de las últimas décadas, mi familia, como tantas otras, ha cambiado mucho. Las aventuras en Venezuela finalmente dieron lugar al regreso de mi familia paterna a Galiza, no le fue mal el esfuerzo a mi abuelo y pese a haber ganado dignamente su jornal y sus bienes materiales, no había nacido aquel joven migrante gallego ni para especulador, ni para abandonar definitivamente su tierra. El hecho de que mi padre naciese en su tierra natal tras un largo viaje cruzando el charco únicamente para tal cometido y el libro de «Azaña» que acompañó siempre a su padre incluso en el largo tiempo del oscurantismo fascista, daban buena señal de que el provecho inmobiliario y el enriquecimiento parasitario, no iban a acumularse en nuestra familia como sí lo hicieron en tantas otras durante aquellos tiempos. A su regreso y tras prácticamente haber regalado gran parte de lo acumulado en Venezuela a los compañeros que allí dejaba, intentó sin éxito convencer al hermano de mi abuela y al resto de la familia para montar una cadena de supermercados familiar con la que poder gestionar el escaso patrimonio conquistado en su forzado exilio económico. Por desgracia, pese a ser una familia tradicional y aunque pueda sorprender a muchos, ese tío abuelo mío soltero y muy acostumbrado a vivir su propia vida y el resto de la familia, decidieron encaminarse por otros derroteros vitales. A Coruña era un territorio extraño para una familia con raíces rurales y mientras mi tío abuelo –que había trabajado en sus tiempos mozos como minero o marino– no necesitaba para ser feliz más que el campo y la agricultura, a la que había abrazado siempre para sentirse libre, mis tíos y mi padre, «decidían renegar» de ese proyecto familiar que los encadenaba, para optar por labrarse su propio camino. En este caso particular –que no deja de ser solo eso, la experiencia de un caso particular– la estructura familiar de mi línea paterna huyó de la herencia recibida para buscar nuevos caminos de forma individual ante la promesa de una democracia que comenzaba a despertar lentamente en el estado español.
La historia de mi línea materna fue distinta, pero en cierto modo muy similar. Mi abuelo Juan se pasó décadas en Holanda, para mí fue siempre esa figura que nos visitaba durante unas semanas cada ciertos años y a la que desde niño miraba con una extraña mezcla de sorpresa y parentesco que solo las familias de los migrantes conocen perfectamente. Realmente, no puedo decir que llegase a conocer a mi abuelo de forma plena y creo que eso es algo que podrían repetir incluso sus hijas. Manuela, mi abuela materna, fue y es a día de hoy una mujer fuerte. No existe un calificativo mejor que fuerte para una madre que logra criar sola a tres hijas y que pese a todas las dificultades, les proporciona una educación y un futuro en medio de una Galiza rural sumida en el abandono estatal y en un profundo atraso económico. Cada una de mis tías, y mi propia madre, eligió su camino en la vida y a día de hoy a pocas personas conozco con la capacidad de sacrificio y trabajo de la que mi madre ha hecho gala siempre. La nuestra nunca ha sido una casa en la que sobrasen los recursos y pese a que mis padres nacieron en el seno de familias muy tradicionales, la vida y especialmente las condiciones materiales impuestas por la resaca de la Guerra Civil y su única salida en la migración, hicieron que sus realidades variarán hasta encontrarse con núcleos familiares muy dispares y cambiantes a lo largo del tiempo.
A día de hoy en esta pequeña aldea gallega en la que resido, existe una multiplicidad de familias con bases tradicionales y estructuras modernas. En esta pequeña parte del mundo se han superado los recelos de antaño al matrimonio de un primo que emigró a Estados Unidos con una afroamericana, la salida del armario de menganito y que menganita tenga novia y viva con su hija de un matrimonio anterior. Mi propia abuela, Antonia, aprendió en a lo largo de su vida a convivir con el divorcio de mis tíos pese a sus creencias religiosas, soportó la convivencia de mi prima con su novio sin casarse e incluso que su nieto se pinte como una puerta y le asegurase siempre que eso de tener hijos lo veía muy complicado. Nunca terminó de admitir del todo que admirase la tarea chavista en su país de acogida, pero la Venezuela que ella recordaba en nada se parecía afortunadamente a la vivencia de la revolución bolivariana. En realidad, si uno lo piensa un poco, estas realidades familiares que aquí les narro no distan mucho de alguna de esas series estadounidenses sobre familias modernas. Aunque en la realidad los apartamentos son más pequeños, los trabajos son más precarios y los protagonistas están menos maquillados y también han pasado en menos ocasiones por el quirófano. Y en la mayor parte de los casos, si lo han hecho ha sido por problemas cardíacos, un cambio de cadera o alguna que otra lesión sin importancia, siempre sufragada por la Seguridad Social.
Estas vidas normales en cualquier latitud, quizás cuadren peor en cámara y sean menos fieles al modelo de consumo neoliberal de lo que les gustaría a los guionistas de Hollywood y a las ensoñaciones posmodernas. Pero sin duda, las familias de esta pequeña aldea gallega son mucho más parecidas a lo que ustedes viven diariamente en sus barrios que toda esa basura propagandística del alienante capitalismo pseudocultural. Aquí también nos prestamos dinero entre familiares cuando resulta preciso, nos ayudamos con una chapuza en casa, nos prestamos el coche, la llave inglesa o la bicicleta de montaña para ir a dar una vuelta por el campo este fin de semana y así lograr desconectar del trabajo sin gastarnos una fortuna, siempre bajo la excusa del deporte y la vida sana. Cuando uno lo pasa mal en estas realidades, sabe a qué puerta tiene que llamar para desahogarse y si los nietos no tienen con quien quedarse mientras sus padres trabajan, la abuela no pondrá «un pero» para pasar la mañana con ellos, ni tampoco protagonizará una graciosa escena en la que la vejez se presente como una etapa para el disfrute individual a base de apuestas en el bingo o cócteles con las amigas mientras intenta ligarse al último jovenzuelo de su larga lista de ligues. Aquí, las pensiones no dan para eso. Y aunque así fuese, la familia sería siempre el primer agujero a tapar.
