Chile/ Agosto de 2016/La Tercera
Según cifras del Ministerio del Interior, en 2015 había 30.625 estudiantes extranjeros en el sistema escolar chileno. De al menos 11 nacionalidades diferentes. La mayoría en recintos municipales y subvencionados. «Un componente de cohesión social del futuro», dicen en el gobierno.
Que los profesores no hacen diferencias»; «acá hay más seguridad para las niñas»; «las materias son más entretenidas»; «aquí no me siento distinto», son algunas de las respuestas de un grupo de alumnos de distintas nacionalidades, de entre siete y 14 años, que actualmente asiste a la Escuela Camilo Mori, en la comuna de Independencia, uno de los colegios con mayor cantidad de matrícula de niños inmigrantes del país (sobre el 55%). La pregunta es sencilla: ¿Qué es lo que más les gusta de este establecimiento?
Aquí, todos los días lunes, durante el acto cívico, se canta el Himno de Las Américas junto con el Himno Nacional. También se organizan ferias de diversidad cultural y campeonatos de conocimientos sobre los países de origen de los estudiantes. Se celebran todos los días de la Independencia y la profesora de historia cambió parte de la malla curricular para enseñar las zonas geográficas de Latinoamérica y los hitos relevantes de la región.
«Todo nació de forma instintiva, nadie nos dijo qué había que hacer. Vimos que teníamos cada vez más niños de otros países y debíamos incluirlos, no sólo en la comunidad educativa, también en los contenidos de la sala de clases», explica la directora de la Escuela Camilo Mori, Cristina Moreno.
Así como la multiculturalidad se hace presente en las calles del país, ya hace años que la migración entró a las salas de clases. En 2015 había 30.625 niños, de al menos 11 nacionalidades diferentes, presentes en el sistema escolar chileno, desde la educación parvularia hasta cuarto medio. Pero el fenómeno no se detiene ahí, va en aumento. De hecho, entre 2013 y 2015, las visas entregadas por el Departamento de Extranjería y Migración a menores extranjeros se incrementaron en 37,6% (ver infografía).
«Los niños en la migración son un componente de cohesión social del futuro», explica el director de Extranjería del Ministerio del Interior, Rodrigo Sandoval. «Representan un enorme desafío en varios ámbitos. Como sociedad, para mirar la migración de forma positiva. Nosotros, como administración, la necesidad de generar una nueva ley, más pertinente a la realidad migratoria actual, que deje de mirar al extranjero como una amenaza y que contenga un tratamiento reforzado en lo pertinente a los menores», afirma.
No obstante, agrega, en el sistema educativo «hoy no hay esfuerzos institucionales del Estado para enfrentar esta interculturalidad, sólo esfuerzos personales de colegios particulares».
Las barreras
Desde Extranjería se han generado algunas iniciativas en pos de facilitar la incorporación de los niños migrantes a la escuela: se rebajó el valor de la visa de estudiante a US$ 15 (cerca de $ 9.750) y se eliminaron las multas por regularizar a los menores. Además, se creó el programa «La Escuela Somos Todos», en convenio con algunas municipalidades de la Región Metropolitana, Arica y Antofagasta, que capacita a directores y profesores para detectar a niños en situación irregular y orientar a sus padres para normalizar su estado migratorio.
«Hay avances, pero aún es engorroso el proceso de inclusión y vemos muchas barreras», opina el sacerdote y director nacional de la Fundación Servicio Jesuita a Migrantes, Miguel Yaksic.
Una buena parte de éstas, dice, tienen que ver con las visas. Si la situación de un menor es irregular o la visa está en trámite, el sistema lo registra con una matrícula provisoria, que dura tres meses: «Pero hay chicos que estudian por años con este tipo de matrícula, y al final del ciclo no se les reconocen los estudios ni se pueden inscribir para la PSU. Además, no pueden acceder a la beca Junaeb y la escuela no recibe la subvención preferencial SEP».
Yaksic agrega que «muchas escuelas no saben qué hacer con los niños extranjeros, porque no existe una política de Estado con un enfoque intercultural que favorezca la inclusión de los menores que llegan con culturas y a veces con idiomas diferentes».
Por ejemplo, los niños haitianos son quienes encuentran mayores complejidades al insertarse en el sistema educativo chileno, debido a que su idioma materno es el creole, un dialecto francés.
