Presenta: Youtube
Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=C8aesqi_RDY
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Redacción: El País
La psicóloga española especialista en infancia Pepa Horno visitó Montevideo en el marco del seminario internacional organizado por Aldeas Infantiles: “Crecer sin violencia. Enfoques y estrategias de abordaje para la protección infantil y adolescente”. La ponencia de la especialista se centró en “apego, trauma y disociación”, problema frecuente en los niños.
Horno trabaja como consultora independiente en lo que llama “infancia, afectividad y protección”. Trabajó para la organización internacional Save The Children como responsable de los Programas de Violencia contra la Infancia y Responsable del Departamento de Promoción y Protección de los Derechos de la Infancia, publicó más de 10 libros y decenas de artículos sobre infancia, siempre enfocándose desde una perspectiva del afecto.
En su paso por Montevideo, Horno conversó con El País sobre su profesión, la situación mundial respecto a los temas de infancia y la realidad uruguaya. Y fue tajante: “La vulneración de los derechos de los niños, niñas y adolescentes en el mundo es generalizada y, lo que es más grave, en algunos aspectos normalizada y aceptada socialmente”.
—¿Por qué eligió dedicarse profesionalmente a los niños?
—Estudié psicología y en mi formación comprendí que en la infancia se construye la estructura psíquica del ser humano. No hay etapa de mayor riqueza pero tampoco de mayor vulnerabilidad. Y en mi trabajo he intentado siempre unir la promoción de la afectividad, la consciencia, la ternura y el cuidado de las figuras parentales con la prevención de cualquier forma de maltrato. Un entorno seguro es la base de la protección de los niños, niñas y adolescentes. Y ese entorno es nuestra responsabilidad. De todos y cada uno de nosotros. No imagino nada con más sentido que dedicar mi vida profesional a promover esos entornos seguros.
—¿Qué fue lo que más le sorprendió al explorar ese mundo?
—Lo parecidos que somos los seres humanos en todos los continentes, culturas, religiones e idiomas. Comprender que el desarrollo afectivo es universal y que la gente ama, sufre y teme lo mismo en cualquier parte del mundo. Un niño en mi país (España), en Camboya, en India, en Panamá o en Uruguay necesita lo mismo para desarrollarse plenamente: sentirse seguro y amado. Y en todos los lugares del mundo hay un niño o niña dolorido dentro de muchos adultos con los que trabajo. Aprendí claramente que si no logro que los adultos vean el dolor de su niño interior no podré lograr que eduquen sin violencia a sus hijos e hijas.
—¿Cómo ves la situación de la infancia a lo largo del mundo?
—La vulneración de los derechos de los niños, niñas y adolescentes en el mundo es generalizada y, lo que es más grave, en algunos aspectos normalizada y aceptada socialmente. Algunos ejemplos de esto son el castigo físico o las prácticas tradicionales dañinas, la falta de participación de los niños y niñas en la toma de decisiones que les afectan o en las comunidades en las que viven, entre muchas otras.
— ¿Cómo estamos en relación a tres décadas atrás?
—Es importante no perder la perspectiva de que desde que se firmó la Convención sobre los Derechos del Niño en 1989 se ha mejorado en muchos aspectos, pero sigue siendo el tratado que más consenso ha generado pero también el que ha sido más vulnerado. Los niños, niñas y adolescentes necesitan que los adultos y en general las comunidades en las que viven asuman la responsabilidad moral y jurídica de su protección y desarrollo pleno. El estado de nuestra infancia y juventud no deja de ser una medida de cómo funciona nuestra ética como sociedad.
—¿Cuáles son las claves para mejorar la situación de los niños en diferentes partes del planeta?