El onanismo literario tan propio de occidente se ha desatado entre los nuevos aspirantes a referentes teóricos de una generación incapaz de distinguir entre el talento y el cinismo
En nuestros días, la posmodernidad ha decidido basar su continuo engaño en la idea de la performance cultural, apoyándose para ello en Netflix, la publicidad o cualquier otro medio que resulte favorable a sus intereses. No existen apenas distinción entre la panda de nenes elegantes que abandonan sus facultades para hablar de revolución en un bar pijo y todos esos influencers, periodistas y políticos reciclados de forma oportuna y oportunista para dedicarse a citar continuamente su propio «trabajo» en una eterna postergación de la revolución que nunca llega y ni tan siquiera termina de asomarse en sus prácticas políticas. Se trata de una rebeldía adolescente e indolente que únicamente pretende destruir el pasado y lo que ellos denominan tradición, sin por ello verse en la obligación de ofrecer alternativas o proyectos más allá de su mera palabra y la falsa y desgastada sensación de modernidad. El posmoderno, no es más que el niño pijo de la movida madrileña viajando a Londres para comprarse una chupa de cuero y el último disco de los Sex Pistols. El punki de plástico reciclado, el niño de papa, el desclasado de toda la vida. La posmodernidad es hoy un libro sobre la revolución firmado por su autor en Fnac o un concierto «anticapitalista» el 1 de mayo en el Viña Rock, previo pago de 80 euros. Ketamina aparte.
Este ataque a la familia lanzado oportunamente por diferentes voces de ese entorno de la «revolución» televisada, mercantilizada y empaquetada con servicio de entrega en 24 horas, responde a los tiempos de la barbarie populista y su asalto a la casa común de la izquierda, sostenida hasta el momento únicamente por la reflexión teórica del mundo proletario y sus pensadores más destacados. No resulta casual este cínico ataque directo a nuestros últimos nexos de unión y memoria basándose en malinterpretaciones o directamente manipulaciones de las palabras de los padres del socialismo. Privados de nuestra identidad productiva, el paraguas estatal e incluso los espacios comunes en las nuevas y todopoderosas urbes gestionadas por y para el consumo, tan solo mediante el engaño y la alienación colectiva podría el felón posmoderno convencer a la población obrera para cuestionarse el papel de la familia en sus machacadas vidas.
Del mismo modo que se han apoyado cínicamente en postulados anarquistas para vendernos la hipersexaulización de la mujer e incluso la prostitución como ejercicios deseables, retorciendo e ignorando así la evolución cultural y material de la vida social, hoy los teóricos del engaño posmoderno, pretenden retorcer el trabajo teórico de Friedrich Engels para, saltándose la evolución de la vida material y de la propia familia durante los últimos 200 años, señalarnos como disfuncional el papel de nuestra más cercana red de apoyo en estos tiempos de crisis continua.
Siendo serios, no creo que deba perder mucho más tiempo con estos asuntos cuando cualquiera de ustedes reconoce perfectamente el papel de los suyos funcionando hoy como casa de acogida frente a los diarios desahucios, caja de ahorros ante la realidad del paro o la última bala para que los más pequeños tengan un plato caliente en la mesa. En más ocasiones de las deseadas, la red de apoyo en los barrios tiene nuestro mismo apellido. No se trata por tanto de vanagloriar esta situación, ni tampoco de abogar por la sustitución del papel que debería jugar el estado por la familia como subterfugio redistributivo. Tan solo un cretino o un menesteroso intelectual con escasa comprensión lectora podría abrazar semejante reflexión ante los argumentos de quienes se oponen a la destrucción del papel familiar sin la existencia real de alternativa. Lo que en este texto se plasma es la realidad social de nuestros tiempos, la realidad material que rodea a nuestros barrios obreros y la actual importancia de la familia para la clase trabajadora. El resto, son meras distracciones para una panda de indolentes jugando a la rentable farsa de moda en el mundo anglosajón.
Nos acusa la jauría posmoderna de no saber interpretar la teoría marxista, aunque en otras ocasiones nos acusen también de ortodoxos, nos acusan de inmovilistas, tradicionalistas o incluso frígidos por no aceptar la prostitución de nuestras ideas, nuestros cuerpos o nuestras familias. Nos señalan y persiguen desde redes sociales transformadas en atalayas de la ensoñación y el mercadeo capitalista de la identidad, pero desconocen que no existe inquisidor capaz de impedir la absolución de la historia para el pensamiento racional. Pese a la caza de brujas y el quintacolumnismo histórico de ciertos sectores de la lumpenburguesía cultural, lo inhumano, lo irracional y lo socialmente inconsistente, no logrará nunca imponerse. El peligro no reside en la implantación efectiva de sus postulados a pie de calle, lugar que nunca ha sido realmente de dominio burgués, sino en la imposición autoritaria desde los secuestrados parlamentos mesocráticos.
El socialismo no es una bufanda de F.C. San Pauli, ni un triángulo rojo en tu perfil de Twitter o una camiseta de Los Chikos del Maíz en el Viña
Resulta curioso que al falso libertario le moleste la estructura «opresora» de la familia y la señale a día de hoy como un elemento primordial en la acumulación capitalista, pero a su vez defienda sin complejos el caparazón teórico de quienes compran vientres en Ucrania sin miedo a la ruptura de facto de la filiación consanguínea. Como siempre, los postulados del posmodernismo se derrumban cual fichas de dominó ante el mínimo foco de luz sobre su prostitución ideológica. Columnas, directos de Instagram e hilos en Twitter… Resulta indiferente el medio en el que el pérfido populismo español pretenda ahora levantar sus enormes muñecos de neón con los que desde hace tiempo únicamente logran en última instancia disimular su evidente inacción revolucionaria. Ni tan siquiera cinco monedas de plata han resultado precisas para que quienes decían llamar a las puertas del cielo, esos judas de la pluma y el brilli-brilli con su inseparable cinismo caritativo y su falso voto de pobreza cristiano, hayan terminado vendiendo incluso a los suyos, a sus familias, al diablo del capital. Acostumbrados como están a la traición en aras de su crecimiento personal y la conservación del poder, no deberíamos ya sorprendernos por ello.
