La traducción de poesía como tiempo soberano

La traducción de poesía como tiempo soberano

Por Miguel Casado

Cada vez que he de escribir algo relacionado con la traducción releo “La tarea del traductor”, de Walter Benjamin; es uno de los textos más extraños que conozco, nunca parece el mismo: ese modo de hablar extremadamente abstracto que, sin embargo, se compone de palabras tan fuertes y consistentes, tan materiales, de metáforas tan precisas y directas. Desde hace años, la lectura en estos casos se me ha duplicado y releo también el ensayo de Paul de Man sobre “La tarea del traductor”, que tiene efectos similares aunque su lengua asuma tanto poder analítico. Esta vez volvió a ser así, y me detuve donde Paul de Man se pregunta por qué, si Benjamin quiere proponer una poética, se pone a hablar de la traducción: “¿Por qué se recurre al traductor en relación con las preguntas generales sobre la naturaleza del lenguaje poético que el texto hace?” Me detuve ahí y traté de pensar qué clase de libro es Sombra de paraíso, de Claudia Sierich (Caracas, 1963): un libro acerca de la traducción de poesía, que no es un ensayo ni tampoco un poema o colección de poemas, aunque consigue sugerir un solo campo común a todo ello, con su poder de pensamiento y su poder de vida. Me pregunto si, en su forma fragmentaria, en su haz de lenguas y posiciones, no quedará para mí también abierto, invitando a la repetición, a la relectura.

Fragmentario y móvil, con su subtítulo: “Astillas en tres cuerpos de lenta lectura”, pertenece a la tradición que tiene su raíz en Friedrich Schlegel, aquel que escribió: “¡Hay tanta poesía y, sin embargo, nada es más excepcional que un poema!” Y quizá es en este difícil fiel, entre la repetición y la excepción, donde se sitúa Sombra de paraíso. Pero el modo que elige Sierich para hacerlo es un desplazamiento, generar un tercer espacio: “Pienso la traducción de poesía –son sus primeras palabras– como un medio para alcanzar un fuero que quiero llamar tiempo soberano”, y en eso que ambiguamente llama medio caben el trabajo de la reflexión y el pálpito de una utopía ganada para la vida; y en verdad no hay un medio porque el fin es el mismo hacer. “A contracorriente del tiempo físico trabajo el texto poético como lento tránsito”: juego de velocidades, de tempos y ritmos, de construir y desmontar, de voz propia y voz entregada, la traducción del poema genera un tiempo que se cumple como ley de vida, íntimo y perdido de sí. Esta es la intuición de Sombra de paraíso, la posibilidad de un paraísoen este momento, al alcance de la mano; muy distinto del determinado, tendente al absoluto, de Sombra del paraíso –del Nobel español Vicente Aleixandre–, y más bien con la virtud real, contable, de El segundo paraíso, de la alemana Hilde Domin. Repetición y excepción.

El “tiempo soberano” es a la vez experiencia y sentido, y únicamente se ofrece en el curso de una práctica, la de traducir el poema. No se parece al de los agobios cotidianos, de la economía o la sociedad, “tiempo en obra: el que no se va, no se encoge, no se pierde, el que siempre de nuevo se queda conmigo”. Desde ahí, el libro es, literalmente, autobiografía. No se podría haber concebido sin una lógica poética; su compás, sus saltos y asociaciones son poéticos; pero habla de un objeto externo, lo recorre como prosa, no es poema. Como ocurre con todos los textos realmente nuevos, cuesta hablar de él con otras palabras, cuesta explicar lo que deja dicho o calla en su tensión.

El tiempo, pues, está en obra cuando se habla y en el silencio, cuando una luz ilumina hacia dentro o gira hacia el exterior. Se hace de inestabilidad y de cambio, los continuos desplazamientos del texto se guían por un criterio que no es de eficacia, sino de contacto, de encuentro. Traducir es una relación entre cuerpos: cuerpos sonoros, lenguas que se tocan entre sí en una inmediatez previa al sentido: “a veces avanzo por zonas en las que no sé en qué lengua ando”. Si leemos pensando en el especialísimo gesto que es traducir, asistir a esa doble corporeidad, podemos entender la poética que se deriva: el tiempo soberano es presente, sin medida pero presente, porque su grado mayor es el regocijo, y este quizá sea una de las formas más elementales y puras de la presencia.

