Lo que proyectamos…..en oportunidades no lo sabemos…

Por: Dr. Roberth Morea.

Docente-Investigador

UNERG-San Juan de los Morros, Venezuela.

Muchas veces creemos conocer quiénes somos…..! un mundo de referentes y percepciones se adentran en nuestra conciencia, y otro paralelo ocurre en las miradas que a lo externo posan sobre nosotros…..incluso mirarnos al espejo en algunas ocasiones suele ser un acontecimiento con el cual chocamos, pues lo que miramos no es un semejante a lo que descansa en el inventario de expectativas que subyace en nuestra conciencia. Por ello, en oportunidades pasamos desapercibidas muchas actitudes que reflejamos cuando caminamos, nos sentamos, conversamos, incluso cuando hacemos silencio. Nuestro cuerpo transmite información con sentidos en la percepción de otros. ¡Que complejo es adivinar y saber lo que proyectamos con nuestra imagen!

Es por tal razón, que Wittgenstein a través de su teoría figurativa o pictórica del significado nos explica cómo el lenguaje puede referirse al mundo y describirlo. Consiste en considerar que el lenguaje es una representación isomórfica o modelo del mundo, así tanto nuestro lenguaje como nuestro pensamiento tienen dos peculiaridades que sin duda están relacionadas pero que son distintas: con nuestro lenguaje nos referimos a las cosas y con él decimos algo de ellas; llamamos a la primera de estas capacidades lenguaje referencia y a la segunda sentido o significado.

En el actuar diario, nuestra proyección se constituye en imagen de lo que construimos como referencia en los demás, por ello, nos conocen, destacamos, o sencillamente pasamos desapercibidos. Conocer lo que proyectamos exige en nosotros un ejercicio constante y consciente de lo que hacemos, de lo que decimos, en el cómo, dónde, cuándo y a quién se lo decimos.

Cuando no conocemos lo que proyectamos nos constituimos en los principales distantes de nosotros mismos, nos sorprendemos de lo que otros expresan sobre nosotros, pensamos incluso que no es de nosotros de quien se habla, y llegamos a decir ¡es que no me conoce!, ¡esa no fue la intención en lo que dije! ¡…no me hice entender!, evidenciándose desconocimiento absoluto de las percepciones que sobre
nuestra imagen otros tienen, es aquí donde comenzamos a revisar nuestra actitud y la conciencia con que hacemos u omitimos respuestas y estímulos.

En ello, la importancia del lenguaje que empleamos, no sólo me refiero al verbal o escrito, sino al gestual. Así, debemos comenzar por comprender que no todos tienen los mismos sistemas de referencias y valores con los cuales desenvolverse y responder ante planteamientos que se realizan en lo cotidiano.

Hoy, es valioso que esa imagen que proyectamos, sea reconocida por nosotros inicialmente, y ello responde a la intención de lo que queremos mostrar, centrarnos en ello, es fundamental, construir una imagen requiere conciencia para recrearla y permitir que otros la perciban tal y como la queremos.

Nuestro reto, pensar que queremos construir sobre nuestra imagen, y nuestro compromiso es ser conscientes de lo que hacemos y expresamos verbal y gestualmente en nuestro hacer cotidiano. Nuestra imagen es un poder y nosotros podemos decidir cómo hacer para aflorarla y mostrar lo mejor de ella.

Fuente: El Autor escribe para el Portal Otras Voces en Educación

 

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Imagen, palabra: ¿extinción de la mente crítica o del diálogo humano?

Su sola enunciación nos da la pauta de la trascendencia de su planteo.

Berardi observa con sagacidad y precisión una serie de pautas que ilustran ese proceso de extinción.

Fundamentalmente, registra “la saturación de la atención social” dada por “la velocidad y la intensidad de la infoestimulación” que nos absorbe casi permanentemente.

Mirado etimológicamente, el fenómeno desnuda toda su gravedad: eso que nos absorbe, so pretexto de nutrirnos informacionalmente, nos deja absortos. Y por lo tanto anonadados. Y esa absorción a que somos sometidos capta nuestra mente casi ininterrumpidamente; y es lo que nos elabora ya no sólo absortos sino mentecatos. Porque el origen de esa palabreja es tener la mente captada: mente captus, mente captada. Mentecato.

Aun bien diagnosticado el fenómeno, entiendo hay un fallo en el abordaje de Berardi: en todo caso, observa una vía de extinción de la mente crítica, pero entiendo deja a un lado por lo menos otra, no menos importante: la sustitución de la palabra por la imagen en nuestra relación con la realidad (y su insoslayable temporalidad). Sustitución o desplazamiento que implica la presentización de nuestra relación con el mundo.

Cuando sobreviene el auge de la imagen, a mediados del s XX, había un motto que abonaba esa expansión formidable de lo comunicacional: “una imagen vale, otorga el conocimiento vivencial, más que mil palabras”.