Mientras tanto, los falsos salvadores y la nueva izquierda política y cultural, prosigue evitando toda crítica al sistema capitalista, para de este modo gestionar lucrativamente las miserias del mismo para el vulgo. La desigualdad y la opresión se han convertido en su razón de ser, la pieza angular de su supervivencia. No es por tanto precisamente la estructura familiar la que garantiza la acumulación de riqueza capitalista y la herencia de privilegios materiales y sociales, sino la inacción y la traición política de nuestros parlamentos y la codicia individual presente en todas las capas de nuestra sociedad. En oposición a ese mundo dominado por el consumo y el autoconsumo moral, en nuestro regreso final o momentáneo al hogar familiar, el abrazo de los nuestros y el nuevo despertar en nuestros barrios, tan solo se esconde para nosotros el primer paso de cara al despertar de la conciencia, la rabia y la necesidad de alternativas. Un golpe de precariedad necesario a nuestra memoria para percatarnos de que la realidad en la que vivimos inmersos bajo el yugo del individualismo capitalista, supone ya hoy, la peor de nuestras condenas.
Fuente e imagen: https://nuevarevolucion.es/la-gran-familia/
Entrevista/25 Octubre 2018/Autor: Víctor Saura/Fuente: El diario la educación
La Universidad de Barcelona ha conmemorado los 30 años del doctorado honoris causa que otorgó a Paulo Freire invitando a uno de sus discípulos, José Eustáquio Romão. Conversamos con él sobre la vigencia del pensamiento del autor de ‘Pedagogía del oprimido’.
En 1988, hace 30 años, la UB otorgó el doctorado Honoris Causa al pedagogo brasileño Paulo Freire. Fue la primera vez que esta distinción recaía en un pedagogo, y la primera que proponía su Facultad de Ciencias de la Educación. Para conmemorar esta efeméride, el pasado martes la facultad inauguró el curso académico con una conferencia a cargo de José Eustáquio Romão, secretario general del Consejo Mundial de Institutos Paulo Freire. Romão trabajó codo a codo con Freire desde 1986 (ya entonces había regresado de sus años de exilio) hasta su muerte en 1997, y con él recorrió las áreas más deprimidas de Brasil para luchar por la democratización y universalización de la enseñanza.
¿Cuál es hoy la vigencia del pensamiento de Paulo Freire?
Freire siempre decía que su discurso no debía ser repetido, sino reinventado. Y eso no era una declaración de modestia, sino de clarividencia extrema. Las ideas de los grandes pensadores, si no son recreadas, si no se reinventan según el contexto no valen nada, por más geniales que sean. La repetición de las ideas es su muerte. Es el ideocidio.
Pues debe de ser el pedagogo más repetido…
Freire no tiene que ser repetido, sino reinventado. ¿En qué tema, en qué tendencia, en qué estrategia? A mi juicio, hay que reinventar a Paulo Freire ahora en la educación superior. A pesar de que sea recordado como el creador de una alfabetización básica para adultos, su legado es mucho mayor. En Brasil, con el gobierno Lula se crearon las llamadas universidades populares, cuyo currículum es diferente, y también lo son sus estudiantes, la mayoría hijos de la clase trabajadora. Pero los profesores de estas universidades venían de la pedagogía tradicional, y ahora están matando el proyecto, porque es cierto que incluyen a los estudiantes de clases populares, pero les excluyen con los procesos de evaluación. Incluso los padres de estos estudiantes muchas veces reclaman las disciplinas tradicionales. Estamos viendo que no es posible organizar una escuela freiriana, digamos crítica, con maestros que han sido formados en la universidad tradicional. Hay que implantar otro proceso de evaluación y otros temas en el currículum. La universidad clásica en Brasil prepara a los estudiantes para el trabajo, para la producción, y hay que preparar a los estudiantes para la igualdad, eso pide otras aportaciones al currículum, otra concepción. Yo, por ejemplo, puedo preparar a un estudiante de agronomía para el agronegocio o le puedo preparar para el desarrollo sostenible. Es diferente. Hay que ser un ingeniero del desarrollo sostenible, no del desarrollo de la producción.
¿Entonces entiendo que hay que adaptar el discurso de Freire al mundo de hoy?
Freire fue muy conocido por su metodología de alfabetización de adultos, pero las personas que leen a Freire a veces se sienten decepcionadas, no sé si esto pasa también en España, porque esperan una técnica para hacer milagros en la alfabetización, y no hay nada de eso, no existen varitas mágicas ni milagros. Freire no creó nada, pero sí descubrió que los seres humanos aprenden el mensaje cuando es percibido, no simplemente recibido. No es una comunicación entre un emisor y un receptor, sino una comunicación integral con la dimensión política de toda relación humana. Y no hablo ni de elecciones ni de partidos, sino de que toda relación humana tiene una dimensión específica (por ejemplo, afectiva, o emocional, o pedagógica) y otra política. ¿Cómo se capta esa dimensión política? Con la lectura del mundo, la lectura del contexto.
En su discurso del Honoris Causa hace 30 años Freire alertó del riesgo de “ser burocratizado”. ¿Es ese un riesgo para los docentes en general?
Seguro. La tendencia a la burocratización en la academia es normal. Incluso cuando ves esa formalidad con la que le entregaron la distinción… todo esto es bonito, pero hay que dar un significado diferente a las tradiciones. En América Latina las universidades tradicionales están siendo sustituidas por las universidades de la gestión. En Brasil tenemos las universidades del blasón, que son las católicas, las pontificias, y tenemos las del logotipo, que son las corporativas, las capitalistas. Y son muchas, porque en Brasil el 75% de los alumnos van a universidades privadas. Privadas y transnacionalizadas, porque no tienen ningún compromiso con el desarrollo de ninguna nacionalidad, su único compromiso es con el lucro, con el capital. Tenemos la mayor universidad del mundo, con 1,3 millones de estudiantes, mantenida por capital que cotiza en bolsa. Están comprando las universidades pequeñas en el interior del país. ¿Y qué quieren estas universidades? Pues preparar a los estudiantes para el mercado, quieren crear consumidores o productores para el consumismo. Nosotros no queremos ni la universidad tradicional ni la universidad del lucro y la logomarca, hay que crear un nuevo proyecto, porque son las universidades las que forman a los maestros para la educación básica. Y por eso imagino que si Paulo Freire siguiera vivo se reinventaría en estos momentos en la educación superior.
¿Cómo se acerca el mensaje de Freire a los estudiantes europeos?
