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La naturaleza a la escuela o viceversa; pero algo habrá que hacer

Por: Carmelo Marcén

La educación reglada debe ser en buena parte un contexto de naturaleza en donde se representen pasajes de vida real.

Cada vez son más los niños y niñas que viven todo el año en un entorno totalmente urbano, tanto que el contacto con la naturaleza se está reduciendo al mínimo. La ven un poco en parques y jardines, domesticada, o por la televisión; a veces tienen la suerte de que en su escuela se la muestren. La naturaleza vivida es biodiversidad múltiple, diferente según dónde y cómo, lugar donde aprenden muchas cosas que ayudan a crecer personalmente, rica en afectos si se sabe sentir, y también escenario con alguna incógnita. Por eso, la educación reglada debe ser en buena parte un contexto de naturaleza en donde se representen pasajes de vida real.

No pretendemos crear escuelas al estilo del Emilio de Rousseau ni atiborrar cada día a los estudiantes con capítulos de National Geographic –por cierto, no dejen de ver Planeta Tierra y Planeta azul con David Attenborough en la BBC– pero, al menos, sugerimos que la naturaleza tome presencia activa en la escuela o, mejor, que la escuela salga de vez en cuando a la naturaleza. Lo tiene más fácil el alumnado del medio rural pero, incluso, este ha sucumbido al influjo de las pantallas electrónicas y es raro que salga de su clase al campo a observar, hacerse preguntas, sentir el influjo del viento y los colores, escuchar los sonidos de los pájaros o, simplemente, dejarse llevar por el conjunto y sentir emociones.

Estar en contacto con la naturaleza es obligado en un sistema escolar que tiene –desde los primeros cursos de primaria hasta secundaria– una materia que se llama Ciencias de la naturaleza o Biología. Hay que salir a buscarla para que lo abstracto aprendido se vuelva concreto vivido. Quizás una buena parte del profesorado “teme” salir del aula por los problemas de logística que se crean, por las responsabilidades que lleva consigo. Convendría buscar la forma de limitar estos inconvenientes y adentrarse en el mundo vivo y desconocido. Se puede empezar a experimentar visitando un enclave próximo al centro, un parque serviría, para encontrar el aliciente emocional, para escuchar a la vida y obrar en consecuencia; así evitaríamos que nos suceda como a Víctor Hugo, a quien embargó la tristeza por la pérdida de interrelación entre personas y naturaleza. A la vez, lograríamos admirar la belleza del verde que da paso a la hermosura, como le sucedió a Calderón de la Barca.

En tiempos se practicaba la educación al aire libre, se conectaba a menudo con la biodiversidad, pero se desvanecieron una parte de aquellos vínculos tradicionales. Seguro que entonces se estaba más a salvo de lo que Richard Louv –autor entre otros de libros como El último niño en el bosque o El principio de la naturaleza– llama “el trastorno por déficit de naturaleza”, la pérdida de comunicación de los urbanitas con ella, con el conjunto de seres vivos. Lo contrario ayudaría a fomentar la creatividad y la salud, a pasar de la toma de conciencia a la acción personal y colectiva. Habrá que escuchar con atención lo que dice Heike Freire. Defiende acercar a los niños al medio natural –fomentar el razonamiento y la capacidad de observación– para mejorar el desarrollo cognitivo y disminuir los impactos por estrés, además de desarrollar otras habilidades como la sociabilidad. Asegura que este contacto necesita un enfoque más ecológico por parte de las escuelas, rediseñando los patios escolares para que sean lugares verdes, así como transmitir en las clases respeto y compromiso por el planeta. De todo ello habla en http://educarenverde.blogspot.com/, y en el libro que, con el título Educación en verde, editó Graò. Practicar el descubrimiento guiado al principio para no perderse detalles poco visibles dará paso a la búsqueda particular de referentes que ayuden a asumir acciones, a implicarse más en el cuidado del entorno. En cierta manera, por caminos similares transita la educación en el desarrollo sostenible (EDS) algo urgente si queremos hacer la necesaria transición ecológica y social. ¡Hay que educar en verde! Ya hay movimientos de este estilo en marcha en varios países. Dense una vuelta por Children & Nature para conocer más detalles de esta apuesta educativa.

Atentos a la nueva serie Nuestro planeta que Netflix estrenará el 5 de abril de la mano de David Attenborough, a quien en este artículo queremos hacer un reconocimiento especial por sus 50 años de dedicación a la divulgación de la educación –observación y acción formativa y positiva– en el medio natural; con su imágenes pasamos horas y horas viendo crecer a plantas y animales, a seres de otros reinos. Su palabra y su forma de contar las cosas seguro que atraen a jóvenes y adultos.

En este asunto, madres y padres tienen mucho que decir. Practicar las relaciones con el mundo natural, aunque sea en el fin de semana, es más educativo y vivencial que pasar la tarde en un gran centro comercial. Mejor todavía si varias familias se unen y transitan por recorridos o enclaves naturales que cuentan con proyectos pedagógicos, tipo espacios protegidos, que tanto han proliferado en la mayor parte de los territorios y países. Esas vivencias permiten la interconexión con mundos nuevos a la vez que se aprende –de forma lúdica, emocional y compartida– la asignatura vital que es el mundo silvestre. Si no pueden salir, vean en familia las películas que aquí recomendamos, comenten lo que sienten y disfruten descubriendo los tesoros que encierra el medio natural. Al final, de lo que se trata es de compartir pensamientos, de experimentar recorridos hacia una conciencia ecológica; quizás esta llegue a convertirse en una forma personal de ser y estar en el mundo.

