Por: Saray Marqués
El descenso de la natalidad sirve para justificar todo tipo de políticas educativas, también para excusarse por un bajo porcentaje del PIB destinado a educación, pero, ¿es tal su impacto? ¿es inevitable?.
La caída de la natalidad y, por tanto, el descenso en la población en edad escolar, ha servido en los últimos tiempos para tensar la cuerda entre la educación pública y la concertada en un sentido u otro, dependiendo de la comunidad autónoma. Así, en Andalucía, Valencia, Aragón o Asturias, la concertada se ha movilizado contra el cierre de aulas por este motivo, mientras que en la Comunidad de Madrid es la pública la que se ha levantado contra una “reorganización de centros para ajustarse a la nueva demanda” que implicaba, en la práctica, la desaparición de colegios e institutos.
Con carácter general, los últimos datos del Ministerio de Educación reflejan una foto bastante fija. En el curso 2016-2017, con 8.147.619 alumnos en la enseñanza no universitaria, se empezaba a percibir el descenso de la natalidad desde 2009 en los cursos inferiores, pero no tanto: en 3-6 caía el número de alumnos en un 3,1%, pero en 0-3, y pese a haber menos niños de esas edades, subía un 2,7%. Mientras, en Primaria, donde ya han llegado los nacidos en época de crisis, la caída en los nacimientos de niños españoles se ha compensado con la llegada de alumnos extranjeros a esta etapa: suben un leve 0,6%, como suben –un 1,1%- en ESO, donde llegan los últimos coletazos de las generaciones en que aumentó la natalidad, entre 1999 y 2008. Por lo demás, se abrieron 100 nuevos centros, el número de profesores aumentó un 1%, la proporción pública-privada se situó en el 67,6% frente al 32,4% -crecía un 0,1% la primera y un 1,2% la segunda- y, por primera vez desde 2012-2013, se incrementó el número de alumnado extranjero en un 1,8%, hasta el 8,5%, con un 10,1% de proporción en la pública y un 5,3% en la privada. El aumento o descenso no solo varió por etapas, también por comunidades autónomas: sumaban alumnos Melilla (2,4%), Ceuta (2,3%), Cataluña (2,1%) y la Comunidad de Madrid (1,7%), mientras que Canarias (-2,3%), Castilla y León (-1,5%) y Extremadura (-1,5%), los perdían.
¿Pero cuáles son las previsiones de futuro? El último informe anual del Consejo Escolar del Estado establecía,sobre la evolución de la población en edad escolarizable -de 0 a 24 años- que habrá una reducción del 12,2% entre 2015 y 2029. Esta pasaría en este tiempo de suponer el 24,8% al 22,2%, en una tendencia negativa de la que solo se libraría Ceuta y Melilla y que afectaría especialmente a Canarias, la Comunidad Valenciana, Extremadura, Castilla y León y Galicia.
¿Cabe con estos datos prever una reconversión en las aulas, por pérdida de su público potencial? Para Miguel Recio, responsable del servicio de estudios de FE-CCOO, el 12,2% de caída hasta 2029 no permite pronosticar traumáticas reconversiones: “No es mucho, y si aumenta la tasa de escolarización, prácticamente se compensa”. Así se ha comportado el alumnado de 0-3, donde hay menos niños pero, de los que hay, crece el porcentaje de quienes acuden a la escuela. Algo similar podría ocurrir por arriba, con los mayores de 17 años: “Si se logra que no estén en la ESO repitiendo, aumentará la tasa de escolarización”. Claro que la caída va por territorios. No es lo mismo el 6% que pierde Islas Baleares que el cerca del 18% de Canarias. Pero va, incluso, por barrios: si en Madrid desciende la población de estas edades en un 8% su distribución es muy desigual, “con barrios más envejecidos, en que esto te permitirá tener 27 alumnos por aula en vez de 30 y otros de nueva creación en los que, aun así, te faltarán plazas”. Y no tiene en cuenta el factor de la inmigración, apunta Recio, que podría experimentar una subida similar a la de la primera década de 2000, cuando pasó de suponer el 3% del total al 9,8%.
Pública y concertada
En cuanto a la relación pública-concertada, según Recio, hasta ahora la caída se ha notado en las dos redes, con la excepción de Madrid, donde baja la pública y crece la concertada: “La crisis hace que una parte de la población renuncie a la concertada, porque no puede pagar las cuotas”, explica. En el total de España, en torno al 67,6% del alumnado elige la pública, una proporción que apenas varía: era el 68,3 en el curso 1999-2000 y el 67,3% en el 2008-2009. Desde 1999-2000 donde más cae la proporción es en Murcia (-4,6%) y Madrid (-3,4%) y, donde más crece, en Aragón (5,6%) y Cataluña (8%).