—Es una pregunta complicada de responder, pero daré tres claves que me parecen esenciales. Primero, un marco normativo adecuado a nivel nacional y regional que implemente de forma eficaz el marco de los derechos del niño. Segundo, una inversión de recursos humanos y económicos suficiente y no solo desde la perspectiva de inversión en el futuro, sino porque es su derecho en el hoy; son ciudadanos aquí y ahora. Y tercero, mientras no incorporemos temas como el maltrato infantil y los derechos del niño, niña y adolescente en todos los currículos universitarios de las profesiones que van a trabajar con ellos y ellas (psicología, educación, trabajo social, pero también medicina o derecho, entre otras) no podremos detectar y atender adecuadamente a quienes son víctimas de alguna forma de desprotección. No se puede ver aquello que no se está formado para ver.
—¿Qué conoce de Uruguay y su situación? ¿En qué aspectos hay que trabajar para mejorar?
—Uruguay es un país, como muchos otros de la región de Latinoamérica y el Caribe, de contrastes. Por un lado, posee una legislación muy avanzada en algunos aspectos y un sistema de protección bien diseñado, pero necesita que la atención a los niños, niñas y adolescentes sea priorizada a nivel político y social, dotando al sistema de los recursos necesarios. Por otro lado, el país tiene un problema claro de diferencias en la cobertura geográfica de los recursos. No tiene nada que ver los recursos de los que se dispone en Montevideo respecto a las regiones del interior. Y, por último, creo que necesita priorizar el tema de salud mental infanto juvenil, abordándolo de una forma multidisciplinaria que permita una atención a los niños, niñas y adolescentes que vaya más allá de la medicación.
Fuente: https://www.elpais.com.uy/vida-actual/pepa-horno-especialista-infancia-adultos-ven-dolor-nino-interior-educaran-violencia.html
Por: Julio Rogero
La educación del “deber de ser feliz” se asienta en la mirada individualista que promueve el actual capitalismo afectivo de la Nueva Gestión Empresarial para olvidar y ocultar el sufrimiento de las víctimas de este sistema radicalmente injusto.
Son numeras las publicaciones académicas y de divulgación que han situado la meta de la felicidad como una evidente aspiración del deseo de poder vivir dignamente. Aunque con cierta distancia, esta denodada persecución me recuerda a la aspiración a la perfección y a la santidad en la cultura dominada por el pensamiento y la ascética cristiana de otros tiempos. Ahora, en los modelos de vida que se nos proponen, se unen felicidad, éxito, enriquecimiento, poder, tener sin límites y excelencia como anhelos supuestamente compartidos. Y se nos plantea a todos como el gran deber de la vida y su objetivo. Esta consideración de la obligación de ser felices como solución a los problemas humanos, va desde expertos de la llamada psicología positiva a los charlatanes de la autoayuda y todas sus publicaciones. “La felicidad es el trending topic del siglo XXI” (‘El negocio de la felicidad, el fraude del siglo XXI’, José Durán en El Salto, nº 24). Este objetivo está siendo asumido también por instituciones y gobiernos que están pasando de medir el PIB a medir los imaginarios índices de felicidad.
Esta legítima aspiración está siendo utilizada en las más actuales propuestas de los postulados neoliberales del capitalismo afectivo: se trata de que cada uno busque el bienestar individual en su trabajo y por su cuenta, sin tener en consideración los efectos sociales de esa conquista meramente individual. En la emprendedora empresarización de la vida, igual que uno se explota a sí mismo, se ha de vivir en la euforia perpetua asentada en el deber de ser feliz (Brukner, 2001). La sociedad del capitalismo afectivo, que nos describe Alberto Santamaría (2018), utiliza los afectos y las emociones como elementos clave de la adhesión incondicional a las condiciones de vida que se nos imponen, para hacer realidad las servidumbres voluntarias a un sistema que nos roba la vida digna. Nos muestra la necesidad de que vivamos felices individualmente en el trabajo, en la competitividad y en la búsqueda del máximo rendimiento y los mejores resultados, conectando la relación mercantil y los deseos. Nos dice que “las empresas se dan cuenta de que la infelicidad, la depresión, son problemas gravísimos… Por ello lo que la narrativa empresarial nos vende es que el único lugar donde seremos felices es en el trabajo”. Hoy se nos propone ser felices como respuesta a las inclemencias del vivir en la sociedad del rendimiento y la precariedad.
