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Independencia y honestidad en los medios por Sabela Rodríguez Álvarez

El director editorial del diario digital infoLibre, Jesús Maraña, reflexionó sobre cómo los medios están supeditados al poder económico. “Los bancos y empresas no sólo condicionan, sino que ya están sentados en los consejos de administración de algunas de las grandes cabeceras”. El periodista insistió en que la independencia económica es clave para conseguir un medio periodísticamente independiente.

Maraña defendió que la calidad y el modelo de negocio deben “estar en manos de lectores y periodistas”. Por ello incidió en la necesidad de concienciar a la gente de que la información tiene un valor, y señaló a los lectores y suscriptores como una de las bases imprescindibles para alcanzar la independencia económica.

En este punto coincidió con él su colega Pedro J Ramírez, fundador del diario digital El Español, quien dice haber conseguido para el proyecto la independencia económica gracias al modelo mixto de suscripción y captación de publicidad “similar al de infoLibre”, subrayó.

El veterano periodista insistió en que un medio sólo es independiente cuando es rentable. “Siempre he notado en la nuca el aliento del poder en diferentes manifestaciones cuando el periódico generaba pérdidas, y siempre he podido tomar decisiones desde la mesa cuando el periódico ganaba dinero”, afirmó. Pedro J Ramírez continuó explicando cómo la caída de inversión publicitaria desde 2007 ha hecho a los medios “tremendamente vulnerables”. No obstante, recordó que los medios aún siguen debiendo “servicio a los lectores” y que son “responsables de la materialización de un bien ajeno”.

También cobraron especial relevancia en el debate el mundo digital y la participación ciudadana como factores clave en los últimos años para alcanzar una calidad informativa. Maraña destacó la importancia de la ciudadanía a la hora de usar las herramientas de que disponen “para decirle tanto al medio como al gobierno qué está bien y qué está mal”. Por su parte, el director de El Español aseguró que internet está “sentando las bases” para lo que auguró como una nueva “época dorada del periodismo”.

Finalmente, el profesor Ignacio González intervino en el debate aludiendo a los límites de la libertad de expresión y cómo éstos afectan a determinadas publicaciones, especialmente las de carácter satírico. “El franquismo imprimió un respeto a determinados valores que en cierta medida se han heredado en la democracia”, expuso el profesor. Se centró especialmente en la religión y la Corona para explicar cómo se ha aplicado censura en revistas como El Jueves, y lamentó las limitaciones “desproporcionadas” que en España se imponen a la libertad de expresión.

Fuente
Contralínea (México)

20 de Julio 2015

Chapo vuelve a liderar Cártel de Sinaloa / El negocio de la formación docente / La imposición a toda costa de Medina Mora / Movimientos populares se unen al “no” de Grecia / ¿Realmente existen las candidaturas independientes? / Toda la fuerza del Estado contra los maestros / Excluido, perdedor radical sin esperanza / Con Grecia, contra el acoso, la batalla por otra Europa / Independencia y honestidad en los medios / “¿Por qué contratar a un abogado si puede comprar.

Fuente:

http://www.voltairenet.org/article188233.html

Fuente imagen:

https://lh3.googleusercontent.com/sohLVT7Eo6CuF5S3WQFfJcHWINxLy4zHZe0M1HSZVtK2UaPla10guTn50tePKQ4Q2NTS=s85

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Ecuador: Entrevista a René Ramírez, Secretario Nacional de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación de Ecuador

Publicada Originalmente en El Telegrafo

Para el académico, 2016 “puede ser leído como el año del fin del largo siglo XX en términos históricos”. Agrega que el Brexit, la victoria de Donald Trump en Estados Unidos y la muerte de Fidel Castro simbólicamente marcan un parteaguas en la correlación de fuerzas a nivel mundial, tanto política como económica.

¿Cómo se llama su nuevo libro?

“La gran transición: en busca de nuevos sentidos comunes”.

¿Por qué la gran transición?

En referencia al libro Karl Polanyi  “La gran transformación”, ubico lo sucedido Ecuador en esta década en el marco de la disputa política, en el marco de los antecedentes neoliberales que marcaron dos décadas perdidas para el país y América Latina. Existe un absurdo histórico de querer señalar que 10 años es suficiente para hacer una transformación estructural, como han mencionado ciertos políticos como María Paula Romo o Guillermo Lasso. Eso es no tener idea de la historia ni ecuatoriana ni mundial. Aquello es imposible, más aún cuando se tuvo que desmotar toda una institucionalidad creada para generar una sociedad oligárquica, y luego de destruirla volver a edificar otra que busque el bien común de las grandes mayorías. Si alguien está siendo arrastrado por la corriente en dirección a una cascada, lo primero que tiene que hacer es re-enrumbar el barco para que tome otra dirección. Estos diez años, han permitido re-direccionar el barco, navegando a contracorriente de las relaciones de poder mundial, y generar la energía social suficiente para dirigirse hacia aguas pacíficas y poder anclar en buen puerto. Parte de la gran transición implica haber redireccionado el barco, al mismo tiempo que se mejoraba el bienestar de sus pasajeros.

¿Esto quiere decir que no existe una década ganada?

Claro que existe una década ganada; y tenemos frente a nosotros otra década por ganar, pero es primero una década por disputar. No obstante, debemos hacer una lectura histórica de la década ganada. Más allá de los resultados sociales, que son a todas luces positivos (se ha reducido la pobreza, han mejorado los niveles de consumo, de ingreso, acceso universal a educación y salud, etc.),existe una década ganada en términos políticos justamente porque está viva la posibilidad de seguir disputando una transformación de las estructuras sociales para edificar un nuevo orden social: la construcción de una democracia humana sostenible; es decir, la sociedad del buen vivir.

¿Cuáles son las condiciones históricas que identifica en esta gran transición que viabilizan la gran transformación?

Que haya existido un momento destituyente/constituyente, donde la ciudadanía manifiestela necesidad de firmar un nuevo pacto social de convivencia que genere un nuevo orden social; que el nuevo pacto social viabilice una transformación estructural; y que las decisiones políticas que acompañan al nuevo pacto hayan sido acciones estructurantes que permiten configurar las condiciones de posibilidad de poder disputar la gran transformación.

Está claro el momento destituyente/constituyente, ¿pero el nuevo pacto social viabiliza un nuevo orden social?

No me cabe la menor duda. El horizonte de sentido está plasmado en el nuevo texto constitucional. Los tránsitos para la transformación son algunos. Por ejemplo, debemos pasar: 1) del antropocentrismo al biocentrismo; 2) del colonialismo y patriarcalismo a la sociedad pluridiversa (plurinacional e intercultural); 3) de la democracia exclusivamente representativa (que es consustancial al capitalismo) a la democracia humana sostenible, basada en la participación y deliberación social; 4) del capitalismo de mercado (desmercantilización social) a la economía social y solidaria; y, 5) del Estado corporativo mercantilista al Estado soberano popular garantizador de derechos.

Europa planteó la construcción del Estado de Bienestar y esa ha sido la última propuesta de construcción de un nuevo orden social (luego del fracaso de los ofrecimientos de sociedad realizados por el bloque soviético). Ahora parece que la derecha empieza a desmantelarlo. En este marco, el camino se basaba, entre otras aristas, en reconocer la igualdad de los ciudadanos frente a los derechos sociales basados en la democracia representativa. Sin lugar a dudas, las propuestas constitucionales de Suramérica avanzan en esa dirección y los gobiernos progresistas han avanzado rápidamente en reducción de pobreza, desigualdad y democratización de derechos. Pero en el mundo que vivimos aquello es insuficiente. La “nueva modernidad”, si cabe el término, pasa por la construcción de sociedades plurinacionales. Eso plantean las Constituciones de Ecuador y Bolivia, que sin lugar a dudas están en la vanguardia en estos términos. Mientras esto planteamos en el Sur, en Europa la semana pasada en dos días murieron 340 migrantes tratando de llegar a sus tierras. De hecho, en el 2016 se llegó a la cifra record de 4300 muertos en el mediterráneo con 3 veces menos llegadas de migrantes por el mar que en el 2015. Europa ahora es sinónimo de oscurantismo y barbarie. La igualdad tiene que convivir con la diversidad y reconocer la diversidad de identidades que hay en el mundo. En este marco, la vanguardia está en reconocer la ciudadanía universal y el reconocimiento de que se puede construir Estados Plurinacionales unitarios respetando la pluriculturalidad de identidades y de naciones que conviven en cada territorio.