Fuente e imagen: http://eldiariodelaeducacion.com/ecoescuela-abierta/2019/03/01/la-naturaleza-a-la-escuela-o-viceversa-pero-algo-habra-que-hacer/

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Un viaje a las Galápagos en busca de conocimiento y aventura tras los pasos de Darwin

Por: Carmelo Marcén Albero

Hacer un viaje virtual, vía Internet, a las Galápagos, puede ser un buen enganche para el alumnado, para hablar del currículo. También para tratar temas como el turismo y su impacto en el medio ambiente.

Siempre me han atraído esas islas, desde chico; será por el nombre tan llamativo que tienen, porque no es normal llamar a una isla como un animal. Por eso en mis años de escuela me entretenía en buscar las de este estilo en los topónimos. Así encontré las caribeñas Caimán, Anguila, Alcatraz y Tortuga –después he sabido que hay otra Tortuga costarricense en el Pacífico–, y así otras más.

La maestra decía que el archipiélago de las Galápagos estaba situado en las proximidades del Ecuador; otro misterio para los primerizos estudiantes de la geografía. Nuestra comprensión se limitaba a imaginar una línea (o algo) tan grande que dividía el Planeta en dos mitades similares, que luego comprobábamos que no se parecían del todo. Buscábamos su ubicación en el Atlas universal –ese compendio de mapas al que habría que haber hecho un reconocimiento universal por su aportación a la cultura– pues Internet tardó muchos años en llegar a nuestras vidas. En los mapas esas islas quedaban todas muy lejos, casi imperceptibles, incluso algunas no estaban recogidas, lo cual nos hacía dudar de la relevancia que daba la maestra a las Galápagos.

El nombre de las islas sugería que estarían llenas de los animales de esas especies; pero descubrimos que no todas, pues alguna se identificaba por su forma. Sí que lo debían ser las que se apellidaban tortugas (esos seres graciosos y a la vez feos, que marchan tan despacio que dieron nombre a la gente lenta y nos servían de mofa comparativa tanto en los deportes como en las tareas escolares). Siempre he visto a las tortugas como habitantes de épocas remotas, esos en los que el tiempo se mide por miles de años. No resulta fácil entender cómo han podido sobrevivir tras los avatares que el planeta ha sufrido, con desplazamientos de los continentes incluidos; palabras casi textuales de la maestra. Seguramente ella estaría hechizada, como nos sucedió a nosotros, por los viajes de Darwin a bordo del Beagle.

Su llegada en 1835 al archipiélago de las Galápagos –quedó muy impresionado de su fauna y flora a pesar de que había descubierto nuevos mundos naturales pasando por Montevideo, la Patagonia, la Tierra de Fuego o Valparaíso, además de Callao– supuso un vuelco en el estudio de la evolución de la vida en el planeta. Se quedó asombrado de los pinzones, que en todas las islas visitadas eran muy similares y a la vez en cada una tenían un pico diferente, lo que parecía una adaptación evolutiva. Unos años más tarde, 1859, vendría la publicación de El origen de las especies. De mayor, ya en la universidad, me enteré de que había una isla volcánica del archipiélago que se llamaba Darwin y de que lo que Darwin intuyó en los pinzones era cosa de los genes –en este caso el ALX1– y de que si había emprendido semejante viaje se debía a los libros que había leído de Alexander von Humboldt, el gran naturalista hasta ahora poco reconocido.

Foto: Pixabay

La llegada de las nuevas tecnologías a los centros escolares ha abierto el mundo de lo lejano, de lo desconocido y diferente. Hemos sabido por National Geographic –sus documentales enseñan mucho– que puede haber por allí alguna tortuga que se movía lentamente cuando estuvo Darwin; llegan a vivir 100 años y se sabe de una que resistió hasta los 152. Normal que algunas alcancen los 250 kilos. Ahora deben quedar en el archipiélago unas 15.000, dicen que unas 100.000 serían diezmadas por piratas, balleneros y mercaderes en los siglos pasados. También han sufrido la presión de animales foráneos que se las comen, o a sus huevos y pastos. Además, el entorno de las islas no solo es rico en galápagos sino que cuenta con unas 900 especies vegetales –unas 250 son endémicas– entre las que caben resaltar los manglares y las halofitas; también llaman la atención las iguanas y focas, los cormoranes y piqueros.

Apetece ver esa expresión de diversidad, generada por la despensa que procuran las aguas frías de la corriente de Humboldt. Los maestros sabemos que a poco que motivemos a los alumnos estos se lanzan a conocer espacios y seres diferentes, lo cual tanto ayuda en los recorridos escolares; la aventura es uno de los ingredientes básicos del desarrollo de niños y adolescentes, como le sucedió a Robinson Crusoe no muy lejos de allí.

Nunca hemos visitado realmente las islas, que fueron declaradas por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 1978. Leo en las noticias de Ecuador que hay mucha gente que sí lo hace, tanta –la web del parque se dice que tuvo unos 225.000 visitantes en 2015, casi un 70% extranjeros, de ellos un 1% españoles, con un ritmo de crecimiento sostenido– que a la vez que beneficia a la economía local y está poniendo en peligro la supervivencia de la biodiversidad por la presión que ejerce, por la generación de basuras, por el impacto de las aguas residuales en la variada vida del entorno acuático. Además, el área del pre parque o ciudades como Puerto Ayora crecen tanto que son un riesgo para el conjunto del ecosistema tierra-agua-aire de las Galápagos.

