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El acuerdo 14/08/22 del plan de estudios 22 y el neoliberalismo que no se ha ido

Por: Abelardo Carro Nava

«Desde Palacio Nacional, y desde varias áreas de la SEP, se ha criticado hasta el hartazgo el “neoliberalismo” y las repercusiones o consecuencias que éste ha dejado en el ámbito educativo»

Algo anda mal o muy mal en materia educativa en nuestro país, cuando quienes se encuentran al frente de la Secretaría de Educación Pública (SEP) desconocen la manera en que las escuelas operan, particularmente, me refiero, a la aplicación o implementación de los planes de estudios. Imagino debe ser difícil la toma de decisiones para cumplir con los designios que, desde Palacio Nacional, emanan constantemente.

Y es que, como se sabe, antes de que el régimen lopezobradorista tomara las riendas del país, se dijo que el plan de estudios que a última hora impuso el peñanietismo denominado Aprendizajes Clave para la Educación Integral, dejaría de aplicarse en México por su carácter “neoliberal”, motivo por el cual, las maestras y maestros, estarían trabajando tomando como base el Plan de Estudios 2011 que derivó de la Reforma Integral para la Educación Básica. Sin embargo, en los hechos nunca ocurrió así, las escuelas y los colectivos docentes, mantuvieron el esquema que había sido propuesto en el último año del sexenio de Peña Nieto, es decir, se tomó el Plan de Estudios 2018 para planear las actividades, por ejemplo, en los primeros y segundos grados de educación primaria, mientras que en 3º, 4º, 5º y 6º se continuaría trabajando con el del 2011.

Desde diciembre de 2018, fecha en que el presidente tomó posesión de su encargo con Esteban Moctezuma al frente de la SEP, hasta el cierre del ciclo escolar 2021-2022, dicho esquema así se mantuvo, sin embargo, pareciera ser que con la emisión del Acuerdo 14/08/22 por el que se establece el Plan de Estudios para la educación preescolar, primaria y secundaria, las cosas van a “cambiar”. No obstante, tal acuerdo, desde mi perspectiva, genera más incertidumbres que aciertos. Me explico.

En primera instancia, en el referido Acuerdo (14/08/22), se señala (en el apartado de considerandos), que el Artículo 3º de la CPEUM prevé que la educación preescolar, primaria y secundaria, forman parte de la educación básica (DOF, 19/08/22), sin embargo, el texto que se encuentra en ese mismo Artículo pero en la CPEUM, refiere que el Estado garantizará la educación inicial, preescolar, primaria, secundaria, media superior y superior; la educación inicial, preescolar, primaria y secundaria, conforman la educación básica; ésta y la media superior son obligatorias (DOF, 15/05/19). ¿Por qué en ninguna parte del Acuerdo 14/08/22 se menciona o alude a la educación inicial y la importancia de ésta que la llevó a ser considerada como una de las fases que se propusieron en el plan de estudios 2022?, ¿a qué se debe tal omisión?, ¿qué explica que no se haya tomado en cuenta para un posible pilotaje? Primera incertidumbre.

En el mismo apartado de considerandos del Acuerdo 14/08/22 se señala que, derivado de la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, se dispone que éstos tienen derecho a una educación de calidad que contribuya al conocimiento de sus propios derechos en los términos del artículo 3º, la Ley General de Educación y otras normatividades, mandatando que las autoridades federales, de las entidades federativas, municipales y territoriales de la Cuidad de México, garantizarán la consecución de una educación de calidad (DOF, 19/08/22); entonces, ¿no se suponía que la “calidad” ya no era viable por su carácter neoliberal y, por tanto, se sustituyó el termino por el de “excelencia” en la reforma educativa de 2019?, ¿de qué manera habrán de entender tal contradicción los colectivos docentes cuando desde la federación no se ponen de acuerdo en la definición de un proyecto educativo que, supuestamente, se aleja de lo neoliberal? Segunda incertidumbre.

Ahora bien, por lo que respecta a los artículos señalados en dicho Acuerdo 14/08/22, llama la atención la reiterada ausencia de la educación inicial; de hecho, el artículo Segundo es enfático al especificar: El Plan de Estudio para la educación preescolar, primaria y secundaria que se establece por el presente Acuerdo es aplicable y obligatorio en los Estados Unidos Mexicanos para todas las escuelas públicas y particulares incorporadas al Sistema Educativo Nacional. La implementación del Plan en todas las escuelas de los referidos niveles educativos se realizará conforme a lo que se señala en el Transitorio Segundo de este instrumento. (19/08/22). Las preguntas sobre la educación inicial cobran de nueva cuenta sentido.

El artículo Segundo, de los transitorios, es claro al señalar que el plan de estudios para la educación preescolar, primaria y secundaria, iniciará con la generación de estudiantes que les corresponda cursar el primer grado de preescolar, el primero de primaria, el primero de secundaria en el ciclo escolar 2023-2024 (19/08/22). Situación que, de alguna forma, ya se había dejado entrever cuando en días pasados se anunció un pilotaje del plan de estudios, así como la puesta en marcha de dicho plan en 2023. Sin embargo, en este mismo transitorio, se especifica que los alumnos que deban cursar, en el ciclo escolar 2023-2024, segundo y tercer grado de preescolar, de segundo a sexto grado de primaria, y segundo y tercer grado de secundaria, concluirán el nivel educativo correspondiente conforme a lo dispuesto en el Acuerdo número 12/10/17 por el que se establece el plan y los programas de estudio para la educación preescolar, primaria y secundaria: aprendizajes clave para la educación integral (19/08/22). Entonces, ¿se dejará de considerar el plan de estudios 2011 y sí se retomará aquel que duramente fue criticado por su carácter neoliberal?, ¿existen todos los documentos que son necesarios para que, por ejemplo, el profesor pueda planear sus actividades derivado de que, como se sabe, dicho plan de estudios contempla campos de formación académica, áreas de desarrollo personal y social y ámbitos de autonomía curricular?, ¿no se supone que tal esquema de organización escolar y curricular ya había sido eliminado? Tercera gran incertidumbre.

En el artículo Décimo (transitorio), se señala que la emisión y publicación en el Diario Oficial de la Federación de los programas de estudio se realizará en dos etapas: Primera etapa: en el transcurso del ciclo escolar 2022-2023, para la Fase 2: educación preescolar, Fase 3: primero y segundo grado de educación primaria, y Fase 6: primero, segundo y tercer grado de educación secundaria, en el marco del piloteo a que refiere el Cuarto Transitorio que antecede, se obtendrá información y sugerencias por parte de las escuelas y colectivos docentes para, de forma gradual, ajustar y retroalimentar los «Contenidos» y «Procesos de desarrollo de aprendizajes», referidos en el respectivo programa. Asimismo, durante el ciclo escolar 2022-2023 se avanzará en el diseño y ajuste de los programas correspondientes a las Fases 4 y 5Segunda etapa: con la información recopilada y realizados los ajustes se concretarán las propuestas definitivas. La persona Titular de la Secretaría de Educación Pública procederá a la emisión y publicación en el Diario Oficial de la Federación del (los) Acuerdo(s) por el que se establecen los programas de estudio para la educación preescolar, primaria y secundaria para su aplicación en los términos que establece el Segundo Transitorio del presente Acuerdo (19/08/22). De nueva cuenta no aparece lo relacionado con la Fase I que corresponde a la educación inicial que sí aparece en el Anexo del Acuerdo 14/08/22. Entonces, ¿si se considerará la Fase I o solamente quedó como una buena intención en las propuestas del plan de estudios que hasta el momento se han conocido?, ¿por qué la incertidumbre?