En su diagnóstico del surgimiento del fascismo a mediados del s. XX, Polanyi muestra cómo el nacionalismo xenófobo fue una reacción contra la enorme desigualdad provocada por el libre mercado, un mecanismo de defensa social. En nuestros días, salvando las distancias de la analogía, parece ser que la historia se repite.

¿Y, en el ámbito económico qué implicanlas transiciones que viabilizan la transformación?

A nivel mundial, podría pensar que el 2016 puede ser leído como el año del fin del largo siglo XX en términos históricos. El Brexit, la victoria de Trump y la muerte de Fidel simbólicamente marcan un parteaguas en la correlación de fuerzas a nivel mundial, tanto política como económica. Solo el rechazo de los tratados transatlántico y transpacífico, y la salida de la UE de Gran Bretaña configuran otro escenario en el panorama mundial. García Linera señala que es el fin de la globalización. Personalmente creo que es el comienzo de otra globalización. Ecuador debe pensarse en ese marco.

En estos 10 años se ha podido caminar disputando el sentido de la barbarie de lo que es el capitalismo pero obviamente dentro del capitalismo. La izquierda autista cree que era viable hacerlo desde otro sistema. ¡Imposible! A veces siento que esta izquierda no entiende nada de lo que significa el poder, en tanto que la derecha tiene un gran entendimiento no solo de su significado sino también de cómo ejercerlo.

En términos resumidos puedo señalar que en el libro planteo que en esta década se han realizado tres acciones (a diferentes velocidades) que son indispensables para seguir disputando una gran transformación: 1) una gran desconcentración del capital; 2) una nueva acumulación socio-ecológica originaria; 3) una gran acumulación de capital físico. Queda pendiente buscar edificar una forma de organización productiva en donde se redistribuya produciendo y se produzca distribuyendo.Planteamos la construcción de una economía social de los conocimientos construida desde una lógica colaborativa.

En estos procesos se tiene que configurar otros sentidos comunes que rompan la hegemonía del valor de cambio y se edifique una nueva apropiación social valórica basada en la vida y en el valor de uso.Debemos romper con la sociedad que sabe el precio de todo, pero conoce el valor de muy pocas cosas. La construcción y apropiación de tales sentidos es tarea pendiente de la segunda transición que se encuentra en disputa.

¿La izquierda que Usted llama autista señala que los grandes ganadores son los capitalistas? ¿Qué opina frente a tal afirmación? 

La década es ganada porque ha ganado toda la sociedad. La diferencia es que en comparación con el período precedente a estos diez años hubo una prioridad deliberada: los pobres y los trabajadores. En el libro demuestro que el crecimiento de estos 10 años fue pro-pobre y pro-trabajador. La participación en el pastel (que, dicho sea de paso, se duplicó) disminuyó 10% para los capitalistas y se distribuyó en los trabajadores y en aquella economía denominada mixta (por ejemplo, economía popular, cooperativas, etc.). En estos diez años se tomaron decisiones que disputaron una desacumulación de la lógica capitalista; es decir, que pase de manos —ya sea en stock o en flujos futuros— de los capitalistas hacia la sociedad, ya sea directamente o indirectamente a través del Estado. Para muestra unos botones:el resarcimiento de los dos mayores atracos sociales en la historia del país, con la auditoría de la deuda externa y el cobro del salvataje bancario de 2000; la recuperación social de las rentas petroleras; el financiamiento de la duplicación del bono de desarrollo humano destinado a los más pobres financiados con las utilidades de los bancos privados son ejemplos de esta desconcentración de capital. En términos estructurales, debemos estar vigilantes que el acuerdo comercial no conlleve una reconcentración de la acumulación en el capital transnacional y que aquella acumulación originaria producida en esta década no sirva para generar otra acumulación, sino que produzca reconcentración de la riqueza en donde se perpetúe el patrón de especialización del país.

Asimismo, se ha dado una nueva acumulación socio-ecológica originaria, sobre todo al democratizar capacidades humanas: acceso a educación, salud, seguridad social, o al evitar la emisión de 6,3 toneladas/año de CO2 como consecuencia del cambio en la matriz energética, etc. No es fortuito que el promedio de vida de los ecuatorianos haya aumentado 5.5 años.

En esta transición, así no le guste escuchar a la izquierda autista, siempre será necesario una acumulación importante de capital físico no especulativo que viabilice otra acumulación: carreteras, hidroeléctricas, puertos, aeropuertos, etc.

Lo que debemos tener claro es que en este escenario se ha producido una acumulación que no existía antes y que la derecha se está frotando las manos para servirse la mesa puesta. Luego que se creó una riqueza que no existía, la derecha busca concentrar los beneficios en pocas manos en capitalistas nacionales y/o transnacionales. Congelar el aumento del gasto social por 20 años, imponer eliminar la obligación de garantizar la educación inicial y media que sea pública y gratuita realizada por Temer; o la reducción de la inversión en Ciencia y Tecnología que realizó Macri o la propuesta de Lasso de privatizar la seguridad social para que cada “uno elija” su proveedor a nombre de la libertad (léase el que tiene plata elija y para los demás nada) es clara evidencia de una nueva acumulación que pretende hacer o ya lo está haciendo los grandes capitales en nuestro continente luego de la década social ganada por los gobiernos progresistas. La propuesta de la derecha: la apropiación de las capacidades humanas y las instituciones de interés común. Debemos darnos cuenta que en Argentina, Brasil –por ejemplo- la disputa por la transformación se ha vuelto muy opaca.

¿Cuál debería ser la estrategia?

En la disputa de constitucionalizar a la sociedad ecuatoriana se debe tener claro el sentido de la historia que vivimos actualmente. La inserción en el mundo ya no pasa por permitir un libre flujo de bienes y servicios. Como señalé, parece ser que el 2017 será el inicio del siglo XXI. Esa estrategia es del siglo pasado y nos sumiría en la peor de las dependencias de la historia. Cuando en el libro hablo de la gran transición también señalo que no se trata de una sola transición sino de dos: la que firmamos los ecuatorianos y que está plasmada en el texto constitucional y la que sucede a escala mundial: el transito del capitalismo industrial al capitalismo cognitivo basados ambos en procesos de financiarizaciónespeculativa de la economía. La nueva política comercial pasará por el manejo de la propiedad intelectual, y la estrategia debe estar vinculada a una inserción inteligente en los grandes circuitos de generación de conocimiento, tecnología e innovación en el marco de las necesidades y potencialidades de nuestros pueblos. Lamentablemente, veo muy poco debate sobre cuál es el papel de la ciencia en la trasformación socialy cuál es la estrategia de desarrollo tecnológico para las próximas décadas en Ecuador. Ecuador no saldrá de las trampas de desarrollo sino plantea una estrategia clara de cómo romper la dependencia tecnológica y cognitiva; pero tampoco saldrá adelante sino sabe defender y conocer la biodiversidad que tiene. No es fortuito que en los tratados mundiales se obligue a los países a poner en los códigos orgánicos penales sanciones hasta con prisión cuando se atenta a los derechos de autor o de propiedad, en tanto que no se diga nada cuando se roba la biodiversidad de nuestros territorios (biopiratería). En el libro se plantea que la nueva geopolítica ya pasa por la disputa de la relación conocimiento-biodiversidad; es por eso, que la estrategia planteada es el bio-conocimiento para el buen vivir de nuestros pueblos y nacionalidades.  Gracias a dios tenemos petróleo pero debemos tener claro que únicamente gracias a una acción colectiva social deliberada podremos ser un país terciario exportador de conocimiento y tecnología.  Gracias a dios tenemos Galápagos, pero gracias a la voluntad de los ecuatorianos nos construiremos como  innopolis.

¿A qué se refiere cuando señala el poco debate que se da sobre estos temas en el proceso electoral?