Y es cierto. Lo que obviábamos entonces es que una palabra, la palabra, también puede brindarnos mil imágenes, enriquecer nuestro interior, mediante asociaciones, derivaciones. A diferencia de la imagen que nos impacta y a menudo nos deja “sin palabras”, la palabra no nos da la imagen sino que nos permite a nosotros “hacerla”; véase por ejemplo, esta frasecita (atribuida a Eduardo Galeano): “La realidad imita a la tele.” Todo el mundo que se abre a nuestro discurrir…

Una buena verificación de la elaboración de imágenes desde la palabra nos la da la lectura de, por ejemplo, una novela que, después de nuestra lectura, se pasa al cine y alcanzamos a ver dicha versión. Vemos entonces  cómo habíamos hecho “la película” antes, en nuestro interior; a menudo mucho más rica y variada que la confección cinematográfica.

La palabra, entonces, despierta nuestras reflexiones y consiguientes imágenes, y en los mejores casos, nos embarca en nuevas búsquedas. Abre nuestras mentes.

La imagen tiene todo el atractivo de lo visual, y por eso mismo no necesita tanto de la palabra como de la emoción desnuda. Es más elemental. Tiene enorme carga emocional, evocativa.

La palabra, en cambio, es la que caracteriza nuestra humanidad. Somos humanos porque tenemos la palabra. La imagen es algo compartido con buena parte del mundo animal.

Pero los animales viven en el puro presente porque la temporalidad, hasta donde sabemos, les es ajena, al menos relativamente ajena. Los animales que llamamos “superiores” tienen por ejemplo pasado, porque es lo que revela el ejercicio de la memoria, tan presente. Que revela su experiencia.

Pero nuestra temporalidad, pasado, presente, futuro, es algo específicamente humano. Que podemos plasmar en imagen y en palabra.

Esas dimensiones temporales, totalmente asimétricas –por cuanto lo pasado ya no existe y lo futuro, precisamente por su condición futura, tampoco existe y por lo tanto es totalmente inasible– no nos permiten ninguna norma o ardid de simetría.

La palabra apenas si nos permite acercarnos (a lo más, asintóticamente) al pasado y, respecto de lo futuro, ni siquiera eso; ni acercarnos (salvo mediante el viejo oficio –tan atractivo– de adivinar, intuir, apostar, y en general, errar).

Berardi se concentra en el muy real fenómeno de la saturación informativa y cómo eso nos dificulta la capacidad crítica mediante el anegamiento de nuestra conciencia.

La invasión de la imagen, opera, a mi modo de ver, como otro fuerte distractor, y encierra, además, un peligro todavía mayor, porque de algún modo establece otro camino de intelección cargado emocionalmente pero empobrecido en palabras, en conceptos.

Y ante el problema que plantea Berardi como principal, “la descomposición de la mente crítica, cuyos efectos incluyen la credulidad entre las muchedumbres y la agresividad autoconfirmatoria de la multitud”, la descomposición del discurso  y su sustitución por la imagen, constituyen elementos a tener muy en cuenta.

Porque está comprobado que la falta de palabras genera una enorme frustración e irritación, y veo, precisamente en lo que Berardi califica “agresividad autoconfirmatoria de la multitud” una debilidad o ausencia de la palabra, del discurso. Debilidad o ausencia de cierta abstracción, inevitable ”cuando nos faltan las palabras”.[2]

Berardi lidia en su artículo con otro fenómeno actualmente insoslayable; la proliferación de las fake news.

Y es muy escéptico ante la tarea de crear guardias o aduana conceptuales de “lo verdadero”. Coincidimos con su escaso entusiasmo ante la idea policial de preservación de la verdad, aunque no compartamos la irrelevancia que le atribuye a la verdad. De cualquier modo, no necesitamos guardias sino criterios.

La preeminencia de la imagen nos plantea otra dificultad. Relacionada con una crisis del diálogo.

El diálogo es condición sine qua non de toda posibilidad crítica.

Entendemos que la extinción de la mente crítica puede estar muy relacionada, también, con una crisis del diálogo.

Innegable el proceso de tecnologización galopante de nuestras sociedades. Con distintos ritmos e intensidades, en el mundo entero.

Este proceso coincide, se solapa o se expresa de diversos modos; modernización, automación, miniaturización, computarización, entre otros.

La crisis a que me refiero sobreviene lentamente, de manera no expresa, incluso como si se tratara de ventajas y mejoras en la comunicación humana, generalmente esgrimidas sobre la base de ventajas que se ofrecen al usuario, al particular, al comprador, al consumidor, al cliente.

Examinemos una de estas manifestaciones. Las empresas buscan siempre abaratar costos. Factor que suele tener preeminencia sobre otras consideraciones.

Telefonista versus cinta grabada

El complejísimo mundo de las comunicaciones telefónicas, increíblemente expandido en las últimas décadas, estuvo basado hasta hace pocas décadas, en una red de teléfonos, internos y derivados, atendidos por equipos de telefonistas.

En el mundo empresario, el cliente llamaba a un número; el telefonista lo derivaba a la sección respectiva.

Tecnologización mediante, se fueron instalando centrales o centralitas telefónicas que respondían sin voz humana, con programas de opciones. Con enorme abundancia informativa sobre una serie de puntos a aspectos totalmente ajenos e irrelevantes para quien ha intentado el contacto telefónico.

Un ejemplo prístino de “la sociedad del cansancio” del filósofo coreano Byung-Chul Han: uno tiene que gastar su tiempo escuchando opciones que de nada le sirven; una fluidez extraordinaria no garantiza movimiento real.

