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Entrevista a Lena Lavinas: Brasil: pandemia, guerra cultural y precariedad

Por: Pablo Stefanoni

En estos años, Brasil experimentó profundos cambios políticos e ideológicos. De un ciclo de centroizquierda que había atraído simpatías más allá de sus fronteras y que fue considerado socialmente exitoso, pasó a un gobierno ubicado en la extrema derecha que sumó al negacionismo climático un negacionismo sobre la gravedad del covid-19 y que dio la espalda a las recomendaciones internacionales. ¿Qué explica este giro, qué cambios está provocando y cómo se ubica la oposición para enfrentarlo? Al mismo tiempo, la pandemia pone sobre la mesa la necesidad de repensar la política social y discutir formas universales y desmercantilizadas de protección social.En esta entrevista, Lena Lavinas dialogó con Nueva Sociedad sobre la situación de Brasil, pero también sobre los efectos de la financiarización de la protección social y sobre cómo reponer respuestas de tipo universalista por sobre la fragmentación actual. Lena Lavinas es profesora en el Instituto de Economía de la Universidad Federal de Río de Janeiro y miembro de la Escuela de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton y del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (ciepp) de Argentina.

El giro ideológico de Brasil fue muy profundo, de la centroizquierda a la extrema derecha. ¿Qué cambió en la política y también en la sociedad en este casi año y medio de gobierno de Jair Bolsonaro?

Querría hacer una contextualización de cómo ocurrió una radicalización de estas dimensiones. Puede ser difícil de entender una polarización política y social de la envergadura que vive Brasil. Hay que retroceder al gobierno de Dilma Rousseff, cuya presidencia coincidió con el fin del ciclo de los commodities. El país conoció cambios importantes durante las presidencias de [Luiz Inácio] Lula da Silva, como un mayor consumo de masas, un crecimiento de los ingresos de las familias; todo el mundo parecía feliz, inclusive los empresarios. No hay que olvidar que Lula fue elegido tanto por las clases populares como por las clases medias. Pero en la gestión de Dilma muchas cosas empezaron a cambiar. Con la organización de la Copa del Mundo de 2014 y de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro de 2016 se impulsó una serie de inversiones para poder llevar a cabo los dos megaeventos. Fue un momento de inflexión en el apoyo de las clases medias y las clases populares al Partido de los Trabajadores (pt). En 2013, en las llamadas Jornadas de Junio, miles de personas salieron espontáneamente a las calles, principalmente con reclamos por las tarifas del transporte, pero sobre todo en demanda de un mejor transporte público y también de salud y educación pública de calidad. Existió malestar porque se comparaban las inversiones para el Mundial con la insuficiente inversión social. El problema es que, tras un momento de acercamiento a los sectores que protestaban, la presidenta se acercó a los sectores conservadores e impulsó una ley antiterrorista; incluso el proyecto fue presentado por un diputado del pt, lo que era una contradicción profunda. Los movimientos progresistas abandonaron las calles y el espacio fue ocupado por los grupos de derecha, que se organizaron rápidamente contra el gobierno. Fue como si la protesta en el campo democrático hubiera sido secuestrada por las fuerzas conservadoras que fueron ganando músculo desde entonces.

Comienza a verse que una vez pasados el ciclo de los commodities y el aumento del consumo, emergen a la superficie una insatisfacción profunda y una ruptura de las bases de apoyo del gobierno petista. Ese aumento del consumo se basó en importaciones baratas, muchas de ellas provenientes de China, gracias a un real entonces sobrevaluado, mientras la estructura productiva brasileña se desindustrializaba todavía más. Y a esto se agregó, durante el gobierno de Dilma, el aumento de la inflación y del endeudamiento de las familias, sobre todo de los sectores populares. Al deterioro económico se sumaron las primeras denuncias de corrupción en el marco de la megacausa del Lava Jato, que muestra que existe una red de corrupción conformada por partidos políticos, empresarios y empresas estatales, que consistía en el cobro de 1% a 3% de comisiones sobre los contratos de obras públicas. Ese dinero era luego redistribuido entre los diferentes partidos. No se limitaba al pt. Solo que esto afectó más al pt en el marco del empeoramiento económico. Entre tanto, la derecha se fue apropiando de las protestas callejeras que, en un comienzo, tenían un público amplio, que incluía también a votantes del pt.

En este marco se producen las elecciones de 2014, que Dilma consigue ganar pero enfrentada a una derecha con una capacidad de movilización y de acción mucho más grande. Incluso el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (psdb, centroderecha) impulsa un proceso para investigar si las elecciones habían sido limpias. En 2015 la caída del pib fue de 3,8% y ahí es cuando Dilma nombra un ministro de Economía ortodoxo, Joaquim Levy, que llegó para implementar una política de austeridad fiscal aún más profunda. Las protestas anticorrupción siguen en las calles y, como sabemos, esta conjunción de factores derivó en el proceso de impeachment contra ella. En Brasil, las crisis económicas siempre llevaron a cambios en las mayorías políticas.

El movimiento de protesta alimentó una dinámica antipetista que se transformó en una narrativa antisistema. Entre 2015 y 2016, la caída llegó a 7,4%, la peor recesión que Brasil conoció en 100 años. Dilma perdió el respaldo de sectores productivos que habían apoyado al pt, la izquierda estaba dividida y desmovilizada –una parte exigía una autocrítica que nunca llegó– y la derecha se escudó detrás de un discurso moralista contra la corrupción. La grave crisis económica fue rápidamente aprovechada por la derecha, como consecuencia directa de la corrupción. Pero cuando esta derecha hablaba de acabar con todo lo que estaba mal, se refería a acabar con una izquierda que había tomado el poder y que tendría valores antifamilia, antirreligiosos, etc. Este tipo de discurso antisistema iba en la misma dirección que había tomado en Turquía, en Hungría y en Estados Unidos. Se abrió el proceso de impeachment contra Dilma Roussef y ahí surge Jair Bolsonaro como un outsider –pese a haber estado casi tres décadas como diputado irrelevante y menospreciado por la clase política–. Dilma fue destituida en agosto de 2016 y poco después Lula fue detenido en el marco de la operación Lava Jato con pruebas muy cuestionadas. Estos dos hechos constituyeron dos golpes durísimos para la izquierda, que fue incapaz de organizarse para apoyar a un candidato democrático en las elecciones presidenciales de 2018. El pt intentó mantener a Lula como candidato desde la prisión, pero asociar la lucha contra la extrema derecha con la liberación de Lula fue un error, porque nadie quiere votar a un candidato preso y Fernando Haddad fue postulado demasiado tarde. Finalmente, Bolsonaro fue elegido con más de 57 millones de votos válidos contra 47 millones de Haddad y 31 millones de votos en blanco, nulos y abstenciones.

Apenas gana, Bolsonaro lanza una verdadera guerra cultural contra el marxismo, contra el comunismo. Tras su ventaja en la primera vuelta, Bolsonaro dijo que los «rojos van a ser expulsados de Brasil» y que Lula iba a «pudrirse en la cárcel»…1 Su gobierno viene poniendo en jaque una serie de principios democráticos y de derechos reconocidos en la propia Constitución. Tiene un fuerte apoyo entre los grupos evangélicos –los evangélicos son más de 30% de la población y hay proyecciones de que podrían llegar a ser mayoritarios en 2030–, y estos han ido radicalizándose en estos años (hay que recordar que muchos de ellos apoyaron en su momento a Lula y a Dilma). Un cambio adicional que trajo el triunfo de Bolsonaro fue la vuelta de los militares al Poder Ejecutivo. De los 22 ministros, nueve son militares. Y hay más de 2.100 en el gobierno federal, tanto activos como retirados. Al mismo tiempo, Bolsonaro entregó el Ministerio de Economía al ultraliberal Paulo Guedes, quien trabajó con los Chicago boys del gobierno de Augusto Pinochet en la década de 1970 y que lo único que dice es que hay que reducir al mínimo el Estado para acabar con la corrupción y con los «privilegios» de los empleados públicos. El giro ideológico es muy profundo y comenzó antes del triunfo de Bolsonaro.

¿Qué cambios está introduciendo la pandemia? Bolsonaro parece uno de los últimos negacionistas e incluso activa a sus bases contra el confinamiento social.

Como Donald Trump, Bolsonaro está en contra del multilateralismo. En la Organización de las Naciones Unidas (onu) ha alineado a Brasil con eeuu y países como Arabia Saudita, y contribuyó a debilitar del todo el sistema multilateral, inclusive votando contra las políticas de género y de reconocimiento de los derechos reproductivos. La bandera antiaborto y antiderechos reproductivos y de los grupos lgbti+ es central en la estrategia de movilización bolsonarista. La pandemia de covid-19 surge en un momento en el que la polarización política ya era extremadamente alta. Después de dos años de recesión (2015 y 2016), vinieron tres años de estancamiento, y eso daba pie a pensar que algo podía pasar. No hay que olvidar que en 2019, en su primer año de gobierno, Bolsonaro solo consiguió aprobar la reforma previsional, menos radical de lo que se había propuesto. Para eso utilizó el discurso del «fin de los privilegios». Cuando llegó el coronavirus, el gobierno estaba en un impasse y con un discurso en favor de más reformas liberales. Quería profundizar aún más las dos reformas laborales aprobadas en 2017, que ya habían flexibilizado y desregulado ampliamente el mercado de trabajo. Cuando llega la crisis sanitaria, tenemos un crecimiento mediocre de 1,1%, 12 millones de desempleados y unos 49 millones de trabajadores en la informalidad –una informalidad que crece en una curva vertiginosa– y 50 millones de personas bajo la línea de pobreza, según datos del Banco Mundial. El ingreso per cápita del 20% más pobre cayó entre 2015 y 2019 11,5% y el 20% más rico tuvo un aumento de 6% en términos reales. Es una situación explosiva. De los 12 millones de desempleados, solo 500.000 eran beneficiarios del seguro de desempleo, lo que muestra que el sistema de protección social ya no era capaz de atender a esa población. Los criterios de acceso son cada vez más restrictivos. Lo mismo ocurre con la pobreza. En un momento de crisis, Bolsonaro comenzó a reducir la cobertura del programa Bolsa Família, con el argumento de que había mucha gente haciendo fraude en un programa que paga en promedio a cada familia 200 reales por mes (unos 35 dólares al valor actual).

