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La construcción mediática del otro

Main Author: Harb Muñoz, Lourdes Gisella
Format: Libros
Published: Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador; Corporación Editora Nacional; Ediciones Abya Yala2010
Subjects:
Online Access: http://hdl.handle.net/10644/180

Reseña: En el ambiente económico, político y social en el que se desenvuelven la sociedades contemporáneas, la reactivación de los flujos migratorios masivos ha desembocado en una cadena de actitudes y prácticas discursivas orientadas a instalar en el opinión pública un imaginario de violencia y de grupos agresores, facilitando la formación de sociedades discriminatorias que ven a los migrantes como sus propios enemigos. El aspecto discursivo favorece las actitudes discriminatorias hacia aquellos que no pertenecen a nuestra comunidad, fortalecido por un contexto mundial que califica a los otros como la mayor amenaza a su seguridad; estas actitudes, a la vez que construyen la realidad, inundan los medios y discursos de los actores visibles dentro de la agenda mediática. Es, por tanto, necesario examinar desde dónde se construye ese discurso en nuestro país y cuáles son las estrategias, estructuras y nociones predominantes en él, teniendo en cuenta el constante flujo migratorio que soporta el Ecuador y que tiene su origen en los países de la región andina, cuando la misma categoría de migrantes lleva asociada un conjunto de estereotipos desfavorables para la construcción de la identidad.

Descargar en: http://repositorio.uasb.edu.ec/bitstream/10644/180/1/SM68-Harb-La%20construcci%c3%b3n%20medi%c3%a1tica%20del%20otro.pdf

Fuente: https://www.bibliotecasdelecuador.com/Record/ir-10644-180/Description#tabnav

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Libro: Educación y esperanza en las fronteras de la discapacidad

Estudio de caso único sobre la construcción creativa de la identidad

Ignacio Calderón Almendros

 

Resumen

El autor nos presenta un exhaustivo estudio de caso único en el que se aborda la construcción de la identidad de Rafael Calderón, un joven estudiante del Grado Superior de Música. Rafael ha conseguido elaborar su identidad más allá de la interpretación socialmente asumida acerca de la discapacidad. El estudio muestra cómo una persona con síndrome de Down tiene que luchar en la arena educativa para desarrollar una identidad libre de los prejuicios que el sistema educativo y la sociedad en general tratan de imponer. La resistencia generada por Rafael y su familia, los procesos educativos inclusivos, y el uso de la creatividad en la construcción de la identidad han permitido que Rafael pudiera desafiar las representaciones sociales, las creencias y el estigma. Ha llevado a cabo un proceso de resiliencia que desafía las fronteras de la discapacidad y nos invita a la transformación de la escuela. La relevancia del caso y el modo de abordarlo hacen de este trabajo una producción inquietante en la que se presentan las construcciones cotidianas y complejas que permitieron a Rafael soñar y crear lo que anteriormente no existía. Un estudio que alienta la esperanza e invita al optimismo para desarrollar escuelas inclusivas.

Índice

PRÓLOGO, Cristóbal Ruiz Román
INTRODUCCIÓN
PARTE TEÓRICA
Capítulo 1. Algunas reflexiones previas
Capítulo 2. Identidad, educación y discapacidad
PARTE METODOLÓGICA
Capítulo 3. Metodología
PARTE EMPÍRICA
Capítulo 4. Se creían que no podía. Biografía breve de Rafael
Capítulo 5. La experiencia como opresión: la concepción social sobre las personas
con discapacidad
Capítulo 6. La educación como resistencia y liberación
Capítulo 7. La construcción de la identidad como interpretación creativa
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA

Descargar aqui: Educacion-y-Esperanza

Fuente: http://www.ignaciocalderon.uma.es/index.php/educacion-y-esperanza-en-las-fronteras-de-la-discapacidad/

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Los años dorados del siglo XX en la Universidad de La Habana

Por: Luis A. Montero Cabrera

La documentación corriente acerca de la vida universitaria en cualquier lugar del mundo suele abordar muchas facetas de esa componente indispensable de la vida humana de hoy. Los rendimientos y la reputación de los centros suelen dominar la información para los que conducen la actividad y también para los que se preparan para acceder a ella. Muchos de los más maduros sienten que reviviendo con recuerdos pueden de alguna forma replicar la felicidad, o las dulces desventuras, experimentadas en esos años de la vida. Los que gobiernan bien se preocupan por toda información que contribuya a la buena marcha de la educación superior como una pieza decisiva de la trama social moderna. Poco se conoce y está documentado, sin embargo, de intervenciones sistemáticas y efectivas de gobernantes en contacto directo con estudiantes y docentes en una universidad.

