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Declaración sobre Gaza de la Campaña Mundial sobre Educación

Hasta el 27 de febrero se habían reportado 29 878 palestinos muertos y 70 215 heridos, siendo la gran mayoría mujeres y niños.
De los 2,2 millones de habitantes de Gaza, más de 1,9 millones han sido desplazados, entre ellos muchos que han huido varias veces. Actualmente hay 1,5 millones de palestinos refugiados en Rafah, de los cuales 610 000 son niños que no tienen adónde ir.
Aproximadamente 378 escuelas han sido destruidas o dañadas. El Ministerio de Educación palestino ha reportado la muerte de más de 4 327 estudiantes, 231 maestros y 94 profesores. Todas o parte de las 12 universidades de Gaza han sido bombardeadas y en su mayoría destruidas.
Miles de niños se han quedado huérfanos y cientos de miles de niños necesitan ahora apoyo en materia de salud mental.
Por tanto, la Campaña Mundial sobre Educación pide:
• Exigir un alto el fuego inmediato en Gaza.
• Exigir el restablecimiento inmediato y completo del acceso a alimentos, agua, electricidad y medicinas para los ciudadanos de Gaza.
• Insistir en que los donantes restablezcan urgentemente la financiación de la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA, por sus siglas en inglés).
• Exigir a todas las partes que se adhieran al principio de que las instituciones educativas deben ser un espacio protegido para que los estudiantes aprendan y desarrollen su potencial, incluso durante la guerra.
• Apoyar el derecho de los palestinos a regresar inmediatamente al norte de Gaza, sobre todo para los niños y jóvenes que necesitan volver a sus escuelas y colegios para acceder a su derecho a la
educación.

Otras resoluciones:
1. Que la CME envíe una carta al fiscal de la Corte Penal Internacional para animarle a considerar, de forma total y rápida, si se han cometido crímenes de guerra y/o crímenes contra la humanidad durante la guerra.

2. Emprender una consulta completa con las organizaciones miembro para desarrollar una respuesta política global a la guerra de Gaza y a la recuperación.

Declaración sobre Gaza de la Campaña Mundial sobre Educación

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Israel y Gaza: guerra de la información y periodistas en el punto de mira

La FIP cifra en casi un centenar el número de reporteros asesinados este año en todo el mundo. Tres cuartas partes de ellos han muerto cubriendo el asedio en la Franja

Al menos, sesenta y tres periodistas y trabajadores de los medios han muerto en Oriente Medio desde que empezara la última guerra de Gaza, hace poco más de dos meses.

Son algo más que un daño colateral. En buena parte, si no en la mayoría de los casos, esos periodistas –todos palestinos– no fueron bajas casuales de la guerra, como otras víctimas civiles palestinas, sino objetivo preciso y predeterminado de los ataques de Israel.

Varios más han desaparecido y un número impreciso resultó herido. Son cifras que surgen de un meticuloso recuento de la Federación Internacional de Periodistas (FIP/IFJ, International Federation of Journalists).

A esa siniestra estadística, debemos sumar los nombres de tres periodistas muertos en Líbano, entre ellos Issam Abdallah, de la agencia Reuters. El 13 de octubre se encontraba con otros seis colegas –de la cadena Al Jazeera y de la agencia francesa AFP– cuando dos impactos de las fuerzas israelíes los alcanzaron de lleno. Estaban en Alma Al-Chaab,una localidad situada a poco más de un kilómetro de la frontera líbanoisraelí. Resultado del bombardeo repentino: un muerto (el mismo Issam Abadallah) y seis heridos, entre ellos la fotorreportera libanesa Christina Assi, a quien después los médicos tuvieron que amputar una pierna.

“Amnistía Internacional ha investigado directamente en Líbano, donde hemos interrogado a nueve testigos de la escena: los propios periodistas afectados y otras personas que se encontraban en las inmediaciones”, ha declarado Marija Ristic, coautora del informe de Amnistía Internacional, quien insiste en decir que, a la vista de los vídeos disponibles (57 exactamente), “se ve claramente a los periodistas vistiendo chalecos con la palabra press, lo mismo que alguno de sus vehículos”.

Las fuerzas israelíes tuvieron tiempo para comprobar que se trataba de un grupo de periodistas

Según ha declarado Ristic al diario La Libre Belgique, “las imágenes y las grabaciones sonoras señalan que varios helicópteros y un dron israelí sobrevolaron el grupo durante 46 minutos antes del ataque”.

De modo que las fuerzas israelíes tuvieron tiempo para comprobar que se trataba de un grupo de periodistas. Otro elemento que destaca el citado informe es que hubo dos disparos de obús distanciados entre sí 37 segundos. “No se dispara contra alguien dos veces si no lo consideras un objetivo”, apunta Marija Ristic. No hay error posible, según ella, que define el ataque como “dos lanzamientos deliberados”.

Tres investigaciones, la mencionada de Amnistía Internacional, así como otras de la agencia AFP y del colectivo Airwars explican con claridad cómo sucedió y el origen israelí de los dos obuses. No había ningún objetivo militar posible en el entorno. Ni casas cercanas. Y los choques militares de ese día por allí acontecieron a un kilómetro y medio de distancia.

