Manada monosex

Por: Elena Simón

Las manadas o rebaños monosex, son muy perjudiciales para la salud, porque no se reequilibran los aprendizajes de género, no se mestizan ni interactúan y, por tanto, no se transforman.

Fin de curso, de carrera, fiestas populares, despedidas, bienvenidas, bodas, bautizos, comuniones, divorcios, aniversarios, cumpleaños, homenajes, comidas de empresa. Noches veraniegas. Tiempo de fiestas.

Por donde vayas vas viendo manadas humanas que, según el DLE significa: “Conjunto de animales de una misma especie que andan reunidos”, y también: “Hato, rebaño, cuadrilla o pelotón de gente”. Y rebaño: “Conjunto de personas que se mueven gregariamente o se dejan dirigir en sus opiniones, gustos, etc…”.

Pues así están compuestas en gran parte nuestras fiestas y celebraciones. Pero como somos seres humanos sexuados y generizados, hemos de añadir a conjunto de personas… del mismo género. Cierto es que el término “manada” ha tomado unos tintes específicos y restringidos, referidos nada más al grupo de violadores en Sanfermines 2016.

Desde que niñas y niños van a la escuela juntos, a una escuela mixta pero no coeducativa, los grupos unisexuales se exacerban, tanto en las aulas y patios como en las calles y plazas. Su socialización no es mixta: los mensajes, modas y mandatos de género para unos y otras son cada vez más diferenciadores por géneros, más desigualitarios y más excluyentes de la otra mitad. Observemos la aversión de los niños hacia todo lo que huela a niña, a femenino, a rosa y, observemos también el rechazo –aunque algo menos fuerte– que las niñas muestran por los juegos, juguetes y ropas masculinas.

Cuando van creciendo, se van separando por intereses. Cuando van saliendo o celebran cumpleaños, vemos cómo se juntan en rebaños monosex, se uniformizan en las vestimentas por géneros separados y hacen sus planes en grupos no mixtos. Sólo se juntan cuando pretenden ligar, pero eso es de dos en dos, no en manada.

Todo ello favorece la exageración de los roles y estereotipos o, dicho de otro modo, la hiperfeminización y la hipermasculinización.

Siempre habrá voces que apoyen estas formas de estar en el mundo, como “natural” y “normal”. Los chicos: hombre-hombre, con intereses definidos por la fuerza, los juegos de poder y las bromas pesadas y cargantes, la competitividad 24 horas, la exhibición de logros conseguidos con riesgo, la conquista de las mujeres como si fueran castillos que tomar o fronteras que violar y traspasar para estar a la altura.

También habrá voces, privadas y públicas, que apoyen la feminidad de las chicas, que aprenden unas con otras y de otras, en manada, en rebaño, con intereses definidos por la moda, la rivalidad entre ellas, la búsqueda a la desesperada del amor como imprescindible para vivir y estar completa. Y, el aprender a excusar los comportamientos de exceso de los varones, a aceptar que las relaciones sexuales las imponen ellos y que las más de las veces les resultan molestas o dolorosas a ellas.

El plato está servido para instaurar de forma normalizada la “cultura de la violación y de la prostitución”: los varones crecen pensando erróneamente que su deseos sexuales (como modelo dominante: heterosexuales) son inaplazables y exigentes y que si no es por las buenas y a la primera, será por las malas y a la cuarta o, en último extremo, pagarán para tener carta blanca en sus demandas, a través del dinero, la fuerza y el poder que les otorga una cultura machista y misógina, que justifica todo ello sin culpabilizarlo y por el contrario, culpabiliza en las mujeres que se “dejen”, como objeto de abuso masculino.

Las manadas o rebaños monosex, son muy perjudiciales para la salud, porque no se reequilibran los aprendizajes de género, no se mestizan ni interactúan y, por tanto, no se transforman. Parece que hay que adcribirse a una forma binaria y hegemónica de estar en el mundo y, cuanto más se aleje una de otra, más placer identitario se experimenta.

Como personas adultas responsables de la socialización y educación de menores, tenemos que trabajar por la no segregación, desde la escuela y desde las casas, en el tiempo libre y en las propuestas lúdicas o extraescolares que hacemos para nuestras hijas e hijos, como profesionales o como representantes de asociaciones.