Eso me da pie para trabajar con mis alumnos lo del turismo sostenible, que hablemos sobre los turistas que aterrizan en otros enclaves frágiles como el Parque Nacional de Ordesa en España, en el Parque Nacional de Tortuguero en Costa Rica –hice una visita científica hace unos 15 años y el turismo todavía lo respetaba–. Los parques nacionales o naturales de Centro y Sudamérica son cofres que hay que guardar: atesoran naturaleza, protegen el medio ambiente global como ningún otro enclave y pueden aportar riqueza económica; son un buen destino en busca de aventura y conocimiento. Esta experiencia virtual nos ha enseñado que los beneficios de los parques nacionales americanos llegan a todo el mundo, también a España; por eso hemos quedado en informarnos –escribiremos a una escuela de allíc antes de viajar un sitio de estos, y si se confirma que lo hace mucha gente, no iremos.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/ecoescuela-abierta/2018/04/05/un-viaje-a-las-galapagos-en-busca-de-conocimiento-y-aventura-tras-los-pasos-de-darwin/

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Transitar los bosques a través de la literatura

Por: Carmelo Marcén

Apetece una lectura socioecológica de los bosques en su Día Internacional, pero de la mano de Thoreau y Daudet

Se acercaba el 21 de marzo, Día Internacional de los Bosques. A una profesora de mi instituto de Secundaria, harta de explicarlos mediante aspectos morfológicos y clasificaciones espaciales, se le ocurrió celebrarlo leyendo un par de libros. Quería acercar a sus chicos y chicas la idea de que los bosques son el resultado de los tiempos construidos en interacción entre las condiciones ambientales y la apropiación social. Buscaba que entendiesen los bosques en clave de sostenibilidad porque notaba que buena parte del alumnado mira este asunto y lo ve complejo; aprecia los contenidos ambientales como cerrados y estáticos, quizás porque en las clases de Conocimiento del medio y Ciencias naturales así se estudian. La maestra empleaba a veces la imaginación literaria para abrir los compartimientos estancos escolares. En ese momento, la literatura se convierte en un espacio abierto de reflexión participativa, crítica y motivadora, que nunca se llena.

La vida, en cierta manera, se asemeja a un bosque: cantidad de seres vivos en interacción constante entre ellos y con el medio físico. Han pasado más de 150 años, desde que dos autores nos dejaron descritos unos bosques singulares. Estaban desprovistos de la carga conceptual con la que tradicionalmente son vistos en la enseñanza tradicional. Tampoco mostraban el halo de peligro -cargados de gente mala, niños y doncellas atropellados y con una instructiva moraleja- que les dieron los cuentos infantiles que de ellos hablan, del estilo de Caperucita Roja o Pulgarcito, que Perrault o los hermanos Grimm lanzaron a la cultura occidental.

En 1854 Henry D. Thoreau publicaba Walden. La vida en los bosques, en donde exaltaba el valor de la naturaleza y la necesidad de salvarla de la explotación. Quería demostrar que la vida en ella está sometida a la libertad impuesta por la convivencia del escenario, ajena a los avatares de la sociedad que cuando el autor vivió se industrializaba. Recordaba en su libro que la naturaleza marca sus reglas, sus castigos y recompensas para que cada cual trace su camino. Nos proponía adentrarnos en los bosques si queremos vivir deliberadamente. Por ellos habremos de enfrentarnos solos a los hechos de la vida y ver si de estos se puede aprender al menos una parte mínima de lo que nos pueden enseñar. Advertía de que hay momentos en que toda la ansiedad y el esfuerzo acumulados personalmente se sosiegan en la infinita indolencia y reposo de la naturaleza, acaso escuchando la vida salvaje.

En sus bosques de cerca de Boston, Thoreau unía conocimiento y poesía, ciencia e imaginación, lo particular y lo global; mezclaba lo objetivo con lo maravilloso, allí encontró armonía en la diversidad como le ocurrió a Humboldt en las selvas amazónicas. Además, el americano nos dejó en su vida frases memorables que traían pensamientos profundos, de plena actualidad para el debate social. Ahí va uno en forma de propuesta global: la vida ciudadana son millones de seres viviendo juntos en soledad, quizás porque no encuentran un planeta saludable donde instalar su casa. O cuando afirmaba que buscaba la totalidad del bosque, lleno de conexiones, correlaciones y detalles, apreciables en un conocimiento basado en la experiencia de los sentidos, al estilo de lo que proponía el filósofo John Locke. ¡Qué cosas para entonces! Han pasado años y años pero seguimos atascados en la noble tarea de apuntalar el mañana en clave de sostenibilidad, usando una parte de la paciencia natural, acaso escuchando en la vida y en la escuela los lenguajes no escritos como pueden ser los sonidos del bosque, o de los campos abiertos cobijados por el inmenso cielo.

Allá por 1873 se publicaba Wood’stown. Alphonse Daudet habla en este cuento fantástico de una ciudad hecha por los hombres en un espacio natural sorprendentemente bello a la orilla del río Rojo. Los hombres lo explanaron y construyeron su ciudad y su puerto con madera robada al bosque cercano, que tenía un poder regenerador inaudito, que solo pudieron detener provocando incendios. La ciudad de madera, Wood’stown, lucía un insolente esplendor. Un comienzo de verano, en represalia, el bosque-ciudad reverdeció y recuperó el espacio perdido, llevándose por delante todas las edificaciones. Ni rastro quedó de la ciudad, ni de techos, ni de muros.