En el descenso al caso concreto, a cómo se reparten esos alumnos en el territorio, no descarta quebraderos de cabeza, pero nada comparado con aquellos de principios de los ochenta, cuando el: “El Ministerio prevé la creación de un millón de puestos escolares” era el titular que, invariablemente, anunciaba el inicio de curso: “La población crecía en determinados barrios de las grandes ciudades y los puestos escolares de los pueblos ya tenían dificultades para llenarse, había que mantenerlos con oxígeno…”. Desde entonces, desde mediados de los ochenta, el número de nacimientos no ha experimentado grandes variaciones, se sitúa en el entorno de los 400.000 al año, 5% arriba, 5% abajo.
Los niños y el PIB
Y, sin embargo, la baja tasa de natalidad -“una de las más bajas del mundo”- ha sido el argumento empleado por el ministro Íñigo Méndez de Vigo para justificar el porcentaje del PIB destinado a educación en España, del 4,1%. Para el Ministerio, este indicador no resulta “tan relevante como otros” -por ejemplo, el gasto por alumno según el PIB per cápita-. Para Recio, no cabe esta justificación. No solo porque otros países con la natalidad incluso más baja, como Alemania o Austria, invierten más en relación al PIB -España nunca ha alcanzado la media de la UE, del 5%-, también porque “los gastos educativos son fijos, permiten muy poca variación: si tienes 30 alumnos, tienes un profesor, calefacción, luz… Si tienes 28, lo mismo. Hay muy poca horquilla de gasto variable”. Además, se trata de un argumento que nunca se ha empleado en sentido contrario, es decir, cuando en 2000 con la llegada de la población inmigrante aumenta el alumnado.
Lo cierto es que los presupuestos suelen depender más de la economía que de los factores demográficos, y se suelen definir de forma muy incremental “es decir, se gasta lo mismo que en el año pasado, subiendo o bajando un poco la cantidad”, señala el sociólogo José Saturnino Martínez, por lo que, para él, de tener un efecto, el descenso de la natalidad, aparte de los posibles problemas de planificación educativa, podría tener un efecto positivo desde el punto de vista de la calidad de la docencia: habría más dinero a repartir entre menos alumnos.
Con este razonamiento coincide el experto en educación Rodrigo Juan García, que ve una oportunidad de aumentar la personalización de la enseñanza (de evitar el planteamiento genérico dedicado a un inexistente alumno medio, de no dejar pasar las actuales bolsas de abandono, fracaso y repetición, de una formación y acompañamiento del profesorado más ambiciosos…) y la justicia escolar “en una escuela inclusiva, no segregadora, no parcializada por un horario de bloques de 45 minutos, con espacio para distintos ritmos y contenidos no solo académicos y mayores oportunidades de éxito”. Hasta ahora, considera, el baby boom de los sesenta, cuando lo importante era escolarizar, aun a coste de “almacenar” al alumnado, descuidando las ratios y olvidando a aquel que se perdía, o el aumento de la población inmigrante en el umbral del 2000, habían servido de coartada: “Quizá en adelante podamos hacer lo que hemos justificado que no podíamos”, proclama. Claro que la regla de tres del ministro le hace temer que, de nuevo, el descenso de la población sirva para justificar que haya menos aulas, se cierren colegios o se escatime en la ratio del profesorado, en una especie de “antes no se podía. Ahora sí, pero nos conviene reducir los recursos destinados a educación aprovechando que disminuye el alumnado”.
Queda por ver si se aprovecha esa oportunidad y si las oleadas cada vez más mermadas de nuevos alumnos derivan en reajuste, desbarajuste o pasan sin pena ni gloria. Entretanto, los demógrafos se han acostumbrado a que la natalidad y la fecundidad en nuestro país se mantengan en límites muy bajos. La primera comenzó a descender en 1976 y alcanzó el mínimo en 1998, cuando solo nacieron 365.193 niños. La segunda, 1,3 hijos por mujer, está entre las más bajas de la UE, donde la media está en 1,9, y muy lejos de la de la vecina Francia (2). España, que ostentaba el récord europeo en 1970 (2,70 hijos por mujer), se convertía en el país con el índice más bajo del mundo tres décadas después, en 1998, cuando caía a 1,15.