Por increíble que parezca en Europa el eco de las ideas de Paulo Freire es más significativo hoy que en mi país, y eso es gracias a que las universidades europeas han apoyado a las de sus excolonias. Los freirianos no queremos la hegemonía europea ni la norteamericana, ni tampoco queremos hegemonizar a nadie, sino convivir con epistemologías diferentes, con ontologías diferentes, con pedagogías diferentes. Esto es lo que llamamos una nueva geopolítica del conocimiento. Le pondré un ejemplo: Karl Marx desarrolló muy bien el sentido de la dialéctica materialista, pero los guambianos en los Andes colombianos desarrollaron hace 2.000 años el concepto de equilibrio dinámico, que es una manera más fácil de comprender la dialéctica materialista. La ciencia y la tecnología europea se impusieron no porque fueras superiores, sino porque lo era el aparato militar que las acompañaba. Ahora estamos intentando rescatar otras posibilidades científicas y tecnológicas que no conocimos, no porque no existieran, sino porque fueron silenciadas por el poder. Por ejemplo, ahora el gobierno colombiano acaba de declarar que la medicina guambiana está permitida en todos los hospitales del país.
Volvamos a la escuela. ¿Cómo se trasladan las ideas de Freire a lo que se ocurre en las aulas en el día a día?
Lo que más atrae a los maestros es la posibilidad de educar con eficacia. Pero insisto que no hay milagros. El método de Freire de alfabetización de adultos, que puede ser adaptado a la educación de niños, permite alfabetizar a un adulto en 40 horas –hablo de aprender a leer, no sólo de escribir su nombre–, y es una técnica con etapas, con pasos, que se ha experimentado y funciona. A los maestros les gusta, pero en Brasil no se aplica a los cursos de formación de docentes, porque a las élites no les interesa que se alfabetice a toda la población.
¿Por qué?
Hay un peligro en la alfabetización que Freire pregona: el de la concienciación. Para Freire, no es posible aprender a leer y a escribir sin el proceso de concienciación.
¿Conciencia de clase?
Concienciación crítica, capacidad de leer el contexto críticamente. Por eso le hablaba de la percepción como comunicación integral, que es lo que debemos introducir en nuestras metodologías en la formación de docentes. Cuando lo logramos los maestros trabajan de forma muy diferente a los tradicionales. Hay que trabajar la técnica de la escritura y de la lectura, pero empapadas de la discusión crítica del mundo. Las personas sólo aprenden aquello que juzgan importante para sus vidas. De lo que aprendimos en la escuela sólo nos queda lo que ha sido importante para nuestras vidas; ese es un descubrimiento de Freire, muy sencillo pero muy real.
Mucho de lo que se aprende en la escuela se olvida, eso está claro.
Porque no era importante para resolver nuestros problemas en nuestro contexto. Por eso hay una frase de Freire que poca gente comprende: “Nadie educa a nadie, pero los hombres y mujeres tampoco se educan a sí mismos, los hombres y mujeres se educan en comunión, mediatizados por el mundo”. ¡Ahí está la clave! Nosotros sólo aprendemos y retenemos lo que fue mediatizado por el mundo. No lo fue por el maestro, ni por el currículum ni por los libros… El proceso de concienciación crítica es esto: de aquello que me explicaron los maestros lo que me quedó fue aquello que me ayuda a resolver problemas de mi mundo.
¿Por eso Freire fue identificado como un elemento peligroso?
Peligroso y subversivo, y eso que nunca estuvo afiliado a un partido político. El análisis crítico del mundo es un peligro para quien ostenta el poder, porque demuestra las contradicciones, y según Freire no puede haber aprendizaje sin esa interpretación crítica del mundo. Hay una dimensión política, que es el análisis del contexto. Le pondré un ejemplo. Cuando a Newton le cayó la manzana no estaba en una oficina ni en una clase, estaba leyendo el mundo, y así se preguntó por qué esa manzana había caído sin que nadie la hubiera presionado. Estaba haciendo una pedagogía de la pregunta, no de la respuesta, y el hecho de leer críticamente la realidad de la naturaleza le llevó a descubrir las leyes de la gravedad. Ahora vuelvo a la escuela, al día que toca explicar las leyes de Newton. ¿Qué debería hacer un profesor freiriano? Llevar al alumno a revivir la experiencia de Newton leyendo el mundo de la naturaleza. Porque no van a aprender física leyendo manuales.
¿Qué otras cosas debería hacer el profesor freiriano?
Esta sería la fundamental. Dicen los críticos de la escuela freiriana que nosotros no tenemos currículum, que no hay temas. Lo que ocurre es que el currículum no está prefabricado y empaquetado por los docentes e impuesto a los estudiantes, sino que es elaborado conjuntamente con los estudiantes. El primer paso, pues, es descubrir cuáles son los temas generadores del mundo de tus estudiantes. El currículum prefabricado no funciona, los alumnos no aprenden, el fracaso es muy elevado. No tienen la motivación para aprender que los cuerpos caen con una aceleración de 14 newtons por segundo… ¿a quién le interesa esto? Pero puedo intentar que los estudiantes revivan la experiencia de Newton en su sistema simbólico, para eso tengo que explorar ese sistema y encontrar dónde se produce el fenómeno físico con el que podré revivir la experiencia de Newton. Freire decía que si voy a alfabetizar a trabajadores de la construcción civil las palabras generadoras son unas, pero si voy a alfabetizar a plantadores de caña de azúcar las palabras generadoras son otras distintas. Voy a trabajar el mismo aprendizaje, que es la lectura y la escritura, pero los contenidos y las estrategias son diferentes porque los universos de los sistemas simbólicos lo son.
El doctor Jaume Trilla ha alertado de aquellos que sacralizan a Freire y que son más freirianos que Freire. ¿Está de acuerdo?
Sí. Hay peligros en el intento de divulgar la obra de Freire y el primero es sacralizarlo. Fue un hombre como nosotros y en su teoría pueden encontrarse equívocos, en ese caso hay que corregirlos o si no reinventarlos. El fundamentalismo freiriano es otro peligro, precisamente porque es antifreiriano. La primera regla del pensamiento freiriano es estar abierto a las consideraciones del diferente. Esto no es una declaración retórica. Hay que escuchar a los estudiantes para acercarse a su saber científico, mi tarea como docente es intentar percibir en el discurso del otro lo que tiene de científico. El tercer peligro es pensar que Freire fue un hombre genial pero intuitivo, y no es así. Freire no creó nada, sistematizó lo que estaba creado. Uno de los principios más importantes en la teoría del pensamiento freiriano es que el sujeto de la creación cultural no es el individuo, es el colectivo. Los genios sencillamente sistematizan, sintetizan los conocimientos de una época.