En este punto, antes de continuar la lectura, invito al lector a repasar el vídeo de Airwars que recrea las circunstancias.

Es sólo un ejemplo de la estrategia bélica de Israel contra los periodistas. En ese diario belga ya citado, Anthony Bellanger, secretario general de la FIP, lo analiza así:

“Incluso durante la guerra de Irak, que produjo numerosas víctimas entre el colectivo de la prensa, no pudimos ver esa manera de apuntar tan sistemáticamente [a los periodistas]. Empezó a ser así desde 2011, durante la guerra de Siria y con el desarrollo de las redes sociales, cuando Facebook, Twitter y otras redes similares, dieron acceso múltiple a la ciudadanía. Todo cambió. Desde entonces, los autócratas y los beligerantes quieren asumir por sí mismos la comunicación vía las redes sociales. No les gusta que haya otras fuentes en su lugar”.

En otros conflictos, los periodistas y la población pueden –en determinadas circunstancias– huir del frente de batalla. Eso no es posible en Gaza, donde desaparecen día a día los suministros y las reservas de agua, electricidad, medicinas y alimentos.

El estado de Israel –y al sur Egipto, no lo olvidemos– controla las puertas para entrar y salir. El secretario general de la FIP resume así el valor de la información y el riesgo diario que corren los periodistas palestinos en Gaza:

“Todos los civiles, incluidos los periodistas, están enjaulados en una cárcel a cielo abierto que se va transformando en una fosa común”.

Y además, ningún reportero del exterior ha sido autorizado a trabajar allí.

Todos los civiles, incluidos los periodistas, están enjaulados en una cárcel a cielo abierto

Así que la cobertura informativa sólo es posible para los mismos periodistas que son –a la vez– víctimas fáciles del conflicto armado. Una parte ha muerto en –digamos– acciones bélicas normales. Porque se encontraban en el momento y lugar no deseados, mientras ejercían su oficio. En otros casos, bastantes, hay más que indicios que apuntan hacia la responsabilidad israelí por medio de ataques intencionados, contra ellos y contra sus oficinas y domicilios familiares. Anthony Bellanger pone varios ejemplos que se refieren a ese modus operandi deliberado. Lo precisan las imágenes de Al Jazeera en el ataque contra la oficina de la AFP en Gaza.

“Se ve cómo un proyectil atraviesa la oficina destruyéndolo todo, pero sin afectar al resto del edificio. Israel utiliza la inteligencia artificial para identificar a los miembros de Hamás. Funciona igual para los periodistas. Cualquiera que cuente lo que pasa es [para los responsables] un enemigo potencial, fácilmente identificable”, concluye Bellanger.

En menor medida, lo que sucede en Gaza acontece en cierto modo en Cisjordania. Israel controla esa parte de Palestina con mano de hierro, aún más desde el 7 de octubre.

En territorio israelí, los corresponsales acreditados saben que en cualquier momento su acreditación puede ser cancelada y que entonces dispondrán de un plazo breve para salir del país. En algunas ocasiones, las autoridades israelíes utilizan simples pretextos administrativos, según Anthony Bellanger, quien subraya que llevar un chaleco con la mención press puede también convertir al periodista en un objetivo claro. “Un riesgo doble –reitera Bellanger– porque se asume [el peligro de] situarse en la zona y simultáneamente el de ponerse en el punto de mira” [con el uso de un chaleco en el que está escrito press].

En Gaza, la estadística de víctimas mortales de la guerra se aproxima a las veinte mil, la mayoría mujeres y menores de dieciocho años. Los gazatíes que sobreviven lo hacen en condiciones humanitarias execrables, lo más cerca que pueden de la (cerrada) frontera con Egipto. El 85% de los palestinos de Gaza está desplazado de su lugar de origen en un territorio reducido y estrecho, convertido en un gran trampa mortífera.

Ahora, no hay negociaciones para liberar más rehenes, mientras el Consejo de Seguridad de la ONU debate de nuevo la situación, tras el veto estadounidense favorable a Israel.

Los reporteros palestinos que siguen vivos y continúan ejerciendo su oficio de periodistas ayudan a mantener informada a la opinión pública del planeta. Son los ojos que nos ayudan a ser conscientes de cómo la inmensa prisión a cielo abierto (Gaza) se va convirtiendo día a día en un gran cementerio.

La FIP cifra en casi un centenar el número de periodistas asesinados este año en todo el mundo. Tres cuartas partes de ellos eran periodistas y reporteros que vivían y trabajaban en Gaza. Quienes sobreviven allí, siguen en el punto de mira de Israel.

Fuente de la información e imagen:  https://ctxt.es/es

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No colabores con la prensa que calla el genocidio en Gaza

Por Ollantay Itzamná

En un mes del exterminio de la población civil en Palestina, sobre todo en Gaza, 49 periodistas fueron asesinados por el ejército de Israel, ante la complicidad y el silencio de la gran mayoría de la prensa mundial.

