FEDERICO RIVAS MOLINA
Jorge Luis Borges ideó un cuento para niños. Nunca lo escribió, pero la historia sobrevivió al olvido, una palabra tan borgeana, gracias al recuerdo de uno de los niños que hace 36 años lo escucharon con atención infantil en el piso del escritor en el centro de Buenos Aires. Ese niño es hoy un adulto que se llama Matías Alinovi. Estudió física, pero también es escritor. Por eso ha sido la pluma detrás del libro El secreto de Borges, que Pequeño Editor presentará a fines de abril durante la Feria del Libro de Buenos Aires. Ante una bandeja de “caramelos importados”, Alinovi y sus compañeros del 4° grado de la escuela religiosa San Marón escucharon el secreto de la longevidad de Borges, una historia que improvisó en el momento para un auditorio poco común a su rutina de estrella de las letras argentinas. El libro de Alinovi recupera aquel relato oral desde la mirada de un niño de 9 años, pero es mucho más que eso.
Lo primero que Borges reveló a los niños fue que antes de su llegada tuvo dos miedos. “El primero era que viniéramos, porque no sabía de qué iba a hablar con chicos de 4° grado. Pero el segundo miedo, que era más fuerte que el primero, era que no viniéramos. No se entendía bien lo que decía”, escribe Alinovi. A partir de allí comenzó el hechizo.
“Les voy a contar cómo pude vivir tantos años”, les dijo Borges a los chicos que lo escuchaban sentados en el suelo en semicírculo, mientras “miraba para arriba pero no veía, y la cortina que tenía detrás del sillón verde era muy blanca y muy linda por la luz del sol”. Y el escritor les reveló el secreto de las tortugas que vivían en el pozo de donde sacaba el agua que bebía en su casa de la infancia, en Palermo. “Dijo que él, un día, se había puesto a pensar, y se había dado cuenta de una cosa: el agua que él había tomado cuando era chico no era agua, sino agua de tortuga. Y como las tortugas vivían tanto, él había vivido tanto”, escribe Alinovi en el libro, ilustrado en tonos negros y verdes por Diego Alterleib. El texto es simple y recupera el detrás de escena de aquel encuentro, con detalles tan ricos como la historia misma.
Porque el derrotero que lleva a los niños al piso de Borges merece un libro en sí mismo, y así lo entendió Alinovi, que cuenta la anécdota que guardó en su memoria durante casi cuatro décadas como un cuento para niños. “Yo me acuerdo bien ese día, pero no sé si me acuerdo porque me acuerdo o porque revisité muchas veces la escena”, cuenta Alinovi a EL PAÍS. “Estaba con mi amigo José Manuel a la salida de colegio, un día a la tarde, y me acuerdo bien el momento en que me dijo ‘hoy voy a la plaza, pero voy con Borges’. La sensación que me interesaba transmitir fue que ese Borges, el Borges que yo escucho de José Manuel, fue un dato completamente neutro. Lo digo con términos de [Ernesto] Laclau, fue un significante vacío. Ahí operó una cosa muy linda, porque fue un significante vacío en el que yo puse algo, y lo que yo puse en ese significante fue la cara de José Manuel, que me decía ‘que embole, no va a estar tan bueno ir a la plaza”, dice. A partir de allí los niños juegan con la historia de ese Borges “sin significado” y la presión de los adultos, conscientes de que estaban ante algo que merecía atención.
¿Qué carga el significante vacío de Alinovi niño? “El primer paso fue mi madre. Cuando le cuento que José Manuel va con Borges a la plaza me dice, y recuerdo el tono maternal que usó, ‘no Matías, mirá, Borges es un escritor muy famoso. José Manuel habrá escuchado el nombre por ahí y te dijo eso’. Pero José Manuel no mentía. El niño era nieto de Fanny, el ama de llaves de Borges durante más de 40 años, y en esa época vivía en la casa de Borges. En su calidad de inquilino tenía algunas obligaciones, como acompañar a Borges a la plaza si su abuela se lo pedía.
El paso siguiente fue en la escuela. “La segunda cosa que me sorprendió como chico es la atención sobre José Manuel, que era un niño desestimado por la maestra, una monja. Al día siguiente ella se ocupó particularmente de él diciéndole ‘¿pero cómo puede ser esto, niño’. José Manuel le contestó ‘es que vivo con Borges’, y eso fue un cambio impresionante respecto a cómo la maestra lo trató. Recuerdo que le dijo ‘bueno, niño, ¿usted le podría preguntar si los chicos de 4° grado podemos ir a la casa?’. Al día siguiente José Manuel trajo un mensaje: ‘Dijo que sí”.
Hubo que organizar entonces la visita, sobre todo porque debía estar bajo el control de la escuela. La maestra pidió a los niños que elaborasen las preguntas que quisiesen, pero pronto tuvo que “disciplinarlas”. “Maximiliano le quería preguntar cuántas veces ganó el premio Nobel. Y Liliana, otra compañera, le quería preguntar cuántas veces se casó. Las preguntas eran geniales. Chicos que no saben nada apuntaron y acertaron dos tiros al eje de flotación de Borges: el Nobel y las mujeres”, dice Alinovi.
Borges murió en 1986, cinco años después de aquel encuentro con los alumnos de la escuela de su barrio. Alinovi no volvió a verlo, pero guardó el registro del cuento que escuchó en el piso de la calle Maipú gracias a un pequeño grabador que su madre le dio para la ocasión. El audio original se perdió bajo alguna grabación descuidada, pero permitió a Alinovi rememorar varias veces la charla con Borges. Durante años, la historia dio vueltas en la cabeza del autor, hasta que encontró la forma más adecuada para contarla. “Lo único que justifica esa anécdota es recuperar esa capacidad extraordinaria que tuvo Borges para improvisar un cuento frente a chicos de 4° grado. Porque lo improvisó. Tengo la sensación de que se le vino la tarde encima, Fanny le debe haber dicho ‘recuerde que hoy vienen los chicos’, lo sentaron e inventó un cuento”, explica. El único cuento para niños del autor de Ficciones no está en papel pero sobrevivió en la memoria, donde venció al olvido. Una batalla digna de Borges.
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