La oferta de opciones frente al intento de comunicación telefónica con el mundo empresario puede llevar minutos, cuartos de hora que, tratándose de llamadas internacionales pueden ser además muy onerosas para el particular. Todo ese esfuerzo  y tiempo aplicado por el cliente, el particular, el paciente –que se ahorra la empresa– tiene un costo psíquico, no sólo material. Muy a menudo el menú ofrecido no satisface al demandante, quien en todo caso, deberá repetir la intentona comunicacional para ver con qué se queda. Porque se trata de aceptar lo que se le ofrece. Cuando uno repasa las 6, 7 u 8 opciones brindadas, a veces con habilidad logra la opción de hablar con una voz humana, y en ese caso es probable que la demora se agigante y deba prepararse psíquicamente para oír que hay 16 personas antes que él o que la demora estimada es de 35 minutos…

El mundo empresario, cada vez más atrincherado, ha ido sustituyendo cualquier relación más o menos espontánea por una relación de poder.

Basado en términos comunicacionales, que procuran funcionalizar las relaciones, pero que afectan el estado anímico de los particulares, de aquellos que todavía responden con su humanidad.

Desigual, el presunto diálogo entre el particular y el robot, la cinta grabada o el dispositivo electrónico movido con algoritmos.

Los presupuestos comunicacionales de las cintas grabadas y del lenguaje-e reposan en que la intercomunicación se puede hacer con exactitud. Pero la comunicación humana no es una ciencia exacta. Por eso, por ejemplo, no existen, prácticamente sinónimos, al menos totales, totalmente equivalentes, en las lenguas que hablamos los humanos.

El lenguaje, como entidad intercomunicadora, es como un trabajo de orfebrería, se puede siempre pulir y tallar, para apenas aproximarnos. A diferencia de la comunicación electrónica, que busca, y expresa, la exactitud.

Atender a la clientela de las empresas mediante un contestador automático, con sus opciones, revela el desprecio del diseñador por el alma humana (y por los tiempos de los humanos, objeto de las empresas), frustrada en un porcentaje de casos y situaciones.

No en la mayoría, ciertamente, si el contestador automático ha sido medianamente bien programado: Podrá responder, con efectividad al 60% o al 85% o, pongamos, al 92 % de las consultas. Pero “cansará” a unos cuantos.

¿Por qué este afán tecnocratizador?

Para tener todo (cada vez más) bajo control. Para que todo lo que los humanos podamos hacer, resulte cognoscible y por lo tanto, predecible.

La erección de tales centros comunicacionales implica, aunque no se lo diga expresamente, erradicar toda comunicación no computarizable, es decir, ajena al control.

¿Qué control? El establecido por la creciente red de algoritmos, registros, opciones que ofrecen los sistemas cibernéticos para que nos movamos en una suerte de parque zoológico humano, al decir de Peter Sloterdijk.[3]

El “todo bajo control” de nuestra era cibernética deja como proyecto rudimentario un diseño como el 1984 de George Orwell.

A la vez, los gigantes GAFA,[4] titulares de las conexiones neurales de nuestro novel “cuerpo social”, han generado, con la tecnologización galopante, un negocio de dimensiones jamás entrevistas. Y una adhesión incondicional de todas las redes y los individuos que creen a pie juntillas en el poder establecido o se sienten gananciosos con ello.

Con lo cual, en última instancia, el interés crematístico y el político recaen en el mismo núcleo de poder.

Debilitamiento del  diálogo humano,  saturación progresiva de la mente crítica,  los seres humanos vamos teniendo que enfrentar  modos cada vez más complejos de dominio, cada vez más alejados de lo que tradicionalmente se había considerado el poder sobre mentes y pueblos.

El sistema de la hipermodernidad cibernética sin límites ni fronteras nos ofrece todas las ventajas, todos los placeres,  todas las oportunidades como nunca antes.

Los motores de nuestra hipertecnologizada sociedad pasan por la velocidad, el traslado, el goce. Y el desvanecimiento  de toda idea de opresión, injusticia, y rebeldías consiguientes.

La cuestión es, apenas, si a la vuelta inesperada de alguna esquina, nos toparemos con la realidad de nuestra heteronomía, cansancio, saturación, y una ya inocultable contaminación generalizada, extinguida nuestra capacidad crítica, como denunciara Franco Berardi.


[1]   “La extinción de la mente crítica”, Caja Negra, Difundido desde PostaPorteña, no. 2200, 24 abr. 2021.

[2]  Hay ejemplos dramáticos de cómo la escasez o falta de vocabulario genera irritación, frustración y de allí la violencia está a un paso: los niños que procesan una muy baja instrucción y educación, y llegan a la adolescencia con escaso vocabulario; por ejemplo, analfabetos en una sociedad alfabetizada, sufren un doble impulso a la delincuencia: carecen de las herramientas intelectuales básicas para las tareas “normales” de una sociedad y el recurso del robo se les hace casi único modo de sobrevivencia.

Y los extranjeros habitando un país con idioma desconocido, quedan mudos ante observaciones o reconvenciones de la sociedad que viven, y las sufren en un idioma que no entienden; eso, despierta enorme frustración  y agresividad.

