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Argentina: 19 de octubre paro nacional de mujeres

América del Sur/Argentina/16 Octubre 2016/Fuente y Autor: sinmordaza

A menos de una semana del Encuentro Nacional, Foros de mujeres convocan a una medida de fuerza para el miércoles 19 de octubre, consistente en no asistir a los lugares de trabajo.

El brutal femicidio de Lucía Pérez, una adolescente de 16 años, en la ciudad de Mar del Plata expone, una vez más, la crueldad y la violencia a la que están expuestas las mujeres. A menos de una semana del Encuentro Nacional que convocó 70 mil participantes en Rosario, mujeres autoconvocadas y militantes independientes lanzaron un paro nacional para el próximo 19 de octubre, sin asistencia a los lugares de trabajo.

«La convocatoria se realiza bajo la consigna «Si mi vida no vale, produzcan sin mí», y tiene la intención de visibilizar el reclamo colectivo de poner freno a la violencia hacia las mujeres y, al mismo tiempo, generar un choque con el estereotipo de objeto productivo», explicaron referentes del foro Hermanas Rosarinas Autoconvocadas, uno de los espacios donde se replica el anuncio de la medida.

Agregaron que la idea empezó a dar vueltas este miércoles por la noche, en foros de mujeres de las que son partícipes y surgió de integrantes «hartas de marchar y no ser escuchadas, la idea de tomar el ejemplo de las mujeres polacas que paralizaron el país, en su lucha por el aborto».

«El Femicidio de Lucia Pérez, bestial y sumamente perverso, es otra instancia diaria de las que vive una mujer cada 30 horas», expresaron y convocaron a la concentración en Rosario, evento que se realizará a las 16 en la Plaza San Martín, Dorrego y Córdoba.

«Porque estas lágrimas no lavan la rabia. Porque solas no podemos ni queremos. #NiUnaMenos #VivasNosQueremos», puede leerse en los foros de mujeres que convocan al paro y también en los muros de Facebook de quienes espontáneamente adhieren a la medida.

Fuente de la noticia: http://www.sinmordaza.com/noticia/386952-19-de-octubre-paro-nacional-de-mujeres-.html

Fuente de la imagen: http://www.sinmordaza.com/imagesnueva/noticias/grandes/153098_nacionales.jpg

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¿Qué hacer cuando no se quiere, ni se puede, ser madre?

Por ÁNGELA ESCALLÓN EMILIANI
Directora Fundación Corona

Llevo un par de años revisando si el Día de la Madre alguien expresa la opinión de los miles de mujeres que como yo, por designio o decisión, no fuimos madres. Por eso escribí esta nota para reflexionar sobre la condición femenina no ligada a la maternidad.

Tengo 55 años y desde los 18, por una serie de problemas de salud y de un tormento de exámenes, médicos y hospitales, un doctor pronunció la frase que me acompañaría como un fantasma el resto de mi vida: “Usted es muy joven y la ciencia cambia mucho, pero por ahora le informo que no podrá tener hijos”.

Se apoderó de mí, por años, la sensación de que mi vida sería incompleta. Sentía un vacío en mi abdomen, que no podría mantener ninguna relación porque mi carencia sería decisiva para el desengaño. Me hacía la pregunta que acompaña a los fracasos: ¿por qué yo?, ¿por qué me pasa esto a mí?

Como un vergonzoso secreto guardé esto por mucho tiempo, revalué la educación instintiva de las hembras como reproductoras, de las niñas de mi generación que desde pequeñas paseamos coches, arrullamos muñecas y jugamos a los papás mientras nadie le advierte a uno que estas son solo una de las posibilidades.

Soy parte de una numerosa familia en la que tener hijos es como lavarse los dientes. Natural, sin problemas, espontáneo. Ligado al deseo, a la frase de pareja “se llegó el momento”, a la obligada relación matrimonio-hijos.

Tengo la fortuna de contar con un marido al que no le preocupó esto. Su claridad y franqueza desde que lo conocí, a los pocos meses del diagnóstico, han permanecido durante 30 años de matrimonio. Su certeza de que lo importante en la vida es compartirla como es ha sido parte de la fuerza para mi cambio.

Pero mi deseo de ser madre permanecía. Por varios años hicimos un tratamiento de fertilización. Mi conciencia me exigía un camino donde el arrepentimiento no tuviera espacio por no haber intentado.

Vi a muchas parejas sufrir como nosotros. No solo la complejidad de los medicamentos, tiempos y condiciones rigurosas, sino el dolor, la desilusión y la desesperanza cuando no funciona. Y el vacío crece.

Tras un largo periodo de terapia, de la mano de un gran maestro, encontré la respuesta a lo evidente, como algunas veces pasa con las complejidades del alma.

Entendí que la vida es lo que tenemos y no lo que nos falta. Puede sonar trivial pero es una convicción y un reto. Entendí que mi riqueza interior radicaba en la esencia de mi ser y no en lo que se suponía debía hacer. Las luchas tienen un límite y nace de conocer nuestras limitaciones y aceptarnos. No es una resignación, porque si de algo me precio es de vivir cargada de desafíos y sueños.

Me sorprenden las personas a las que llamo ‘insaciables’, a las que les parece que todo puede y debe ser distinto y se pasan su vida en una carrera contra sí mismas, guiadas por la insatisfacción, en la búsqueda de algo más, sin valorar lo que ya tienen. No son pocos. El egoísmo de muchos impera. Es devastador aquellos que solo miran la competencia y la ambición; es una condición muy solitaria. Los límites existen y radican en nuestra propia capacidad de estar satisfechos con lo que somos.

Como siempre, hay paradojas. Miles de niños sufren, son abandonados, sus padres no alcanzan a atenderlos, mientras miles de parejas desean cuidarlos, realizan engorrosos trámites en adopciones que toman demasiado tiempo y se encierran en su propio dolor, sin saber que es el motor para dar y recibir, para apoyar a aquellos niños que tanto desean.

Veo con orgullo mi recorrido. Sin sentir mi carencia veo la vida, el destino, mi familia, mis satisfacciones profesionales y personales, y a mis amigos, que me han dado muchos hijos.

Tengo 28 sobrinos que son mi tesoro y que a su vez ya tienen natural y espontáneamente 23 niños, 9 ahijados, varios hijos por elección, nuevos amigos jóvenes y cómplices. A través de ellos vivo a diario la dura tarea de ser padre y de ser hijo. A través de ellos entiendo lo que yo no conozco y las realidades tan distintas que vivimos.