Entonces, cuando llegó la pandemia, ¿qué dijo Bolsonaro? Que todo el mundo tiene que trabajar, porque si la pandemia va a costar vidas, también va a costar muertes de empresas. Pero además dice que si la gente cree en Dios va a estar protegida, nuestra fe va a protegernos. Cuando la Organización Mundial de la Salud (oms) declaró el covid-19 como pandemia y aconsejó observar una serie de criterios como el distanciamiento social, él fue en sentido contrario, diciendo que era un absurdo, que no hay evidencia científica, que las cuarentenas van a arruinar el país.

En los comienzos de la pandemia había dicho que el coronavirus era una gripezinha y llegó a afirmar que los brasileños «no se contagian», pues son capaces de «bucear en una alcantarilla sin que les pase nada». Su lema es «Dios encima de todos». Hoy Brasil tiene más de 16.000 muertos por covid-19. Si bien la mayoría de las muertes son de mayores de 60 años, las cifras muestran que en Brasil se «rejuveneció» el coronavirus, producto de su estructura demográfica y de la falta de distanciamiento social. Más de 60% de los casos confirmados afectan a personas de entre 20 y 49 años, y Brasil tiene un récord mundial de muertes por debajo de 50 años.

La realidad es que en Brasil, como en otros países de la región, el confinamiento no es un derecho para gran parte de la población que vive hacinada en viviendas precarias. Hay aproximadamente 15 millones de personas que viven en favelas, 25 millones no tienen acceso a agua potable, 40 millones no tienen acceso a saneamiento adecuado. Estas son también fallas de los 14 años de gobierno del pt, que en lugar de invertir en una red de protección real, en la mejora de la infraestructura urbana, en políticas habitacionales de calidad y en mejorar los servicios públicos, puso el acento en políticas como el acceso al crédito, el consumo de masas, el programa Bolsa Família, etc. Entonces hay gente que se torna presa fácil de este gobierno negacionista que manipula necesidades sociales en favor de una radicalización conservadora. A esto se suma que el gobierno aprobó un ingreso de 600 reales (algo más de 100 dólares) mensuales, durante tres meses, para los trabajadores informales y personas que se encuentran por debajo de la línea de la pobreza. Hubo más de 50 millones de inscriptos. Pero un número significativo de personas hasta ahora no han recibido el beneficio. Ni siquiera la primera entrega. Esto ha llevado a que miles de trabajadores pobres hagan cola diariamente en las puertas de los bancos en un intento de recibir el beneficio temporal. Una situación que vuelve a agravar las medidas de distanciamiento social y favorece la propagación del virus.

Bolsonaro viene boicoteando las políticas de distanciamiento de los gobernadores, lo que creó una nueva crisis política. La lógica de Bolsonaro es una lógica de reproducción de la crisis y de enfrentamiento continuo; él busca una radicalización permanente porque eso es lo que moviliza a sus bases. Quiso prohibir a los estados y municipios que legislaran en favor del distanciamiento social. Algunos gobernadores están aplicando incluso la cuarentena. Fue necesario que el Supremo Tribunal Federal (stf) señalara que la Constitución brasileña reconoce la autonomía de estados y municipios y que tienen la potestad para adoptar ese tipo de medidas.

Pero Bolsonaro no se quedó ahí. Convocó una reunión en Brasilia con los representantes de alrededor del 46% del pib industrial de Brasil, unos 20 empresarios, para discutir medidas económicas de salida de la crisis y, una vez en Brasilia, cambió la agenda y los invitó a marchar juntos al tribunal para pedir cambios en las reglas constitucionales; una escena dantesca y vergonzosa2. Fue una invasión a un poder independiente. Tuvieron que abrir las puertas para escuchar las presiones y la falta de respeto liderada por el presidente, que viene diciendo en la calle «No aguanto más», «Yo soy la Constitución». Parece un hombre completamente desequilibrado, insano, tratando de impedir el lockdown. Hasta ahora no tuvo una frase para las miles de familias que perdieron a sus seres queridos. «Qué quieren que haga», respondió en una ocasión. «No soy sepulturero para saber cuántas personas murieron», dijo. El ministro de Salud Nelson Teich se dedicaba más al negocio de la salud que a su actividad como médico. Poco después de asumir el cargo, el nuevo ministro despidió a funcionarios de carrera y nombró a siete oficiales militares para puestos estratégicos en la cartera. Ese mismo ministro se enteró en una conferencia de prensa de que el presidente había firmado un decreto, sin consultarlo, haciendo esenciales no solo las actividades industriales y de construcción, sino también las de barbería, peluquería y gimnasio. En otras palabras, el ministro no administraba la pandemia. Teich duró menos de un mes en el cargo. Hay actualmente 12 militares en funciones en el Ministerio de Salud y está previsto nombrar a otros ocho; el general Eduardo Pazuello, un militar sin experiencia en el área, asumió como ministro interino. Bolsonaro moviliza a sus falanges para boicotear las políticas de los gobernadores, con el argumento de que Brasil «tiene que crecer», interviene en las redes sociales, cada día organiza sus mítines, la mayoría de las veces sin mascarilla y sin respetar el distanciamiento social, insulta a la prensa y les grita a los periodistas que se callen la boca. Hay un proceso de desestabilización constante de la institucionalidad democrática en el país. Nunca se había visto tanta vulgaridad, grosería y agresividad.

Al mismo tiempo, Bolsonaro se alejó del partido que lo llevó al Planalto, el Partido Social Liberal, e intenta terminar de organizar un nuevo partido. Como no tiene mayoría propia en el Congreso, se alió a los sectores más corruptos del denominado centrão, que son la gente que él siempre denunció como el sector más «podrido» del Legislativo brasileño. Ahora negocia cargos con políticos que estaban presos hasta hace poco tiempo. Pero él puede hacer eso en la medida en que Sérgio Moro dejó el gobierno en abril de este año. La renuncia del ex-juez del Lava Jato llevó a una investigación a Bolsonaro realizada por el stf: Moro dice que el presidente cambió al jefe de la Policía Federal para poder acceder a casos que involucran a su entorno. Ahora el futuro de Bolsonaro está en manos del Poder Judicial y del Legislativo, por lo que posiblemente vamos a ver una polarización de Bolsonaro con estos dos poderes. Todos los días, en Brasilia, falanges bolsonaristas organizan pequeñas manifestaciones, que aumentan los domingos, pidiendo el cierre del Congreso y la Corte Suprema.

¿Cómo ve a la izquierda brasileña? Lula da Silva está libre provisoriamente, no emergieron nuevos liderazgos…

La izquierda está muy dividida ya desde hace mucho tiempo. Incluso podríamos decir que el campo democrático está dividido. Eso se manifestó en la segunda vuelta, cuando Bolsonaro enfrentó a Haddad. Varios candidatos que no lograron llegar, como Ciro Gomes, del Partido Democrático Laborista [pdt, por sus siglas en portugués], que no apoyó a Haddad. O Fernando Henrique Cardoso. Desde ese momento, la izquierda no consigue encontrar un camino. Están los partidos ubicados más a la izquierda, como el Partido Socialismo y Libertad (psol), que tiene una muy buena actuación parlamentaria, y también el Partido Socialista Brasileño, que se está reorganizando a escala nacional. Entre los mejores diputados hoy están Marcelo Freixo, del psol, que combate las milicias en Río de Janeiro3, y Alessandro Molon, que abandonó el pt por su falta de autocrítica. La izquierda sigue muy dividida. Por ejemplo, hoy existen 36 pedidos de impeachment contra Bolsonaro por crímenes de responsabilidad y obstrucción de justicia; ninguno de ellos fue presentado por el pt. Al mismo tiempo es verdad, como dicen muchos analistas y parlamentarios, que hoy no existen condiciones para apartar del poder a Bolsonaro. No obstante, la salida de Moro y sus denuncias contra el presidente favorecen un pedido de impeachment que podría tener progresivamente más apoyo. Dicho esto, hoy Brasil tiene una división en tres tercios: un tercio que es bolsonarista, un tercio que es lulista y un tercio que no se identifica con ninguno de los dos de manera estable. Lula, en este momento, debe ser precavido con sus declaraciones, pero es claro que no está apoyando la unidad de la izquierda. Recientemente, salió a decir que Bolsonaro «no está calificado como ser humano para presidir un país», aunque antes había tenido una declaración poco feliz diciendo que tenía derecho a cambiar al jefe de Policía e interferir en la Policía, que eso es una prerrogativa constitucional del presidente de la República.

¿Cómo queda Bolsonaro en medio de la crisis por la renuncia de Sérgio Moro?

Bolsonaro se desgastó con la salida de Moro. Perdió el apoyo de los sectores más educados y acomodados. Dicho esto, conserva un electorado totalmente fiel de 20% a 25%, dispuesto a salir a la calle a defenderlo «contra el comunismo». Y además, hay que recordar el apoyo de las Fuerzas Armadas. En estas semanas, Bolsonaro salió varias veces a la calle diciendo que «hay que cerrar el Congreso», que hay que «cerrar el stf», «las Fuerzas Armadas nos apoyan», «están con el pueblo», etc. En la primera semana de mayo, el ministro de Defensa publicó una nota diciendo que «las Fuerzas Armadas defienden el Estado de derecho y la Constitución». Pero en la medida en que los militares forman parte del gobierno, o en algún momento dejan el gobierno o comienzan a defenderlo. A pesar de las múltiples propuestas de impeachment, Bolsonaro continúa teniendo una base sólida en los medios populares y entre los miembros de bajo rango de las Fuerzas Armadas y de seguridad. Una gran parte de la base de estas fuerzas son evangélicos. En febrero de este año hubo un amotinamiento policial en el estado de Ceará y los bolsonaristas apoyaron la huelga policial. Eso enciende una luz de alerta sobre el papel de las bases del Ejército y la Policía en caso de que el presidente se radicalice.

Hoy hay varios escenarios posibles: que avance el juicio político; que Bolsonaro termine diciendo que es perseguido por el sistema y trate de radicalizarse, y ahí no sabemos cómo pueden actuar diferentes grupos armados; que se debilite y sea sucedido por el vicepresidente y general Hamilton Mourão. Hoy hay muchas protestas fragmentadas: ex-ministros de Medio Ambiente contra las políticas ambientales negacionistas del cambio climático; ex-ministros de Relaciones Exteriores contra la posición antimultilateralista y los alineamientos internacionales; ex-ministros de Educación contra las vergonzosas políticas educativas; pero no hay una estrategia unitaria contra Bolsonaro. Hay muchas posturas vehementemente críticas contra las acciones del gobierno de Bolsonaro, pero nada de esto ha llevado hasta ahora a la formación de un frente sólido y efectivo en favor de la democracia.