[3]   Normas para el parque humano, Ediciones Siruela, Madrid, 2000.

[4]   “Google, Apple, Facebook y Amazon: cómo funciona el ‘grupo GAFA’». https:// www.bbc.com, 6 jun 2019.

Imagen, palabra: ¿extinción de la mente crítica o del diálogo humano?

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¿Extinción de la mente crítica o del diálogo humano?

Franco Bifo Berardi anota una cuestión clave de nuestra modernidad: “la extinción de la mente crítica”.[1]

Su sola enunciación nos da la pauta de la trascendencia de su planteo.

Berardi observa con sagacidad y precisión una serie de pautas que ilustran ese proceso de extinción.

Fundamentalmente, registra “la saturación de la atención social” dada por “la velocidad y la intensidad de la infoestimulación” que nos absorbe casi permanentemente.

Mirado etimológicamente, el fenómeno desnuda toda su gravedad: eso que nos absorbe, so pretexto de nutrirnos informacionalmente, nos deja absortos. Y por lo tanto anonadados. Y esa absorción a que somos sometidos capta nuestra mente casi ininterrumpidamente; y es lo que nos elabora ya no sólo absortos sino mentecatos. Porque el origen de esa palabreja es tener la mente captada: mente captus, mente captada. Mentecato.

Imagen y/o palabra

Aun bien diagnosticado el fenómeno, entiendo hay un fallo en el abordaje de Berardi: en todo caso, observa una vía de extinción de la mente crítica, pero entiendo deja a un lado por lo menos otra, no menos importante: la sustitución de la palabra por la imagen en nuestra relación con la realidad (y su insoslayable temporalidad). Sustitución o desplazamiento que implica la presentización de nuestra relación con el mundo.

Cuando sobreviene el auge de la imagen, a mediados del s XX, había un motto que abonaba esa expansión formidable de lo comunicacional: “una imagen vale, otorga el conocimiento vivencial, más que mil palabras”.

Y es cierto. Lo que obviábamos entonces es que una palabra, la palabra, también puede brindarnos mil imágenes, enriquecer nuestro interior, mediante asociaciones, derivaciones. A diferencia de la imagen que nos impacta y a menudo nos deja “sin palabras”, la palabra no nos da la imagen sino que nos permite a nosotros “hacerla”; véase por ejemplo, esta frasecita (atribuida a Eduardo Galeano): “La realidad imita a la tele.” Todo el mundo que se abre a nuestro discurrir…

Una buena verificación de la elaboración de imágenes desde la palabra nos la da la lectura de, por ejemplo, una novela que, después de nuestra lectura, se pasa al cine y alcanzamos a ver dicha versión. Vemos entonces  cómo habíamos hecho “la película” antes, en nuestro interior; a menudo mucho más rica y variada que la confección cinematográfica.

La palabra, entonces, despierta nuestras reflexiones y consiguientes imágenes, y en los mejores casos, nos embarca en nuevas búsquedas. Abre nuestras mentes.

La imagen tiene todo el atractivo de lo visual, y por eso mismo no necesita tanto de la palabra como de la emoción desnuda. Es más elemental. Tiene enorme carga emocional, evocativa.

La palabra, en cambio, es la que caracteriza nuestra humanidad. Somos humanos porque tenemos la palabra. La imagen es algo compartido con buena parte del mundo animal.

Pero los animales viven en el puro presente porque la temporalidad, hasta donde sabemos, les es ajena, al menos relativamente ajena. Los animales que llamamos “superiores” tienen por ejemplo pasado, porque es lo que revela el ejercicio de la memoria, tan presente. Que revela su experiencia.

Pero nuestra temporalidad; pasado, presente, futuro, es algo específicamente humano. Que podemos plasmar en imagen y en palabra.

Esas dimensiones temporales, totalmente asimétricas, –por cuanto lo pasado ya no existe y lo futuro, precisamente por su condición futura, tampoco existe y por lo tanto es totalmente inasible– no nos permiten ninguna norma o ardid de simetría.

La palabra apenas si nos permite acercarnos (a lo más, asintóticamente) al pasado y, respecto de lo futuro, ni siquiera eso; ni acercarnos (salvo mediante el viejo oficio –tan atractivo– de adivinar, intuir, apostar, y en general, errar).

Berardi se concentra en el muy real fenómeno de la saturación informativa y cómo eso nos dificulta la capacidad crítica mediante el anegamiento de nuestra conciencia.

La invasión de la imagen, opera, a mi modo de ver, como otro fuerte distractor, y encierra, además, un peligro todavía mayor, porque de algún modo establece otro camino de intelección cargado emocionalmente pero empobrecido en palabras, en conceptos.

Y ante el problema que plantea Berardi como principal; “la descomposición de la mente crítica, cuyos efectos incluyen la credulidad entre las muchedumbres y la agresividad autoconfirmatoria de la multitud”, la descomposición del discurso  y su sustitución por la imagen, constituyen elementos a tener muy en cuenta.