Estos dos libros antiguos merecen un lugar en una biblioteca escolar. De su lectura puede partir un debate, imprescindible en un mundo acuciado por problemas ambientales, sobre la naturaleza y nuestro papel en ella, que resultaría aprovechable en varias materias y cursos; incluso valdría para hablar del pasado, presente y futuro.

Decía Niezstche que “aun el hombre más razonable tiene necesidad de volver a la naturaleza, es decir, a su relación natural ilógica con todas las cosas”. Hagamos de la naturaleza -muy antropizada, siempre compleja y sujeta a múltiples perspectivas- un eje permanente en nuestras clases. Podemos leer las crónicas de Humboldt sobre sus viajes por América para entender el papel de los bosques y ver cómo anticipaba en 1800 el cambio climático.

Reflexionemos sobre lo que dice mientras suena en nuestros oídos y escuchamos con deleite en nuestro pensamiento la apuesta de Wangari Maathai, la keniata Premio Nobel de la Paz 2004, de que: “La naturaleza une las culturas del mundo”. Por ahí puede ir el futuro compartido, que en cierta forma transita por los bosques de Thoreau y Daudet, como lo hacía el más reciente, pero ya antiguo, El hombre que plantaba árboles de Jean Giono, que debemos invitar a chicos y chicas a que lo lean; también lo tienen en imágenes en YouTube. La biblioteca escolar, real o virtual, es un escenario pleno de naturaleza y vida sostenible. Habrá que adentrarse en ella, en el bosque socioecológico todavía por descubrir.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/ecoescuela-abierta/2018/03/15/transitar-los-bosques-a-traves-de-la-literatura/

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Beneficios de crecer en vecindarios verdes sobre el desarrollo del cerebro

Europa/España/agenciasinc.es/

Los espacios verdes durante la infancia se asocian con cambios estructurales beneficiosos en la anatomía del cerebro. Así concluye un estudio realizado en Cataluña, que muestra por primera vez cómo la exposición prolongada al verdor se relaciona positivamente con el volumen de materia blanca y gris.

Los niños y niñas que se han criado en hogares rodeados de más espacios verdes tienden a presentar mayores volúmenes de materia blanca y gris en ciertas áreas de su cerebro. Esas diferencias anatómicas están a su vez asociadas con efectos beneficiosos sobre la función cognitiva.

Esta es la principal conclusión de un estudio publicado en Environment Health Perspectives y liderado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), centro impulsado por la Fundación Bancaria ”la Caixa”, en colaboración con el Hospital del Mar y la UCLA Fielding School de Salud Pública (UCLA FSPH).

El estudio se realizó en una subcohorte de 253 escolares del proyecto BREATHE en Barcelona. La exposición a lo largo de la vida a espacios verdes en la zona residencial se estimó utilizando imágenes vía satélite de todas las direcciones de los participantes desde su nacimiento hasta el momento del estudio. La anatomía del cerebro se examinó por medio de imágenes por resonancia magnética tridimensional (IRM) de alta resolución. La memoria de trabajo y la falta de atención se evaluaron con tests por ordenador.

Los volúmenes máximos de materia blanca y gris en las regiones asociadas con la exposición a espacios verdes predijeron mejor memoria de trabajo y menor falta de atención

“Este es el primer estudio que evalúa la asociación entre la exposición a largo plazo a los espacios verdes y la estructura del cerebro”, afirma Payam Dadvand, investigador de ISGlobal y autor principal del estudio. “Nuestros hallazgos sugieren que la exposición a espacios verdes de manera temprana en la vida podría resultar en cambios estructurales beneficiosos en el cerebro”, agrega.

El análisis de datos mostró que la exposición prolongada al verdor se asoció positivamente con el volumen de materia blanca y gris en algunas partes del cerebro, las cuales se superpusieron parcialmente con las asociadas con puntuaciones más altas en las pruebas cognitivas.

Además, los volúmenes máximos de materia blanca y gris en las regiones asociadas con la exposición a los espacios verdes predijeron una mejor memoria de trabajo y una menor falta de atención, que se encuentran entre las funciones cognitivas más importantes.

Se considera que el contacto con la naturaleza es esencial para el desarrollo del cerebro en los niños. Un estudio previo del proyecto BREATHE con 2.593 escolares de entre 7 y 10 años mostró que a lo largo de los 12 meses de duración del estudio los escolares de centros con mayor espacio verde al aire libre tuvieron mayor incremento en la memoria de trabajo y mayor reducción en la falta de atención que aquellos que asistían a colegios con menos verdor.

Biofilia: el vínculo entre humanos y naturaleza

La hipótesis de la biofilia sugiere que existe un vínculo evolutivo de los humanos con la naturaleza. En consecuencia, se argumenta que los espacios verdes proporcionan a los niños oportunidades de restauración psicológica y estimulan ejercicios importantes como el descubrimiento, la creatividad y la asunción de riesgos, lo que a su vez se cree que influye positivamente en diferentes aspectos del desarrollo del cerebro.

Además, las áreas verdes a menudo presentan niveles más bajos de contaminación del aire y de ruido y pueden enriquecer los aportes microbianos del medio ambiente, todo lo cual podría traducirse en beneficios indirectos para el desarrollo del cerebro.

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Figura del cerebro de un niño que muestra mayores volúmenes de materia blanca y gris por el contacto con espacios verdes. / ISGlobal

“Este estudio se añade a la evidencia creciente que sugiere que las exposiciones tempranas a los espacios verdes y otros factores medioambientales pueden ejercer efectos medibles y duraderos en nuestra salud a lo largo de la vida”, advierte Michael Jerret, coautor y profesor de ciencias de la salud ambiental en la UCLA Fielding School de salud pública.