Por eso en las vísperas del día de la Madre, cuando los huérfanos lloran y los hijos domesticadamente celebran, quiero compartir con ustedes, como todos los días, celebramos el día de la fe en nosotros mismos, en nuestra responsabilidad de ser dueñas de nuestra propia piel e hijas de nuestra propia vida.

Fuente: http://www.eltiempo.com/bogota/mujeres-que-deciden-no-ser-madres/16584477

Imagen tomada de: http://www.cuartopodersalta.com.ar/4podwp/wp-content/uploads/2016/02/maternidad-juan-miguel-bueno.jpg

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Tanzania: Las Niñas del Serengueti, Crónica de un maltrato

África/Tanzania/6 de septiembre de 2016/Fuente y autor: radiopolar/Pablo Moraga
Cuando sus padres decidieron que había llegado el momento de mutilarla, Musamba era una niña de 11 años. Musamba, entonces, no terminaba de entender en qué consistía el ritual ni sus razones, pero escuchaba a los mayores y se sentía feliz, orgullosa.
― Las mujeres me explicaron que sería una fiesta grande, y que mis amigas y yo íbamos a recibir muchos regalos y mucho dinero para comprar zapatos y vestidos.
El padre de Musamba gastó todos sus ahorros. Sus vecinos bebían y bailaban. En esos días Musamba todavía no sabía que su vida ya estaba decidida. Se casaría temprano, tendría muchos hijos, trabajaría muy duro. Y no existían otros futuros posibles.
En muchos países de África (30), Asia y Oriente Medio la mutilación genital femenina ha marcado la entrada en la edad adulta de entre 100 y 150 millones de mujeres vivas. En Tanzania, existen 120 grupos étnicos diferentes y al menos 20 practican este ritual. Seccionan los clítoris de sus niñas, dicen, para reducir su deseo sexual y convertirlas en esposas fieles. Hace tan solo unos días, el Parlamento de la Unión Africana decidió prohibirla para intentar acabar con esta práctica discriminatoria y ancestral.
«En Tanzania la mutilación genital femenina es una infracción muy grave contra los derechos de las mujeres, pero no es la única. La mutilación es un ejemplo muy claro de la desigualdad y la violencia que sufrimos», dice Rhobi Samwelly.
Rhobi Samwelly es alta, enorme, con el pelo trenzado muy oscuro. Desde el año 2014 dirige la Safe House de Mugumu, en el distrito del Serengueti, un refugio para las niñas que huyen de la mutilación genital y otras formas de violencia.
A pesar de que la violencia de género es un fenómeno global ―una de cada tres mujeres de todo el mundo, el 34% la han sufrido―, los mayores niveles de desigualdad entre hombres y mujeres se dan en el África subsahariana, de acuerdo con la ONG ONE, Níger, Somalia, Malí y la República Centroafricana son los países más desiguales.
«A veces nos encontramos con niñas que han sido violadas por sus padres o por algún familiar. Muchas han recibido palizas brutales. Llegan a la Safe House con las caras inflamadas, o con hematomas en los ojos. Una de ellas tenía una herida de machete, muy profunda, en la pierna izquierda: su padre la atacó mientras intentaba escapar», detalla Samwelly.
La violencia de género está generalizada: muchos tanzanos consideran que golpear a sus parejas, privarles de necesidades básicas como ropa y alimentos, e insultar, gritar o amenazarles son «comportamientos aceptables» dentro del entorno doméstico. En el 2010, casi la mitad (el 45%) de las mujeres tanzanas de entre 15 y 49 años habían sido golpeadas o habían sufrido violencia sexual.
«Sólo teníamos capacidad para albergar a 40 niñas. Pero el primer año aceptamos a 136. ¿Puedes imaginártelo? Las niñas llegaban y nos pedían auxilio. No podíamos dejarlas solas». Rhobi y su equipo proporcionaron comida, educación y apoyo psicológico a todas las niñas. Recogieron sus datos y visitaron a sus familiares. Comenzaron una campaña contra la violencia de género. Después de escucharles, la mayoría de los padres prometieron que no mutilarán ni pegarían a sus hijas; y firmaron en un documento oficial delante de la policía.
Poco tiempo después de su mutilación, los padres de Musamba la casaron con un hombre de 30 años. «Entonces ni siquiera tenía pechos. No sabía qué significaba estar casada», recuerda.
Musamba estaba asustada. Intentó convencer a su mamá; fue inútil. El hombre había entregado 11 vacas a sus padres y el acuerdo ya estaba cerrado. En casi toda África, los hombres deben entregar dinero o animales a las familias de sus mujeres: el casamiento de una hija es una fuente de ingresos muy importante para los hogares pobres. Cuanta más necesidad, mayor es la tentación de casar a las niñas y cobrar sus dotes.
«La primera noche en la cabaña de mi marido la pasé llorando. No podía parar de llorar. Al día siguiente intenté escapar. Fui a la casa de mis padres y ellos me rechazaron. Mis hermanos mayores me pegaron muy fuerte y después me llevaron de vuelta», continúa Musamba.
De acuerdo con el Fondo de Población de Naciones Unidas, en 2010, el 37% de las mujeres de Tanzania de entre 20 y 24 años se habían casado antes de cumplir los 18. Si las tasas actuales se mantienen, entre los años 2011 y 2020 más de 140 millones de niñas menores de 18 contraerán matrimonio en todo el mundo: 39.000 todos los días.
Musamba dejó la escuela: debía trabajar para su marido, para su suegra y para los hermanos de su marido. Musamba traía agua, cuidaba el ganado, cultivaba, cocinaba.
«Pero lo peor eran las noches. Durante algún tiempo dormí en la habitación de mi suegra. Cuando pasaron seis meses ella me dijo: ‘lleva esta comida a tu marido’. Era muy tarde, pero yo tenía que obedecer. Si no, podían pegarme. Cuando llegué a la habitación de mi marido, él cerró la puerta y tuvimos sexo: me violó. Sólo sentía dolor. Fue mi primera vez».
― ¿Estabas enfadada con tus padres y con tus hermanos?
― Sí. Estaba muy enfadada. Cada vez que regresaba a casa, me pegaban. Yo quería escapar, pero no tenía adónde ir. Y lloraba mucho.
Según una encuesta del Gobierno, el 20% de las mujeres de Tanzania han mantenido relaciones sexuales contra su voluntad. La mayoría (el 69%) fueron violadas por sus parejas o ex parejas. Sólo el 3% fueron forzadas por desconocidos. En 2014, un equipo del BMC International Health and Human Rights realizó un estudio en una zona rural en el sureste de Tanzania: casi todos los encuestados consideraron que una violación es un delito inaceptable si se lleva a cabo por un desconocido. Pero si un hombre obliga a su mujer a mantener relaciones sexuales, dijeron, éstas no pueden considerarse actos ilegales, pues una mujer casada «debería estar preparada para satisfacer los deseos sexuales de su marido en todo momento». «Cuando una mujer acepta el matrimonio da autoridad a su marido para utilizarla», señalaron.
El gobierno de Tanzania prohibió la mutilación genital femenina en 1998. Desde entonces es un delito castigado con hasta 13 años de cárcel. Sin embargo, el porcentaje de mujeres mutiladas disminuye muy despacio ―pasó del 18% en 1996 al 15% en 2010―. Y, según Human Rights Watch, no está claro si estas cifras pueden atribuirse a una reducción real de la práctica o a la ocultación de la misma.
«Las mujeres que practican las mutilaciones reciben seis euros por cada niña. Y la mayor parte de este dinero termina en los bolsillos de los líderes de las comunidades. Ellos eligen las mujeres, eligen las fechas, todo. Lo hacen porque es un negocio muy rentable. E involucran a los policías y a los políticos locales. No existe una voluntad política real para acabar con la mutilación genital femenina y la violencia contra las mujeres», denuncia Rhobi Samwelly.
«El sistema judicial de Tanzania no protege a las mujeres», añade el abogado de la Safe House, Wambura Kisika. Las leyes son ambiguas o insuficientes. Por ejemplo, para iniciar una investigación sobre una mutilación, la víctima debe presentar primero una denuncia, y esto ocurre muy pocas veces.
En Mugumu y en los alrededores sólo dos hombres entraron en la cárcel durante los últimos dos años. «Muchas víctimas no denuncian los matrimonios forzados y los abusos sexuales porque no conocen sus derechos, porque no confían en el sistema judicial o porque temen represalias. No existe una legislación clara, la policía actúa a menudo de forma negligente o discriminatoria contra las mujeres, y la corrupción está generalizada», advierte HRW. La Ley para el matrimonio de Tanzania no reconoce la violación conyugal como delito. Tampoco define qué es un «castigo corporal» y excluye las formas de violencia no físicas.
Musamba tuvo tres bebés; su marido le prohibió ir a un hospital ―probablemente para que los médicos no reparasen en las marcas de sus palizas― y dos de ellos nacieron en casa. «Tenía tanto miedo de su reacción que la última vez di a luz yo sola, en mi habitación», explica ella. «No me ayudó nadie. Él no supo nada hasta que regresó a casa».
Su marido le gritaba, le pegaba a menudo. En una ocasión Musamba dejó abierta la cerca para el ganado y perdió dos animales; él le rompió un brazo. Aquella noche Musamba no podía resistir el dolor; escapó y acudió a un centro de salud. Los médicos decidieron denunciar lo que había ocurrido y el marido de Musamba estuvo en la cárcel hasta que costeó su tratamiento.
Nada cambiaba. En esos días, él comenzó a pegarla con más frecuencia, con más fiereza. Una tarde Musamba recibió una paliza tan fuerte que se desmayó. Despertó horas más tarde en su habitación: no podía moverse, ni siquiera podía hablar, y respiraba y veía con dificultad. Había perdido varios dientes. Tenía el rostro tremendamente inflamado.
«Musamba denunció a su marido en una comisaría», relata Wambura Kisika. La policía la llevó hasta la Safe House y se quedó dentro algún tiempo. Ahora, nuestro equipo legal intenta ayudarla. Su marido está en la cárcel pero podría salir en cualquier momento. A pesar de las heridas de Musamba, el juez dice que no existen pruebas suficientes para procesar a su marido. Quizás ni siquiera acepte su divorcio. Probablemente permanecerá en la cárcel nueve meses, pagará una fianza y quedará libre.
Musamba buscó trabajos para ganarse la vida: porteó materiales de construcción, recogió tabaco; después alquiló una casa con sus ahorros.
― ¿Cómo imaginas tu vida dentro de cinco o seis años?
― Me gustaría conseguir un trabajo estable y ganar dinero para mis hijos. En cualquier caso, me gustaría seguir con ellos, y poder cuidarlos.
Musamba, ahora, tiene 21 años, el pelo corto, un vestido largo. En la habitación hay una mesa de madera muy baja, dos sillas, el piso de tierra, paredes resquebrajadas. Musamba está sentada en un taburete y acaricia a su hija más pequeña: dos años, camisita con flores.
La madre dice que piensa mucho en los últimos años.
― ¿Por qué crees que suceden cosas así?
― Porque las mujeres todavía no tenemos derechos.
Encoge sus hombros, como quien no entiende por qué tiene que explicar obviedades. Afuera, el calor es insoportable.
Fuente: http://radiopolar.com/noticia_123501.html
Imagen:ep00.epimg.net/elpais/imagenes/2016/08/15/planeta_futuro/1471255308_573646_1471255726_noticia_normal.jpg
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Corazón valiente: Dolores Fonzi