¿Qué nos dice la pandemia sobre el futuro de la protección social?

Es importante entender lo que fue el desmantelamiento de los sistemas de protección social en América Latina, ya incompletos e inadecuados. Nunca se logró implantar un sistema único de salud que comprenda a los trabajadores informales. Al generalizarse las políticas de austeridad fiscal, ha empeorado la falta de financiación de los servicios públicos, lo que ha dado lugar a un deterioro de su cobertura y calidad. En los últimos años hubo una convergencia entre órganos multilaterales –desde el Fondo Monetario Internacional (fmi), la Organización Internacional del Trabajo (oit) y el sistema de las Naciones Unidas hasta el Banco Mundial–, además de figuras como la ex-presidenta de Chile Michelle Bachelet, en señalar que lo importante son los «pisos de protección social». Pero estos son un retroceso en países como Argentina, Costa Rica, incluso Brasil, que consiguieron avanzar en un sistema de protección social, todavía segmentado y que muchas veces deja un sector público de baja calidad para los pobres, pero con vocación universal. Los «pisos de protección social» consisten sobre todo en transferencias de renta de poco valor para los grupos vulnerables y lo que es provisión pública desmercantilizada se reduce a un mínimo: educación básica y algunos servicios de salud destinados a proteger a las madres y los niños pequeños, como programas de vacunación. Quienes deseen más que eso deben buscar cobertura en el sector privado, a través de préstamos o la compra de seguros, cuya cobertura depende de la capacidad de pago. Hoy el sistema financiero domina el sistema de protección social a escala global (jubilaciones, sistema de salud, educación). Es dramático. En el caso de Brasil, la política social sirvió para consolidar el modelo de consumo socialdesarrollista, que consistió en promover la transición hacia una sociedad de consumo de masas, a través del acceso al sistema financiero. La novedad del modelo socialdesarrollista es la de haber instituido la lógica de la financiarización en todo el sistema de protección social, ya sea mediante el acceso al mercado de crédito, ya sea vía la expansión de los planes de salud privada, crédito educativo, etc. Fueron años de promoción de una agresiva estrategia de inclusión financiera. Asistimos de este modo a un proceso de financiarización acelerada, que se sirve del sistema de protección social para vencer la barrera de la «heterogeneidad estructural», que frenaba en América Latina la expansión de la sociedad de mercado. Lo que nos enseña la pandemia es que no se debería seguir aceptando la fragmentación y la segmentación por ingreso en el acceso a la salud, la educación y la seguridad pública de acuerdo con los ingresos. Hay que reinventar mecanismos de financiamiento de sistemas universales sufragados por los más ricos y por el sistema financiero, que siguen teniendo enormes beneficios incluso en periodos de crisis. Ahora mismo, mientras el virus mata, las empresas privadas de salud prácticamente recuperaron desde mediados de abril lo que habían perdido al inicio de la pandemia, en marzo, en la Bolsa de Valores. Se intentó centralizar y redistribuir las camas de hospital, pero el sector privado se opuso y eso seguramente contribuyó a mejorar su posición en las bolsas. Sus acciones recuperaron 60% o 70% de su valor, en un momento en que hay miles de muertos.

Esta pandemia nos enseña que no hay futuro sin derechos universales. El covid-19 enterró de una vez por todas la idea de que podemos vivir indiferentes a lo que les pasa a nuestros vecinos. Demostró que no se puede seguir posponiendo una solución digna para proporcionar una vivienda decente a los millones de trabajadores de todo el mundo que viven en condiciones infrahumanas. Esto implica repensar nuestras prioridades ante la plena evidencia de que somos interdependientes a escala mundial. Hay algo que nos une más allá de la banda ancha de internet. Por el momento, las medidas de emergencia adoptadas en numerosos países para garantizar la liquidez del sistema capitalista están demostrando ser bastante generosas. Pero la reanudación será difícil, larga y dolorosa. Con la crisis sanitaria temporalmente bajo control, y con el fin de las prestaciones que a menudo se han aplicado fuera de los sistemas de protección social, de manera ad hoc, ¿qué se espera? ¿El regreso a un pasado que ya no nos sirve y solo reproduce el sufrimiento, la exclusión y la discriminación? Tenemos una certeza: queremos más lo público. Repensemos y reformemos la esfera pública, el espacio colectivo que alberga y acoge porque se basa en valores universales. Fortalezcamos la democracia participativa, la creencia en la ciencia y la necesidad urgente de redefinir nuestros modelos de desarrollo, enfrentando con posibilidades de éxito a mediano y largo plazo la crisis ambiental. Debemos reinventar la izquierda y construir un discurso que articule y cree nuevas identidades políticas que tanto necesitamos. Ha llegado el momento de construir utopías para superar la distopía. El camino será tortuoso, atravesado por escollos y trampas. Y será largo. Requerirá tiempo, energía y soluciones a escala mundial. Por ahora, la única certeza que nos puede acercar es la conciencia de la dirección a tomar. Ya es un comienzo que conlleva promesas transformadoras.

Fuente e imagen:  https://nuso.org/articulo/brasil-pandemia-guerra-cultural-y-precariedad/

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Aquel grito mudo

Por:  Francisco González Tejera

La primera bomba, el primer disparo, los ruidos de las botas militares en el empedrado de los callejones de los barrios y pueblos más humildes, el sonido de los viejos camiones recorriendo cada espacio para el exterminio, ese raro acento de quienes nunca han sentido en sus narices el peculiar olor de la pobreza, las voces roncas de la arenga militar ordenando detener, reducir, atar con alambres las muñecas inocentes, el sabor de la sangre en la boca, en cada golpe, boca seca, sin saliva, sin conexiones posibles, sin la mínima vibración eléctrica, la que pueda llegar a la más remota conexión cerebral, la que arranca un leve gesto ante el yugo de la desgracia.

Cuando veo en cualquier medio de comunicación la sonrisa hipócrita de Espinosa de los Monteros, me viene a la mente todo el dolor de tantas millones de familias, las que sufrieron el horror del fascismo desde primer minuto del golpe de estado del 36, los discursos siniestros de Hitler y Mussolini en las radios, la voz absurda, ridícula, casi de pito, de Franco, el sonido de la bombas cayendo sobre población civil, los niños muertos en Barcelona, en Gernika, en Madrid…, la energía abrumadora de la masacre, del holocausto en cada rincón de España, las risotadas de las Brigadas del amanecer en cualquier sangrienta madrugada, sacando casa por casa a quienes iban a desaparecer para siempre.

Ese maltrato asociado a una ideología criminal, a la pretendida superioridad racial o económica, el odio al diferente, al que no tiene la piel blanca inmaculada, a quienes no pensamos como ellos, el odio de clase, el odio visceral, el que nace de seres inmundos que solo se mueven en la vida por dinero y rencor.

Arrimadas, Iglesias y Espinosa de los Monteros en el Congreso 06/06/2019, Día de la Constitución| Agencias

Será que por todo eso y haberlo sufrido directamente en mi familia no puedo asimilar lo que llaman «normalidad democrática», jamás lo podría acatar cuando hay fascistas de por medio, resulta inmoral que un Parlamento se abra a la posibilidad de que los que se nutren del crimen y el sufrimiento ajeno se postulen riéndose de tanta sangre derramada.

Eso no puede ser democracia, jamás podrá serlo, la democracia es otra cosa, la democracia juzga en tribunales internacionales de derechos humanos a los causantes de tantos asesinatos, les obliga a devolver lo robado, la democracia honra a quienes murieron defendiendo la libertad, los saca de los estercoleros de la historia y los coloca en las plazas, en las universidades, en los colegios, en cada calle, en cada libro, en la eterna dignidad.

Los herederos de los criminales de lesa humanidad se siguen riendo en España de quienes fueron acribillados a balazos, arrojados como basura en miles de fosas comunes y cunetas por todo el territorio del estado, se burlan de las familias destrozadas, de las niñas y niños que se quedaron solos, tirados en cualquier portal después de que sus padres fueran masacrados, paseados, llevados ante el paredón, a cualquier pozo perdido, al rincón desolado del profundo agujero volcánico, olvidados para siempre en el abismo oceánico.

Da la impresión de que jamás se hará justicia, resulta decepcionante que aún sigan en fosas comunes y cunetas más de 125.000 luchadoras y luchadores por la libertad, ningún gobierno en esta España monárquica, heredada del franquismo, ha tenido la decencia de honrar la vida, la reparación, la verdad, la memoria, que el fascismo no pueda estar representado en ningún espacio para la concordia, para la justicia, para la construcción de una sociedad mejor, que esa siniestra sonrisa desaparezca para siempre, la misma sonrisa demoníaca que vieron millones de seres humanos antes de ser obligados a entrar en las cámaras de gas, los que arrodillados esperaban el tiro en la nuca, la misma mueca diabólica que vieron los cientos de miles de fusilados antes de la orden de ¡Fuego!

Fuente e imagen: https://viajandoentrelatormenta.com/aquel-grito-mudo/

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Cultura democrática

Por: Marisol Vicens Bello

 

La verdadera democracia no es aquella que se consagra en la Constitución por más derechos y deberes que la misma contemple sino la que verdaderamente se ejerce, ni radica exclusivamente en que se celebren elecciones para elegir las autoridades, sino que depende de muchos otros factores que la califican como buena o, la desnudan como mala.

La crisis sanitaria, económica y social que ha desatado el COVID-19 en muchos aspectos nos ha forzado a innovar y a soltar un poco las amarras de un acendrado e inútil hiper formalismo e impulsar finalmente el uso de firmas digitales, escolaridad mediante plataformas electrónicas, audiencias virtuales, asambleas no presenciales, procesos en línea.

Sin embargo en otros aspectos como la campaña política nos ha retrotraído  al  estado más primitivo, pues  más que nunca la oferta electoral está basada en el asistencialismo, y aunque se entiende que bajo las circunstancias actuales la población está muy  necesitada  y de alguna forma hay que contribuir a llevarle alivio, esto no justifica ni que las dádivas sustituyan las propuestas de reales soluciones a sus problemas, ni que importe más lo que da un candidato que lo que representa, ni mucho menos, que el gobierno permita que se confunda su rol con el de su candidato, haciéndose ausente en distintas situaciones para ceder el protagonismo a su postulado. 