“Estos resultados también podrían proporcionar pistas sobre cómo dichos cambios estructurales podrían ser la base de los efectos beneficiosos de la exposición al espacio verde en el desarrollo cognitivo y conductual observados”, completa Jesús Pujol, médico del servicio de Radiología del Hospital del Mar y también firmante del estudio.

A su vez, el investigador de ISGlobal y último autor del estudio, Jordi Sunyer, considera que “este estudio suma nuevas evidencias sobre los beneficios de transformar nuestras ciudades incrementando el entorno natural”.

Los autores coinciden en que se requieren más investigaciones para confirmar los resultados en otras poblaciones, entornos y climas, evaluar otros resultados cognitivos y neurológicos y examinar las diferencias según la naturaleza y la calidad del espacio verde y el acceso y uso de niños y niñas a los mismos.

Referencia bibliográfica:

Dadvand P., Pujol, J., Macià D., Martínez-Vilavella G., Blanco-Hinojo L., Mortamais M. Álvarez-Pedrerol M., Fenoll R., Esnaola M., Dalmau-Bueno A., López-Vicente M., Basagaña X., Jerrett M., Nieuwenhuijsen M., Sunyer J. The Association between Lifelong Greenspace Exposure and 3-Dimensional Brain Magnetic Resonance Imaging in Barcelona Schoolchildren. Environmental Health Perspectives, February 2018,https://doi.org/10.1289/EHP1876

*Este artículo ha sido elegido para la sección “Science Selection” de Environmental Health Perspectives

Fuente: http://www.agenciasinc.es/Noticias/Beneficios-de-crecer-en-vecindarios-verdes-sobre-el-desarrollo-del-cerebro

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“Los niños de hoy necesitan adultos que sepan asumir su responsabilidad” Entrevista a Heike Freire

Europa/España/23 septiembre 2017/Autor y Fuente: El diario la educación

Heike Freire apuesta por ampliar los espacios educativos, que no sean tan cerrados, para que la infancia pueda buscar sus propios intereses. También reclama que las familias se preocupen menos de la normalidad y mejoren sus relaciones con niñas y niños.

Conferenciante, educadora, psicóloga, filósofa, periodista, formadora de padres y maestros, Heike Freire tiene una gran preocupación por los entornos en los que estamos educando a nuestros niños y niñas. “Apasionada” de la naturaleza, defiende una educación más humana, que salga a la calle y en la que se valoren las cualidades de cada niño como algo único. Autora de un centenar de artículos sobre infancia, naturaleza, arte, aprendizaje, etc, Freire acaba de reeditar y actualizar el segundo libro que escribió, Estate quito y atiende (Heder).

¿Por qué ha decidido reeditar su libro?

Esta nueva edición es mucho más el tipo de libro que yo quería desde el principio. El anterior editor quiso venderlo con la idea del TDAH, que ha levantado mucho interés y controversia, pero yo ni soy una experta en ello ni lo pretendo. No es un libro sobre TDAH. Es un libro sobre la infancia, sobre los trastornos que tienen los niños y las niñas y cómo muchos de ellos, la mayoría, tienen que ver con los entornos en los que están. El libro es una apuesta por una transformación de los entornos para que sean más saludables para la infancia.

¿Hablamos de los entornos físicos o en general?

De todo tipo. Para una criatura, el primer entorno es su padre o su madre. Pero además están los ambientes naturales, familiares, escolares, urbanos.… El ser humano es igual que una planta: se desarrolla en interacción con un entorno que satisface o no sus necesidades. En mis conferencias a veces pongo la imagen de una plántula que acaba de brotar de la semilla. ¿Por qué brota esa plántula? ¿Cómo brota? Por las condiciones de humedad, los nutrientes de la tierra, la luz del sol. Todo ello hace que se desarrolle de una forma u otra. Del TDAH ha habido mucho sobrediagnóstico, forma parte del tipo de enfermedades promovidas por la industria farmaceútica —esto lo dice un informe de la Comunidad Europea—. Que haya generado tanta controversia, que muchas personas nieguen su existencia, no significa que no haya problemas, que los niños y niñas no sufran o tengan dificultades. A mí no me interesa tanto de qué se trata sino cómo lo resolvemos, y desde mi punto de vista tiene que ver con los entornos.

Ha mencionado el TDAH. ¿Qué otros trastornos se dan entre niños y niñas?

Trastornos del aprendizaje (dislalias, dislexias, discalculias), del comportamiento (oposición desafiante, desregulación del estado de ánimo -bipolaridad-, impulsividad), autismo, asperger y toda una gama que suele mencionarse bajo una rúbrica curiosa: los trastornos generalizados del desarrollo. Pero ya le digo que no soy una especialista. Me conformo con ayudar a no poner y a quitar etiquetas.

¿Son trastornos modernos, que antes no existían?

Sí. Una persona que se dedica a estos temas en Canadá comentaba que hace 30 años la mayor parte de los niños y niñas que tenía en terapia presentaban problemas físicos. Ahora la mayoría tiene trastornos del comportamiento o el aprendizaje. El TDAH, como la depresión en el mundo adulto, son trastornos del estilo de vida, que tienen mucho que ver con la forma en que vivimos. Ahora muchos orientadores que empiezan a desobedecer: se niegan a clasificar a los niños y niñas en cajitas y ven las cosas de otra manera. También hay que dejar de situar el problema en el niño o la niña, aunque esto alivie a muchos padres, madres, maestras y maestros que no quieren sentirse culpables. La mayoría se molesta cuando el psicoterapeuta o el psiquiatra les habla de la forma de criar, de relacionarse y entender a los niños y niñas, de la forma de vida. Liberarnos de la culpa y empezar a asumir nuestras responsabilidades es una forma de madurez. Y lo que necesitan los niños, niñas y jóvenes de hoy mucho más que cualquier otra cosa, es adultos y adultas maduros, que digan sí a la vida, que asuman sus errores y sean capaces de corregirlos.