Porque está comprobado que la falta de palabras genera una enorme frustración e irritación, y veo, precisamente en lo que Berardi califica “agresividad autoconfirmatoria de la multitud” una debilidad o ausencia de la palabra, del discurso. Debilidad o ausencia de cierta abstracción, inevitable ”cuando nos faltan las palabras”.[2]

Fiebre de chequeado, verificado, comprobado

Berardi lidia en su artículo con otro fenómeno actualmente insoslayable; la proliferación de las fake news.

Y es muy escéptico ante la tarea de crear guardias o aduana conceptuales de “lo verdadero”. Coincidimos con su escaso entusiasmo ante la idea policial de preservación de la verdad, aunque no compartamos la irrelevancia que le atribuye a la verdad. De cualquier modo, no necesitamos guardias sino criterios.

La preeminencia de la imagen nos plantea otra dificultad. Relacionada con una crisis del diálogo.

El diálogo es condición sine qua non de toda posibilidad crítica.

Entendemos que la extinción de la mente crítica puede estar muy relacionada, también, con una crisis del diálogo.

Innegable el proceso de tecnologización galopante de nuestras sociedades. Con distintos ritmos e intensidades, en el mundo entero.

Este proceso coincide, se solapa o se expresa de diversos modos; modernización, automación, miniaturización, computarización, entre otros.

La crisis a que me refiero sobreviene lentamente, de manera no expresa, incluso como si se tratara de ventajas y mejoras en la comunicación humana, generalmente esgrimidas sobre la base de ventajas que se ofrecen al usuario, al particular, al comprador, al consumidor, al cliente.

Examinemos una de estas manifestaciones. Las empresas buscan siempre abaratar costos. Factor que suele tener preeminencia sobre otras consideraciones.

Telefonista versus cinta grabada

El complejísimo mundo de las comunicaciones telefónicas, increíblemente expandido en las últimas décadas, estuvo basado hasta hace pocas décadas, en una red de teléfonos, internos y derivados, atendidos por equipos de telefonistas.

En el mundo empresario, el cliente llamaba a un número; el telefonista lo derivaba a la sección respectiva.

Tecnologización mediante, se fueron instalando centrales o centralitas telefónicas que respondían sin voz humana, con programas de opciones. Con enorme abundancia informativa sobre una serie de puntos a aspectos totalmente ajenos e irrelevantes para quien ha intentado el contacto telefónico.

Un ejemplo prístino de “la sociedad del cansancio” del filósofo coreano Byung-Chul Han: uno tiene que gastar su tiempo escuchando opciones que de nada le sirven; una fluidez extraordinaria no garantiza movimiento real.

La oferta de opciones frente al intento de comunicación telefónica con el mundo empresario puede llevar minutos, cuartos de hora que, tratándose de llamadas internacionales pueden ser además muy onerosas para el particular. Todo ese esfuerzo  y tiempo aplicado por el cliente, el particular, el paciente  –que se ahorra la empresa– tiene un costo psíquico, no sólo material. Muy a menudo el menú ofrecido no satisface al demandante, quien en todo caso, deberá repetir la intentona comunicacional para ver con qué se queda. Porque se trata de aceptar lo que se le ofrece. Cuando uno repasa las 6, 7 u 8 opciones brindadas, a veces con habilidad logra la opción de hablar con una voz humana, y en ese caso es probable que la demora se agigante y deba prepararse psíquicamente para oír que hay 16 personas antes que él o que la demora estimada es de 35 minutos…

El mundo empresario, cada vez más atrincherado ha ido sustituyendo cualquier relación más o menos espontánea por una relación de poder.

Basado en términos comunicacionales, que procuran funcionalizar las relaciones, pero que afectan el estado anímico de los particulares, de aquellos que todavía responden con su humanidad.

Desigual, el presunto diálogo entre el particular y el robot, la cinta grabada o el dispositivo electrónico movido con algoritmos.

Los presupuestos comunicacionales de las cintas grabadas y del lenguaje-e reposan en que la intercomunicación se puede hacer con exactitud. Pero la comunicación humana no es una ciencia exacta. Por eso, por ejemplo, no existen, prácticamente sinónimos, al menos totales, totalmente equivalentes, en las lenguas que hablamos los humanos.

El lenguaje, como entidad intercomunicadora, es como un trabajo de orfebrería, se puede siempre pulir y tallar, para apenas aproximarnos. A diferencia de la comunicación electrónica, que busca, y expresa, la exactitud.

Atender a la clientela de las empresas mediante un contestador automático, con sus opciones, revela el desprecio del diseñador por el alma humana (y por los tiempos de los humanos, objeto de las empresas), frustrada en un porcentaje de casos y situaciones.

No en la mayoría, ciertamente, si el contestador automático ha sido medianamente bien programado: Podrá responder, con efectividad al 60% o al 85% o, pongamos, al 92 % de las consultas. Pero “cansará” a unos cuantos.

¿Por qué este afán tecnocratizador?

Para tener todo (cada vez más) bajo control. Para que todo lo que los humanos podamos hacer, resulte cognoscible y por lo tanto, predecible.

La erección de tales centros comunicacionales implica, aunque no se lo diga expresamente, erradicar toda comunicación no computarizable, es decir, ajena al control.