Es lamentable que iniciativas democráticas tan importantes como la celebración de debates electorales que desde hace más de 20 años ANJE está impulsando, se sigan encontrando con los mismos obstáculos que hicieron abortar su primer intento formal de celebración de debate electoral en el año 2000, siendo uno de sus candidatos el varias veces presidente Joaquín Balaguer que a sus 94 años se postulaba por novena vez.

La nueva política, el relevo, la sangre nueva, son puras expresiones mercadológicas que carecen de sentido cuando los que supuestamente las encarnan siguen utilizando los mismos patrones de conducta y malas mañas que reflejan escasa cultura democrática y modernidad, como escudarse en viejas creencias para seguir rehuyendo el debate porque el que está arriba no se arriesga aunque se tenga mucho que proponer, o de preferir seguir vendiendo las mismas promesas gastadas de cada cuatro años que someterlas al escrutinio de un debate público, de utilizar los recursos del Estado en beneficio de  los candidatos oficiales, de denigrar la dignidad de la gente en un lastimero cambalache de dádivas por votos.

Pero no solo muchos de nuestros políticos y candidatos tienen bajos niveles de comportamiento democrático, sino que gran parte de nuestra sociedad también los tiene, y eso no tiene que ver con los niveles sociales, porque la carencia de cultura democrática y el acomodamiento con la cultura del “dado”, y de estar en buenas con el poder, está tanto en los más desposeídos que reciben funditas o empleos, como en los más poderosos que reciben jugosos contratos y otros beneficios. 

Por eso no sorprende que los partidos puedan seguir dándose el lujo de preferir el confort de recitar en solitario sus propuestas, pues entienden que pierden más si están arriba sometiéndolas al debate que, negándose a hacerlo, porque nunca han sentido un real costo por su negativa.

En medio de una campaña oportunista, mediática, y asistencialista, el mejor ejercicio que cada quien debería hacer es imaginarse a cada uno de los candidatos ejerciendo el rol de presidente en sus múltiples facetas, como ejercería su liderazgo de la Nación, como manejaría la economía, como actuaría dirigiendo los trabajos del Consejo Nacional de la Magistratura que próximamente deberá conocer de la elección de nuevos jueces del Tribunal Constitucional y del Tribunal Superior Electoral, cómo representaría el país en foros extranjeros, cómo administraría los recursos del Estado, como actuaría frente a la corrupción.  Ojalá que muchos hicieran este ejercicio, y los ayudara a realizar un debate interno en el que resulte ganancioso lo que su conciencia les diga sea mejor para el país, y no lo que su ambición les diga sea más conveniente para sus propios intereses.

Fuente: https://acento.com.do/2020/opinion/8825262-cultura-democratica/
Imagen: https://pixabay.com/
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Comenzamos la inscripción para el seminario de Piedad Córdoba: Derechos Humanos, Paz y Democracia en América Latina

Por: Equipo de OVE. 

Inscripción para el seminario de Piedad Córdoba.
Conferencia: “Derechos Humanos, Paz y Democracia en América Latina”
Agradecemos su disposición a participar en esta conferencia que forma parte del Ciclo de Actividades de Formación permanente que impulsamos el CII-OVE, la CEIP-H y el CINPECER. El registro nos permitirá mejorar nuestros procesos de selección de temas y actividades. Todas nuestras actividades son gratuitas, de libre acceso. Estas grabaciones quedarán disponible en el YouTube de Otras Voces en Educación.
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Libro(PDF): «Intelectuales, democracia y derechas»

Reseña: CLACSO

América Latina vive un tiempo dinámico, pleno de incertidumbres en términos sociales, políticos y económicos. Si, por un lado, pueden identificarse procesos vinculados a la regeneración de proyectos políticos ubicados en el espectro de derecha, por otro lado, amplias movilizaciones sociales y dificultades económicas que derivan de un modelo de acumulación en crisis, auguran tiempos conflictivos y una disputa de proyectos de sociedad. Estas luchas tienen también facetas que se relacionan con la producción de ideas y conocimiento, los viejos y nuevos agentes implicados en ese trabajo como intelectuales y think tanks, las restricciones y los condicionamientos de las democracias que pueden derivarse de allí o, alternativamente, la apertura de nuevos horizontes de posibilidades sociales que, de igual modo, pueden construirse y emerger. Precisamente este libro se ubica en el intento de abordar algunas de las tantas preguntas que se abren en esas tensiones no siempre visibles de las luchas de ideas, representaciones de sociedad, imaginarios y perspectivas, que tiene América Latina en la imperiosa necesidad de repensarse hacia el futuro y recrear salidas más democráticas y emancipatorias.

Autor (a):  Alfredo Falero. Charles Quevedo. Lorena Soler. [Coordinadores]

Alfredo Falero. Líber Romero. Ezequiel Saferstein. Matthieu Le Quang. Enzo Scargiali. Juan Jesús Morales Martín. Roberto Ibacache Monasterio. Ana Belén Mercado. Mateus Gamba Torres. Florencia Prego. Mónica Nikolajczuk. Yamandú Acosta. Federico Pous. Susana Dominzain. [Autores de Capítulo]

Editorial/Editor:LACSO. El Colectivo. BASE. IEALC.

Año de publicación: 2020

País (es): Argentina.

Idioma: Español.

ISBN: 978-987-47537-3-1

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Fuente e Imagen: https://www.clacso.org.ar/libreria-latinoamericana/libro_detalle.php?orden=&id_libro=2118&pageNum_rs_libros=0&totalRows_rs_libros=1398

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Teorías conspirativas y visión desconfiada (crítica)… ¿Por qué no?

Por: Marcelo Colussi
«Todo poder es una conspiración permanente”.

Honoré de Balzac

Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre” .

Aldous Huxley

El peligro mayor al que nos enfrentamos no es que las cosas «se queden como estaban», sino que vayan a bastante peor”.

Jorge Riechmann y Adrián Almazán

I

Pese a que se hable hasta el cansancio de “democracia” (palabra manoseada que da para todo: para invadir países, asesinar impunemente, torturar, mentir, manipular), lo que menos hacen “los pueblos” es justamente eso: decidir su futuro, gobernarse. El mundo moderno, el capitalismo surgido en Europa desde el Renacimiento en adelante que hoy día se globalizó aplastando otras opciones, tiene en la “democracia” y en la “libertad” sus íconos por antonomasia. Íconos, sin embargo, que no pasan de una deslucida opacidad muy engañosa.

Lo que hacemos, pensamos, consumimos, cómo nos divertimos, nuestra forma de relacionarnos con el mundo, en otros términos: nuestra vida en general, cada vez más está digitada por poderes que nos sobrepasan en manera inconmensurable. Inmediatamente hay que hacer una imprescindible y capital aclaración: decir esto no es ninguna conducta paranoica, una delirante visión de conspiraciones que obran en nuestra contra.

La paranoia, llamada por Freud “demencia paranoide” a inicios del siglo XX, hoy día preferiblemente conocida, según los manuales de psicopatología al uso, como “Trastorno de ideas delirantes”, es un “Grupo de trastornos caracterizado por la aparición de un único tema delirante o de un grupo de ideas delirantes relacionadas entre sí que normalmente son muy persistentes, y que incluso pueden durar hasta el final de la vida del individuo. El contenido del tema o conjunto de ideas delirantes es muy variable. A menudo es de persecución, hipocondríaco o de grandeza, pero también puede referirse a temas de litigio o de celos o poner de manifiesto la convicción de que una parte del propio cuerpo está deformada o de que otros piensan que se despide mal olor o que se es homosexual”.

El delirio paranoico existe, sin lugar a dudas; de hecho, en muchos casos esa “desconfianza” patológica (las celotipias extremas, por ejemplo) puede llevar al asesinato. El otro, el “perseguidor”, es vivido como enemigo: antes que me agreda, lo aniquilo. Lamentablemente, dada la precariedad del abordaje de los “problemas mentales” que se sigue padeciendo (el Psicoanálisis aún es resistido y prima la Psiquiatría manicomial), los “enfermos paranoicos” suelen terminar en el loquero (donde, por supuesto, nadie se cura).

El mundo, sin dudas, está atravesado por una serie de ideas de talante paranoico, muchas veces tomadas con cierta seriedad o, al menos, presentadas con un grado de credibilidad, pero absurdas e insostenibles, en definitiva: “los judíos o ciertas sectas esotéricas (Illuminati, masones, etc.) manejan el mundo”, “los extraterrestres están entre nosotros”, “las vacunas son un experimento en masa que provocan autismo”, “la actual enfermedad COVID-19 se activa por las emisiones de ondas 5G”, “la aparición de un cometa anuncia el fin de nuestro planeta”, “las pirámides de Egipto fueron construidas por alienígenas”, y un largo etcétera.

Por supuesto que la dinámica de las sociedades no puede explicarse por estas elucubraciones, sin base ni sustento científico. El delirio, definitivamente, está entre nosotros, a veces medianamente tolerado, lo cual evidencia que la “normalidad” es siempre una pregunta abierta, una cuestión de grado. Es decir: no hay una normalidad definitiva, dada de una vez, única e inamovible (Hitler era un loco que creía en la eugenesia, aunque no debe olvidarse que el pueblo alemán masivamente lo siguió). Pero ni la historia de la humanidad ni el mundo actual no se mueven por ideas delirantes, por fuerzas sobrenaturales ni mensajes apocalípticos de seres extraordinarios: son las relaciones sociales, concretas y materiales, que establecemos los seres humanos para asegurar nuestra existencia (individual y colectiva) las que explican la arquitectura general de las cosas. De ahí que el materialismo histórico, por ejemplo, y su concepto de lucha de clases da mucho más en el blanco para entender las sociedades y sus conflictos, que la apelación a poderes malignos o conjuras de grupos ocultos en las sombras. Dicho de otro modo: una clase social, detentadora de los medios de producción (tierra, maquinaria, dinero) explota la fuerza de trabajo de una mayoría, la otra clase social, la clase trabajadora, con lo que se genera una riqueza que queda mayoritariamente en la clase explotadora.

