De: Gauri van Gulik
Ante la terrible situación que afrontan los menores de edad en Siria, representada de manera muy gráfica en la desoladora imagen del niño de cinco años Omran Daqneesh sentado al fondo de una ambulancia, ensangrentado y conmocionado, tras ser rescatado de los escombros de su casa, se comprende fácilmente por qué padres y deciden llevarse a sus hijos en un viaje desesperado y difícil hacia Europa.
Pero, aunque un niño como Omran lograra sobrevivir a ese viaje y alcanzar las costas europeas, aún le faltaría mucho para llegar al final de su terrible experiencia.
En una visita a la isla griega de Lesbos, pude ver de primera mano lo que les espera.
La terrible situación que afrontan los menores de edad en Siria quedó representada de manera muy gráfica en la desoladora imagen del niño de cinco años Omran Daqneesh sentado al fondo de una ambulancia, ensangrentado y conmocionado.
En un centro de detención de Lesbos conocí a Ahmed, un bebé de un año de edad que llevaba la mayor parte de su breve existencia enfermo de lo que su madre calificaba de ataque químico. La mujer me contó que una bomba había destruido su casa al poco tiempo de nacer Ahmed, y que la metralla había impactado en el cuello del bebé. Poco después había enfermado gravemente de asma y presentaba otros síntomas compatibles con inhalación de gas de cloro. Cuando yo lo conocí, casi un año después del ataque, pude ver sus cicatrices y las dificultades de su cuerpecito para respirar.
Sus familiares son de los primeros palestinos de Siria que huyeron de los horrores del asedio y el hambre en el campo de Yarmouk, a las afueras de Damasco. Pero la guerra les fue siguiendo los pasos cuando huyeron de Idlib hacia el norte del país. Después de que una bomba impactara en su casa, la madre de Ahmed madre cruzó con su familia la frontera hasta Turquía, donde pagaron a traficantes para que los transportaran a bordo de un bote sobrecargado por aguas peligrosas hasta las islas griegas.
Al llegar a tierra, la familia de Ahmed no tuvo precisamente una cálida bienvenida. Llegaron después del 20 de marzo, fecha de entrada en vigor del acuerdo de la UE con Turquía, que en la práctica transformó las islas en centros de detención.
La familia de Ahmed quedó atrapada junto a más de 3.000 personas en el centro de detención de Moria, aislado del mundo exterior por alambradas de espino. Cuando yo los vi, no tenían intimidad ni sabían lo que iba a ser de ellos. Ahmed no fue atendido rápidamente para recibir la asistencia médica que necesitaba con urgencia; primero un médico les entregó una caja de paracetamol.
Ahora ya no están detenidos pero continúan atrapados en Grecia, como casi 60.000 refugiados y migrantes más. Las rutas de acceso a Europa están cerradas en su mayor parte. Si dependiera de algunos líderes europeos, la mayoría de estas personas serían expulsadas sin más a Turquía.
Esta situación desesperada se da en toda Europa: Hungría, Serbia, Grecia, Calais y otros lugares.
Omran me recuerda a otros muchos niños que hemos visto por todo el continente, y las atroces situaciones que viven.
Llevamos 423 días aquí, sin esperanza, sin educación, sin escuelas. Necesito que me den la oportunidad de acabar mis estudios.
Casi un tercio de las personas refugiadas y migrantes que cruzan el mar Mediterráneo hacia Europa son menores de edad. Muchos viajan solos, expuestos a la explotación, o por el camino son separados de sus familias, a veces por las propias autoridades.
Para los que han sufrido el trauma de la guerra casi no hay apoyo psicosocial disponible.
Apenas hay espacios para que jueguen, y menos aún para que aprendan o asistan a clase.
Algunos llevan tanto tiempo sin ir a la escuela que ya no saben leer ni escribir.
El desgarro y la indignación no son suficientes. Estos niños y niñas necesitan seguridad, atención especial, educación y un techo sobre sus cabezas.
Un chico de 16 años de Siria que había estado en un campo en territorio continental griego nos contó: “Llevamos 423 días aquí, sin esperanza, sin educación, sin escuelas. Necesito que me den la oportunidad de acabar mis estudios.”
Estos niños y niñas necesitan seguridad, atención especial, educación y un techo sobre sus cabezas. Necesitan gobiernos que permitan y faciliten la reagrupación familiar. Necesitan países que se atengan a sus compromisos de reasentar y reubicar familias como la de Ahmed. Los gobiernos europeos están vergonzosamente atrasados en ambos frentes. Por ejemplo, los dirigentes de la Unión Europea sólo han reubicado el cinco por ciento de los refugiados que prometieron admitir el pasado mes de junio.
Aunque Omran, como antes pasó con Alan Kurda, haya atrapado la atención del mundo, el desgarro y la indignación no son suficientes. Las imágenes han conmovido al mundo, pero no a los dirigentes. Mientras no actúen, miles de niños y niñas correrán la misma suerte que Omran, Alan y Ahmed.