Es muy triste ver cómo hemos caído en la democracia de la ‘encuestología’, que para el caso de la oposición del gobierno consiste simplemente en oponerse a todo lo que el gobierno ha hecho según sus encuestas. No existe ninguna propuesta. No solo eso. Si uno analiza lo que dicen los candidatos, el país quebraría en más temprano que tarde. Ecuador no tiene política monetaria por tener el dólar, la política comercial podrá verse  cercenada por obvias razones y a su vez se escucha en las propuesta de los candidatos que van a bajar impuestos, van a quitar el impuesto a la salida de divisas o el del anticipo del impuesto a la renta, etc. Cuando el gobierno puso las salvaguardias, entre otras razones, para defender la dolarización,la derecha inmediatamente salió a atacarlo.  Se quiere garantizar derechos de calidad como en el “primer mundo”, con sistema de impuestos del cuarto mundo: ¡inviable! De concretarse tales acciones, en poco tiempo el Ecuador tendría que salir de la dolarización (sino varía el precio del barril del petróleo radicalmente hacia arriba). Creo que estamos en un debate poco serio en el campo económico en el proceso electoral.

 Un punto más: se está disputando el pasado reprimido. La derecha dice: se gastó demasiado, ahora hay que enmendar a través del sacrificio. Es la moral punitiva, que busca inducir el temor y resolverlo señalando a un chivo expiatorio. En todos los discursos de oposición se anuncia un mesías negativo y se escucha el tono lastimero de miércoles de ceniza del carnaval revolucionario.La izquierda debe seguir disputando el futuro: la esperanza, inyectar la convicción de que es posible que todos vivamos bien, aquí, hoy y en esta tierra llamada Ecuador. ¡Dejemos que la esperanza venza al miedo!

¿Qué papel juegan los medios de comunicación en esta disputa?

Los medios de comunicación son la principal herramienta de poder usada por la derecha para producir desencanto y desesperanza. Los noticieros, los diarios intentan construir la sociedad del miedo, de la sospecha, de la desconfianza. Los noticieros que más crecen en audiencia son los que más sangre presentan. A esto se suma, las redes sociales, esta nueva esfera pública que permite a través del anonimato (trolls) difamar sin ninguna responsabilidad pública. Las estrategias de piramidación cuando se intenta generar la noticia de la semana son claras: se usan los grandes medios masivos y los grandes “influenciadores” que tienen muchos seguidores en sus cuentas de redes sociales y que no azarosamente suelen ser periodistas de medios privados. Por eso, hoy en día uno de los principales principios que hay que disputar en la democracia es la verdad y su defensa en la esfera pública.

Como ciudadano esperaría que cualquier candidato a la Presidencia de mi país siempre esté apegado a la verdad y tenga la valentía, en caso de haberse equivocado, de aclarar y pedir disculpas públicas por el error cometido. No que se utilice la mentira como estrategia deliberada de ganar votos. Ese es la estrategia de una derecha que no tiene moral. Debemos tener claro que no habrá democracia de calidad mientras no existe ética en la política y mientras no reine la verdad en la esfera pública.

Existe una izquierda que señala que ha sido una década desperdiciada. ¿Qué opina?

Comparto lo señalado por Emir Sader:para quienes ha sido una década desperdiciada es para la misma izquierda que realiza tal afirmación. La pregunta que hace el sociólogo brasileño es pertinente: si gobiernos como el de la Revolución Ciudadana serían responsables por el retorno de la derechacomo suelen afirmar estos grupos, entonces, ¿por qué esta “ultra izquierda” no se ha fortalecido, no ha aprovechado el debilitamiento de los gobiernos progresistas y hanocupado su lugar? Simple, porque no tiene ningunabase popular y porque sus argumentos no han penetrado en ningún sector de la población. Esta izquierda debería aprender que también son responsables de sus acciones o no actuaciones. Lamentablemente, la derecha ha sido mucho más astuta y eficiente en términos políticos que esta izquierda. No es casualidad que esta izquierda en las próximas elecciones no tenga ningún vocero directo como candidato presidencial.Una izquierda sin pueblo, no es izquierda. En este sentido, parece que les quedó grande el sustantivo izquierda. ¡Sí que han desperdiciado esta década!

¿Cuál es el papel de la política en este sentido?

Quizá tan importante como viabilizar la disputa es que la misma transición descrita ha sido realizada en el marco de una historia democrática y pacífica. El proceso de reconfiguración social, al tener estas características, ha permitido recuperar la confianza en el otro y sobre todo la capacidad de asombro ciudadano frente a la injusticia social, lo cual ha permitido transitar de la ira de los indignados a la esperanza ciudadana. La derecha tiene claro que la confianza, la esperanza ciudadana y la recuperación de la política son la principal arma que tienen los procesos progresistas para seguir avanzando. En este marco, es vital para la derecha desencantar, desesperanzar a la ciudadanía y desmantelar la imagen de la política como espacio para crear un orden social justo.

En este marco, es necesario entender la acción política como medio pero también como fin del proceso de cambio.De esa manera, la acción política debe crear un círculo virtuoso, basado en actores que apoyen y empujen el cambio, y que el cambio que sostienen y auspician los fortalezca. Frente a la sociedad de la desconfianza y el miedo que busca instaurar como sentido común la derecha, uno de los principales retos que tienen Lenin Moreno es re-seducir a la ciudadanía –como lo está haciendo- para continuar con el espíritu esperanzador que hemos tenido en estos 10 años, lo cual implica generar otra estética en la política.

Imagen tomada de: http://www.telesurtv.net/__export/1481236145687/sites/telesur/img/news/2016/12/08/23d2c83774490370ff0d8bf2ac9ecaa7_xl.jpg_1718483347.jpg

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Guerra y democracia los militares peruanos y la construcción nacional Eduardo toche

Aamerica del Sur/ Perú/Noviembre 2016/Eduardo Medrano/

Esta tesis adolece de generalidad y de una ausencia de diagnóstico histórico que evita abordar dimensiones que han resultado cruciales en el desarrollo de las instituciones militares del continente. Las fuerzas armadas, si bien se convirtieron en un determinado momento en el segmento más calificado del Estado, también debe asumirse que tuvieron un ámbito de acción dentro de los aparatos del Estado que desbordó lo que estrictamente les concernía, debiéndose intentar explicar cómo el control de estos espacios estatales no militares, de acuerdo a los criterios de seguridad que manejaban, fue otorgándoles los componentes esenciales para llevar a cabo su misión.

En el caso peruano, es indudable que durante el siglo XX los militares experimentaron una profunda profesionalización, que no fue acompañada por un proceso similar en los otros sectores estatales, salvo en el sector de Relaciones Exteriores, dándose una disyunción entre los objetivos del Estado y las herramientas para conseguirlos, que intentó ser salvada con el experimento político que iniciaron los militares a fines de los años ‘60. Pero, además, debemos contemplar que los militares no fueron una entidad pública más: fue y es la única presencia del Estado en los espacios de frontera, no sólo físicos sino también culturales. En ese sentido, puede afirmarse que su parte más moderna era, paradójicamente, la que actuaba en los linderos mismos del sistema.

Los resultados de este “diá- logo” múltiple, consistente en ser el intercomunicador entre lo “civilizado” y lo “bárbaro”, actuar como entidad integradora, discernir sobre lo que debía quedar “afuera”, definir al “amigo” y al “enemigo”, fue articulando un discurso que tuvo enormes implicancias para las formas que adquirió el proceso de construcción del Estado nacional peruano.

Ubicados como estaban en el cuadro de roles y funciones estatales, tuvieron la posibilidad de darse una importante autonomía respecto de los intereses generados por los sectores dominantes del país. Esto les permitió la formulación de una doctrina de seguridad que obtuvo altos grados de legitimidad debido, precisamente, a su apariencia “técnica”, totalizante e integradora, que resultaba fácil de identificar con las “necesidades nacionales”. A su vez, estas últimas no podían cumplirse por la importante debilidad de las expresiones políticas que, en la lectura de los militares, aparecía como la primacía de los intereses particulares sobre los comunes, en otras palabras, la expresión del “desorden” propio de los civiles manifestado en la propensión hacia el debate estéril poniendo de lado la acción.

Por otro lado, aunque las fuerzas armadas plantearon su posición, en gran medida antagónica, frente al orden oligárquico que imperó durante gran parte del siglo XX, era obvio que no podían abstraerse de los sentidos y valores que adquirían las relaciones entabladas entre los diferentes grupos que componían la sociedad peruana.

