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Libro: Entramando pedagogías críticas latinoamericanas

Entramando pedagogías críticas latinoamericanas
Notas teóricas para potenciar el trabajo político-pedagógico comunitario

Fabian Cabaluz Ducasse. [Autor]

Secretaría Ejecutiva.
ISBN 978-956-358-975-7
Editorial Quimantú. Colectivo Diatriba. Escuela Pública Comunitaria. CLACSO.
Santiago de Chile.
Agosto de 2016

Desarrollar pensamiento pedagógico crítico, implica avanzar de la mano con la generación de insumos teórico-políticos para desenmascarar, desacralizar y visualizar las múltiples formas que adquiere la dominación, la explotación y la exclusión, tanto del capital, del patriarcado, de la racialización, del adulto-centrismo, etc., lo que implica poner todo el caudal argumentativo de las tradiciones críticas del pensamiento al servicio de los/as oprimidos/ as. Desde esta perspectiva, necesitamos desarrollar un pensamiento pedagógico autónomo, propio, ajeno a las necesidades de los centros de poder, un pensamiento que emerja desde nuestras condiciones económicas, políticas y culturales, desde nuestras condicionantes geo-históricas y geo-políticas, desde nuestros territorios de lucha y esperanza.
Para avanzar en esta dirección, las Pedagogías Críticas Latinoamericanas debemos acoger la invitación de articularnos con el pensamiento y las epistemologías que emanan desde el Sur, con todas aquellas formas de conocer comprometidas contra la dominación de los pueblos y las comunidades, con todos aquellos conocimientos y saberes-otros, presentes más allá de la modernidad/ colonialidad, y emergentes desde las voces, subjetividades, experiencias y memorias silenciadas y subalternizadas. Se trata así de configurar un pensamiento pedagógico complejo, no-contemplativo sino que de la praxis, denunciante y desvelador de las múltiples caretas del patrón de dominación actual, propositivo de nuevas relaciones sociales, revelador de alternativas y caminos posibles.

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Fuente: http://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?id_libro=1176&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1112

 

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La sexualidad patriarcal. El derecho a educación sexual y a una vida sexual plena y real de las mujeres

Por: Mona Yuca

En esta sociedad está naturalizada la opresión y el rol secundario de la mujer; no solo se ve expresado en los trabajos más precarios, pensiones y salarios, en las prácticas machistas cotidianas, sino que también en la cama.

La desigualdad de género está constantemente acechando nuestras vidas, en las relaciones afectivas y encuentros sexuales. El capitalismo que sostiene el patriarcado es tan salvaje, que además de no permitirnos como mujeres tener los mismos derechos que los hombres, también nos priva muchas veces de gozar del placer sexual y lograr un orgasmo pleno. Se ha normalizado que en las relaciones heterosexuales, el rol de la mujer en la cama es satisfacer y servicial al hombre: otorgar placer y no recibirlo.

Para lograr sensaciones de placer, es necesario recibir los estímulos para desconectarnos de nuestra cabeza y disfrutar libremente de nuestro cuerpo. Si esto no es así, se inhibirán las sensaciones subjetivas del placer y de poder gozar completamente de un encuentro sexual.

Las mujeres no somos un envase para penetrar, nuestro cuerpo puede experimentar muchas más cosas, de hecho nuestra vagina con diversas caricias y besos puede transformarse en una máquina del placer, dando paso a la lubricación vaginal, como también a la erección de nuestro clítoris y pezones para poder disfrutar realmente de una relación sexual.

Si analizamos las condiciones objetivas en las que nos encontramos, podremos visualizar que esta opresión no solo se ve expresada en el acto mismo de una relación sexual sino en las distintas aristas y temas relacionados a nuestros cuerpos y cuidado, arraigados en el sentido común de las personas.

Por ejemplo: una disfunción eréctil, puede ser fácilmente transformado en una tragedia, y puede ser un tema de contingencia, tratado, bien hablado y difundido, porque el machismo, no es sutil en cuanto a los temas directamente relacionados con las fallas sexuales de los hombres, la misma industria farmacéutica le da con bombo y platillo con el famoso viagra para solucionar el problema. Ahora, si a nosotras nos sucede algo parecido, ¿Por qué no es un tema igualmente tratado y difundido?

A diferencia de ellos, ocurre que muchas veces se da el caso de que mujeres intenten justificar y normalizar las distintas dificultades para alcanzar la excitación, e incluso llegamos a encubrirlas o callarlas, ya sea por miedo a decepcionar a la pareja, por mostrarnos perfectas o simplemente porque la educación sexista que predomina, nos educa para agradar y no para pedir, ni para buscar ayuda, ni para evidenciar algún grado de disconformidad, respondiendo a una sexualidad complaciente donde nuestro goce sexual pasa a un segundo plano, manteniéndonos inseguras e ignorantes.

Además de todo esto, la moral conservadora y de iglesia han logrado implantarse de tal forma que existe un desconocimiento de los genitales, de las enfermedades de transmisión sexual y del erotismo femenino por parte de los hombres y mujeres, por hallarse estas temáticas ocultas en un mundo de tabúes y mitos impuesto en nuestras vidas, posicionando estos temas como prohibidos, en donde si alguien comparte sus experiencias sexuales o habla de partes de nuestros cuerpos es juzgado moralmente, lo que también genera que exista una ignorancia en relación a las enfermedades sexuales que pueden ser transmitidas tanto en hombres como en mujeres, con mayores consecuencias para la mujer en la mayoría de los casos. Desde la niñez nos han venido inculcando que explorar nuestros genitales o hablar de nuestra excitación son conductas y temas que no se discuten. Además de todo esto, la dictadura moral nos aleja de la aceptación, conocimiento y cariño de nuestros cuerpos.