Usted trabaja con adultos. Es complicado siempre generalizar, pero, ¿es común encontrarse padres que no están preparados para educar a sus hijos?

Vivimos en una sociedad adolescente. Es muy difícil encontrar personas maduras, y este es uno de los mayores problemas que tienen los niños y niñas.

Cambio de tema. Usted aboga por educar en la naturaleza, volver al campo. ¿Qué beneficios aporta?

Muchos. Aporta relajación, un espacio abierto. Las maestras más jóvenes reconocen que una parte del tiempo que pasan en el aula lo dedican a evitar que se escapen los niños. Cuando a un mamífero lo estabulas, lo metes en una jaula, el mero hecho de estar encerrado le genera estrés. La naturaleza suaviza nuestro sistema nervioso. Aporta salud: cuando andamos descalzos nos ajustamos al campo electromagético de la tierra y se armonizan todos los sistemas orgánicos. Aporta aprendizaje, es una gran maestra. Aporta relación, comunidad. Cuando estás en un lugar abierto es más fácil comunicarse con los demás porque estás más relajado. Un árbol te enseña muchas cosas también, hay que saber escuchar. Lo más importante es que te conecta con la vida que hay en ti, con lo que es importante. Te conecta con un deseo de vida, con tu felicidad, con las cosas que te gustan y te hacen sentir bien. A los niños y niñas les ayuda a reconocer mucho mejor cuáles son sus necesidades, si necesitan correr, hablar, llorar… Su estimulación suave y no invasiva es ideal para desarrollar el sistema sensorial del ser humano, que es fundamental, y también el sistema locomotor. En la ciudad todo quiere atrapar tu atención. Un cartel, un sonido. Y ese sonido lo que hace es cerrarte el oído, mientras el canto del pajarito te lo abre. La atención continua, concentrada que demanda el mundo social y construido es agotadora, especialmente para los más pequeños.

¿Cuál es su propuesta concreta de trabajo con la naturaleza?

Darle la vuelta a las escuelas y transformarlas, que partan de la conexión con la naturaleza y lo concreto: puede ser en su entorno inmediato o cambiando su estructura. Una de las cosas que hacemos es acompañar a las escuelas en la transformación de los patios para convertirlos en espacios de vida. Para que los niños puedan tener ese contacto con la naturaleza: que haya bosquecillos, pequeñas granjas, huertos….que sean espacios vivos, que se pueden compartir con la ciudad (en algunos casos pueden ser jardines de fin de semana) y sobre todo que sean espacios donde los niños puedan desarrollarse. A partir de esa conexión con la naturaleza se transforma todo. Se transforma la manera de trabajar, ya no es media hora de recreo. Es todo lo que yo puedo desarrollar y aprender, porque el aprendizaje tiene mucho que ver con un desarrollo saludable. Si no te sientes bien, si tu organismo no se desarrolla plenamente y es difícil que puedas aprender de verdad, tu aprendizaje será más bien superficial.

¿Qué habría que cambiar en los centros educativos?

Hay tres aspectos de la escuela de hoy que es necesario transformar. Uno es acompañar a las personas para que entren en conexión con su vitalidad, sus deseos, esa vida que se mueve dentro de ellos, ese algo especial que pueden aportar al mundo. Cada ser humano es milagroso, único, y eso debería apoyar la educación. Por otro lado, la conexión con el otro. Ahora mismo, al darle tanta importancia al aspecto congnitivo, a la competencia, la evaluación, etc. se pierde la capacidad de entrar en relación, el diálogo, la amistad entre las personas. Las escuelas tendrían que ser lugares donde se hacen los mejores amigos, donde se establecen relaciones profundas de compañerismo. Donde se aprende a tomar decisiones democráticamente, a pactar, a negociar… También deben ser faros hacia fuera, abrirse al entorno, a la comunidad, expandir valores ecológicos y democráticos, de respeto e igualdad entre todos los seres vivos. Esta conexión con uno mismo, con los demás a través del diálogo —la democracia es diálogo— y la relación con la comunidad son tres aspectos básicos en la escuela de hoy en día.

Comentaba antes que hay orientadores que están dejando de etiquetar tanto a los niños, que ahora las escuelas cambian su perspectiva. ¿Cree que hay un pequeño cambio de mentalidad en la escuela?

Hay muchos cambios. Hace 18 años no me hubiera imaginado que pudiera haber escuelas públicas en este país donde los niños y las niñas no se pasan 7 horas atados a una silla sino que pueden circular entre el espacio interior y el exterior, elegir las actividades que quieren desarrollar, juntarse en pequeños grupos o trabajar individualmente, y que están acompañados en todos sus procesos, no solo los cognitivos sino también emocionales, sociales… Y cada vez pasa más y en más escuelas. Los orientadores se están dando cuenta de que los problemas no son de los niños. Yo suelo decir que muchas criaturas no tienen un trastorno, lo que tienen es una historia. Para cualquier persona que viene al mundo es muy difícil que se reúnan todas las condiciones para que se desarrolle correctamente. En vez de etiquetar a las personas con un trastorno, vamos a ver de qué manera su historia puede brillar. De todo se puede sacar brillo. Incluso de los errores y los problemas. La singularidad de cada persona, lo que podríamos llamar su estilo tiene que ver precisamente con los errores que comete, con sus pequeños y grandes defectos, especialmente cuando se hacen conscientes, cuando se trabajan… En cambio, vivimos en una escuela en la que se persigue el error….