Ahora bien: esa clase beneficiada, que asienta su riqueza y poderío en el trabajo de enormes mayorías a las que sojuzga, hace lo imposible para mantener sus privilegios. Para ello, apela a los mecanismos más sórdidos, más perversos, más sanguinarios llegado el caso. Como sin miramientos lo dijo uno de los más connotados intelectuales orgánicos de esa clase dominante, el polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinsky, miembro de connotados tanques de pensamiento de Estados Unidos y catedrático en la Universidad Johns Hopkins: “La sociedad será dominada por una elite de personas libres de valores tradicionales que no dudarán en realizar sus objetivos mediante técnicas depuradas con las que influirán en el comportamiento del pueblo y controlarán con todo detalle a la sociedad, hasta el punto que llegará a ser posible ejercer una vigilancia casi permanente sobre cada uno de los ciudadanos del planeta. (…) Esta elite buscará todos los medios para lograr sus fines políticos tales como las nuevas técnicas para influenciar el comportamiento de las masas, así como para lograr el control y la sumisión de la sociedad”.

Pensar, entonces, que hay grandes, inconmensurables grupos de poder que le dan forma al mundo en que vivimos, que nos obligan a seguir siendo esclavos (asalariados), mundo “en el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre”, como agudamente dijera Aldous Huxley, no es ningún delirio paranoico. Es la constatación de una cruda y descarnada realidad: hacemos, pensamos y actuamos según lo que poderes determinados nos dicen. No importa si esos grupos son judíos, católicos, musulmanes, ateos, hombres, mujeres, bisexuales, amantes del samba brasileño o la salsa colombiana: son grupos de poder que tienen en sus manos monumentales decisiones. Eso ¿es paranoico?

II

Para ejemplificar lo anterior, dos rápidos ejemplos.

1) En Guatemala, Centroamérica, pequeño país “bananero” con una gran riqueza acumulada (onceava economía latinoamericana) injustamente distribuida (grandes familias que viven como magnates de Wall Street con una inmensa población precarizada -el salario mínimo cubre apenas un tercio de la canasta básica-), la corrupción es una constante histórica. Corrupción e impunidad son parte absolutamente normalizada del paisaje social. Pero en ese escenario sociopolítico y cultural surgió hacia el 2015 una fabulosa “cruzada contra la corrupción”. Eso resultó altamente llamativo, por cuanto Guatemala se caracteriza -como todos los países de Latinoamérica- por una inveterada cultura de corrupción que alcanza todos los niveles. Para ese entonces, llamativamente todos los medios de comunicación comerciales (de derecha, conservadores, grandes empresas privadas lucrativas al fin, corruptas en muchos casos) pusieron en la agenda pública como tema totalmente dominante la lucha contra la corrupción. Por unos meses no se hablaba de otra cosa: la corrupción pasó a ser la peor plaga bíblica sufrida, causa última de todos los males del país. Queda claro ahora que eso fue un muy sofisticado mecanismo geoestratégico de Washington, probado en estas tierras para luego iniciar su trabajo de reversión (roll-back) de gobiernos que no le eran muy afines (el PT en Brasil, Cristina Fernández en Argentina).

Esa desatada “lucha monumental contra la corrupción” (se llegó a decir que “Guatemala daba un ejemplo al mundo”) trajo como consecuencia una relativa movilización de la sociedad, terminando en una crisis política que finalizó mandando a la cárcel al por entonces binomio presidencial (Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti). Pero luego de esa bien manejada crisis (asegurando “gobernabilidad” con la llegada a la presidencia de un candidato idóneo para seguir el guión: Jimmy Morales, supuestamente no tachado de corrupto) la corrupción salió de escena. Años después corrupción e impunidad siguen marcando el pan nuestro de cada día, y no volvieron a aparecer en la agenda mediática. ¿Es paranoico pensar que hubo allí una bien montada operación de “psicología militar de masas”? ¿Por qué sería delirante? ¿Qué argumento científico de peso puede oponérsele? ¿Movilización popular espontánea? Nada lo indica, porque las clases oprimidas siguieron tan oprimidas como siempre.

2) Hasta hace unos años, las mujeres occidentales solían pintarse las uñas de las manos con los cinco dedos llevando el mismo color. De pronto, cuatro dedos empezaron a mostrar un color, y un quinto dedo -preferentemente el anular- otro. Se hizo moda, y una enorme cantidad de mujeres empezó a hacerlo así. Puede parecer superficial la pregunta, pero pretende no serlo, en absoluto: ¿quién marcó esa pauta? Seguramente no fueron los platos voladores, los masones ni los Illuminati. Sin dudas, alguien lo decidió (así como se deciden las modas). ¿Es paranoico, delirante, es apelar a teorías conspirativas considerar que alguien estableció una pauta de consumo determinado? ¿No es eso la moda acaso?

Estos dos ejemplos intentan poner en evidencia que las conductas de las masas, del grueso de la población, no son -en general- producto de una reflexión sopesada, de actitudes críticas. Esto no significa que las masas sean “tontas”, que la población sea felizmente una esclava silenciosa que “gracias al consumo y al entretenimiento, amaría su servidumbre”. Las masas a veces reaccionan, se enardecen, revolucionan lo existente, y el mundo cambia. Eso, y no otra cosa, es la lucha de clases. El mundo sigue cambiando (de la Edad de Piedra o la época de los faraones a la fecha hubo muchos cambios), pero justamente los grupos detentadores del poder hacen lo imposible para que las cosas no cambien. Y desde las sombras elucubran cómo mantener el estado de cosas. ¿O acaso es distinta la historia de la Humanidad?

¿Por qué ahora la Embajada de Estados Unidos en Guatemala, según un paper secreto recién filtrado, está tan sumamente preocupada por la situación de la pandemia del COVID-19? No por la salud de la población, sino por la posibilidad real de estallidos sociales a que el hambre podría dar lugar. Si algo se busca a toda costa, es la “gobernabilidad”, es decir: que nada cambie (que los privilegios de la clase dominante se mantengan). Un estallido social puede encender mechas que luego se vuelven inmanejables (por eso, por ejemplo, Mike Pompeo, Secretario de Estado de Estados Unidos, pudo decir refiriéndose a las protestas populares de Chile del año pasado: “América del Sur se nos puede embrollar de modo incontrolable si no tenemos siempre a la mano un líder militar, y en el caso de Chile, esto reclama un jefe de la calidad solidaria del general Augusto Pinochet”). ¿Es acaso paranoico pensar que la recomendación de la Embajada de Estados Unidos en Santiago a las fuerzas armadas trasandinas se cumplió al pie de la letra? Cada explicación alternativa a los discursos oficiales (siempre mentirosos, manipuladores, que trastocan los hechos), cada explicación que contradice el “mundo feliz” que nos transmiten los medios masivos de comunicación, ¿es un delirio paranoico, es ver marcianos y conspiraciones? Pero… en Chile mucha gente perdió la vista por la represión de los carabineros. Alguien dio esa orden, ¿verdad? ¿Por qué Pompeo diría eso en una reunión en Washington? No parece muy delirante pensar que unos cuantos funcionarios en Estados Unidos deciden lo que debe pasar en Latinoamérica. ¿O hay que mandar al manicomio a quien denuncie algo así?

III

La marcha del mundo tiene una lógica. Lo que hacemos cada día, responde en muy buena medida a planes trazados. Y esos planes no los traza la mayoría en decisiones populares, en asambleas abiertas. ¡En absoluto! Eso que se nos presenta como democracia es la más artera mentira, manipulada muy eficientemente. Por supuesto que sí, hay formas auténticas de democracia de base, de poder popular donde se deciden las líneas por donde transitará una comunidad. Pero, a todas luces, esas son de momento expresiones muy embrionarias. Solo las experiencias socialistas las han permitido en parte, de ahí que el socialismo siga siendo la única esperanza real de un mundo más justo. Este mito de la democracia parlamentaria actual no es sino eso: mito, ficción, fantasía, burda manipulación.

El orden del mundo no lo decide el “ciudadano” votando cada cierto tiempo. Eso es patéticamente absurdo. Los presidentes -todos, de todos los países- son, en definitiva, empleados de los verdaderos tomadores de decisiones. ¿Quién establece el precio del petróleo, lo que un país debe producir, el inicio de las guerras, el entretenimiento para mantener “felices a los esclavos”? La gente, el ciudadano de a pie, la persona que está leyendo este mediocre opúsculo: ¡no! Eso se decide a puertas cerradas entre muy pocas personas en el mundo. En las sociedades de clase, siempre fue así: el rey y su séquito, el faraón, el sumo sacerdote, los mandarines, la gente que maneja el Fondo Monetario Internacional o los que se sientan en un lujoso pent house climatizado con enormes jacuzzis, esos a los que “la plebe” no puede acceder jamás, esos de quienes ni siquiera conocemos sus nombres, esos son los que deciden (¿quiénes son los dueños de la Exxon-Mobil, o de la Coca-Cola Company, o del JPMorgan Chase & Company?). ¿Cuándo cambiará eso? …, no lo sabemos ni lo estamos previendo. Lo que sí está por demás de claro, como dijo el francés Honoré de Balzac, que “todo poder es una conspiración permanente.” Las leyes, lo sabemos, no son justas ni equitativas, y no las deciden las mayorías: “La ley es lo que conviene al más fuerte”, expresó Trasímaco de Calcedonia en el siglo IV antes de nuestra era. “Las leyes están hechas para y por los dominadores, y conceden escasas prerrogativas a los dominados”, dijo Sigmund Freud en 1932.

¿Por qué ahora los Estados, a partir de las políticas neoliberales vigentes en estas últimas décadas, se adelgazaron terriblemente siendo reemplazados por la “beneficencia” de eso que se llama “cooperación internacional”, o sustituidos por grandes mecenas? ¿Una forma de precarizar cada vez más la vida de la clase trabajadora global, para someterla más y más? Los servicios básicos los debe brindar el Estado y no bienhechores magnánimos. Daniel Espinosa nos informa que “Los “Silicon Six”, como se conoce a Microsoft, Google, Apple, Facebook, Netflix y Amazon, son expertos en elusión tributaria, una realidad que han sabido ocultar tras su imagen de modernidad, de empresas “cool” (y muchos millones en donaciones “caritativas” a medios de comunicación). De acuerdo con una investigación reciente de Fair Tax Mark, esas seis compañías lograron ahorrarse cerca de 100 mil millones de dólares en impuestos entre 2010 y 2019”. ¿Qué mortal de a pie decidió acabar con los Estados nacionales y precarizar sus servicios básicos: salud, educación, infraestructura, seguridad? ¿Es una elucubración delirante pensar que esa desaparición del estado de bienestar se hizo para explotar más aún a los explotados de siempre?