Esto tuvo especial significación cuando debieron construir una imagen del “subversivo”, es decir, del enemigo interno que paulatinamente se les presentó como una de las amenazas más importantes para el país. En efecto, el “subversivo” no pudo entenderse sin la presencia de un “poder externo” cuya intención era la disolución de las bases civilizatorias sobre las que descansaba la armonía social —de allí el importante tributo que tuvo la idea del “bárbaro” y el “salvaje” para formularla—, y la existencia de un sector enquistado en la sociedad que actuaba como operador de estas intenciones, compuesto por personas que debíamos suponer como ajenas.

El caso peruano es importante al respecto porque muestra, en efecto, un derrotero particular en su proceso histórico, que diferencia a las fuerzas armadas peruanas de las otras fuerzas armadas de Latinoamérica pero, también, porque el desenlace ha producido resultados muy negativos en estas instituciones.

Entonces, el neoliberalismo y la contrasubversión se tocaron en más de un punto y se retroalimentaron, dando como resultado un Estado organizado bajo un régimen de excepción cuyo objetivo último fue “disciplinar” la sociedad de acuerdo a las pautas exigidas por el “orden” necesario para imponer las medidas dirigidas a la liberalización de la economía.

Las consecuencias de este proceso fueron muy graves para las instituciones militares peruanas, pues dieron lugar a una generalizada corrupción en su mandos (especialmente los del ejército), denuncias por la aplicación de una política sistemática de violaciones a los derechos humanos —cuyas sanciones se mantienen pendientes—, la desestructuración de sus jerarquías, la pérdida de identidad institucional, la ausencia de definiciones estratégicas, y la inoperancia ante los nuevos retos que plantea la seguridad del país.

Por otro lado, esta ausencia de objetivos nacionales hizo que se descuidara la evolución del sistema internacional. La crisis del bloque soviético indujo a un cambio de perspectivas en la seguridad hemisférica. En este sentido el “Consenso de Washington” contempló: • Primero, la reducción de los aparatos estatales que exigía la implantación del modelo económico neoliberal, viéndose a los ejércitos nacionales latinoamericanos como una fuente de gastos excesivos que debían limitarse. • Segundo, para lograr estos resultados se debía amenguar o, en su defecto, eliminar los focos de tensiones regionales. Bajo este panorama, las reorientaciones hemisféricas no fueron previstas por los militares peruanos, y esto quedó de manifiesto con el “ciclo del Cenepa”, cuyo momento central fue el choque armado entre las fuerzas armadas del Perú y Ecuador en aquel lugar limítrofe, en 1995. Hacia 1998, dicho conflicto llegó a su fin mediante un tratado que cedía una porción de territorio peruano y concesiones fluviales y comerciales para el Ecuador.

Otra consecuencia del reordenamiento de la seguridad en el Hemisferio para el Perú es el protagonismo que ha empezado a adquirir la región amazónica como espacio estratégico para la seguridad continental. Si bien el 60% del territorio peruano forma parte de la Amazonía, lo cierto es que el fomento para el desarrollo de esa región fue bastante relativo.

Ante este escenario, la construcción democrática escenificada a partir del 2001 tuvo como uno de sus objetivos fundamentales establecer nuevos marcos para la seguridad nacional y los roles de las instituciones militares. Sin embargo, la ausencia de una decisiva voluntad política, así como la vaguedad de los objetivos, han conducido el proceso hacia una situación de entrampe.

Aun así, en los últimos tiempos han empezado a vislumbrarse algunas intenciones ciertas en este sentido, cuando se formó la Comisión Multisectorial que debía elaborar un Plan Integral de Reparaciones y, posteriormente, se anunció la aprobación del mismo y la promesa de su financiamiento.

Fuente:

http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/becas/20120419125101/medrano.pdf

Fuente imagen

https://lh3.googleusercontent.com/PIhy_6v_l911LzmRuU6KToe7Hn2qPP3wG7cHgc2v1b1_6vLZY8wjxe9FXv8LcLHpMwE=s85

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La creación de una “democracia” tipo Estado de la seguridad nacional o cómo cambió el sistema político de Estados Unidos y nadie se dio cuenta.

Por: Tom Engelhardt

Hago regresar a mis padres de la muerte para las elecciones de 2016.

Decir que esta es una elección infernal es insultar al infiernoNo ha habido nada parecido desde que Washington pasó el Rubicón, o Trump cruzó el Delaware o pronunció el discurso de Gettysburg (ya sabéis; el que empieza “Hace cuatro tantos y once mujeres…”). Si preferís, elegid vuestro propio momento seminal en la historia de Estados Unidos.

Billones de palabras, esa cara, esos gestos, los interminables insultos, las mujeres maltratadas y los correos electrónicos, el espectáculo que dura las 24 horas de los siete días de cada semana que muestra todo esto… Pase lo que pase el día de las elecciones, admitamos una realidad: en este país, hemos entrado en una nueva era política. Solo que no nos hemos dado cuenta del todo. De verdad que no.

Olvidaos de Donald Trump.

¡Caramba! ¿Por qué escribí esto? ¿Cómo podría alguien olvidarse del primer candidato presidencial de nuestra historia que anticipó que no está dispuesto a aceptar el resultado de las elecciones? (en 1860, hasta los sureños aceptaron la elección de Abraham Lincoln antes de intentar separarse de la Unión). ¿Quién podría olvidar al hombre que denunció que con la ley actual las mujeres podían abortar el mismo día del nacimiento o apenas un día antes? ¿Quién podría olvidar al hombre que aseguró ante una audiencia de unos 72 millones de estadounidenses que no conocía a las mujeres que le acusaban de agresión sexual y maltrato, entre ellas la periodista de la revista Peopleque lo entrevistaba? ¿Quién podría olvidar al candidato que se jactaba mes tras mes de los resultados positivos de los sondeos en los mítines políticos y en twits antes de que (cuando esos mismos sondeos se volvieron contra él) se descubriera que todos ellos estaban amañados?

Piénsese lo que se piense de Donald, ¿quién en este mundo –y con esto quiero decir todo el mundo, incluyendo a los iraníes– podría olvidarse de él o de las elecciones por las que apostó tan ominosamente? Sin embargo, cuando pensemos en él no lo convirtamos en la causa de la disfunción política de Estados Unidos. Él no es más que el síntoma –extravagante, trastornado e inquietante– de la transformación del sistema político de Estados Unidos.

Admitámoslo, Donald es un “político” que no tiene igual, incluso entre sus colegas de la emergente derecha nacionalista y movimientos anti-todo del ámbito global. Él hace que la francesa Marine Le Pen parezca la racionalidad personificada y que el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, se asemeje a un experto táctico de nuestra época. Pero lo que de verdad convierte a Donald Trump y su carrera por la presidencia en algo fascinante y desconcertante es que no estamos hablando solo de la presidencia de un país: Estados Unidos es el país. El país que, en términos del despliegue de sus fuerzas armadas y su poder económico y cultural para influir en el funcionamiento de todo en prácticamente cualquier sitio, sigue siendo la gran nación imperial del planeta Tierra. Aun así, sobre la base de lo acontecido en este insólito año de campaña electoral, cuesta mucho no pensar que hay algo –y no se trata solo de Donald– incómodamente equivocado en el contexto estadounidense.

La generación de la Segunda Guerra Mundial en 2016

Algunas veces, cuando me dejo llevar por mis fantasías (me pasó mientras miraba el último debate presidencial), monto un milagro privado y traigo –de regreso de la muerte– a mis padres para que observen nuestro mundo estadounidense. Con ellos en la sala, trato de imaginar la incredulidad que muchos de la generación de quienes vivieron la Segunda Guerra Mundial con toda seguridad sentirían ante nuestro tiempo presente. Por supuesto, ellos debieron soportar una devastadora depresión económica, a años luz de cuanto hemos experimentado en la gran recesión de 2007-2008, como también una conflagración mundial de una magnitud como nunca se había experimentado, y –aparte de una guerra nuclear– es improbable que vuelva a suceder.

A pesar de esto, no dudo que nuestro mundo les dejaría boquiabiertos, sobre todo el particular caos con el que convivimos. Para empezar, en el ámbito global, tanto mi madre (que murió en 1977) como mi padre (que falleció en 1983) vivieron varias décadas de la era nuclear, la era de los más grandes –para quienes querían un mundo mejor– logros de la humanidad. Después de todo, por primera vez en la historia, los seres humanos tomamos el Apocalipsis de las manos de dios (o de los dioses) –donde había estado durante miles de años– y nos apropiamos de él. Sin embargo, lo que no llegaron a vivir fue, potencialmente, el segundo rompimiento de contrato –el cambio climático–, que ya está trastornando el planeta y amenazándolo con un Apocalipsis en cámara lenta del que no hay precedentes.