La realidad es que hoy se nos quiere convencer de que todos y cada uno hemos de aspirar a ser felices con los planteamientos de la sociedad neoliberal. Cantidad de charlas, talleres de pensamiento positivo e inteligencia emocional, determinados libros de autoayuda y mindfulness, han divulgado que para ser feliz es suficiente con desearlo, mirando a tu interior y, sin tenerte que relacionar con nadie, cambiando nuestra mente. Pero para aprender a desearlo y sentirlo hay que pagarlo a los profesionales que viven del mercado de la felicidad, sean llamados científicos, psicólogos, coachers o escritores de autoayuda, y serás feliz. Ser feliz es, así, una responsabilidad individual, de forma que la infelicidad también lo es.
¿Qué relación se suele establecer entre felicidad y educación? Hoy tenemos a gala, en muchos ámbitos de la sociedad, que el objetivo de la educación es que nuestros hijos sean felices en la escuela y para ello hemos de crear una escuela feliz. Por lo que vemos, en una parte importante, la escuela y la educación se están contagiando de este imaginario, potenciador de la aspiración a una falsa vida feliz. ¿No es esta la aspiración de las familias clasemedianistas que quieren una educación y una escuela en la que sus criaturas sean felices con sus “mismos” sin contaminarse con los “distintos”? ¿Por qué la escuela se está contagiando del espíritu del capitalismo afectivo, que nos impone el deber de ser felices para un rendimiento y unos resultados que nos hagan más competitivos en el posterior mercado laboral? ¿Es una realidad que la escuela va entrando en el juego del negocio de la felicidad a toda costa?
La obligación de ser feliz en la escuela se está convirtiendo en una obsesión para muchas familias y numeroso profesorado. En la sociedad del rendimiento, basada en la eficacia de los resultados, la lucha por el éxito individual, la comparación competitiva de las evaluaciones y el logro del triunfo sobre los demás son una realidad palpable. Todo esto se propone que en esta escuela ha de hacerse con la alegría de saberse triunfadores, exitosos y felices.
Sin embargo, no podemos olvidar que el respeto a los derechos de la infancia es indispensable para proponer y defender su derecho a ser felices en la escuela y fuera de ella. La educación del “deber de ser feliz” se asienta en la mirada individualista que promueve el actual capitalismo afectivo de la Nueva Gestión Empresarial para olvidar y ocultar el sufrimiento de las víctimas de este sistema radicalmente injusto: de los explotados, los invisibilizados, los olvidados, los superfluos, los humillados, la escoria de la sociedad. También se asienta en los currículos oficiales, que nos llenan de informaciones inútiles y deformadas, que hacen que no comprendamos nunca lo que sucede en el mundo actual, cómo se configura y cuáles son los problemas más acuciantes de la humanidad, porque de esta forma no nos comprometeremos en su posible solución. Se acompaña de la falacia del esfuerzo para el éxito individual y la promesa de un futuro de bienestar económico que nos hará felices porque lo tendremos todo.
Muchos no queremos esa escuela del capitalismo afectivo y de los alienantes tratamientos de la inteligencia emocional y demás engaños. La escuela donde se hace realidad el derecho a ser feliz es la escuela que construye un acercamiento compartido y colectivo a una vida digna. Es donde se asientan los procesos que se pueden acercar a eso que llamamos felicidad, algo que solo es posible si cambia la mirada de los currículos y de la educación desde la perspectiva de la justicia social, de la equidad, del cuidado mutuo, de la atención al más débil. Por eso, creer que podemos ser felices sin más, a través de la competitividad ciega y el individualismo es una de las credulidades que una educación crítica ha de desmontar. Propongo que la escuela renuncie y combata la felicidad que promueve el capitalismo afectivo y que hace necesario que se aprenda a competir y a sobrevivir como zombis creyendo que así encontraremos la felicidad prometida.