Por lo que corresponde al “piloteo” de un plan de estudios no está por demás señalar, que ésta fue una demanda que en diversos momentos fue propuesta por diversos especialistas en la materia, pero también, por las maestras y maestros durante las mesas de “diálogo” que se estuvieron desarrollando a nivel nacional para la construcción de dicho plan de estudios, faltaría conocer la metodología mediante la cual se procesaría toda la información que las escuelas seleccionadas arrojen en diversos momentos sobre este piloteo.

En este sentido, llama la atención que en el sexto transitorio, se refiera la formación (ya no capacitación) y actualización docente, administrativa y de gestión; sin embargo, lo que hasta el momento se ha conocido sobre este asunto, particularmente, en las Guías para la fase intensiva del Consejo Técnico Escolar y Formación Continua del profesorado mexicano, no se asegura una formación que rompa con el carácter instrumentalista-remedial-carencial que, hasta el momento, ha caracterizado la formación de las maestras y maestros.

Finalmente resta señalar, que hasta el momento en que cierro estas líneas siguen sin conocerse los contenidos de los campos formativos y su vínculo con cada fase, es decir, aún no se conocen, oficialmente, los programas analíticos con los que el profesorado tendría que organizar el aprendizaje de sus estudiantes.

Desde Palacio Nacional, y desde varias áreas de la SEP, se ha criticado hasta el hartazgo el “neoliberalismo” y las repercusiones o consecuencias que éste ha dejado en el ámbito educativo; no obstante, como se ha visto, en este proceso “reformista” y de emisión de acuerdos secretariales, dicho “neoliberalismo” está más que presente, no se ha ido y, como pintan las cosas, para el 2028-2029, fecha en saldrá la última generación formada con Aprendizajes Clave para la Educación Integral, es probable que ahí siga. Veremos qué dice el tiempo al que, por cierto, siempre le ha dado la razón al magisterio mexicano, en cuanto que éste, independientemente del gobierno en turno, ha podido con el reto que se le ponga en frente.

¿Hasta cuándo dicho magisterio será visto como un conjunto de profesionales de la educación comprometidos con su quehacer educativo?

Al tiempo.

Referencias:

Fuente de la información: https://profelandia.com/

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Opinión: El ritual escolar: de la incertidumbre a la verdad (¿o al revés?)

Por:


En esta cuarta entrega de la serie “El ritual educativo”, Andrés García Barrios nos invita a contestar la siguiente pregunta: ¿hoy, en la escuela, a qué llama el timbre?

Quiero empezar este ensayo expresando una vez más mi admiración a todos los miembros de la comunidad escolar pues gracias en buena parte a ellos, y a que han perseverado en mantener la escuela a toda costa durante la pandemia de COVID-19, se ha podido conservar la cohesión social durante el último año, a lo largo del planeta.

En cada época, la sociedad pide a la educación escolar que enseñe a sus miembros las habilidades técnicas necesarias del momento. Más allá de éstas, la escuela transmite también un espíritu de pertenencia y una fuerza de cohesión que es ancestral y que se realiza a través de lo que he llamado (en varios ensayos, en este mismo espacio) el ritual escolar.

Este ritual va más allá de toda intención consciente y empieza a cumplirse por el simple hecho de que un centro escolar convoque a la comunidad a sus aulas. No importa que esa comunidad sea un pequeño poblado o el mundo entero (la educación en línea ha favorecido esto último como nunca); ni importa si los miembros se reúnen de manera presencial y cotidiana o de vez en cuando y a distancia (El ritual educativo durante la pandemia). Sólo importa, en principio, esa convocatoria, es decir, la apertura de un espacio en donde la gente puede reunirse a…

¿A qué se reúne la gente en este lugar, a qué convoca exactamente la escuela? Esa es la pregunta crucial, y en la que estoy tratando de indagar en esta serie de breves ensayos.

Verdad

Encuentro que el ritual escolar tiene varios componentes: para empezar ― y esto surge de la etimología de la palabra escuela, que significa ocio―, nos presenta a la escuela como lugar de descanso y juego (El ritual escolar: el aprendizaje como juego). También nos permite desplegar intenciones conscientes e inconscientes ―de atracción, rechazo, cooperación y competencia, entre otras― hacia todas y todos los miembros que participan en él; es decir, nos permite ejercer y moldear esa mitología que según el filósofo alemán Ludwig Wittgenstein está contenida en el lenguaje (El ritual escolar: mitología).

Sin embargo, el principal componente, el que todos de inmediato identificamos, es la necesidad de aprender, a la que simplificando un poco llamamos curiosidad o dramatizando denominamos ansia de conocimiento.

Todo empieza, como he dicho, con la convocatoria, y se activa aún más el primer día de clases cuando atravesamos el portón escolar y súbitamente ya estamos en completa relación unos con otros, aplicando la variada y oculta mitología que contiene nuestro lenguaje/pensamiento. Por todas partes brincan, corren, vuelan esa infinidad de niños y adultos, haciendo todo tipo de cosas, agitados, dispersos, dejando más claro que nunca que cada cabeza es un mundo. Oigamos el Génesis bíblico: “En el principio era el patio de escuela”. ¿No dice así? ¿No es ésta la mejor imagen del caos primigenio? Nada ahí tiene inicio, medio o fin, ni existe indicio de objetivo o función.

Y sin embargo Dios dijo: “¡Que suene el timbre escolar!”

Pocas veces tenemos la oportunidad de testificar el paso del desorden al orden como en ese patio. Cuando el timbre suena, al instante la comunidad se deja ver. Creo ―bromas aparte― que de alguna forma la esencia del ritual escolar está representada en ese timbre: la escuela es ante todo un llamado, un llamado a conocer la verdad.

No hay escuela sin verdad, sin llamado a la verdad. Más que en ninguna otra parte, en la escuela se dan esos momentos en que la certidumbre nos envuelve, tranquilizadora y deslumbrante. Aprendemos a hacer con un lápiz un garabato al que damos significado, y constatamos que los demás lo entienden. Lo mismo pasa si sumamos dos más dos o si aprendemos una nueva palabra: el resultado es algo que los demás comparten. Ya no sólo existen las suposiciones y la imaginación: ahí está la verdad, lo comprobamos. Como dice la española María Zambrano acerca de lo que ocurrió en la conciencia humana cuando llegó la filosofía de Platón: “Por primera vez se pensó claramente sobre lo que tan oscuramente se sentía. Los símbolos se tornaron en pensamientos claros y a los misterios sucedieron las ideas”.

Ansia

Pero ¿de dónde procede la necesidad de aprender? ¿Por qué valoramos tanto esa verdad?

La realidad en que vivimos es misteriosa. Su misterio, sin embargo, no es comparable con un espacio oscuro al que sentimos que podemos ir despejando. Hay algo más, una contradicción profunda, una suerte de duda acerca de si lo que vemos a nuestro alrededor existe realmente, e incluso de si nosotros mismos estamos aquí. Me explico.

Una de las primeras preguntas que recuerdo haberme hecho al inicio de la pubertad ―apenas puse un pie fuera del mundo infantil― fue: “Si el universo físico en el que vivo tiene un final, ¿qué hay más allá de él?” La respuesta me llevaba a imaginar la Nada, lo cual era imposible, y sin embargo al intentar entonces imaginar un universo que no acabara nunca, mi fantasía se detenía bruscamente sin poder alejarse más allá de cierto punto. También un universo infinito era inimaginable.