“No podemos soportarlo más, estamos exhaustos. Somos víctimas, somos mártires. Es solo cuestión de tiempo. Vamos a ser asesinados uno por uno y nadie nos está mirando”, dice conmocionado Salman al Basheer, corresponsal de la televisión palestina, frente a las puertas del hospital Nasser, en Khan Younis.

Del otro lado, en pantalla compartida, su colega llora en el estudio del canal local. La luz roja de la cámara encendida, sus palabras: “nadie está mirando”. Al Bassher está retrasmitiendo en directo el asesinato de su compañero, Mohammed Abu Hatab, quién pocas horas antes estaba parado frente a la cámara en ese mismo lugar. “Estos chalecos balísticos, estos cascos, no nos protegen. No protegen a ningún periodista”, expresa con rabia mientras se quita el traje de protección azul con el eslogan de “prensa” y lo lanza al suelo.

Mientras la humanidad sufre el tercer holocausto moderno. Mientras Israel, promovido y pertrechado por los EEUUU, asesina a más de 11 mil palestinos en cuestión de días. Mientras las bombas israelnorteamericanas pulverizan cámaras y micrófonos junto a los corresponsales de guerra. Existen empresas de comunicación y trabajadores de prensa que guardan un cómplice silencio total sobre este macabro suceso que ocurre en vivo y en directo.

Guatemala vivió uno de los últimos genocidios en el Continente. Específicamente la población maya ixil, sobreviviente al holocausto del siglo XVI, a finales del pasado siglo fue masacrada con fusiles de asalto galil de fabricación israelí, pero este país no ha expresado aún solidaridad o protesta contra el crimen que Israel comete en Palestina.

Existe un silencio total sobre el genocidio en Palestina de medios de comunicación alternativa como prensa comunitaria, y de otros, en una atmósfera de agenda noticiosa alternativa y corporativa nacional determinada por la Embajada norteamericana y por la USAID.

Este silencio cómplice con el genocidio contra la humanidad cobra mayor responsabilidad tratándose de comunicadores/as guatemaltecas que saben de lo que es un genocidio en su propio terruño. Responsabilidad que no se justifica, ni se mitiga, por más que las y los trabajadores de la prensa corporativa y alternativa estén en situación límite en la generación de sus medios de subsistencia. No es humano, mucho menos es ético, callar los asesinatos inmunes de nuestros colegas corresponsales en Gaza, o del genocidio en Palestina. Esto no tiene perdón según la ética periodística.

Desde esta sencilla columna de opinión, así como reiteramos nuestros pedido a  gobernantes de los diferentes estados del Continente a desconocer al Estado genocida de Israel, pedimos también a nuestros colegas periodistas e investigadores/as a dejar de colaborar con la prensa callada sobre el genocidio en Gaza. No podemos, ni debemos ser cómplices de la derrota de la verdad y de la humanidad en esta batalla cultural mediática que Israel/EEUU lideran.

Ollantay Itzamná. Defensor de Derechos de la Madre Tierra y Derechos Humanos desde Abya Yala

Blog delñ autor: https://ollantayitzamna.com/

@JubenalQ

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Carta a los niños de Gaza

Por: Chris Hedges Report / Imagen: Niños de Gaza, por Mr. Fish

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Querido niño:

Es más de medianoche. Vuelo en la oscuridad a cientos de kilómetros por hora, a miles de metros sobre el Océano Atlántico. Viajo a Egipto, camino de la frontera de Gaza en Rafah. Viajo por ti.

Tú nunca has ido en avión, nunca has salido de Gaza. Solo conoces las abarrotadas calles y callejas, las chabolas de hormigón. Solo conoces las barreras de seguridad y las vallas que rodean Gaza, patrulladas por soldados. Para ti, los aviones son aterradores: aviones de combate, helicópteros de asalto, drones. Dan vueltas sobre tu cabeza, dejan caer misiles y bombas. Producen explosiones ensordecedoras. El suelo tiembla, los edificios se derrumban. Muertos, gritos, llamadas de socorro amortiguadas desde debajo de los escombros. No se detienen, ni de día ni de noche. Atrapados bajo montones de cemento destrozado están tus amigos, tus compañeros de colegio, tus vecinos. Desaparecidos en segundos. Ves las caras blanquecinas y los cuerpos inertes cuando les desentierran. Yo soy periodista, es mi trabajo observar esto. Pero tú eres un niño, nunca deberías verlo.

Hedor a muerte. Cuerpos descomponiéndose bajo el hormigón destrozado. Contienes la respiración, te cubres la boca con una tela, andas más deprisa. Tu barrio se ha convertido en un cementerio, todo lo que te era familiar ha desaparecido. Miras asombrado: te preguntas dónde estás.