¿Dónde queda el sufrimiento de las víctimas de esta sociedad radicalmente injusta en un sistema educativo que pretende la felicidad de los triunfadores y exitosos por encima de todo?. Yo no quiero esa felicidad ingenua y egoísta. Sabemos que la vida es bella y es dura, es alegre y triste, es generosa y ladrona, es placentera y dolorosa, es gratuita y costosa. El acercamiento a la felicidad, también en la escuela, es un camino de infelicidad. No podemos sentirnos felices mientras hay sufrimiento a nuestro alrededor y en nuestro mundo. Podemos aprender, y es uno de los objetivos de una educación humanizada y humanizadora, la infelicidad como camino a transitar en la búsqueda de la felicidad: conocer y experimentar los límites y el misterio de la vida. Sin embargo, el derecho a ser feliz es necesario construirlo también en el aprendizaje de la vida que queremos y podemos vivir juntos.
Cómo cuidar lo que para muchos de nosotros son las verdaderas fuentes del acercamiento a la alegría y a la felicidad de vivir plenamente: la coherencia, el dominio de sí, vencer el miedo, conocerse dialogando con uno mismo, tener en cuenta a los demás y dialogar con ellos para integrarles en nuestro propio ser reconociendo su singularidad, su dolor, su alegría, su crecimiento, su vulnerabilidad y la nuestra, saber que somos naturaleza, amar en la calidez de lo cotidiano sin prejuicio sabiendo de las propias debilidades.
Se trata de ser un poco más felices siendo mejores personas y mejores ciudadanos, de hacer un mundo más justo y más habitable para todos. Describamos el mapa afectivo necesario que posibilite la expresión de la creatividad, las emociones, la imaginación para una educación y una vida más humanizadas. Porque mejorar la educación también es aspirar a la felicidad consciente, sacándola de la indiferencia que significa el desprecio y el olvido del otro, compartiendo las propias limitaciones y las conexiones que nos hacen realmente humanos.
Fuente: https://eldiariodelaeducacion.com/blog/2019/07/03/el-engano-de-educar-para-la-felicidad/
Por: Tiziana Trotta
Renuka Kumari Choudhary y Rakesh Kumar Shah están sentados a la espera de que se celebre su boda. Van vestidos con sus mejores galas, pero no sonríen. Apenas son adolescentes y, afortunadamente, solo se trata de una representación teatral. Los matrimonios tempranos, sin embargo, son una realidad para 765 millones de niños y niñas en todo el mundo. Aunque este problema afecte a una proporción de población femenina mucho mayor que la masculina, los varones también son víctimas de esta práctica. Alrededor de 115 millones de jóvenes y hombres se casaron cuando todavía eran niños, ha alertado este viernes Unicef en la primera estimación documentada sobre los adolescentes varones casados.
Uno de cada cinco de ellos (23 millones) lo hizo antes de cumplir los 15 años, según indica el primer análisis a fondo del Fondo de las Naciones Unidas sobre adolescentes varones casados.
El ugandés Geoffrey Asiku también se casó cuando todavía era un adolescente. Él tenía 17 años y su mujer dos menos. Casos como el suyo aún son frecuentes en distintas áreas geográficas, desde África subsahariana a América Latina y el Caribe, Asia oriental y el Pacífico, según el estudio, que analiza los datos de 82 países.
En números absolutos, Asia meridional es la región con más niños (y niñas) que se casan. Si se mira a la prevalencia, en cambio, América Latina encabeza la clasificación. “No hay datos para Europa, pero hay países como España en los que la ley permite los matrimonios desde los 16, con lo cual hay que seguir vigilantes”, explica Blanca Carazo, responsable de programas internacionales de Unicef España.
En cuanto a países, las mayores tasas se registran en República Centroafricana (28%). Le siguen Nicaragua (19%) y Madagascar (13%).