Intenté una y otra vez resolver el enigma, pero yo mismo caía siempre en contradicción: a la vez que sabía que no había solución para ello no perdía la esperanza de encontrar algún día la respuesta. Sólo en tiempos recientes vine a enterarme de que este y otros problemas semejantes sobre el universo (Kant les llama antinomias) son importantes cuestiones filosóficas que, estando en el meollo del entendimiento humano, no tienen solución; o más bien, tienen dos soluciones contradictorias, es decir permiten dos “verdades” opuestas y nos dejan en el huracán de la incertidumbre.

Las antinomias y la angustia que generan han estado presentes a todo lo largo de la historia humana. Por fortuna el lenguaje, la mitología y los rituales cohesionadores integran alrededor nuestro un mundo habitable, dotado de eso que llamamos verdad. Por él solemos pasearnos como por un paraíso en el que lo finito y lo infinito conviven y lo unido y lo separado son lo mismo. Sin embargo, y sin que sepamos bien por qué, eternamente vuelve a nosotros una sensación de pérdida, de incompletud. Los mitos, los rituales y todas nuestras formas de estar en ese mundo ideal no parecen ser suficiente.

Experimentación

Cada etapa histórica tiene su verdad y sus espacios “escolares” para hacerla común a todos: la edad mítica y sus narraciones alrededor del fuego; la razón platónica y la academia; la fe tomista y la universidad, todas son formas en que la escuela va cambiando, sin perder nunca el vínculo con aquella contradicción primigenia, con el consuelo que otorga la verdad y con los rituales de enseñanza originarios.

La historia de la escuela moderna empieza una mañana de 1581 en la catedral de Pisa, cuando el joven Galileo Galilei tuvo una especie de revelación, una epifanía que cambiaría la forma de pensar y de ver el mundo. No fue Dios quien le causó ese arrobo sino la presencia de otro Altísimo, uno bien material y sujeto a leyes naturales: me refiero (y perdóneseme la broma) al “altísimo candelabro” que colgaba de la cúpula y que un sacristán había hecho mecerse pendularmente.

En el vaivén, Galilei creyó observar que, aunque el objeto recorría una distancia cada vez más corta pues se iba deteniendo, tardaba exactamente el mismo tiempo en cada vuelta. ¡Era absurdo! Sin embargo, en vez de exclamar “¡milagro!” o salir corriendo, el muchacho llevó a cabo ahí mismo algo inusual para la época: se puso a hacer experimentos. Usando su propio pulso para medir el tiempo, descubrió que lo observado era cierto.

El método experimental galileano tuvo, como es obvio, muchos rivales (entre otros la Inquisición), y la escuela de todo ese periodo sufrió una crisis de incertidumbre. Finalmente, cuando la ciencia adquirió carta de legitimidad con las ideas publicadas en 1781 por el filósofo Immanuelle Kant, las cosas empezaron a estabilizarse (divierte ver que fueron exactamente doscientos años después).

Además de ser un viejito puntual, a cuyo paso la gente ponía su reloj, Kant encontró una nueva verdad que permeó pronto a todo occidente. Demostró que los seres humanos tenemos la capacidad de reunir ―con y en nuestra razón― todos los hechos del universo. El éxito que tuvo esta idea hizo fraguar, por fin, el racionalismo de la edad moderna, con lo cual el conocimiento científico ocupó cada vez más el lugar de la verdad en el ritual escolar. Ahora los estudiantes acudirían no sólo a las aulas sino también a laboratorios y explorarían la naturaleza como única realidad. Poco a poco entenderían también que el único conocimiento es el que obtenemos al relacionar entre sí los conceptos de la realidad y ―lo que nos interesa más en este momento― experimentarían cómo con esa nueva forma de pensar, las antinomias perdían toda validez y la angustia desaparecía mágicamente. Kant lo había explicado: las antinomias son conceptos sobre un Todo (todo el universo) y dado que sólo existe un Todo, no encontraremos nunca nada fuera de él con lo cual relacionarlo.

Bastaba con esto para ver en todo lo existente una unidad con sentido. Gracias a la ciencia, la sensación de incompletud ―que procedía de un pasado oscuro― giraría su flecha para dirigirse a un luminoso futuro, convirtiéndose en un progreso constante. Las verdades irían llegando gracias a un trabajo paulatino de descubrimientos demostrados y los seres humanos iríamos avanzando de generación en generación hacia ese reino de realidades evidentes. Había llegado el momento de ―como dice la ya mencionada María Zambrano― “obligar a la vida, a la vida toda, a (seguir) el destino del conocimiento”.

En la escuela, los niños sólo debían confiar en verdades que podían observarse y comprobarse, pues sólo ese método garantizaba nuestra tranquilidad. Pocos han expresado con tanta claridad la nueva fe como lo hizo David Hilbert cuando George Cantor publicó la Teoría de Conjuntos que da base a la matemática moderna: “Ahora nadie nos expulsará del paraíso que Cantor ha abierto”.

Una verdad más profunda

“No es el fin, es el mar”

— L. Cardoza y Aragón

A principios del siglo XX, cuando apenas acababa de ser demostrada la Teoría de la relatividad, un grupo de científicos franceses y alemanes dieron a luz una nueva ciencia, tan válida y demostrada como cualquier otra pero que ponía en el centro del conocimiento a la incertidumbre. No es aquí el lugar para hablar de esa disciplina, a la que se dio el nombre de mecánica cuántica (y que es la base de tecnologías como los láseres, la fibra óptica, la resonancia magnética y el GPS); basta con decir que sus conclusiones sobre el comportamiento del mundo subatómico contradijeron todo lo comprobado hasta entonces por la física clásica (la de Einstein y Newton) acerca del funcionamiento del mundo macroscópico, es decir el de las moléculas, los seres vivos y el resto del universo.

Con la llegada de los nuevos descubrimientos quedaron expuestas ante los ojos del mundo dos verdades que no concordaban, dos mundos separados regidos por distintas leyes. Los científicos no estaban acostumbrados a tales rarezas. ¿Dos verdades opuestas? El físico teórico Sylvester J. Gates Jr. describió esta crisis perfectamente: “Se supone que las leyes de la naturaleza se cumplen en todas partes, así que si tanto las teorías de Einstein como las de la mecánica cuántica se cumplen siempre, resulta que tenemos dos siempres distintos”.

Volvían las antinomias. La ciencia no podía responder a todo con racional certidumbre. Años antes, Thomas H. Huxley, el insigne biólogo defensor de Darwin, también rechazaba el criterio de algunos de sus colegas según el cual la materia inerte del cerebro puede producir pensamientos. “¿Cómo puede ser que una cosa tan notable como un estado de conciencia surja de irritar el tejido nervioso? Es tan inexplicable como que aparezca un genio cuando Aladino frota la lámpara”.  En otro terreno, muchos niegan de forma rotunda la versión matemática actual de que la nada puede ser causa de todo lo existente. “Si usted cree que de la nada pudo surgir el universo, entonces usted tiene más fe que yo”, dijo algún creyente.

En 1910, el gran pensador y maestro mexicano Justo Sierra, en su discurso de inauguración de la Universidad Nacional de México, resumió el criterio que empezaría a regir en la escuela contemporánea: “Pedimos a la ciencia la última palabra de lo real, y nos contesta y nos contestará siempre con la penúltima palabra”.