Se persigue y se castiga.

Se persigue y se castiga en general lo diferente. Tenemos que ser todos normales, los padres están obsesionados con eso. Entras en cualquier foro y todos preguntan si sus hijos son normales: si es normal que coma, que no coma, que duerma, que no duerma. En lugar de preocuparnos tanto de la normalidad, de buscar a todo precio la conformidad, deberíamos mirar a las personas, a ese milagro que es cada uno y ver cuáles son sus cualidades, qué hace latir a esa persona, qué aporta esa persona de único.

Uno pensaría, sin conocer las escuelas tan bien como usted, que estamos lejísimos de todo esto…

Depende. En España hay muchas diferencias. Sería interesante hacer un estudio de lo que puede estar pasando en Cataluña o en algunos lugares del País Vasco o de Valencia y las diferencias con el resto del territorio. En Madrid, a un amigo mío le llevaron a visitar colegios innovadores de estos donde los niños van con corbata y maletín a los tres años y tienen que aprenderse los 44 morfemas de la lengua inglesa con cuatro. Son colegios de altas capacidades cuyo único objetivo es, como decía una orientadora, tirar de los niños. Algo que nunca nos plantearíamos hacer con una planta. Aunque sí podemos echarle abonos químicos… Se trata además de potenciar a toda costa sus capacidades cognitivas y nada más: nadie se pregunta cómo está esa persona a nivel emocional, qué aptitudes tiene, qué valores, qué cosas le gustan o le disgustan. Estamos haciendo máquinas cognitivas, máquinas de hacer cálculos y pensar. Las demás dimensiones de las personas, ¿no le importan a la educación? Contenidos, contenidos y la competición continua. ¿Eso es educar?

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/09/21/los-ninos-de-hoy-necesitan-adultos-que-sepan-asumir-su-responsabilidad/

Imagen: http://blog.tiching.com/wp-content/uploads/2014/02/Heike-Freire-gran-Tiching.jpg

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Conectar con la naturaleza, vivir en el presente

Agosto del 2017/Vicente Berenguer

El ser humano es un ser social que vive en comunidad. Remotamente vivíamos, como el resto de las especies, en la naturaleza, en los bosques, pero poco a poco fuimos diseñando nuestro propio proyecto al margen de ella. Fuimos construyendo pequeñas aldeas y de ahí a las poblaciones y a las grandes urbes. Así, llegamos al punto de que gran parte de la población mundial vive en grandes ciudades habiéndose perdido el contacto con la que siempre fue nuestra casa: la naturaleza.

En este tránsito del vivir en entornos naturales al vivir en las urbes el humano fue ganando y perdiendo cosas. Si hablamos de ganancia podríamos decir, por ejemplo, que fue ganando en comodidad y materialidad. Sin embargo, entre las numerosas cosas que hemos perdido en todo este proceso está el contacto con la naturaleza. Esto, que parece de Perogrullo, no lo es tanto si especificamos de qué estamos hablando cuando decimos que hemos perdido el contacto, y es que por “contacto” no nos estamos refiriendo solamente al vivir-con sino también al hecho de vivir-la. Pero para vivir-la se necesitaría de algo que también se nos ha atrofiado en toda esta vorágine que supone muchas veces la vida urbana, y este algo perdido es el estar en el tiempo.

La especie humana, en efecto, perdió también el estar en el tiempo. Hemos incorporado el pasado y el futuro a nuestra línea psicológica temporal: en el pasado podemos recordar nuestras vivencias y con el futuro hacemos planes estando orientados en realidad por él. Hasta aquí todo estaría bien, pero el problema surge cuando al incorporar el pasado y el futuro arrancamos el presente de nuestras vidas viviendo así la mayor parte del tiempo en el pasado (recordando) o en el futuro (proyectando) pero raras veces conectando.

Perdemos el presente al vivir en base exclusivamente de cara al futuro; perdemos lo que es en favor de lo que aún será y de este modo ni vivimos lo que es ni podemos vivir lo que será ya que cuando esto sea estaremos de nuevo proyectados a lo por venir. De este modo nos situamos continuamente fuera del tiempo y fuera de la realidad ya que la realidad es únicamente lo que es, lo que está aconteciendo. Es imprescindible hacer planes en nuestras vidas o más, es absolutamente recomendable tener un proyecto de vida: reflexionar sobre aquello que queremos realizar, meditar acerca de las metas que nos queremos proponer o sencillamente pensar si nos conviene ir a pie a algún sitio o en bicicleta. El contar constantemente con el futuro es algo vital en nuestras vidas: se requiere pensar en él y requerimos estar proyectados en todo momento hacia él, pero esta proyección o esta herramienta necesaria a menudo se nos vuelve en contra cuando exclusivamente se vive en lo que aún no es y nunca en lo que es.