Por Roxana Sandá

Bella, con esos ojos que le descubren el alma, Dolores Fonzi pidió la libertad para Belén, la joven presa hace más de dos años en Tucumán por un aborto espontáneo. Lo hizo frente a un auditorio colmado de figuras del cine iberoamericano, al recibir este domingo el Premio Platino TNT por mejor interpretación femenina en la película La patota. Su personaje, Paulina, como Belén, invoca el derecho a una decisión individual irrenunciable, rebelada contra algunos mandatos asfixiantes que impone la moral social. “Quiero dedicarles este premio a las mujeres víctimas de violencia, víctimas de discriminación. Para que el Estado deje de oprimir nuestros derechos. Libertad para Belén porque Belén somos todos y sin libertad no somos nada.” Este no fue su único manifiesto con cartel en letra de imprenta incluido. Indignada, tomó el caso como una cruzada personal hace tiempo, para replicarlo en su cuenta de Twitter. Este martes, 48 horas después de pronunciarse en el Centro de Convenciones de Punta del Este donde transcurrió el evento, publicó en @FonziDolores “El ministro fiscal dictamina a favor de Belén”. Se refería al jefe de los fiscales de Tucumán, Edmundo Jiménez, quien luego de analizar la causa pidió a la Suprema Corte que se le otorgue el recurso de Casación presentado por la abogada Soledad Deza, en defensa de Belén.

