Por: Nerissa Aguilera Arteaga
Sin claridad estratégica sobre la investigación y el desarrollo de la tecnociencia, los países que aspiramos a ver nuestra independencia consolidada, no alcanzaremos a asumir plenamente el control de nuestras economías y de nuestras vidas. La importancia que cobra hoy día el espacio virtual, de las redes y el mundo interconectado está plagado de realidades paradojales y amplias brechas de desigualdad, pues la globalización del capitalismo informacional -como lo ha llamado Castells- pese a los colosales esfuerzos y conquistas que han obtenido los gobiernos progresistas y los pueblos que resisten, amenaza con la extinción de todas las formas de vida en el planeta. A esto, el lenguaje de la “posverdad” lo ha llamado progreso, avances y ajustes, siendo el capitalismo y la mercantilización de la vida expresiones obscenas del cinismo político y la explotación económica más atroz. La tecnociencia puede que sea su aliada, pero también puede ser la nuestra, para fines completamente distintos. Veamos.
A la luz de los recorridos históricos en nuestro mundo, aún hay demasiados datos relevantes sobre los orígenes y procesos de las innovaciones tecnológicas, no obstante, para nuestro análisis puntual, sólo señalaremos que la tecnología a lo largo de la historia ha propiciado autenticas revoluciones y cambios epocales, y que la capacidad de dominar la tecnología define en buena medida el destino y la capacidad de las sociedades de transformarse. Podemos constatarlo en las revoluciones industriales del siglo XIX y el siglo XX, ésta última producida a partir de la convergencia digital.
La transformación de nuestras vidas probablemente nunca observó tantos cambios en tan cortos períodos, la aceleración del tiempo y los cambios de hábitos están marcados por la vertiginosa presencia y uso de los dispositivos que nos mantienen interconectados, estas constituyen la aldea global de MacLuhan, aunque todavía existan en el mundo más de 1100 millones de personas sin acceso a agua potable o el doble de esa cifra a saneamiento básico. Las expresiones de los fundamentalismos en nuestro mundo contemporáneo, puede que quieran persuadirnos de la implacabilidad del Dios bit, pero las mujeres y las niñas o las personas con algún tipo de discapacidad, conocemos perfectamente los efectos liberadores y la relativa autonomía que el uso de las tecnologías pueden brindarnos.
La primera ley de Kranzberg dice: “La tecnología no es buena ni mala, ni tampoco neutral”. Si existe algún desafío actual y muy vigente para nuestro tema del manejo y uso de las ingentes cantidades de información y datos a través de la internet, es tratar de superar la polarización entre la tecnofília y tecnofobia, el determinismo tecnológico, los espejismos de un poder ilimitado de las redes. Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley nos confronta con un debate que sigue siendo perturbador para la humanidad: la creación y destrucción de la vida y la moral científica. La humanidad ha tenido que lidiar con estos dilemas a lo largo de los siglos, pero el debate se reedita ante cada innovación, cada nuevo hallazgo de la tecnociencia.
La Big Data, luego de varios años de investigaciones y desarrollos, es protagonista de la data mining y el hijo más aventajado del capitalismo informacional, gracias a sus capacidades predictivas. ¿Qué ventajas te da predecir la próxima sequía, o la más cercana hambruna o el próximo tsunami geólogico y financiero? El riesgo más grande, nos decía Shelley con su metáfora prometeica, es vivir en un mundo sin Dios. Los fundamentalismos políticos y tecnocientíficos, en parte, le dan la razón. La israelí Kira Radinski, llamada el oráculo de internet por su desarrollo pionero sobre estas ciencias predictivas, ha puesto su conocimiento a favor de los intereses israelíes y el capitalismo informacional, en un mundo de libre competencia donde el Dios mercado manda sin competencia, pero no exento de profundos cuestionamientos y resistencias.
La geopolítica de la Big Data, o las cataratas de información podemos entenderla claramente cuando el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, hace pública la idea de creación del Consejo Nacional de Ciberdefensa, en el contexto de la guerra no convencional o guerras de 5ta generación que vivimos ahora mismo en nuestro convulsionado planeta, cuando la política y la diplomacia de los cañones también migran hacia el ciberespacio y la violencia estructural implícita en esta etapa superior del capitalismo y el imperialismo, amplía abismalmente las grandes brechas de desigualdad.
La tecnociencia, su desarrollo y el uso que hagamos de ella requiere planificación, inversión y gestión, tal y como lo proponemos en los documentos de constitución del primer Consejo Nacional de Ciberseguridad y Ciberdefensa. El Plan Nacional de Ciberseguridad es un esfuerzo conjunto y articulado de las políticas de soberanía que llevamos adelante desde el Ministerio de Educación Universitaria, Ciencia y Tecnología y los diversos entes que rigen la materia tal como lo establece la Ley de Infogobierno. Los instrumentos jurídicos y la nueva arquitectura institucional propuesta desde hace más de 16 años, es una visión compleja -por lo multidimensional- y nutrida del trabajo colectivo de la comunidad de Software Libre y de otros muchos colectivos e individualidades como investigadores, investigadoras y científicos con una visión crítica de la innovación tecnológica, que vienen produciendo conocimientos a partir de una visión fértil que abona al proyecto de país vigente y plasmado en nuestra Carta Magna, de forma democrática, inclusiva, participativa y protagónica, junto al Poder Popular, o en palabras de Nazoa, junto a los poderes creadores del pueblo, barrios adentro, en campo y ciudad o adonde quiera que la Canaimita llegue.
Asimismo, el Plan de Protección a la Infancia en Línea, enmarcado dentro de las políticas públicas que se están ocupando de los temas y conflictos existentes en nuestra realidad actual, dan cuenta de estos esfuerzos que claman por la planificación y la inversión estratégica, una visión realista que se plante ante los fatalismos de la geopolítica de la Big Data que pretende imponer la lógica belicista y de dominación imperial.
¿Acaso no serían aplicaciones útiles de Big Data aquellas que estén dirigidas a optimizar los recursos que el Estado emplea y destina para garantizar los servicios que presta al pueblo? o ¿aquellas que permitan reducir los riesgos e incrementar la producción en la agricultura de precisión?. Otro uso estratégico de la técnica Big Data podría ser el análisis de logs de los sistemas informáticos para generar una gran base de datos con patrones que «graben la huella» de los comportamientos sospechosos en la Red e Internet como posibles conductas de ciberataques y amenazas a los sistemas del Poder Público, estos patrones permitirían monitorear en tiempo real y visualizar gráficamente, las actividades de acceso a los sistemas informáticos y detectarlos de forma anticipada para prevenir posibles daños a los servicios y a las infraestructutras críticas informáticas del sector público.
No podemos temerle a las pesadillas de la ciencia, ni podemos “apenas” hacer una lista de argumentos técnicos, si éstos no están enmarcados dentro de una política de soberanía, acompañadas de una planificación y una gestión de políticas públicas coherentes que impulsen de forma estructurada y permanentemente los temas de investigación y desarrollo. Antes, todas y todos debemos en un acto de imprescindible lucidez, hacernos conscientes de que el androcentrismo no es “natural”, despojarnos de la “fe” en el carácter progresista de la racionalidad científica, porque existen otras epistemologías, otras formas de construir conocimiento, darle paso a la innovación moral, política y económica más radical que hayamos protagonizado, esto sería un salto cualitativo para plantarle cara a la necesaria respuesta política que nos demanda este momento histórico.
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