Tienes miedo. Hay una explosión tras otra. Lloras. Te aferras a tu madre o a tu padre. Te tapas los oídos. Ves la luz blanca de un proyectil y esperas la explosión. ¿Por qué os matan a los niños? ¿Qué habéis hecho? ¿Por qué nadie puede protegerte? ¿Te herirán? ¿Perderás un brazo o una pierna? ¿Te quedarás ciego o irás en silla de ruedas? ¿Para qué naciste? ¿Fue por algo bueno o por esto? ¿Crecerás? ¿Serás feliz? ¿Cómo será quedarte sin amigos? ¿Quién será el próximo en morir? ¿Tu madre? ¿Tu padre? ¿Tus hermanos y hermanas? Alguien a quien conoces resultará herido, pronto. Alguien a quien conoces morirá, pronto.

Por la noche te tumbas sobre el frío suelo de cemento, en la oscuridad. Los teléfonos no funcionan, internet tampoco. No sabes lo que está pasando. Hay destellos de luz. Hay oleadas de explosiones. Hay gritos.  No se detienen.

Cuando tu padre o tu madre van en busca de comida, esperas, con esa terrible sensación en el estómago. ¿Regresarán? ¿Volverás a verles? ¿Será vuestra casita la siguiente que destrirán las bombas? ¿Son estos tus últimos momentos sobre la tierra?

Bebes agua salada, agua sucia. Te pone enfermo. Te duele el estómago. Tienes hambre. Las panaderías están destruidas, no hay pan. Comes una vez al día: pasta, un pepino. Dentro de poco hasta eso te parecerá un festín.

Ya no juegas con tu pelota hecha de trapos, ni vuelas tu cometa hecha de viejos periódicos.

Has visto a periodistas extranjeros. Llevamos chalecos antibalas con la palabra PRENSA escrita en ellos. Tenemos cascos, cámaras, conducimos jeeps. Aparecemos después de un bombardeo o un tiroteo. Nos sentamos a tomar café durante un buen rato y hablamos con los adultos. Luego desaparecemos. No solemos entrevistar a niños. Pero yo sí lo hecho cuando me he visto rodeado por un montón de chavales. Reís, señaláis con el dedo, nos pedís que os hagamos una foto.

He sido bombardeado por aviones en Gaza. Me han bombardeado también en otras guerras, guerras que sucedieron antes de que tú nacieras. Yo también pasé mucho, mucho miedo. Todavía sueño con aquello. Cuando veo las imágenes de Gaza, esas guerras regresan a mí con la fuerza del trueno y del rayo y pienso en vosotros.

Todos los que hemos estado en la guerra la odiamos sobre todo por lo que les hace a los niños.

Yo he intentado contar vuestra historia. He intentado contar al mundo que cuando se es cruel con la gente, semana tras semana, un mes tras otro, año tras año, década tras década, cuando se les niega la libertad y la dignidad, cuando se les humilla y se les encierra en una cárcel al aire libre, cuando se les mata como si fueran bestias, acaban muy enfadados. Hacen a los demás lo que les hicieron a ellos. Lo he contado una y otra vez. Lo repetí durante siete años. Pocos escucharon. Y ahora esto.

Hay periodistas palestinos muy valientes. Treinta y nueve de ellos han sido asesinados desde que comenzaron a caer las bombas. Son héroes. Al igual que lo son los médicos y enfermeras de vuestros hospitales. Como los trabajadores de las Naciones Unidas, ochenta y cuatro de los cuales han caído. Como los conductores de ambulancias y los paramédicos. Y lo mismo puede decirse de los equipos de rescate que levantan los bloques de hormigón con sus manos. O los padres y madres que os protegen de las bombas con sus cuerpos.

Pero ahora no estamos allí, no en esta ocasión. No podemos entrar, no nos dejan.

Periodistas de todo el mundo van camino del paso fronterizo de Rafah. Acudimos porque no podemos contemplar esta carnicería y no hacer nada. Acudimos porque cientos de personas mueren a diario, incluidos 160 niños. Acudimos porque este genocidio debe detenerse. Acudimos porque tenemos hijos, niños como vosotros, preciosos, inocentes, amados. Acudimos porque queremos que viváis.

Espero que algún día nos encontremos. Vosotros seréis adultos, yo seré un anciano, aunque para vosotros ya soy muy viejo. En mis sueños os encuentro libres, felices, a salvo. Nadie intenta mataros. Voláis en aviones llenos de personas, no de bombas. No estáis atrapados en campos de concentración, salís a ver el mundo. Crecéis y tenéis hijos. Os hacéis viejos. Recordáis este sufrimiento pero sabéis que eso significa que tenéis que ayudar a otros que sufren. Esa es mi esperanza, mi plegaria.

Os hemos fallado. Esa es la terrible culpa que cargamos. Lo intentamos, pero no lo suficiente. Así que iremos a Rafah, muchos de nosotros, periodistas. Nos plantaremos frente a la frontera con Gaza para protestar. Escribiremos y filmaremos. Eso es a lo que nos dedicamos. No es mucho, pero es algo. Volveremos a contar vuestra historia.

Quizá sea suficiente para ganarnos el derecho a pediros perdón.

Chris Hedges es un periodista estadounidense ganador del Premio Pulitzer. Fue durante 15 años corresponsal en el extranjero para The New York Times, ejerciendo como jefe para la oficina de Oriente Próximo y la  de los Balcanes.

