Blanca Heredia
En términos de pensar un mejor país, concentrarse en lo ideal suele ganarle la partida a enfocarse en lo posible. Se entiende. Lo ideal es más bonito que lo posible.
Sin demérito alguno a la búsqueda de lo más exigente y perfecto como motor de cambio, hay que decir que éste ofrece, frente al posibilismo, ventajas adicionales. Permite, entre otras cosas, evitar tener que lidiar, negociar y ensuciarse con el mugroso mundo real. Con ese mundo nuestro de todos los días en el que un número minúsculo de empresas y empresarios dominan la mayor parte de la economía, y hacen y deshacen a su antojo porque tienen los dineros y los conectes para defender y avanzar sus intereses en todos los niveles y ramas del gobierno. Con esa realidad cotidiana en la que las fronteras entre el crimen organizado (el hijo sicario) y el no crimen (la mamá que trabaja de cajera en Walmart) son cada vez más porosas y fluidas. Con ese orden político y social precario en el que conviven los líderes sindicales que organizan la obediencia de los pocos integrantes de las clases trabajadores formales que quedan a cambio de cuantiosos privilegios, las organizaciones criminales que controlan porciones crecientes del territorio del país y producen formidables cantidades de cash que sirven para aceitar los engranes de una economía que crece poco y excluye a las mayorías, y los operadores de las vastas redes clientelares que le dan gobernabilidad al país en la práctica y movilizan apoyos y votos para los políticos interesados en permanecer o acceder a los resortes y las palancas del gobierno.
¿Es presentable todo esto en público? ¿Es bonito? ¿Dan ganas de ocuparse de ello? Respuesta: NO.
Reitero, se entiende perfectamente que muchos de los expertos, activistas y pensadores interesados en pugnar por un México próspero, justo y democrático se aboquen a plantear objetivos grandes y encomiables, y a proponer como medio para alcanzarlas leyes y estrategias de política pública inspiradas en los más altos estándares internacionales. Resulta también muy comprensible el que este grupo (llamémosle el grupo ‘Dinamarca’ dada su propensión a buscar en países como ese sus ideales y referentes centrales) tienda a preferir no ocuparse mucho de las restricciones y las (siempre limitadas y, con frecuencia costosas) oportunidades de mejora que ofrece nuestra realidad concreta.
Si bien el grupo Dinamarca contribuye a elevar expectativas y generar nuevos contextos de exigencia (por ejemplo, en temas de corrupción y derechos humanos), conviene reconocer que, desafortunadamente y con frecuencia, sus afanes terminan produciendo leyes incumplibles o diseños institucionales inoperantes que le aportan a nuestro sistema político profundo (ese cuya piedra angular es la aplicación selectiva de la ley) nuevas oportunidades para que los que lo controlan puedan seguir repartiendo discrecionalmente protección y privilegios a sus amigos, aliados y partidarios.
Para salir del atasco y avanzar hacia un país en el que, por ejemplo, el salario mínimo alcance para lo básico, la inseguridad no sea un problema tan acuciante, una enfermedad seria en la familia no implique la bancarrota patrimonial, y un joven pobre y muy listo no tenga como única opción si quiere avanzar en la vida sumarse a las filas del crimen organizado, requerimos metas deseables e imposibles, pero también necesitamos arremangarnos y ver cómo le hacemos para armar estrategias viables y factibles para ir mejorando las cosas a lo seguro (aunque sea gradualmente).
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