El siglo XX buscaría la última palabra pedagógica en múltiples experimentos. No es necesario enumerar la cantidad de tendencias que se abrieron desde Piaget hasta el New Age y el posmodernismo, mientras el ideal del conocimiento racional quería seguir imponiéndose. Finalmente, en 1999, como si pusiera un punto y aparte a la discusión, el filósofo y pedagogo francés Edgar Morin, creador de las teorías del pensamiento complejo, colocó entre los 7 saberes necesarios para la educación del futuro la idea de que conocer es navegar a través de archipiélagos de certezas en un océano de incertidumbres. Poco después, en su libro El camino a la realidad, el ahora Premio Nobel de Física, Roger Penrose, publicó unos párrafos también contundentes, admitiendo que tal vez más allá de la física, la matemática y la psicología, existe una “verdad más profunda, de la que tenemos muy poca idea en el momento presente”.

En los últimos años también la escuela ha empezado a colocarse en el vértice del aparente conflicto entre el entendimiento y el misterio. En última instancia la pregunta es: ¿hoy, en la escuela, a qué llama el timbre? Para responder no podemos dejar de tomar en cuenta lo aprendido durante la pandemia de COVID-19, que al obligarnos a priorizar de forma radical nuestros recursos también nos ha ayudado a vislumbrar con nitidez los componentes esenciales de ese ritual escolar al cual seguimos acudiendo tan ávidamente en busca de cohesión social.

Dejemos a un lado intereses particulares para concentrarnos en lo que ha sido vital en este año: reuniones con otras personas más allá del seno familiar, aprendizaje como juego y descanso a la rutina del dolor, y un tipo de convivencia en la que podemos ejercitar distintos roles de vida y seguirnos conociendo y moldeando…

¿Y en cuanto a la verdad?

En su poema en prosa El maestro de sabiduría, Oscar Wilde nos cuenta de un sabio que posee el perfecto conocimiento de Dios, el cual atesora en silencio. Un día se encuentra con un perverso y hermoso ladrón, y se siente embargado de compasión hacia él. Abusando de esa compasión, el joven lo amenaza con perderse en el pecado si no le revela el divino secreto. El sabio sucumbe y susurra al oído del joven el conocimiento de Dios, quedándose vacío al hacerlo. Deshecho en lágrimas, ve que alguien está de pie a su lado, un ángel: “Hasta ahora has tenido el perfecto conocimiento de Dios ―le dice éste―. Desde ahora tendrás el perfecto amor de Dios. ¿Por qué lloras?”

La renuncia al perfecto conocimiento y su relevo por el amor, es retomado por el psicoanalista Erich Fromm en su libro El arte de amar, donde explica que el sentimiento de completud/incompletud asociado con la conciencia humana sólo encuentra solución en la unión amorosa con otros seres (o, desde un punto de vista religioso, con Dios), solución que no es de ninguna manera irracional sino que al contrario, es la consecuencia “más audaz y radical” del racionalismo: la razón, nos explica, es capaz de conocer sus limitaciones y saber que nunca “captaremos el secreto del hombre y del universo, pero que podemos conocerlos, sin embargo, en el acto de amar”.

Cuáles son las formas de esa unión y cuáles las que se presentan en el ritual escolar, son temas para seguir reflexionando. Por ahora sólo quiero añadir, siguiendo a Fromm, que la misión de la escuela es la misma de siempre: llamar a la verdad. No a la verdad que encuentra sus límites en la ciencia sino a una verdad “más profunda” donde los saberes de la comunión ocupan un lugar preponderante. Firmemente posada en islas de certeza, la comunidad escolar empieza a ser capaz de lanzarse al océano de la incertidumbre con esa “audaz y radical” confianza en que el mar ―y el amor― son también parte de nuestra esencia.

Fuente e imagen: observatorio.tec

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Las escuelas también son de este planeta

Micaela Ramos

«La ternura será abrigo frente a los rigores de la intemperie, alimentos frente a los del hambre, y fundamentalmente buen trato, como escudo protector ante las violencias inevitables del vivir» Fernando Ulloa.

El contexto adverso que atravesamos durante el ciclo lectivo 2020 y la imposición de encontrar espacios formativos colectivos para tranquilizarnos en la completa incertidumbre transitada, produjo un aceleramiento en la toma de conciencia sobre la importancia del registro y la producción teórica que, a partir de las prácticas pedagógicas, les educadores debemos realizar y compartir. Reencontrarnos con la necesidad de la ternura como herramienta de trabajo, más a flor de piel que nunca ha sido pura ganancia. Esta peripecia que implicó la pandemia y el ASPO nos empujó a muches a poner “manos a la obra”, a trabajar en equipo si veníamos trabajando en soledad, a transversalizar las disciplinas y jerarquizar saberes, a cuestionarnos absolutamente todas las que hasta entonces nos parecían certezas, a democratizar las prácticas y las voces, y todos los “vicios” de poder que el rol docente traía/trae vetustos consigo.

La irresolución de la situación de pandemia fue produciendo un desorden de la temporalidad que nos organizaba y llevó largos meses ir entendiendo que la significatividad de nuestras prácticas estaba dada en los criterios de salud que la mediaran. Aun así, a 280 días de aquel primer anuncio de ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio) en nuestro país, hay quienes intentan poner en el centro de la escena criterios reducidos que no resisten ningún intercambio serio.

Sin dudas la situación mundial agravó todos los condicionamientos en términos de desigualdad socio económica, cultural, de género y de clase pre existentes en todos los continentes y por supuesto en los países más castigados históricamente. Naturalmente, las instituciones educativas no están al margen de esta agudización de las imposibilidades. Asimismo, es menester dar algunos debates hacia adentro, visualizar el gran aceleramiento de aquellos procesos que ya nos atravesaban, como el alcance de la propuesta escolar, por ejemplo. Pues la escena nos obligó y -paradójicamente- nos posibilitó repensar las prácticas en vías de que sean transformadoras de las realidades injustas. Poder retomar aquellas ideas que hacen a la justicia curricular, y revalorizar aquellas prácticas que miran desde la perspectiva de les más necesidades, resulta imprescindible y urgente.

Evidentemente la situación de emergencia nos pide a les trabajadores de la educación a gritos el ejercicio de reflexión y la puesta en cuestión de una serie de categorías pretenciosas de una sociedad con mayor igualdad y justicia. Ha sido necesario desde el inicio expresarse y afirmarse en el compromiso que la tarea educativa implica, el ejercicio crítico, la inmersión en la realidad que nos acontece, el involucramiento con las políticas que buscan aportar a las necesidades del conjunto. Claro que es imperiosa la necesidad de complejizar los marcos teóricos que nos contenían y daban tranquilidad, de deconstruir aquellos mandatos que reproducen el sometimiento histórico, de desempolvar y rescatar la cultura propia – “ (…) reconocer las condiciones del pensamiento crítico y denunciar la inadecuación entre paradigmas ajenos y realidades propias” Graciela Flores, 2013. – y de disputar el poder que opera siempre en favor de los dueños del mundo, ajenos tanto a nuestras identidades latinoamericanas como a la pertenencia a las mayorías trabajadoras. Por supuesto, y en esta misma línea, es indispensable revisitar y reescribir los relatos gastados acerca de la historia, las rupturas y las revoluciones que convidamos a les pibes sin mencionar la desigualdad de género resultante del mismo orden sistémico patriarcal y capitalista.