Fuente: https://chrishedges.substack.com/p/letter-to-the-children-of-gaza

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Los nazis de nuestro tiempo no usan bigote

Por Jorge Majfud

No deja de ser una trágica ironía de la historia que aquellos que desde el principio condenaron las acciones bélicas de Hamás y del Gobierno de Israel sean acusados de estar a favor del  terrorismo por aquellos que solo condenan a Hamás y justifican el terrorismo masivo, histórico y sistemático del Gobierno de Israel.

Afortunadamente, cientos de miles de judíos (sobre todo en el hemisferio norte) han tenido el coraje que no han tenido evangélicos o laicos políticamente correctos y previsibles de salir a las calles y a los centros del poder mundial a aclarar que el Estado de Israel y el judaísmo no son la misma cosa, confusión básica, estratégica y funcional que radica en el centro del conflicto y beneficia solo a unos pocos con la complicidad fanática e ignorante de muchos otros.

De hecho, decenas de miles de judíos estudiosos de libros sagrados del judaísmo como la Torá han afirmado que el judaísmo es anti sionista. Muchos dirán que es materia de opiniones, pero no veo por qué su opinión deba ser menos importante que la del resto de charlatanes belicosos.

Ha sido este pueblo judío, que sabe que su convivencia con los musulmanes ha sido, por siglos, mucho mejor que esta tragedia moderna, quienes han gritado en Washington y Nueva York “No en nuestro nombre”, “Paren el genocidio del Apartheid” y no en pocos casos han sido arrestados por ejercer su libertad de expresión, que en las democracias imperiales siempre fue la libertad de aquellos que no eran tan importantes como para desafiar el poder político, como lo demuestra, por ejemplo, la libertad de expresión en tiempos de la esclavitud. Pero a estos pertenecerá la dignidad otorgada por la historia.

Cuando vuelva la luz a Gaza y el mundo se entere qué ha hecho uno de los ejércitos nucleares más poderosos del mundo, con la complicidad de Europa y Estados Unidos, sobre un gueto sin ejército y un pueblo sin derecho a nada más que respirar, cuando puede, se enterará de que no son miles sino decenas de miles de vidas tan valiosas como las nuestras, aplastadas por el odio racista y mecánico de gente enferma, unas pocas de ellas con mucho poder político, geopolítico, mediático y financiero, que es, en definitiva, lo que gobierna el mundo. Naturalmente, la propaganda comercial tratará de negarlo. La Historia no podrá. Será implacable, como suele serlo cuando las víctimas ya no molestan más.

Muchos callarán, temblorosos de las consecuencias, de las listas negras (periodistas sin trabajo, estudiantes sin becas, políticos sin donaciones, como lo han informado hasta medios como el New York Times), del estigma social que sufren y sufrirán aquellos que se atreven a decir que no hay ni pueblos ni individuos elegidos por Dios ni por el Diablo, sino meras injusticias del poder desatado.

Que una vida vale tanto y lo mismo que cualquier otra.

Que el pueblo palestino (con una población ocho veces la de Alaska, cuatro o cinco veces la de otros estados de Estados Unidos) arrinconado en un área invivible, tiene los mismos derechos que cualquier otro pueblo sobre la superficie de la esfera planetaria.

Que los palestinos, hombres, mujeres y niños aplastados por las bombas indicriminadas, no son “animales sobre dos patas”, como afirma el Primer Ministro Netanyahu (si fueran perros al menos serían tratados mejor). Ni los israelíes son “el pueblo de la luz” luchando contra “el pueblo de las tinieblas”.

Que los palestinos no son terroristas por nacer palestinos, sino uno de los pueblos que más ha sufrido la deshumanización y el constante asedio, robo, humillación y asesinato impune por ya casi un siglo.

Pero éstos, quienes se atreven a protestar por una masacre histórica, una de las tantas, son, vaya casualidad, los acusados de apoyar el terrorismo. Nada nuevo. Así han procedido siempre los terroristas de Estado en todas partes del mundo, a lo largo de toda la historia y bajo banderas de todos los colores.

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Gaza , La Mayor Prisión Al Aire Libre | Noam Chomsky

Artículo del filósofo, lingüista y activista político Noam Chomsky , publicado el 7 de noviembre del 2012 