Ciertamente, las armas nucleares no fueron utilizadas hasta el 9 de agosto de 1945, aunque se diseminaron por los arsenales de numerosos países; el cambio climático será visto como la versión paso de tortuga de la guerra nuclear; no olvidéis que la humanidad continúa bombeando gases de efecto invernadero en la atmósfera en volúmenes siempre cercanos al récord. Imagino el asombro de mis padres si supieran que el tema más peligroso y maldito en la Tierra no mereció una sola pregunta –por no hablar de una respuesta– en los tres debates presidenciales de 2016; las cuatro horas y media de acusaciones, insultos e interrupciones que acaban de pasar. Ni un moderador, evidentemente, tampoco un votante indeciso (en el segundo debate en el ayuntamiento), ni un candidato presidencial –cada uno de ellos preparado para cambiar de tema en un momento de apuro con preguntas sobre agresiones sexuales, correos electrónicos o cualquier otra cosa– pensó que eso mereciese la menor atención. En resumen, era un problema demasiado grande para discutirlo, uno cuya existencia Donald Trump (como cualquier otro republicano) niega, o mejor aún, en su caso, rotula como un “engaño” y solo atribuye a una conspiración china para hundir a Estados Unidos.

Otro tanto de locura (y de estupidez) cuando se trata de la cuestión más vasta de todas. En una algo más modesta escala, mi madre y mi padre no habrían reconocido como estadounidense nuestro ámbito político de hoy, y no solo debido a Donald Trump. Se hubieran quedado pasmados por el dinero que se vierte en él: por lo menos 6.600 millones de dólares en estas elecciones según la última estimación; más del 10 por ciento del cual provino de solo 100 familias. Se habrían sorprendido por nuestras elecciones del 1 por ciento; por nuestra nueva Era Dorada; por un famoso multimillonario de la televisión que se presenta como un «populista» y tiene el apoyo de la gente blanca de clase trabajadora que antes era demócrata y que ahora se siente atraída por personas como Trump y su marca de capitalismo de casino, fraudes y espectáculo; por todos esos otros multimillonarios que derraman dinero en las arcas del Partido Republicano para crear un Congreso manipulable que responda a sus pujas obstruccionistas; y por las enormes cantidades de dinero que en estos días se puede “invertir” en muestro sistema político de una forma perfectamente legal. Y ni siquiera he mencionado a la Otra Candidata, que dedicó todo agosto a la verdadera “campaña electoral”, codeándose no con estadounidenses de a pie sino con millonarios y multimillonarios (y una colección de celebridades) para llenar su fenomenal “arcón de guerra”.

Yo debería haber aspirado profundamente y explicado a mis padres que en el Estados Unidos del siglo XXI, por decisión del Tribunal Supremo, el dinero se ha convertido en el equivalente del discurso, aunque sea cualquier cosa menos “libre”. Y no olvidemos esa otra atracción financiera en una elección estadounidense de estos días: las noticias televisadas, por no hablar de los demás medios. ¿Cómo podría siquiera empezar a esbozar eso a mis padres –para quienes las elecciones presidenciales eran un acotado acontecimiento otoñal– la naturaleza extravagante de una temporada de elecciones que se inicia con la especulación mediática justo cuando la temporada anterior está acabando y desde entonces continúa más o menos sin interrupción? ¿O el espectáculo de los comentaristas discutiendo las 24 horas de los siete días de la semana sobre nada que no sean las elecciones en la televisión por cable durante al año entero, o los miles de millones en anuncios que alimentan esta interminable Súper Copa de campañas, llenando las arcas de los propietarios de los cables y las redes de noticias?

Nosotros hemos crecido extrañamente habituados a todo esto, pero mi madre y mi padre sin duda pensarían que estaban en otro país -y eso hubiera ocurrido incluso antes de conocer el sistema político actual, cuyo estrafalario representante es Donald Trump.

De cualquier modo, ¿qué planeta es este?

Me gustaría haber conservado un texto de educación cívica de la escuela secundaria. Si tienes cierta edad, lo recordarás: aquel en que un marciano pone pie en Main Street, Estados Unidos, para escuchar una conferencia sobre las glorias de la democracia estadounidense y la cuidadosamente construida, comprobada y equilibrada división de poderes de nuestros órganos de gobierno. Estoy seguro de que el conocimiento de este sistema cambió la vida en Marte para mejor, aunque en tiempos de mis padres ya hubiese algo de fantasía en este rincón de la Tierra. Después de todo, el presidente republicano Dwight D. Eisenhower –mis padres votaron al demócrata Adlai Stevenson– fue quien, en 1961, en su discurso de despedida llamó la atención de los estadounidenses por primera vez sobre “la desastrosa posibilidad de conceder poder a quien no lo merece” y sobre “el complejo militar-industrial”.

Es cierto; todo eso ya estaba cambiando en aquellos días y, aun en tiempos de paz, el país estaba convirtiéndose en una maquinaria de guerra de un tamaño sin precedentes en la historia. Aun así, 30 extraños años después de la muerte de mi padre, observando el panorama estadounidense, es posible que mis padres se creyeran en Marte. Sin duda se preguntarían qué le podría haber pasado al país que ellos conocían. Después de todo, gracias a las tácticas de tierra arrasada del Partido Republicano en estos últimos años en la bipolar Washington, el Congreso, esa colección de supuestos representantes del pueblo (hoy, un grupo de bien pagados y mejor financiados representantes de los intereses especiales del país en una capital plagada de grupos de presión corporativos), ya rara vez funciona. Carente de relevancia, merodea entre los pórticos del Capitolio. Por ejemplo, hace poco tiempo. John McCain (en general considerado un senador republicano relativamente “moderado”) sugirió (antes de dar un paso atrás en sus comentarios) que si Hillary Clinton fuera elegida para la presidencia, sus compañeros senadores republicanos podrían decidir anticipadamente no confirmar cualquier nominación que ella hiciera para el Tribunal Supremo mientras estuviese en el cargo. Esto, por supuesto, significaría que un tribunal, que ahora parece ser un equipo permanente de ocho miembros, encogería en consecuencia. Los comentarios de McCain que alguna vez habían conmocionado profundamente a Estados Unidos, apenas provocaron una marejadilla de incomodidad y protesta.

En mi paseo por este nuevo mundo, yo podría comenzar señalando a mi madre y mi padre que Estados Unidos está hoy en permanente estado de guerra; en este momento está operando en por lo menos seis países del Gran Oriente Medio y África. Todos estos conflictos armados son esencialmente presidenciales; el Congreso ya no tiene un papel real en ellos (como no sea para soltar el dinero que haga falta y batir el parche para apoyarlos). Cuando se trata de asuntos de guerra, que alguna vez eran controlados y contrapesados por la Constitución, el poder ejecutivo está solo.

De ningún modo pretendería que mis padres se limitaran a observar qué sucede en el extranjero. La militarización de Estados Unidos se ha realizado a ritmo acelerado y de una forma que –no tengo la menor duda– los horrorizaría. Por ejemplo, podría llevar a mis padres a la Gran Estación Central, cerca del centro de Manhattan, el barrio donde ellos vivían y sigue siendo el mío; cualquiera que fuese el día de la semana, verían algo inconcebible en otros tiempos: soldados de guardia con armamento de guerra y uniforme de camuflaje. Yo podría comentarles que, en mi estación de metro, vi varias veces un grupo de agentes de la unidad antiterrorista de la policía de Nueva York que muy bien podría tomarse por un grupo de operaciones especiales del ejército, con sus fusiles de asalto, pero ya nadie se detiene para mirarlos con la boca abierta. Podría agregar que los cuerpos policiales de todo el país se parecen más cada día a unidades militares y son pertrechados directamente por el Pentágono con armamento y equipo igual al utilizado en los lejanos campos de batalla de Estados Unidos, incluyendo vehículos blindados de distinto tipo. También podría mencionar que los drones militares de vigilancia, los precursores de la futura guerra robótica (salidos, para mis padres, de las novelas infantiles de ciencia ficción que yo acostumbraba leer), surcan ahora regularmente los cielos de Estados Unidos; que dispositivos de vigilancia de última generación diseñados para operar en remotas zonas de guerra, hoy en día son utilizados por la policía en el ámbito nacional; y que, a pesar de que el asesinato por razones políticas fue oficialmente prohibido en los años setenta del pasado siglo, después del Watergate, en estos tiempos el presidente está al mando de una formidable fuerza aérea de drones operada por la CIA que se ocupa regularmente de tales asesinatos –de los que no se salvan ni los ciudadanos estadounidenses– en grandes zonas del planeta, sin que sea necesario el ‘visto bueno’ de nadie fuera de la Casa Blanca, tampoco de los tribunales. Podría mencionar que quien era presidente en tiempos de mis padres comandó un ejército secreto de modestas proporciones –los paramilitares de la CIA–; en estos momentos, el presidente es el jefe de una fuerza armada secreta –el Comando de Operaciones Especiales (SOC, por sus siglas en inglés)– formada por 70.000 soldados de elite ocultos dentro del ámbito mayor de las fuerzas armadas de Estados Unidos. En el SOC hay equipos de elite preparados para ser desplegados y realizar misiones de tipo ‘comando’ en cualquier sitio del mundo.