Ahora bien, la educación lleva consigo esa versatilidad – que puede pensarse como flexibilidad o como condena – de ser potencialmente reproductora del orden imperante, o transformadora. Y en este sentido voy a ser concreta, y al que le quepa el sayo que se lo calce. Suponer que los sistemas educativos están determinados por las pedagogías críticas o tradicionales que les docentes persigamos, es de una ingenuidad (en el mejor de los casos) absurda; igualmente lo es sintetizar que la institución escuela es excluyente por los engranajes que la hacen funcionar.

Es necesario algo de razonabilidad y de sustento… es ineludible abandonar la languidez y la violencia con la que se manifiestan en favor y en contra de no se sabe qué.

Estos últimos días estuvieron circulando discursos en torno a la modalidad de las clases que volverán a comenzar en breve…vale la pena apelar a la responsabilidad y la buena voluntad. Enmarcar la discusión es, en efecto, primordial.

¿Qué vamos a sentarnos a resolver? ¿Si la educación puede volver a funcionar como lo hacía, cuando el mundo no puede volver a hacerlo? ¿Es posible realizar una lectura más amplia capaz de registrar, por ejemplo, lo ocurrido en los distintos países del mundo en relación a la vuelta a clases? Pero, con honestidad, ¿alguien considera responsable y productivo empezar por conversar la presencialidad en las escuelas? ¿Es factible establecer un orden de prioridades que no nos distraiga de las fatalidades que nos aquejan? La incertidumbre inundó las agendas de todos los continentes. Este miércoles 20 en la Argentina hubo 150 muertes por covid-19, antes de ayer 235. La desigualdad de acceso a los bienes básicos agobia a las mayorías. En lo local, no se puede aseverar con certeza que el transporte público vaya a poder responder a la demanda de los barrios que más los utilizan. ¿Quiénes están evaluando las condiciones materiales de las instituciones educativas que albergarán niñes, docentes, y familias de la comunidad educativa? ¿Quiénes son los actores implicados en la toma de decisiones? ¿En qué medida están dispuestos a democratizar las decisiones?

Resulta insensato pensar que algo será como era antes, tanto como debatir los modos, como si se tratara de una cuestión de voluntades de les trabajadores o de los gobiernos. Una pandemia azota al planeta muchaches, y las Escuelas somos de aquí también…

¿Nos vamos a sentar todes (autoridades y sindicatos en representación de les trabajadores) o vamos a seguir – funcionales a los poderosos – desviándonos de las urgencias, discutiendo desde la individualidad, mientras otres disponen en otra mesa?

Fuente: https://redaccionrosario.com/2021/01/21/las-escuelas-tambien-son-de-este-planeta/

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La escuela después de la pandemia

Por: Carlos Ornelas

• 1. La visión animada. La dirigencia formal del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, que encabeza Alfonso Cepeda Salas se coloca del lado del gobierno y de la Secretaría de Educación Pública.

La pandemia nos agarró descobijados. Con todo y que muchas cosas se pudieran haber previsto, de cualquier manera el daño no sería mucho menor. No echo flores a la Secretaría de Educación Pública, pero reconozco que hizo lo que pudo, más con la austeridad republicana —o franciscana— como una guadaña que siega recursos.

Hoy, surgen preguntas en la plaza pública que varios de mis colegas responden con imaginación y con base en su conocimiento experto sobre el sistema escolar y su funcionamiento. Tras revisar posturas en la prensa e internet, sintetizo tres respuestas típicas: una optimista (sin abonar por completo a la exultación que hace la SEP para el regreso a clases), otra descorazonada y, la tercera, con miras al equilibrio.

1. La visión animada. La dirigencia formal del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, que encabeza Alfonso Cepeda Salas, se coloca del lado del gobierno y de la SEP, refrenda sus apuestas y asegura que la “nueva normalidad” abre resquicios para esquemas de trabajo conjunto. También apunta que sus afiliados pondrán todo de su parte para lograr que los niños recuperen el paso, que buscarán la forma de que las escuelas estén sanas y que los alumnos reciban apoyo socioemocional. Calculan que pocos abandonarán sus estudios o que sólo lo harán de forma temporal. Respaldan el dicho de la SEP, que el programa La Escuela es Nuestra acarreará beneficios económicos a las comunidades, en especial a los más pobres.

2. Todo está mal y así seguirá. Maestros, articulistas e investigadores escépticos critican —unos con acritud— lo que hizo la SEP al incurrir en la educación a distancia —y las alianzas con Google, Televisa y Televisión Azteca— como un paliativo a la escuela presencial. Aseguran que los maestros rechazan las apuestas de la SEP; incluso, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación levantó encuestas que dicen que el 78% de los docentes reprueba los programas emergentes y dudan del regreso a clases. Otros previenen que habrá miles de niños, en particular de las clases pobres y zonas marginadas, que ya no regresarán a clases porque los padres temen al contagio —la desconfianza es grande— o bien porque se quedaron sin empleo. La Nueva Escuela Mexicana es y seguirá siendo faramalla.

3. El atisbo ponderado. Una tercera opción persevera en las ideas de participación social. Sus procuradores —en especial de organizaciones de la sociedad civil— piensan que la SEP y las autoridades de los estados no podrán hacer mucho sin el apoyo decidido de padres y sociedad. Saben que habrá deserciones, pero no que sea un asunto fatal, la escuela puede ir a buscar a los niños que se alejen. Proponen medidas nuevas e inéditas para las condiciones de penuria a las que —eso sí de seguro— se enfrentará el sistema escolar.

Los postulantes de la tercera opción presentan innovaciones posibles que reseñaré en otra entrega. Sin embargo, también son dubitativos. La incertidumbre no se anda por las ramas.

Fuente: https://www.excelsior.com.mx/opinion/carlos-ornelas/la-escuela-despues-de-la-pandemia/1389412

Imagen: https://pixabay.com/

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Obediencia o fin del mundo: la estrategia de la disuasión

Por: Amador Fernández-Savater

 

Imaginemos la aparición de nuevos brotes víricos, segundas y terceras oleadas de contagio, más cuarentenas y escaladas en respuesta… La sombra del apocalipsis es el escenario ideal para la activación de una nueva estrategia de la disuasión: obediencia o fin del mundo. Un poder que no impone certezas, sino que gestiona la incertidumbre. No postula un orden, sino que gestiona el desorden. No promete nada, sólo exhibe la amenaza. ¿Cómo fugar?

Quizá no son términos tan evidentes como otros, pero “escalada” y “desescalada” también forman parte del lenguaje bélico que tantísimos gobiernos han escogido para producir sentido (“relato”) a su gestión política de la pandemia. Es decir, a su cálculo coste-beneficio particular.

Fueron por ejemplo empleados habitualmente en la llamada “estrategia de la disuasión” activa durante la Guerra Fría entre EEUU y la URSS. Esta estrategia consistía en “comunicar” al adversario la capacidad de devolver el ataque nuclear, aun estando herido de muerte.

En palabras muy precisas del Doctor Strangelove (Peter Sellers), el antiguo nazi reconvertido en consejero del presidente de los EEUU en la genial sátira de Kubrick Teléfono rojo, volamos hacia Moscú, “la disuasión consiste en el arte de provocar en la mente del enemigo el miedo a atacar”.

La doctrina de la disuasión pretendió ser el principio rector de un “orden nuevo” basado en la siguiente alternativa infernal: paz o fin del mundo. El “ascenso a los extremos”, que según el general y teórico Von Clausewitz define la esencia de la guerra como “duelo a muerte”, se congela para evitar la aniquilación total. Es el famoso equilibrio del terror: morir a dos o vivir juntos.