¿Por qué sería un “trastorno de ideas delirantes” típico del Presidente Schreber (caso de psicosis teorizado por Freud a partir de la lectura de “Memorias de un neurópata”) pensar que grupitos minúsculos de poderosos magnates deciden lo que pasa en el mundo?

De lo que se trata es de sustituir la autodeterminación nacional, que se ha practicado durante siglos en el pasado, por la soberanía de una elite de técnicos y de financieros mundiales”, pudo decir el recientemente fallecido David Rockefeller, nieto del legendario John Davison Rockefeller, en su momento la persona más acaudalada del mundo, fundador de la mítica dinastía de banqueros e industriales petroleros de Estados Unidos. “Todo lo que necesitamos es una gran crisis y las naciones aceptarán el Nuevo Orden Mundial”, agregó en su momento, él, que  fuera uno de los más grandes conspiradores, arquitecto de la política mundial, factótum de importantes grupos “selectos” que deciden la marcha de la sociedad planetaria, donde no puede llegar “la chusma”, instancias por el Grupo Bilderberg, o la Comisión Trilateral (Estados Unidos, Europa Occidental, Japón), según su propio decir, “altas personalidades” que deciden lo que ha de suceder en la humanidad: “el conjunto de potencias financieras e intelectuales mayor que el mundo haya conocido nunca”. ¿Es ver fantasmas pensar que todo eso existe? El 1% de la población mundial detenta el 50% de la riqueza mundial; y de ese mínimo porcentaje, solo el 0.01% es el que da las órdenes a los presidentes. Decir eso, ¿es ser paranoico?

No es ninguna novedad (¿o es un delirio paranoico, una voz alucinada?) constatar que infinidad de hechos políticos que suceden están pergeñados en oficinas de la más alta secretividad, sin que las poblaciones tengan la más remota idea: Pearl Harbor, el asesinato de Kennedy para continuar con la guerra de Vietnam a la que él se oponía, la caída de las Torres Gemelas, las supuestas armas de destrucción masiva en Irak, el ataque a Nicaragua antes de que el sandinismo -cuando aún era revolucionario- “invadiera Texas”, el financiamiento de la Ford Motors Company al nazismo en sus inicios -para que invadiera y terminara con la Unión Soviética-, los experimentos sobre la sífilis hechas, sin conocimiento de las autoridades, con población guatemalteca en la década de 1950, armas bacteriológicas desconocidas por el público, los secretos revelados por la crisis de conciencia del ex espía estadounidense Edward Snowden, y la lista puede continuar interminable. El medicamento cubano Interferón alfa 2B recombinante sirvió para parar la epidemia en China, ¿por qué no se dijo una palabra de eso en el “mundo libre”? ¿Es ser un desubicado psicótico preguntarse el porqué de ese silencio? ¿Son todas elucubraciones paranoicas, afiebradas visiones conspirativas del mundo, delirios insanos para mandar al manicomio a quien exprese preguntas sobre todo esto?

IV

Hoy día cursamos una pandemia de un virus nuevo, desconocido en todo su potencial, el coronavirus.

La nueva neumonía por coronavirus no es tan grave como otras enfermedades contagiosas de clase A (peste y cólera) todavía. Sin embargo, debido a que es una enfermedad recién descubierta, con un riesgo relativo considerable para la salud pública, todos deben estar atentos y bien protegidos. Tomar las medidas de control de Clase A genera notificaciones y publicidad más rápidas; Esto facilita a los trabajadores de la salud en la prevención y el control de la enfermedad, así como al público en la adquisición de la información más reciente para una mejor respuesta a la epidemia”, puede leerse en el Manual de prevención del coronavirus puesto a circular por el gobierno de la República Popular China recientemente, al aparecer el brote en la ciudad de Wuhan.

Efectivamente, no es tan grave, pues según el grado de letalidad, tenemos que hay afecciones mucho más dañinas: Peste (Yersinia pestis): 100%, peste pulmonar: 100%, VIH-SIDA: 100%, leishmaniasis visceral: 100%, rabia: 100%, viruela hemorrágica: 95%, carbunco: 93%, ébola: 80%, viruela en embarazadas: 65%, MERS (Síndrome respiratorio de Oriente Medio): 45%, fiebre amarilla: 35%, dengue hemorrágico: 26%, malaria: 20%, fiebre tifoidea: 18%, tuberculosis: 15%. El índice de letalidad del COVID-19 está alrededor del 4% (puesto en entredicho, incluso, por estudiosos del tema, que estiman que es menor).

Como es un agente patógeno nuevo, no se sabe mucho acerca de él. Lo que sí ya se ha podido ver es que tiene un potencial de contagio muy alto, de ahí que las autoridades sanitarias recomendaron confinamientos. De todos modos, hay algo llamativo en esta cuarentena militarizada que vivimos. El mundo se detuvo prácticamente, cuando hay voces -tan autorizadas como quienes dicen lo contrario- que alientan sobre lo llamativo del pánico creado. El destacado inmunólogo colombiano Manuel Elkin, quien trabajara en una vacuna contra la malaria, llama la atención sobre “la desproporción que supone que la malaria aflige entre 230 a 250 millones de personas al año y, de ellos, mueren de 1.250 a 1.500 al día”. Nos llama a reflexionar: “Paremos un poco esa histeria colectiva. Desde el principio de la enfermedad del coronavirus nos metieron un pánico excesivo; es una enfermedad a la que hay que ponerle cuidado, pero no para una histeria colectiva que no sirve para nada”.

Del mismo modo Johan Giesecke, destacado epidemiólogo consejero del gobierno sueco y miembro del Grupo Asesor Estratégico y Técnico para Riesgos Infecciosos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), dijo que “Esta enfermedad se propaga como un incendio y lo que uno hace no cambia demasiado. Todos se van a contagiar, todo en el mundo al final”.

Lo curioso es que una enfermedad que no es especialmente letal (el 96% de infectados se recupera), que ataca mortalmente solo a un segmento pequeño (ancianos, gente con inmunodeficiencias, población que se puede reinfectar muchas veces como el personal sanitario), ha causado un revuelo sin precedentes, paralizando el mundo. El epidemiólogo británico de la Universidad de Oxford, Christopher Fraser, considera que la proporción de casos sin reportar podría ser del 50%, por lo que “la tasa de letalidad rondaría el 1%”. El experto en virus, el español Adolfo García-Sastre, investigador del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, piensa que “existen de cinco a diez veces más infectados que lo que se está contabilizando actualmente, lo cual reduce mucho su letalidad”.

Considerando que la curva epidemiológica comenzó a aplanarse en los países que mayor número de contagios presentaron -con tasas de mortalidad diversas, pero siempre manteniendo una tasa de letalidad similar, que no supera el 5% (o quizá mucho menos)- la proyección en muertes nos muestra que al final del año el número total de decesos podría ser similar a la de la gripe estacional: entre 600 y 700 mil. Seguramente las medidas de confinamiento podrán haber evitado más muertes. Pero allí es donde se abre la pregunta.

Acusar de paranoia a quien se plantee preguntas críticas puede ser peligroso. Como dijo Luis Tuchán: “Llamar teoría conspirativa a toda explicación alternativa a la del poder, es ahora la forma de satanizarla”. La crisis actual, sanitaria en principio, abre preguntas. No es ninguna novedad -porque está reportado hasta el cansancio, incluso por las mismas Bolsas de Valores de distintas partes del mundo-, que el sistema capitalista en su conjunto entró en una terrible, tremenda, catastrófica crisis, similar -o peor- que la Gran Depresión de 1930. “No solo la crisis financiera estaba latente desde hacía varios años y la prosecución del aumento de precio de los activos financieros constituían un indicador muy claro, sino que, además, una crisis del sector de la producción había comenzado mucho antes de la difusión del COVID, en diciembre de 2019. Antes del cierre de fábricas en China, en enero de 2020 y antes de la crisis bursátil de fines de febrero de 2020. Vimos durante el año 2019 el comienzo de una crisis de superproducción de mercaderías, sobre todo en el sector del automóvil con una caída masiva de ventas de automóviles en China, India, Alemania, Reino Unido y muchos otros países”, anunciaba una voz autorizada como el economista Erick Toussaint. Es ahí, entonces, donde entran las preguntas críticas, acusadas de delirio paranoico por algunos.

Sabemos que el sistema capitalista, o más aún, quienes disfrutan los beneficios de ser la clase dirigente allí, están dispuestos a hacer lo imposible para mantener sus prebendas: ¿no alcanza todo lo dicho para entenderlo? ¿Habrá que agregar dos millones y medio de muertos en Irak y más de un millón para mantener, respectivamente, el petróleo y el gas/negocio de la heroína? ¿Habrá que agregar Guantánamo? ¿Habrá que agregar dos bombas atómicas arrojadas impunemente sobre población civil no combatiente en Japón cuando la guerra ya estaba decidida? ¿Habrá que agregar todos los golpes de Estado en Latinoamérica, y su cohorte de muertos, torturados y desaparecidos, aconsejados por “expertos” estadounidenses? (recuérdese la cita anterior de Mike Pompeo). El sistema está dispuesto a hacer cualquier cosa para mantenerse: por eso miente, embauca, distorsiona. Las enseñanzas de Goebbels (“Una mentira repetida mil veces se transforma en una verdad”) fueron amplificadas en un grado sumo en la tierra “de la democracia y la libertad”. Se nos vive mintiendo todo el tiempo, y eso no parece un delirio paranoico. En Guatemala se hizo creer que la “ciudadanía” sacaba del poder a un presidente corrupto…. Y no era así. ¿Quién dijo que la uña del dedo anular de una mujer es más bonito y que hay que seguir el dictado de la moda pintándoselo de otro color? ¿Los marcianos? ¿Los masones? ¿Los Rosacruces? ¿O quienes fijan la moda, y venden las mercaderías correspondientes?

Pensar que hay “gato encerrado” en las políticas que digitan nuestras vidas parece muy sano, porque demuestra una actitud crítica, algo más que la feliz y pasiva aceptación del entretenimiento con que se mantiene a la esclavitud. El tratamiento militarizado y compulsivo que se le da a la actual pandemia, según se puede pensar, perfectamente podría entenderse como “honrosa” salida del capitalismo global ante una crisis fenomenal. La desocupación y el hambre son “culpa” de este agente patógeno entonces.