Por: Noam Chomsky

Basta siquiera con una sola noche en la cárcel para hacerse una idea de lo que significa estar bajo el control absoluto de una fuerza externa.
Y apenas si se tarda un día en Gaza en apreciar cómo debe de ser tratar de sobrevivir en la mayor prisión al aire libre del mundo, donde aproximadamente un millón y medio de personas hacinadas en una franja de trescientos kilómetros cuadrados viven sometidas a un terror aleatorio y a un castigo arbitrario que no tienen otro objetivo que el de humillarlas y degradarlas.
Lo que se pretende con semejante crueldad es aplastar las esperanzas palestinas de un futuro digno y la anulación del abrumador apoyo internacional a un acuerdo diplomático que garantice el respeto de los derechos humanos básicos. Los dirigentes políticos israelíes han dado evidente fe de esa pretensión en estos últimos días al advertir de que «enloquecerán» si Naciones Unidas otorga el más mínimo reconocimiento a los derechos palestinos.
Esta amenaza de «enloquecimiento» (nishtagea) —entiéndase lanzar una respuesta de particular dureza— está muy arraigada y se remonta a tiempos de los gobiernos laboristas de la década de 1950, momento en que también hallamos el origen del llamado «complejo de Sansón»: «Si se traspasa esa línea, derribaremos los muros del templo con todos dentro, nosotros incluidos».
Treinta años atrás, varios líderes políticos israelíes, algunos destacados «halcones» entre ellos, remitieron al primer ministro Menahem Begin un impactante informe sobre la frecuencia y la impunidad con las que los colonos de Cisjordania cometían «actos terroristas» contra los árabes del lugar.
Asqueado por aquellos hechos, Yoram Peri, destacado analista de la política militar, escribió que la labor del ejército israelí ya no parecía consistir en defender el Estado, sino en «demoler los derechos de personas inocentes por el mero hecho de ser araboushim [apelativo racial despectivo] que viven en territorios que Dios nos prometió».
Los gazatíes han sido objeto de un castigo particularmente cruel. Hace treinta años, en su libro de memorias The Third Way [La tercera vía], Raja Shehadeh, un abogado, describió la inútil tarea de intentar proteger los derechos humanos fundamentales dentro de un sistema legal diseñado para que dicho objetivo resulte imposible, y su experiencia personal como samid (un «inquebrantable») que vio cómo las brutales fuerzas de ocupación convertían su casa en una prisión sin que él pudiera hacer otra cosa más que «aguantar».
Desde entonces, la situación ha empeorado sensiblemente. Los Acuerdos de Oslo, festejados con gran pompa en 1993, estipularon que Gaza y Cisjordania constituyeran una única entidad territorial. Pero, por entonces, Estados Unidos e Israel ya tenían en marcha un plan para separar Gaza de Cisjordania con el fin de bloquear un acuerdo diplomático y castigar a los araboushim de ambos territorios.
El castigo contra los gazatíes se hizo más duro aún en enero de 2006 en respuesta al «crimen» de primera magnitud que acababan de cometer: habían votado en el «sentido equivocado» en las primeras elecciones libres celebradas en el mundo árabe al apoyar mayoritariamente a Hamás.
En una muestra más de sus «ansias de democracia», Estados Unidos e Israel (apoyados por una pusilánime Unión Europea) impusieron de inmediato un sitio brutal acompañado de ataques militares. Las autoridades estadounidenses recurrieron enseguida a su procedimiento operativo estándar cuando una población desobediente elige al Gobierno equivocado: preparó un golpe militar para restablecer el orden.
Pero los gazatíes cometieron un crimen más grave si cabe un año más tarde al bloquear esa intentona golpista, lo que se tradujo en una fuerte escalada del asedio y los ataques. La culminación de éstos llegó en el invierno de 2008-2009 con la Operación Plomo Fundido, uno de los ejercicios más cobardes y sanguinarios de nuestra memoria reciente: una población civil indefensa y atrapada fue sometida a la implacable ofensiva lanzada por uno de los sistemas militares más avanzados del mundo, dependiente del armamento estadounidense y protegido por la diplomacia de Washington.
Obviamente, se adujeron pretextos para tal modo de proceder, pues nunca faltan. El habitual, siempre a mano cuando se necesita, fue el de la «seguridad»: en este caso en concreto, se dijo que los ataques eran para neutralizar el lanzamiento de misiles de fabricación casera desde Gaza.
En 2008 se declaró una tregua entre Israel y Hamás. Hamás no disparó un solo cohete hasta que Israel rompió la tregua aprovechando las elecciones estadounidenses del 4 de noviembre para invadir Gaza sin ningún motivo y mató a media docena de miembros de Hamás.
Las más altas autoridades de la inteligencia israelí advirtieron al Gobierno del país de la posibilidad de renovar la tregua si se aligeraba el criminal bloqueo al que estaban sometiendo a la Franja y si ponían fin a los ataques militares. Pero el Gobierno de Ehud Olmert —quien presuntamente era una «paloma» en materia de política exterior— descartó esas opciones y trató de aprovechar su enorme ventaja en potencial de violencia poniendo en marcha la Operación Plomo Fundido.