Según Jiménez, “el fallo es arbitrario y por ende, nulo”. Manifestó que deja entrever “un prejuicio de falsedad desde el comienzo de la investigación respecto de los dichos de la imputada”, que se encontraba “en una situación de vulnerabilidad física y mental”, algo que en su opinión nunca fue tenido en cuenta por los jueces. La declaración del domingo frente a cámara llegó a millones de personas y fundó en minutos una red de apoyos y solidaridades que se sigue fortaleciendo. Una de sus amigas, la actriz Julieta Cardinali (@cardinalijuliet) publicó “La más ganadora del mundo @FonziDolores te amo amiga valiente y libre #LibertadParaBelen”. A la dedicatoria se sumó Carla Peterson (@carlapetersonA): “Siento mucha admiración por ella @FonziDolores #LibertadParaBelen”. Victoria Donda (@vikydonda) -entre tantxs más- dijo “Grossa @FonziDolores felicitaciones x el premio y x el pedido”. Dolores, que por si quedara alguna duda rubrica en la biografía de su perfil “Soy feminista. Quiero igualdad”, confirma en el minuto a minuto de retweets diversos su compromiso social y político para desandar estereotipos, en la difusión y apoyo del proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo, en el editorial de Abuelas de Plaza de Mayo sobre el daño que le hace Darío Lopérfido a los derechos humanos, por el cese del desmantelamiento del programa de Educación Sexual Integral y en el reciente tetazo nacional por el derecho a amamantar. Paulina, la maestra rural que le valió el galardón como mejor actriz, es violada por un grupo de jóvenes de un barrio de Misiones y toma una decisión personalísima pese a las resistencias de su padre y su novio. “Lo que pide Paulina es que nadie se meta, que la dejen encontrar su propio ritmo”, advierte en una entrevista para este diario tras el estreno de la película en junio de 2015, dos semanas después de la primera marcha de #NiUnaMenos. “Se opone al orden establecido al pedir que el compromiso sea de todos: lo que propone es no más violencia para nadie (…).

Claro que es raro de entender, porque su certeza no tambalea ni cuando es ella misma la víctima. Se trata del rol de la mujer libre, de la soberanía sobre su cuerpo y la decisión de no limitarse a ser una víctima.” La discusión del derecho al aborto, agrega, ya debería estar zanjada. “La mujer debería ser libre de poder elegir su camino.” A principios de julio encontró un reportaje a René Favaloro fechado en 1998. Conmovida, publicó un párrafo que abraza su pensamiento y la representa. “Los ricos defienden el aborto ilegal para mantenerlo en secreto y no pasar vergüenza. Estoy harto de que se nos mueran chicas pobres para que las ricas aborten en secreto. Se nos mueren nenas en las villas y en algunos sanatorios hacen fortunas sacándoles la vergüenza del vientre a las ricas. (…) Con el aborto legal no habrá más ni menos abortos, habrá menos madres muertas. El resto es educar, no legislar.” La valiente Dolores concluyó entonces “¿Alguna duda? #AbortoLegal”.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-10763-2016-07-30.html

Imagen tomada de: http://valledelmayo.com.mx/wp-content/uploads/2016/06/aborto-paredes.jpg
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Amar más, amar mejor

Coral Herrera Gómez

El amor en la posmodernidad se ha convertido en una utopía emocional de corte individualista que nos ofrece paraísos personalizados, hechos a nuestra medida. Hoy, bajo el lema del “sálvese quien pueda”, cada cual busca la solución a sus problemas: el romanticismo posmoderno nos seduce con la idea de que el amor nos salvará. De la soledad, de la pobreza, de la rutina, del aburrimiento, de nosotros mismos…

El Romanticismo surgió paralelamente al nacimiento de la burguesía y sus valores individualistas. Sublimó el mundo de los sentimientos y las emociones, y mitificó el amor como la quintaesencia de la felicidad. Las principales consumidoras de las historias de amor fueron las mujeres de clase media y alta, que comenzaron a rechazar los matrimonios concertados y su condición de objeto de intercambio entre las familias. Para muchas de ellas, el amor romántico se convirtió en una vía para liberarse del control y la vigilancia a la que vivían sometidas en casa de sus padres, por eso las jóvenes se rebelaron contra la ley del pater y reivindicaron su derecho a elegir libremente a la persona con la que compartirían su vida.

A finales del siglos XIX, los finales felices se pusieron de moda: el mito del matrimonio por amor sedujo a miles de mujeres, y el rito nupcial se convirtió en el evento social más importante: las bodas pasaron a ser el símbolo de la culminación del amor. Ya en el siglo XX, la industria cinematográfica de Hollywood nos regaló cientos de finales felices en los que las mujeres se salvaban gracias al amor.

La globalización expandió este modelo romántico por todo el planeta: Disney es un ejemplo de esta industria romántica que nos sedujo (y nos sigue seduciendo) con las historias de muchachas tristes y pobres que son rescatadas por príncipes azules. Un ejemplo es Cenicienta, que estaba harta de limpiar la chimenea y de los trabajos forzados a los que le sometía su madrastra, o Blancanieves, que también estaba harta de cocinar y limpiar para los siete enanitos… a ambas les salvó el amor.

La televisión también nos ofrece finales felices de princesas y príncipes europeos de carne y hueso, cuyas bodas son vistas en todo el planeta por millones de personas. En nuestro país, la Reina Letizia es la encarnación de este mito romántico: ella era una periodista y gracias a su matrimonio con Felipe, se salvó del desempleo que ha dejado a miles de mujeres periodistas sin trabajo y se convirtió en Princesa de Asturias.

En todos los cuentos que nos cuentan, se idealiza a la pareja como la salvación: para salir de situaciones precarias o difíciles, para salir de la casa familiar, para evitar la soledad, para escapar de una realidad que no nos gusta, para asegurarnos una fuente de recursos estable, para alcanzar la felicidad eterna. Sin embargo, las promesas del amor son solo eso: promesas. Cuanto más mitificamos el romanticismo, más duro es el choque con la realidad: los habitantes de la posmodernidad vivimos inmersos en profundas contradicciones que nos hacen sufrir mucho y que condicionan enormemente nuestras formas de relacionarnos.