Yo podría señalar que en el siglo XXI, el espionaje estadounidense ha erigido un estado de vigilancia de ámbito global que habría avergonzado a las potencias totalitarias del siglo precedente. Todos los ciudadanos de Estados Unidos –absolutamente todos– están en la mira de este estado de vigilancia; nuestros correos electrónicos (algo desconocido por mis padres) son recogidos por millones, nuestras llamadas telefónicas están a disposición de este estado. En resumen, que la intimidad ha sido declarada anti-estadounidense. También podría observar que, sobre la base de un día aciago [el 11-S] y de lo que en última instancia es la más modesta de las amenazas que se ciernen sobre los estadounidenses, un solo temor –al terror islamista– ha sido el pretexto para la puesta en marcha del estado de la seguridad nacional ya existente hasta transformarse en una construcción de proporciones poco más o menos increíbles a la que se ha dotado de unos poderes que en otros tiempos eran inimaginables y financiada de una manera que dejaría atónito a cualquiera (no solo a los visitantes del pasado estadounidense) y hasta llegar a ser el cuarto poder del Gobierno de Estados Unidos sin haber sido debatido ni votado previamente.

Poco de lo que hace –y hace mucho– está abierto al escrutinio público. Por su propia “seguridad”, “el Pueblo”, no debe saber nada de su funcionamiento (excepto lo que ese poder quiera que se sepa). Mientras tanto, un claustrofóbico secretismo se ha propagado por importantes partes del Estado. En 2011, el gobierno de Estados Unidos declaró secretos 92 millones de documentos, y desde entonces las cosas no parecen haber mejorado. Además, el estado de la seguridad nacional ha estado elaborando un cuerpo de “legislación secreta” –en la que se incluyen normas, regulaciones e interpretaciones de leyes existentes, todo ello debidamente clasificado– que permanece oculto al público y, en algunos casos, hasta a las comisiones de control del Congreso.

En otras palabras, los estadounidenses saben cada día menos de lo que sus gobernantes hacen en su nombre, tanto en el ámbito nacional como en el internacional.

Yo podría sugerir a mis padres que solo imaginen que en estos años la Constitución de Estados Unidos esta en un proceso de permanente reescritura y enmienda realizado con total secretismo y entre bambalinas, con poco más que un gesto de cabeza a “Nosotros, el Pueblo”*. De este modo, al mismo tiempo que nuestras elecciones se transforman en un elaborado espectáculo, la democracia ha sido vaciada de contenido y desechada en todo salvo el nombre; ese nombre es –no cabe ninguna duda– Donald Trump.

Considerad esta nota, entonces, una versión abreviada de cómo describiría yo a mis asombrados padres este nuevo mundo estadounidense.

Estados Unidos, un estado de la seguridad nacional

De nada de esto es responsable Donald Trump. En los años en que el nuevo sistema estadounidense se estaba desarrollando, él estaba echando gente en la televisión. Por supuesto, podéis verle como el muchacho de un cartel en el que se muestra un Estados Unidos donde el espectáculo, los famosos, la clase dorada del 1 por ciento y el estado de la seguridad nacional se combinan en un bebedizo narcisista y autorreferencial de extraordinaria toxicidad.

Ya sea que Hillary Clinton sea electa presidente o que el electo sea Donald Trump, hay una cosa incuestionable: la vasta construcción que es el estado de la seguridad nacional, con su 17 agencias de inteligencia y unas formidables fuerzas armadas imperiales, continuará creciendo y expandiendo su poderío en nuestro mundo estadounidense. Ambos candidatos han jurado volcar todavía más dinero en esas fuerzas armadas y el aparato de espionaje y Seguridad Interior que les acompañan. Por supuesto, nada de esto tiene algo que ver con la democracia en Estados Unidos tal como una vez fue imaginada.

Tal vez algún día, al igual que mis padres, “yo” sea llamado del más allá por alguno de mis hijos para ver con espanto y horror el mundo de esos días. Mucho tiempo después de que una inimaginable presidencia de Donald Trump o de que un mucho menos imaginable mandato de Hillary Clinton sean un párrafo de un maldito y a medias olvidado capítulo de nuestra historia, yo me pregunto si en ese momento eso “me” sorprendería o “me” desconcertaría. En 2045, ¿con qué país y con qué planeta “me” enfrentaría?

* We the People son las palabras con que comienza la Constitución de Estados Unidos, que desde 1789 es la ley suprema de esta nación. (N. del T.)

Tom Engelhardt es cofundador del American Empire Project, autor de The United States of Fear y de una historia de la Guerra Fría, The End of Victory Culture. Forma parte del cuerpo docente del Nation Institute y es administrador de TomDispatch.com. Su libro más reciente es Shadow Government: Surveillance, Secret Wars, and a Global Security State in a Single-Superpower World.

 

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Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre la Revolución de Octubre (y II).

Realizada por: Salvador López Arnal

“La revolución tuvo también sus figuras femeninas, con actuaciones de primer plano»

Codirector de la revista de historia L’Avenç entre 1993 y 1999, director del Arxiu d’Història del Socialisme de la Fundació Rafael Campalans, historiador, investigador y profesor (no le gusta que citen su condición de catedrático) de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona, José Luis Martín Ramos se ha especializado en la historia del movimiento obrero, centrando su investigación en los movimientos socialista y comunista del siglo XX en Cataluña y España. Coordinó una Historia del socialismo español dirigida por Manuel Tuñón de Lara (redactó el volumen cuarto) y publicó igualmente una Historia de la Unión General de los Trabajadores (1998 y 2008). Sobre la historia del PSUC ha publicado hasta el momento Los orígenes del PSUC en Cataluña, 1930-1936 (1977) y Rojos contra Franco. Historia del PSUC, 1939-1947 (2002). Entre sus publicaciones más recientes, Ordre públic i violència a Catalunya (1936-1937); La reraguarda en guerra. Catalunya, 1936-1937, L’Avenç, Barcelona, 2012; Territori capital. La guerra a Catalunya, 1937-1939 (2015); El Frente Popular. Victoria y derrota de la democracia en España(2016).

Pocas personas tan autorizadas como él para hablar de la revolución soviética de 1917.

***

-Estábamos aquí, en la AC, has hablado antes de ello. La Asamblea Constituyente que se convocó tras los resultados, en 1918 si le memoria no me falla, fue disuelta. ¿Fue un acto autoritario?

-La convocatoria de la Asamblea Constituyente fue una promesa no cumplida del gobierno provisional, que respondía a la lógica de la configuración de un nuevo estado nacional –en el sentido amplio– parlamentario. Correspondía al proyecto político liberal y era apoyado por los mencheviques y los socialistas revolucionarios, que habían decidido que no era el momento de la revolución social y que por el momento había que esperar a que la “revolución burguesa” cumpliera su cometido. Era una propuesta ideológica, más que política y Gramsci llegó a calificarla de “mito vago y difuso”. No era la propuesta de los bolcheviques y de la izquierda del Socialismo Revolucionario, que impulsó la salida de la revolución social y la constitución de un estado de clase, refrendado y legitimado por los soviets. La discusión ideológica de la cuestión es compleja, sobre todo porque además hemos de incorporar toda la experiencia posterior de la historia de la URSS y del movimiento comunista; no lo puedo abordar aquí, por lo que me ceñiré a su aspecto político, enmarcado en el proceso revolucionario de 1917.