¿Qué control? El establecido por la creciente red de algoritmos, registros, opciones que ofrecen los sistemas cibernéticos para que nos movamos en una suerte de parque zoológico humano, al decir de Peter Sloterdijk.[3]

El “todo bajo control” de nuestra era cibernética deja como proyecto rudimentario un diseño como el 1984 de George Orwell.

A la vez, los gigantes GAFA,[4] titulares de las conexiones neurales de nuestro novel “cuerpo social”, han generado, con la tecnologización galopante, un negocio de dimensiones jamás entrevistas. Y una adhesión incondicional de todas las redes y los individuos que creen a pie juntillas en el poder establecido o se sienten gananciosos con ello.

Con lo cual, en última instancia, el interés crematístico y el político recaen en el mismo núcleo de poder.

Debilitamiento del  diálogo humano,  saturación progresiva de la mente crítica,  los seres humanos vamos teniendo que enfrentar  modos cada vez más complejos de dominio, cada vez más alejados de lo que tradicionalmente se había considerado el poder sobre mentes y pueblos.

El sistema de la hipermodernidad cibernética sin límites ni fronteras nos ofrece todas las ventajas, todos los placeres,  todas las oportunidades como nunca antes.

Los motores de nuestra hipertecnologizada sociedad pasan por la velocidad, el traslado, el goce. Y el desvanecimiento  de toda idea de opresión, injusticia, y rebeldías consiguientes.

La cuestión es, apenas, si a la vuelta inesperada de alguna esquina, nos toparemos con la realidad de nuestra heteronomía, cansancio, saturación, y una ya inocultable contaminación generalizada, extinguida nuestra capacidad crítica, como denunciara Franco Berardi.


[1]   “La extinción de la mente crítica”, Caja Negra, Difundido desde PostaPorteña, no. 2200, 24 abr. 2021.

[2]  Hay ejemplos dramáticos de cómo la escasez o falta de vocabulario genera irritación, frustración y de allí la violencia está a un paso: los niños que procesan una muy baja instrucción y educación, y llegan a la adolescencia con escaso vocabulario; por ejemplo, analfabetos en una sociedad alfabetizada, sufren un doble impulso a la delincuencia: carecen de las herramientas intelectuales básicas para las tareas “normales” de una sociedad y el recurso del robo se les hace casi único modo de sobrevivencia.

Y los extranjeros habitando un país con idioma desconocido, quedan mudos ante observaciones o reconvenciones de la sociedad que viven, y las sufren en un idioma que no entienden; eso, despierta enorme frustración  y agresividad.

[3]   Normas para el parque humano, Ediciones Siruela, Madrid, 2000.

[4]   “Google, Apple, Facebook y Amazon: cómo funciona el ‘grupo GAFA’». https:// www.bbc.com, 6 jun 2019.

Fuente: https://rebelion.org/extincion-de-la-mente-critica-o-del-dialogo-humano/
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“La imagen se ha convertido en una obsesión, el contenido se ha quedado a un lado”

Por: Jorge A. Trujilla. La Marea. 30/05/2018

El escritor y músico Iñaki Domínguez lanza su nuevo libro sobre “visionarios, locos y criminales del siglo XX”.

Tras semanas de espera, por fin llamamos a Iñaki Domínguez (Barcelona, 1981) porque queríamos comentar sus dos libros. Este barcelonés criado en Madrid es filósofo y antropólogo cultural y nos sorprendió con Sociología del moderneo (Melusina, 2017), donde hace un análisis preciso del ‘moderneo’ en general y el ‘moderneo’ español en particular. “En términos ideológicos el moderno español no tiene ideología clara porque lo que busca es reconocimiento”, defiende el autor, quien ha lanzado su nuevo libro Signo de los tiempos. Visionarios, locos y criminales del siglo XX (Melusina, 2018).

Domínguez nos atiende por teléfono durante casi una hora y nos comenta sus dos ensayos sociológicos. Analizando con Domínguez el ‘moderneo’, nos comenta que “se pueden encontrar modernos progres y modernos conservadores”, por lo que la ideología política no es lo más importante, según el escritor. En su primer ensayo sobre los modernos defiende que antiguamente el hecho de serlo te hacía más progresista, pero en la actualidad, aunque se vincule a lo ‘progre’, porque “mola más ser ‘guay’ que pijo”, en el fondo lo que hay es sólo apariencia. “El ‘moderneo’ está vinculado al consumo, en especial al de identidades: autoimagen, barbas, gafapastas, cultureta, etc.”, describe Domínguez.

El hipster tiene origen en la admiración por lo afro que huía de las etiquetas y optaba por una vida bohemia, “pero hubo una degeneración que lo llevó a lo que conocemos hoy como hipster: una etiqueta globalizada, ya que el sistema de mercado sabe cómo comercializarlo todo”, sostiene el ensayista. Y es que lo que antes eran mensajes contestatarios, actualmente son mensajes o actitudes estándares: looks desaliñados, camisas guays, etc. Los hipsters, según el análisis de Domínguez, “creen que están aportando algo individual y único”, pero sus propias actitudes y en sus enfoques al final reproducen algo muy estándar y globalizado. El filósofo también señala que hay otrohipster que es puro consumo, en especial de identidades y de imagen: el más superficial. En nuestros tiempos, donde parece que todo está inventado, es difícil tener un criterio propio y el moderneo al final acaba diciendo y reproduciendo lo mismo pero “piensan que es muy individual su visión del mundo”, recalca el escritor.