Necesitamos sentirnos libres y amamos nuestras independencia, pero también necesitamos compañía y afectos. Huimos de la soledad, pero defendemos a capa y espada nuestros espacios y tiempos para desarrollar nuestros proyectos personales. Nos gustaría encontrar a nuestra media naranja y ser felices para siempre, pero cuando todo va bien, nos aburrimos. Nos casamos y nos divorciamos, nos ilusionamos y nos decepcionamos, renegamos del romanticismo hasta que volvemos a enamorarnos de nuevo, y así hasta el infinito.

Otra contradicción del romanticismo posmoderno radica en la igualdad: queremos tener relaciones bonitas, equilibradas, y duraderas, pero todas ellas están atravesadas por las normas no escritas del capitalismo y el patriarcado. Anhelamos tener compañeros y compañeras con los que compartir la vida, pero construimos nuestras relaciones bajo estructuras de dependencia mutua.

Pensamos en el amor desde la libertad, pero seguimos considerándonos dueños de las personas a las que amamos. La exclusividad y la propiedad privada limitan nuestra libertad para amar, pero generalmente limitan más a las mujeres que a los hombres. Nos juramos fidelidad en las bodas, pero los moteles están llenos de parejas de adúlteros escapando de los sinsabores del matrimonio.

Las sociedades posmodernas han experimentado grandes avances en el camino hacia la igualdad a través de leyes que protegen los derechos y libertades de las mujeres, pero seguimos inmersas en estructuras emocionales patriarcales. Nuestras democracias nos hacen creer que todos somos iguales, pero muchos hombres siguen aún aferrados a sus privilegios de género y a la doble moral que les absuelve de sus “pecados”. Algunas mujeres nos creemos muy modernas y transgresoras, pero nos seguimos casando vestidas de princesas medievales.

Muchas mujeres abrazamos las tesis del feminismo, pero en nuestras parejas seguimos reproduciendo la división tradicional de roles y cargamos con todo o casi todo el trabajo doméstico, de cuido y crianza, y lo hacemos “por amor”. Para la gran mayoría de las mujeres del planeta, la autonomía económica sigue siendo una utopía aún más inalcanzable que un matrimonio feliz. El poder económico sigue estando en manos de los hombres, lo que sigue fomentando la construcción de relaciones basadas en el interés y la necesidad. La dependencia económica, además, suele ir unida a la dependencia emocional: nos han enseñado que la feminidad y la capacidad de amar son sinónimos, y no parecemos mujeres de verdad si no amamos total e incondicionalmente.

Las mujeres seguimos siendo representadas en la cultura como “buenas” o “malas”, “santas” o “putas”. Las primeras se casan, las segundas se quedan solas. Esta amenaza es lo que más nos angustia: la soltería femenina sigue estando estigmatizada y se contempla como una desgracia. Incluso para las mujeres que tienen autonomía económica, la gran amenaza que se cierne sobre nuestras cabezas es la soledad. El divorcio se vive como un fracaso, el matrimonio como un éxito, y siempre de fondo, está la soledad que nos come si no encontramos pareja. Y si la encontramos, también podemos sentirnos igual de solos y solas, especialmente cuando nos aislamos en niditos de amor para olvidarnos del mundo.

La necesidad de afecto nos limita para elegir libremente a alguien como pareja, pero también a la hora de romper una relación que no nos hace felices, de modo que no somos tan libres como quisiéramos. Perdemos la fe en el amor, pero buscamos compañía a cualquier precio.
Vivimos en una sociedad muy romántica, pero poco amorosa: hemos sustituido el calor humano del grupo por la búsqueda de esa persona única y especial que cubra todas nuestras necesidades afectivas. Lloramos de emoción en las bodas, pero la tasa de divorcios aumenta sin cesar.

Hemos perdido las redes de afecto y ayuda mutua, pero seguimos creyendo que el amor lo puede todo. Y en lugar de disfrutar de nuestro paraíso, nos dedicamos a sostener luchas de poder incesantes con nuestras parejas. Nos reconciliamos regalando rosas y bailando boleros a la luz de la luna, pero no dejamos de reproducir las guerras que se libran entre los pueblos en casa.

El reto de la posmodernidad sería poder superar todas estas contradicciones que nos hacen sufrir tanto, y aprender colectivamente a disfrutar más del amor. Para aprender, a querernos bien, nos urge repensar el amor, deconstruirlo, desmitificarlo y liberarlo de las opresiones del capitalismo y el patriarcado.

Tenemos que visibilizar la ideología hegemónica que se esconde detrás de la magia romántica, y comenzar a repensar el amor como una vía para mejorar nuestras vidas, pero no solo las nuestras: el amor puede ser un motor de transformación social o un mecanismo para que todo siga igual.

Podemos elegir seguir mitificando el amor egoísta e individualista que nos eleva a ratos por encima de este mundo, o construir un amor basado en el bien común que nos haga más felices a todos.
Es fundamental, pues, comenzar a trabajar en la creación de redes de afecto, y solidaridad. Tenemos que liberar al amor de estas estructuras obsoletas que perpetúan la desigualdad entre los sexos, y visibilizar la diversidad sexual y sentimental de nuestro mundo. Tenemos que liberar al amor romántico de los mitos, los roles y los estereotipos tradicionales, y de las contradicciones que nos impiden construir relaciones igualitarias.

El desafío es enorme, pero también apasionante: en esta época en la que buscamos desesperadamente la felicidad y el bienestar, el reto es que sea para todos. En el camino hacia la construcción de un mundo más amoroso, podríamos contarnos otros cuentos, inventarnos otros romanticismos, construir nuevas formas de querernos. Atrevernos, en fin, a probar otras formas de relacionarnos y organizarnos que nos permitan querernos más, y querernos mejor.

Que falta nos hace.

Fuente del articulo: http://haikita.blogspot.com/2015/05/amar-mas-amar-mejor-coral-herrera-en.html

Fuente de la imagen: https://pixabay.com/p-857728/?no_redirect

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No eres tú, es la estructura: desmontando la poliamoría feminista

Coral Herrera Gómez

A nivel teórico y discursivo estamos haciendo grandes rupturas sobre el modelo de amor romántico monógamo y lo tenemos muy claro; a nivel emocional, son muchos siglos de patriarcado los que tenemos encima.  El poliamor también genera mitos, finales felices, procesos enriquecedores, experiencias fascinantes, decepciones y frustraciones variadas.

La poliamoría feminista es una nueva utopía colectiva para las que soñamos con un mundo igualitario, feminista y diverso. En este mundo ideal, las mujeres no estaríamos divididas en dos grupos: las buenas (fieles y sumisas sin deseo sexual), y las malas (ninfómanas, promiscuas y libres). Todas tendríamos derecho a tener las relaciones que quisiéramos sin sentirnos culpables, sin rendir cuentas a nadie, sin que se desate el escándalo social, sin que nos insulten, nos discriminen, nos castiguen o nos maten por ello.