Pero la disuasión no era más que la continuación de la guerra por otros medios. La “escalada” que comunicaba al otro la capacidad propia de destrucción se tradujo en la carrera de armamento, la guerra de las galaxias o el aumento deliberado del riesgo a partir de un conflicto concreto, como ocurrió durante la crisis de los misiles de 1962.

Si vis pacem para bellum, si quieres la paz prepárate para la guerra, porque esa preparación es el modo mismo de conjurarla. Diplomacia de la violencia. Un orden sostenido por la amenaza de la muerte como Señor absoluto.

¿Qué sentido podría tener hoy la actualización de la retórica disuasiva en el contexto de la gestión de la pandemia? Aparentemente, ninguno. El virus no retrocede porque nuestros gobiernos le “comuniquen” su fuerza de armamento (escalada) y el peligro consecuente de una destrucción total.

El covid-19 ni siquiera es equivalente a la “célula durmiente” de las guerras asimétricas contra el terrorismo de las últimas décadas: no tiene intención ninguna ni proyecto especial de acabar con la civilización occidental o de imponer un califato vírico, sólo quiere perseverar en su ser (sea este físico o químico).

De hecho, la estrategia efectiva, práctica, real, de los gobiernos contra el virus tiene mucho más que ver con las tácticas militares de contrainsurgencia: quitarle directamente el agua al pez para que muera, en este caso mediante el confinamiento general de las poblaciones.

Pero las palabras no son inocentes, y menos las que emplean los gobiernos del mundo en un momento como este, sino operaciones que buscan producir efectos en los comportamientos y los imaginarios. Amenazas, consignas, metáforas que nos piensan. La gestión de una crisis es toda ella instrumento de comunicación. No hay que ser ilusos ni ingenuos con los términos que se emplean desde las alturas del Estado, sino aprender a leerlos estratégicamente. ¿Qué comunica la retórica disuasiva de nuestros gobiernos y a quién?

Hermanos enemigos

Volvamos por un momento al contexto de la Guerra Fría. Los analistas críticos más finos no pensaron la disuasión solamente como una forma de “diálogo” y de “influencia recíproca” entre los super-grandes, sino también como un modo de gobernar conjuntamente el mundo.

La dialéctica USA-URSS fue también una manera de repartirse efectivamente el planeta, sometiendo la autonomía potencial de las naciones pequeñas y neutralizando preventivamente la posibilidad de aparición de cualquier “tercer actor” inesperado.

El orden creado por la disuasión nuclear no era americano o soviético, un bando contra otro, sino el mismo tablero de ajedrez que ordenaba el mundo entero en blancas y negras, codificando todo conflicto local -proceso de liberación nacional, movimiento social- desde un plano superior.

El empate catastrófico entre los “hermanos enemigos” funciona como una estrategia despolitizadora que satura el espacio y bloquea la posibilidad de lo imprevisto, de lo inaudito, de lo inédito. Paz para todos, sí, pero siempre bajo la garantía tutelar y policial de las super-potencias.

La hostilidad entre los grandes neutraliza los tumultos de los pequeños. Un conflicto mayor fija y apacigua los conflictos menores. Se disuade a un tercero.

¿Podría activarse, a partir de la pandemia del coronavirus, una nueva estrategia de la disuasión? Desde luego no buscaría alcanzar con el virus -y tampoco con la infinidad de peligros que vienen o ya están- ningún equilibrio del terror, sino más bien usar el miedo al apocalipsis como estrategia de disuasión de las propias poblaciones. Pero, ¿disuadir a las poblaciones de qué?

Saturaciones

Cada crisis, ya sea esta personal o colectiva, abre un agujero. Es la interrupción de los sentidos que, materializados en hábitos y estructuras, sostenían nuestras vidas hasta ese momento. Eso nos produce angustia, pero también abre el espacio potencial de una elaboración de preguntas radicales sobre la vida en común.

El agujero puede interrogarse para pensar a partir de él e incluso puede atravesarse para salir por otro lado. Es decir, los agujeros -todo lo que no encaja, lo fallido, la vacilación del sentido- son condición de pensamiento y de transformación (íntima y social).

Durante la crisis del coronavirus se han abierto (y reabierto) muchísimos agujeros en el tejido personal y social, a nivel planetario y simultáneamente. Si no nos hemos quedado anestesiados o indiferentes, si no hemos pensado que bastaba con tirar de los saberes previos, si nos hemos acercado a mirar a través de los agujeros y no sólo de las pantallas, habremos podido ver una cantidad de cosas.

Por ejemplo, la crudeza de la división social -por clase, género, raza o edad- que recorre nuestra sociedad como una inmensa grieta. La distinción radical entre los “inmunizados y los expuestos”, entre los que han podido protegerse y los que no, entre los que han podido confinarse y los que han sostenido el confinamiento de los demás, entre la importancia de los cuidados y su valor social, con los trabajadores sanitarios precarizados como símbolo por excelencia.

Por ejemplo, la negación y agresión constante a la naturaleza en que se basa nuestro sistema depredador. La percepción de la ciudad como ratonera, la celebración de las irrupciones de animales en medio del asfalto a través de los mil vídeos en circulación, la pura y simple escucha de los pájaros por las ventanas o los paseos masivos sin tráfico ni finalidad, también han supuesto estos días visiones de otras relaciones posibles con el mundo, deseos de otra cosa.

Por ejemplo, la locura mortificante de la vida sometida al régimen del “siempre más”: la necesidad constante de producir y consumir. La experiencia del confinamiento abre de repente la pregunta por las “actividades esenciales”, pudiendo experimentarse cierto gusto por una vivencia de retiro o retirada de las dinámicas cotidianas de ruido y estrés. Es lo que trata de estigmatizarse ahora como “síndrome de la cabaña”, como si no hubiese toda una lucidez en ese estado.

Y mil ejemplos más posibles, dependiendo de cómo y dónde nos haya tocado vivir esta experiencia tan extraña.

Crisis personal, ecológica, social… Distintos agujeros que podrían resonar o reverberar entre sí, amplificando tanto el disgusto hacia el estado de cosas como las ganas de habitar el mundo de otra manera, fuentes ambas de nuevas expresiones de conflicto, resistencia y deserción por venir.

Pues bien, lo que pretende el discurso de la guerra es saturar ese espacio tachonado de agujeros. Que nada de lo ocurrido nos de que pensar, ni nos mueva a actuar.

La guerra de disuasión ya no es entre ejércitos, sino entre un orden agujereado y un pueblo por venir capaz de interrogar y atravesar los agujeros. Se trata de reducir la angustia de lo desconocido a terror paralizante, la interdependencia ante el peligro a factor de riesgo, el no saber a impotencia y delegación. Que todo cambie (la “nueva normalidad”) sin que nada cambie realmente.

La disuasión, como prolongación de la guerra por otros medios, es una militarización de la sociedad que busca producir un nosotros sin divisiones (“todos a una”), es decir, sin preguntas íntimas y colectivas que puedan ser fuente de una nueva politización. Una población homogénea de víctimas y supervivientes que sólo pide protección.

No sabe, no puede y no quiere

Imaginemos la aparición de otros brotes víricos, segundas y terceras oleadas de contagio, nuevas cuarentenas y escaladas en respuesta… ¿Podría entrar nuestro mundo en una especie de guerra fría permanente, de tiempos y geometrías variables, sin enemigo claro esta vez, sino potencial, difuso y ubicuo -en el fondo las distintas “intrusiones de Gaia” (Isabelle Stengers) en nuestro modo de vida basado en el dominio y la depredación del planeta?