Los dos grandes focos de ‘moderneo’ español se centran en el barrio madrileño de Malasaña, que conoce muy bien el autor y al que dedica un capítulo en el libro, y por supuesto la Barcelona cool y la del diseño. Sin embargo, a estas alturas, estos elementos son una estandarización global de cualquier ciudad grande. Además, en la conversación nos comenta el contagio cultural que han invadido nuestro imaginario social y cultural, cuando tendemos a comprar ciertos recipientes para comer y beber, cuando dejamos de llamar a las magdalenas para llamarlas muffing o cambiamos los bizcochos de toda la vida por cakes. “Los medios e Internet ayudan a este contagio pero también lo hace la gentrificación de las ciudades”, describe Domínguez, y así los barrios más viejos o anteriormente más lumpen se ponen de moda y “donde antes nadie quería vivir, ahora es guay y otorga prestigio”. Esto provoca el aumento de los precios: Malasaña en Madrid o Ciutat Vella en Barcelona, por citar dos ejemplos.

La cultura del narcisismo, que es una de las bases del ‘hipsterismo’, invade la sociedad y cada vez vamos más hacia el individualismo que a lo colectivo. “Es un elemento de nuestra sociedad occidental, ya que hace décadas que no sufrimos guerras y que gozamos de cierto bienestar, aunque ahora algo más precarizado”, critica el antropólogo como explicación a nuestra sociedad individualista. “El consumismo y los medios, como Internet, se encargan de fortalecer el individualismo. Todos tenemos medios donde proyectamos una imagen y ésto se ha convertido una obsesión, dejando el contenido a un lado”, sostiene Iñaki Domínguez.

¿Y después de la generación hispter? El escritor cree que el relevo generacional será del ‘trap’, ese nuevo macarra o lumpen que el sistema de mercado ya está comercializando promoviendo una estilo de consumo en esa línea. Y el hipster ‘progre’… Se vieron en las campañas de Barcelona en Comú y en especial, en las de Ahora Madrid en las municipales del 2015. En la capital se trabajó con la idea de volver al Madrid de Tierno Galván. “Es una idea clara de siempre volver al pasado, porque el ‘moderneo’ de España tiene falta de ideas y hoy hay un agotamiento cultural que hace que tengamos que acudir siempre al pasado nostálgico”, explica el escritor.

De hipsters y modernos a locos y criminales: Signo de los tiempos. Visionarios, locos y criminales del siglo XX (Melusina, 2018) tiene elementos en común con los procesos de ruptura cultural de los años 60 y 70, que finalmente fueron absorbidos por el sistema. Desde actrices con problemas mentales, criminales y hasta pandillas, todos los personajes que son del siglo XX. “Ahora vivimos en un puritanismo muy radical”, critica el escritor, que defiende que hoy en día no encontraríamos personajes de esa talla tan transgresora. “Me da igual que sea un puritanismo de izquierdas o de derechas” que perjudica ciertas rupturas que este escritor considera interesante analizar, y lo hace muy bien explicando las vivencias, locuras y vida de personajes como el proxeneta Charles Manson, la periodista Meinhof, el fundador de los Ñetas Torres Irriarte, la actriz Frances Farmer o el criminal Edward Bunker. “La controversia de los iconos actuales es controlada y no es transgresora como la de estos personajes”, señala.

Iñaki Domínguez destaca a uno de los personajes importante de la pornografía de los años 60, el actor porno John Holmes. “Ahora es visto por el feminismo como opresión de la mujer por el patriarcado”, pero en ese contexto el porno chic era trasgresor y estaba prohibido porque “representaba un modelo contracultural que estaba hecho desde una visión progresista y rompedora”, defiende Domínguez. Todo un conjunto de investigaciones sobre vidas llevadas al límite que recoge este interesante libro tan bien documentado desde el punto de vista sociológico.

Finalmente, Domínguez nos sorprende con su otro nombre, Elipse Superestar, con el que edita su propio disco de funk Futuristic Retro Funk. Al escritor no le da miedo que le etiqueten porque es hijo de una generación, con gustos concretos pero con la capacidad de entender lo que le gusta y disfrutar de ello con una base muy sólida y argumentada.

*Fuente: https://www.lamarea.com/2018/05/07/inaki-dominguez/

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Entrevista: UTU lidera sondeo sabre la imagen de las instituciones de la educación

Uruguay/08 de mayo de 2018

Análisis del director de la consultora Factum, Eduardo Bottinelli

El director Factum Eduardo Bottinelli presentó en Puntos de vista la encuesta sobre la imagen de instituciones de la educación.

En el sondeo, que realiza una evaluación de la opinión de la gente sobre cinco instituciones de la educación: escuelas y liceos públicos y privados y la UTU, la valoración de la población es más positiva respecto a escuelas y liceos privados que hacia las públicos. Sin embargo, UTU lidera en términos de imagen, dijo.

En ese sentido, se destaca que la UTU obtiene 77 puntos, los liceos privados 72, las escuelas privadas 71, las escuelas públicas 59 puntos y los liceos públicos 46 puntos.