Pero esta pérdida vivencial o este situarse siempre en el futuro o en lo que aún no es -característica del ser humano en general y del ser humano-urbano en particular- implica consecuencias, siendo la principal de ellas, como decimos, la pérdida del contacto con lo que está sucediendo, la pérdida del contacto con lo que es, con lo cual sucede que sufrimos una enorme pérdida de intensidad en nuestras vidas. Será necesario volver a afirmar que el modo de ser típicamente humano es vivir proyectados hacia el futuro y es necesario que así sea debido a nuestras características y a nuestro modo de vida, pero no lo es tanto o incluso es contraproducente el no “regresar” en ningún momento al presente para percibir-vivir todo lo que en él acontece. Y esto justamente es el “conectar” y es a lo que nos referimos cuando decimos que el ser humano-urbano ha perdido la conexión con la naturaleza pero también con su propio presente.

¿De qué estamos hablando pues cuando decimos que hemos perdido la conexión con la naturaleza? Hemos apuntado que conectar no es solo vivir-con (ella) sino vivir-la (a ella). ¿Y qué es vivirla? Vivirla son aquellos momentos en que nos situamos en el presente sin proyectarnos: es escuchar el lenguaje del pájaro, prestar atención al rugido de bravo río, atender al mensaje del viento, captar el reclamo del grillo nocturno y deleitarnos con el vuelo de la mariposa. Es, remontándonos muchos de nosotros a nuestra infancia (y de paso recomendando a los padres que los niños vean la serie), es existir, adoptando en la medida de lo posible, la filosofía de vida de aquella muchachita la cual debería ser un modelo para los niños por su ecología, por sus valores y por su modo de ver la vida: Heidi, una chiquita que amaba a cada ser vivo, a sus montañas y al conjunto de la naturaleza. Heidi, sí, vivía conectada a la naturaleza y al presente, y es que tal y como le decía su abuelo, “hay que escuchar lo que nos susurra el viento, lo que nos dicen los abetos o el poderoso trueno.”

Pasamos de vivir en aldeas a vivir en urbes con lo cual, volvemos a incidir, hemos perdido el contacto con la naturaleza, con lo que somos, pero a pesar de que muchos de nosotros no tenemos ya el privilegio de escuchar lo que expresa el pájaro o el sonido del viento sobre las copas de los árboles a no ser que nos desplacemos de vez en cuando fuera de la ciudad (algo muy recomendable), lo que sí sigue estando en nuestra mano es ir retornando al presente en la medida en que estar situados en el futuro no nos sea útil. Hemos convenido en que necesitamos constantemente hacer planes y proyectarnos pero también comprendemos que vivir siempre fuera del presente hace que vivamos la vida con menor intensidad y también e importante, aunque no es materia de la presente reflexión, con menor intuición.

Usemos pues la herramienta de la proyección futura a nuestra conveniencia y conectémonos con el aquí y ahora, con el presente, en los momentos en que podamos hacerlo: percibamos, sin pensar en el pasado ni el futuro, la presencia del bosque, del árbol o de la planta; centrémonos exclusivamente en el vuelo del ave o en el brillo de los rayos del sol sobre las nubes, dirijamos toda nuestra atención al sonido del viento o al rugir del trueno, sintamos la lluvia bañar la tierra o simplemente disfrutemos con la presencia de los seres vivos que nos rodean, en este preciso momento, y que precisamente en un futuro no estarán como tampoco nosotros.

Asombrémonos con la belleza de una flor en este preciso instante. Admiremos la belleza que nos rodea en este momento presente.

 

Vicente Berenguer, asesor filosófico

vaberenguer@gmail.com

Fuente:

enviado a editores OVE

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Reconocen en Cuba originalidad de cuaderno educativo sobre plantas

Centro América/Cuba/29 Julio 2017/Fuente: Cadena Agramonte

La Agencia de Medio Ambiente (AMA) de Cuba calificó de original la edición del cuaderno educativo Más plantas, más pueblos, que contiene imágenes sobre sus beneficios en el ciclo de la naturaleza y al hombre su beneficiario.

Su publicación es parte de las acciones que se llevan a cabo bajo la Iniciativa para la conservación de la flora cubana, denominada Planta, opinó en su presentación la Doctora en Ciencias Maritza García García, presidenta de la citada institución, del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA).

Añadió que es un interesante proyecto, coordinado por la Sociedad Cubana de Botánica y en el que participan centros nacionales e internacionales, con el propósito de contribuir a preservar la rica y singular flora de Cuba, así como su manejo sustentable.

Está encaminado a promover el orgullo de los cubanos por sus especies de plantas, instruirlos sobre su valor e importancia y comprometerlos con su conservación, comentó la especialista.

Manifestó su certeza de que los textos deben servir de base al trabajo de Educación para la Conservación que realizan centros de investigación y proyectos de gestión de la biodiversidad, así como para la labor de los maestros de las escuelas del país.

La impresión de Más plantas, más pueblos contó con el apoyo del proyecto Conectando paisajes, sobre la conservación de casi todos los sistemas montañosos cubanos, el Fondo Mundial del Medio Ambiente, el Programa de ONU para el Desarrollo, el CITMA y el Ministerio de la Agricultura.

Refleja imágenes acerca de su valor en la producción de oxígeno y la absorción del dióxido de carbono, el agua dulce procedente de los bosques, su utilización terapéutica, adornos de cuerpos y entornos, refugio de animales y para refrescar el ambiente.

Sirven también como pigmentos comercializables de origen natural, para su expresión en las artes, como comestibles y rituales.

Cuba es considerada la Isla con mayor número de especies de plantas por kilómetro cuadrado en el mundo, con más de la mitad de ellas exclusiva del territorio nacional, según la AMA, una de las agencias del CITMA.

Fuente: http://www.cadenagramonte.cu/articulos/ver/72053:reconocen-en-cuba-originalidad-de-cuaderno-educativo-sobre-plantas

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