A partir de la Reforma Universitaria de 1962, documento abarcador y modernizador de un sistema de educación superior que mucho lo requería, se fueron cambiando estructuras y concepciones. La Universidad de La Habana resultante de ese proceso abarcaba la formación de todo joven que deseara y pudiera cursar estudios superiores en las provincias desde Matanzas hasta Pinar del Río, incluida la entonces Isla de Pinos. Comprendía todas las carreras, desde las médicas hasta las de enseñanza, pasando por las tecnologías, las ciencias básicas y las humanidades. Varios presidentes de la Federación Estudiantil Universitaria, secretarios generales de la Unión de Jóvenes Comunistas, rectores, vicerrectores y decanos conducían seria y paulatinamente los cambios que la reforma indicaba. Los estudiantes y profesores, todos muy nuevos y muchas veces indistintos, enfrentábamos el nuevo escenario con el entusiasmo del que confía en un futuro irremisiblemente maravilloso. Algunos éramos estudiantes de tercer año en la mañana y profesores conferencistas de otra carrera por la tarde. Un Ministro de Industrias como el Che, con alma de redentor y cultura multifacética le pedía a una decana, directamente por carta y también personalmente, que su Facultad se sumara a sus cometidos. Quería también aprender las matemáticas que su educación de médico no le había proporcionado.

Lo insólito comenzó a ocurrir en los años alrededor de 1965 y continuó prácticamente hasta iniciada la década de los 70. El primer ministro del país, que era Fidel, visitaba regularmente la Plaza Cadenas, corazón del campus central. Ocurría generalmente durante las horas de la activa noche de cursos para trabajadores, estudios en la Biblioteca Central, encuentros sentimentales y reuniones de las organizaciones que no se podían dar por el día porque las clases y su horario eran sagrados. Los que estábamos por esos entornos y súbitamente veíamos aparecer por la entrada de la calle J los tres Oldsmobile del año 1960 ya sabíamos que nos esperaban unas cuantas horas de diálogo activo, sobre temas publicables o no, y de la más variada índole. Desde la Revolución China, hasta los efectos de ciertas carnes para la salud, pasando por las formas de distribución de la tierra que habían seguido diversas revoluciones antes de la cubana.

En 1966 todos nos sorprendimos al conocer que había sido nombrado como rector un médico desconocido para muchos. Se trataba de José Millar Barruecos, con el apodo de “Chomi”. Un rector joven y con un apodo informal ya sonaba a “cosas de Fidel”. Se trataba de alguien que se había destacado en los primeros intentos de llevar la salud a los lugares donde vivían los olvidados de siempre en Cuba. Era un producto del llamado entonces “Servicio Médico Social Rural”. Nada más sabíamos de él.

Lo que si supimos después fue que esa medida significó la intervención decisiva de las ideas revolucionarias para realizar lo mejor de la Reforma de 1962 y bastante más. El estrecho y fresco contacto sistemático de Fidel con los estudiantes y profesores y ahora la frecuente, informal y efectiva comunicación entre el rector y el líder de la Revolución condujeron a años de cambios y fomento radicales.

Se crearon grupos multidisciplinarios con estudiantes y profesores de diversas áreas que se llamaron “polivalentes”, usando graciosamente un término químico para fomentar lo que hoy es una práctica modernísima de gestión en todas partes. De ellos salieron recomendaciones fundacionales de muchas iniciativas fidelistas de entonces. También se crearon “equipos económicos” con los de economía, contabilidad, y otras carreras que conviniera. Se fundaron centros de investigaciones, lo mismo de aplicaciones informáticas a las ciencias médicas que de ciencias marinas; se fundó un monumental jardín botánico; se cimentó la formación biológica, física, matemática, química. Se impartieron semestres completos de ciertas carreras en la Sierra Maestra, para conocer científicamente lo que ya se sabía empíricamente por los revolucionarios. También se diseñó y produjo en pequeñas series una computadora de las más modernas de entonces, acompañada de un inédito lenguaje de programación en español, que se llamó “LEAL”. Todos estos hechos y muchos más en tan poco tiempo y por parte de gente tan joven tienen pocos o ningún referente en este mundo, en cualquier época pasada o presente.