Ha dicho usted que las próximas elecciones en Brasil suponen una amenaza para la democracia y para las difusión de las ideas freirianas.
En Brasil hubo muchos problemas con los gobiernos progresistas, incluso por la inexperiencia con el poder. Durante toda la historia de Brasil han mandado las élites. Brasil fue el último país del mundo que eliminó la esclavitud; en 1920 el 80% de la población brasileña era analfabeta, o sea que tenemos una sociedad muy excluyente, en la que la exclusión está naturalizada y parece que la desigualdad sea normal ¡No hay ningún país tan desigual en el mundo, ni siquiera en África o en Asia! ¡Los ricos de Brasil son muy muy ricos, y los pobres son muy muy pobres! El 5% de la población brasileña hoy acapara el 85% de la riqueza nacional. El primer libro que escribió Freire, del que no se habla mucho, se titulaba Educación y actualidad brasileña; ahí ya habla de nuestra inexperiencia democrática. Los españoles crearon universidades en América en el siglo XVI, pero los portugueses las prohibieron. La primera universidad brasileña es de 1934. Por tanto es una sociedad muy desigual y en la que la dictadura es algo común, estamos aprendiendo a construir la democracia y hemos tenido una experiencia muy breve de 12-13 años con un poquito de redistribución de la riqueza, y durante los cuales los ricos han seguido ganando mucho dinero. Pero las élites brasileñas, acostumbradas a los gobiernos excluyentes y dictatoriales, no permiten que se haga nada que pueda amenazar su acumulación impresionante de riqueza.
Parece extraño que el candidato de las élites tenga tanto apoyo de las clases populares.
Es impresionante imaginar que después de estos años de conquistas sociales sean los beneficiados por estas políticas quienes van a apoyar a un candidato que pregona el fascismo abiertamente, que hace afirmaciones racistas y homófobas, que dice abiertamente que cuando sea presidente eliminará todas las políticas de género en las escuelas. Yo soy politólogo, y creo que tenemos que revisar a fondo todas nuestras formas de realizar análisis. Estamos cometiendo errores, como ocurrió en los años 30 del siglo pasado, cuando toda la izquierda europea decía que Europa giraba hacia la izquierda, menos Wilhem Reich [psicoanalista discípulo de Freud], que escribió La psicología de masas del fascismo.
Un buen tema de análisis para la psicología social…
Toda la teoría de Freire tiene un fundamento psicológico muy fuerte. En el primer Freire, sus referentes son Frantz Fanon [psiquiatra de la Martinica que se unió al frente revolucionario por la independencia de Argelia y que escribió Los condenados de la tierra] y Zevedei Barbu [sociólogo rumano arrestado por el régimen filonazi y refugiado más tarde en Reino Unido, donde escribió varias libros sobre el comportamiento psicosociales de los regímenes totalitarios]. El segundo Freire, el que ya está en el exilio, se aproxima a la Escuela de Frankfurt, y busca a un psiquiatra, Erich Fromm, no busca a Habermas. ¿Y por qué? Porque para Freire la dimensión política no puede estar desconectada de la dimensión personal. El proyecto colectivo tiene que conectar con el personal. Y hablo de la persona, no del individuo, que es una categoría capitalista y burguesa.
Ha dicho usted que advirtieron a Lula de que no bajara la guardia.
Todo el tiempo, sí.
¿Y sin embargo lo hizo?
Los compañeros del PT la bajaron. Y los hubo que no se resistieron a la tentación y se corrompieron, y con ello mataron el legado más importante de las izquierdas, que es la ética. La tentación es muy grande ¡claro! La derecha les compró, y con ello destruyeron 50 años de trabajo, porque nosotros éramos la reserva ética del país, y hemos perdido ese legado.
¿Han perdido la esperanza?
En la segunda parte de Pedagogía de la Esperanza, Freire dice que no estamos esperanzados por un delirio, sino por una necesidad ontológica, y que lo que distingue a los seres humanos de los otros seres es la capacidad de tener esperanza. Tener esperanza no es esperar, la esperanza que se confunde con la espera se transforma en desesperación. La esperanza es resistir, y por eso resistiremos.
¿Qué podemos aprender hoy de la Carta? Que necesitamos sujetos maduros, independientes, celosos de su intimidad y de su libertad, capaces de hacer lo correcto aunque todo nos arrastre a subir al carro del que más grita, de la mayoría…, personas auténticamente soberanas.
En mayo de 1967 la Libreria Editrice Fiorentina publicó un libro de título más bien inocuo (Lettera a una professoressa) y de autoría extraña (Scuola di Barbiana), una escuela alegal de un pueblo recóndito y prácticamente desconocido. A pesar de ello, su radicalidad, la frescura y la franqueza de su lenguaje, por una parte y, por otra, el hecho de aparecer en el momento álgido de la contestación social y cultural contra el capitalismo triunfante y un entramado institucional (entre ellas, la familia y la escuela) constreñidor de la libertad individual y colectiva, lo convirtió en un auténtico revulsivo, cuyas denuncias, interrogantes, dilemas y propuestas han llegado hasta hoy.
Sabemos que detrás de la Carta había un cura singular, Lorenzo Milani, convencido de que solo una escuela profundamente clasista (con conciencia de clase) y el dominio del lenguaje -de todos los lenguajes- podrían garantizar la libertad y la capacidad de ejercerla a los pobres, a los últimos, a los oprimidos, en lenguaje freireano.
Un cura incómodo, marginado por la jerarquía eclesiástica de aquellos años, que acaba de ser rehabilitado públicamente por el papa Francisco, y que murió a las pocas semanas de su publicación. Había también, detrás de la Carta, una técnica humilde al servicio del arte de escribir, la escritura colectiva, un proceso de selección, discusión, análisis y redacción extraordinariamente riguroso, reflexivo, lento, austero, sincero y eficaz.
Cincuenta años después es llegado, tal vez, el momento oportuno de que quienes no hayan leído la Carta lo hagan: no les ocupará mucho tiempo y seguro que no les dejará indiferentes, y de que quienes la leyeron hace tiempo la lean de nuevo: comprobarán como los clásicos siempre tienen algo que decirnos y como los años nos han hecho, a lo mejor, más lúcidos… o más escépticos…
¿Qué podemos aprender hoy de la Carta? ¿Cuál es su lectura del mundo, cuáles son sus interpelaciones?