Las investigaciones sobre varones que se casan antes de los 18 años son aún escasas. Como las niñas, ellos también tienen más probabilidades de contraer matrimonio en la infancia cuando provienen de hogares pobres, viven en zonas rurales y tienen poca o ninguna educación.
“Hasta ahora no se habían hecho estudios sobre los varones porque siempre se han priorizado las niñas, las más afectadas por este problema”, asegura Carazo. Se estima que una de cada cinco mujeres jóvenes de 20 a 24 años se casó antes de cumplir 18 años, mientras que los hombres fueron uno de cada 30.
«Tanto para los niños como para las niñas, el matrimonio constituye una violación de los derechos de la infancia. Las causas, sin embargo, son distintas», sostiene la experta. «Para los niños se trata de un paso precoz a la edad adulta. De repente se encuentran ante la responsabilidad y una presión a la que no están preparados. Ellos se casan a menudo con alguien de su edad, pero las niñas pueden verse involucradas en uniones con personas mayores. Para ellas entra en juego también la cuestión de la dote y la idea de que una mujer no pueda valerse por sí misma y necesita a alguien que la mantenga y le brinde protección».
«El primer paso es poner estas cifras encima de la mesa», indica Carazo. Los diferentes conceptos de lo que es un niño también tienen que ser tomados en cuenta. «Hay que defender la idea de que son niños hasta los 18 y que tengan que aprovechar estos años para su desarrollo, no para sostener cargas familiares».
Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/06/06/planeta_futuro/1559833967_727942.html
Redacción: El País
Fuente: https://elpais.com/elpais/2019/05/08/album/1557314448_744086.html#foto_gal_10
Redacción: Telesur
Cada 16 de abril se conmemora el Día Internacional contra la Esclavitud Infantil en homenaje del asesinato de Iqbal Masih, un niño pakistaní quien a la edad de 4 años comenzó a trabajar y fue privado de su libertad.
Todos los niños del mundo, sin excepción, tienen derecho a una vida saludable, educación de calidad y estar protegidos contra todo tipo de abuso y violencia.
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No importa donde hayan nacido, cual de su color de piel, condición económica o sexual, todos los niños tienen los mismos derechos.
No obstante, esta realidad no se cumple ya que se estima que al menos 400 millones de menores en todo el mundo son esclavos, de los cuales 168 millones trabajan y 85 millones de ellos lo hacen en condiciones peligrosas.
Esta situación está a la alza en todo el mundo, y se debe a la complicidad o pasividad de los gobiernos, a conflictos armados u olas migratorias que ponen a los niños en condición de vulnerabilidad.
Los países en los que más predomina este flagelo son Eritrea, Somalia, República Democrática del Congo, Myanmar, Sudán, Afganistán, Pakistán y Zimbaue.
La violencia es el constante telón de fondo de la vida de sus habitantes, razón por la que los niños se ven particularmente afectados por el desplazamiento, el reclutamiento por parte de grupos armados y la crisis alimentaria.
Además, el alto costo de la educación hace que los padres decidan forzar a los menores a pasar el día en depósitos minerales, buscando grava o cobre con el fin de generar ingresos.
Considerado uno de los países más pobres en el mundo, el país vive un conflicto armado. Uno de cada dos niños somalíes se ve obligado a trabajar para satisfacer sus necesidades y las de su familia.
En Somalia, el trabajo infantil suele consistir en la realización de las tareas del hogar o en la ayuda en alguna empresa familiar.
Este país asiático por razones más culturales, donde la mujer no trabaja fuera de casa, los niños son obligados a trabajar como vendedores ambulantes, portadores de agua, recolectores de cartón, limpia botas, ayudantes de taxistas, empleados del hogar o auxiliares dependientes de comercio.
En estos países mencionado muestran la triste realidad contra los infantes por lo que es necesario que el mundo entero tome acciones para erradicar la situación, ya que muchos de los niños sufren consecuencias físicas y psicológicas que perdurarán de por vida y que representan un peligro para su bienestar.