También, algunos de los problemas teóricos que más tarde conducirían a cataclismos de revoluciones anteriores fueron presentidos en un novedoso Departamento de Filosofía que tenía su propia revista, culta, joven, revolucionaria, esencialmente admiradora de las esencias de Marx y Lenin. Los que estudiamos entonces los cursos obligatorios de ideas filosóficas en cualquier carrera solo vimos en las librerías a los manuales que habían digerido otros de los fundadores, a imagen y semejanza de un proceso deformador de las raíces. Nuestros textos, por el contrario, eran los documentos originales de los autores de la teoría revolucionaria. Y eso era una indicación de Fidel.

Para los testigos y modestos protagonistas de aquellos tiempos en la Universidad de La Habana, la que entonces “solo” tenía 240 años, esos fueron sus “años dorados” del siglo XX. Entonces estaba entera, con todas las disciplinas que hacen a una universidad y éramos estudiantes o jóvenes graduados dedicados a las ciencias, o a las tecnologías, o a las humanidades. Un joven, culto, audaz, visionario y admirado líder revolucionario usaba parte de sus noches de trabajo conversando con los estudiantes y profesores que habitaban entonces la Acrópolis de La Habana, aceptando la invitación del Alma Mater para escalar por la colina hasta ella y poder participar en la conversación con Fidel.

En estos tiempos que la madre cumple 290 años, los simples y hermosos vínculos que se establecían entonces entre los jóvenes creativos y los líderes pueden reeditarse mirando hacia los tres siglos. Eso sí, en esos nuevos vínculos no cabrían ataduras formales, ni lenguajes aburridos y ni estilos artificiales. Las mentes jóvenes y fisiológicamente revolucionarias siguen ahí, en la misma plaza, y con nuevos futuros que deberían estar en Cuba y también cargados de ilusiones tan o más cautivadoras que aquéllas de los años dorados.

Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2018/01/20/los-anos-dorados-del-siglo-xx-en-la-universidad-de-la-habana/#.WmYel7zia00

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El arte de escuchar

Por: Graziella Pogolotti

Más vigente que nunca, el pensamiento vivo de Fidel se orienta estratégicamente hacia un horizonte de emancipación, teniendo en cuenta siempre la percepción concreta de la realidad. Así, en sus Reflexiones, avizoró las grandes amenazas que penden sobre el destino de nuestra especie. Enraizada en el conocimiento de los procesos históricos que han conformado nuestro país, su visión no es localista. Tiene alcance universal.

La gran tarea de hurgar en su ideario, indispensable en medio de los desafíos de la contemporaneidad, exige seguir paso a paso, en su integralidad y en sus contextos, la secuencia de sus discursos, adheridos siempre a las demandas de la inmediatez e inscritos en un marco conceptual riguroso y asequible a todos, nunca aferrado a doctrinarismos abstractos. Su rasgo característico reside quizás en su naturaleza dialógica señalada por el Che al describir en El socialismo y el hombre en Cuba su intercambio productivo con las masas en el inmenso espacio de nuestra Plaza de la Revolución. Otra clave imprescindible se encuentra en la singular capacidad de escuchar, aun en esos multitudinarios encuentros, las interrogantes de sus interlocutores. De ese toma y daca dimana la organicidad de sus respuestas y la consiguiente autenticidad de su palabra, hecha de verdad y de convicción profunda.

Para los que no habían nacido entonces y para quienes vivimos esa etapa, vale la pena recordar el inicio de los noventa del pasado siglo. Fidel preparó al pueblo, cuando todavía no se había producido el acontecimiento, ante la posibilidad de que la Unión Soviética se desgajara. Aunque resulte dura, la verdad constituye cimiento de unidad, fuente de confianza y plataforma indispensable para el diálogo. A lo largo de los difíciles años del periodo especial, tuve el privilegio de participar en numerosos encuentros con el Comandante. Había que juntar voluntades para emprender el áspero ascenso hacia la resistencia por la salvaguarda de cada uno y de la patria conquistada. La precariedad económica tenía inevitable repercusión en la vida de la sociedad. En esa coyuntura, los escritores y artistas reunidos en el seno de la Uneac concedieron prioridad al análisis de los problemas que emergían en su entorno.