Junto a los fragmentos que, durante la práctica de la traducción, van reconociéndola en el tiempo habitable que genera, hay otros, tal vez más extensos, más descriptivos, un núcleo de relato a veces, que se refieren a formas de la música, a los relojes del espacio público, a distintos tipos de silencio, a la danza, al tronco de una ceiba centenaria: se imagina entonces el acuerdo entre los instrumentos, la ejecución de una partitura, componiendo un catálogo de formas del tiempo, más alejadas o cercanas de la experiencia de su soberanía. Esta vigilia de la sensibilidad se percibe también en la continua variedad de los tonos y las hablas, en la multiplicación de los contextos, como si mirar o escuchar en el mundo fuera un espacio paralelo a los laberintos íntimos de la traducción: “El lugar de las innúmeras decisiones: el pasillo de las interminables puertas abiertas, cerradas y basculantes”. Los poemas de Claudia Sierich –sus dos libros publicados: Imposible de lugar dicha la dádiva­– dan cuenta, por su parte, como vio Gina Saraceni, de esta simultaneidad de lenguas que proliferan en una rara quietud.

Hablan los textos de un “despilfarro” o un “derroche”, en el que se evocaría a Lezama; pero la singularidad de esta mirada toma, en Sombra de paraíso, la forma dinámica de una inversión. A partir de la muletilla que persigue a los traductores: “lo que en la traducción se pierde es ene”(o, con más frecuencia, es casi todo), Sierich ofrece una “lógica del incremento”, el retrato de una materia que no solo se transforma, sino que también crece. Las distorsiones, las alteraciones que se dan en el tránsito entre lenguas, ¿no generan espacios nuevos?, ¿no abren lugares que no preexistían? Las pequeñas rupturas en el filo de las palabras usuales, la inestabilidad porosa de las categorías morfológicas, todo un pulular de microfenómenos sonoros y semánticos, llevan cada texto a un estado imprevisible, que pide otra lógica que la que le había traído hasta allí. Lógica del incremento: “un poema desencadena acontecimientos inesperados”. Traducir sería “trocar la pérdida en tesoro”; disolvería “la angustia de la pérdida” en la multiplicación del saber, “la dádiva de las muchas lenguas”, la bendición de Babel. La única lengua universal deseable y posible es la traducción.

Lecturas.–

Claudia Sierich, Sombra de Paraíso. Caracas, Oscar Todtmann editores, 2015.

––, Imposible de lugar. Caracas, Monte Ávila, 2008.

––, dicha la dádiva. Caracas, Equinoccio, 2011.

Walter Benjamin, “La tarea del traductor”, en Angelus novus. Traducción de H.A. Murena. Barcelona, Edhasa, 1970.

Paul de Man, “La tarea del traductor, de Walter Benjamin”, en La resistencia a la teoría. Traducción de Elena Elorriaga y Oriol Francés. Madrid, Antonio Machado, 1990.

Friedrich Schlegel, Fragmentos. Traducción de Pere Pajerols. Barcelona, Marbot, 2009.

Gina Saraceni, “Tinglado de lenguas (notas sobre dicha la dádiva, de Claudia Sierich)”. Prodavinci (http://historico.prodavinci.com/2012/11/03/artes/tinglado-de-lenguas-notas-sobre-dicha-la-dadiva-de-claudia-sierich-por-gina-saraceni), 3 noviembre 2012.

(Texto publicado en Tamtam-Press)

Autor: Miguel Casado

Fuente de la Información: https://rebelion.org/la-traduccion-de-poesia-como-tiempo-soberano/

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El Amor y el Tiempo

Por: Luis Bonilla Molina

¿Cuál es mi camino? ¿Esperarte? ¿Olvidarte? ¿Hacer lo que tú haces, ir de los brazos de uno y de otro, hoy dormir con alguien mañana con otro diferente?
Frida Kahlo

Este 14 de Febrero se celebra otro día más del amor. Más allá de las implicaciones comerciales y las estrategias de mercadeo de determinados productos en esta fecha -propios de las sociedades capitalistas del siglo XXI- me parece importante expresar algunas ideas sueltas que den cuenta que siempre ha existido otra mirada del amor, la que resiste al orden establecido; un tema que Marx trabajó fundamentalmente en sus escritos de juventud cuando decía “si amas sin despertar amor, esto es, si tu amor, en cuanto amor, no produce amor recíproco, si mediante una exteriorización vital como hombre amante no te conviertes en hombre amado, tu amor es impotente, una desgracia”. Amor, sensualidad, sexualidad, sobrevivencia y poder aparecen estrechamente ligados a través de la historia humana, mezclándose personajes reales con literarios, según lo permita o niegue la moral de una determinada época.