¿Estaba todo esto ya pergeñado? ¿Hay agendas ocultas trazadas? Como son temas álgidos, complejos, con infinidad de aristas en juego, se hace difícil -con la orfandad de datos que existe todavía- expedirse categóricamente. Las ciencias, por otro lado, nunca se expiden “categóricamente”: formulan saberes, que son siempre cambiantes, relativos (la física newtoniana no alcanza para ciertas cosas, por lo que surge la física cuántica; la descripción psiquiátrica no alcanza, por lo que surge el Psicoanálisis, la geometría euclidiana es ampliada por la geometría fractal, etc.). No puede aún darse una visión globalizante del fenómeno de esta pandemia, pero quedan cabos sueltos.

¿Es realmente necesaria la militarización de la vida cotidiana, o hay allí otras perspectivas en juego? ¿Un ensayo de lo que vendrá? “La crisis sanitaria ha sido la oportunidad perfecta para reforzar nuestra dependencia de las herramientas informáticas y desarrollar muchos proyectos económicos y políticos previamente existentes: docencia virtual, teletrabajo masivo, salud digital, Internet de las Cosas, robotización, supresión del dinero en metálico y sustitución por el dinero virtual, promoción del 5Gsmart city A esa lista se puede añadir los nuevos proyectos de seguimiento de los individuos haciendo uso de sus smartphones, que vendrían a sumarse a los ya existentes en ámbitos como la vigilancia policial, el marketing o las aplicaciones para ligar en internet. En conclusión, el peligro mayor al que nos enfrentamos no es que las cosas «se queden como estaban», sino que vayan a bastante peor”, razonan Jorge Riechmann y Adrián Almazán.

Definitivamente hay manejos en todo esto que dejan interrogantes. Hay una crisis sanitaria, porque la enfermedad existe y los muertos ahí están, pero también existe el peligro real que las cosas vayan a bastante peor, y no por el coronavirus precisamente. ¿Es paranoico pensar que el mundo que seguirá a la pandemia (vigilancia absoluta, distanciamiento de las personas, control omnímodo de nuestras vidas) puede ser aterrador? ¿Ya no más apretones de manos ni besos en la mejilla? Pero peor aún: ¿quién manejará esa información total, completa, omnímoda de nuestras vidas, información a la que no podremos resistirnos suministrar? Más aún: ni siquiera habrá que suministrarla, porque las técnicas de control la obtendrán de otra manera, sin esfuerzo, sin violencia. ¿Ese es el mundo post pandemia?

Está claro que se ha creado un pánico monumental, evidentemente desproporcionado en relación a lo que es la enfermedad del COVID-19 propiamente dicha. Ningún otro hecho colectivo había causado tamaño estupor. Y como los números lo indican, la nueva enfermedad no es sinónimo de muerte inmediata y masiva (según algunas voces autorizadas, muchísima gente la cursa asintomáticamente, o se cura sola. Solo población en riesgo -tercera y cuarta edad e inmunodeprimidos- tiene posibilidades reales de fallecer). ¿Por qué tanto pánico? ¿Está inducido? Recuérdese el manejo sobre la corrupción en Guatemala antes citado. Los climas sociales, esto no es ninguna novedad, se crean. ¿Por qué masivamente se piensa que “los musulmanes son terroristas”, o que “los colombianos son narcotraficantes”? ¿Por qué nos la pasamos hablando de fútbol o de series chabacanas y no podemos pensar críticamente en otros asuntos? ¿Alguien lo decide? ¿Es delirante pensar que allí hay agendas de grandes poderes que digitan la vida colectiva? “La televisión es muy instructiva, porque cada vez que la encienden, me voy al cuarto contiguo a leer un libro”, dijo Groucho Marx. ¿Delirio paranoico?

Luego de la pandemia de coronavirus todo indica que viene la vacunación masiva. Bill Gates, uno de los mayores magnates actuales del planeta -propietario de una de esas empresas antes citadas, campeonas de la evasión fiscal- es uno de los más grandes filántropos en el mundo y promotor de esa vacunación. “Las próximas guerras serán con microbios, no misiles”, dijo repetidamente. De hecho, él y su cónyuge Belinda constituyen uno de los principales sostenes financieros de la Organización Mundial de la Salud -OMS-, mecenas preocupado por la salud de la humanidad. ¿Seremos paranoicos si nos abrimos preguntas al respecto, si desconfiamos de tanta bondad? (porque alguien que evade impuestos da que pensar, ¿no?). La sociedad global cada vez más se encamina hacia tecnologías de vanguardia, revolucionarias (en las que China ya le está tomando la delantera a Estados Unidos). Las fortunas más grandes se van acumulando ahora en las empresas ligadas a la cibernética, la inteligencia artificial, la informática, la robótica. Como ejemplo representativo, el cambio que se ha venido dando en la dinámica económica de la principal potencia capitalista, Estados Unidos: para 1979, una de sus grandes empresas icónicas, la General Motos Company, fabricante de ocho marcas de vehículos, tenía un millón de trabajadores -daba trabajo a la mitad de la ciudad de Detroit, de tres millones de habitantes-, con ganancias anuales de 11,000 millones de dólares. Hoy día Microsoft, en Silicon Valley, mientras Detroit languidece como ciudad fantasma con apenas 300 mil pobladores, ocupa 35 mil trabajadores, con ganancias anuales de 14,000 millones de dólares. El capitalismo está cambiando. En el año 2017 la familia Rockefeller se alejó del negocio petrolero. ¿Vamos hacia las energías renovables? ¿Las próximas guerras serán por el agua? ¿Quién decide eso?

Llama la atención que un mecenas como Gates (que no parece tan “trigo limpio”, si es tamaño evasor fiscal y destructor de los Estados nacionales -la beneficencia no puede suplir al Estado-) se preocupe tanto de las vacunaciones. Quizá deba incluirse también en los negocios de futuro (¿el petróleo dejará de serlo?) a la gran corporación farmacéutica, la Big Pharma. Según datos que llegan dispersos, representantes de la GAVI, la Global Alliance for Vaccines and Immunization, y su fundador y principal financista, Bill Gates con su benemérita Fundación, insisten cada vez más en la necesidad de una inmunización universal. Como todo esto de la pandemia está aún muy confuso, nadie puede asegurar categóricamente nada.

¿Seguirá a toda esta parafernalia una vacunación obligatoria con insumos que habrá que pagar? ¿Será toda esta militarización de la vida cotidiana una muestra de cómo es el futuro inmediato? China, con un “socialismo” en el que no puede mirarse la clase trabajadora mundial -por ser un capitalismo desaforado disfrazado de socialismo-, al igual que las potencias occidentales -o más aún-, desarrolla un hipercontrol monumental sobre su población. Las tecnologías informáticas sirven para eso (y no hay duda que en eso llevan la delantera, pues ya están en la 5G, preparando la 6G). ¿Ese es el modelo a seguir?

“¡Los marcianos existen, son verdes y con antenitas!” Asegurar con toda convicción cosas de las que no se tiene pruebas es patológico: “aparición de un único tema delirante o de un grupo de ideas delirantes relacionadas entre sí que normalmente son muy persistentes”, según la oportuna descripción psiquiátrica. Pero abrirse preguntas críticas no es enfermizo: es muestra de salud. Definitivamente la pandemia nos ha venido a conmover. Dado que las cosas están confusas, nadie tiene la verdad con certeza ni puede predecir con exactitud qué continúa ahora. Lo que está claro es que seguirá más capitalismo (socialismo no se ve cercano por ahora), quizá más reconcentrado en menos manos y más controlador (¿alguien puede explicar por qué Estados Unidos reacciona tan desesperadamente anta la delantera china en la 5G?). La organización popular para plantearse cambios no parece muy en alza hoy. Si estamos antes la presencia de grandes poderes que deciden sobre la vida de la Humanidad con planes a largo plazo de los que nada sabemos, preguntarse por todo ello no es un delirio enfermizo: es casi una obligación.

Marcelo Colussi

Analista político e investigador social, autor del libro Ensayos

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Fuente e imagen: https://www.tercerainformacion.es/opinion/opinion/2020/05/23/teorias-conspirativas-y-vision-desconfiada-critica-por-que-no

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Entrevista a Henri Giroux: «El virus pone de manifiesto la quiebra del proyecto ideológico del neoliberalismo»

Redacción: La Marea

Henry Giroux, referente mundial de la pedagogía crítica, considera que la pandemia de la COVID-19 es más una crisis política que sanitaria o económica. En su opinión, la ineficacia de los Estados ante el virus responde a cuarenta años de políticas mercantilistas y privatizadoras.

Contactamos con Henry Giroux mientras se encuentra confinado en su casa de Hamilton (Ontario) corrigiendo exámenes de sus alumnos de la Universidad de McMaster. El coronavirus llegó a Canadá a finales de enero, casi un mes antes que a España, pero la situación parece más tranquila, con una cifra de contagiados y muertos mucho más baja en términos absolutos y relativos.

Para este intelectual, referente mundial de la pedagogía crítica, la COVID-19 en realidad está poniendo en evidencia la destrucción del neoliberalismo desde la época de Reagan y Thatcher, y por eso, sostiene, cuando todo esto acabe habrá que plantear una auténtica reestructuración, que no reforma, del sistema capitalista.

¿Cómo está llevando esta situación?

Al igual que muchas personas, estoy intentando cumplir las reglas que evitan la propagación del virus y al mismo tiempo tratando de comprender el contexto político más amplio en el que se desencadenó la pandemia.

¿Qué lecciones deberíamos extraer como sociedad de esta crisis?

La primera lección es que un sistema político social construido sobre la codicia, el beneficio, la mercantilización y la privatización de todo no puede abordar una crisis de esta magnitud. Además, durante los últimos cuarenta años, el neoliberalismo global ha minado y debilitado estas instituciones, como la sanidad pública, que son fundamentales para afrontar una crisis de este calibre. Es importante entender que no sólo estamos lidiando con una crisis sanitaria, sino también con una crisis política e ideológica. El virus del neoliberalismo, con su racismo, sus noticias falsas, sus políticas de austeridad y su desigualdad masiva en riqueza y poder, junto con la destrucción del estado de bienestar, es una fuerza letal muy poderosa que ataca la sociedad.