La adherencia a la realidad: a la más cercana y concreta, la que viven los propios aprendices y sus familias, pero también la más remota, la que entra en nuestro mundo a través de los medios de comunicación y de las redes sociales, siempre desde la perspectiva de las víctimas, de los últimos, porque nada de lo que es humano nos es ajeno.
Un currículum competencial, sí, que señale cuales son las competencias básicas que debe tener todo ciudadano, pero con un contenido surgido de la actualidad para lograr comprenderla, analizarla desde distintas perspectivas, contrastarla con distintas fuentes, hoy que la tecnología nos lo pone tan fácil, desde criterios claros, desde el respeto inalienable por la dignidad de todos los seres humanos.
Una escuela problematizadora, estrictamente instrumental, lejos de su tradición bancaria, porque no se trata de depositar en los alumnos ninguna cultura concreta, sino de utilizar diestramente el material técnico disponible, los lenguajes, el diálogo, para fabricar una cultura nueva, despojada de los sesgos clasistas, sexistas, homófobos y etnocéntricos que todavía tiene la cultura dominante.
Una escuela que reivindique la política, porque política es trabajar para formar personas libres e independientes, que asuman la tarea de construir un mundo más humano y más justo. En palabras de Francuccio, un alumno de Barbiana: “¿Cómo quieres amar al prójimo si no es con la política?”. Una escuela de donde no salgan ciudadanos que abominan de lo político, como ocurre ahora, sino al contrario: capaces de hacer frente a unas élites insensibles al dolor y a la desigualdad, seguros de sí mismos para no caer en manos de antisistemas de salón o de charlatanes cínicos y mal educados.
Una escuela que eduque, al servicio de todos y cada uno de los alumnos, con un profesorado que genere la confianza suficiente como para conocerlos, amarlos, ayudarles, detectar sus debilidades y potencialidades para compensarlas o impulsarlas, que ese es el sentido profundo de la evaluación pedagógica. Una escuela y un profesorado que se niegue a seleccionar, a clasificar y a poner notas, porque esta no es su misión y, además, el hacerlo pervierte todo lo que toca, las relaciones, los saberes, las actividades, los valores.
Una educación que apueste por todas las tecnologías disponibles, abierta a todos los recursos que posibiliten un conocimiento más eficaz, más informado, más complejo y más interdisciplinar. Las tecnologías son vehículos que facilitan las tareas y expanden las posibilidades: el problema no está en ellas, sino en su manejo y en el sentido de su uso, que justamente demanda sujetos sólidamente entrenados, conscientes y responsables de sus decisiones y acciones.
La necesidad imperiosa de ampliar y aprovechar el tiempo educativo que pasa, por un lado, por planificar adecuadamente el tiempo escolar, por dedicar el horario de la escuela a aquello realmente relevante y que difícilmente pueda aprenderse fuera de ella, en definitiva, por no perder el tiempo. Y, por otro, por convertir la ciudad en un espacio cultural y educativamente poderoso, de forma que el tiempo no lectivo, los fines de semana, los veranos, no se conviertan en momentos de empobrecimiento o embrutecimiento cultural, sino en un campo abierto de posibilidades vinculadas a las artes, al deporte, a las relaciones, al estudio, y eso implica que las instituciones locales surtan una oferta suficiente y barata para que no se convierta en lo que desgraciadamente suele ocurrir: en un territorio que incrementa las desigualdades y priva a los pobres de oportunidades educativas.
Una escuela que, en un mundo sin referentes indiscutibles, donde parece que todo vale y todo tiene justificación, donde la libertad individual y la tolerancia han hecho avances significativos, fortalezca a los sujetos, les haga conscientes de que ellos son los únicos responsables de sus actos y de sus decisiones, que si quieren pueden ampararse en alguna narrativa de salvación –política o religiosa-, pero que ello no les libera de su responsabilidad. Porque, somos seres esencialmente ambiguos y vulnerables, capaces de lo mejor y de lo peor, extraordinariamente influenciables por las presiones o los condicionamientos de nuestro entorno: por eso necesitamos sujetos maduros, independientes, celosos de su intimidad y de su libertad, capaces de hacer lo correcto aunque todo nos arrastre a subir al carro del que más grita, de la mayoría…, personas auténticamente soberanas.
Xavier Besalú es profesor de Pedagogía de la Universidad de Girona
De niña recuerdo que después de vender helados en el mercado los fines de semana, regresaba a la casa al filo de las dos de la tarde, (entre semana a las 12:30 porque a la 1 entraba a estudiar) y agarrábamos camino con mis amigos, costal en la mano cada uno, a recoger basura de casa en casa para irla a tirar al barranco, nos pagaban 25 centavos por costal.
Con mi hielera al hombro corría atrás de los autobuses suplicándoles a los pilotos que me dejaran subir, para vender mis helados, al pedalazo me subía y me bajaba porque nunca detenían la camioneta completamente.
Corríamos a escondernos del cobrador del mercado porque todos los días quería tirarnos los helados a la basura, estorbábamos en el corredor.
Nos juntábamos a las 3 de la mañana en la esquina de la cantina Las Galaxias, para agarrar camino hacia La Fresera, finca que quedaba a las orillas de la aldea Zorzoyá, en San Lucas Sacatepéquez, caminábamos 20 kilómetros de ida y 20 ed regreso, entre las montañas verde botella. Allá éramos jornaleros y trabajábamos de sol a sol en el corte de fresas. Yo tenía 8 años entonces.
Un día dijo mi mamá que sería buena idea ir a vender pupusas, helados y atoles y así lo hicimos. Mi papá y mi mamá con su hielera cada uno y las dos hijas mayores con la nuestra, dejábamos todo fiado para cobrar a fin de mes. Aquellos guindos y aquellas arboledas, fueron testigos de nuestro cansancio físico de nuestra ilusión.
Cuando llegaba fin de mes y no tenía para pagar la colegiatura, en la aborrotería de la esquina del bulevar central y la calle Eúfrates, pedía fiado un doble litro de Coca Cola, mientras ofrecía los helados en el mercado, hacía papelitos con números y me iba de puesto en puesto, a ofrecerles a los vendedores los números para la rifa de un doble litro de gaseosa; a veces a diez centavos y otras a veinticinco. Gastaba Q2.50 y me quedaban Q2.50 y cuando tenía suerte Q5.00.