Acostumbramos referirnos al amor como un producto acabado, cuyas manifestaciones y expresiones parecieran repetirse cíclicamente, en todas las décadas, siglos e historia de la humanidad; nada más lejos de la realidad. El amor es un producto social de cada momento histórico, que expresa la condición humana, la ideología de la clase dominante y de las clases que se le oponen, y la relación entre objetividad y subjetividad.

Siempre ha sido así. El amor de Shiva fue a la vez destructor, creador y preservador, era contradicción creativa permanente que reflejaba la pugna entre el hombre y la naturaleza. Artemisa quien fue fruto del amor prohibido entre Zeus y Letón, siempre tuvo presente que la pasión entre un hombre y una mujer puede dar origen a la peor de las iras y peligros, como el desatado por la serpiente pitón para impedir su nacimiento porque ello rompía el orden previsto para los dioses; Artemisa sería la representación de la virginidad femenina como tributo al amor. Eva rebelde y libertaria, como sólo lo seria después María Magdalena, entendió que la pasión, el erotismo y el cuerpo son territorios de emancipación; asumiendo que el placer es el primer conocimiento humano.

Justine y Juliette vivieron un tiempo de oscurantismo y sus cuerpos fueron objetos de uso y abuso del poder, expresiones de doble moral, como lo fueron en su momento la destrucción de las capitales del placer libre: Sodoma y Gomorra. Sade con Juliette y Justine rompió con la noción de amor idílico presente en el discurso público del catolicismo medieval, para atreverse a denunciar, no el goce ni el placer perverso y sin límites en lo privado, sino la doble moral que negaba lo que se hacía con desenfreno. Las dudas de Justine expresaron esa contradicción inmanente en los albores de la libertad entre sumisión y goce del ser que venía siendo anulado por el otro.

Buda, el original –no el gordito barrigón que confundimos con el maestro oriental- y su estética andrógina nos aproxima a una fusión del amor en sexualidad multiforme y nos confronta con la unidimensionalidad del amor heterosexual. Leonardo Da Vinci explora ciencia, ética y curiosidad experimentando con su piel el goce por igual del encuentro con texturas del mismo sexo o del sexo opuesto. El amor ha sido diverso y con variados cánones de exposición pública según el tiempo histórico, sus protagonistas y su relación con el poder. Los egipcios normalizaron el amor incestuoso como mecanismo de preservación del poder, mientras que los romanos permitieron que el sexo mostrara las aberraciones a las cuales podría llegar ese otro amor, el amor centrado en si mismo pero a la vez descentrado de todo ser, el amor por el poder.

La inquisición construyó una estética del amor de Lucifer por las más delgadas damas, con las cuales aprendía el goce en cada palmo de su humanidad, propiciando encuentro de múltiples sensibilidades en un orgasmo colectivo; pero eran también las damas consideradas simples objetos sexuales que se atrevían a llevar la iniciativa del placer, liberando los deseos reprimidos como expresión del amor y que buscaba nuevas expresiones: era el redescubrimiento del protagonismo femenino en el erotismo.

La revolución francesa, el surgimiento de la clase obrera, el emerger de los derechos de las mujeres con las ideas, luchas y posiciones de Olimpia de Gouges, Mary Wollstonecraft, las gestas patrióticas con Manuelita Saenz, la rebeldía proletaria de Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo, entre otras, posibilitaron el desarrollo de un concepto del amor mas allá del patriarcado y el matrimonio religioso burgués. Fue la puesta en escena del protagonismo de la mujer en el amor, la iniciativa de la mujer en la búsqueda del placer en contra de una sociedad beata que sufría las cadenas de la prohibición del goce, que castraba el amor, que convertía el más hermoso sentimiento en eunuco.

El fin de la segunda guerra mundial y la carga de muertes y desesperanza para la humanidad que significaron los campos de concentración de Auschwitz y las bombas de Hiroshima y Nagasaki, llevaron a los hombres y mujeres a soñar e impulsar el amor hacia nuevas fronteras. La estética del amor de Daniel Santos, Lucho Gatica, Julio Jaramillo y Toña La negra con su tono melancólico que expresaba los límites del amor, “para siempre” o “hasta que la muerte los separe”, cedieron rápidamente paso a los primeros embates de los movimientos de cintura de Elvis Presley. Ya dejó de ser un tema de preocupación “quien le estará pintando pajaritos en el aire a Linda“, y las parejas vibraron al unísono de la bamba o Jailhouse Rock.