La sombra del apocalipsis es el escenario ideal para la activación de una nueva estrategia de la disuasión: obediencia o fin del mundo. ¿Podemos anticiparla con el pensamiento? ¿En qué sentido sería algo distinto de lo que ya conocemos?

Proyectemos lo siguiente: la disuasión es un poder que no sabeno puede y no quiere.

No sabe. Pocas veces hemos podido ver a los políticos confesar tanto su ignorancia como durante estos días. Ha sido realmente sorprendente escuchar salir de sus labios palabras como “no sabemos”. No sabemos con qué nos enfrentamos, qué es este virus, si puede mutar, si es posible una segunda oleada. Los poderes a los que estamos acostumbrados suelen cubrirse de la justificación de un saber total: ideología, discurso experto. Pero su nueva confesión de ignorancia no significa ninguna pérdida de control, ni autoriza una distribución del poder distinta. Todos somos ignorantes, pero unos menos que otros. Hay un saber, aunque sea de mínimos, que es el único capaz de prevenir la catástrofe total. Una garantía precaria, inestable, pero no queda otra. El poder disuasivo no impone certezas, sino que gestiona la incertidumbre.

No puede. Tampoco estamos habituados a escuchar a los políticos reconocer su impotencia. No podemos, no dominamos la situación, somos incapaces de asegurar nada, estamos trabajando por ensayo y error, sin planificación. Lo normal en ellos es exhibir la fuerza, prometer el control. Pero el poder disuasivo más bien nos da a elegir entre dos anarquías. Por un lado la anarquía inferior de la improvisación, el estado de excepción variable, la gestión just in time. Y por otro la anarquía superior de la catástrofe final, el colapso definitivo, la aniquilación total. Estado débil, a la defensiva, pero que funciona y gobierna así, presentándose como una “fortaleza asediada”, un frágil equilibrio amenazado por un poder desconocido. El poder disuasivo no postula un orden, sino que gestiona permanentemente el desorden (y no lo oculta).

 No quiere. Sin horizonte positivo ni propuesta de paraíso, el poder disuasivo sólo nos ofrece una posibilidad de supervivencia. No una vida mejor, sino vivir a secas. Ninguna solución definitiva, sólo la contención del desastre, ganar tiempo. No alcanzar el Bien, sino evitar el Mal. Ningún sueño, sólo impedir la pesadilla. La esperanza queda borrada, lo posible es la catástrofe. Desaparece toda oferta seductora hacia el deseo y sólo queda el miedo. El poder disuasivo no promete nada, sólo exhibe la amenaza.

Nunca a favor, siempre en contra. La disuasión es una política que se sitúa al borde del abismo. No oculta la muerte sino que la sobreexpone, haciendo del peligro y su gestión el secreto del destino mundial. Todo aquel que no colabore le hace el juego al adversario. ¿El adversario, pero quién? ¡El virus, la catástrofe, el apocalipsis!

Disuasión horizontal

 Achille Mbembe ha escrito que lo más característico de la pandemia es que “cada cual se ha vuelto un arma”. Todos detentamos en nuestro cuerpo la potencia de matar. El poder soberano de “hacer morir” se democratiza: cada uno somos ahora una pequeña bomba nuclear. La disuasión se vuelve entonces también horizontal.

Sería el lado oscuro de la interdependencia en la que se ha puesto tanto énfasis en los últimos tiempos: como todos podemos darnos la muerte, debemos disuadirnos unos a otros, vigilarnos y controlarnos, en la desconfianza de base, en la delación generalizada, en la interiorización colectiva y militante de las normas impuestas exteriormente.

El nuevo equilibrio del terror nos hace a todos protagonistas y no sólo espectadores. Disuasión distribuida, reticular, descentralizada, autogestionada. Una sociedad de sospechosos, con el Estado en la cabeza de cada cual.

No sabemos quién está contaminado, podría ser cualquiera. Aunque unos son más sospechosos que otros: los que no pueden quedarse en casa, los que viven dependientes de un vínculo social amplio, los que no tienen los hábitos necesarios de higiene, los pobres, los migrantes, los otros. ¡No tocar, peligro de muerte!

Este sería el llamado “elemento moral de la guerra”: la producción de subjetividades activamente obedientes, la educación de la especie por y para la guerra.

Alternativas infernales 

“Obediencia o fin del mundo” es un caso extremo de lo que Isabelle Stengers llama las “alternativas infernales”. ¿En qué consisten?

La alternativa infernal es un tipo de descripción de la situación que sólo propone resignación o muerte, un tipo de “realismo” que sólo plantea como opciones la sumisión o el desastre.

¿Cómo escapar? No se trata de “criticar” la alternativa infernal como si fuese una mentira, una ilusión, una manipulación. En el caso del virus, por ejemplo, denunciar una conspiración, la fabricación de un problema, etc. No es así, la alternativa infernal es una cuestión muy práctica que funciona concretamente, bloqueando toda alternativa, cortando las conexiones, inhibiendo el pensamiento.

De la alternativa infernal sólo puede salirse “por el medio”, a través de la apertura de “trayectos de aprendizaje” donde nos hacemos capaces de pensar y sentir de otro modo, de abrir e inventar una posibilidad inédita. Una descripción de la situación que nos requiera, no como víctimas o espectadores paralizados por el terror, sino como sujetos capaces de aprender algo nuevo y actuar. Inventar lo que era inconcebible, maneras de escapar por la tangente de los chantajes que nos convierten en rehenes. Como hicieron en su día, por ejemplo, los enfermos de SIDA atrapados en la alternativa infernal entre un poder médico que los negaba como sujetos y la muerte segura.

Una tangente entre confinamiento vertical-policial o colapso de la sanidad pública, entre vuelta a la normalidad o empobrecimiento general, entre paranoia o irresponsabilidad en el cuidado, etc. Esas tangentes no son nunca simplemente críticas, sino pragmáticas, experimentales, concretas, arriesgadas. Sí arriesgadas, porque no hay que olvidar que los límites de la alternativa infernal están fijados en nosotros por el terror.

El terror, como forma de gobierno, está profundamente inscrito en la cultura occidental, según analiza el pensador argentino León Rozitchner. En la primera inserción en el mundo de la psique a través de amenaza de castración del Edipo, en la violencia expropiadora que está siempre detrás de la economía capitalista, en la guerra como recurso de la política cuando los de abajo desafían abiertamente el poder (golpe de Estado)…

El terror penetra en los cuerpos, rompe los vínculos, inhibe las pulsiones colectivas de resistencia, nos disuade físicamente. Desplazar esos límites, librarse de la marca del terror en nuestra carne y nuestro pensamiento, implica en primer lugar un atravesamiento de la angustia, una reactivación del cuerpo singular y colectivo. Hacer de la interdependencia una fuerza, de la incertidumbre una potencia, del agujero un pasaje.

Referencias saqueadas:

El discurso de la guerra, André Glucksmann, Anagrama, 1969

Los Maestros Pensadores, André Glucksmann, Anagrama, 1978

El cibermundo o la política de lo peor, Paul Virilio, Cátedra, 1997

Perón, entre la sangre y el tiempo, León Rozitchner, Biblioteca Nacional, 2015

La brujería capitalista, Isabelle Stengers y Philippe Pignarre, Hekht, 2018

Fuente e imagen:  http://lobosuelto.com/obediencia-estrategia-de-disuasion-fernandez-savater/

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A flor de piel

Por: Carolina Vásquez Araya

Mirar hacia la calle desde la ventana, una parte de esta rutina recién adquirida.