El internacionalmente respetado defensor de los derechos humanos en Gaza Raji Sourani analizó el patrón seguido por los ataques de Plomo Fundido. Los bombardeos se concentraron en el norte, sobre población civil indefensa de las áreas más densamente habitadas, sin ningún fundamento militar posible. El objetivo, insinúa Sourani, tal vez fuera intimidar a la población y empujarla hacia el sur, hacia las inmediaciones de la frontera con Egipto. Pero los samidin —quienes resistieron a base de aguantar los ataques— no se movieron de donde estaban.
Otro posible objetivo quizá fuera echar a esa población al otro lado de la frontera. Desde los primerísimos tiempos de la colonización sionista, se dijo que los árabes no tenían ninguna razón de peso para estar en Palestina: podían estar igual de bien en cualquier otro lugar, por lo que debían irse de allí (o ser «transferidos» de buenas maneras, según sugerían las «palomas» del movimiento).
Ésa, desde luego, no es una posibilidad que preocupe poco en Egipto y tal vez sea una de las razones por las que ese país no abre la frontera para el libre paso de la población civil o, ni tan siquiera, de suministros que se necesitan con urgencia.
Sourani y otras fuentes bien informadas han señalado que la disciplina demostrada por los samidin es un primer frente tras el que se oculta un polvorín que podría estallar por los aires en cualquier momento, de forma inesperada, como lo hizo la Primera Intifada de Gaza en 1987 tras años de represión.
La impresión (inevitablemente superficial) que uno se lleva tras pasar varios días en Gaza es de asombro, no sólo ante la capacidad de los gazatíes para seguir con su vida, sino también ante el dinamismo y la vitalidad de la gente joven, sobre todo en la universidad, donde asistí a un congreso internacional.
Pero también pueden detectarse síntomas de que la presión puede haber alcanzado extremos insoportables. Ya hay noticias de una frustración de fondo entre los jóvenes que no cesa de crecer y que obedece a un reconocimiento por su parte de que, bajo la ocupación americano-israelí, el futuro no les depara nada.
Gaza presenta el aspecto de un país del Tercer Mundo, con bolsas aisladas de riqueza rodeadas de la pobreza más atroz. Pero no es un lugar sin desarrollo. Diríamos, más bien, que ha sido des-desarrollado (tomando prestado el término de Sara Roy, principal especialista académica en Gaza) y de forma muy sistemática.
La Franja de Gaza podría haberse convertido en una próspera región mediterránea, con una agricultura rica y una industria pesquera próspera, amén de unas playas maravillosas y de, según se descubrió hace una década, altas probabilidades de disponer de extensas reservas de gas natural en sus aguas territoriales (fuera por casualidad o no, lo cierto es que fue justo entonces cuando Israel intensificó su bloqueo naval). Tan favorables perspectivas de futuro se vieron abortadas en 1948, cuando la Franja tuvo que absorber un aluvión de refugiados palestinos que huían presas del pánico o habían sido expulsados a la fuerza de territorios que se integraron en Israel (en algunos casos, apenas meses después del alto el fuego formal). Las conquistas israelíes de 1967 y su consolidación durante los meses posteriores asestaron nuevos golpes y terribles crímenes que han continuado hasta nuestros días.
Los síntomas son fácilmente visibles, incluso durante una visita breve. Sentado en un hotel junto a la costa, uno puede oír el fuego de ametralladora de las cañoneras israelíes dedicadas a expulsar a los pescadores de las propias aguas territoriales de Gaza para devolverlos a la línea litoral, obligándolos así a pescar en aguas muy contaminadas por culpa de la negativa americano-israelí a permitir la reconstrucción de los sistemas de alcantarillado y electricidad destruidos por el poder militar de los propios Estados Unidos e Israel.
En los Acuerdos de Oslo, se contemplaban planes para construir dos plantas desalinizadoras, muy necesarias en una región árida como ésta. Y sí, se construyeron unas instalaciones avanzadas, pero en Israel. La segunda está ubicada en Jan Yunis, al sur de Gaza. El ingeniero jefe de Jan Yunis explicó que esa planta fue construida de tal modo que no pueda usar agua del mar y tenga que aprovechar aguas subterráneas, un proceso más barato que contribuye a degradar aún más el exiguo acuífero de la zona, lo que con toda certeza acarreará problemas graves en el futuro.
El suministro de agua todavía es muy limitado. La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA, por sus siglas en inglés), que se ocupa de los refugiados, pero no de los demás gazatíes, publicó recientemente un informe en el que alertaba de que el daño infligido al acuífero podría volverse «irreversible» dentro de poco y de que, de no mediar una rápida actuación para remediarlo, Gaza podría dejar de ser un «lugar habitable» no más tarde de 2020.
Israel permite la entrada de cemento para los proyectos de la UNRWA, pero no para las obras de los gazatíes, metidos como andan en gigantescas campañas de reconstrucción. La limitada maquinaria pesada allí presente se mantiene inactiva en su mayor parte, pues Israel no autoriza la entrada de material ni recambios para su reparación.
Todo esto forma parte del programa general que Dov Weisglass, un asesor del primer ministro Olmert, describió cuando los palestinos no siguieron las órdenes previstas en las elecciones de 2006: «De lo que se trata —dijo él— es de someter a los palestinos a dieta, pero sin matarlos de hambre».