Para las navidades hacía adornos navideños, con el papel celofán, manila y crepe que pedía fiado en la miscelánea de Juan, otro vendedor del mercado. Los hacía por las noches después de haber acabo del oficio en la casa, a la mañana siguiente los llevaba a vender al mercado, a cincuenta centavos, un quetzal y ahí iba juntando para mi inscripción, el uniforme, para los zapatos o los útiles. Copiaba los diseños de los adornos que miraba en al televisión en los anuncios de Navidad.
Por las tardes al filo del anochecer íbamos a vencer pupusas de chicharrón y atol, al destacamento militar, caminábamos cinco kilómetros, de ida y cinco de vuelta. Más de una vez trabajé de ayudante de albañil y de ayudante de zapatero.
Cuando mi papá era piloto de autobús y no tenía ayudante, me llevaba a mí, yo era la cobradora, la que subía los quintales en el hombro, a la parrilla. Y me colgaba de la puerta de la camioneta, columpiándome y gritando, ¡Terrazas, Ciudad Peronia, La Fuente! Eso fue en mi adolescencia.
Cuando estudié magisterio, a las cinco de la mañana les pedía prestados cinco quetzales, a mis tías o a las vecinas, para el pasaje y para comprar naranjas en el mercado La Placita, a la hora del recreo las vendía peladas, con pepita y sal, a las 9 de la noche iba a devolver el dinero que me habían prestado en la madrugada.
Mi infancia y adolescencia me la pasé con una mudada y un par de zapatos. De los sostenes supe hasta cuando ya tenía zarazas las tetas. De las toallas sanitarias hasta que tuvimos dinero para comprarlas. El desodorante y la pasta dental eran lujos de dos veces el año. Usábamos limón como desodorante y sal y ceniza para cepillarnos los dientes.
Dormíamos las cuatro crías en una cama de metal con la pata coja, un poncho de Totonicapán y una sábana de Tierra Fría nos cubrían de sereno de la madrugada que goteaba de la lámina. Un pedazo de tela, como cancel nos separaba del cuarto de mis papás, de la sala y la cocina, que eran uno solo en aquella casa de mi infancia.
Las ventanas las tuvimos de cartón, cajas que nos regalaban en el mercado, cuando no estaba construido y los vendedores ponían sobre unos costales sus ventas, sobre el suelo. El piso de talpetate por donde caminaban gallinas, cabras, patos, perros y de cuando en cuando los marranos.
Cuando emigré, el primer día de trabajo me caí por las gradas del sótano de una mansión de judíos, me enredé con el cable de la aspiradora, en mi vida había visto una animala de esas, desperté tirada en el suelo, empapada de cloro; el bote que llevaba en la mano se destapó con la caída y me manchó la ropa, una mudada que con gran esfuerzo habíamos comprado en una tienda de ropa usada, porque a Estados Unidos llegué con lo puesto. Estaba ahí tirada al final de las gradas alfombradas, rodeada de gente a la que veía borrosa y que me hablaba y yo no entendía lo que me decían, yo no entendía ni el saludo en inglés y mucho menos lo hablaba. Así fue mi bienvenida al trabajo del servicio doméstico.
Yo no olvido, las tantas veces que el cobrador del mercado nos perseguía, para tirarnos los helados. Ni las innumerables ocasiones que corrí atrás de los autobuses y las tantas que me caí intentando ganarme el sustento. No olvido las tantas veces que me discriminaron, por negra, por paria, por arrabalera, por vendedora de mercado. No olvido el olor de la basura que cargaba en mis hombros de niña, en camino al barranco. Ni las tantas veces que el cansancio nos venció a media montaña en camino a La Fresera. Ni los insultos del caporal, ni la explotación laboral que nos hacía el dueño de la finca. No olvido las tantas veces que no nos pagó la medida en su peso cabal.
No olvido las tardes en camino al destacamento, entre las hortalizas y el musgo blanco de los cipreses del caminón, el dolor de la espalda por el peso del atol, de los plátanos fritos, de las pupusas de chicharrón, los chocobananos y los helados.
No olvido las veces que pedí fiado para comer, ni las veces que toqué puertas ajenas en la madrugada para pedir prestado para ir a estudiar.
No olvido la frustración, el cansancio, el dolor, la rabia, la amargura, la miseria, la exclusión que me viví.
No olvido los sueños rotos, las puertas cerradas en mi nariz, no olvido las tantas veces que me gritaron negra percudida, por mi color de piel. Ni las tantas que el agua del invierno entró por la suela de mis zapatos. Ni las calcetas remendadas, ni las tripas chirriando de hambre, nuestra escases. No lo olvido.
Como no olvido a quienes parias como yo, compraron los numeritos de las rifas del doble litro de Coca Cola, ni a los vendedores de la abarrotería que me los dieron fiados. Ni a los vendedores de mercado que escondían las hieleras cuando el cobraror nos buscaba. Ni a los soldados rasos que nos compraban en el destacamento y nos acompañaban en la noche, en el caminón para cuidar que no nos pasara nada.
Yo no olvido, de dónde vengo, yo no olvido de qué estoy hecha. ¿Por qué entonces debería negar que soy paria? ¿Por qué bebería negar mi memoria? ¿Olvidar a quienes parias como yo me metieron el hombro para que yo estudiara y saliera del corredor del mercado? A los pilotos de autobús me dejaban subir a vender mis helados. A los jornaleros de La Fresera que compraban lo que llevábamos a vender. ¿Por qué ahora debería fanfarronear con que soy escritora y poeta? ¿Por qué ahora debería olvidar a quienes me vieron cuando fui completamente invisible para la sociedad?
¿Por qué ahora descaradamente me podría etiquetas que no me corresponden? ¿Por el nombre de otros? ¿Por la luz de otros? En la invisibilidad de la miseria y la exclusión, también hay vida, sueños, luchas, solidaridad. Y es ahí a donde yo pertenezco.
Y cuando digo paria, reafirmo mi herencia milenaria, mi memoria y mi identidad. Reafirmo que soy vendedora de mercado. ¿Por qué tendría que negar la dignidad de los excluidos de todos los tiempos? A ellos mi letra, mi vida y mi poesía. Lo demás son babosadas.