6 de la mañana: Me despiertan la Pelusa y la Mimi algo impacientes y mirándome directo a los ojos, en espera de una señal de vida para comenzar a mover la cola y saltar de la cama. Sé muy bien que podría quedarme entre las sábanas porque no hay planes para hoy. De hecho, hace más de 6 semanas que no hay planes para el día; pero igual, con una persistencia encomiable, he insistido en darle un sentido positivo al encierro creando pequeños desafíos domésticos. Aunque agradecida por el privilegio de tener un techo y comida suficiente -mucho más que millones de personas cuyo día se inicia con el estómago vacío, en la incertidumbre y la necesidad- no puedo dejar de mirar con desconfianza al futuro inmediato.

Después de la invasión inicial de noticias y de sentirnos catapultados hacia una vorágine de información contradictoria cuyo efecto inmediato ha sido una profunda desconfianza hacia los medios y las fuentes oficiales, hemos pasado a la etapa del cedazo, en donde intentamos sin mucho éxito separar la paja del grano y darnos pequeños espacios de silencio mediático para no sentir, no saber y no ser absorbidos por la tensión y el temor natural al caos y a la desinformación. De todos modos, no siempre se puede ser tan racional cuando se trata de conservar la vida y el sentido común.

He pasado mi vida entera luchando por creer en conceptos tan elusivos como la justicia y el bien común y también he trabajado duro para tener la libertad de expresar mi pensamiento. A pesar de haber transitado por entornos de enorme incertidumbre política y de grandes fosos de inequidad social, todavía intento convencerme de la capacidad humana para experimentar algo parecido a la solidaridad, pese a las evidencias constantes de que en el fondo nuestra naturaleza nos hace egoístas y persistentemente impermeables al dolor ajeno.

Por esa necesidad de búsqueda de los motivos de tanta desigualdad, he llegado a conocer de cerca la miseria de quienes son considerados por las élites como un recurso indeseable pero necesario para acrecentar su riqueza. En el otro extremo del espectro, he tenido la oportunidad de constatar cuánto desprecio destilan esos núcleos privilegiados por quienes nunca han tenido las oportunidades ni los medios para superar su condición de pobreza, pero también cómo manipulan los conceptos para convencerse y convencer a otros de la inevitabilidad de las distancias sociales; como si estas nunca hubieran sido diseñadas y construidas a propósito.

Hace apenas unas semanas, creía que la pandemia nos equiparaba. Profundo error. Las nuevas condiciones comienzan a revelar hasta qué punto estamos distanciados frente a un enemigo común y cómo esta amenaza, supuestamente universal, se transforma en otro sistema de selección en donde los más pobres y los más vulnerables serán siempre los más castigados. Poco a poco, el mapa se define y las clases dominantes muestran la esencia de su codicia al aferrarse al poder y concentrar la toma de decisiones, afectando a millones de seres humanos alrededor del planeta. Ante ese poder prácticamente ilimitado, somos apenas un murmullo distante, una masa anónima con la impotencia y la rebeldía a flor de piel.

6 de la tarde: Termino el día con la sensación de no haber realizado ninguna tarea esencial. Me he empeñado en refugiarme en el no saber, como si esa barrera contra la especulación, la desinformación y la manipulación mediática pudiera, de algún modo, protegerme contra un enemigo ubicado al otro lado de la puerta de mi casa. Y vuelvo a mirar por la ventana, esperando que no llegue.

La amenaza sanitaria que nos rodea, también nos discrimina

Fuente e imagen: https://iberoamericasocial.com/a-flor-de-piel/

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Reaprendiendo a vivir

Por: Marisol Vicens Bello

Nuestro país al igual que los demás del mundo está encarando la pandemia del coronavirus, lo que nos ha permitido beneficiarnos de las experiencias de otros, y debería servirnos de aprendizaje en múltiples aspectos.

Aunque todavía es más lo que se desconoce que lo que se conoce del letal y altamente contagioso virus del SARS-Cov-2, hay un hecho cierto y es que hasta tanto no se haya aprobado y puesto en venta una vacuna efectiva contra este, tendremos que aprender a vivir con este enemigo invisible.

La cronología de su propagación nos facilita seguir en tiempo real qué ha dado resultado y qué no en países más avanzados y cómo el manejo de la enfermedad del covid-19 ha ido evolucionando positivamente con la utilización de distintos medicamentos destinados a otros fines que han demostrado alguna efectividad en estos casos.

Pero también nos ha permitido advertir las posibles diferencias que podrían existir en su impacto en países desarrollados versus países como el nuestro, en los que un porcentaje de la población desgraciadamente vive en condiciones deplorables que los hace desarrollar mayor resistencia y donde de alguna manera todos hemos convivido en distintos grados con falta de higiene o debidas condiciones de salubridad de las aguas, del sistema de depósito de los residuos sólidos, de los mercados, del transporte público.

Si bien la prioridad de las autoridades debe ser seguir trabajando incansablemente para garantizar la protección de la salud de nuestra población y tratar en cuanto sea posible de evitar una escalada en los casos disponiendo efectivas medidas de aislamiento, concomitantemente debe velar porque haya la debida sincronización entre la evolución de la enfermedad y la reducción de las medidas de confinamiento conforme mejoren las condiciones permitiendo una reinserción gradual. 

Múltiples países ya han hecho públicos sus planes previendo distintas etapas, y diversas prestigiosas organizaciones han presentado sus propuestas, y en general hay bastante coincidencia entre medidas de protección, orden de prioridad e identificación de los últimos que ingresarán debido a sus vulnerabilidades, describiendo detalladamente lo que se puede hacer en cada etapa, quiénes pueden hacerlo y cómo deben hacerlo, tomando en consideración las necesidades de todos los sectores. Pero el éxito del confinamiento y de su desescalada reside en el debido cumplimiento de las medidas y en la rigurosidad con que se exija imponiendo las sanciones correspondientes.

Y ahí precisamente es que estamos fallando, pues conforme han ido transcurriendo los más de 40 días que lleva el confinamiento unos han cumplido, otros han incumplido sin mayores consecuencias,  mientras algunos  salen de sus casas sin justo motivo o desafían las restricciones una vez pasa la patrulla policial, y otros tantos se están cansando de cumplir, lo que ha ido relajando las medidas antes de que se haya ordenado oficialmente una gradualidad, y se está operando una especie de estado de sálvese quien pueda en el que muchos han optado por abrir las puertas traseras de sus negocios o volver  a buscársela a las calles.

Por eso es indispensable que la aprobación de la nueva extensión del estado de emergencia sirva para que las autoridades presenten el plan de desescalada del confinamiento debidamente coordinado a nivel nacional y de reinserción gradual de los sectores y su cronograma de aplicación, plan que  debe incluir las medidas económicas que deben ser aprobadas mediante leyes o decretos para mitigar el duro impacto de la crisis y la preservación de los empleos, así como las sanciones que se aplicarían por incumplimiento.

En medio de la incertidumbre de esta terrible crisis sanitaria, hay dos cosas ciertas, que tendremos que reaprender a vivir en nuestra nueva normalidad que ya no será más estado de emergencia, y que habrá una gran recesión económica.  Por eso los ciudadanos debemos conocer cuanto antes las medidas y acciones que serán aplicadas, así como el horizonte que nos espera.

Fuente: https://acento.com.do/2020/opinion/8812045-reaprendiendo-a-vivir/

Imagen: https://pixabay.com/illustrations/syringe-shot-medicine-bottle-1884758/

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