Además, tendríamos mucho más tiempo para amar, para disfrutar de la vida y los afectos, para investigar y construir relaciones diversas, con o sin sexo, con o sin romanticismo. En el mundo poliamoroso feminista ideal no nos avergonzaríamos de nuestros cuerpos, no existiría el pecado ni la culpa, y podríamos disfrutar de nuestra sexualidad y nuestros multiorgasmos sin ningún tipo de traumas ni complejos.

Construiríamos una especie de ética amorosa para evitar las guerras románticas y las luchas de poder, y aprenderíamos a juntarnos y separarnos con cariño. En este código el objetivo general sería cuidar a los demás y cuidarse a una misma, aprender a resolver los conflictos sin violencia, evitar el sufrimiento innecesario, y aprender a disfrutar del amor y de la vida.

Nuestra cultura está basada en el mito de que “cuando una quiere, una puede”, el mito del sueño norteamericano; podemos adelgazar si nos lo proponemos, podemos despatriarcalizarnos y evitar la monogamia si queremos

En un mundo de poliamoría feminista y queer no seríamos egoístas, celosas, ni posesivas, ni sufriríamos si nuestra pareja se enamora locamente de otra persona y necesita su espacio para disfrutar del colocón del enamoramiento. Podríamos llegar a ser, entonces, gente humilde y generosa que ama su libertad y la de los demás. Seríamos menos egocéntricas, pues no necesitaríamos sentirnos únicas ni especiales para alguien las veinticuatro horas del día. No aspiraríamos, como ahora, a ser el centro del Universo de la persona amada, pues en el mundo poliamoroso no hay centros, todo son redes interconectadas. Todos los afectos estarían en el mismo nivel, sin jerarquías: cada pareja se construiría desde la interacción y el presente, no habría amores clandestinos, y el amor no se encerraría en sí mismo, sino que fluiría libre, multiplicándose y expandiéndose.

En la poliamoría feminista no habría etiquetas que nos distinguiesen y encajonasen como heterosexuales, lesbianas o bisexuales, pues no serían identidades, sino estados temporales, transiciones del ser en el espacio y el tiempo por las que fluiríamos sin mayores problemas. También la masculinidad y la feminidad dejarían de ser estados puros: no tendríamos que dar explicaciones a nadie sobre nuestro estado de género, nuestras orientaciones, gustos o apetencias, porque no tendría importancia.

La poliamoría feminista sería queer, inclusiva y diversa, con múltiples praxis y formas de vivirla. La monogamia no estaría mal vista, ni tampoco se asociaría con el patriarcado. Todo el mundo podría ser monógamo en un sistema poliamoroso feminista sin que ello suponga ningún problema, porque en la poliamoría feminista no hay leyes escritas ni normas que seguir fielmente: cada una se diseña su tejido sexual, afectivo, erótico y romántico a su gusto, sin seguir patrones establecidos, sin etiquetarse ni encajonarse en estructuras externas.

En este mundo ideal, además, seríamos todas estupendas personas, porque no tendríamos que mentir, engañar, traicionar a nadie, ni sentirnos culpables por lo que hacemos o lo que sentimos. No habría arrepentimientos, ni escenas dramáticas, ni tendríamos por qué avergonzarnos de nuestros sentimientos, o pedir perdón por ellos. Seríamos libres para querer a mucha gente de diversas formas, y para construir nuestras relaciones como queramos, sin adaptarnos a ninguna estructura que no sea nuestra, creada por nosotras en la interacción con la gente.

Suena la alarma y me despierto en el siglo XXI, el patriarcado goza de muy buena salud, lo llevamos aún inserto en el ADN, y no existe tal mundo poliamoroso feminista (aún). El patriarcado es la tela envolvente en la que se desarrolla nuestra Realidad, y está muy dentro de cada una de nosotras y nosotros, seamos heteros, lesbianas o bisex, practiquemos la monogamia o el amor libre.

A nivel teórico y discursivo estamos haciendo grandes rupturas y lo tenemos muy claro; a nivel emocional, nos queda mucho camino por recorrer. Yo no tengo muy claro que el cambio emocional sea algo que pueda darse con sólo desearlo y trabajar duro para lograrlo, porque son muchos siglos de patriarcado los que tenemos encima. Siempre animo a la gente a que lleve la teoría a la práctica, pero admito que es sumamente complicado: a mí misma me cuesta ser plenamente coherente, y no puedo dejar de sentir las cosas que siento por mucho que me lo proponga.

Nuestra cultura entera está basada en el mito de que “cuando una quiere, una puede”, o lo que es lo mismo, esa idea absurda que vende el mito del sueño norteamericano (cualquier puede llegar a ser presidente de los Estados Unidos, basta con trabajar duro). Nos hemos creído la idea de que podemos hacer cualquier cosa que nos propongamos con mucho tesón, alegría, esfuerzo, disciplina y un poquito de buena suerte.

El batacazo nos lo llevamos cuando nos damos cuenta de que no tenemos las herramientas. Nuestros conocimientos en torno a la gestión de las emociones son aún limitados, y no hemos entrenado lo suficiente para poder asumir y vivir las emociones

Tanto es así que los gurús nos aseguran que es más fácil que te toque la lotería si lo deseas intensamente y le pones energía al tema. Es el secreto de la posmodernidad: yes, you can. Sí, tú puedes. Bajo esta lógica, se puede admitir que el mercado de trabajo esté fatal y el número de personas desempleadas sea indecente, pero tú podrás conseguir lo que todos ellos no pueden. Porque tú eres especial, porque tú lo vales, porque tú puedes hacer tus sueños realidad (los demás que se busquen la vida como tú lo haces).

Esta es entonces la lógica según la cual podemos adelgazar si nos lo proponemos, podemos despatriarcalizarnos y evitar la monogamia si queremos. Por eso hay tanta gente siguiendo dietas de adelgazamiento o extirpándose las acumulaciones de grasa, por eso hay tanta gente tratando de despojarse de conceptos como la propiedad privada, la exclusividad, la posesividad, y todo aquello que constriñe nuestro deseo y nuestra libertad para amar.