“¿Esto es preocupante?”, se pregunta el catedrático de Geografía Humana de la Universidad Autónoma de Madrid Julio Vinuesa: “Se habla del declive demográfico en términos alarmistas, pero lo cierto es que la población cada vez vive más años, con mortalidad prácticamente nula y generaciones casi intactas hasta edades avanzadas… La dinámica es muy distinta a la de hace 40 años, cuando empiezan a descender estas tasas, y cuando esa caída sí era síntoma de pérdida de población…”. Sin embargo, sí hay algo que ve inquietante: “No se trata de que las mujeres tengan pocos hijos, sino de que no tengan todos los que quieren tener”.
Esto se produce porque “la posibilidad de tener hijos queda postergada por las obligaciones profesionales o económicas”: “En España cambia muy rápidamente el papel de la mujer, y esta se incorpora al trabajo, pero las parejas no cuentan con las ayudas que existen en otros países a la hora de ser padres. Esto hace que no solo biológicamente la responsabilidad de tener hijos recaiga en la mujer, sino que sociológicamente también asuman esa responsabilidad, esa carga, porque la corresponsabilidad no existe y las ayudas sociales resultan insuficientes”, analiza.
A la mujer le gustaría tener más hijos, pero ni económica ni funcionalmente siente que se sea algo que se puede permitir. Compatibilizar su carrera con ser madre resulta complicado y las ayudas (100 euros al mes por madre trabajadora durante los tres primeros años) no permiten una jornada bastante reducida durante ese tiempo, a costa de esa compensación económica, algo que sí es posible en otros países donde las responsabilidades de tener un hijo no entran tan en conflicto con la actividad laboral de la madre.
Si les preguntan por su cifra ideal, las mujeres españolas contestan que dos hijos. “La regla de los dos hijos se mantiene de forma constante desde hace dos o tres décadas. Muy pocas contestan uno, y solo un 5% o un 6% de las mujeres españolas en edad joven tienen claro que su opción es no tener hijos”, explica la demógrafa del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Teresa Castro. Y, sin embargo, entre la población nacida a partir de 1970 casi un tercio, una de cada cuatro, no tienen hijos.
La alta tasa de paro entre los adultos jóvenes, la elevada temporalidad o el elevado precio de la vivienda hacen pensárselo dos veces. Los permisos (de paternidad o maternidad), “a años luz de Suecia, pero también de Francia, en la que nos parecemos en tantas otras cosas”, el acceso a escuelas infantiles, la flexibilidad laboral… tampoco ayudan.
Además, la transición hacia un modelo igualitario se nos está atragantando: “En el modelo tradicional el hombre trabajaba y la mujer cuidaba. Ahora, en la generación joven, la mujer trabaja prácticamente igual que el hombre, pero en el cuidado –-niños, pero también de dependientes mayores- hay una gran diferencia”. Esto último tiene su incidencia en la tasa de fecundidad, “pues la evidencia nos indica que si el padre se implica más en los cuidados es más probable que se vaya a por un segundo hijo”. El primero se convertiría así en una suerte de test de los valores igualitarios. Y no todos lo pasan: “Nos encontramos con parejas en que trabajan los dos miembros, muy igualitarias en sus planes antes de nacer el primer hijo, que al llegar este asumen un rol tradicional: ella cuida más y él se vuelca más en el trabajo, con padres que querrían cuidar más, pero creen que no pueden por la presión laboral, porque está mal visto que se vayan antes del trabajo… El primer hijo tiene mucho de punto de inflexión”, explica la experta.
Dicho esto, los demógrafos no apuestan por una gran revolución en las aulas como consecuencia del descenso de la natalidad: “Todo cambio por natalidad es muy gradual y muy predecible. Se sabe cuándo van a comenzar su escolarización esos niños, cuándo van a estar en Primaria, en Secundaria… El sistema educativo se puede adaptar”, predice Castro, que considera que los picos que se produzcan en un futuro pueden ser más por inmigración, “un fenómeno más impredecible y, al que, sin embargo, la adaptación de las aulas españolas ha sido bastante buena, dado lo que en su momento tuvo de repentino”. Vinuesa comparte esta idea de que, para predecir la evolución de los alumnos, se debe ir más allá de la propia inercia de la natalidad: “Influyen otros factores, como el desarrollo urbano, cómo van conformándose los barrios, la distribución espacial de la población… y, desde luego, conviene tener en cuenta el efecto relevante de las migraciones, que va a ser un fenómeno muy presente a lo largo de este siglo, y que serán cada vez más y más diversas… Yo creo que lo que nos debería preocupar sería si destinamos los recursos necesarios a esos niños hijos de inmigrantes en que confluye un nivel de renta bajo, un nivel cultural bajo y dificultades del idioma. Son enormes obstáculos y no sé si cuentan con la atención necesaria”, concluye Vinuesa.
Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2017/09/18/cae-la-natalidad-se-vacian-las-aulas/