Por otra parte también, el sistema nos implanta creencias populares, como que basta con la penetración para conseguir placer, lo que es totalmente falso. Se hace imperiosamente necesario comprender que las caricias y los besos son indispensables en el acto sexual, ya que el placer aumenta exponencialmente.

Estos no solo son una herramienta de la excitación en el preludio, sino que debe ser mantenida durante el encuentro de las personas, donde tanto los hombres como la mujeres tienen el derecho de vivir su sexualidad en total plenitud. En definitiva la penetración a secas no basta. Se debe conocer que el orgasmo femenino se alcanza con mayor satisfacción y se logra de manera más fácil a través de jadeos, caricias, besos en distintas partes del cuerpo, acompañados de una estimulación dedicada y constante a nuestras zonas más sensibles como el clítoris.

Lamentablemente, en esta sociedad misógina, se cree que el placer sexual es cosa de hombres y a nosotras simplemente nos corresponde el rol del deber ante la sexualidad, entre cuyas obligaciones se encuentra satisfacerlos a ellos. De ahí que al situar los deseos, erotismo y el placer masculinos como ejes centrales de la sexualidad, y que la sociedad se muestre tan dispuesta a comprender y justificar que un hombre sea opresivo y naturalizar hechos de dominación sexual hacia el género femenino.

¿Por qué no es una preocupación, ni un objetivo, el estimular y conocer el goce sexual femenino?

Ya basta! Nos niegan el derecho a abortar, nos esclavizan al trabajo doméstico y a la crianza, tenemos los trabajos más precarizados, no tenemos derechos a sala cuna, corremos el riesgo de ser violadas, nos acosan en la calle, existe propiedad sobre nuestros cuerpos y no tenemos el derecho a decidir sobre ellos, los sueldos son más bajos por los mismo trabajos, sufrimos discriminación, somos condenadas por cualquier actitud que no cumpla con la nefastas normativas morales de la iglesia, somos violentadas por este sistema capitalista y disminuidas por el machismo, y como si fuera poco nos privan del goce sexual.

Las mujeres debemos buscar terminar con la sexualidad complaciente y poder acceder a una educación sexual que nos permita decidir informadas y empoderadamente.

Se debe aprender a disfrutar, respetar, conocer, tocar y a querer nuestros cuerpos. Dejemos de aparentar orgasmos, de aguantar opresiones y silenciar nuestra sexualidad. Levantemos una gran lucha contra el sistema que sostiene y reproduce todas las miserias machistas, heteronormativas, clericales y patriarcales. En la calle y en la cama.

Fuente: http://www.laizquierdadiario.com.bo/La-sexualidad-patriarcal-en-nuestras-camas-El-derecho-a-educacion-sexual-y-a-un-orgasmo-pleno-y?id_rubrique=5443

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La masculinidad patriarcal y la violencia de género

Coral Herrera Gómez

El 90% de los hombres son asesinados por hombres, el 95% de las mujeres, también. De cada 3 mujeres en el mundo, 1 sufre o ha sufrido violencia por parte de un hombre. Los feminicidios son consencuencia de la cultura patriarcal en la que vivimos, aquí unas claves para entender cómo educamos a los hombres en la cultura del machismo y la violencia, cómo podemos hacer para desaprender lo aprendido, y cómo adquirir herramientas para acabar con la desigualdad, y construir un mundo más pacífico e igualitario.


¿Por qué matan los hombres a las mujeres?
Los hombres matan a las mujeres en todo el mundo porque han sido educados, y están siendo educados, para que resuelvan sus conflictos mediante la violencia, por eso la mayoría de ellos la usan a lo largo de toda su vida para obtener lo que desean, o para arreglar sus problemas.

Los hombres matan a las mujeres porque creen que son dueños de sus compañeras, sus hijas e hijos, su casa, su coche y su perro. Se sienten muy superiores a ellos, y como propietarios, hacen lo que les da la gana con ellos.

Los hombres matan a las mujeres porque han sido educados desde niños para ser los reyes absolutos de la familia, y los dictadores en su hogar. Los niños aprenden que los hombres de verdad son siempre respetados, obedecidos y adorados, y que solo por ser varones gozan del amor incondicional y perpetuo de los suyos, especialmente si dependen de sus recursos económicos.

Los hombres matan a las mujeres porque en la televisión aparecemos representadas como objetos de posesión que pueden ser comprados y vendidos, que pueden ser violados y abusados, que suelen sentir placer obedeciendo y sometiéndose, y que están ahí para satisfacer los deseos de cualquier varón que tenga algo de dinero. Y como cualquier objeto, si no servimos o no obedecemos, pueden destrozarnos con impunidad, porque la prensa lo llamará «crímen pasional» y explicara «sus motivos» (como si hubiese motivos para justificar el asesinato de una persona).

Los hombres matan a las mujeres porque la gran mayoría no sabe gestionar sus emociones y viven presos de su sufrimiento, sus miedos, su dolor, sus traumas, sus inseguridades, sus malos recuerdos, sus carencias afectivas y sus problemas más íntimos. Cuanto más miedo y dolor acumulan, más dramáticos se ponen. Cuanto más inseguros se sienten, más violentos son.

Los hombres matan a las mujeres porque son machistas: creen que en el mundo unas personas valen más que otras, y nada más nacer se les coloca en la cúspide de la jerarquía socioeconómica y se les regala una serie de privilegios: mejores salarios, los puestos políticos y empresariales más altos, la propiedad de todas las tierras del planeta son de ellos (más de un 80%). Ellos gobiernan en mayor medida que las mujeres, ellos son los dueños de los bancos, las empresas, y los medios de comunicación…. ellos tienen los bienes y los recursos, lo que les da poder sobre los demás, y especialmente, sobre las mujeres. Nosotras somos, para los machistas fundamentalistas, como los animales: un objeto que se vende, se compra, se alquila, se intercambia por ganado, se disfruta, se explota, se mutila y se maltrata.