En fecha reciente, y tras varios años de esfuerzos, la organización israelí de defensa de los derechos humanos Gisha logró por fin obtener una orden judicial que obliga al Gobierno a hacer públicos los documentos archivados donde se especifican los planes para hacer efectiva esa «dieta». Jonathan Cook, un periodista afincado en Israel, los resume así: «Las autoridades sanitarias facilitaron sus propios cálculos sobre el número mínimo de calorías que necesitarían el millón y medio de habitantes de Gaza para no caer en la desnutrición. Esas cifras se tradujeron luego en un número tasado de camiones cargados de alimentos a los que Israel supuestamente autorizaría la entrada cada día […] y, al final, un promedio de sólo sesenta y siete camiones (mucho menos de la mitad del mínimo requerido) entraron diariamente en Gaza. Compárese con los más de cuatrocientos que entraban allí a diario antes del inicio del bloqueo».
El resultado de la imposición de esa dieta, según Juan Cole, experto en Oriente Próximo y Medio, es que «en torno a un 10% de los niños palestinos de Gaza de menos de cinco años de edad tienen un crecimiento atrofiado por culpa de la desnutrición. […] Además, la anemia se ha generalizado y afecta a más de dos terceras partes de los niños pequeños, al 58,6% de los que están en edad escolar y a más de un tercio de las madres embarazadas».
Raji Sourani, el ya mencionado defensor de los derechos humanos, señala que «no hay que perder de vista que la ocupación y el cierre absoluto de las fronteras es un ataque continuo contra la dignidad humana de la población de Gaza en particular y contra la de todos los palestinos en general. Es una sistemática degradación, humillación, aislamiento y fragmentación del pueblo palestino».
Esta conclusión ha sido confirmada también por otras muchas fuentes. En The Lancet, una de las principales revistas de medicina del mundo, Rajaie Batniji, médico visitante en Stanford, describe Gaza como «una especie de laboratorio donde observar la ausencia de dignidad», una situación que acarrea repercusiones «devastadoras» para el bienestar físico, mental y social.
«La vigilancia constante desde el cielo, el castigo colectivo por el bloqueo y el aislamiento, la intrusión en los hogares y las comunicaciones, y las restricciones a quienes tratan de viajar, casarse o trabajar, dificultan mucho llevar una vida digna en Gaza», escribe Batniji. Y es que los araboushim tienen que aprender a llevar siempre la cabeza gacha.
Hubo alguna esperanza de que el nuevo Gobierno egipcio de Mohamed Morsi, menos sometido a Israel que la dictadura de Hosni Mubarak, apoyada por Occidente, pudiera abrir el paso de Rafah, que es el único acceso de Gaza al mundo exterior que no está bajo control directo de Israel. Y sí, ha habido una ligera apertura, pero no mucha.
La periodista Laila el-Haddad escribe que la reapertura permitida por el ejecutivo de Morsi «no ha significado más que un regreso del statu quo de años atrás: sólo los palestinos portadores de un carné de identidad de Gaza aprobado por Israel pueden transitar por el paso de Rafah». Eso excluye a muchísimos palestinos, incluida la familia de la propia El-Haddad, donde sólo uno de los miembros del matrimonio posee uno de esos carnés.
Además, según ella misma añade, «el paso no lleva a Cisjordania ni permite el transporte de bienes, que está restringido a los pasos fronterizos controlados por Israel y sujeto a prohibiciones como las que pesan sobre los materiales de construcción y la exportación».
Las limitaciones del paso de Rafah no alteran, pues, el hecho de que «Gaza continúa estando cercada por un férreo asedio marítimo y aéreo, y sigue estando amputada del capital cultural, económico y académico del resto de los [Territorios Ocupados por Israel] en flagrante violación de las obligaciones americano-israelíes recogidas en los Acuerdos de Oslo».
Los efectos son dolorosamente evidentes. El director del hospital de Jan Yunis, que es también jefe de cirugía, habla con rabia y pasión de cómo faltan medicinas incluso, lo que deja a los médicos incapacitados para hacer su trabajo y a los pacientes desesperados de dolor.
Una joven explica cómo fue la enfermedad de su padre ya fallecido. Él se habría sentido muy orgulloso de ver cómo su hija se convertía en la primera mujer del campamento de refugiados en obtener un grado universitario avanzado, dice ella, pero «falleció tras seis meses de lucha contra el cáncer, a la edad de sesenta años.
La ocupación israelí le negó un permiso para acudir a hospitales de Israel a recibir tratamiento. Yo tuve que suspender mis estudios, mi trabajo y mi vida para ir a sentarme junto a su cama. Todos estábamos allí sentados, también mi hermano, el médico, y mi hermana, la farmacéutica, todos impotentes y sin esperanza, contemplando su sufrimiento. Murió durante el inhumano bloqueo de Gaza, en el verano de 2006, sin apenas acceso a la sanidad.
»En mi opinión, la impotencia y la desesperanza son los sentimientos más mortíferos que pueden embargar a un ser humano. Matan el espíritu y parten el corazón. Se puede luchar contra la ocupación, pero no se puede combatir la sensación de impotencia. Es un sentir que nunca llega a desvanecerse».
Nadie que visite Gaza puede evitar una sensación de repugnancia ante la obscenidad de la ocupación, una repugnancia agravada por la culpa, porque está en nuestras manos poner fin al sufrimiento y permitir que los samidin disfruten de la vida de paz y dignidad que merecen.
Fuente e imagen: bloghemia
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