Dejaron de lado preocupaciones gremiales para volcarse hacia el ancho territorio del país. Abordaron temas relacionados con la preservación de la ciudad, con la existencia de jóvenes alejados del estudio y del trabajo, con el rebrote de manifestaciones de racismo. Respetuoso siempre, Fidel escuchaba con esa excepcional capacidad de concentración que le permitía taladrar el trasfondo de las palabras y los gestos, profundizar en el examen de cada asunto, percibir la dimensión concreta del presente, captar las referencias del pasado y proyectar la mirada hacia las repercusiones futuras de cada fenómeno. En esa intensidad del pensar se articulaban la observación del detalle, las interconexiones existentes entre las distintas esferas de la realidad y las indispensables definiciones conceptuales. Vendría luego el habitual bombardeo de preguntas. Muchas solicitaban mayor grado de precisión. Otras, totalmente imprevistas por el interlocutor, revelaban acercamientos a costados más profundos del tema, así como la rapidez y la intensidad de la reflexión creativa que acompañaba en Fidel el modo activo y crítico de escuchar al otro. Sus comentarios no clausuraban de manera definitiva el debate, aunque en ocasiones se impusiera la necesidad de tomar medidas o de investigar de forma más exhaustiva algunos asuntos.

Percibíamos todos el afán por conocer los matices de una realidad compleja, ninguna palabra caía en el  vacío. En esa transparencia del diálogo, todos nos sentíamos partícipes y, por lo tanto, entrañablemente comprometidos, sabíamos que nuestra visión podía resultar parcial, que contendría quizás alguna apreciación errónea. Pero el conglomerado allí reunido procedía de todos los rincones de la Isla, ejercía prácticas artísticas diversas  y sostenía vínculos de variada naturaleza con la comunidad y con sectores de un público más amplio. Conformábamos entre todos un rico mosaico que abocetaba el paisaje de un universo social en rápida evolución.

El arte de escuchar revela las verdades ocultas tras las apariencias. Constituye la base de un permanente aprendizaje, en términos concretos, de las realidades contradictorias y cambiantes de la vida y de la historia. Asienta el diálogo y el compromiso entre los interlocutores. De esa manera, sin perder de vista el esencial propósito emancipador, el pensamiento vivo de Fidel penetró con mirada visionaria el palpitar de la época. Vio desarrollarse la hierba que aún no había nacido. En las páginas de La historia me absolverá, más allá de la lucha inmediata contra la tiranía, en el reconocimiento de la enseñanza martiana se advierte el lastre de la condición colonial junto al subdesarrollo heredado de ella. Ahí está la clave de la emancipación proclamada entonces. El pueblo se define a partir de sus componentes concretos reveladores de la miseria de muchos y la dignidad lacerada de todos. Por eso afirmará, al llegar a La Habana en el enero triunfante del 59, que el verdadero combate estaba  comenzando. Ajeno a dogmas y sectarismos, edifica la unidad y vincula la Isla liberada al movimiento descolonizador de los sesenta. En términos apremiantes, insiste desde fecha temprana en que el carácter depredador del capitalismo habrá de precipitar el exterminio de la especie.

En el pensamiento vivo de Fidel, los hombres y las mujeres de hoy han de encontrar una guía para la acción. Educado en el colegio de Belén, el hijo de Birán hubiera podido transitar por una brillante carrera profesional, según las normas de la sociedad burguesa. El arte de escuchar lo llevó a descubrir, en su tierra de origen, la infinita tragedia que pesaba sobre los desamparados. De ese vínculo con las realidades concretas, nacieron vocación, pensamiento y destino. No tuvo reparos en arriesgar la vida. Al igual que Martí, confió en el mejoramiento humano. Esa entrega lúcida de vida y obra a la causa de la humanidad dan la medida de la inmensa estatura del revolucionario. Es la razón de su vigencia.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-11-27/el-arte-de-escuchar-27-11-2017-01-11-44

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Sensaciones en un altar de la Patria

Por: Yasel Toledo Garnache

Los veo con la fuerza de aquellos días, con la energía y el valor. No se les nota el nerviosismo que seguramente sienten, porque eso de irse a la manigua, dejar la comodidad de los hogares para comer lo que aparezca y estar siempre en peligro, no era como para sonreír y saltar de alegría.