Los hombres matan a las mujeres porque nuestra cultura amorosa es patriarcal y está basada en el egoísmo, en el sufrimiento, en la desigualdad, en las relaciones verticales, en las luchas de poder. El capitalismo romántico nos hace egoístas, el romanticismo patriarcal perpetúa los mitos románticos y ensalza el dolor como vía para alcanzar el amor. El romanticismo patriarcal está basado en la doble moral sexual, en el placer del sufrimiento, en la dependencia emocional femenina, en la violencia de género, en el odio como forma de relación, en el esquema de dominación y sumisión, o la estructura del amo y el esclavo. Los hombres se han creído que las mujeres somos buenas o malas, y siguen teniéndole miedo a nuestra libertad y autonomía, a nuestra sexualidad y erotismo, porque no saben cómo relacionarse con nosotras de tú a tú. Han sido educados para sentirse adorados, respetados y necesitados, no para construir relaciones igualitarias.

Los hombres matan a las mujeres porque no soportan las derrotas. No saben gestionar una ruptura sentimental porque no les han enseñado que la gente puede seguir su camino libremente, que nadie nos pertenece, que todos somos libres para unirnos y separarnos. Los niños que son educados patriarcalmente en la competición más despiadada no tienen herramientas para relacionarse en condiciones de igualdad, necesitan sentirse ganadores, y por eso una ruptura sentimental se vive como un fracaso. No tienen herramientas para superar el duelo, no pueden hablarlo con nadie para no sentirse débiles o perdedores, no tienen a quién acudir cuando se sienten desesperados porque les importa más dar una imagen de ser alguien fuerte y poderoso. No pueden desahogarse, no saben pedir ayuda, y en la tele no dejan de enviarles el mensaje de que el uso de la violencia es legítima y normal cuando uno tiene que defenderse o defender sus propiedades.

Los hombres matan porque los héroes masculinos matan y están llenos de gloria. El dios de nuestra época es un dios guerrero, un macho mitificado por su fuerza y su violencia. En la publicidad, en los cómics, en las películas, en los videojuegos se rinde culto a todas horas a los guerreros asesinos, ya sean androides o caballeros medievales. Todos nuestros héroes consiguen sus objetivos a través de la violencia, por eso las películas se desarrollan entre balazos, bombazos, flechazos, navajazos, puñetazos, machetazos, y escenas de tortura y dolor. La mayor parte de las películas que emiten en cines y televisión tienen machos alfa, armas y sangre, gritos y violencia. En todos ellos el héroe exhibe su fuerza, su valentía, y su capacidad para aniquilar a quien se le ponga en el camino… los efectos especiales y la música de la ficción espectacular aumentan su poder de seducción sobre los espectadores y las espectadoras, que admiran la sensualidad de la violencia patriarcal y la poesía del sacrificio varonil.

Los hombres matan a las mujeres porque sienten que se han sacrificado mucho para ser lo que son, y que eso les da poder sobre las vidas ajenas. A los niños les enseñamos que si quieren ser héroes y tener poder y fama, si quieren ser los número uno, si quieren ser los mejores en todo, tienen que sacrificarse para conseguirlo. El premio es muy seductor: si eres un macho patriarcal vencedor, tendrás la admiración y el respeto de los demás machos, y muchas mujeres suspirando por ti y por tu belleza, por tu valentía, por tu poder y tus recursos. El sacrificio, sin embargo, es tremendo: tendrán que mutilarse emocionalmente, aprender a no llorar en público, aprender a esconder su vulnerabilidad, a no expresar emociones y parecer fríos como un témpano de hielo. Podrán dar rienda suelta a su ira o a su frustración, pero no a emociones como la ternura, el cariño, la tristeza, el miedo, o el amor.  Esas son cosas de mujeres, esas personas imperfectas, débiles y cobardes a las que nadie quiere parecerse.

Los hombres matan a las mujeres porque otros hombres matan mujeres también, y porque en la guerra de los sexos, ellas son las enemigas. El sacrificio patriarcal implica abandonar el mundo de las mujeres para poder llegar a ser un «hombre de verdad», dejar el nido materno y unirse solo a los iguales, es decir, a los varones que demuestren serlo. Para no descender en la jerarquía social, los hombres tienen que hacer muestra constante de su masculinidad, so pena de ser comparados con las mujeres, los niños o los homosexuales. Para no perder el honor ni ser objeto de burla en el entorno masculino, los hombres jóvenes tienen que demostrar permanentemente su virilidad: el objetivo es ser y parecer lo contrario de una mujer. Desde muy jóvenes, se les enseña a proteger su libertad, y a defenderse del enorme poder sexual de las mujeres. Los hombre machistas creen que al enamorarse pierden su poder, por eso necesitan sentir que controlan sus sentimientos, que no se dejarán manipular por el enemigo y que pueden acabar con él si no logran dominarlo. Si el enemigo no se somete, se le mata, como en todas las películas y en todos los cuentos patriarcales, como en todas las guerras entre pueblos.

Los hombres que matan a las mujeres primero se hacen terroristas: siembran el terror en la casa durante años, e instauran una especie de guerra en la que él es el único soldado que va armado. Ellos imponen las normas y las hacen respetar, exigen obediencia y sumisión, tomam decisiones e imponen castigos, exigen que una o varias mujeres satisfagan sus necesidades básicas (sexo, comida, higiene, cuidados y mimos, crianza de sus descendientes). Los hombres machistas quieren ser respetados, admirados y obedecidos, y necesitan saberse necesarios e imprescindibles, por eso exigen amor eterno e incondicional, por eso quieren ser los dueños absolutos, por eso creen siempre merecer el perdón cuando se portan mal.