El amor comenzó a rebelarse de los convencionalismos sociales en todos los campos, los pantalones se pegaron al cuerpo y la minifalda se impuso. Por supuesto, que los conservadores de siempre dijeron que la juventud se iba a perder con esos bailes y la ropa corta, como lo dirían décadas después con la salsa, el vallenato, la lambada o ahora con el Reggaetón. El amor buscaba reintegrarse al placer, al sexo, como era negado por el orden establecido a pesar de las conquistas secretas de los amantes furtivos de siempre. Cuando un ritmo musical es masivamente aceptado es porque expresa una sintonía con los lenguajes, deseos e imaginarios de un momento histórico; otra cosa ocurre después cuando la industria cultural se apropia de él para construir una estética que promueva el consumo.

La generación de los Beatles, los Rolling Stone llegó con la pastilla anticonceptiva, el amor libre y la rebeldía contra toda forma de autoritarismo. Generaciones enteras se amaron construyendo el panfleto, pintando la pancarta o armando la estrategia para enfrentar la policía el día siguiente. La mirada cómplice, la atracción por el otro se complementaba con el placer y se disolvía rápidamente para evitar el aburrimiento del amor canonizado. Joan Báez cantaba sobre un escenario pintado de notas musicales, hablándonos de los sueños de libertad, mientras Serrat nos tarareaba de una mujer que para amarla no necesitaba bañarse todas las noches en agua bendita. Era época de politización acelerada con exploraciones de nuevas estéticas. Cat Stevens nos deleitaba en los sesenta con la expresión del amor reparador de un padre a su hijo mientras Moustaki añoraba la libertad perdida una noche de diciembre y la negra Sosa le daba gracias a la vida.

En Venezuela de los setenta Ali Primera acompañaba nuestras noches de soledad con amor en tres tiempos: y tarareábamos con él “me gusta quitarte la arena, quitar beso a beso esos granitos traviesos que están cubriendo tu cuerpo” que eran expresión del amor que surge con el compromiso social. Con el Mayo Francés conocimos a Sartre y Foucault, su amor de presente y en contra vía. Para las generaciones posteriores a la llegada del hombre a la luna, vino la temprana politización, la ruptura con el idílico amor que se aprendía en el hogar para ver nacer eso otro amor hermoso que se fragua en la solidaridad, el compromiso y la lucha por la justicia. Un amor de clase que existe mientras lo alimente la utopía, que se reinventa todos los días. Cupido se vistió de camisa remangada, falda anudada en la cintura y mirada de frente. Y brevemente se impuso otra visión del amor, esa que está vinculada al compartir un sueño.

En la década de los ochenta el amor de Hollywood venia en formato de Saturday Night Fever, Vaseleine o Flasdance, mientras desde la otra orilla Sabina nos hacía un giño mientras declamaba sobre un corazón cinco estrellas. La trova cubana nos regaló múltiples melodías que expresaban ese nuevo momento histórico del amor. Silvio nos hablaba del amor de una poetisa mientras Pablo nos consolaba diciéndonos que éramos muchos los que sufríamos en ese breve espacio en que no estabas. En formato de casette nos llegaba Luis Eduardo Aute invitando a que te quitaras el vestido, las flores y las trampas. Y de pronto desembarcó la revolución tecnológica y con ella nuevos territorios virtuales, nuevas conectividades, nuevas expresiones de amor; ahora las citas se hacen por internet y, aunque en el facebook declaremos que tenemos una relación difícil de explicar o abierta, el encuentro de labios y cuerpos se sigue consumando en una habitación de hotel, en melodía de pasión como preámbulo del amor.

Cada 14 de Febrero en las sociedades capitalistas se confrontan dos modelos de amor. Uno que considera al amor una mercancía, una propiedad sobre el otro, y que se celebra con un regalo que expresa cuanto se ama. Por otra parte, otros, muchos, aprendemos y militamos en ese otro amor, el amor que está presente, que está al lado del otro, que voltea y encuentra la sonrisa amable y la mirada pulcra, así no se tenga un centavo en el bolsillo. Como podría decirlo el tatuaje del Cupido gordito que se pegaba en los cuadernos: amor es solidaridad, es compartir, es llevar el placer a límites insospechados. Mientras para la ideología capitalista el amor se puede convertir en la prisión mental los revolucionarios decimos con Sabina “negaría el santo sacramento en el mismo momento que ella me lo mande”

Fuente: https://luisbonillamolina.wordpress.com/2016/01/12/el-amor-y-el-tiempo/

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