Estando donde estamos (en el patriarcado capitalista posmoderno), queremos probar, aventurarnos, explorar, e intentarlo. Queremos hacer realidad nuestros sueños y convertirnos en personas abiertas y generosas que jamás sienten celos ni coartan la libertad de sus compañeras y compañeros para tener otras parejas. Igual que estamos desmontando la maternidad patriarcal y otras estructuras como el amor romántico o la democracia patriarcal, también queremos desmontar la monogamia construyendo una utopía poliamorosa en la que todas vamos a ser muy maduras, coherentes y felices.

El batacazo nos lo llevamos cuando nos damos cuenta de que no tenemos las herramientas. Tenemos la teoría, pero nos faltan los instrumentos con los que llevar a cabo el cambio. Nuestros conocimientos en torno a la gestión de las emociones son aún limitados, y no hemos entrenado lo suficiente para poder asumir y vivir las emociones con estos conocimientos. Sabemos que el cambio ha de ser individual y colectivo, pero estamos tratando de convertir el discurso en acción un poco a ciegas, pues no tenemos modelos que seguir, nadie tiene la fórmula mágica, y las referencias que tenemos en nuestra cultura son tan antiguas que ya no nos valen.

Nuestros sentimientos no evolucionan tan rápidamente como nuestras teorías, y la sociedad tampoco evoluciona al mismo ritmo que nuestros sueños húmedos y utópicos. Las compañeras heteros comprueban que sus compañeros varones no se lo están trabajando al mismo ritmo que nosotras. Es cierto que hay hombres igualitarios y feministas trabajándoselo, pero son muy pocos aún.

Son muchos siglos de opresión patriarcal, demasiados. A veces (generalmente cuando veo en algún bar la televisión por cable), pierdo la fe en la Humanidad y me pongo pesimista pensando que necesitamos otros cuantos siglos más para poder interiorizar todos esos cambios que queremos hacer. Incluso aunque ahora mismo se produjese el milagro y toda la industria cultural comenzase a lanzarnos otros mensajes, nos contara otros cuentos con otras tramas, otros personajes y otras historias felices, nuestras estructuras emocionales no cambiarían de pronto. Porque las tenemos muy adentro: las heredamos a través de la familia, la escuela, las películas y las canciones, y no resulta nada fácil vaciarse de toda esta carga cultural. Además, creemos devotamente en la magia de la transformación instantánea, por eso usamos amuletos, tótems, talismanes, figuritas y piedras sagradas, del mismo modo que los héroes de nuestros cuentos logran lo que se proponen frotando la lámpara de Aladino, besando a la rana, matando al dragón, poniéndose el anillo…

Pero no, no vamos a levantarnos un día por la mañana y vamos a descubrir que ya no somos celosas. Es probable que ni trabajándote el tema duramente logres siquiera dejar de sentir celos. Quizás en el proceso obtengas herramientas para aprender a gestionarlos y para que no afecten a tus seres queridos, pero las emociones no desaparecen mágicamente de nuestros cuerpos, porque están construidas a base de mitos.

Hemos interiorizado todos y cada uno de estos mitos a través de los cuentos, por eso la labor de desmontar el romanticismo patriarcal y desmontarnos a nosotras mismas no es nada fácil, y puede ser incluso tremendamente dolorosa. Creo que esto explica por qué hay tanta gente atormentada por los miedos y las profundas contradicciones posmodernas (lo que me gustaría que hubiese y lo que hay, lo que pienso y lo que siento, lo que digo y lo que hago, lo que soy y lo que querría ser).

Muchas de nosotras queremos llevar la teoría a la práctica y alcanzar la coherencia total entre nuestros discursos, acciones, y sentimientos. Pero nadie es completamente coherente con sus ideas, y después de haber recibido tanta ideología patriarcal en vena durante toda nuestra infancia y adolescencia (aprendimos a amar monógama y patriarcalmente), desaprender todo esto es sumamente complicado.

Me encanta la diversidad de formas de amar que existen, pero huyo de las religiones del amor que aseguran haber encontrado la fórmula mágica para ser felices

En mi caso, yo me complico la vida cada vez menos, y me adapto a todo lo que venga. A veces estoy hetero, otras lesbiana, a veces monógama y otras veces no, según me apetezca y según sea la interacción con la otra persona. Ahora por ejemplo estoy hetero y monógama, y en otras etapas estoy de otras maneras. En mi práctica amorosa voy construyendo las relaciones según como vengan: con cada persona establezco unos pactos que pueden revisarse o transformarse en cualquier momento. Depende de cómo estoy yo, de mis necesidades y apetencias, y las suyas, de lo que cada una de nosotras queremos…Cada una de ellas diferente a las demás, y yo misma voy cambiando con los años, de modo que con cada una de ellas la experiencia amorosa ha sido diferente. Al no encajonarme en ningún estilo amoroso, me he sentido más libre para explorar y probar cosas nuevas… tengo grandes logros en mi camino (por ejemplo, ahora soy menos celosa que en la adolescencia), y tengo todavía muchas cosas por trabajar. Lo que sí evito es seguir modas, patrones, soluciones totalizantes, o verdades absolutas.

Me encanta la diversidad de formas de amar que existen, pero huyo de las religiones del amor que aseguran haber encontrado la fórmula mágica para ser felices. El poliamor, por ejemplo, está de moda, pero es también una estructura que nos viene de fuera, o sea, que no la hemos creado nosotras. Aunque nos resuelve algunos problemas, nos trae otros: no es la panacea, ni la salvación. A unos les viene estupendo, y otros sufren horrores tratando de adaptarse a la nueva estructura. Porque cada estructura tiene sus problemas.

La utopía poliamorosa es tan romántica como la utopía monógama: el poliamor también genera mitos, finales felices, procesos enriquecedores, experiencias fascinantes, y paraísos hechos a medida. Y por ello, también genera decepciones y frustraciones variadas, como cuando lo estamos intentando y nos damos cuenta de que no podemos por mucho que queramos. Le ponemos todo el amor del mundo, pero nos duele… ¿qué hacemos? Y ahí nos divide de nuevo la dicotomía patriarcal: o volver a la monogamia, o trabajar contra la monogamia. Volver a la monogamia supone traicionar a tu gente y traicionarte a ti, saber que vuelves a lo cómodo, a la doble moral, a la hipocresía, al deseo de exclusividad. Y te sientes patriarcal porque la dinámica general es ir abriéndolo todo…

Romper con la monogamia supone ir contracorriente, pero no sólo a nivel político y social: también es ir a contracorriente de todas las emociones y sentimientos que heredamos y que son nuestras, habitan dentro de nosotras, nos influyen, nos limitan, nos condicionan. La batalla entonces es doble: luchas contra la monogamia capitalista heteropatriarcal, y a la vez luchas contra tus sentimientos monógamos, capitalistas y patriarcales. O sea, contra ti misma.