Los hombres matan a las mujeres porque tienen impunidad, y porque a la opinión pública no le parece tan grave que un hombre asesine a «su» mujer, por eso lo ponen en la sección de «sucesos», aunque no sean acontecimientos extraordinarios porque mueren mujeres todas las semanas. Para perder esta impunidad, es necesario que los hombres condenen la violencia de género y que los gobiernos dejen de mirar a otro lado como si fuese un asunto menor.

Los hombres matan a las mujeres porque no piden ayuda ni se lo trabajan para dejar de ser violentos y dominadores. Tampoco los gobiernos parecen preocupados por la cantidad de adolescentes que dominan y maltratan a sus parejas, ni por los niños que son asesinados en cada feminicidio, ni por los niños que reproducen el comportamiento violento de sus padres con sus parejas cuando crecen. Ni las instituciones ni la sociedad apuestan por enseñar la cultura del buen trato y la igualdad a los varones, y los medios nos bombardean a diario con imágenes violentas. Sólo cuando los hombres hacen mucho daño y causan mucho dolor, se les proporciona terapia o cárcel, o las dos cosas.

Los hombres educados en la tradición patriarcal no aprenden a amar de igual a igual, por eso es preciso empezar a trabajar ya en instituciones educativas, penitenciarias, sociales, etc. para poder ofrecer a los varones recursos que les permitan adquirir herramientas para resolver conflictos sin violencia, para gestionar sus emociones, y para eliminar el machismo de sus vidas. Necesitan atención psicológica y formación: muchos están desorientados con los cambios políticos, económicos y sociales, y creo que la solución no es la cárcel, sino la educación, la concienciación, la prevención y la rehabilitación.

Existen cada día más colectivos de hombres feministas, igualitarios y antipatriarcales, que están en las redes publicando en sus blogs, haciendo talleres de masculinidades, debatiendo y compartiendo material, y creciendo cada día más. Su trabajo con chavales jóvenes, varones adultos y mayores es impresionante, y creo que merecen mayor visibilidad. Puedes conocer más sobre ellos aquí.

Propuestas para acabar con el terrorismo machista y la violencia de género
Creo que es esencial poner el foco sobre la responsabilidad que tienen los varones en la violencia en todo el mundo, exigirles que aprendan a relacionarse de otras maneras, y a comunicarse para resolver los conflictos sin violencia. Ya no pueden posponer por más tiempo el trabajo personal para despatriarcalizarse y obtener sus propias herramientas para enfrentarse a la vida sin miedo y sin violencia. 

Los varones no pueden seguir pasivos mientras nos matan. No pueden seguir neutrales, como si la cosa no fuera con ellos. Tienen que ponerse las pilas, espabilar, y sumarse al cambio que se avecina: la igualdad y el feminismo llegaron para quedarse, y el avance es imparable. Cada vez son más los grupos de hombres igualitarios y antipatriarcales que han empezado a trabajarselo individual y colectivamente, pero aún son una minoría muy pequeña (a la que yo admiro mucho).

A la velocidad con la que nosotras estamos cambiando, los hombres tienen que renovarse, cuestionarse, mirarse individual y colectivamente, trabajarselo para dejar a un lado la tradición de los privilegios machistas. Atrás quedó el sueño húmedo de poseer una criada-esposa que les atienda indefinida y abnegadamente. 

Los chicos tienen que desmontar todo el patriarcado, como estamos haciendo nosotras desde hace décadas. Aprender a hacer autocrítica amorosa, aprender a expresar sus emociones con asertividad, a comunicarse horizontalmente y tratar a las mujeres de tú a tú, a renunciar a sentirse superiores o inferiores a los demás, deshacerse de la necesidad de ganar, conocerse mejor y trabajar para ser mejores personas… las tareas que tienen los hombres por delante son muchas y muy variadas, pero cuanto antes empecemos a destronar al macho alfa, antes acabaremos con las violaciones, los abusos, las agresiones y los asesinatos de los hombres machistas.

Creo que sólo podremos acabar con esta matanza de mujeres y niños si logramos acabar con la desigualdad y el machismo, y con la exaltación poética de la violencia en las películas y relatos de ficción. Necesitamos revolucionar todas nuestras estructuras, acabar con la cultura que sublima la violencia y el poder masculino, y crear otra cultura más igualitaria y pacífica que promueva el bien común, el buen trato, la diversidad y el amor.

Otras propuestas para acabar con la violencia de género: 
– Educar a niños y niñas en los valores del feminismo, la igualdad, la diversidad y la solidaridad.

– Aprender desde la infancia a trabajar en la gestión de las emociones. Alejar a los niños de las armas, enseñarles a divertirse sin competir, enseñarles a compartir y a no discriminar.

– Desmitificar y despatriarcalizar el amor romántico para acabar con las relaciones de dependencia basadas en el eje dominación/sumisión.

-Acabar con las luchas de poder en nuestras relaciones humanas, con el egoísmo y la explotación de unos sobre otras. Aprender a compartir, a trabajar en equipo, y a relacionarnos horizontalmente, en igualdad.

– Concienciar y formar a medios de comunicación y periodistas para que eviten fomentar la violencia contra las mujeres mediante los mitos y los estereotipos machistas que incluyen en sus noticias.

– Exigir a los gobiernos que aumenten la protección de las víctimas, y aplicar políticas de igualdad que permitan a las mujeres alcanzar la autonomía económica y la garantía sobre el ejercicio de sus libertades y derechos más básicos.

– Que medios de comunicación e industrias culturales dejen de mitificar la violencia como algo sublime y grandioso. 

– Acabar con la impunidad de los maltratadores y asesinos de mujeres.