Observo, por la calle y en la salida de los colegios, niños varones ejerciendo su amistad con otros de manera violenta, a base de insultos duros, patadas, collejas, carreras, zancadillas, etc… Cuando se hacen grandes y practican el rebaño, nos invaden con sus risotadas, gritos y chillidos acompañados de gestos duros y de patente desprecio. Invaden los espacios comunes y no se percatan de que no tienen ningún derecho a hacerlo. Bien al contrario, parecen ejercer privilegios por derecho divino. Así se normalizan estos comportamientos y así siguen ellos ejerciendo supremacía.

¿Qué podemos hacer? Pues, al menos, percibir todo esto como negativo y no normalizarlo, afear esas conductas y proponerles modelos de relación que respeten a las personas, su dignidad y su singularidad, sean mujeres o niñas u hombres o niños. Es muy urgente romper las dicotomías y jerarquías sexo-genéricas e inaugurar caminos de encuentro, mestizaje y colaboración positiva y divertida.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/07/10/manada-monosex/

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¿Dónde están las mujeres?

Por: Ester Oliveras

El reconocimiento a la ingeniera y emprendedora Dorcas Muthoni ayuda a incrementar el vergonzoso 8% de Honoris Causa femeninos en Catalunya.

Para la mayoría de mujeres, el espejismo de la igualdad vivido durante la etapa educativa va desvaneciéndose a medida que nos adentramos en el mundo laboral. A una cierta edad, todas tenemos anécdotas laborales y personales que ejemplifican las pequeñas, medianas y grandes desventajas que vamos encarando durante el día a día. Los datos agregados corroboran el impacto: menor participación de las mujeres en el mercado de trabajo, un 20% de mujeres en los consejos de administración de empresas del IBEX-35 o solamente un 19% de alcaldesas en Catalunya.

Aunque se está haciendo evidente que la existente desigualdad de género es un impedimento para aliviar la pobreza o para conseguir un desarrollo sostenible, la sociedad en la que vivimos está organizada de una manera patriarcal que tiende, tozudamente, a invisibilizar y desvalorizar las mujeres. Para contrarrestar esta tendencia se adoptan medidas económicas y políticas que estimulen, o fuercen en algunos casos, la presencia de mujeres en puestos de poder y reconocimiento. Pero el problema es muy complejo, inconsciente por la mayoría de nosotros y que comienza mucho antes de la entrada de las mujeres en el mercado laboral.

Una encuesta realizada a madres sobre la capacidad de su bebé de gatear por una rampa, demostró la existencia de expectativas por encima de las posibilidades reales de los hijos y expectativas por debajo de las capacidades reales de las hijas. De manera congruente, otro estudio realizado en bufetes norteamericanos, demuestra que las mujeres abogadas muestran menos ambiciones y expectativas de promoción en comparación a los hombres. Esta diferencia de expectativas aún se amplía más en caso de maternidad.

Sistema educativo

El sistema educativo también ha sido poco activo en la inclusión de la perspectiva de género tanto en sus contenidos como en las metodologías docentes. Los currículos y los libros de texto que se utilizan rebosan de estereotipos. Las chicas que llegan a la universidad se ven expuestas a un gran número de figuras y referentes masculinos y, así, se sigue reproduciendo en el imaginario de las mujeres que el conocimiento, la iniciativa y el poder están, principalmente, en manos de los hombres.

Una vez en el lugar de trabajo, en algunas organizaciones se crean redes informales, los llamados ‘old boys’ club’, en las que los hombres se favorecen entre ellos laboralmente, dejando al margen, de manera consciente o inconsciente, a las mujeres. Este clima laboral también se ha definido como ‘chilly climate’. Un entorno laboral poco amable que, sutilmente, va minando las oportunidades de promoción para las mujeres, así como su seguridad.

Por todo ello, hay que felicitar a Dorcas Muthoni, la reciente receptora de un doctorado Honoris Causa por parte de una universidad pública catalana, que ayuda a incrementar el vergonzoso 8% de mujeres Honoris Causa en Catalunya. Dorcas Muthoni,  ingeniera y emprendedora, ha desarrollado un papel importante en la implantación de las tecnologías de la información en África, así como en incentivar al colectivo femenino de este continente a estudiar ingeniería. Esperamos que su empresa sea un caso utilizado en las escuelas de negocio y universidades, construyendo y ampliando el colectivo de mujeres brillantes en el que nos podamos reflejar.

Fuente: http://www.elperiodico.com/es/opinion/20180102/donde-estan-las-mujeres-6527913

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