-De acuerdo, cíñete al aspecto político.

-En la movilización opositora al gobierno provisional Lenin y los bolcheviques había incluido también, en un segundo plano con respecto a la tríada de “paz, pan y tierras”, la denuncia del incumplimiento de la convocatoria de la Constituyente; de manera que en octubre de 1917, el nuevo poder revolucionario debatió qué hacer con esa promesa reclamada e incumplida. No hubo un criterio unánime, Sverdlov el máximo cuadro entonces del partido bolchevique después de Lenin, se manifestó contrario a su convocatoria considerando que la lógica de clase que había triunfado en octubre no podía subordinarse a una lógica “nacional”. Parece que tuvo una percepción más realista y más prudente que Lenin en este caso. Lenin pensó por el contrario que, dada la facilidad con la que se había impuesto inicialmente la insurrección de octubre y el apoyo popular que sentían -que iba muchísimo más allá del que nunca habían sentido los bolcheviques– las elecciones a la Constituyente le daría la ocasión de un refrendo electoral, positivo sobre todo a efectos de las difíciles relaciones internacionales del nuevo estado, tanto con los anteriores aliados del Imperio Ruso como con los que continuaban siendo enemigo hasta que no se firmara la paz, Alemania, el Imperio Turco.

-¿Se equivocó entonces?

-Lenin se equivocó, cometió un importante error de cálculo y subvaloró las referencias políticas tradicionales del campesinado, que eran el Socialismo Revolucionario, aunque fuera el gobierno de octubre el que les dio la tierra. Las elecciones celebradas en la segunda mitad de noviembre, por sufragio universal, con un porcentaje de participación de unos 2/3 del censo (las deficiencias de ese primer censo no afectan a la imagen general de éxito de participación) dieron una amplia victoria a los SR, que con prácticamente la mitad de los votos obtuvieron una mayoría absoluta aplastante en la Asamblea Constituyente, minimizando además la presencia en ella del ala izquierda del socialismo revolucionario. Los bolcheviques quedaron en segundo lugar, con el 25% de los votos; el hundimientos de los mencheviques, 3% de los votos, y la absoluta minoría del partido KDT, 7% -gestores principales de la formación del gobierno de febrer – fue una consolación insuficiente. Los SR liderados por Chernov consideraron que las elecciones habían desautorizado al Sovnarkom y que éste habría de entregar el poder al gobierno que eligiera la Asamblea Constituyente, al día siguiente de constituirse. En otras palabras Chernov devolvía la jugada estratégica a Lenin, planteando un conflicto de doble poder, ahora entre Soviets y el Sovnarkom por un lado y Asamblea Constituyente y gobierno constituyente – por crear – por otro; los proyectos políticos de cada uno de ellos eran claros y antagónicos. Al Sovnarkom no le quedó otra opción que autodisolverse, y anular la solución política dada en octubre a la revolución –todo lo que viniera después sería imprevisible– o disolver la Asamblea Constituyente, lo que hizo en enero antes de que el segundo día de sesiones eligiera gobierno rival, y asumir el riesgo de una mayor fractura con la oposición –que no se convirtió en guerra civil hasta que ésta no tuvo la cobertura de la intervención internacional.

No creo que pueda zanjarse el episodio con una mera calificación, aunque formalmente fue un gesto autoritario. Rosa Luxemburg, en una de sus críticas más acertadas a Lenin –otras sobre la cuestión campesina o la cuestión nacional no lo fueron, en mi opinión- le recriminó que para ese viaje no hacía falta tales alforjas; que el error había sido convocar una Asamblea Constituyente que, de una manera u otra, constituiría un factor de competencia por la legitimidad con la Asamblea de los Soviets. A Lenin le perdió esta vez un exceso de táctica, un tacticismo electoralista, que pagó caro en términos políticos.

-¿Cuáles fueron, en tu opinión, más allá de las fuerzas populares, las verdaderas protagonistas, los grandes líderes o dirigentes de la revolución?

-Lenin y Trotsky, en primer término. Bujarin, como el miembro más destacado de la nueva generación. Luego una amplia nómina de personajes en la que habría que incluir a Lunacharski, Stalin, Zinoviev, el malogrado Sverdolv –muerto por la “gripe española” en marzo de 1919 -, Radeck…

-¿Qué papel jugaron las mujeres en el proceso revolucionario? ¿Fue una revolución masculina-muy-masculina?

-Y Alexandra Kollontai, Inés Armand,… (enlazando con la pregunta anterior).

-De acuerdo, de acuerdo, añadimos los dos nombres.

-La revolución tuvo también sus figuras femeninas, con actuaciones de primer plano pero no con las máximas responsabilidades dirigentes que los hombres. En el proceso de base habría que entrar en un detalle, que yo no controlo. Los hombres predominaron, como correspondía a las pautas culturales de la época, pero la presencia de la reivindicación de la igualdad entre hombres y mujeres fue una novedad de la revolución rusa, que no había estado presente en ninguna revolución anterior –con el peso que tuvo– ni en los estados que surgieron de tales revoluciones. Tanto es así que influyó de manera importante en el sufragismo británico, una de cuyas activistas Sylvia Pankhurst se integró en el Partido Comunista.

-¿De qué murió Lenin? ¿De depresión como a veces se ha dicho ante lo que se estaba construyendo?

-No. Arrastraba un importante problema de salud –creo que vascular, pero no estoy seguro– que fue agravado por el atentado que sufrió en 1918. En 1922-1923 estuvo todo lo activo que su enfermedad se lo permitió, lo cual no casa con un cuadro depresivo; y dejó importantes inicios de reflexión autocrítica de la política bolchevique-comunista, no del proceso revolucionario.

-Nos explicas un poco el atentado. ¿Quiénes fueron los responsables?

-Ya había sido objeto de un atentado, en enero de 1918, sin consecuencias. Si las tuvieron el llevado a cabo el 30 de agosto de 1918 por Dora Kaplan, vinculada al movimiento de los Socialistas Revolucionarios, con pasado anarquista, que dejó herido a Lenin, agravando con ello la dinámica de estrés que aceleraba su enfermedad. Dora Kaplan fue objeto de un juicio sumario y ejecutada, y su vinculación a los SR acentuó la confrontación con ese movimiento que, a través de Chernov ya se había erigido en Omsk base de un poder alternativo al estado soviético.

-Por cierto, ¿qué inicios de reflexión autocrítica dejó Lenin?

-Los escritos de 1922, sobre las consecuencias de la guerra civil, la burocratización y al propio tiempo la ineficiencia del aparato del estado, el gap tecnológico con el capitalismo, sobre la función del cooperativismo en el período de transición… que culminan y concluyen con un texto famoso y de título contundente: “Mejor poco, pero mejor”.

-¿Qué pasó con el testamento Lenin? ¿Por qué, según afirman algunos historiadores, este fue un asunto muy importante?

-Es un documento que envió al Comité Central PC(b)Ruso, en el que sintetizaba su visión del momento de la revolución y de lo que había que hacer y, sobre todo, apuntó el problema de liderazgo que se estaba planteando. Criticó duramente a Bujarin y a Trotsky, pero lo más importante fue su desautorización a Stalin, del que dijo, negro sobre blanco, que había que desplazar de la secretaría general del partido. Por eso fue un documento importante; por eso y porque Stalin hizo todo lo posible por que fuera lo menos conocido, y en cualquier caso fuera considerado como el acto de una persona enferma al que mandó embalsamar cuando murió –con gran enfado de Krupskaia, su viuda– al tiempo que, es obvio, mandaba no considerar sus instrucciones.

-¿La NEP fue un paso atrás?