– Exigir al gobierno políticas educativas de prevención, y asistencia y apoyo a los hombres que quieran salir de la rueda de violencia en la que están mediante terapia y formación. Dotar a los hombres con problemas de violencia y machismo, de mecanismos y recursos para trabajarse individual y colectivamente

– Sensibilizar a las personas creativas que escriben novelas, guiones de películas, obras de teatro, canciones, videojuegos, etc, para que no sigan venerando la figura endiosada del macho que mata y se atrevan a destronar a los héroes que matan, a inventar otras tramas, otros finales, y otros protagonistas, otras masculinidades y otras feminidades que no sean patriarcales.

– Poner de moda a los hombres feministas que luchan contra la violencia de género, unirnos todxs en la erradicación de esta lacra social.

Fuente del articulo:  http://haikita.blogspot.com/2015/08/la-masculinidad-patriarcal-y-la.html

Fuente de la imagen: http://2.bp.blogspot.com/-0-xqPohqmqs/T5SnU0ywe1I/AAAAAAAADTA/04BpR3shlM8/s400/violencia320.png

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Lo romántico es político

Coral Herrera Gómez

Para transformar o mejorar el mundo que habitamos hay que tratar políticamente el tema del amor, reflexionar sobre su dimensión subversiva cuando es colectivo, y su función como mecanismo de control de masas cuando se limita al mundo del romanticismo idealizado, heterocentrado y heterosexista.

Amamos patriarcalmente. Amamos democráticamente. Amamos como los capitalistas: con el ansia voraz de poseer al objeto de amor, con el ansia brutal del que colecciona piezas de caza. Nos conquistamos, nos endulzamos, nos fusionamos, nos separamos, nos destruimos mutuamente… nuestra forma de amar está impregnada de ideología, como cualquier fenómeno social y cultural.

El amor romántico que heredamos de la burguesía del siglo XIX está basado en los patrones del individualismo más atroz: que nos machaquen con la idea de que debemos unirnos de dos en dos no es casual. Bajo la filosofía del “sálvese quién pueda”, el romanticismo patriarcal se perpetúa en los cuentos que nos cuentan en diferentes soportes (cine, televisión, revistas, etc.).

A través de los cuentos que nos cuentan, asumimos los mitos, los estereotipos, los ritos y los roles de género tradicionales, y mientras consumimos ideología hegemónica, nos entretenemos y nos evadimos de una realidad que no nos gusta. Consumiendo estos productos románticos aprendemos a soñar con una utopía emocional posmoderna que nos promete la salvación eterna y la felicidad conyugal. Pero solo para mí y para ti, los demás que se busquen la vida.

Frente a las utopías religiosas o las utopías sociales y políticas, el amor romántico nos ofrece una solución individualizada, y nos mantiene distraídas soñando con finales felices.  El romanticismo sirve para que adoptemos un estilo de vida muy concreto, para que nos centremos en la búsqueda de pareja, para que nos reproduzcamos, para que sigamos con la tradición y para que todo siga como está.

El romanticismo patriarcal sirve para que todo siga como está. Unos disfrutando de sus privilegios de género, y las otras sometiéndose a los pequeños reyes absolutos que gobiernan en sus hogares. Sirve, también, para ayudarnos a aliviar un día horrible, para llevarnos a otros mundos más bonitos, para sufrir y ser felices con las historias idealizadas de otros, para olvidarnos de la realidad dura y gris de la cotidianidad. Sirve para que, sobre todo las mujeres, empleemos cantidades ingentes de recursos económicos, de tiempo y de energía, en encontrar a nuestra media naranja. Ante el fracaso, deseamos que todo cambie cuando encontremos al amor ideal que nos adore y nos acompañe en la dura batalla diaria de la vida.

Cada oveja rumiando su pena con su pareja.

Estamos rodeadas de afectos en nuestra vida, pero si no tenemos pareja decimos que “estamos solas”. Las que tienen pareja aseguran que la soledad que sienten en compañía es mucho peor. Muchas mujeres siguen creyendo que la pareja amorosa es la solución a su precariedad, a su vulnerabilidad, a sus problemas personales. Las industrias culturales y las inmobiliarias nos venden paraísos románticos para que busquemos pareja y nos encerremos en hogares felices, entornos de seguridad y aburrimiento que pueden llegar a convertirse en infiernos conyugales.
Las parejas de hoy en día siguen siendo profundamente desiguales, desequilibradas, jerárquicas, y casi todas practican la división de roles: heteros, lesbianas, bisexuales, gays… el amor es el reducto final en el que se ancla el patriarcado. El individualismo del romanticismo patriarcal nos sume en ensoñaciones románticas mientras nos quitan derechos y libertades… todavía una gran parte de la población permanece adormilada, protestando en sus casas, soñando con El Salvador o el Príncipe Azul.

Los medios de comunicación tradicionales jamás promueven el amor colectivo si no es para vendernos unas olimpiadas o un seguro de vida. Si todos nos quisiésemos mucho el sistema se tambalearía, pues está basado en la acumulación egoísta de bienes y recursos y no su gestión colectiva y solidaria. Por ello es que se prefiere que nos juntemos de dos en dos, no de veinte en veinte: es más fácil controlar a dos que a grupos de gente que se quiere.

El problema del amor romántico es que lo tratamos como si fuera un tema personal: si te enamoras y sufres, si pierdes al amado o amada, si no te llena tu relación, si eres infeliz, si te aburres, si aguantas desprecios y humillaciones por amor, es tu problema. Igual es que tienes mala suerte o que no eliges a los compañeros o compañeras adecuadas, te dicen.

Pero el problema no es individual, es colectivo: son muchas las personas que sufren porque sus expectativas no se adecúan a lo que habían soñado. O porque temen quedarse solas, porque  necesiten un marido o una esposa, o porque se decepcionan cuando comprueban que el romántico no es eterno, ni es perfecto, ni es la solución a todos nuestros problemas.