Es una situación que Sandoval reconoce. «El modelo educativo no incorpora herramientas para esta realidad multicultural y nos encontramos con situaciones moralmente inaceptables, como que un niño esté en una sala de clases, pero no entienda lo que dice el profesor».
Al respecto, el jefe de la División de Educación General del Ministerio de Educación, Juan Eduardo García Huidobro, explica que la cartera está desarrollando, junto a la Unesco, un documento «con orientaciones técnicas para que las escuelas que reciben migrantes trabajen con una mirada inclusiva».
Añade que «también estamos creando redes de establecimientos que cuentan con matrícula de estudiantes foráneos, para que se potencien, y crearemos un fondo de iniciativas para el trabajo educativo intercultural, orientado a estos establecimientos».
A juicio de Anuar Quesille, oficial de Protección de Unicef Chile, «más allá de lo que se puede hacer en educación, lo que vemos es la ausencia de una política migratoria y de una ley con enfoque de derecho y garantías reforzadas para los menores. No existe una norma que establezca que en la práctica todos los niños migrantes, sin importar si tienen o no un RUT, o una posible situación irregular de sus padres, tengan acceso asegurado a todos los derechos sociales, con los mismos beneficios y posibilidades que tienen los niños chilenos».
Ejemplos de inclusión
En el marco del programa «La Escuela Somos Todos», la comuna de Santiago ha regularizado en dos años a más de 1.600 niños que tenían matrícula provisoria. Según la edil Carolina Tohá, uno de los desafíos pendientes es «adaptar los proyectos educativos a la multiculturalidad, tomarla como la riqueza cultural que es y permitir que se transforme en un aporte para todos los demás».
Hace tres años, en un colegio de esta comuna se matricularon los hijos de Carlos (quien solicitó reserva de su identidad), cuando arribaron al país. Allí no había estudiantes migrantes, por lo que en un comienzo la experiencia no fue positiva. «Al principio les hacían bullying y les decían cosas groseras. Así que hablé con el director y solicité que se hiciera una charla con los estudiantes, para que supieran lo que son los extranjeros. Desde allí todo cambió y mejoró”. A juicio de Carlos, «sólo faltaba sensibilizar a los chicos».
Para Scheider Louis (14) tampoco fue fácil. Era el primer niño que llegó desde Haití al Camilo Mori, también hace tres años, y no hablaba español. Pero los profesores pidieron ayuda a una practicante de la época que hablaba francés para traducir sus pruebas. «Al principio fue difícil. Pero pasé de curso, ahora tengo amigos y me va mejor en notas», reconoce el joven.
En Iquique, Camilo Beyoda (14) se ha abierto espacios a través del fútbol. «Tengo un promedio sobre seis, me encantan las matemáticas, la música, y en el colegio me han tratado súper bien. Nunca me han discriminado por ser colombiano ni menos por el color de mi piel. Entreno fútbol todos los días y en el liceo me dan las oportunidades de salir a las prácticas». Hoy, es parte del equipo Sub 16 de Deportes Iquique.
Camilo y su familia, residentes de Iquique. Foto: Cristian Vivero.
En el jardín infantil Luis Calvo Mackenna, de Santiago, con una matrícula compuesta en un 85% por alumnos inmigrantes, se sigue la receta de la interculturalidad. «En cada sala hay un espacio donde están los nombres de distintos objetos, según cómo se dice en los países de origen de los niños; tenemos sus banderitas en los pasillos y con los papás hacemos asambleas para que se conozcan entre ellos. También organizamos ferias gastronómicas, donde cada uno lleva su plato típico», afirma.
«Estamos seguros de que los niños migrantes más felices son los que se sienten incluidos», afirma Quesille, oficial de Unicef. Y, en eso, sostiene, «el Estado aún tiene trabajo».
El sacerdote jesuita Yaksic advierte, sin embargo, que «lo que hoy no hagamos bien en materia de migración va a repercutir en 30 años más. La tercera generación de hijos de migrantes será la que se enoje con el sistema si, eventualmente, siente que no pertenece ni acá ni allá. Y eso llevará a conflictos sociales. Requerimos sentarnos hoy a conversar el país que queremos en materia de inclusión».
Fuente: http://www.latercera.com/noticia/nacional/2016/07/680-690396-9-ninos-inmigrantes–en-la-escuela-una-tarea-en-proceso.shtml