-Hay dos momentos de distanciamiento que para algunos sectores campesinos será finalmente ruptura. El primero es a raíz de la guerra civil, cuando los frentes interiores se confunden, el Ejército Rojo ha de alimentarse sobre el terreno y todo ello es en perjuicio del campesino, que be ocupadas sus tierras por tropas e incautadas sus cosechas. El distanciamiento fue mayor con las áreas de agricultura más desarrolladas de la franja que va desde el sudeste y el sur del Imperio, pasando por Ucrania, hasta el oeste bielorruso. La guerra destruyó cultivos y el “comunismo de guerra” obligó al campesinado propietario a la tributación en especie. La respuesta campesina fue la clásica: producir lo mínimo y esconder la máxima producción. La situación, respecto a la tributación es algo diferente en las regiones centrales de Rusia, el territorio de las grandes haciendas, donde también se situaron las explotaciones estatales, pero la presión productiva fue la misma; y por otra parte las explotaciones estatales incluían entonces una parte pequeña del campesinado, antes de la colectivización forzosa impuesta por Stalin, las explotaciones del estado solo ocupaban a un 1,5% de la población campesina.

El alejamiento entre el estado soviético y el campesinado, el evidente deterioro de la alianza obrero-campesina, se atajó con la Nueva Política Económica impulsada por Lenin y proseguida por Bujarin. Hasta que Stalin, ante el peligro de que el fin del ciclo de estabilidad y expansión capitalista en 1929 llevara a un nuevo intento de intervención contra la URSS, decidió acelerar el proceso de industrialización y controlar por completo el mundo campesino y su producción e impulsó la colectivización general, forzada, y luego el terror, como método de liquidación del adversario y de control disciplinario de la fuerza de trabajo. Esa decisión rompió el núcleo fundamental de la revolución soviética, la alianza obrera y campesina, y todos los equilibrios entre economía y política desembocando en la transmutación despótica del comunismo en la URSS.

-Pero había otra, existían caminos alternativos.

-Ante el peligro de guerra, no despreciable, no había solo esa alternativa; Bujarin propuso la que mantenía el proyecto bolchevique, seguir con la NEP, reforzar y no romper la alianza social, y preparar desde la política y no desde el economicismo la defensa de la revolución.

-Una pregunta del millón de páginas: ¿cabe hoy, sabiendo lo que sabemos, teniendo en cuenta el estalinismo, la burocratización, los desmanes ecológicos, las apuestas atómicas, el militarismo no sólo defensivo, Katyn, Hungría, Praga, la disolución de la URSS, cabe hoy, decía, vindicar la revolución de octubre? ¿Por qué?

-Yo pienso que la revolución de 1917 es absolutamente vindicable por la izquierda; y añadiría por toda la izquierda que siga considerando que su identidad es alternativa e irreconciliable con el capitalismo. Lo demás, que apuntas, ya no corresponde directa y determinadamente a la revolución; es la historia de la URSS y su historia a partir de 1929 cuando Stalin consigue asumir el poder en solitario, derrotando a Bujarin. Interpretar la revolución de 1917 a partir de ello sería como interpretar la revolución francesa a partir de Napoleón o la revolución inglesa de mediados del XVII por el desenlace de la rebelión parlamentaria de 1688.

-Vale, tocado y hundido. ¿Fue esencial la URSS en el triunfo contra el nazismo?

-Sin ninguna duda. Pero para ese triunfo no era necesaria la propuesta estalinista; la de Bujarin habría puesto a la URSS también en posición de defensa frente al nazismo, y quizás –esto ya es una especulación– en una mejor posición de defensa.

-No abuso más. Unas recomendaciones bibliográficas esenciales, tres como máximo.

-No es fácil. Hay una muy abundante historiografía, pero escasean obras de síntesis que combinen análisis clásicos con aportaciones de las investigaciones recientes en archivo. Así que te voy a proponer no tres obras, sino tres autores y lo hago de manera muy personal; no pretendo que sean los más indiscutibles, sino los que a mí me han sido más útiles, por razones diferentes: E.H.Carr, una visión clásica perfectamente revisitable, Moshe Lewin un relectura de la revolución con atención particular a la cuestión campesina, y Stephen F. Cohen, autor de la biografía de Bujarin que es toda una interpretación de la revolución. Y, perdona, no quiero dejar de citar un pequeño trabajo de Lukács sobre Lenin, de síntesis de la mejor.

-Manuel Sacristán, como sabes, habló muy bien del libro de Lukács que acabas de citar. Salvo error de mi parte, fue Jacobo Muñoz quien lo tradujo. Una lectura imprescindible de Lenin; también de Trotski o de otros autores que merezcan tu interés.

-Otra pregunta difícil. De Lenin, el libro sobre el imperialismo y sus escritos de 1921 en adelante; pero es que hablamos de un líder político, no de un ensayista y es difícil aislar una obra, que responde a un momento, del resto de momentos y obras. De Trotsky, el clásico sobre la revolución permanente y su autobiografía.

-¿Quieres añadir algo más?

-Me parece que sería excesivo por mi parte.

-No, no lo sería. Pero muchas gracias.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=218718

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Marcan semana en Cuba condenas antineoliberales

Cuba/07 de Noviembre de 2016/Prensa Latina

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Humberto Maturana y la falta de ética social imperante: «Hoy no estamos viviendo en democracia»

06 de Noviembre 2016/Fuente y Autor: El Mostrador

«Lo muestran la corrupción, las mentiras hasta en el ámbito deportivo y los conflictos étnicos», sostuvo el Premio Nacional de Ciencias Biológicas.

El Premio Nacional de Ciencias 1994, Humberto Maturana, asegura que los casos de colusión que se han conocido en los últimos meses «revelan la psiquis de una forma cultural muy antigua de obtener ventajas a cualquier precio, sabiendo que se trata de conductas deshonestas».

De todas maneras, se muestra esperanzado por el hecho de que «ahora se están investigando», lo que «es un buen comienzo para limpiarnos de tanta basura».

En entrevista con revista Capital, el científico y filósofo comenta sobre la falta de confianza ciudadana provocada precisamente por los escándalos políticos.

«La confianza no es una cosa que se pone o se saca. Como dice mi colega, Ximena Dávila, las relaciones de confianza surgen producto de una historia de convivencia en la que no nos sentimos traicionados. Es un modo de convivir en que me importa la armonía de la comunidad a la cual pertenezco y cuando se viola esa confianza, se borra la historia. Por lo tanto, se requiere un nuevo comienzo. La gran responsabilidad de los empresarios y políticos hoy es comenzar conscientemente a convivir en la honestidad», señala.

«Hablamos mucho de que volvió la democracia, pero ¿volvió? ¿Democracia es sinónimo de apertura para la pillería? La democracia solo ocurre en un convivir en la honestidad, en la ética social, la colaboración, la equidad, la conversación que lleva a la reflexión en el deseo de vivir y coexistir juntos que permite corregir los errores. Pero esto puede ocurrir solo si se desea. ¿Lo deseamos de verdad? Lo que me preocupa es que hoy no estamos viviendo en democracia, lo muestran la corrupción, las mentiras hasta en el ámbito deportivo y los conflictos étnicos. ¿Desde dónde es que no nos podemos poner de acuerdo para una convivencia que sea, en efecto, democrática?», repara Maturana.

Según el cocreador del concepto de autopoiesis, «estamos en los albores de un cambio de modo de vivir y convivir, en la medida en que nos damos cuenta de que vivir en la deshonestidad nos avergüenza y no queremos conservarla. Por lo tanto, no basta con anunciar que hoy estamos en un cambio de paradigma. Más bien ocupémonos seriamente de hacia dónde queremos ir como país».

Consultado por la responsabilidad que se le atribuye al libre mercado en la desigualdad y escándalos de corrupción, afirma: «La corrupción no es responsabilidad de ningún modelo o teoría económica. Es siempre de las personas. Echarle la culpa a algún modelo económico es no asumir responsabilidad y revela ceguera social. La corrupción no surge de un modelo político o económico sino de la ambición, avaricia y el afán de poder, emociones todas que llevan a la deshonestidad».

«El crecimiento económico no es lo central. Más bien la transformación de la economía con una visión de los procesos cíclicos de conservación de la armonía de la biósfera y la antropósfera (creaciones humanas), con conciencia de que todo crecimiento indefinido de la población lleva al desastre biológico-ecológico. Esto implica un cambio en nuestra psiquis relacional que está distorsionada por la ambición, la competencia y la búsqueda de éxito», concluye.

Fuente de la entrevista: http://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2016/01/21/humberto-maturana-y-la-falta-de-etica-social-imperante-hoy-no-estamos-viviendo-en-democracia/

Fuente de la imagen: http://www.elmostrador.cl/media/2016/01/Maturana-ok_816x544.jpg

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