Lo personal es político, y nuestro romanticismo es patriarcal, aunque no queramos hablar de ello en los foros y asambleas.  También la gente de izquierdas y los feminismos seguimos anclados en viejos patrones de los que nos es muy difícil desprendernos. Elaboramos muchos discursos en torno a la libertad, la generosidad, la igualdad, los derechos, la autonomía… pero en la cama, en la casa, y en nuestra vida cotidiana no resulta tan fácil repartir igualitariamente las tareas domésticas, gestionar los celos, asumir separaciones, gestionar los miedos, comunicarse con sinceridad, expresar los sentimientos sin dejarse arrastrar por la ira o el dolor…

No nos enseñan a gestionar sentimientos en las escuelas, pero sí nos bombardean con patrones emocionales repetitivos y nos seducen para que imaginemos el amor a través de una pareja heterosexual de solo dos miembros con roles muy diferenciados, adultos y en edad reproductiva. Este modelo no solo es patriarcal, también es capitalista: Barbie y Ken, Angelina Jolie y Brad Pitt, Javier Bardem y Penélope Cruz, Letizia y Felipe… son parejas exitosas mitificadas por la prensa del corazón para que las tomemos como modelo a seguir. Es fácil entender, entonces, porqué damos más importancia a la búsqueda de nuestro paraíso romántico que a la de soluciones colectivas.

Para transformar o mejorar el mundo que habitamos hay que tratar políticamente el tema del amor, reflexionar sobre su dimensión subversiva cuando es colectivo, y su función como mecanismo de control de masas cuando se limita al mundo del romanticismo idealizado, heterocentrado y heterosexista.

Si me pongo romántica queer, me da por pensar que el amor de verdad podría destruir patriarcado y capitalismo juntos. Las redes de solidaridad podrían acabar con las desigualdades y las jerarquías, con el individualismo consumista y con los miedos colectivos a los “otros” (los raros, las marginadas, los inmigrantes, las presidarias, los transexuales, las prostitutas, los mendigos, las extranjeras). Para poder crear estas redes de amor tenemos que hablar mucho y trabajar mucho: queda todo el camino por hacer.

Tenemos que hablar de cómo podemos aprender a querernos mejor, a llevarnos bien, a crear relaciones bonitas, a extender el cariño hacia la gente y no centrarlo todo en una sola persona. Es hora de que empecemos a hablar de amor, de emociones y de sentimientos en   espacios en los que ha sido un tema ignorado o invisibilizado: en las universidades, en los congresos, en las asambleas de los movimientos sociales, las asociaciones vecinales, los sindicatos y los partidos políticos, en las calles y en los foros cibernéticos, las comunidades físicas y virtuales.
Hay que deconstruir y repensar el amor para poder crear relaciones más igualitarias y diversas.

Es necesario despatriarcalizar el amor, eliminar las jerarquías afectivas, desmitificar finales felices, volverlo a inventar, acabar con los estereotipos tradicionales, contarnos otras historias con otros modelos, construir relaciones diversas basadas en el buen trato, el cariño y la libertad.  Es necesario proponer otros “finales felices” y expandir el concepto de “amor”, hoy restringido para los que se organizan de dos en dos.

Ahora más que nunca, necesitamos ayudarnos, trabajar unidos por mejorar nuestras condiciones de vida y luchar por los derechos humanos para todos. Para acabar con la desigualdad, las fobias sociales, los odios y las soledades, necesitamos más generosidad, más comunicación, más trabajo en equipo, más redes de ayuda. Solo a través del amor colectivo es como podremos articular políticamente el cambio.

Confiando en la gente, interaccionando en las calles, tejiendo redes de solidaridad y cooperación, trabajando unidos para construir una sociedad más equitativa, igualitaria y  horizontal. Pensando y trabajando por el bien común, es más fácil aportar y recibir, es más fácil dejar de sentirse solo/a, es más fácil elegir pareja desde la libertad, y es más fácil diversificar afectos. Se trata, entonces, de dar más espacio al amor en nuestras vidas, de crear redes afectivas en las que podamos querernos bien, y mucho.

Que falta nos hace.

Fuente del articulo: http://www.pikaramagazine.com/2014/02/lo-romantico-es-politico/#sthash.TwDCT6W1.dpuf

Fuente de la imagen: http://djd9pi028g05f.cloudfront.net/wp-content/uploads/2014/02/amor-870×580.jpg

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Síndrome de Alienación Parental (SAP)

Por: Miguel Lorente Acosta

Los alienígenas han invadido el planeta…” podría parecer el comienzo de un relato de ciencia ficción con seres procedentes de otros mundos, pero la situación es más mundana. La invasión se ha realizado desde otro tiempo, desde el pasado arraigado en la desigualdad, y quienes lo han hecho nunca se han marchado del todo, siempre han utilizado el poder con sus argumentos e ideas.

El posmachismo es la nueva versión del machismo tradicional que juega con las formas y el mensaje para defender lo mismo que hicieron sus antepasados sin formas ni mensaje, sólo con la violencia de palabra, obra y “misión”, pues todo se hacía en nombre del bien común y en defensa de las instituciones. Y entre esos nuevas estrategias está la del Síndrome de Alienación Parental, o lo que es lo mismo, la manipulación por parte de un progenitor de los hijos e hijas para indisponerlos y enfrentarlos contra el otro progenitor.