Aquella constituía la única opción posible para eliminar la explotación y decenas de calamidades; eran pasos honorables en busca del sueño de libertad para todo un pueblo.

Según relata el historiador César Martín García, quien durante muchos años fue director del Monumento Nacional La Demajagua, ya «el Padre» lo había dicho el 2 de octubre de 1868 en conversación con Francisco Vicente Aguilera: «Pelearemos aunque sea con las manos», y agregó: «Todo lo sé, pero no es posible aguardar más tiempo, las conspiraciones que se demoran siempre fracasan, porque nunca falta a ellas un traidor que las descubra».

En verdad eran muy escasos los fusiles, pero enorme la decisión, acompañada por lanzas de púas y machetes, armas poderosas en manos de corajudos repletos de anhelos colectivos.

Este señor humilde, ciego desde hace algún tiempo, pero capaz de transmitir mucha luz y hacer ver a otros sucesos fundamentales, agrega que antes del amanecer, Carlos Manuel salió de la primera habitación de la casa, caminó con firmeza hacia el exterior, sus pasos se escuchaban de forma leve hasta que se detuvo y con fuerza expresó: «De pie. El soldado del deber no puede permitir que la aurora le sorprenda en el lecho». Él sabía que desde la tarde anterior se reunieron en ese lugar más de 300 patriotas, dispuestos a luchar, y antes de las diez de la mañana del 10 de octubre ya sumaban unos 500.

«Ahora está ahí, yo lo veo» decía Martín García, con especial emoción. Frente a él, permanecíamos decenas de jóvenes creadores, integrantes de la Asociación Hermanos Saíz, todos bajo uno de los árboles del lugar y sentados en una de las ruedas del otrora ingenio, esa que según César, todos los revolucionarios debemos tocar.

Él nos dice: allí estaba la casa de Carlos Manuel, allá los esclavos, ahí la campana… Y nuestras mentes y corazones se llenan de más luces. Gracias al poder de las palabras, nos parecía ver lo ocurrido. En el grupo, todos atendíamos como embelesados y orgullosos por ser parte de lo iniciado aquel día, junto a una bandera confeccionada con la tela que apareció, incluidos pedazos de un vestido y de una copa de mosquitero, lo cual también hace más grande el momento, la decisión.

Después de la explicación de César, quien ya está jubilado, pero jamás se niega a ser guía de los jóvenes en el interior de la instalación, su segunda casa, donde pasó la mayor parte de cada jornada durante más de 30 años, nos tiramos decenas o cientos de fotos.

Yo pensaba en otros momentos: en visitas al Monumento Nacional Comandancia General del Ejército Rebelde en La Plata, intrincado paraje de la Sierra Maestra; en Las Coloradas, lugar del desembarco de los expedicionarios del yate Granma el 2 de diciembre de 1956; en Dos Ríos, donde cayó en combate José Martí, Héroe Nacional de Cuba, el 19 de mayo de 1895; en Cinco Palmas, escenario del reencuentro de Fidel, Raúl y otros combatientes, y en muchos más lugares de Granma, altares sagrados de la Patria.

Cada provincia tiene sitios de enorme significación, donde se respira historia, el corazón de la nación late más fuerte y la cubanía y el orgullo de vivir en un archipiélago repleto de heroicidades circula con más velocidad por las mareas de nuestros cuerpos, para reafirmarnos que los hijos de Céspedes, Martí, Fidel y otros grandes debemos ser siempre fieles a las esencias, sin importar las circunstancias ni los obstáculos.

Ojalá podamos ir a todos o a muchos, sentir la energía y el simbolismo de cada uno de esos lugares. Ojalá se multipliquen las multimedias sobre los diferentes hechos, los dramatizados y materiales audiovisuales de calidad, en un contexto caracterizado cada vez más por la preferencia por lo digital y las imágenes en movimiento.