Además, el sociólogo se refirió a las diferencias entre las evaluaciones realizadas por frenteamplistas por un lado y blancos y colorados por el otro.

Fuente de la Entrevista:

UTU lidera sondeo sobre la imagen de las instituciones de la educación

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La Cámara no es la Mirada

Imagen, luego existo.

 

 

Perogrulladas al margen, hay momentos en que viene bien recordar que los modos con que las “cámaras” muestran al mundo, son decisiones y recortes planificados por alguien que, desde su modo de ver, desde sus intereses o sus limitaciones, quiere que veamos. El mundo está infestado por cámaras que sirven a finalidades múltiples. Cámaras de televisión, de cine, de fotografía, de vigilancia, de espionaje… cámaras en estudios de filmación, en “cajeros automáticos”, en avenidas, en corbatas, en lápices… cámaras para el espectáculo y para el control. La realidadrecortada  por el marco de una cámara.

Casi no existe actividad, individual o colectiva, donde las cámaras no estén presentes. Se ha consolidado una cultura de las cámaras, una especie de plaga por su presencia y por lo que “muestran”, que sistemáticamente impone una manera del conocimiento determinada por el “encuadre”, el movimiento, la profundidad, la nitidez o la quietud de una toma de camarógrafo o fotógrafo. Es una dictadura del modo de ver, una imposición que somete a la mirada a un modo de ver, de pensar y decidir qué debe hacerse visible, cómo debe verse y con qué determinaciones de mercado, de clase o de vigilancia. El poder controlando a los ojos.

La mirada, emancipada de las cámaras y de sus “encuadres”, se comporta muy distinto a cómo se comporta cuando contempla a la realidad. Mirar es más ancho, más hondo, más colorido y más directo. Más táctil. Es una experiencia que no necesita intermediarios ni segmentaciones. Mirar es un proceso del conocimiento, de la sobrevivencia, del desarrollo mismo de los individuos y del conjunto de sus relaciones sociales. Es una función fisiológica y es mucho más. Se mira en panorámico y en detalle en una red de funciones complejas que interactúan entre lo objetivo y lo subjetivo.

Esto implica, entre mil cosas, el desarrollo necesario de una ética de la mirada, es decir, fincar la investigación científica sobre el comportamiento de quienes recortan y exhiben los fragmentos de la realidad que eligen y fincar responsabilidades por ello. Exponer lo que la cámara ve no es una dádiva, no es un regalo de la filantropía ni un regalo de los cielos. Salvo casos excepcionales una cámara no registra por sí misma nada de lo que muestra. Se requiere que alguien la maneje, la instale y determine el campo visual que le conviene. Y detrás de cada campo visual elegido con sus “encuadres” y sus “registros” quien toma de la realidad fragmentos asume una responsabilidad que no es inocente, que es siempre ideológica, que tiene carga ética y estética. Y el problema se multiplica según se multiplican los millones de cámaras que se encienden de noche y de día para constituir un universo fragmentado con “encuadres” visuales. Punto especial merece, al menos una mención, sobre la manipulación descarada de “tomas” para que se vean o se invisibilicen las protestas sociales y la situación objetiva de las batallas territoriales.

El alfabeto visual de los “close up” (primeros planos) o las tomas panorámicas con todos sus intermedios y gradaciones, es el alfabeto de un discurso de la imagen que nada tiene de inocente y nada tiene de inocuo. Es el desarrollo de una forma tecnificada de intervenir sobre la realidad y sobre las conciencias no sólo con el poder de la fragmentación sino con el poder de la articulación de fragmentos haciéndolos pasar como el todo. Y eso con frecuencia s parece o se confunde con la mentira. Nada nuevo hasta aquí.

La fase más peligrosa, por la reducción de la mirada a lo visible en una “toma”, es la hipótesis alienante de soñar con enceguecer a los pueblos si se apagan las cámaras. Es la moraleja subterránea que grita, a los cuatro vientos, que sólo existes cuando alguien te hace visible, cuando te encuadra y cuando te separa de la realidad con el recorte de una cámara. ¿Es una exageración? Es el colmo.

También es bueno explicar que no se trata aquí de alentar negaciones, odios ni venganzas contra el desarrollo tecnológico de instrumentos para registro visual. Imposible negar el aporte que ha significado para la ciencia, para las artes, para la política y para educación (por ejemplo). Imposible invisibilizar la contribución que el conocimiento humano ha recibido por el despliegue de cámaras en los terrenos donde nadie o muy pocos llegan, en lo terrestre y lo extra-terrestre.

Lo que habría que someter a debate filosófico, ético, epistemológico y político es esa forma del uso que ha hecho de las cámaras, voluntaria o involuntariamente, una fuente del conocimiento, una didáctica de la realidad, una puente de interacción con recortes que jamás se comportarán como un rompecabezas, que jamás logarán sustituir al todo ni por la dialéctica de un conjunto de interrelaciones que no pueden ser satisfechas sólo con los registros fragmentarios a los que está condenada por definición una cámara. Y es que lo único capaz de completar el paisaje es la inteligencia humana que, por ser social, universaliza y sintetiza su relación con la materia concreta y sus experiencias transformadoras. Eso no está al alcance de cámara alguna. Y menos mal.

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