Si se han fijado, como buena estrategia posmachista, juega con dos elementos esenciales, la neutralidad y el cientificismo. Se trata de un “síndrome”, o lo que es lo mismo, de un “producto de la ciencia”, y lo puede ejercer tanto el padre como la madre. De este modo superan las críticas iniciales, aquellas que, por ejemplo, se levantaron contra un antecesor del SAP, otro “síndrome” que fue denominado con todo el descaro “Síndrome de la Madre Maliciosa”. Cuando todo se les puso en contra por la falacia científica y por la formas de plantearlo aprendieron que ya no podían utilizar el ataque directo a las mujeres, que la sociedad había cambiado y que tenían que revestirse de neutralidad. Eso ocurría a mediados de los 80, y desde entonces han ido trabajando en el SAP con más éxito social, aunque con las mismas dificultades nacidas de su naturaleza, de ser una construcción ideológica que pretende controlar a las mujeres tras la separación.

03_imgTapaEl SAP juega con los mitos y prejuicios que históricamente han impregnado la percepción social sobre la actitud y personalidad de las mujeres, y lo hace al poner en valor la perversidad y la malicia que son capaces de desarrollar por interés personal, sin considerar a nada ni a nadie. En definitiva, se trata de aplicar esa idea sobre la “maldad” de las mujeres a los casos prácticos de las relaciones de los hijos e hijas con sus padres tras la separación.

Por eso no es casual que se empezara a utilizar cuando las leyes de “divorcio no culpable” posibilitaron que las mujeres pudieran separarse y rehacer sus vidas, pues hasta entonces  para hacerlo tenía que demostrar la “culpa” del marido, algo prácticamente imposible cuando la prueba era su palabra frente a la de ellos. A partir de ese momento la situación cambio de forma significativa. Antes, tras la separación la mayoría de los hombres “entregaban” los hijos a las madres y no pasaba nada cuando no respondían con responsabilidad ante las obligaciones que tenían como padres, por eso no había SAP. Pero cuando todo cambió, y las mujeres no quedaban atrapadas en el cuidado de los hijos, ni dependientes en la distancia del ex-marido porque la ley les obligaba a pasar la pensión por alimentos, muchos hombres sorprendidos empezaron a desarrollar otras tácticas para mantener ese control.


En definitiva, se trata de aplicar esa idea sobre la “maldad” de las mujeres a los casos prácticos de las relaciones de los hijos e hijas con sus padres tras la separación.


El SAP parte del hecho objetivo de que los hijos e hijas no quieren ver al padre tras la separación, y lo que hace es dar una explicación coherente con las referencias culturales a esa conducta. Y esa es la trampa.

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R.A. Gardner, autor del SAP

Es una trampa porque lo que hace el SAP es evitar que se investigue cuáles pueden ser las verdaderas razones para que los hijos e hijas muestren ese rechazo al padre. Desde el momento en que en sede judicial se comprueba esta actitud en los hijos, estos son separados de la madre “manipuladora” y entregados al padre “herido”, creándoles  un trauma que será difícil de superar. De manera que la propia estrategia del SAP conlleva no profundizar en lo ocurrido.

En todo este contexto hay un detalle que no suele tenerse en cuenta, y es que la mayoría de las mujeres que sufren violencia de género salen de ella a través de la separación, concretamente la Macroencuesta de 2011 indicó que el 73.4% lo hacían de este modo. La situación es clara. Todas estas mujeres acuden a un Juzgado de Familia para separarse sin decir que han sufrido violencia por parte de sus maridos, violencia que los niños han visto y sufrido y que genera una conducta de rechazo hacia el agresor (el padre), que sólo ponen de manifiesto cuando se sienten seguros, es decir, tras la separación.


lo que hace el SAP es evitar que se investigue cuáles pueden ser las verdaderas razones para que los hijos e hijas muestren ese rechazo al padre.


Esta es la causa más frecuente del rechazo de los hijos hacia el padre, la violencia de género previa. Luego hay otras razones que han sido puestas de manifiesto por múltiples estudios, pero todo choca contra el muro del SAP.

El Síndrome de Alienación Parental es una trampa y es una manipulación interesada al amparo de la cultura de la desigualdad. El SAP no existe. No está aceptado por ninguna de las clasificaciones mundiales de trastornos y enfermedades mentales, ni por el DSM-IV-TR de la Asociación Americana de Psiquiatría, ni por la CIE-10 de la OMS, y por lo tanto no debería aceptarse como categoría diagnóstica en los Juzgados, como ahora se hace. Así lo ha recomendado el propio CGPJ, pero muchos Jueces y Juezas continúan aceptándolo. La independencia judicial se lo permite, pero también es exigibleun papel más activo del Ministerio Fiscal y una respuesta profesional por parte de los equipos forenses (Medicina, Psicología y Trabajo Social).


la causa más frecuente del rechazo de los hijos hacia el padre, la violencia de género previa.


El hecho de que haya científicos que lo defiendan no significa que sea una categoría científica, eso dependerá del cumplimiento de los criterios establecidos por la comunidad científica, no de las ideas u opiniones de unos cuantos científicos. Y hoy por hoy no se acepta.

A mi me parece perfecto que esos científicos continúen su trabajo para intentar que se admita el SAP, lo mismo que hay otros que intentan que se incorpore un nuevo fármaco que está en fase experimental. Pero del mismo modo que ese fármaco no se puede utilizar hasta que no sea aceptado, el SAP no debería ser utilizado en los Juzgados hasta su reconocimiento por la comunidad científica.

No es casualidad que se acepte y se tomen decisiones a partir de su diagnóstico, pues en definitiva viene reforzar la ideología de la desigualdad. Lo mismo que no es casualidad que quienes defienden y apoyan la existencia del SAP sean los mismos grupos de hombres y posiciones ideológicas que cuestionan la Ley Integral contra la Violencia de Género, que hablan de denuncias falsas, de custodia compartida impuesta, de discriminación de los hombres…  No deja de ser llamativo que quienes hablan de denuncias falsas utilicen la falacia del SAP como argumento para que se imparta Justicia.