Me agradan los animados estrenados en Granma sobre sucesos trascendentales, como el incendio de Bayamo por sus pobladores, el reencuentro en Cinco Palmas y el asalto al cuartel Carlos Manuel de Céspedes en la actual capital provincial el 26 de julio de 1953, cuando también fue atacado el Moncada, en Santiago de Cuba.

Es fundamental ser cada vez más creativos en la forma de presentar los sucesos, con fidelidad a la realidad. Cada profesor debe ser un manantial de conocimientos y enamorar a sus alumnos, con las pausas, entonaciones y gestos más adecuados.

Dejo de presionar el teclado y pienso en César, en La Demajagua, en «el Padre», en otros héroes, en las raíces, la sangre, los anhelos conquistados… La historia es una de las mayores fortalezas de Cuba, fuente de saberes y certezas, que resulta imprescindible preservar como un ser vivo, para el bien de todos.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-08-17/sensaciones-en-un-altar-de-la-patria-17-08-2017-22-08-18

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Escuela de Medicina de la Universidad Nacional, historia y presente

Por: Ignacio Mantilla

En febrero de 1868, al iniciar labores académicas la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, se dio vida a uno de los proyectos educativos más profundos y de mayor alcance en la historia de nuestra nación. En su apertura, como lo he mencionado en ocasiones anteriores, seis escuelas de distintas áreas del conocimiento integraron la naciente institución.

En esta ocasión quiero referirme a una de aquellas escuelas primigenias, de la que aún no he compartido su interesante historia. Se trata de la gran Escuela de Medicina que empezó sus labores con 14 profesores y 36 estudiantes provenientes de todas las regiones de nuestro país. Entre los profesores fundadores de la escuela podemos mencionar a médicos de la importancia de Antonio Vargas Reyes, primer rector de la escuela, lo que hoy llamaríamos decano de facultad, y profesor de Patología; Nicolás Osorio, profesor de Terapéutica, cofundador de la Academia Nacional de Medicina; Manuel Plata Azuero, profesor de Anatomía y Cirugía, además uno de los congresistas que presentó la ley que creó la Universidad Nacional; Antonio Vargas Vega, profesor de Fisiología a quien se le reconoce el apoyo y trabajo arduo para lograr superar varias crisis como encargado de la Rectoría General de la universidad. Por décadas se le consideró como el académico más importante de la institución.

Dado que la gran mayoría de los docentes de los primeros años de la escuela habían estudiado en Francia, fue esa línea del pensamiento médico francés la que se impuso en el plan de estudios de la carrera de Medicina y que solo hasta la primera mitad del siglo XX se habría de reemplazar con una concepción norteamericana de las prácticas médicas. Así, las primeras materias de la escuela se concentraban en la anatomía clínica y la medicina hospitalaria. Recuérdese que en la Ley 66 del 22 de septiembre de 1867, ley de fundación de la universidad, se le entregó a esta institución para su administración el importante Hospital San Juan de Dios, que se convertirá en el mayor centro de servicios y de investigación de la Escuela de Medicina por más de 130 años.

Fue precisamente en el Hospital San Juan de Dios en el que la Escuela de Medicina se desarrolló con gran fuerza. La investigación generada en sus laboratorios y salas hizo de Colombia un estandarte de investigación médica en la región. Durante el periodo del San Juan de Dios y del Hospital Materno Infantil, la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional desarrolló métodos novedosos de tratamiento y atención, como el programa de Madre Canguro que mejora las posibilidades de vida de bebés nacidos prematuramente. Este modelo inventado por la Escuela de Medicina en 1978 ha sido reconocido por la Unicef y el último Congreso Mundial de Salud Pública como la contribución más importante de nuestro país a la salud pública del mundo.

De la misma forma, entre muchos otros avances en medicina, gracias al trabajo e investigación de la escuela se pudo desarrollar el marcapasos y la válvula de Hakim para el tratamiento de un tipo de hidrocefalia. En las instalaciones del San Juan de Dios nació el Instituto de Inmunología en donde se iniciaron los trabajos para desarrollar la primera vacuna sintética contra la malaria a cargo de uno de nuestros más reconocidos profesores, Manuel Elkin Patarroyo.