Los guatemaltecos carecemos de identidad y de sentido de pertenencia, y nos importa un comino, pero eso sí, después del Real Madrid y del Barcelona le vamos con todo a la selección nacional de fútbol y que no se metan con nuestra bandera autografiada por Arjona y Jimmy Morales, porque una arrastrada de cinco cuadras no será suficiente.
Para cuando se acerca la bulla del mes de la patria, en las vísperas del 15 de septiembre, lloramos de emoción, de alegría y orgullo viendo desfilar a las bandas estudiantiles; rezago de imposiciones militares en el país. En una clara apología a la invasión al continente por atracadores españoles. Porque pues, ¿qué es la Independencia en Guatemala? –Hay que leer La Patria del Criollo, Severo Martínez Peláez lo explica con la exquisitez del lenguaje sencillo, totalmente accesible a nuestra inteligencia natural-, país de interminables injusticias y exclusión social.
Tan mediocres somos que permitimos que el sistema de educación imponga concursos de belleza entre las niñas en las escuelas, y las sexualizamos y ponemos a desfilar en traje de baño y en traje de noche, las “disfrazamos de inditas” para que modelen un traje típico; y elegimos a la más bonita para que represente a la escuela en las actividades inter escolares del mes patrio. Damos con esto, seguimiento a un sistema que nos impone estereotipos y patrones patriarcales que solo ven a la mujer como objeto de explotación por su cuerpo y apariencia física. Y lo más cruel: desde la infancia.
Aplaudimos a las batonistas entre más corta tengan la minifalda y más pierna enseñen, y a los gastadores entre más gallardos y fornidos con todo el prototipo del macho alfa. Y nos desvivimos con las bandas escolares interpretando melodías militares, y entre más firme marchen los estudiantes más orgullo sentimos. Y para nosotros eso es la patria: una bandera autografiada, un desfile escolar y cientos de niños y adolescentes marchando bajo el sol, emulando desfiles militares. ¿Y los otros, y los analfabetas que no tienen oportunidad de ir a la escuela? ¿Qué son esos niños para nosotros, son parte también de la patria? ¿Bajo qué parámetro?
Y estamos a punto del desmayo viendo a las niñas “disfrazadas de inditas” y se nos eriza la piel cuando pasa el cipotal con la antorcha ¿sabrán el origen de la misma, es decir; de la Llama Olímpica? Yo toqué redoblante y bombín en la banda del colegio Galilea, en donde estudié parte de la primaria, y nunca supe por qué lo hacía, nos decían que era celebrar la patria. Y también corrí kilómetros y kilómetros con la antorcha de independencia, nunca supe por qué lo hacía, me dijeron como a todos que era para celebrar la patria. Nunca me dijeron qué era la patria y por qué la celebrábamos de esa manera. Las preguntas me las hago hoy como deberíamos hacérnoslas los adultos que permitimos que nuestros niños sigan creciendo con los mismos patrones con los que nos borraron la Memoria Histórica, la identidad y el sentido de pertenencia.
¿Qué es la patria? ¿Es tan poca cosa para reducirla a un desfile escolar con tintes militares? ¿Es tan poca cosa para que pensamos que una bandera y un himno nacional la engrandecen? ¿Tan poca cosa para que nos tenga a nosotros como sus hijos? ¿Qué es la patria? La patria es la inmensidad que no nos merecemos como sociedad.
La patria es la conciencia de clase, es la sensibilidad ante el dolor ajeno, es la integridad individual y colectiva. La patria son nuestras manos juntas trabajando para reconstruir el tejido social. Es buscar juntos la justicia y equidad. La patria es la libertad de los niños jugando en lugar de trabajar. Las niñas jugando en lugar de ser violadas y embarazadas ante nuestra doble moral. La patria son nuestros abuelos viviendo su vejez en la tranquilidad de un sistema incluyente y justo. La patria es el derecho al aborto.
La patria es el derecho de todos a amar a quién queremos sin que se nos juzgue, castigue, discrimine y asesine por ello. Es, el derecho al Matrimonio Igualitario. La patria la hacemos todos en la construcción social de un país donde se pueda vivir en libertad, con la seguridad de tener un sistema y gobierno que en lugar de robar y oprimir invierta en el desarrollo integral de los ciudadanos.
La patria es la familia en todas sus formas. Es la oportunidad a una vida integral. Es la defensa de la tierra. Es la limpieza del agua de los ríos. Son los niños viviendo bajo un techo y no en las calles o basureros. La patria son los anhelos, es la belleza de las flores del campo reverdeciendo en la libertad de la herencia campesina, y no muriendo en la explotación minera. La patria es un país sin explotación laboral y sin explotación sexual.
Es el acceso a la salud y a la educación. Son las clases de Formación Musical y Educación física cinco días a la semana en las escuelas públicas, urbanas y rurales. La patria es la felicidad de una sociedad sana, consecuente y humana.
La patria es la entereza de ver al otro de frente y de tenderle la mano si necesita ayuda, sin pedir nada a cambio como pago, hacerlo porque es el deber humano. La patria no es territorial, la patria es lo que hacemos como seres humanos en la construcción de un mundo equitativo e igualitario. La patria es una universalidad. La patria tiene una sola bandera: la de la paz y la libertad.
Y tiene inmensidad de formas, está en nuestros ojos, en nuestras manos, en los pies del niño descalzo, en la espalda de los cargadores de bultos. La patria está en nuestra voz que denuncia y reclama los Derechos Universales de todo ser humano. Que reclama un alto a la injerencia extranjera que llega para asaltar y oprimir.
La patria es una flor de cordillera al atardecer. El llanto de un niño que llora de hambruna. Una madre en desnutrición. La patria es todos los días, a todas horas, en cualquier lugar: la integridad de una humanidad que crea y transforma en pro del amor, la unidad y el libre albedrío.
Hoy, aquí, en nuestras circunstancias como sociedad: excluyente, clasista, racista, homofóbica, corupta y de doble moral, no tenemos derecho alguno a mencionar la patria y llevarla como nuestro estandarte. No estamos a su altura, lo que sí podemos hacer es comenzar a trabajar en cambiar los patrones y el sistema, para que un día podamos sentirnos dignos de Guatemala y nos merezcamos ser sus hijos.
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