Fuente: https://www.telesurtv.net/news/dia-internacional-contra-esclavitud-infantil–20190416-0016.html
Redacción: La Vanguardia
Moïse Hangi les saluda uno a uno, estrechando sus manos sucias con la suavidad y la determinación de quien ha sido uno de ellos y sabe cómo escucharles. A su alrededor, en una callejuela del mercado de Katindo, en Goma, una de las principales ciudades en el este de República Democrática de Congo, se arremolina una decena de niños de la calle. La mayoría no lleva zapatos y tiene la ropa rota. Uno de los chicos oculta una botella de pegamento Patex en una bolsa de plástico y esnifa los vapores que emanan del envase. Moïse, de 16 años, ni se inmuta: “¿Qué necesitáis? ¿Por qué estáis así?”, les suelta a bocajarro.
Pocos meses después, se convirtió en miembro del Parlamento de los Niños de Congo. La organización, fundada por y para niños en el año 2001, es un organismo local gestionado exclusivamente por menores de edad congoleses con el objetivo de difundir y defender los derechos de la infancia. “Estamos hartos de la violencia. La guerra en Congo afecta mucho a los niños, que sufren abusos y ven cómo derechos como la educación o dormir bajo un techo son sistemáticamente violados. Intentamos cambiar eso”, explica Moïse. No son sólo buenas intenciones.
“La guerra en Congo afecta mucho a los niños, que sufren muchos abusos”, dice Moïse
El parlamento, formado por una asamblea de 16 representantes y un alto consejo con funciones de orientadores-consultores, constituido por antiguos niños parlamentarios que ya han cumplido los 18 años, se reúne cada miércoles en un edificio color crema de la ciudad para debatir problemáticas que afectan a la infancia congolesa. Cada trimestre, se suman cuatro comisiones de 50 niños cada una para tratar medidas concretas en campos como la educación, la sanidad, la conservación o la cultura. Antes de la reunión hay una máxima inexcusable: todos los niños-parlamentarios han tenido que patear las calles para determinar las necesidades.
“Visitamos campos de refugiados, hablamos con los niños sin hogar, vamos a orfanatos u hospitales o hacemos de intermediarios con niños soldado que han escapado de sus grupos rebeldes”. En un país donde el gobierno es ineficaz y deja de lado a gran parte de la población, el parlamento infantil es un salvavidas para los más desfavorecidos.
El miércoles por la tarde, la casa donde se celebra el Parlamento parece un punto de reunión adolescente como cualquier otro. Chicos vestidos con el uniforme escolar charlan, y un poco más allá tres chicas miran divertidas un vídeo musical en la pantalla de un móvil. El parlamento está a punto de comenzar. Cuando dan la señal, entran en la sala Soweto y todos se disponen alrededor de una mesa en forma de U, en una sala con un viejo piano en el fondo.
Todos los parlamentarios se reúnen en su tiempo libre, sin recibir dinero por participar, y ponen pasión a sus intervenciones. Después de cada discurso, se aplaude a rabiar. Dirige la reunión una chica menuda, de voz aflautada, pero con maneras de líder. Es Vanessa Kilanaji, presidenta del parlamento desde el 2017. “Es una escuela de democracia. No sólo debatimos, trabajamos para que quienes tienen poder de decisión cumplan con sus obligaciones. Hasta donde se pueda”. Además de organizar campamentos para niños pobres, recoger ropa para quienes viven en la calle o vincular a niños soldado con organizaciones de apoyo como Save the Children o Unicef, han conseguido establecer un número de teléfono gratuito para reportar violencia contra la infancia. Kilanaji, que quiere ser juez y acaba de cumplir 18 años, también subraya el valor formativo del Parlamento. “Los niños que vienen aquí son los líderes del futuro, pero aquí no sólo trabajan su proyecto personal. Si estás aquí es porque quieres ayudar a los demás”.
Fuente: https://www.lavanguardia.com/internacional/20190318/461083283153/congo-republica-democratica-del-congo-parlamento-de-los-ninos-del-congo.html