Después del lamentable cierre del Hospital San Juan de Dios por problemas financieros crónicos, la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional experimentó una fuerte prueba para su supervivencia, su mayor desafío de las últimas décadas. Por fortuna la comunidad de la Facultad de Medicina supo responder a estas dificultades con inteligencia, imaginación y compromiso en la formación de sus inquietos estudiantes y se preocuparon por mantener la calidad y reputación de la Escuela de Medicina. Hoy por hoy, han empezado a solucionarse los problemas ocasionados por la ausencia del San Juan de Dios, con la puesta en marcha de nuestro propio Hospital Universitario.

En efecto, la universidad, con esfuerzos importantes y el acompañamiento de los estudiantes, padres de familia, profesores y directivos, recibió el apoyo unánime del Congreso para la aprobación de una estampilla, gracias a la cual se consiguieron los recursos faltantes para la apertura del nuevo hospital. La firma de la ley correspondiente fue además la oportunidad para que el presidente de la República, Juan Manuel Santos, fuera al emblemático Auditorio León de Greiff de la Ciudad Universitaria.

Hace un año se dio al servicio el nuevo Hospital Universitario Nacional en los terrenos que la universidad había adquirido en el CAN. Actualmente se convierte en un centro universitario de referencia local y nacional en medicina, con estructura operativa de tipo ambulatorio, hospitalario y domiciliario que ha de constituirse en una institución hospitalaria de gran importancia para el país, con un amplio perfil de centro de investigación en medicina y de desarrollo tecnológico.

El hospital, además de contribuir a la formación de nuestros estudiantes de Medicina, se convierte en laboratorio para la práctica y la investigación de otros estudiantes del área de la salud, tales como Odontología, Enfermería o Farmacia. Actualmente la Universidad Nacional ofrece 73 programas curriculares en salud: siete pregrados, diez especializaciones, 53 maestrías y especialidades y tres doctorados.

Esa escuela sesquicentenaria, como la universidad, sigue creciendo. En el futuro cercano, como lo he anunciado recientemente, y por primera vez en 150 años, la Universidad Nacional, patrimonio de todos los colombianos, creará una facultad del área de la salud fuera de Bogotá, en la nueva Sede de La Paz en el Cesar. De esta forma la universidad demuestra su compromiso con el país para asumir un nuevo reto y al mismo tiempo entregar el mejor regalo que se le puede dar al departamento del Cesar que, coincidencialmente, cumple en 2017 el quincuagésimo aniversario de su creación.

Fuente: http://www.elespectador.com/opinion/escuela-de-medicina-de-la-universidad-nacional-historia-y-presente-columna-700908

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Hacer y pensar la nación

Por: Graziella Pogollotti

Tan activa y trabajadora era Francisca que la muerte salió a buscarla y terminó su jornada, exhausta, sin haberla  encontrado. Así transcurre un conocidísimo cuento de Onelio Jorge Cardoso. Pero hay temporadas en que la señora de las sombras, a pesar de todo, logra buena cosecha. Acabamos de transitar por una de ellas. La siega ha afectado de manera particular los ámbitos del pensamiento y la cultura.

Durante muchos años, Beatriz Maggi fue profesora de literatura. Dejó su impronta en generaciones de graduados universitarios. Su propósito era ante todo, enseñar a leer,  descubrir, tras la palabra, las intenciones soterradas del texto. Acababa de fallecer cuando salió de la imprenta Las palabras y los días, recopilación de ensayos con el sello de Ediciones Unión, un texto útil para quienes se interesan por conocer su método de trabajo. También dedicado a las letras, Guillermo Rodríguez Rivera, poeta, narrador y ensayista, se proyectó hacia el espacio público como activo partícipe en el debate de ideas, acicateado siempre por definir el contorno de la nación.

La nación se construye con las manos de todos, en el bregar de una cotidianidad compleja, a veces turbulenta y siempre desafiante, porque en ella, a cada momento, se bifurcan caminos y hay que seleccionar la senda mejor. La hacen quienes extraen los frutos de la tierra, quienes se afanan entre el cemento y las cabillas, quienes trabajan en las aulas y quienes prestan asistencia médica. La hacen también los que analizan los conflictos del presente, los sitúan en sus contextos y exploran los antecedentes en la permanente relectura del pasado. Así lo hicieron quienes trabajaron cuesta arriba en los tiempos de la colonia y se lanzaron a la batalla por la independencia. Tuvieron continuadores durante la República Neocolonial, y de ese legado hemos sido seguidores todos cuantos asumimos con lucidez, desde cualquier función, este medio siglo de vivir revolucionario. Por eso, cada pérdida estremece y convida a la reflexión.