Y a veces una se pregunta: ¿merece la pena tanta batalla?, o ¿por qué no me estoy divirtiendo?, ¿no será que el ritmo que me impongo es demasiado fuerte, y será que necesito más tiempo para mi proceso individual?, ¿no será que no es esta una batalla personal, sino colectiva, y que sola no puedo hacer frente a un cambio tan descomunal?…

Podríamos amar en libertad si nos organizásemos de otra manera, si la pareja monogámica heterosexual dejase de ser el pilar de nuestro sistema, si dejasen de bombardearnos con su idea de la “normalidad”

Al final se sufre igual en la monogamia que en el poliamor, y eso es porque la estructura amorosa sigue siendo patriarcal. Amar en libertad sería más fácil si la cultura en la que vivimos no estuviese basada en el individualismo, la propiedad privada, las jerarquías, las luchas de poder, las prohibiciones y los tabúes. Amar en libertad sería posible en un mundo sin machismo, sin doble moral, sin la explotación económica de unos pocos sobre la gran mayoría. Amar en libertad sería más fácil si las mujeres gozásemos de autonomía económica, si no dependiéramos económicamente de los hombres, si no sufriésemos discriminación y violencia.

Podríamos amar en libertad si nos organizásemos de otra manera, si la pareja monogámica heterosexual dejase de ser el pilar de nuestro sistema, si dejasen de bombardearnos con su idea de la “normalidad”, si viviésemos en un mundo diverso e igualitario, si tuviéramos las herramientas precisas para disfrutar de todo esto. Pero no las tenemos, por eso nos liberamos de algunas opresiones, y nos imponemos otras; rompemos unos mitos, y construimos otros; sustituimos unas creencias y unos tabúes por otros, y acabamos sintiéndonos tan aprisionadas como en cualquier otra estructura.

Para liberarnos, hay que acabar con las estructuras que vienen de fuera, y construir las nuestras propias. Entre la monogamia absoluta-traicionera, y el poliamor buenrollista-feliciano, hay muchas más alternativas. No tenemos por qué dividirnos en dos bandos, ni tenemos por qué elegir uno u otro modelo: entre el blanco y el negro hay toda una gama de colores y matices diversos, pues tan diversas son las personas como las relaciones que construimos entre nosotras.

Creo que se disfruta más sin esclavizarse a las modas, transitando por el mundo según las apetencias del momento, y sin encasillarse en ninguna etiqueta que nos limite o nos condicione. Yo creo que no hay fórmulas mágicas para sufrir menos y disfrutar más: vivimos en la era de la customización y cada cual tiene que confeccionarse su propia utopía, su propia Realidad y sus estructuras. Lo que le sirve a unos, no les sirve a otros. Y lo que te sirvió en una etapa de tu vida, no te sirve en otra, porque el paso de los años te va cambiando, vas mejorando y creciendo como persona, acumulas experiencias que te llevan a diseñar otro tipo de estrategias, y tienes otro tipo de problemas.

El proceso de cambio ha de ser individual, pero también colectivo: es más fácil si en nuestros procesos podemos juntarnos con la gente para hablarlo, para compartir herramientas, dudas, problemas, teorías y prácticas. Para cuestionar todos los mitos, sean monógamos o poliamorosos, todas las normas, las modas, las prohibiciones y opresiones que pesan sobre nuestra cultura amorosa. Somos cada vez más personas con ganas de investigar y desmontar el patriarcado, reivindicar la diversidad sexual y amorosa, y trabajar personal y colectivamente por una transformación total (sexual, económica, política, social, afectiva, cultural). Sin embargo, la labor de destrozar estructuras no tiene por qué significar asumir estructuras nuevas igual de tiranizantes y dolorosas: cada cual que se construya la suya propia de acuerdo a sus gustos, necesidades y apetencias. En estas rupturas y estos cambios, es fundamental que podamos elegir con libertad nuestra manera de querernos y amarnos.

Lo romántico es político: el proceso de transformación es individual y colectivo, pero tiene que ser divertido.

Fuente del articulo: http://www.pikaramagazine.com/2015/09/no-eres-tu-es-la-estructura-desmontando-la-poliamoria-feminista/#sthash.kzn21mqa.dpuf

Fuente de la imagen: http://djd9pi028g05f.cloudfront.net/wp-content/uploads/2015/09/03130803/poliamor-coral-herrera.jpg

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Bolivia: Invisibilización de niñas se redujo en la educación y el trabajo familiar.

www.la-razon.com/11-07-2016/ Por: Wilma Pérez / La Paz

UNFPA realizó una investigación sobre la situación de las niñas y adolescente desde la época republicana.

La invisibilización de niñas y adolescentes bolivianas en el ámbito educativo y el trabajo infantil familiar se redujo significativamente desde la época republicana (siglos XIX y XX) hasta 2015, revela un estudio del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA).

La investigación denominada Niñas y Adolescentes en la Bolivia Republicana, entre Prejuicios, Disciplinamientos y Rebeldías, que se presentaRA el martes en conmemoración al Día Mundial de la Población.

El documento señala que en las sociedades tradicionales de la época republicana, las niñas pasaban directamente de la vida infantil a la adulta; en la actualidad la etapa de aprendizaje se prolongó y la educación dejó de ser solo una responsabilidad familiar y pasó a constituirse en una obligación del Estado.

La investigación fue realizada por las historiadoras Ana María Lema, Rossana Barragán y María Luisa Soux. Lema mencionó que la educación llegaba a pocas mujeres y lo mínimo que aprendían era sobre labores de casa. “Ellas pasaban de niñas a mujeres, de vestir muñecas a vestir a sus hijos, para eso era su educación”.

En el área de profesionalización, con la apertura de normales se les dio una oportunidad para estudiar, pero ellas hacían prácticas relacionadas a las labores de casa. “Incluso se les enseñaba un año de planchado de ropa”, agregó Lema.

Respecto al trabajo, el estudio indica que en el pasado los hijos eran vistos como “mano de obra barata” por sus progenitores, pero en el siglo XXI las niñas y adolescentes son reconocidas como seres con derechos. El trabajo infantil es rechazado por las leyes vigentes en el país y es considerado una falta familiar y social.

La nota periodística incluye los relatos recogidos de niñas y adolescentes de la época republicana, entre ellas está Adela Zamudio.

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