Algunas personas ven esta crisis una cura de humildad de la que debe surgir una sociedad más solidaria y con un mayor espíritu comunitario. Pero otras voces intuyen que quien saldrá reforzado será el autoritarismo, ya que, por ejemplo, por razones sanitarias aceptaremos estar geolocalizados. ¿Cómo lo ve usted?

Ciertamente, una crisis de esta magnitud arroja luz sobre estas fuerzas ocultas que la propia crisis ha intensificado, como la expansión de los poderes policiales, el hecho de culpar del virus a los migrantes, el cierre de fronteras y, como hemos visto en Hungría, las amplias restricciones de las libertades democráticas. Todas estas fuerzas nos transmiten la posibilidad de que, cuando la crisis retroceda, habrá una avalancha de gobiernos autoritarios que asumirán más poder, al convertirse en permanentes muchas de las actuales restricciones.

En otras palabras, el estado de alarma ya no será, en palabras de Giorgio Agamben, un estado de excepción. En algunos casos, se intensificará lo que se ha llamado fascismo neoliberal, una combinación de crueldad basada en el mercado y las formas explosivas de racismo y limpieza racial. Pero, por otro lado, una crisis también puede servir para airear la corrupción y los poderes fácticos opresores, y para abrir la posibilidad de apostar por cambios radicales como una renta básica universal, la creación de un sistema de atención médica gratuita de calidad, una guerra contra los movimientos acientíficos, y una renovada preocupación por la justicia ambiental.

Con suerte, se evidenciará la barbarie y las patologías que hoy en día definen muchas sociedades y se impondrá un nuevo lenguaje y un sentido de responsabilidad y solidaridad colectiva. Me temo que, cuando la pandemia retroceda, la elección que tendremos que tomar en muchos países será entre el totalitarismo, en sus formas suaves y fuertes, o el empoderamiento ciudadano y una llamada radical a la solidaridad global.

Un sistema político social construido sobre la codicia, el beneficio, la mercantilización y la privatización de todo no puede abordar una crisis de esta magnitud

¿Se fortalecerán aún más los pilares básicos del Estado de Bienestar, como los sistemas de salud y educación pública?

Será muy difícil volver a estas políticas de austeridad que debilitaron los pilares del Estado de Bienestar, como la salud pública, aunque creo que otros bienes públicos como la educación, si no hay una transformación radical alejada del capitalismo, seguirán como están o incluso involucionar hacia una mayor represión. Algunas reformas esenciales no suponen un peligro para la derecha, porque no socavan el Estado neoliberal. Otros no serán toleradas.

A ver si lo entiendo, ¿fortalecer la sanidad pública no es una amenaza para el Estado neoliberal pero fortalecer la educación pública sí lo es? Me cuesta mucho imaginar una política presupuestaria expansiva en sanidad y regresiva en educación.

Lo que digo es que el hechizo de la era Reagan-Thatcher se ha roto. Este sistema aísla las personas, desprecia cualquier forma viable de solidaridad, promueve un individualismo rabioso y una forma de competencia similar a una jaula y, al hacerlo, produce grandes niveles de pobreza, destrucción ambiental, inseguridad, sufrimiento y precariedad. El Estado deberá reinventarse al servicio de la atención, la justicia y la compasión, y esto sólo sucederá si las personas pueden imaginar una forma de vida diferente, una forma diferente de organizar la sociedad. Pero recordemos que esta lucha por una sociedad más justa surgirá de una catástrofe y de sus inimaginables consecuencias.

No hay garantías sobre lo que surgirá. Se ampliarán algunas instituciones, como la salud pública, se debatirán algunas políticas, como el salario universal, y se repensará la educación en función de su propósito y de cómo se organizará. Y, desde mi punto de vista, de todas las políticas que serán objeto de debate, la educación será la más volátil, porque no trata únicamente de proporcionar beneficios importantes, de preparar a los jóvenes para el trabajo, sino también de la formación de valores, deseos, voluntades e identidades.

La educación se volverá más virtual y se moverá en gran manera en línea. Este será un territorio inexplorado y corre el riesgo de desautorizar aún más a los claustros, debilitar sus filas y convertir la educación simplemente en un sistema de entrega definido en términos completamente técnicos e instrumentales. El legado de la reforma educativa bajo el neoliberalismo ha sido terrible, nos ha dejado la estandarización, las pruebas y otras formas represivas de pedagogía. Por lo tanto, este legado volverá para vengarse, por lo que habrá que luchar para repensar el significado y el propósito de la educación en términos críticos, cívicos y emancipatorios.

Los niños y adolescentes pasarán meses sin abandonar sus hogares o ver a sus compañeros; pero hay personas que advierten que, si bien esta situación es soportable para los niños de las clases altas y medias, debe ser muy insoportable para aquellos que viven en condiciones más precarias. ¿Cómo tendremos que enfrentar el retorno a la ‘normalidad’ en estos casos? ¿Están teniendo ese mismo debate en Estados Unidos?

Este debate es importante, porque el virus afecta más agresivamente a aquellas poblaciones consideradas prescindibles, que eran invisibles en el pasado. Y esto ya no es cierto, porque su presencia está relacionada con la posible propagación del virus, que puede infectar a cualquier persona, y por tanto no pueden ser ignoradas. Lo que hay que recordar es que la cuestión sobre quién muere y quién vive es un tema político nuclear que nos define como sociedad. Esto es particularmente así para los niños y los ancianos.

Y lo que está claro es que la mayoría de las sociedades capitalistas ni están proporcionando un futuro a sus jóvenes ni están protegiendo a sus mayores, o a sus personas con discapacidad, especialmente aquellas que viven en residencias o que son pobres. El coronavirus no afecta a todas las personas indiscriminadamente. En realidad, los pobres, los viejos y las personas racializadas soportan la carga de los efectos de este virus como ningún otro grupo, especialmente en Estados Unidos. Este es un tema político. Estos niños que pertenecen a las llamadas poblaciones excedentarias deben ser amparados por los poderes públicos; de lo contrario, existe la posibilidad de infecciones masivas y también de protestas masivas contra la crueldad y exclusiones del sistema.

La mayoría de las sociedades capitalistas ni están proporcionando un futuro a sus jóvenes ni están protegiendo a sus mayores, o las personas con discapacidad, especialmente aquellas que viven en residencias o que son pobres

Pero estamos viendo cómo caen enfermas personas ricas y famosas. Por ejemplo, Boris Johnson, que tuvo que pasar por la UCI de un hospital público. Esto debería ayudar a valorar la sanidad pública…

El hecho de que los ricos y famosos contraigan el virus no significa que el virus no afecte a diferentes poblaciones de maneras muy desiguales. En Estados Unidos, el número de negros pobres que contraen y mueren a causa del virus es muy desproporcionado respecto a su peso relativo en la población. Muchas personas no pueden autoaislarse porque son pobres, sin hogar y viven en condiciones miserables y abarrotadas. El virus se está propagando rápidamente entre los internos de las cárceles, que en su mayoría son personas pobres de piel oscura. En la ciudad de Nueva York, los pobres contraen el virus y mueren en tasas desproporcionadas.

Estas poblaciones no cuentan con una atención médica adecuada y sufren incidencias desproporcionadas de presión arterial alta, diabetes, estrés, aislamiento y falta de acceso a una educación de calidad. Es importante tener en cuenta que muchas comunidades negras y latinas viven en áreas desatendidas y contaminadas, y son mucho más vulnerables ante el virus. Este es un tema político y económico vinculado a políticas de racismo, pobreza y desigualdades masivas en riqueza y poder.

El virus puede infectar a cualquier persona, pero algunas están más protegidas que otras y tienen acceso a redes de seguridad social, atención médica de calidad, medicamentos y otras salvaguardas, y esto no es simplemente un problema médico sino un problema político e ideológico.

Como John Gray ha señalado, el virus ha expuesto algunas de las debilidades fatales del capitalismo al tiempo que deja en evidencia la situación de quiebra en la que se encuentra el proyecto intelectual e ideológico del neoliberalismo, pero una cosa es arrancar la ropa del emperador y otra reestructurar el sistema, en vez de simplemente reformarlo. Piense en la respuesta de Trump a la pandemia, que equivale a un rescate empresarial y políticas que sugieren que está más interesado en la economía que en la vida humana.

La sensación de ansiedad y fragilidad que experimenta la gente no ofrece garantías políticas, pero abre nuevas posibilidades para una visión y un mundo alternativos. El Estado deberá ser repensado, deberá renacer en cuanto a sus funciones protectoras y en el centro de este reto está la creación de un sistema educativo que pueda educar a una generación de jóvenes para asumir este desafío. Esta será la gran lucha del siglo XXI.

¿Le preocupan las consecuencias económicas de esta crisis? En España, el primer impacto, en cuanto a personas que han perdido sus empleos, es peor que en 2008.

La gran cantidad de personas que cada vez más pierden sus trabajos o trabajan en condiciones extremadamente peligrosas pone de manifiesto la naturaleza tóxica de la relación capital-trabajo. En primer lugar, en Estados Unidos el consumismo impulsa el 70% de la economía. Termine con él y la economía entrará en colapso. En segundo lugar, este tipo de desempleo crea una crisis ideológica y política que revela cómo en el seno del capitalismo neoliberal coexisten una crisis de legitimación y una crisis de conciencia. Esta situación es explosiva, las personas no morirán de hambre si pueden luchar y combatir un sistema que no ha conseguido satisfacer sus necesidades humanas básicas.

El desempleo crea una crisis ideológica y política que revela cómo en el seno del capitalismo neoliberal coexisten una crisis de legitimación y una crisis de conciencia

Se ha referido varias veces a la renta básica universal. Entiendo que una medida de este estilo la consideraría en la dirección correcta …

Absolutamente, es esencial. Pero es sólo un paso en la reestructuración de sociedades que se preocupan poco por las necesidades humanas y priorizan la acumulación de capital por encima de todo lo demás. La clave para entender esta crisis es que debemos repensar el hecho de que el capitalismo y la democracia no son lo mismo, y que ya es hora de que un nuevo lenguaje, visión y movimiento de masas den sentido a un futuro en el que la justicia, la igualdad y la libertad se unan en la forma de una sociedad socialista democrática, una que vaya más allá de las fronteras para abrazar un nuevo reinado de democracia global.

Fuente: https://www.lamarea.com/2020/05/20/el-virus-pone-de-manifiesto-la-quiebra-del-proyecto-ideologico-del-neoliberalismo/

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