En los 60 del pasado siglo, vivimos días y noches de vigilia. Eran tiempos de sobrevivir, consolidar y fundar. La época exigía, así mismo, una intensa producción intelectual.

La hubo, aunque muchas veces la hemos olvidado. Los libros que se publicaron y las revistas que entonces aparecieron brindan testimonios de un cruce de ideas que encontró resonancia más allá de los límites de la Isla. Desde la perspectiva revolucionaria, había puntos de vista diversos. El debate fue útil y creativo. En su entorno, surgieron nuevas voces.

Revisitar la historia es una necesidad de primer orden, porque ella constituye un arma de combate. En su batallar incansable, José Martí dedicó tiempo a escribir sobre contemporáneos y predecesores. Era un modo de ir unificando los eslabones de un proceso que daba sentido a su lucha por la independencia. Para él, ante todo, lo impostergable era sumar. Fidel estableció pautas en esta dirección al conmemorarse el centenario de La Demajagua.

Hurgar entre papeles e ir escribiendo en la marcha acelerada que reclamaban los tiempos, fue la tarea que asumió, hasta la hora última de su reciente fallecimiento, el historiador Jorge Ibarra. Con modestia proverbial, casi desde el anonimato, entregó al Minfar su manual de historia de Cuba. Al mismo tiempo, la publicación de su ensayo  Ideología mambisa tenía amplia resonancia.

Jorge Ibarra comprendió que la imprescindible actualización de nuestra epopeya mambisa requería completarse con el estudio de la República Neocolonial, área que no ha recibido la necesaria atención. Sin embargo, ese lapso en el que crecieron varias generaciones de cubanos y se agudizaban las contradicciones de un proceso de formación, representa el eslabón entre el ayer heroico y las circunstancias que condujeron al triunfo de la Revolución. Ahí están nuestros padres y en ese contexto nacimos nosotros. Al desbroce de esa temática, se entregó Ibarra hasta el último instante de su vida. La valoración de su obra debe salir del ámbito reducido de los especialistas. De hacerse resultaría un justo y útil homenaje.

La muerte de Fernando Martínez Heredia ha producido un fuerte impacto dentro y fuera de Cuba. Cayó en plena faena, junto a su computadora. Su formación intelectual se había fraguado en los polémicos 60 del pasado siglo. Entonces, el estudio y la investigación se imbricaban estrechamente con la acción práctica, en medio del fragor de la construcción revolucionaria. Se aprendía en los libros y en la confrontación cotidiana con los acontecimientos que marcaban, al mismo tiempo, el debate internacional y las tareas del vivir cotidiano. La tradición marxista se asumía como pensamiento vivo, abierto a las perspectivas que imponían las circunstancias del presente: desde la situación específica de Cuba se valoraban la herencia recibida y los nuevos desafíos. El legado histórico cobraba nuevos sentidos en el contexto de la emergencia de los movimientos de liberación nacional. Para los países del sur, nación y revolución se tomaban de la mano. La experiencia cubana corroboraba este modo de entender los procesos históricos que se estaban viviendo.

Por eso, desde su etapa inicial, el pensamiento de Fernando Martínez Heredia se caracterizó por un diálogo intenso con América Latina. Su presencia en este ámbito se acrecentó cuando el derrumbe del campo socialista se reflejó en el desconcierto y el silenciamiento de una zona del pensamiento de izquierda. Entonces, la palabra de Fernando Martínez Heredia siguió convocando al análisis de las realidades y al rediseño de políticas. Se vinculó a los movimientos sociales que se iban configurando.

Era un universo heterogéneo, en el que la capacidad de dialogar se tornaba decisiva.

Entre tanto ajetreo, confiado en la importancia de las ideas, siguió publicando textos y abriendo espacios para el debate. Ese es su mensaje final. En medio de la tormenta, la lucidez se vuelve imprescindible.

Fuente: http://www.granma.cu/opinion/2017-06-25/hacer-y-pensar-la-nacion-25-06-2017-20-06-06

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