Todo ello demuestra cómo el SAP forma parte de ese “paquete de medidas” desarrollado por el posmachismo para atacar a las mujeres tras la denuncia de violencia de género, y para mantener las referencias de la desigualdad.


no es casualidad que quienes defienden y apoyan la existencia del SAP sean los mismos grupos de hombres y posiciones ideológicas que cuestionan la Ley Integral contra la Violencia de Género, que hablan de denuncias falsas, de custodia compartida impuesta, de discriminación de los hombres…  No deja de ser llamativo que quienes hablan de denuncias falsas utilicen la falacia del SAP como argumento para que se imparta Justicia.

Fuente: http://www.hombresigualitarios.ahige.org/?p=2846

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Él tan macho y ella tan feliz

Miguel Lorente Acosta

Lo ha dicho Shakira de Gerard Piqué,“es tradicional y celoso. Le gusta tenerlo todo bajo control”. “Gerard no me deja hacer videos con hombres, es una persona muy conservadora”…Todo un retrato del macho controlador y la mujer feliz en su sumisión, muy propia de una cultura que dice que los “hombres de verdad” deben ser así, y que las “mujeres de bandera” deben ser controladas ante la amenaza de otros hombres de verdad merodeando por las aceras, pues en definitiva, puede pensar Piqué y tantos otros como él, es lo que le ocurrió a la anterior pareja de Shakira, el argentino Antonio de la Rúa, tras la aparición del jugador del Barcelona CF y de la Selección Española.

En el artículo de Noelia Ramírez (“Shakira y el síndrome de la famosa sumisa”http://smoda.elpais.com/articulos/shakira-y-el-sindrome-de-la-famosa-sumisa/4535) recoge otros casos de famosas con una actitud similar de entrega y sometimiento a los dictados de sus hombres, como el de Miranda Kerr y de Candace Cameron. Todo ello no es casualidad, sino el resultado de una cultura androcéntrica que define las identidades de los hombres sobre la idea de protección y posesión de las mujeres, y la de las mujeres sobre las referencias de cuidado y sumisión a los hombres, por lo que la reproducción de estos valores es entendida como la manifestación máxima del amor que debe caracterizar la relación.

Las declaraciones de Shakira coinciden con un enorgullecimiento de los valores vintage y de lo conservador como escondite. Las posiciones tradicionales de la sociedad (partidos, religiones, instituciones…) han mandado el mensaje de que los problemas que tenemos en nuestra sociedad a todos los niveles (individual, familiar, social…) son consecuencia de la deriva sin rumbo de una izquierda hedonista y caprichosa que tiene un interés  especial en acabar con las referencias tradicionales. De este modo, las propuestas para alcanzar la igualdad y erradicar la desigualdad se ven como un ataque, no como una alternativa, de ahí la beligerancia con la que se responde ante ellas.

El problema, además de la injusticia que supone una relación en la que una de las personas actúa como referencia para imponer sus ideas y decisiones sobre la otra, es que aunque se asuma este juego de roles impuesto por la cultura, no siempre se está de acuerdo ni se perciben del mismo modo determinadas situaciones que se presentan en el día a día.

¿Qué ocurre cuando el protector-dominador entiende que su sumisa mujer no corrige lo suficiente aquello que él considera inaceptable?, ¿qué sucede cuando la sometida mujer decide que la nueva exigencia es inasumible?…

No es difícil de imaginar, la misma cultura de la desigualdad cuenta con mecanismos para obligar e imponer en esas circunstancias en que la duda genera conflictos, y uno de los instrumentos más accesibles, eficaces e inmediatos es  la violencia… Es lo que dicen muchas mujeres maltratadas: “mi marido me pega lo normal, pero hoy se ha pasado”, es decir, no cuestionan el uso de la violencia, sólo la intensidad utilizada. Por ello prácticamente el 80% de las mujeres que sufren violencia de género no denuncian, incluso cuando la situación es tan grave que terminan siendo asesinadas.

Y si todo ello ocurre en mujeres famosas, independientes, con recursos de todo tipo para afrontar una situación de esas características, imagínense lo que están pasando cientos de miles de mujeres sin esas posibilidades, que del  mismo modo entienden que entre las obligaciones de sus parejas está el controlarlas y el imponerle límites de toda clase. Y piensen cuáles son las circunstancias de las mujeres más jóvenes cuando aún no han agotado las oportunidades que dan al amor romántico y a su príncipe azul-policía.

Bien, pues a pesar de todas estas circunstancias y de una normalidad cómplice con la violencia de género, todavía hay muchos jueces que en los casos de violencia de género no entienden lo de la “desigualdad estructural”, de manera que si la mujer tiene más ingresos que el hombre concluyen que no hay desigualdad. Y del mismo modo, dan más credibilidad a las palabras de las mujeres cuando retiran la denuncia (sin tener en cuenta todas las presiones que hayan podido recibir y sus propias dudas), que cuando la ponen (sin considerar todas las dificultades y miedos a la hora de hacerlo).

Y aún sorprende más cómo todavía hay tantos hombres que defiendan esa identidad con olor a “Varón Dandy”, y se sientan más hombres por desconfiar y dudar de las mujeres con quienes comparten una relación. Todo ello lo que en verdad demuestra es que a quienes protegen es a ellos mismos y la imagen que supondría que “su mujer los dejara”, máxime si es por otro hombre, y que el único amor que sienten es el “amor propio”.

¿Ustedes creen qe este planteamiento tradicional es querer a las mujeres?, ¿y creen que defender esa masculinidad significa querer a los hombres…? Yo, sinceramente, creo que no.

Fuente: http://blogs.elpais.com/autopsia/2014/03/%C3%A9l-tan-macho-y-ella-tan-feliz.html

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